El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional anuncia una reorganización total luego de las elecciones municipales, que lo dejaron sin un solo gobierno local por vez primera desde su debut en la contienda democrática hace ya tres décadas. Su secretario general sostuvo que al partido de izquierda pueden acusarlo de cualquier cosa excepto de haberse arrodillado, vendido o sometido sin sentido.
Es un discurso vulnerable, que admite muchas enmiendas y observaciones; su principal aporte es que revela la falta de autocrítica y de pragmatismo, las dos deficiencias que llevaron al otrora partido mayoritario a una irrelevancia impensable hace apenas unos años.
Nuevas Ideas no gobernará en al menos 15 de 44 alcaldías, incluida alguna cabecera departamental; fue un voto con un alto componente de castigo a gestiones municipales mediocres, reflejadas en una campaña en la que el principal discurso de los jefes edilicios que buscaban la reelección fue alrededor de su obediencia al presidente de la República y no centrada en las necesidades de las comunidades, azuzadas por el destripamiento del Fondo para el Desarrollo Económico y Social. Creer que ese votante eligió castigar al partido cyan pero no salirse del oficialismo y que por eso votó por Concertación Nacional, Democracia Cristiana o Gran Alianza por la Unidad Nacional es una abstracción falaz. Las y los ciudadanos de esos municipios, un porcentaje importante del padrón, eligieron esas banderas y no las del FMLN o ARENA porque en la mayoría de los casos esas dos fuerzas no presentaron una candidata o candidato digerible y competitivo.
Una de las explicaciones a esa incapacidad del Farabundo Martí para atraer líderes regionales potables y con posibilidades es que muy pocos en la sociedad civil quieren relacionarse con ese instituto político, sobre todo porque se sabe que desde el centro del poder hay una animadversión personal, que se ha traducido en disuasión, intimidación y bloqueos contra su dirigencia. En los tiempos que corren, ser cuadro del FMLN es un deporte extremo.
Pero los dirigentes del partido de izquierda no deben ser benevolentes consigo mismos: son los culpables de que el FMLN se haya quedado sin nada que decirle a la sociedad, con un contenido agotado y en un descrédito importante luego de traicionar primero su programa de gobierno durante la gestión de Mauricio Funes y después sus principios y ética durante el olvidable quinquenio de Sánchez Cerén. En ese decenio, en lugar de desmontar la telaraña de tecnocracia onerosa y abusiva y el parasitismo del erario público construido por Antonio Saca, el Frente se esmeró en perfeccionar esa estructura y sus principales líderes y allegados se beneficiaron del gobierno de una manera grosera.
Que uno de los vicepresidentes de esa década pretenda ser el líder de una renovación efemelenista lo dice todo: ese partido morirá sin que la nación se entere si hubo o no cuadros jóvenes dispuestos a recuperarlo. Los mismos que lo construyeron como formidable vehículo electoral se encargarán de enterrarlo.
No todos los actores de la partidocracia sobreviven a los ciclos de la historia y como no podía ser de otro modo, el ascenso del autoritarismo y la crisis democrática y republicana suponen un triunfo de la derecha en su versión más conservadora y torva y el ocaso del pensamiento de izquierda.