Entre el temor y la esperanza:
Una nueva oportunidad para el FSLN
Por Jaime Wheelock Román*
La victoria electoral del FSLN en 2006 tiene dos dimensiones históricas. La
primera muestra que los alcances de la revolución sandinista no se
desplomaron en añicos al perderse las elecciones del 25 de febrero de 1990,
como muchos pensaron y escribieron. El FSLN cedió entonces el gobierno,
dejando vivas numerosas conquistas económicas, políticas y sociales, y pudo
regresar a gobernar por la misma vía tres lustros más tarde. Esta victoria
electoral es una reafirmación de la vitalidad y lealtad que aquella
revolución convoca, y sin duda, de la perseverancia del FSLN y del propio
Daniel Ortega.
La otra dimensión histórica es la oportunidad excepcional que tiene hoy el
FSLN de forjarse como alternativa política confiable para Nicaragua en el
largo plazo, si logra hacer un buen gobierno librado de la inexperiencia y
los errores del pasado.
La próxima administración sandinista no es la continuidad fluida del
gobierno revolucionario que se entregó a doña Violeta de Chamorro en abril
del 90. Ni el ascenso del nuevo gobierno la oportunidad de completar una
inconclusa obra revolucionaria. Es, más bien, la continuidad de una
administración civil que le traspasa con la banda presidencial, todo un
marco institucional y legal y una dinámica económica que le fijan límites y
compromisos.
Las pruebas de fuego no van a esperar demasiado. Hay al menos cuatro
aspectos que pesarán para el éxito de esta nueva oportunidad histórica. El
primero es el reto y la obligación para el sandinismo de respetar y cimentar
las instituciones y las libertades democráticas que ayudó a fundar en su
primera gestión, pero que no pudo ejercer a plenitud y más bien limitó a
causa de la guerra, pero también de la intolerancia política que se mostró
en aquel período. Para un gobierno respaldado con un 38% de los votos, la
búsqueda del consenso, el respeto al que disiente, la suma de las energías
de todos los ciudadanos, son una exigencia, y sustituyen hoy a la superada
voluntad vertical del Estado de los ochenta.
El segundo es la prudencia y cuidado para conseguir relaciones de respeto y
cooperación con Estados Unidos, nación que nos hizo la guerra e impidió en
los ochenta gobernar en paz socavando todos los esfuerzos de reconstruir la
economía. Antes que otra prioridad y otra tentación, la búsqueda de
entendimiento y cooperación con este país es primordial para labrar el marco
de paz y tranquilidad que el nuevo gobierno necesitará para cumplir con su
compleja misión económica y social.
El tercer reto es el de asegurar la continuidad de un marco institucional
favorable a la inversión doméstica e internacional, lo que implica cuidar
las finanzas públicas, respetar la propiedad y fomentar la transparencia de
la justicia. La lucha para hacer progresar a los sectores más pobres no es
factible sin recursos ni estabilidad económica. Una buena señal desde las
nuevas autoridades sería tomar la iniciativa de convocar y preparar un
favorable cuarto acuerdo 2007-2010 con el FMI.
El cuarto reto es la decisión consciente de hacer un buen gobierno. Esto
implica al menos cuatro cosas:
€ Seleccionar para los cargos públicos a funcionarios sobre la base de su
competencia y méritos profesionales.
€ Evitar la repartición de las entidades públicas entre grupos de influencia
para impedir la formación de feudos paralizantes.
€ Practicar y exigir la probidad y la austeridad en el ejercicio de la
función pública.
€ Guiar el ejercicio de gobierno como servicio público y no como privilegio.
El FSLN tiene ahora la oportunidad de demostrar que en paz y sin
confrontación puede ser un gobierno recto y ejemplar como promotor de la
democracia, la estabilidad y el progreso económico de todos los
nicaragüenses. Éstos son los retos para Daniel Ortega Saavedra a partir del
10 de enero de 2007. Los aciertos pueden dejar a Daniel y al FSLN en el
bronce de la historia política de Nicaragua. Repetir viejos errores, al
contrario, va a comprometer la sobrevivencia política del FSLN.
*Ex. Miembro de la Dirección Nacional del FSLN (1978-1993). Coordinador del gobierno saliente para la transmisión del mando presidencial (1990).
Presidente del Instituto para el Desarrollo y la Democracia, Ipade.