Erenburg, una huelga y la BBC

Erenburg, una huelga y la BBC

Cuando me he puesto a contar algunas cosas que me ocurrieron en Moscú, me he dejado guiar exclusivamente por el recuerdo que guardo sin cotejar con notas (que no tengo), ni con calendarios, ni diarios de la época. Porque la cosas que he contado me pertenecen totalmente y se trata realmente de mis recuerdos. Pero ahora caminando por París en largo paseo a pie quién sabe por qué razones una imagen me volvía recurrente. Quizás se deba a que hoy un viento bastante fresco barría las callejuelas del Barrio Latino. La imagen tiene que ver con un personaje muy peculiar, muy aparte de la vida moscovita de la época soviética, hablo de Ilia Erenburg.

Durante el verano de 1967 estuve veraneando en un koljoz de la República Soviética de Moldavia. En las mañanas íbamos en grupos de estudiantes a ayudar a cosechar en las huertas de cerezas, una cereza muy gustosa que era usada casi exclusivamente para la fabricación de un licor y el resto para la exportación. En las tardes nos dedicábamos a otras cosas, a muy pocas cosas, bañarnos en el río Dniester que baja acorrentado de los Carpatos, leer un poco, jugar al ping-pong y al futbol. En las noches íbamos a las animaciones que se organizaban para nosotros, exclusivamente bailes.

Si hacen un somero cálculo (1917-1967) se darán cuenta que se trata de un aniversario redondo, muy redondo de la Revolución de Octubre. Todo el año se celebraron los cincuenta años del poder soviético. Les avanzo esto para que lo tengan en cuenta en la continuación de este mi relato.

Nosotros los estudiantes de la Universidad Lumumba vivíamos en dos grandes edificios y a algunos nos tocaba dormir en unas champas aparte, pero con mayor autonomía. Eramos los casados. En realidad, yo no estaba aún casado de manera oficial. Sobre esto les contaré en otra ocasión. Vivía rejuntado con la madre de mis dos primeras hijas. Lo que quiero señalar con este detalle es que nosotros habitábamos lejos de las casas de los koljozianos. Los veíamos apenas unos cuantos minutos antes de empezar a cortar las cerezas. Nosotros íbamos a terminar de cortar lo que había quedado de la primera pasada. Nos supervisaban dos o tres “jefes de brigada”. Esto de vivir separados de los koljozianos y también lejos de la ciudad, les cayó como anillo al dedo a las autoridades locales como universitarias. Ahora les explico por qué.

Recuerden que ese año tuvo lugar la guerra de los Seis Días, la famosa guerra preventiva y de agresión de Israel contra Siria, Jordania y Egipto. Guerra de sorpresa y con uso desproporcionado de la aviación y de la artillería. Pero esto es nada más para que entiendan lo ocurrido que les voy a relatar.

Como les he dicho “trabajábamos” solamente por las mañanas, empezábamos más o menos temprano, nos llevaban a los huertos en autobuses de modelo bastante viejo y algunos preferíamos viajar en la cama de un camión. Le dábamos mucho aire al galillo cantando rancheras mexicanas o cuecas chilenas. A los dos días nos dimos cuenta que ningún árabe venía a trabajar con nosotros. Detalle: en la organización de la residencia había un “soviet” con representantes de las distintas comunidades, los latinoamericanos, los asiáticos, los africanos y los árabes. El representante de los africanos vino a buscarme. Mis compañeros latinos me había elegido para que los representara, cargo que acepté de muy mala gana. Sobre todo porque las cualidades que más se señalaron para nombrarme ninguna aludía a un rasgo intrínseco de mi personalidad, sino que a mi capacidad a hacer relajos y organizar fiestas y borracheras… Bueno, como les decía el representante de los africanos vino a buscarme y me preguntó cuál era mi opinión sobre la ausencia de los árabes en las huertas. En realidad, a todos nos había extrañado, pues los responsables teníamos que responder sobre la ausencia de los estudiantes durante el trabajo. Le respondí que ignoraba las razones. El africano me afirmó que se había entrevistado con el representante de los árabes. Este le había dicho que los árabes no iban a trabajar pues estaban de duelo por la guerra sionista contra la nación árabe. Cuando oí semejante tontería, pensé primero que se trataba de un invento del africano. No obstante él me insistió y me dijo que si no le creía que le preguntara al hindú que representaba a los asiáticos. Este lo había acompañado. Fuimos pues a verlo. El hindú me confirmó los decires del africano. Los asiáticos era muy pocos, máximo siete. El grueso del contingente estudiantil éramos los latinos y los africanos. Pero los árabes sumaban un buen número. Les propuse a los dos otros representantes que fuéramos a hablar de nuevo con el representante árabe. Durante estos ires y venires de uno al otro representante le preguntábamos a los estudiantes que encontrábamos su opinión sobre la ausencia de los estudiantes árabes en las huertas, varios nos afirmaron que los estudiantes árabes se burlaban de todos nosotros, que éramos majes y que ellos estaban de duelo y gozaban de las vacaciones sin trabajar. El representante árabe me mantuvo las mismas razones. Me pareció increíble. Así que de inmediato propuse que fuéramos a ver al responsable de todo el campamento estudiantil, un profesor de la Universidad.

Le expusimos que no comprendíamos la ausencia de los estudiantes árabes en las faenas matinales, que además de su ausencia, provocaban con burlas al resto de los estudiantes y que lo mejor sería que él interviniera para que al día siguiente no faltara ningún estudiante, tal cual era fijado por el reglamento. El profesor no ignoraba la ausencia de los estudiantes árabes en las tareas de todo el campamento. Pues a medida que hablábamos con el resto de estudiantes nos fuimos dando cuenta que los estudiantes árabes no participaban en las tareas comunes de mantenimiento del campamento. Nos respondió que hablaría con ellos pero que no nos prometía nada.

Al día siguiente volvimos a constatar la ausencia de los árabes. De regreso y ya luego de almorzar, me reuní con el representante africano. Y le propuse que volviéramos a hablar con el profesor. Durante toda la mañana los latinos me dijeron su disgusto. El profesor nos afirmó que había hablado con los árabes que le expusieron que ellos no iban al trabajo, porque durante las mañanas escuchaban la radio para informarse de la situación en sus países en guerra. Esto me pareció una toma de pelo. Pues para informarse no era necesario oír la radio por las mañanas, lo podían hacer por la tarde o por la noche. Sobre todo la noche que era cuando se sincronizaba mejor las ondas cortas. Le dije al profesor que no aceptábamos esas razones y que si al día siguiente no había arreglado el problema pues que se esperara de nuestra parte a una respuesta colectiva.

Al salir le propuse a los otros delegados que reunieran a su comunidad respectiva. Le dije al africano que nosotros los latinos nos iríamos de huelga si los estudiantes árabes no venían a trabajar al día siguiente. Esto era adelantarme demasiado. No había pulsado la opinión de mis amigos latinos e ignoraba hasta dónde iban a seguirme si les proponía algo que iba a sonar a extravagancia, una huelga de estudiantes lumumberos en un koljos soviético, en el año del cincuentenario de la Revolución de Octubre. Esta idea se me cruzó en el instante mismo que le dije eso al africano.

Reuní pues a los latinos, todos vinieron. Les informé de mis conversaciones con los otros representantes y con el profesor que dirigía el campamento. Les conté las razones expuestas por los estudiante árabes. Todos se indignaron. Y les relaté: “Le he dicho al profesor Danilof, que si los árabes no aparecen mañana, pues que le daríamos una respuesta colectiva. Les propongo que discutamos la modalidad, pero quiero advertirles que los africanos, ellos han dicho que se irán de huelga. Pienso que nosotros no podemos quedarnos atrás”. La respuesta fue unánime, ¡pues nosotros también nos vamos de huelga!

Fue así como sin quererlo me vi organizando una huelga estudiantil, por una razón insignificante, pues que vinieran o no los estudiantes árabes no cambiaba en nada nuestras tareas. Aunque sí cambiaba mucho en la cuestión de la igualdad y al respeto común del reglamento. Además siempre pensé que el profesor iba a hacer la cacha por convencer a los árabes de ir a los trabajos matinales.

Pues resultó que los estudiantes árabes no quisieron ceder. Nunca esperé eso. Frente a todos los estudiantes que estaban reunidos delante de los vehículos esperando a que los representantes tomáramos la palabra, no sabía qué decisión era la mejor. Estuve a punto de proponer que fuéramos ese día a trabajar, que le diéramos a Danilof un día más para convencer a los estudiantes árabes. En el momento en que iba a proponerle esa solución a los otros representantes, llegó el profesor Danilof, se subió a la plataforma de un camión y dijo que no iba a tolerar de nuestra parte ninguna protesta y que lo mejor era que subiéramos inmediatamente a los buses y camiones. No sé de dónde me vino el coraje, ni tampoco la idea, no obstante de un brinco y en un santiamén estaba al lado del profesor y me puse a arengar en ruso a todos. No recuerdo exactamente que dije, supongo que hablé que era insoportable que el profesor nos viniera a amenazar a nosotros y que no hiciera nada por restablecer la equidad entre todos los estudiantes y de seguro declaré empezada la huelga hasta que los estudiantes árabes vinieran todos a trabajar parejo con el resto de estudiantes. Nadie subió a los vehículos. Fue ese el primer día de huelga. El profesor convocó a una reunión de delegados. Asistimos a esa reunión, pero no podíamos cambiar nuestra posición sin consultar a todos. Pero el profesor simplemente nos reunió para amenazarnos. Le dijimos que no íbamos a trabajar sin la presencia de los estudiantes árabes. La reunión no duró mucho.

El resto de la mañana de ese día me la pasé jugando al ajedrez con un amigo chileno. Y la tarde estuve jugando al ping-pong. Más tarde fui a la cancha de fut para entrenarnos para un partido amistoso con un equipo de Kishiniov, un equipo de segunda división de la Unión Soviética. Si les cuento estos detalles de mi presencia en el campamento y delante de muchísimos testigos, es pues que me inocentaban de algo que iba a darle una importancia fuera de lo común a esa huelga declarada casi por chiste… Resulta que en el noticiero internacional nocturno de la BBC de Londres, informaron que estudiantes de la Universidad de la Amistad de los Pueblos se habían declarado en huelga en un koljoz de Moldavia por razones relacionadas con la guerra en el Cercano Oriente. ¿Cómo lo supieron los ingleses? ¿Quién fue el soplón? Nunca se supo. Pero la única manera de poder contactar con un corresponsal de la BBC era salir del campamento. Pues los únicos teléfonos estaban en las oficinas, la cabina más cercana estaba a las afueras del koljoz o en la ciudad (digo simplemente ciudad, pues no recuerdo el nombre ni del koljoz, ni del pueblo aledaño.

Temprano en la mañana, el profesor vino a sacarnos de la cama a los cuatro representantes. Quería un arreglo inmediato, pero sobre todo quería que nosotros delatáramos a la persona que había informado de nuestra protesta —nos explicó que lo nuestro era una protesta y que de ninguna manera se trataba de una huelga, la palabra huelga, al parecer, le sonaba demasiado fuerte— a la prensa burguesa. El profesor ya había hecho sus propias averiguaciones. De los cuatro representantes el único que no había salido del campamento era yo. Todos me había visto con el chileno jugando al ajedrez y luego al ping-pong y al futbol. Eso me inocentaba.

Pero la huelga siguió también ese día. Pues el profesor se enfrascó en un falso compromiso, que primero retomáramos las faenas y luego él se comprometía a convencer a los estudiantes árabes que acudieran al trabajo la semana siguiente. Nosotros nos mantuvimos firmes, retomamos el trabajo todos juntos, todos los estudiantes.

No puedo imaginarme cómo las autoridades moldavas reaccionaron a la información que de seguro les llegó de Londres pasando por alguna oficina moscovita. Ignoro también que importancia le dieron el primer día a la información de la BBC. Pero esa noche la radio inglesa anunció que la huelga estudiantil en un koljoz moldavo iba ya en su segundo día. El profesor Danilof había desaparecido. Supimos que había ido a Kishiniov. Los estudiantes soviéticos de la Universidad habían recibido la consigna de convencernos de volver a las huertas. Pero ningún estudiante latino o africano aceptó ceder a las presiones. Eso iba durando. Y la radio de Londres iba contando los días. En realidad nunca oí ni un solo de esos noticieros, así que me he enterado por lo que los otros estudiantes me contaron entonces. Lo único que puedo decirles es que al cabo de unos días tuvimos que amenazar para que el conflicto terminara que tampoco íbamos a jugar con el equipo de Kishiniov. El partido estaba anunciado en carteles muy vistosos: “Encuentro Internacional”.

En Moscú las autoridades universitarias le habían dado importancia a nuestro movimiento y en tres o cuatro días buscaron a un vice-rector, hicieron que dejara su familia o que volviera de no sé dónde, en cualquier caso justo a la semana llegó a nuestro campamento. Durante esa semana el profesor Danilof había tratado de vencer la resistencia de algunos de nosotros y los había convocado individualmente a su oficina. No le dio resultado. Nosotros nos reuníamos en asambleas y las revindicaciones fueron apareciendo: instalaciones sucias, baños y duchas defectuosas, ausencia en algunas de agua caliente (los calentadores estaban arruinados), algunos vidrios rotos en las ventanas, etc. O sea que cuando el vice-rector nos reunió para que le informáramos de todo el asunto, teníamos una lista bastante larga de problemas que había que arreglar. En todo caso cuando le contamos nuestras primeras reuniones con Danilof y las negativas de los estudiantes árabes de acudir a las tareas de todos, entró en una santa cólera, se puso colorado como un tomate, le lanzó con su mirada a Danilof un poderoso dardo que lo dejó mudo y hasta algo paralizado. Luego se calmó y muy sonriente nos preguntó que cuáles eran todas nuestros pedidos. Le enumeramos todo. El anotó y al cabo nos dijo que se iba a reunir luego con nosotros para establecer las urgencias. Luego se le dirigió al representante de los estudiantes árabes y le dijo que convocara a los estudiantes árabes. Pero fue delante de nosotros todos que el vice-rector le aclaró al delegado árabe, que sin falta todos tenían que volver al trabajo al día siguiente. El que quisiera seguir oyendo la radio por las mañanas que se volviera a Moscú, pero que no toleraría más en el koljoz a ningún bribón. El vice-rector se quedó hasta el fin de las vacaciones, vino luego su familia que se encontraba hasta entonces pasando las vacaciones en Italia… Con lo difícil que se había puesto conseguir el permiso de salir del país para los soviéticos, incluso para los cuadros del rango del vice-rector. ¿Pero qué tiene que ver esto con Ilia Erhenbourg? En realidad nada. Sólo que al volver de vacaciones, pues regresamos el 30 de agosto, al día siguiente falleció este escritor y periodista soviético de renombre. Era un hombre muy querido por los moscovitas, era un “frontovik”, era como se les llamaba a los que había estado en el frente durante la Gran Guerra Patria (la Segunda Guerra Mundial), estuvo como corresponsal de guerra. Otros escribían desde Moscú; como Grossman, Erenburg fue testigo directo.

Todos recordaban y los moscovitas solían contar la anécdota de la primera exposición de pintura surrealista, dedicada a la obra del gran pintor español Pablo Picasso. El pintor y el escritor se conocieron en París antes de la guerra. Y colaboraron durante la Guerra Civil española. La anécdota es la siguiente: no se sabe por qué motivos la exposición tardaba en abrir sus puertas, miles de moscovitas se había agolpado y esperaban desde temprano la apertura del museo Pushkin. La gente se impacientaba. Algunos empezaban a protestar y a chiflar. Fue entonces que Ilia Erenburg subió a una estrada improvisada y se dirigió a los presentes: “Camaradas, ¿cuántos años hemos esperado que se realice esta exposición? Cuarenta, treinta años, pues podemos prolongar la espera unos cuantos minutos más”. Según cuentan hubo nutridos aplausos.

Pues la imagen a la que me refirí arriba y que de manera recurrente me volvía hoy, es la siguiente. La noticia de la muerte de Ereburg recorrió y estremeció Moscú como un rayo. La noticia no llegó desde el extranjero, ni por la BCC, ni por la Voz de las Américas, ni por ninguna otra radio, ni por Radio Moscú. Fue de boca en boca, por llamadas telefónicas. El entierro iba a ser al día siguiente en el cementerio Novodievichi. Nadie dio hora exacta. Cuando llegué a uno de los puntos en donde se suponía que iba a pasar el féretro, me topé con una multitud. El pueblo moscovita se había volcado a las calles a despedir a su gran hombre, a su escritor comprometido. Había mucho fervor, vi lágrimas en muchos rostros. La emoción fue intensa.

Aclaro que Danilof es un nombre prestado…

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