Introducción a la historiografía del siglo XX
por Antonio Carrasco
1. La explicación en la historia
En general, los hechos del pasado suelen ser transmitidos por medio de la narración. Esta narración puede limitarse a contar lo que sucedió sin emitir juicios o valoraciones personales (descripción) o puede intentar dar respuesta a las causas que motivaron dichas circunstancias (explicación). Los cronistas, antiguos y modernos, solían quedarse en el plano puramente descriptivo, “contaban cosas”. El historiador va más allá y trata de explicar las causas, las circunstancias, la influencia de la personalidad de los protagonistas individuales o colectivos en los fenómenos históricos.
Cuando tratamos de explicar los hechos y las conductas del pasado solemos hacerlo desde dos perspectivas, que derivan en dos tipos de explicaciones: la causal y la intencional.
La explicación causal es la más usual en la historia y posiblemente la más propiamente histórica. Es la que trata de explicar las causas múltiples de los hechos históricos.
La explicación intencional o motivacional es la que trata de establecer los motivos que llevaron a los protagonistas (individuales o colectivos) a actuar de una determinada manera y las consecuencias de sus acciones. Tienen, por tanto, una naturaleza psicológica y requieren empatía, es decir, una identificación mental con los protagonistas; hemos de ponernos en su situación para poder comprender sus acciones y decisiones.
En la historia, es posible combinar ambas explicaciones y llegar a una explicación integrada. Ambas son complementarias, ya que las acciones de los protagonistas no tuvieron siempre los efectos esperados y las causas de los hechos históricos suelen ser múltiples, dada la complejidad de las relaciones sociales.
2. La historiografía en el siglo XX e inicios del XXI
La historiografía ha suscitado gran interés entre los historiadores. Algunos autores han reconocido dos fases en la construcción del saber histórico: una anterior al siglo XIX, que arranca de la tradición clásica de Heródoto y consiste fundamentalmente en narrar “cosas del pasado”; y otra iniciada a comienzos del siglo XIX que recoge el pensamiento de la escuela alemana, que le da estatus de ciencia humana a la Historia.
Como ciencia, la Historia tiene un ámbito de estudio que no es el pasado en sí, ya que este es inexistente e inaprehensible. Su campo de estudio lo constituyen las “reliquias del pasado”, el conjunto de restos y vestigios del pasado que perviven en el presente bajo diversas formas. Al trabajar con estas reliquias, el conocimiento no es el pasado, sino una parte fragmentaria y parcial del pasado.
Veamos los paradigmas historiográficos más comunes en nuestro tiempo y sus antecedentes más significativos.
2.1. El nacimiento de la historiografía: historicismo y positivismo
La ciencia histórica nace en Alemania en el tránsito del siglo XVIII al XIX. El historicismo es la cuna de la historia académica del siglo XIX y de toda una tradición de crítica de las fuentes históricas.
Uno de sus principales representantes, Leopold von Ranke, entendía la Historia como un discurso fuertemente unitario en el que la política desempeñaba un papel fundamental en torno al cual se desarrollaba el discurso histórico. Era una Historia nacida al calor de la lucha por la unidad alemana y justificadora del Estado-Nación propio de la ideología nacionalista y liberal de los años centrales del siglo XIX. En ella, las ideas políticas y los principios morales de los protagonistas individuales (los reyes, los jefes de Estado o los grandes personajes) dejaban de lado la historia de las colectividades, la historia económica o la historia social. Esta historiografía estaba claramente influida por el positivismo. Los historiadores aparecieron como una clase profesional, lo que les llevó a considerar su disciplina como ciencia.
La influencia alemana hizo que se extendiese por Europa una visión de la historia reducida a la mera reconstrucción de acontecimientos, basada en el estudio de los documentos.
Frente a esta forma de hacer historia surgieron a finales del siglo XIX, al margen de los círculos académicos, nuevas alternativas historiográficas: las teorías de Marx y de algunos sectores de la historiografía dominante:
El pensamiento marxista suponía una subversión profunda de la historiografía. Incidía en la historia del movimiento obrero y en ciencias sociales, como la Economía y la Sociología. Así mismo, entre los historiadores académicos surgió el cultivo de la historia económica y social, al centrarse en el estudio de las relaciones entre el Estado eje del análisis historicista, la sociedad y la economía.
Los primeros cambios se produjeron en los Estados Unidos y en Francia:
En EE. UU., surgió la idea de la que la Historia era una ciencia social más y, por lo tanto, tenía que contribuir al descubimiento de las leyes del desarrollo humano. Así nació la historia científica, llamada “New History”, como una rama de las ciencias sociales.
No obstante, fue en Francia donde nació la historia social. Hacia 1900, en torno a Henri Berr, nació una nueva clase de historia apoyada por las nuevas ciencias sociales (“humanas”, según la terminología francesa): geografía, economía y sociología. Esta nueva historia se enfrentó con la historia académica y de la confrontación salieron beneficiados los que han sido considerados padres de la historia social: Lucien Febvre y Marc Bloch, fundadores en 1929 de la revista Annales d’histoire économique et sociale.
La transición de la historiografía positivista o historicista-metódica no se produjo hasta el período de entreguerras. La primera alternativa fue la formada en torno a la s Annales.
2.2. El cambio cualitativo: de Annales a la Nouvelle Histoire
La llamada Escuela de los Annales, formada en la década de los 30 del siglo XX, como reacción a la historia académica, intentó una reconstrucción del pasado sobre bases científicas tomadas de otras ciencias humanas o sociales, para acabar desintegrándose en los años 70 en múltiples direcciones. Su objetivo era hacer una historia global, total, partiendo de la premisa de que los aspectos sociales y económicos formaban parte de la Historia.
Así mismo, la Escuela de los Annales amplió el concepto de documento histórico: además de los documentos escritos (como señalaban Langlois y Seignobos a finales del siglo XIX), también fueron considerados documentos históricos todas las huellas del pasado humano: las obras de arte, los restos arqueológicos, los testimonios orales y las imágenes.
La nueva historia nació con dos objetivos: sacarla de la rutina de la escuela “metódica” y primar lo económico y lo social en detrimento de lo narrativo-factual y de lo exclusivamente político.
La Escuela de los Annales tuvo tres “generaciones” de historiadores:
La primera generación nació en 1929 y tuvo como principales representantes a Marc Bloch y Lucien Febvre. Fue la etapa de formación de la corriente y se caracterizó por el rechazo al historicismo, la búsqueda de nuevos objetivos de estudio, con énfasis especial en lo social.
La segunda generación comenzó tras 1945, en torno a Fernand Braudel, y llegó hasta los años 70. Fue la etapa de mayor influencia de la Escuela. Se caracterizó por la introducción de propuestas tomadas de otras ciencias sociales.
La tercera generación, la de la Nouvelle Histoire o Nueva Historia, tuvo como principales representantes a Jacques Le Goff, George Duby, Pierre Chaunu, François Furet, Jacques Revel, André Burguière y Roger Chartier. Fue la etapa de la fragmentación del objeto de análisis y la búsqueda de nuevos caminos por el análisis de nuevos temas (como la mujer, la vida privada, la infancia o la familia) o por el uso de nuevos métodos (como el estudio de las mentalidades).
La corriente de pensamiento historiográfico de los Annales se extendió a otros países. En España penetró durante los años 50 del siglo pasado. De la mano de Jaume Vicens i Vives fueron incorporados a los estudios históricos los aspectos económicos y sociales, así como el estudio de un nuevo sujeto histórico: las masas.
La Escuela de los Annales ha recibido diversas críticas. Entre ellas, las principales han sido la ausencia de una concepción historiográfica propia y la primacía de los aspectos económicos sobre los sociales.
Desde los años 70 la Escuela se fragmentó, alcanzando un alto grado de especialización, que ha llevado a la aparición de múltiples “historias” (del libro, de las mentalidades, de la familia, de la vida privada, de la alimentación, del sexo, de la infancia, de la vejez, etc.).
2.3. La aportación del marxismo
El marxismo es el otro gran pilar sobre el que se apoya la historiografía contemporánea. La llegada del marxismo a la Historiografía es relativamente tardía. Desde la muerte de Engels, en 1895, hasta la incorporación del método de análisis del materialismo histórico a la construcción de la explicación histórica pasó casi medio siglo. Las primeras aportaciones de la nueva historiografía marxista se produjeron durante el período de entreguerras. En España, la dictadura franquista impidió su desarrollo hasta mediados los años 70.
El materialismo histórico pretendía explicar el pasado sobre la base de una teoría general del movimiento de las sociedades, en la que se incluyen conceptos “básicos” marxistas (clases, lucha de clases, superestructura, infraestructura), entre los que el más importante es el modo de producción. La historiografía marxista tuvo representantes ilustres en Francia y en Gran Bretaña: Entre los franceses, podemos destacar a Pierre Vilar.
La nueva historiografía marxista británica se desarrolló en torno a la revista History Workshop, fundada en 1975. Se centró en la historia social del trabajo y en el compromiso político de sus representantes.
2.4. Estructuralismo e Historia
La historia estructural o de las estructuras fue una tendencia centrada en Francia y muy relacionada con la Escuela de los Annales. Estudia las regularidades, los hechos cotidianos, que se repiten, frente a los sucesos excepcionales, únicos o singulares que caracterizan a la historia narrativa tradicional. Las estructuras son fenómenos geográficos, ecológicos, técnicos, económicos, sociales, políticos, culturales y psicológicos, que permanecen constantes durante un período largo de tiempo y que evolucionan de manera casi imperceptible. Frente a la estructura se halla la coyuntura, las fluctuaciones manifiestas en el contexto de la estructura. El tiempo de las estructuras es muy lento (“tiempo largo”, según Braudel), mientras que el de las coyunturas es un “tiempo corto”.
La historia estructural es una historia de poblaciones totales, es decir, del conjunto de personas que viven en un lugar objeto de estudio, que no excluye el análisis de las individualidades o de las elites, en el sentido de minorías innovadoras y no de grupos de privilegiados. Es, además, una historia biológica, relacionada con la alimentación, la sexualidad, la enfermedad, las actitudes con respecto al cuerpo. Se interesa por los acontecimientos de larga duración, por lo que una revolución tiene un carácter de proceso que conmueve estructuras históricas. Las revoluciones estructurales son silenciosas e imperceptibles, como, por ejemplo, las revoluciones neolítica o demográfica.
2.5. New Economic History y cuantitativismo
Si bien la cuantificación de los sucesos históricos comenzó en los años 30 del siglo XX, la defensa de un paradigma cuantitativista para explicar los hechos del pasado humano apareció en Francia y los Estados Unidos en los años 70, se extendió durante los 80 y ha entrado en crisis desde entonces. En la historiografía cuantitativista se pueden distinguir dos tendencias:
La cliometría, la auténtica historia cuantitativa, que matematiza la explicación del pasado mediente la elaboración de modelos cuantitativos. Un ejemplo de esta línea es la “New Economic History”, desarrollada en los años 60 en los Estados Unidos y con aplicación a la historia económica.
La historia estructural-cuantitativista, que utiliza con frecuencia la estadística o la informatización de datos numéricos como complemento o instrumento auxiliar de una explicación histórica puramente verbal y no matematizada. Esta tendencia está muy presente en la tercera generación de la Escuela de los Annales y abarca temas muy variados, generalmente en el ámbito de lo social.
2.6. La crisis de los grandes paradigmas
La crisis de los grandes paradigmas es el nombre de un período de la Historiografía iniciado a finales de la década de los 70 del siglo XX, que se agranda con el hundimiento del socialismo (1989) y conduce a la incertidumbre de los 90, agravada en los inicios del siglo XXI por los efectos de la globalización, la expansión del terrorismo y las consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Frente a los paradigmas de la historia marxista, la historia estructural, el cuantitativismo o la Nouvelle Histoire, ha surgido en los últimos años una reivindicación de la historia narrativa, una vuelta al relato histórico, que no supone una vuelta a los modos de hacer historia del siglo XIX. Este retorno, unido a la inmensa fragmentación que ha experimentado la historiografía en las últimas dos décadas, son síntomas claros de la crisis de la historia analítica como ciencia.
Esta crisis de los grandes modelos historiográficos no supone, en cambio, una pérdida de interés por la Historia. Al contrario, el crecimiento de los problemas políticos a escala global hace mayor la necesidad de información que el conocimiento del pasado proporciona para la comprensión del presente. En esta “era de la incertidumbre” la Historia es necesaria. Este hecho y la creciente demanda de novela histórica revelan la atracción que siente el ser humano por el conocimiento, el estudio y la lectura sobre las raíces históricas de las distintas culturas existentes en el planeta.
La vuelta a la historia narrativa se planteó a finales de los años 70 y comienzos de los 80. Surgió como consecuencia de un debate mantenido en la revista Past and Present entre Lawrence Stone y otros autores, entre los que cabe destacar al marxista Eric Hobsbawm:
Stone comentaba la existencia de un cansancio de la historia sociológico-estructural dominante, en la que se relegaban los factores intelectuales, culturales, religiosos, psicológicos e incluso políticos por un determinismo económico-demográfico en el que la cuantificación tenía un papel relevante. Este cansancio había llevado a un resurgimiento del interés por los factores culturales y políticos o por la historia de las ideas, aunque concebidos de forma muy distinta a los de la historia tradicional del historicismo y el positivismo.
Howsbawm criticó la exposición de Stone, asegurando que los cambios historiográficos producidos no tenían tal importancia y defendiéndose del reduccionismo economicista en que habían caído algunos historiadores marxistas o de la Nouvelle Histoire. Así mismo, afirmó que los marxistas británicos nunca perdieron el interés por los acontecimientos o la cultura y que tampoco aceptaron nunca el determinismo económico que consideraba a la “superestructura” siempre dependiente de la “infraestructura”.
La vuelta a la historia narrativa ha dado paso a la “microhistoria”, en contraposición a los grandes análisis estructurales. De esta manera, han surgido la historia de la vida cotidiana, de la vida privada, o la “nueva historia social de la política”, en la que los dos objetivos básicos son el poder y los hechos que se relacionan con él.
De la crisis de los grandes paradigmas han surgido nuevas formas de hacer historia, que han marcado la historiografía de los últimos 15 años; entre esas nuevas formas historiográficas destacan las siguientes:
La microhistoria. Tiene su origen en Italia, tras la publicación en 1976 por Carlo Ginzburg del libro El queso y los gusanos. El cosmos de un molinero del siglo XVI. Se basa en la reducción de la escala de la observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental. Es más una práctica historiográfica que un paradigma teórico. Las relaciones con la antropología y otras ciencias sociales y su proximidad a la historia local la hacen estar próxima a la creación literaria y la narración.
La nueva historia cultural. Influida por la antropología y la lingüística, incide en el mundo de las “representaciones”. Va más allá de la historia de las mentalidades y la tradicional historia cultural o intelectual. Pretende el estudio de las creencias populares colectivas como objeto etnográfico, lo que se ha llamado el “imaginario colectivo”. En este sentido, sería una especie de antropología histórica, pero que más que describir las prácticas socioculturales del pasado, resalta la manera en que esas formas se representan en la mente de los distintos grupos sociales.
La ciencia histórica socioestructural o historia socioestructural. Es la más renovadora de todas estas nuevas formas de hacer historia. Su máximo representante es Christopher Lloyd, que se inserta dentro de la amplia vía de la historia social. Ligada a la sociología histórica, defiende un estatus “científico” que se niega a las otras dos corrientes señaladas, enmarcadas en el narrativismo. La historia socioestructural pretende descubrir la real estructura oculta de la sociedad, el proceso real del cambio social estructural