Jerome Bruner: dos teorías cognitivas, dos formas de significar, dos enfoques para la enseñanza de la ciencia. Ángela Camargo.

Introducción

La evolución del pensamiento de Jerome Bruner respecto de lo que se entiende por conocimiento y aprendizaje  es  representativa del  debate  teórico  que  la  Psicología  Cognitiva  ha  experimentado  durante  la  segunda  mitad del siglo XX. Este debate se centra en la posición  tomada ante una disyuntiva: si la cognición humana se  explica mediante un modelo de la mente, entonces se es cognitivista;  pero,  si  se  asume  que  la  cognición  es  más bien una construcción sociocultural, entonces se es culturalista.

Habiendo sido inicialmente uno de los representantes más distinguidos de la Psicología del procesamiento de la información, Bruner pasó, años más tarde, a defender con igual convicción y lucidez la explicación sociocultural para la construcción del conocimiento.

Como consecuencia de este viraje particularmente extremo y, especialmente, de su progresiva adhesión a las ideas de Vigotsky (1964) y a la escuela soviética sobre el papel del lenguaje en la construcción de conocimiento, este conocido psicólogo norteamericano ha derivado hacia una solución de compromiso en la que estas dos miradas psicológicas estarían representando dos formas diferentes y no excluyentes de conocer, de pensar y, en  consecuencia, de aprender: el argumento lógico y la narración de historias.

De manera no menos conciliadora y haciendo gala de un pragmatismo típicamente anglosajón, Bruner ha realizado reflexiones esclarecedoras sobre la forma como estas dos perspectivas tan diferentes adquieren aplicabilidad en el ámbito educativo y pedagógico. En efecto, es en la aplicación al contexto educativo donde el trabajo bruneriano ha tenido su mayor difusión e impacto.

Tanto  las  ideas  del  primer  Bruner,  las  del  psicólogo  cognitivista,  como  las  del  segundo  Bruner,  las  del  psicólogo culturalista, han tenido importantes y muy productivas repercusiones  para  el  desarrollo  de  enfoques  pedagógicos y propuestas didácticas específicas.

El  presente  documento  se  propone  hacer  un  seguimiento de los trabajos e ideas de Jerome Bruner respecto de cada uno de estos dos modos de conocer y de representar el conocimiento, seguimiento que servirá de contexto para una reflexión sobre las repercusiones que el pensamiento de Bruner ha tenido para la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias.

La época inicial: hacia un modelo de la mente

Durante los años 50 y como un derivado natural de  sus  investigaciones  experimentales  sobre  el  aprendizaje  de  conceptos,  Bruner  abrazó  con  entusiasmo  la propuesta de la revolución cognitiva en la que el conocimiento humano tiene explicación como un modelo formal de la mente.

A partir de este paradigma, estudiaría  dos temas principales: la representación de la experiencia  y  la  construcción  categorial  para  el  aprendizaje  de conceptos.

Respecto del primero de estos temas, por los años 60, Bruner definiría la representación como “un conjunto de reglas mediante las cuales se puede conservar aquello  experimentado  en  diferentes  acontecimientos”. 

Representar consistiría entonces en guardar en la memoria aspectos de la experiencia, utilizando para ello algún código regido por reglas. En ese momento, el autor realiza una de sus mayores contribuciones al tema, al proponer  la  existencia  de  tres  sistemas  básicos  de  representación presentes en la cognición humana: 1. La representación  enactiva,  o  de  esquemas  motores;  2.  La  representación icónica, mediante imágenes de objetos o eventos, y 3. La representación simbólica, usando sistemas formales como el lenguaje.

Estas  representaciones  son  concebidas  por  Bruner  como  herramientas  que  pueden  ser  manipuladas con  propósitos  definidos,  como  la  solución  a  un  problema  o  la  toma  de  una  decisión.  Se  trata,  eso  sí,  de herramientas  mentales  que  permiten  la  realización  de acciones  u  operaciones  mentales

En  ese  momento  de su vida profesional, Bruner creía fervientemente que el propósito de la psicología era la descripción, lo más detallada  posible,  de  las  características  formales  de  estos sistemas  de  representación,  pues  estos  eran  la  base  de toda operación mental humana:[1]

“… cualquier teoría del desarrollo intelectual  debe  definir  las  operaciones  mentales  mediante un sistema formal y detallado… [sic] … La descripción de lo que hace un niño cuando está pensando en un problema o sobre un problema  también  debe  incluir  un  análisis  lógico  de las operaciones que realiza, tan minucioso como sea posible (Bruner, 1984, p. 120).”

Derivado  de  su  interés  por  el  proceso  que  conduce  a  la  construcción  y  uso  de  representaciones  mentales,  surge  en  el  trabajo  de  este  psicólogo  el  tema  de  las  categorías.  De  acuerdo  con  Bruner,  la  información  que entra al sistema cognitivo se organiza en la forma de clases ya establecidas o por construir. Esta posibilidad de categorizar  la  experiencia  se  encuentra  en  la  base  de  la construcción de conceptos.

Al respecto y con base en una serie ya clásica de experimentos,  Bruner  y  sus  colegas  de  Harvard  proponen  un  modelo  cognitivo  de  aprendizaje  de  conceptos por la vía de la identificación o definición de atributos.

De  acuerdo  con  este  modelo,  aprender  conceptos  implica  un  proceso  estratégico  inductivo  de  formulación sucesiva de hipótesis sobre los atributos que componen una categoría. Las hipótesis se plantean infiriendo atributos comunes a los ejemplares que se consideran parte de  una  categoría. 

Cuando  aparecen  ejemplares  que  no coinciden  con  los  atributos  iniciales  (contraejemplos), las hipótesis se reformulan. En el curso de la experiencia dada por el contacto con ejemplares determinados, el sujeto va construyendo hipótesis que definen el concepto de forma cada vez más precisa.

Tales hipótesis van cambiando a medida que van apareciendo más y más ejemplares del concepto o categoría (Bruner et al., 1956).  Estos trabajos de investigación sobre la construcción de conceptos fueron particularmente interesantes.

En su desarrollo, los sujetos debían construir un concepto artificial (figura(s) geométrica(s) con un diseño específico en una tarjeta) a partir de la observación sucesiva de ejemplares con diferentes atributos (las tarjetas variaban en el número de formas geométricas que contenían, 1, 2 ó 3; tipo de forma, círculos, cuadrados o cruces y diseño de cada forma, en blanco o estriada).

Tales trabajos permitieron identificar diferentes estrategias usadas por los sujetos para la construcción de conceptos, las cuales podían ser consideradas como estrategias usadas por la gente común para adquirir conceptos en su vida diaria (Eysenck  &  Keane,  1992).  Algunas  de  estas  estrategias son:

•    Entre  menos  sean  los  ejemplares  relevantes  para construir el concepto, mejor.

•    Si el concepto se construye antes de agotar todos los ejemplares de la categoría, mejor.

•    Entre menos esfuerzo cognitivo (memoria y procesos inferenciales), mejor.

•    Entre menos hipótesis o ensayos de definición de atributos  previos  a  la  obtención  del  concepto,  mejor.

Desde el punto de vista de Bruner, este aprendizaje no es repentino o súbito; por el contrario, se trata de  un  proceso  cognitivo  analizable  que  lleva  a  nuevos procesos que impulsan la actividad comprobadora (Bruner, 1956).

Para esa época, el interés de Bruner era la posibilidad  de  identificar  principios  formales  universales de  funcionamiento  del  sistema  cognitivo.  Esto  lo  llevó a  trabajar  con  objetos  y  situaciones  cada  vez  más  artificiales. 

Precisamente,  la  principal  crítica  al  trabajo  de Bruner sobre el aprendizaje de conceptos es el hecho de que sus experimentos se hacían con conceptos artificiales,  suponiendo  así  que  las  categorías  y  atributos  de  la experiencia cotidiana operarían de igual forma (Eysenck & Keane, 1992).

Sería  injusto,  sin  embargo,  decir  que  el  modelo bruneriano  de  desarrollo  cognitivo  mediante  procedimientos de construcción de categorías conceptuales no tuvo aplicaciones prácticas directas.

De hecho, los experimentos de Bruner pueden considerarse pioneros de una línea  de  investigación  psicológica  tendiente  a  construir modelos  de  aprendizaje  de  conceptos,  especialmente para  áreas  de  conocimiento  que  operan  con  conceptos puros  o  netos,  tales  como  los  conceptos  propios  de  las Ciencias  Naturales  (por  ejemplo,  Carey,  2000). 

Como veremos más adelante, la mirada inferencial e inductiva del aprendizaje de conceptos propuesta por Bruner tuvo repercusiones muy interesantes en las propuestas sobre enseñanza de las ciencias surgidas en los años 70.

El viraje: la posición culturalista

Durante los años 80, y probablemente como consecuencia  de  sus  trabajos  sobre  el  papel  del  lenguaje  y la  interacción  comunicativa  en  el  desarrollo  cognitivo, Bruner  asume  una  posición  crítica frente  al  paradigma cognitivista. 

En  sus  inicios,  el  psicólogo  de  Harvard había  imaginado  que  este  paradigma  asignaría  especial atención  al  estudio  del  significado,  distinguiéndose  así del esquema explicativo conductista estímulo/respuesta que pretendía reemplazar. Sin embargo, desde su punto de  vista,  el  programa  de  investigación  traicionaría  esta  idea. Dicho en sus palabras:

Muy rápidamente, por ejemplo, el énfasis pasó del  “significado”  a  la  “información”,  de  la  construcción del significado al procesamiento de la información. Estos dos temas son profundamente diferentes.

El  factor  clave  de  este  cambio  fue  la  adopción  de  la computación como metáfora dominante y de la computabilidad como criterio imprescindible de un buen modelo teórico. La información es indiferente respecto al significado. Desde el punto de vista computacional, la información comprende un mensaje que ya ha sido previamente codificado en el sistema. El significado se asigna a los mensajes con antelación. No es el resultado del proceso de computación ni tiene nada que ver con esta última salvo en sentido arbitrario de asignación (Bruner, 1991, p. 24).

Es así como la información resulta siendo un elemento formal que se transforma en otro en el momento en  que  reúne  las  condiciones  para  la  aplicación  de  alguna  regla  de  cómputo.  El  esquema  estímulo-respuesta es reemplazado por el esquema input-output, igualmente asemántico, dándole la espalda al problema fundamental  de  cómo  hacen  los  humanos  para  darle  sentido  al mundo que los rodea (Bruner, 1991, p. 26).

A fin de recuperar lo que considera la verdadera misión  de  la  disciplina  psicológica,  Bruner  plantearía que  para  comprender  a  los  seres  humanos  es  preciso comprender antes la forma cómo sus experiencias y sus actos  están  moldeados  por  sus  intenciones.  Con  esta perspectiva,  el  problema  del  significado  dejaría  de  ser abordado desde la lógica proposicional para ser asumido por la semántica y la pragmática de la enunciación.

De  modo que las diversas formas de conocer y comportarse en  el  mundo  (los  estados  intencionales)  solo  son  comprensibles cuando se las enmarca en un sistema cultural determinado (Bruner, 1991).

El autor abre así la puerta a una nueva forma de investigación psicológica con importantes repercusiones en el ámbito de la educación y la pedagogía. Se trata de una  visión  culturalista  de  la  cognición  en  la  que  la  herencia biológica no dirige la acción o la experiencia del hombre, sino que impone límites salvables mediante instrumentos  culturales. 

Sobre  la  base  de  un  sustrato  biológico común, cada grupo humano construye (¿conoce?) un mundo posible propio y particular, una cultura.

Esta  propuesta  de  aproximación  al  conocimiento se materializa en la llamada “psicología popular”, expuesta por Bruner en su obra Actos de significado, publicada originalmente en inglés en 1990.

De acuerdo con el autor, la “psicología cultural”, “psicología popular” o “psicología  intuitiva”  (folk  psychology)  es  un  sistema  mediante  el  cual  la  gente  organiza  su  experiencia  y  conocimiento relativos al mundo social, y consiste en “…un conjunto  de  descripciones,  más  o  menos  normativas  y más o menos conexas sobre cómo “funcionan” los seres humanos, cómo son nuestra propia mente y las mentes de los demás…” (Bruner, 1990, p. 53).

Uno de los componentes fundamentales de la psicología popular es el conformado por las creencias y deseos característicos del grupo. Al pertenecer a un grupo cultural específico, el sujeto cree que el mundo está organizado de una cierta manera, quiere lograr determinadas cosas en la vida y hay algunas cosas más importantes que otras.

En otras palabras, el entorno cultural guía la construcción del mundo, categorizándolo de una manera determinada y estableciendo sistemas de jerarquías y prioridades particulares.

Este  conjunto  de  creencias  y  deseos  que  caracterizan  un  grupo  cultural  forman  un  conjunto  integrado y coherente de principios canónicos acerca de la forma como  la  vida  ha  de  vivirse. 

Este  sistema  lleva  implícito un  concepto  particular  de  persona  y  una  cierta  forma adecuada de ser, lo cual permite mantener claridades sobre aquello que es posible y aquello que no lo es, aquello que  es  aceptable  y  aquello  que  no  lo  es.  Esto  no  tanto para descalificar lo que se encuentra por fuera de la norma como para saber qué cosas tienen sentido y qué cosas necesitan explicación.

Como se observa, se trata de una concepción constructivista y relativista del conocimiento.  El  individuo  se  encuentra  inmerso  en  un  entorno cultural  que  es  el  que  proporciona  los  elementos  para la aprehensión del mundo, los otros y él mismo. ¿Cómo lo hace?

En este punto, Bruner abandona también la perspectiva  cognitivista  de  un  aprendizaje  por  la  vía  de  la aplicación de estrategias cognitivas para el manejo de la interacción con el mundo. La nueva perspectiva propone a un aprendiz inmerso en un mundo social-cultural y  es  por  la  vía  de  interacción  con  el  otro,  en  especial la interacción comunicativa con el otro, que es posible construir  un  mundo  con  sentido,  es  decir,  aprender (Bruner, 1986).

En su explicación de los mecanismos que permiten  la  construcción  de  sentido,  Bruner  otorga  especial atención al lenguaje hecho discurso y dentro de este al discurso  narrativo

La  narración,  de  acuerdo  con  Bruner,  es  el  instrumento  cultural  que  con  mayor  fuerza  y eficacia  construye  mundos  posibles

Entre  otras  posibilidades, los relatos:                                                           1) Proporcionan marcos o esquemas de conocimiento (creencias, valores, situaciones canónicas y contextos) desde los cuales se puede construir explicaciones del mundo y de la vida;                              2) Proporcionan elementos para establecer empatías por la vía de analogías (relatos metafóricos, metonímicos, alegorías, apologías), lo  cual  permite  relacionarse  con  otros  compartiendo subjetividades;  y                                                                                  3)  Indican  contextos  y  circunstancias que permiten construir sentidos mediante la interpretación de intenciones.

Así las cosas, ¿dónde caben las formas de conocimiento no espontáneo? ¿Cómo entender las construcciones cognitivas surgidas, ya no de la cotidianidad, sino de la  búsqueda  sistemática  y  deliberada  de  conocimiento?

Bruner responde a estas preguntas proponiendo modalidades alternativas de pensamiento.

La síntesis: dos formas de significar

Al contrario de lo que pudiera pensarse, el cambio radical de convicciones teóricas observado en el trabajo de Bruner no supuso una negación total de sus planteamientos iniciales. Podría decirse que lo construido por el  psicólogo  en  su  etapa  cognitivista  sufrió  un  proceso de resignificación para convertirse, ya no en una explicación del proceso de conocer, sino en una modalidad de aproximación al conocimiento, no única, pero sí posible e incluso, en algunos casos, necesaria.

Es  posible  entonces  identificar  dos  modalidades de pensamiento:

“Hay  dos  modalidades  de  funcionamiento cognitivo, dos modalidades de pensamiento, y cada  una  de  ellas  brinda  modos  característicos de ordenar la experiencia, de construir la realidad. Las dos (si bien son complementarias) son irreductibles entre sí. Los intentos de reducir una modalidad a la otra o de ignorar una a expensas de la otra hacen perder inevitablemente la rica diversidad que encierra el pensamiento.” (Bruner, 1986, 2004, p. 23).

Como se infiere de sus palabras, las ideas de Bruner derivaron hacia un modelo de la cognición humana en  la  que  estas  dos  posturas  psicológicas  podrían  estar representando dos formas diferentes y no excluyentes de conocer y, en consecuencia, de aprender: el pensamiento  lógico  y  el  pensamiento  narrativo

Bruner  propone, siguiendo  la  perspectiva  sociodiscursiva  (Bajtín,  1984), que  cada  una  de  estas  formas  de  conocer  tiene  su  correspondiente  organización  enunciativa:  el  argumento  lógico y la narración de historias, respectivamente.

El pensamiento lógico.

El discurso de las ciencias

De acuerdo con Bruner (1986), existe una modalidad de construcción de conocimiento y representación de la realidad que configura lo que se conoce como pensamiento  lógico-científico.  Se  trata  de  una  modalidad paradigmática  de  organización  del  conocimiento  mediante  categorías  o  conceptos  y  sus  relaciones  lógicas.

Esta  forma  de  pensamiento  se  ocupa  de  la  explicación causal de los objetos y eventos del mundo y emplea procedimientos para su verificación empírica. En su intento por alcanzar la verdad de los hechos, esta modalidad cognitiva opera con un discurso argumentativo regulado por  principios  de  coherencia  y  no  contradicciónEs  el discurso de las ciencias.

¿Cómo  es  este  discurso  de  las  ciencias?  Sobre  la base  del  análisis  que  hace  Bruner  (1986)  de  la  modalidad paradigmática o científica de pensamiento, pueden identificarse  algunas  características  definitorias  del  discurso que lo expresa:

En  primer  lugar,  el  discurso  científico  consta  de sistemas de enunciados en los que se establecen relaciones de significado entre categorías o conceptos abstractos, a fin de crear sistemas formales –teorías– que describen  y  explican  el  mundo  objetivo. 

Para  este  propósito, resulta especialmente importante el uso de expresiones léxicas con significado neto y con relaciones semánticas claras y fijas, de manera tal que incluso se construyen extensos diccionarios de términos científicos de gran nivel de especialización según la ciencia de que se trate.

En términos generales, una secuencia discursiva paradigmática permitiría  ir  introduciendo,  paso  a  paso,  una  realidad referida, como si se tratara de un muestrario de clases y subclases de objetos, eventos o sucesos, congelados en el tiempo y con semejanzas y diferencias diáfanas entre sí.

Una  segunda  característica  del  pensamiento  paradigmático  es  que  tiene  como  propósito  fundamental mostrar las causas generales que determinan los fenómenos de un mundo que se supone objetivo. Utiliza para ello procedimientos que permiten verificar la verdad empírica de estas explicaciones científicas.

En consonancia con lo anterior, el discurso científico formula hipótesis y principios generales (leyes) y los discute y analiza estableciendo  secuencias  lógicas  entre  enunciados,  secuencias regidas por principios de coherencia absoluta y no contradicción.

Tal y como lo afirma el psicólogo de Harvard:

“La  aplicación  imaginativa  de  la  modalidad  paradigmática  da  como  resultado  una teoría  sólida,  un  análisis  preciso,  una  prueba lógica,  argumentaciones  firmes  y  descubrimientos  empíricos  guiados  por  hipótesis  razonadas.” (Bruner, 1986, p.  25)

El  discurrir científico  se  presenta  entonces  en  la forma  de  una  estructura  argumentativa  (Suppe,  1998), ya sea de tipo inductivo, en la que una serie de eventos o fenómenos es discutida para confluir en algún modelo teórico que la explique; o de tipo deductivo, cuando un planteamiento teórico general es evaluado respecto de su capacidad para explicar eventos o fenómenos concretos.

Así, una explicación científica corresponde generalmente a una secuencia enunciativa que establece relaciones lógicas entre sus enunciados de manera tal que ellos dan cuenta  de  las  causas  o  razones  de  la  ocurrencia  de  un fenómeno  o  evento  del  mundo  objetivo.  La  estructura más  típica  de  una  explicación  científica  es  la  de  un  argumento deductivo válido cuya conclusión es el evento que se explica.

Un  tercer  y  último  rasgo  descriptor  del  discurso científico consiste en que este construye una representación de un mundo objetivo que se supone invariable e intocado por las intenciones o los conflictos humanos.

En su afán explicativo, la lógica científica despoja los objetos y eventos del mundo de todo trazo de circunstancias. El discurso científico se construye entonces de una manera absoluta, atemporal, impersonal y universal. La realidad  se  formaliza  mediante  expresiones  lo  más  precisas, literales y formales posibles[2].

Asociado con lo anterior, Soto (2004) plantea que el discurso científico, al cumplir  funciones  eminentemente  transaccionales  (informativas) y no interaccionales, elimina todo elemento accesorio en la presentación de la información o de toda expresión  que  permita  establecer  alguna  forma  de  relación con el interlocutor. Ello trae como consecuencia un discurso conceptualmente complejo e informativamente muy compacto, es decir, muchos conceptos y relaciones en secuencias de enunciados relativamente breves.

Como se observa, los rasgos que describen el discurso científico no se distancian mucho de las características que definen el proceso de investigación científica.

Recordemos  aquí  que  una  de  las  preocupaciones  primordiales  del  Bruner  de  la  época  cognitivista  era  identificar aquellos procesos y estrategias que conducen a la construcción  de  conocimiento  científico.  La  conexión es  clara  y  deliberada.  Para  aquel  Bruner,  saber  ciencia era saber hacer ciencia y esta idea está en la base de su propuesta de aprendizaje por descubrimiento, de la cual se hablará más adelante.

El pensamiento narrativo. Discurso y conocimiento

En contraste con el pensamiento lógico-científico, que, como vimos, busca verdades universales e inmanentes, el pensamiento de la vida cotidiana tiene su hábitat principal en las idiosincrasias, las particularidades y las especificidades  que  definen  una  cultura  concreta

Ha sido la investigación en antropología cultural la que ha otorgado  claridad  a  esta  propuesta  de  relativismo  intelectual, en especial para lo que tiene que ver con la consideración  de  aquello  que  es  real,  verdadero  o  posible.

Desde esta forma de pensamiento, el significado asignado  a  algún  objeto,  evento  o  persona  está  mediado  por la cultura. Así, cuando se cambia el contexto simbólico, también se cambia el sentido de todo.

Para Bruner, entonces, el pensamiento de la cotidianidad tiene su expresión simbólica directa en la modalidad narrativa de organización de la experiencia.

Los relatos o narraciones tratan de sucesos, estados mentales o  acontecimientos  en  los  que  los  seres  humanos  participan  como  personajes  actores  de  una  trama  que  sigue una  secuencia  temporal  claramente  identificable. 

En esta forma de pensamiento las causalidades están dadas, ya no por leyes universales fácilmente formalizables mediante el lenguaje matemático, sino por las intenciones únicas e irrepetibles presentes en la vida interior de las personas; intenciones que nos son reveladas de manera directa (relatos en los que seguimos el curso del pensamiento de uno o más personajes) o insinuadas por la vía de sus actos.

En esta medida, en contraste con el pensamiento lógico-científico, lo que interesa sobre cualquier otra cosa es el sujeto y su circunstancia. Es en este juego de subjetividades que aprendemos a ser personas pertenecientes a una cultura.

Algunas características que Bruner (1990) asigna a las narraciones son las siguientes:

•    Son fácticamente indiferentes. Las narraciones pueden  ser  reales  o  imaginarias  sin  menoscabo  de  su poder  comunicativo  o  cognitivo.  Lo  que  sí  deben ser es verosímiles, es decir, deben seguir los principios canónicos de aquello que podría tener sentido en un contexto dado. Las narraciones están a medio camino  entre  lo  real  y  lo  imaginario.  Lo  suficientemente  reales  como  para  permitir  alguna  forma de  identificación  y  lo  suficientemente  imaginarias como para no resultar amenazantes.

•    Establecen  vínculos  entre  lo  excepcional  y  lo  corriente. Los relatos poseen recursos para hacer que lo  inusual  resulte  comprensible.  La  psicología  popular  construye  procedimientos  de  interpretación para  que  aquellas  cosas  aparentemente  incoherentes  adquieran  sentido  pleno.  Las  (buenas  o  malas) intenciones de los personajes en la trama, las casualidades del destino o incluso los poderes mágicos de alguien o algo son formas válidas de explicación de lo que ocurre.

•    Poseen un carácter dramático. Los relatos plantean problemas que generalmente tienen la forma de un desequilibrio  en  alguno  de  los  elementos  que  los componen: algún actor de la trama toma una decisión insospechada, ocurre algún evento inesperado que  cambia  un  estado  de  cosas,  el  logro  de  algún propósito requiere superar obstáculos no previstos, etc. Este desequilibrio tiene que ver con la desaparición de las condiciones “normales” de existencia, para un sistema cultural dado.

Esencialmente, lo que Bruner hace al caracterizar la modalidad de pensamiento espontáneo o intuitivo es asignarle a esta un estatus que nunca antes había logrado en la investigación psicológica sobre el conocimiento humano.

Con su reivindicación de una manera situada, contextualizada  y  subjetiva  de  darle  sentido  al  mundo, relieva y exalta este conocimiento cotidiano, el cual tiene el  mismo  “derecho”  de  existencia  que  el  conocimiento académico.

Así, el conocimiento científico se relativiza, asociándolo  a  un  sistema  de  creencias  y  valores,  a  una manera  de  entender  el  mundo  y  a  una  comunidad  de personas. Como veremos más adelante, esta reacomodación social cultural de la forma científica de pensar, tiene grandes repercusiones para la enseñanza de las ciencias.

Los ecos: dos enfoques para la enseñanza de las ciencias

Hasta  el  momento  hemos  intentado  mostrar  el desarrollo de la investigación psicológica de Bruner respecto  del  conocimiento  y  su  aprendizaje,  a  lo  largo  de su extensa carrera como experto en el tema. Asimismo, hemos  presentado  la  solución  por  la  que  el  psicólogo cognitivo opta al verse frente a dos paradigmas de explicación cognitiva con similares desarrollos conceptuales y empíricos: propone en este caso la presencia en el sujeto de  dos  modalidades  de  pensamiento  complementarias para asignarle sentido a las experiencias humanas.

Como es característico del trabajo de Bruner, sus planteamientos  psicológicos  son  llevados  al  ámbito  de la escuela en la forma de reflexiones sobre el deber ser de la institución educativa y de propuestas pedagógicas e investigativas consecuentes con las claridades logradas sobre el proceso de aprendizaje.

De modo que, en cada una de sus etapas como psicólogo del conocimiento, este autor ha propuesto ideas y procedimientos muy claros y específicos sobre la forma como la enseñanza debe asumir sus teorías sobre el aprendizaje.

En  concreto,  para  lo  que  corresponde  al  aprendizaje de las ciencias, Bruner ha esbozado dos modelos educativos  de  grandes  repercusiones,  cada  uno  en  su momento, y con un muy importante desarrollo investigativo: la enseñanza-aprendizaje de las ciencias por descubrimiento  y  la  enseñanza-aprendizaje  de  las  ciencias como un proceso de enculturación.

El constructivismo cognitivista: El aprendizaje por descubrimiento

Durante los años 60 y 70, Bruner asesoró a la National  Science  Foundation en  la  realización  de  proyectos  curriculares  de  educación  en  ciencias  para  el  sistema educativo  estadounidense. 

Esta  asesoría  tuvo  como  resultado  la  formulación  del  enfoque  de  aprendizaje  de las  ciencias  por  descubrimiento.  Bruner  creía  en  aquel tiempo  que  el  propósito  de  la  educación  debía  ser  el desarrollo intelectual y que el currículo científico debía favorecer el desarrollo de habilidades para la resolución de problemas, a través de la investigación y el descubrimiento (Wood, Bruner & Ross, 1976).

En consecuencia, apoyó  y  aportó  al  desarrollo  de  formas  de  enseñar  las ciencias en las que se incentivara a los estudiantes a utilizar su intuición, su imaginación y su creatividad para lidiar con situaciones científicamente problemáticas.

En correspondencia  con  su  modelo  de  desarrollo  conceptual, Bruner opinaba que el aprendizaje escolar debería ocurrir  mediante  razonamientos  inductivos,  partiendo de situaciones, casos o ejemplos específicos hasta llegar a los principios generales subyacentes.

Para la época, esta propuesta representaba un viraje  importante  frente  a  una  enseñanza  científica  que hasta el momento había estado centrada en la memorización de hechos y datos consignados en libros de texto.

Se proponía en cambio centrar la atención en el proceso de construcción del conocimiento científico más que en los resultados del mismo. Los objetivos de la enseñanza pasaron de la transmisión de información a la creación de  condiciones  para  el  desarrollo  de  habilidades  de  indagación científica (Shymansky, Hedges & Woodworth, 1983).

El  cambio  hacia  un  enfoque  esencialmente  activo  caló  rápidamente  entre  la  comunidad  educativa  y comenzaron a surgir gran cantidad de propuestas didácticas afines. Es la época de la aparición del laboratorio escolar, concebido como el entorno más adecuado para el desarrollo del razonamiento inductivo, la forma lógica que  está  en  la  base  del  aprendizaje  por  casosel  aprendizaje por simulación o el aprendizaje por resolución de problemas, entre otros (Bredderman, 1983).

El  paso  al  constructivismo  en  enseñanza  de  las ciencias,  promovido  por  Bruner,  significó  también  un cambio en el rol asignado a estudiantes y profesores en el  proceso  educativo.  A  fin  de  lograr  su  aprendizaje,  el estudiante no puede simplemente sentarse a escuchar a su profesor, leer su libro de texto y responder preguntas.

El  enfoque  constructivista  supone  que  el  aprendiz  asuma el papel del científico, explore y observe la realidad, haga preguntas sobre la misma, experimente y resuelva problemas. Se espera que esta postura, activa frente a su propio  aprendizaje,  potencialice  las  capacidades  creativas e inferenciales, promueva la autonomía y fomente el interés por la ciencia y sus procedimientos.

El profesor, por su parte, deja de ser el poseedor exclusivo del conocimiento para convertirse en el facilitador  de  un  proceso  de  descubrimiento  llevado  a  cabo por el estudiante, bajo su guía. Para Bruner y sus colegas (1976), el profesor debía cumplir las funciones de tutor de  un  proceso  de  construcción  de  conocimiento  en  el que se pretende ir más allá de las capacidades ya presentes en el estudiante.

Se trata básicamente de la aplicación del concepto de andamiaje (scaffolding) que Bruner había propuesto para el proceso de desarrollo del lenguaje[3].

En este caso, se convierte en una andamiaje conceptual en el que la interacción comunicativa entre el profesor y sus estudiantes permite el avance cognitivo de los segundos, sin trasladar nunca la responsabilidad del aprendizaje al primero.

En su famoso estudio sobre el papel del acompañamiento en la resolución de problemas Wood, Bruner y Ross (1976: 98) plantean que las funciones del profesor-tutor en el proceso de aprendizaje serían cinco: 1) La de “reclutador”, es decir, proveedor del elemento motivador para que el aprendizaje ocurra, 2) La de simplificador  de  la  tarea,  de  manera  que  el  aprendizaje  ocurra pausadamente  sin  salirse  de  los  límites  de  las  posibilidades  de  desarrollo  de  una  capacidad  en  un  momento dado, 3) La de focalizador de objetivos, a fin de que las actividades  que  se  realicen  tengan  todas  algún  sentido para el aprendizaje que se desea lograr y se ignoren caminos distractores o inútiles, 4) La de resaltador de puntos clave, con el propósito de que el estudiante comience a discriminar entre los elementos relevantes y los elementos irrelevantes en la realización de una tarea, la resolución  de  un  problema  o  la  toma  de  decisiones,  y  5)  La de modelizador, es decir, proveedor de modelos para la realización de tareas, razonamientos, análisis, etc…[4]

La perspectiva de aprendizaje por descubrimiento ha redundado en importantes y valiosos desarrollos para la pedagogía y la didáctica de las ciencias. Sin embargo, también ha recibido grandes críticas respecto de su eficacia real para el logro de aprendizajes verdaderamente significativos.

El primer gran defecto que se le atribuye a este enfoque es que se ignora el hecho de que los estudiantes carecen de los conocimientos previos necesarios para poder construir las hipótesis o desarrollar las inferencias que se esperan de ellos. Así, se busca que el estudiante actúe como un científico a pesar de que no tiene ni la experiencia ni los conocimientos previos necesarios para hacerlo.

El segundo defecto que se le imputa es que se trata de una orientación demasiado activista e instrumentalista. Así, se espera que manipulando objetos, reproduciendo experimentos o siguiendo las instrucciones de las guías de trabajo, el estudiante no solo desarrolle sus  habilidades  cognitivas  operatorias,  sino  que  le  encuentre sentido y satisfacción personal al proceso.

La  mayoría  de  los  detractores  del  enfoque  de aprendizaje por descubrimiento pertenece al movimiento del aprendizaje significativo, que acentúa la necesidad de  construir  sobre  una  base  semántica  ya  presente  en el  estudiante  (sus  conocimientos  previos)  y  defiende  el aprendizaje por recepción (por ejemplo, Ausubel, 2000).

En general, las críticas al enfoque provienen de planteamientos alrededor de una cognición humana situada, en la que la forma del conocimiento se encuentra en directa conexión con su contenido. En este sentido, enseñar a  pensar  científicamente  supondría,  necesariamente, enseñar las formas, los contenidos y los entornos en los cuales estas formas y contenidos adquieren relevancia y validez.

Esta es precisamente la perspectiva a la que adhirió Bruner en lo que podríamos llamar su viraje hacia el  culturalismo: el  proceso  de  aprendizaje  por  enculturación.

Una mirada culturalista a la enseñanza de las ciencias

A  primera  vista,  la  única  conclusión  posible  de la  perspectiva  culturalista  discursiva  para  la  educación científica sería que la cognición espontánea, aquella con la  que  llegan  los  estudiantes  a  las  aulas  de  clase,  es  el obstáculo contra el que es necesario luchar, a fin de que ellos  logren  construir  conceptos  propiamente  científicos.

Sin embargo, este no es el propósito de Bruner para lo que respecta a la enseñanza en general o la enseñanza de  las  ciencias  en  particular.  En  uno  de  sus  libros  más recientes, titulado Educación, puerta de la cultura, Bruner (1997)  envía  una  serie  de  mensajes  sobre  lo  que  una visión  sociocultural  de  la  cognición  implicaría  para  la educación.

Un  primer  mensaje  del  culturalismo  para  la  pedagogía  escolar  radica  en  que  todo  conocimiento  es una  construcción  cognitiva  con  diversos  niveles  de  validación  social  y  cultural

Reconocer  la  presencia  de múltiples  formas  de  construir  “realidades”  conduce  a reubicar saberes tradicionalmente hegemónicos como el conocimiento científico o el dogma religioso y ponerlos en igualdad de condiciones (socioculturales) con formas de  conocer  menos  elitistas  o  poderosas,  tales  como  el saber  cotidiano  o  el  pensamiento  animista-mágico

En un  contexto  educativo,  en  donde  casi  que  lo  único  seguro  es  que  muchas  y  muy  diversas  formas  de  conocer circulan  y  se  entrecruzan  en  la  mente  de  los  alumnos, distinciones claves como la de conocimiento científico, conocimiento escolar (o ciencia escolar) y conocimiento espontáneo, no solo son importantes, sino necesarias.

Un  derivado  de  esta  relativización  del  conocimiento y su multiplicación en dimensiones de realidad todas igualmente válidas, pero al tiempo todas limitadas de acuerdo con parámetros de adecuación, relevancia o potencial  de  aplicación,  es  la  propuesta  de  una  mirada interpretativa a la realidad y sus discursos.

No basta con percibir  la  “realidad”  y  luego  representarla  de  maneras cada vez más generales. Es necesario interpretar esa “realidad”  desde  el  punto  de  vista  de  quién  la  construyó, para qué la construyó, por qué la construyó, qué o quién le  asignó  validez  y  cuáles  serían  otras  formas  de  representar  eso  mismo. 

Se  trata  entonces  de  asumir  la  perspectiva  hermenéutica  en  el  contexto  pedagógico.  Las actuales  intuiciones  de  las  pedagogías  críticas  estarían intentando  poner  en  práctica  esta  visión  relativista  del conocimiento.

Finalmente,  la  perspectiva  culturalista,  dada  la importancia que le asigna al entorno como fuente desde la cual se construye el conocimiento, aboga por la interacción social comunicativa como mecanismo principal en el aprendizaje. Adquieren relevancia aquí los planteamientos de Vigotsky y su concepto de mediación semítica (verbal) en el aprendizaje.

En este caso, el reto para las  pedagogías  es  encontrar  fórmulas  que  permitan  la construcción conjunta de conocimientos culturalmente relevantes sobre la base de una interacción comunicativa altamente significativa para todos y cada uno de los participantes.

Ahora bien, atendiendo a estos tres mensajes brunerianos para una educación que asuma el compromiso culturalista, es posible identificar algunos derroteros que la investigación sobre enseñanza de las ciencias está configurando y aplicando en los últimos tiempos:

En  primer  lugar,  es  posible  encontrar  toda  una línea de investigación en enseñanza de las ciencias que busca identificar ideas previas, preconceptos, ideas intuitivas, representaciones, marcos conceptuales, esquemas o conceptos alternativos, y, en general, todas las formas del pensamiento espontáneo de los estudiantes sobre contenidos considerados típicamente científicos y, a partir de ellos, desarrollar estrategias didácticas para convivir con estas formas de pensamiento en el aula de clase, al tiempo que se busca la construcción de conceptos científicos.

Un ejemplo de este tipo de trabajos es el realizado por Susan Carey sobre el concepto espontáneo de los niños acerca de lo vivo (Carey, 1992). El reconocimiento y el respeto por formas de pensamiento no científicas en el aula de clase, otorga al estudiante un estatus de interlocutor  válido  en  las  discusiones  sobre  temas  científicos.

Suscribiéndose  a  esta  idea,  algunos  investigadores  han  comenzado  a  trabajar  aspectos  como  la  construcción  y el mantenimiento de un entorno que tome en cuenta la intersubjetividad en las interacciones comunicativas que suceden en la clase de Ciencias Naturales (Mortimer & Wertsch, 2003).

Por otra parte, respecto de la consideración de que toda forma de conocimiento es “portado” por alguien y tiene una dimensión intencional que es necesario reconocer  e  interpretar,  es  posible  identificar  dos  líneas  de investigación que responden a este hecho.

En primer lugar, está toda una corriente de pensamiento pedagógico alrededor de las concepciones y creencias de profesores y estudiantes de ciencias respecto de las ciencias mismas, de sus roles en la situación pedagógica y del papel de la ciencia  y  la  educación  científica  para  los  diversos  contextos  educativos  y  sociales. 

Un  ejemplo  de  esta  línea de  trabajos  es  el  ofrecido  por  Reyes,  Salcedo  y  Perafán (2001) respecto de las creencias de los profesores bogotanos de Biología y Ciencias Naturales sobre la ciencia y otros conceptos afines a la profesión docente como los de evaluación, cambio y objetividad.

En segundo lugar, encontramos  una  serie  de  propuestas  de  enseñanza  de las ciencias que aboga por una contextualización del conocimiento científico, a fin de proporcionar al estudiante los medios y los criterios para comprender el por qué y el para qué de ciertos desarrollos científicos, su razón de ser en términos sociales, económicos e incluso políticos y las consecuencias de su aplicación tecnológica en entornos  específicos. 

El  enfoque  Ciencia,  Tecnología  y Sociedad  para  la  educación  en  ciencias  apunta  en  esta dirección,  abogando  por  una  educación  científica  que contribuya  a  la  formación  de  ciudadanos  éticamente comprometidos con el futuro de las sociedades y del planeta (Gil & Vilches, 2004).

Un  último  programa  de  trabajo,  que  se  encuentra  en  estrecha  conexión  con  las  propuestas  culturalistas  de  Bruner,  es  el  relacionado  con  el  discurso  de  las ciencias y su presencia en el aula de clase. Como se ha visto,  esta  forma  discursiva  entra  en  directa  oposición con  las  secuencias  enunciativas  narrativas,  propias  del pensamiento  cotidiano. 

Así  visto,  un  buen  número  de trabajos de investigación ha propuesto un enfoque para el aprendizaje de las ciencias en el que enseñar ciencias corresponde básicamente enseñar a hablar ciencias (Lemke, 1997; Nussbaum & Tusson, 2006).

Desde un punto de vista discursivo, esto supone no solo trabajar con el  vocabulario  prototípico  de  cada  disciplina  científica sino,  especialmente,  desarrollar  competencias  para  la comprensión  y  expresión  de  esta  manera  particular  de representar  y  organizar  la  realidad  objetiva. 

Conectado con estas propuestas, otros trabajos de investigación han centrado su atención en el discurso presente en el aula de clase, el discurso del profesor y su relación con el discurso de las ciencias (Christie, 2002).

Aspectos como la hibridización del discurso, la incorporación de un componente de modalización (emoción) ajeno al texto científico y conexiones frecuentes con elementos discursivos narrativos  para  relacionar  los  temas  con  asuntos  de  la cotidianidad  son  algunos  de  los  rasgos  propios  de  un discurso  pedagógico  que  busca  la  comprensión  de  los fenómenos desde un punto de vista científico más que la formación de científicos en ciernes (Hanraham, 2005).

¿Una síntesis en el plano educativo?

A lo largo de este trabajo se ha intentado presentar a dos Bruner. El primer Bruner, el cognitivista, es un psicólogo del procesamiento de la información a quien le debemos uno de los modelos más sólidos y relevantes de desarrollo cognitivo y lingüístico humanos.

El segundo  Bruner,  el  culturalista,  es  un  psicólogo  del  sentido  común que elevó el pensamiento cotidiano a niveles dignos de análisis y estudio serio y productivo.

Uno de los aspectos más valiosos del proceso intelectual vivido por este pensador ha sido su capacidad para salvar una gran brecha teórica, representada en presupuestos,  explicaciones  y  aplicaciones  prácticamente opuestos,  a  fin  de  proponer  un  sistema  plural  para  la expresión de la cognición humana con dos modalidades de pensamiento.

Dos teorías sobre el desarrollo cognitivo se convierten así en dos formas de pensar, cada una tan particular como necesaria.

Sin  pretender  haber  sido  exhaustivos,  este  trabajo  ha  intentado  igualmente  presentar  un  panorama  de las  formas  como  las  ideas  de  Bruner  han  permeado  el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje de las ciencias.

En  un  primer  momento,  con  el  desarrollo  de  diversas versiones de aprendizaje por descubrimiento y posteriormente como inspirador de los enfoques que conciben el aprendizaje de las ciencias como un proceso de enculturación.

Mirados en perspectiva, y tal y como ocurría con los  enfoques  psicológicos  sobre  la  cognición  humana, el  aprendizaje  por  descubrimiento  y  el  aprendizaje  por enculturación  parecieran  perspectivas  mutuamente  excluyentes.  ¿Cabría  también  aquí  una  propuesta  de  síntesis  de  opuestos  para  las  dos  posturas  expuestas  para el  ámbito  de  la  enseñanza  de  las  ciencias?  ¿Qué  podría decirse al respecto?

De la postura del aprendizaje de las ciencias por descubrimiento podría decirse a su favor, que resulta respetuosa del nivel de desarrollo cognitivo del estudiante, que  favorece  un  desarrollo  intelectual  que  va  más  allá de  contenidos  específicamente  científicos  y  que,  bajo condiciones favorables, forma hacia la invención, la curiosidad  intelectual  y  el  empuje  por  obtener  respuestas y  alcanzar  metas

En  su  contra  caben  también  muchas críticas. El desarrollo cognitivo que busca no considera los  conocimientos  que  el  estudiante  ya  posee;  establece  jerarquías  arbitrarias  entre  formas  de  conocimiento y presupone sistemas de valores que no tienen por qué ser universales.

Por  su  parte,  del  enfoque  de  aprendizaje  de  las ciencias  por  enculturación  podría  decirse  que  es  respetuoso  con  la  construcción  de  realidad  con  la  que  el estudiante  llega  al  aula,  que  favorece  un  pensamiento reflexivo y crítico respecto de la actividad científica, sus productos y sus aplicaciones y que, en situaciones ideales, forma ciudadanos capaces de producir y comprender el discurso científico, de avizorar las consecuencias positivas y negativas de las aplicaciones tecnológicas del desarrollo científico y de actuar responsable y comprometidamente frente a ellas.

En su contra hay también algo  que  decir.  Asigna  una  carga  fuerte  sobre  el  estudiante, quien no solo debe entender el mundo de lo científico, sino  construir  una  opinión  fundamentada  sobre  este; desdibuja  la  noción  misma  de  conocimiento  científico  al despojarlo de sus pretensiones de universalidad y objetividad y mezcla perspectivas y visiones de mundo de  maneras confusas, poco productivas e incluso desestructuradas.

Como  se  observa,  a  cada  una  de  estas  perspectivas de enseñanza y aprendizaje de las ciencias es posible  atribuirle  logros  y  endilgarle  fracasos.  Cada  una  tiene  grandes  defensores,  así  como  grandes  detractores.  Sin  duda cada una alude a un perfil de estudiante bastante  característico.

Mientras el aprendizaje por descubrimiento favorecería a un estudiante autónomo en sus procesos de pensamiento, con disposición para el manejo de sistemas formales de representación del conocimiento y con un  gusto  especial  por  proponer  explicaciones  teóricas para fenómenos de su entorno, el aprendizaje por enculturación favorecería a un estudiante heterónomo en su  forma de construir conocimiento, con disposición para  ilustrar y contextualizar ideas por medio de situaciones  particulares y dado a buscar todas las relaciones e implicaciones posibles de un hecho o su explicación.

Mirados así, estos dos enfoques de enseñanza de las ciencias podrían corresponder a dos formas de aprender ciencias, cada una igualmente válida puesto que responde a una cierta forma de ser estudiante. Tal vez aquí sea  posible  también  seguir  el  ejemplo  de  Bruner  y,  en vez de hablar de enfoques opuestos, pueda hablarse de estilos de enseñanza y estilos de aprendizaje.

La síntesis tendría entonces la forma de un gran sistema de aproximación a la ciencia en el que, al tiempo que habría estudiantes  con  disposición  y  ánimo  para  convertirse  en grandes  científicos,  también  habrá  estudiantes  con  disposición y ánimo para convertirse en actores capaces de  darle al conocimiento científico un sitio en la sociedad.

Un  síntesis  educativa  así  podría  alcanzar  los  ideales  de  efectividad e inclusión que todos buscamos para la enseñanza de las ciencias.

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[1] De hecho, Bruner planteaba por esa época que el desarrollo cognitivo del niño podía rastrearse observando en él la evolución de estos instrumentos  cognitivos.  En  sus  estudios  sobre  el  “crecimiento”  de  la  cognición (cognitive growth), Bruner et al. (1966) encuentran que luego de un periodo de maduración de la representación enactiva, el niño es capaz de reemplazar el movimiento por una imagen del objeto con el que está operando. Surge entonces la representación icónica, la cual abre la puerta, después del primer año de vida, a la representación simbólica. Esta última constituye la forma de representación más compleja y sofisticada, que da lugar al desarrollo del lenguaje. El papel del lenguaje en el desarrollo cognitivo es uno de los temas que más ha inquietado a este pensador de la cognición humana. En una interesante conexión con sus posteriores búsquedas culturalistas, Bruner planteaba que existen mecanismos culturales destinados a amplificar el potencial cognitivo de cada uno de estos sistemas de representación. Así, por ejemplo, la rueda puede considerarse una estrategia cultural para amplificar la capacidad motriz o enactiva  humana. De la misma forma, instrumentos como los anteojos ampliarían  las capacidades sensoriales o icónicas y los sistemas formales abstractos, como los números o los lenguajes computacionales, ampliarían el potencial simbólico natural en el individuo (Bruner, 1984).

[2] En este sentido, el lenguaje matemático sería el más adecuado para plasmar el pensamiento paradigmático.

[3]  Durante  buena  parte  de  los  años  70,  el  trabajo  de  Bruner  se  concentró  en  la  explicación  de  los  procesos  por  medio  de  los  cuales  ocurre  la transferencia comunicativa y la forma como los niños adquieren y usan su  lengua  materna.  En  este  contexto,  el  autor  propuso  la  existencia  de un sistema de apoyo para la adquisición del lenguaje que consiste en un proceso de interacción comunicativa entre las personas adultas y el niño, el  cual  permite  crear  un  mundo  en  el  que  el  niño  entra.  Así,  Bruner propone el concepto de “andamiaje”, como un proceso de transferencia de  habilidades,  en  el  que  el  adulto  apoya  al  niño  en  el  aprendizaje.  Al principio el apoyo es grande y poco a poco va retirando su control sobre el proceso hasta que el niño logra el aprendizaje (Bruner, 1978).

[4] La noción de andamiaje conceptual posee claros vínculos teóricos con una perspectiva psicológica que toma muy en cuenta el papel de la interacción social en el proceso de aprendizaje. Esta es otra de las afinidades entre el pensamiento de Bruner y la escuela socioconstructivista soviética, en esta ocasión representada por Vigotsky, e ideas sobre el papel del lenguaje en el aprendizaje.

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