José Alberto Álvarez Febles: patriota, amigo y hermano
Marcia Rivera Marcia Rivera Publicado: 24 de octubre de 2017
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In memoriam
Mucho se ha hablado del destrozo de la infraestructura material que dejó a su paso el huracán María en Puerto Rico, pero poco del devastador impacto que ha tenido éste en las personas. Las cifras de muertes relacionadas al huracán están significativamente subestimadas y en su momento debemos reclamar mejor acopio de datos. Con terrible dolor debo reconocer que varios amigos y conocidos míos fueron víctimas directas de la situación, bien fuera por el tremendo impacto emocional que causaron los vientos y la destrucción física de viviendas y comunidades o por el colapso de las comunicaciones que impidieron que la ayuda urgente que necesitaban llegara a tiempo. Este es el caso de dos queridos amigos y luchadores independentistas, Salvador Rosa, que murió de un infarto al no poder ser trasladado al Hospital Cardiovascular el día después del huracán, y el del hermano que me regaló la vida, José Alberto Álvarez Febles. Ya he escrito una nota sobre Salvador y ahora me corresponde intentar volcar mi enorme dolor por la muerte José Alberto en una celebración de su vida, de sus luchas, sus pasiones y de las ilusiones compartidas desde que éramos adolescentes.
Conocí a José Alberto siendo yo estudiante de secundaria en la UHS y él alumno de San Ignacio. Muy pronto sus amigos se hicieron mis amigos – Luis Torres, Tito Tió, Rafi Ortiz Carrión, Manuel Martín, y mis amigas y amigos se incorporaron a los suyos. Como los adolescentes de la época, nos encantaba bailar con las grandes orquestas de Puerto Rico y José Alberto era un excelente bailarín. Pero, además de bailar y tener sentido de humor, tenía preocupaciones genuinas por las incongruencias que veía en un Puerto Rico que presumía de moderno y primermundista con la realidad de pobreza en que muchos vivían. Progresivamente fue afinando su rechazo al colonialismo, y yo, que venía de una familia independentista y que había comenzado a militar políticamente desde los 13 años, lo adopté de inmediato como interlocutor y amigo para siempre. El reclutamiento masivo para el ejército y la guerra de Viet Nam nos hizo a ambos conscientes del altísimo precio que Puerto Rico estaba pagando por la relación colonial con Estados Unidos y que era necesario poner fin al mismo. De ahí en adelante, nuestros proyectos y nuestras vidas siempre estuvieron entretejidas.
En 1964 ambos entramos al Recinto de Río Piedras de la UPR, al inolvidable Programa de Estudios de Honor. Varios otros de nuestro corillo de amistades comunes también entraron al Programa y muy pronto estábamos metidos de cabeza en el desafío de comprender el país para transformarlo. La excelente formación recibida en la UPR, de la mano de extraordinarios profesores y tutores como Charlie Rosario, Héctor Estades, Milton Pabón, Aristalco Calero, Carlos Albizu, Manuel Maldonado Denis, Esteban Tollinchi, entre otros, nos llevo a generar una visión interdisciplinaria, internacional y a vernos como potenciales intelectuales orgánicos, en el sentido gramsciano. Nuestra avidez de conocimiento se conjugaba con el compromiso de transformar a Puerto Rico en una sociedad libre, democrática e incluyente. A ambos, siempre nos guió ese conjuro.
En la UPR nos unimos a la lucha por la salida del ROTC del campus y por el respeto y reconocimiento de los derechos de los objetores por conciencia. Muy pronto se hizo evidente que la Universidad no era lo democrática que debía ser y que sus orientaciones curriculares estaban demasiado orientadas al liberalismo ilustrado europeo mientras era poco pertinente a las necesidades del Puerto Rico de entonces y del que soñábamos construir. Con otros compañeros, decidimos que era momento de fortalecer la lucha por la reforma de la Universidad, a la vez que se seguía con la lucha más amplia por la descolonización de Puerto Rico.
Así parimos BRECHA, una publicación estudiantil que buscó hacer un periodismo crítico universitario en momentos en que estaba prohibido circular periódicos estudiantiles en el Recinto. En varias ocasiones nos secuestraron decenas de ejemplares cuando los repartíamos gratuitamente. BRECHA abogaba por la reforma universitaria, denunciaba los horrores de la guerra de Viet Nam, promovía la historia y la literatura de Puerto Rico y buscaba acercar nuestro país a América Latina. La producción de contenido, el diseño, emplanaje, impresión y financiamiento fue todo asumido por los integrantes del colectivo, que nos repartíamos y rotábamos en las múltiples tareas que su publicación conllevaba. José Alberto fue sin duda el más dedicado al periódico, en el cual también estábamos en primera línea de trabajo Sylvia Álvarez Curbelo, Chuco Quintero, Luis Torres, Carlos Frontera y yo. Decenas de hoy importantes figuras de Puerto Rico fueron colaboradores y escritores de notas en BRECHA– Edgardo Rodríguez Julía, Fernando Martín, Marta Aponte Alsina, Emilio Rodríguez, Gilda Orlandi, Tito Tió, entre muchos otros. Nos endeudamos hasta la coronilla con la imprenta que lo producía y tras sendas negociaciones decidimos aprender a usar maquinaria de separación de colores e impresión para reducir costos imprimiéndolo nosotros mismos. Cesamos el contrato con la imprenta grande y alquilamos una pequeña los fines de semana, que no estaba en uso. De ahí en adelante solíamos entrar los viernes a las 5:00 de la tarde y trabajábamos hasta el lunes a las 8:00 de la mañana, que entregábamos la llave. Allí, además del periódico, imprimíamos recetarios, papel con membrete, tarjetas de presentación y todo lo que pudiéramos vender a familiares y amigos profesionales para pagar el alquiler y los materiales de impresión e ir abonando a la deuda con la anterior imprenta. Nuestro jangueo era el trabajo comprometido con la transformación de la Universidad y de Puerto Rico. Aprendimos a hacer magia desde la nada y que el esfuerzo propio vale la pena. Brecha, sin duda, fue un hito en nuestras vidas.
En 1966 la presión estudiantil permitió que la legislatura aprobara una ley de reforma universitaria. No era nuestro sueño; era claramente insuficiente en lo relativo a la autonomía universitaria, pero avanzaba en algunos aspectos como la autorización de elección de consejos por facultad y de un Consejo General de Estudiantes. Ello constituía un gran logro. José Alberto fue electo Presidente del CGE en 1970, mientras estudiaba una maestría en filosofía en el Recinto. El 11 de marzo de 1971 fue fulminantemente suspendido de la UPR por su defensa de los reclamos estudiantiles frente al asesinato de Antonia Martínez. Desde esos años José Alberto se consagró como un líder visionario, decidido y ejemplar.
Tras su salida de la UPR, José Alberto se fue a Nueva York para hacer una maestría; esta vez en historia. Luego inició un arduo y fructífero trabajo político con la diáspora puertorriqueña y eventualmente fue designado Secretario de la Seccional del Partido Socialista Puertorriqueño, cuyo centro de operaciones recuerdo muy bien en la calle 14 en Nueva York. Desde allí trabajó en la organización de comunidades en Chicago, Boston, Connecticut, Ohio, California y otras ciudades con fuerte presencia boricua. En1974 organizó el histórico acto de solidaridad con la independencia de Puerto Rico en el Madison Square Garden, que marcó un hito en la lucha independentista. En el mismo participaron aproximadamente 20 mil personas y había una extraordinaria representación de los diversos grupos de la izquierda norteamericana y de los puertorriqueños/as en Estados Unidos. Además de reclamar la independencia para Puerto Rico, se abogó allí por la excarcelación de los presos políticos puertorriqueños del momento, Lolita Lebrón, Oscar Collazo, Andrés Figueroa Cordero, Irvin Flores, y Rafael Cancel Miranda. En esa actividad (27 de octubre de 1974) participaron decenas de figuras del mundo de las artes, la música y el cine de Puerto Rico y Estados Unidos, incluyendo a Lucecita Benítez, Roy Brown, Danny Rivera, Jane Fonda y Harry Belafonte, entre otros/as.
Recuerdo perfectamente conversaciones con José Alberto por aquellos años en las que me contaba lo que había significado para él descubrir a ese otro puertorriqueño/a, que a pesar de no estar en la Isla, sigue siendo tan boricua como nosotros. Había vivido y verificado la marginación, el discrimen y la desigualdad hacia las comunidades puertorriqueñas en los Estados Unidos y desmontado el mito de la promesa de bienestar estadounidense para nuestro pueblo. Aquellos diálogos y el intenso trabajo comunitario que se desplegaba desde la Seccional llevaron a afirmar la conceptualización de Puerto Rico como una nación dividida. Su insistencia en que el Centro de Estudios de la Realidad Puertorriqueña (CEREP), que habíamos establecido en Puerto Rico, incorporara el análisis de esa realidad de los boricuas exiliados en Estados Unidos fue clave en nuestros trabajos. José Alberto organizó muchas giras para que visitáramos esas comunidades y conversáramos sobre los hallazgos de nuestras investigaciones y de las luchas conjuntas que debíamos seguir dando entre los de aquí y los de allá. Nunca voy a olvidar ese hermoso regalo que me hizo crecer intelectual y emocionalmente y en cada noticia que leo de la movilización de la diáspora boricua en esta coyuntura tan critica que vive Puerto Rico, veo la sonrisa de aquél José Alberto que sembró tanto para que ello ocurriera hoy.
Con José Alberto compartimos también las alegrías de formar parejas, del nacimiento de nuestros hijos, de encuentros familiares especiales, como también compartimos las dificultades que suelen aparecer y el dolor de los momentos de rupturas. Siempre nos sentimos recíprocamente acompañados en las buenas y en las malas. Recuerdo un precioso paseo en el verano de 1976 por la costa este de Estados Unidos con Digna Sánchez, su hija Belisa (que tenía entonces unos seis meses), Chuco Quintero, y mi hija Mareia, que estaba entonces cumpliendo cinco años. Lo hicimos en su RV autogestionado; una camioneta vieja habilitada por él como casa rodante y que nos permitió recorrer bellos lugares, al calor de las ricas conversaciones que teníamos entre todos.
Tras cumplir su mandato como Secretario de la Seccional, José Alberto pasó a dirigir una importante lucha por los derechos de los inquilinos en un Nueva York que se aburguesaba a pasos de gigante. El Building era una ONG que abogaba por el control de rentas y por evitar que las poblaciones pobres fueran expulsadas de la ciudad. Una lucha muy desigual contra el poder financiero/inmobiliario que compraba lo que se le antojara. Pero gracias a esa lucha muchas familias pudieron seguir viviendo en sus barrios neoyorkinos. En ese trabajo José Alberto aprendió mucho de computadoras, de creación de bases de datos y a utilizar los primeros programas y aplicaciones que salieron al mercado. Este aprendizaje fue clave para su próxima etapa de vida: su regreso a Puerto Rico.
Hacia finales de los ochenta José Alberto regresó a Puerto Rico con su nueva compañera, María Vázquez y su hijo Luis Alberto. Encontró un país más polarizado políticamente, tras la funesta huella de Carlos Romero Barceló y un segundo período de Rafael Hernández Colón marcado por el acercamiento de los intereses empresariales a la política. La burguesía criolla, se acercaba demasiado peligrosamente al capital estadounidense, desdibujándose su potencial papel en una lucha liberadora. El viejo dilema de los empresarios de Puerto Rico de definirse como actores con fuerza propia o ser intermediarios del poder extranjero estaba más vivo que nunca. José Alberto entendió rápidamente su nuevo objetivo de lucha política, pero su inserción laboral no resultó tan fácil. Los aprendizajes en el ámbito tecnológico en El Building, le permitieron crear un nicho asesorando en sistemas y computadoras a diversas organizaciones. En paralelo, María y él incursionaron en el difícil ámbito de negocios en Puerto Rico y lograron avanzar en algunos, como el establecimiento de un centro privado de casillas de correo.
José Alberto vino también con la ilusión de crear una comunidad de vivienda alternativa, donde amigos y correligionarios pudieran compartir la vida cotidiana en un marco diferente a lo que suelen ser las urbanizaciones en nuestro país. Por supuesto que fui convocada para la nueva aventura que nos tomó varios años de cuajar; un período repleto de dificultades pero también de alegrías. Fueron muchas las jornadas de ir a desmalezar, machete en mano, una finca en un monte de Trujillo Alto, con hermosa vista al Lago de Carraízo, donde habría de ubicar la comunidad Luna Llena, bautizada con ese nombre por su hija Belisa en una noche de gran luna. Este fue un proyecto lleno de esperanza, que por nuestra propia precariedad económica sólo pudimos desarrollar parcialmente, pero que hoy sigue ahí, bello, como testigo de un intento concreto por construir una patria diferente. En el proceso de delimitar los solares, planear las viviendas, marcar los accesos que debía tener el predio, aprendimos mucho de lo que era y podría ser otro ordenamiento territorial y otra calidad de vida para Puerto Rico. Un proceso realmente memorable.
Una vez asentado en suelo nativo y encaminados sus proyectos de sobrevivencia, José Alberto decidió volver a su alma mater, la UPR. Esta vez para hacer estudios en economía, convencido de que el futuro de Puerto Rico dependía de que pudiera plantearse un sólido proyecto de país con una economía diversa, centrada en empresas puertorriqueñas que pudieran producir para el mercado local e internacional. Sus profesores más admirados fueron Argeo Quiñones y Alicia Rodríguez, según recuerdo de nuestras frecuentes conversaciones. Desmenuzar el impacto negativo de las mega tiendas estadounidenses en Puerto Rico fue la obsesión de José Alberto desde entonces. Su expansión, decía con frecuencia, aniquilaba los pequeños negocios, como sucedió con las farmacias y los bazares en casi todos los pueblos, y nos acercaba peligrosamente, cada vez más, al modo de vida norteamericano. En sus últimos años José Alberto dedicó mucho tiempo a concientizar a la población sobre la importancia de frenar el crecimiento de las mega tiendas extranjeras y apuntalar con nuestras compras cotidianas a las empresas puertorriqueñas.
Nuestro amigo/hermano siempre fue crítico del sectarismo, hasta dentro del independentismo y el socialismo. Fue una figura que promovió la unidad sobre la base de principios fundamentales, como luchar contra el anexionismo y descolonizar la mentalidad de muchos en el país. Siempre estuvo escudriñando rendijas para crear un frente que frenara la estadidad, convencido de que no podíamos descartar que llegara el momento en que un sector de Puerto Rico la pidiera y el Congreso estuviera dispuesto a concederla. Recostarse en el mantra de que nunca nos darán la estadidad le ha restado vigor a la lucha independentista, nos recalcó tantas veces. Su gran frustración fue no ver que se gestaba ese gran movimiento contra la anexión en Puerto Rico, fundamentalmente porque muchos independentistas no lo consideraban necesario.
En su vocación unitaria a favor de la descolonización y la soberanía, José Alberto siempre expresó que era preciso dialogar hasta llegar a acuerdos con los sectores más abiertos y progresistas del Partido Popular Democrático (PPD). Que era posible encontrar allí aliados para gestar un proyecto de país, incluso con la burguesía de ese partido, que podrían convertirse en una burguesía nacional. Esta postura echaba por tierra la idea dominante en el independentismo de que ambas fuerzas políticas, el PPD y el Partido Nuevo Progresista (PNP), son igualitas. En identificar bien las diferencias entre unos y otros podía estar la clave de salir de la trampa en que estamos, solía decir.
Esta postura le generó detractores dentro del independentismo, sin que hasta el momento se haya podido descartar el valor de intentar esa ruta. De hecho, en esa línea de pensamiento, hace dos años en un encuentro en Montevideo José Alberto me propuso coordinar con el una campaña a favor de la eliminación de las Leyes de Cabotaje. En ese momento el tema no estaba en el radar de la mayoría de la población pero ambos pensamos que valía la pena intentar la campaña y lo hicimos. Se puso una convocatoria a firmar en Internet y el independentista Edric Vivoni se sumó aportando un afiche y mensaje diario en las redes sociales. La senadora Rossana López, del PPD, también abrazó la campaña y acudió ante el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas reclamando que las normas federales de cabotaje “son un impedimento para el desarrollo económico de Puerto Rico y una muralla a la posibilidad de aumentar nuestro comercio internacional”. Se demostró que podíamos generar acuerdos puntuales y progresivamente ir construyendo fuerza colectiva. Hoy, la mayoría de las personas en Puerto Rico consideran que es imprescindible que Puerto Rico sea exonerado de esa restricción. Una pequeña muestra de que no hay que encerrarse en posiciones rígidas en una lucha tan compleja y particular como la nuestra.
El año pasado José Alberto pudo publicar una síntesis de su pensamiento en el libro Proyecto de país vs proyecto de estado; Puerto Rico: reflexiones sobre la ruta de la colonia a la soberanía. Como era de esperar, la publicación también generó debate y cuestionamientos. José Alberto advirtió en el libro del peligro de un triunfo del Partido Nuevo Progresista en las elecciones pasadas y expresó su preocupación de que si este partido ganaba la elección reclamaría de inmediato anexar a Puerto Rico por vía de un proceso similar al “Plan Tenesí”. Ello “podría servirle a Estados Unidos como respuesta a una petición de estadidad para darle largas al asunto poniendo de paso fin a la discusión sobre el estatus como la conocemos hoy.”
Efectivamente, al llegar al poder lo primero que hizo el actual gobierno PNP fue preparar la petición de anexión de Puerto Rico. Los eventos que han seguido –por parte del Congreso, del Tribunal Supremo de Estados Unidos y la propia Casa Blanca– han afirmado el carácter territorial colonial de Puerto Rico y han hecho esfumarse al Estado Libre Asociado como opción de futuro. La ley PROMESA y el azote de los huracanes del pasado mes complicaron mucho más el panorama. Los anexionistas no han abandonado su lucha por ver a Puerto Rico como la estrella 51 de la bandera estadounidense y están, de hecho, utilizando la coyuntura de esta crisis para afirmarlo. Mientras, la capacidad de analizar, discutir, proponer y hacer del independentismo parece aplastada ante el peso del desastre general.
Hoy, más que nunca, necesitaríamos al José Alberto lúcido, visionario y polémico pensando y discutiendo alternativas de cómo salir de este marasmo. El mejor homenaje que podemos hacerle es abrir nuevos espacios de análisis de la actual coyuntura y redoblar nuestro compromiso con la lucha por la independencia de Puerto Rico, desde una postura amplia, solidaria y sin prejuicios. A sus hijos Belisa y Luis Alberto; a sus hermanos Nelson, Rosa Ligia y Héctor; a sus compañeras a lo largo de la vida; y a los amigos y amigas que tanto lo quisieron, extiendo mi abrazo intenso repleto de una congoja que no cesa.
¡Nos haces demasiada falta querido hermano de la vida!