No hay ninguna duda de que la tendencia de principios de este siglo de un avance importante de las ideas de izquierda y de los gobiernos de izquierda en América Latina se ha revertido y coleccionamos graves derrotas, no solo por la pérdida de gobiernos, algunos de dudosa orientación de izquierda, sino por la profundidad ideológica y política de las derrotas sufridas.
De acuerdo al método más elemental, básico del pensamiento y de las verdaderas organizaciones de izquierda, tendríamos que asistir a un profundo análisis crítico sobre las causas de estas derrotas y de este avance electoral, ideológico y político de la derecha, con la excepción de México.
Es también cierto que los análisis críticos sobre los avances de la izquierda en su momento, no merecieron ni mucha atención, ni mucha profundidad, ni aportes originales. Más bien descripciones, en las que muchas veces se suplantaba la consideración sobre el juego de las fuerzas sociales, de los bloques que se fueron creando en los diversos países, su nivel de elaboración programática, por euforias camiseteras y sentencias sobre la superioridad moral de la izquierda y poco más. No sucedió lo mismo a nivel de la academia, pero la fractura entre los intelectuales y los partidos y organizaciones de izquierda es cada día más evidente.
Ahora se insiste en repetir los mismos errores, en lugar de interrogarnos a fondo sobre las causas del cambio de tendencia y el avance de las ideas y de los gobiernos de derecha, todo es responsabilidad del despertar del imperialismo y las oligarquías locales y, si cuadra, echarle la culpa a los grandes medios de prensa. En Brasil, la paradoja es que Jair Bolsonaro, el adalid de la extrema derecha, también cargó a fondo contra la gran prensa tradicional y buena parte de su campaña se motorizó a través de un juego entre las redes sociales y la movilización en las calles y sin la presencia física del candidato.
Comencemos por reconocer que asistimos a un momento de crisis muy importante de la izquierda latinoamericana y que esa es la causa principal de las serias derrotas sufridas. Es una crisis política, ideológica que afecta seriamente nuestra moral de lucha y nuestra capacidad de reacción.
Esta no es la única causa, también los adversarios juegan y aprendieron de las duras derrotas sufridas y se dispusieron a conocer y aprovechar nuestras debilidades, nuestros errores y nuestro desgaste. La derecha no hizo autocrítica, no la necesita, lleva el poder y su ejercicio en su ADN y en la propia identidad del bloque de los sectores sociales que le han dado sustento durante toda la historia de nuestras naciones.
Tomemos un ejemplo, en diversas derrotas figura el papel de las iglesias evangélicas, Aunque es contradictorio, porque en México aportaron de manera importante al triunfo de López Obrador. Pero en Brasil no hay ninguna duda de su aporte organizado, ideológico y popular al triunfo de Bolsonaro. Su aporte militante y comprometido.
La iglesia católica es la primera que debería interrogarse sobre la creciente influencia de estas nuevas iglesias y el papel que tuvo la destrucción por parte de Juan Pablo II el papa polaco, de la teología de la liberación, creando un vacío, que al decir de Buenaventura de Sousa Santos está siendo ocupado por la llamada teología de la prosperidad de las iglesias evangélicas de influencia norteamericana.
Es una compleja batalla ideológica, donde los pobres son los culpables de sus desgracias por no acudir adecuadamente a un ser superior que les dará la prosperidad, un gobierno inspirado en esa teología es interpretado como el camino hacia la prosperidad personal, a través de dios.
Y sería muy negativo simplificarla y cortar todas las iglesias protestantes con el mismo racero, cuando hay fuertes corrientes con una amplia sensibilidad social en su seno.
En ese plano la izquierda alimentó ese proceso de cambio de tendencia a través de dos corrientes simultáneas, la igualación moral con los partidos tradicionales de derecha o centro derecha, a través del festival de la corrupción y por otro lado el fracaso en la lucha contra la delincuencia y de esa manera la explosión de la inseguridad. Esos dos factores combinados, con importancias diferentes en los diversos países, no es una maldición de la providencia, es una debilidad estructural e ideológica y política de la izquierda. Los errores no fueron solo prácticos, de gestión, sino sobre todo ideológicos. Y luego políticos.
Pasamos de la vieja época en la que le regalamos la bandera de la democracia a la derecha a regalarle nada menos que la moralidad y la seguridad a la ultra derecha y de esa manera alimentar la post política.
Cuando las izquierdas a la salida del largo ciclo de las dictaduras, comenzado por el golpe de estado en Brasil en 1964 y culminado con la caída del pinochetismo en Chile, se fueron apropiando de la bandera de la democracia, de su defensa y promoción, no solo en el plano metodológico-electoral, sino de sus instituciones y de sus valores esenciales, fue logrando una larga lista de victorias electorales y políticas.
Ese ciclo se ha cerrado, la democracia hoy está amenazada, no por los golpes de estado, sino por una combinación de corrupción del sector privado y público (muchas veces en manos de fuerzas de izquierda); de una actividad criminal organizada y masiva que tiene en la droga, la trata de armas y de blancas sus soportes fundamentales y por rumbos zigzagueantes en materia económica y social y en una muy pobre labor cultural de parte de las izquierdas.
A todo ello se agrega la tragedia de que gobiernos originalmente iniciados bajo el signo de la izquierda se han transformado en tragedias económicas, sociales, represivas para sus pueblos, como los casos emblemáticos de Venezuela y Nicaragua. Y las izquierdas en su conjunto no han terminado de hacer las cuentas con estas aberraciones, que niegan los valores fundamentales de la propia izquierda.
Una crítica profunda de la crisis de la izquierda en América Latina, que no incluya como elemento central las causas del fracaso y la deriva autoritaria de estos regímenes, será siempre una parodia de un análisis.
No alcanza simplemente con condenar a Maduro y los Ortega, hay que interrogarse sobre las causas de estas criaturas deformes, porque nacieron nuestras, fueron revindicadas como nuestras y todavía lo son por varias izquierdas. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Por qué caminos, de la mano de que horrores teóricos y políticos?
Sin duda el caudillismo más ramplón es un fenómeno que jugó su papel destructivo de las fuerzas que originalmente fueron de izquierda y ya no tienen ninguno de sus rasgos. También el militarismo de izquierda jugó su trágico papel, tanto en Venezuela como en Nicaragua.
Hay también causas económico-sociales en estos retrocesos electorales, incluso en casos como Brasil, que en los que los primeros gobiernos del PT lograron sin duda avances importantes, en crecimiento y en redistribución. Es notorio que no alcanzaron y no calaron tan hondo como para revertir los ciclos económicos y sus consecuencias. La izquierda tiene un nivel bajo de elaboración teórico-práctica de sus proyectos nacionales.
Incluso en países como Chile y Uruguay que tuvieron muy buenos resultados, el proceso se agotó o se viene agotando. ¿Cómo se sigue, cual es nuestro proyecto productivo, educativo-productivo, educativo ciudadano, cultural, de políticas sociales refinadas y de alto impacto, de reformas del Estado y su adecuación al Proyecto Nacional y a las metas de desarrollo con mayor justicia social?
Todavía no construimos el Proyecto Nacional para transformar a nuestros países en países desarrollados en todos los planos, incluso en el nivel de cultura de nuestras sociedades.
Hoy debemos considerar necesariamente la estructura económica mundial, con las 5 compañías financieras que mueven 50 trillones de dólares, de los 90 trillones del PBI Mundial. Si queremos ser más modernos y llamarlo el oligopolio financiero, está bien, pero esto es la nueva etapa del imperialismo norteamericano, que ahora se encuentra amenazado por China. Es en este mundo que debemos elaborar, criticar, proponer y luchar.
La crisis no puede determinar un interminable lamento y una mea culpa plañidera, o peor aún un prolongado silencio a la espera que cambien los vientos. Los vientos hay que cambiarlos, a ideas, a inteligencia, a lucha, a esfuerzo, a decencia y moral republicana.
No estamos en el mejor de los mundos para emprender estas tareas, con las actuales tendencias dominantes en el planeta en esta nueva fase de la globalización helada, tan próxima a la guerra comercial y al desmoronamiento de la UE y ahora a la crisis del BRICS, mientras en los EE.UU. gobiernan las fuerzas más retrogradas que hayamos conocido, incluso partiendo del propio nivel político cultural.
Hoy un último aspecto que resalta, pues se impone como un tema prioritario: el uso del poder. Abraham Lincoln, dijo «Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder» Los pueblos nos dieron mucho poder en muchos países ¿Cómo lo utilizamos? ¿Cómo cambiamos las cosas y como el poder nos cambió a nosotros?
La crítica debe incluir la verificación de que el poder, no nos devora y nos deglute por su voluntad o por alguna fatalidad, sino por nuestras debilidades, y es una prueba maravillosa e inexorable. El poder nos pone a prueba como ningún otro elemento y muestra nuestras grandezas y nuestras bajezas, nuestra moral y nuestra inmoralidad, nuestras capacidades y nuestras ignorancias. Lo que tendríamos que haber aprendido es que tiene pocos matices.
(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay