La deconstrucción de Jacques Derrida (1930-2004) Peter Krieger

Todo el postestructuralismo y la deconstrucción provienen del dadaísmo, de Hugo Ball y sus poemas absurdos. Es un juego dadaístico.[1] George Steiner

OBIIT el 8 de octubre del año 2004, y su muerte generó una enorme onda de reflexiones en la comunidad intelectual del planeta; sin embargo, no todas bajo la premisa antigua de mortibus nihil nisi bene. Al contrario, algunos obituarios de Jacques Derrida abiertamente cuestionaron la trascendencia del pensador, que había generado un enorme poder discursivo durante las tres décadas pasadas.

Su marca registrada en el mercado de los pensamientos filosóficos se llamó “deconstructivismo”, un instrumento controvertido de lectura de textos, que según la evaluación irónica de Georg Steiner, un año antes de la muerte de Derrida, se caracterizó por el bluf f (la patraña) y el absurdo del movimiento vanguardista Dada. De hecho, uno de los obituarios, en un órgano de central importancia para los educados estadounidenses, el New York Times, descalificó al filósofo muerto con el título como “teórico abstruso”.[2]

El autor de ese obituario —uno entre cientos en la prensa mundial— reduce el alcance del método deconstructivista al demostrar que “toda escritura estuvo llena de confusión y contradicción”. La deconstrucción exige la fragmentación de textos y, en ella, el filósofo detecta los fenómenos marginales, anteriormente reprimidos por un discurso hegemónico.

Esta figura del pensamiento indudablemente contiene una dimensión política, es la lucha contra todas las instancias que centralizan el poder y excluyen la contradicción. Durante su adolescencia en Argelia, cuando el régimen derechista de Vichy en 1942 impuso una política antisemita, Jackie[3] Derrida experimentó la brutalidad de un sistema político que pretendió erradicar la diversidad étnico-religiosa a favor de un poder totalitario: por su procedencia judía tuvo que salir de la preparatoria temporalmente. Con esta experiencia, Derrida aprendió una lección sobre la unidimensionalidad del autoritarismo, lo que hace entendible que posteriormente, en varias ocasiones, el filósofo se comprometió con los derechos humanos, apoyó a Nelson Mandela en Sudáfrica con un comité anti-apartheid a partir de 1983 y, en uno de sus últimos ensayos, criticó la desastrosa y antidemocrática monopolización del poder en Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush.[4]

La condición del argelino exiliado en Francia, país de la represión colonialista hasta los sesentas, además de su diferencia religiosa frente a la mayoría cristiana, casi otorgaron una dimensión teológica al pensamiento deconstructivista.

Jürgen Habermas, en la necrología de su colega, constató que “bajo su mirada intransigente se fragmenta cualquier coherencia”, lo que en consecuencia revela la inhabitabilidad del mundo: un mensaje religioso de un exiliado permanente.[5]

Para las cuestiones epistemológicas, el modo deconstructivista desplegó un efecto estimulante; las nuevas lecturas heterogéneas y fragmentadas refrescaron, sin duda, la rutina hermenéutica de las humanidades. A partir de los años ochenta, el ejercicio derridiano de detectar lo “otro” en los discursos aparentemente homogéneos se convirtió en una verdadera moda de las investigaciones  literarias, antropológicas y, con cierto retraso, también estéticas.

Un sinnúmero de coloquios, libros y exposiciones durante las últimas dos décadas del siglo xx comprueba el éxito del pensamiento filosófico de Derrida.

No obstante, esa misma historia intelectual del concepto también se coaguló en un nuevo estereotipo que reemplazó las modas filosóficas anteriores, como el estructuralismo y el existencialismo. En su aplicación masiva —y en muchos casos mecánica— por generaciones de universitarios de esa época, el nuevo paradigma del deconstructivismo gradualmente se transformó en una camisa de fuerza para todos los que querían estar a la altura de sus tiempos.

No es el primero ni el último caso en la historia de las humanidades que demuestra cómo una propuesta innovadora del pensamiento degenera en un esquema —aprobado pero aburrido— de interpretación y finalmente se ahoga por su propio éxito.[6]

Esos procesos lamentables pasan cuando los intelectuales reemplazan su capacidad crítica por un afán afirmativo. Por ello, aun los obituarios que operan con distancia cínica, como el citado del New York Times, cumplen una función aclaradora frente a la glorificación asfixiante de un filósofo y su obra.

Para ejemplificar el peligro latente de la obra de Derrida, la sobreinterpretación de fenómenos marginales, de lo “otro”, pudiéramos retomar un detalle biográfico del filósofo, su prematuro deseo de hacer una carrera profesional como futbolista. Un discípulo fiel del deconstructivismo, con licencia de la asociación libre, fácilmente sería capaz de leer en este deseo pubertario un conflicto psíquico que posteriormente determinó la producción filosófica de Derrida.

A pesar de que conocemos transiciones interesantes de una experiencia futbolera a una creatividad artística o filosófica,[7] por supuesto, esta extrapolación de un detalle biográfico marginal sería absurda.

Regresamos, entonces, al mencionado obituario en el New York Times que, ex negativo, confirmó el éxito impresionante de la filosofía derridiana.

Ese artículo provocó protestas de una comunidad mundial de más de 2 500 intelectuales, quienes rechazaron abiertamente la revisión crítica del periódico

neoyorquino y escribieron cartas en defensa de la herencia intelectual de Derrida, publicadas en una página web de la Universidad de California, sólo unos días después de la muerte del maestro. Los seguidores del deconstructivismo son numerosos, especialmente en Estados Unidos, donde a partir de 1966 Derrida trabajó con frecuencia en la John Hopkins University, Baltimore, como profesor visitante.

Durante el boom derridiano en los noventa, el filósofo incluso tuvo más admiradores en Estados Unidos que en Francia, su país de residencia. Presionado por los seguidores reunidos en el foro electrónico, el New York Times se vio obligado a encargar otro obituario más favorable a Mark Taylor.

Más allá de este altercado mediático, con una solución politically correct, reconocemos en la obra de Derrida el muy valioso principio académico de la contradicción razonable como motor de la cognición; y los efectos que provocó su pensamiento, incluso después de su muerte, sirven como medidor de la trascendencia de una corriente filosófica.

El deconstructivismo, que exige lecturas subversivas y no dogmáticas de los textos (de todo tipo), es un acto de descentralización, una disolución radical de todos los reclamos de “verdad” absoluta, homogénea y hegemónica. Sus orígenes no sólo se encuentran en las redes neuronales de Derrida mismo, sino radican en el pensamiento de Nietzsche, quien relativizó la centralidad poderosa de las verdades filosóficas y teológicas.

En sus libros L’écriture et la différence y De la grammatologie,[8] Derrida relativiza, con un innegable espíritu nietzscheano, las categorías absolutas, y desjerarquiza su importancia. Es un tipo de reflexión, como apuntó Henning Ritter en su obituario, que aleja permanentemente las esperanzas de recibir un “sentido” tranquilizante, es un análisis sin fin.[9]

A través de sus lecturas recalcitrantes, Derrida rechazó la fenomenología de Edmund Husserl, tema de dos libros,[10] insistiendo en que sólo la crítica del texto, y no la introspección metafísica, es capaz de lograr un conocimiento razonable. Es más, la deconstrucción no busca “sentidos” sino huellas de ideas; y con esto retoma ideas básicas de la psicología freudiana, que investigó las diferencias y contradicciones del alma humana.

El término mismo, el “deconstructivismo”,es un invento de Derrida derivado de la “destrucción” que Martin Heidegger definió como técnica del pensamiento filosófico con el fin de revisar profundamente las terminologías establecidas en las humanidades.

Concretamente en los años sesenta, primera fase de la socialización de Derrida en la elite filosófica francesa, esa propuesta del “deconstructivismo” se perfiló como desafío para el discurso de lo “moderno”, no sólo en la filosofía, sino también en otras áreas del conocimiento como la literatura, la teología, la pedagogía, la música y la arquitectura. Según estimaciones cuantitativas, Derrida fue citado más que cualquier otro filósofo de su tiempo, en todas estas áreas, a nivel mundial.[11]

De hecho es una globalización impresionante del pensamiento.

La transferencia de un concepto filosófico, que nace en la virtualidad de un sistema cerrado de reflexión, a otras esferas del conocimiento comprueba su comunicabilidad y trascendencia. En las investigaciones urbanas, por ejemplo, el modo deconstructivista fomenta una lectura plurifacética de la ciudad, y no sólo una reconstrucción académica de sus espacios de poder. Casi al mismo tiempo en que Derrida conquistó la escena filosófica con su idea del deconstructivismo, el arquitecto estadounidense Robert Venturi rehabilitó la “complejidad y la contradicción en la arquitectura[12] en contra del estándar estético del estilo internacional, es decir en contra de una monopolización ideológica de la modernidad corrompida por las industrias constructivas.

Posteriormente, con el aumento de los libros publicados por Derrida,[13] con las correspondientes terminologías, la investigación urbano-arquitectónica aprovechó la innovación conceptual del deconstructivismo, integrando términos como “huella”, “exclusión”, “represión” y, por supuesto, “lo otro” en su aparato de análisis.

También en las investigaciones estéticas sobre la pintura del paisaje, para citar otro ejemplo, la reflexión derridiana reveló nuevos aspectos, más allá de los establecidos estudios historiográficos. En la mira de Derrida, un paisaje pintado no se compone de campos, arroyos y nubes, sino, según la óptica deconstructivista, sólo de pinceladas sobre el lienzo que materializan signos; es decir, la representatividad de los elementos naturales del paisaje depende de la manera en que el pintor manipula los signos por medio de sus pinceladas y no de la realidad física del paisaje.[14]

Detrás de estas sofisticadas reflexiones se manifiesta el axioma de que todo es texto, también las arquitecturas y pinturas. Basado en la tradición lingüística de Ferdinand de Saussure, quien analizó todos los fenómenos ambientales bajo el término de “texto”, Derrida se radicalizó, constatando que no existe nada fuera del texto porque todo es texto; una idea clave también para el New Historicism, que analiza la sociedad como texto.

Sin embargo, mientras este modelo lingüístico-deconstructivista de entender el mundo como texto permanece en la fragilidad de una construcción teórica —reversible, aun disoluble—, la actual investigación neurológica rastrea con mayor profundidad los mecanismos de la producción textual. El cerebro construye el mundo del sujeto; sus procesos internos se convierten en procesos cognitivos, comunicables a otros cerebros vía la representación simbólica.[15]

Obras de arte, por ejemplo, son intentos de materializar en un medio externo —sea cuadro o edificio— las realidades generadas en la estructura reflexiva del cerebro. Siguiendo la visión de Derrida, entonces, el cerebro es un tipo de super-texto, que además organiza sus procesos de manera paralela, en redes, y no en jerarquías como lo sostuvo Descartes[16] hace más de tres siglos.

Surge, en ambos casos, la textualidad y la determinación neuronal de la realidad, una duda de la lógica: en el caso de la neurología, el objeto investigado mismo, el cerebro, ejerce la investigación, lo que provoca una contradicción epistemológica porque no existe una instancia externa de control. De manera parecida, el peligro inherente del deconstructivismo es la conclusión auto-lógica, problema que expuso Niklas Luhmann con toda claridad: el deconstructivismo no sólo deconstruye, sino también produce nuevos textos,[17] lo que implica un potencial de centralizar y monopolizar los discursos filosóficos de nuevo, a través de los libros del maestro y los miles de artículos de sus fieles discípulos.

También la utilización de las ideas filosóficas de Derrida en otras áreas del conocimiento provoca problemas, como demostraron los debates sobre la “arquitectura deconstructivista”. Mientras la interpretación de textos a la manera de la deconstrucción es un principio dinámico, que nunca termina, la arquitectura deconstructivista sólo en el medio visual del dibujo o de la animación computarizada se mantiene móvil; una vez hecha la edificación, termina el proceso deconstructivista y sólo queda una huella cimentada de un proceso complejo.

No cabe duda de que el Museo Guggenheim de Bilbao, por ejemplo, presenta una escenografía deconstructivista espectacular, pero su forma misma,

diseñada por Frank Gehry, es un logotipo fijo del turismo cultural, que además reclama un poder centralizado para definir las modas actuales de la arquitectura, todo ello contrario al pensamiento deconstructivista que se expresa dinámicamente en la virtualidad del papel.

En sus inicios, los debates teóricos sobre una arquitectura decon cumplieron una función muy importante para romper la unidimensionalidad del movimiento moderno y cuestionar la vulgaridad comercial del posmodernismo.

Daniel Libeskind, uno de los protagonistas del estilo deconstructivista, al inicio de los años ochenta, durante sus estudios en la reconocida escuela arquitectónica de Cooper Union, Nueva York, postuló programáticamente la ruptura con las premisas establecidas de la arquitectura moderna ortodoxa, con las jerarquías y la uniformidad del sistema arquitectónico. Pero mientras sus Time Sections del año 1980, una serie de dibujos arquitectónicos con visiones inconstruibles, emanaban cierto espíritu experimental, dinámico, incluso ilimitado, ya su propuesta para la reconstrucción del World Trade Center[18] en el downtown de Manhattan nada más demostró que el entumecimiento de una fórmula visual, exitosa en el mercado de vanidades arquitectónicas, y muerta como decoración congelada de la especulación inmobiliaria, una caricatura de la complejidad conceptual que caracteriza al pensamiento deconstructivista.

Igual que su maestro y colega Peter Eisenman, Libeskind pretendió transferir el método deconstructivista de la investigación filológica y filosófica a la producción teórica y práctica de la arquitectura. Y de hecho, muchos de los renderings deconstructivistas que conquistaron el mundo de la arquitectura a partir de su exposición programática del año 1988 en el MoMa, visualmente oscilan entre construcción y destrucción.

Fue Eisenman quien buscó el apoyo filosófico de sus ejercicios estéticos en el pensamiento de Derrida. En un ambiente intelectual de las escuelas estadounidenses de arquitectura durante los años ochenta y noventa, abierto a la teoría europea contemporánea, Derrida, de repente y sin proponérselo, fue nombrado padre intelectual de los experimentos deconstructivistas en el diseño arquitectónico. Sin duda, Derrida inspiró el “anti-representacionismo” de Eisenman, quien se rehúsa a otorgar un sentido superior a sus diseños arquitectónicos; también su propuesta de las re-lecturas de textos literarios fácilmente se transfirió a las re-visiones refrescantes de la producción arquitectónica.

Empero, Eisenman, al igual que otros protagonistas de la arquitectura deconstructivista, nada más buscó analogías superficiales entre sus formas exaltadas y las configuraciones complejas del pensamiento filosófico derridiano.

Asustado por la filosofía amateur que Eisenman propagó en sus libros —como Diagram Diaries—,[19] Derrida rechazó ser utilizado como legitimación y ennoblecimiento intelectual por una corriente arquitectónica que esperaba su cercano éxito comercial en los mercados del mundo.

Por ello, Eisenman escogió al filósofo Gilles Deleuze, un pensador tan inspirador como caótico, como su nuevo héroe, pero tampoco esta destitución pudo ocultar la arbitrariedad en la legitimación de la arquitectura deconstructivista; peor aún, se agravó la no-comunicabilidad entre arquitectura y filosofía.[20]

Conviene entonces recordar la sabiduría de Richard Rorty, quien advirtió que las ideas filosóficas difícilmente se “aplican” fuera de su esfera; la filosofía, sea derridiana o deleuziana, es una fuente de inspiración y no de instrucción para el diseño arquitectónico.[21]

Ergo: la obra filosófica de Derrida exige acercamientos críticos y creativos, no afirmativos o esquemáticos. Cada libro de este pensador es diferente en su concepción, y eso hizo más difícil canonizar a Derrida como líder de una “escuela”. A pesar de sus innumerables adeptos en el mundo, Derrida no ofreció un “método” deconstructivista aplicable como un manual de mecánica; su pensamiento más bien generó entre sus seguidores casi un movimiento de arte conceptual,[22]donde arquitectos al igual que músicos y pedagogos retoman y modifican libremente los fragmentos filosóficos del “maestro”.

Cada reducción de Derrida al estereotipo del “deconstructivismo” siembra dudas parecidas a la relación conflictiva entre Marx y el marxismo. Más aún, según la lógica inherente del deconstructivismo, este término también debería someterse al análisis deconstructivista para no convertirse en un nuevo instrumento del poder discursivo centralizado.

Esto es una paradoja biográfica, cuya vitalidad garantiza que la obra de Derrida no se petrifique como monumento muerto e invisible, o peor aún, como nuevo mito incriticable del pensamiento. Los textos de Derrida exigen una lectura crítica, capaz de generar introspecciones éticas, como por ejemplo el rechazo de la colonización de las humanidades por la ideología neoliberal.

Durante su vida, el filósofo francés luchó en contra de la conversión de las universidades en laboratorios útiles exclusivamente para el régimen económico global; con furor e inteligencia, Derrida defendió la investigación sin condicionantes económicos,[23] y esto es una herencia valiosa para los contemporáneos globalizados al inicio del siglo xxi.

Aquella lucha, sin embargo, requiere cierta claridad filológica. Desafortunadamente conocemos bastantes ejemplos de cómo los adeptos derridianos obstaculizan la herencia crítica de su maestro por fraseología,[24] incapaz de generar discursos sociales sobre la importancia de la filosofía. No sirve repetir maquinalmente las propuestas filosóficas de Derrida. El análisis deconstructivista, uno entre muchos modelos epistemológicos actuales, cobra su fuerza gracias a una tradición occidental: la pregunta. Nada ni nadie se puede sustraer a las preguntas, y todo conocimiento es cuestionable. Por ello, Richard Rorty ve la importancia de Derrida menos en el “método deconstructivista” que en su capacidad de revelar dimensiones nuevas y refrescantes de cosas conocidas.[25] Parecido a Wittgenstein, Derrida liberó los potenciales cognoscitivos e imaginativos en la mente de los lectores, detectó las tensiones y contradicciones de la autocomprensión humana. “Su procedimiento —constató el filósofo Martin Seel— es revelar con persistencia que las orientaciones humanas son discontinuas, inacabadas e irresolutas.” [26]Una herencia inquietante, pero estimulante.


[1] “Der ganze Poststrukturalismus und die Dekonstruktion kommt vom Dadaismus her, von Hugo Ball und seinen Unsinn-Gedichten. Es ist ein dadaistisches Spiel.” Cita de George Steiner en una entrevista del periódico Süddeutsche Zeitung, edición del 18 de mayo de 2003; traducida del alemán al español por Peter Krieger.

[2] Jonathan Kandell, “Jacques Derrida, Abstruse Theorist, Dies at 74”, en New York Times, 10 de octubre de 2004.

[3] Posteriormente Jackie Derrida afrancesó su nombre: “Jacques”.

[4] Jacques Derrida, Voyous, París, Galilée, 2003.

[5] Jürgen Habermas, “Ein letzter Gruß. Derridas klärende Wirkung”, en Frankfurter Rundschau, 11 de octubre de 2004, traducción de la cita por Peter Krieger. En el original: “Unter seinem unnachgiebigen Blick zerfällt jeder Zusammenhang in Fragmente”.

[6] En la historia del arte conocemos un proceso parecido en la recepción de la interpretación iconográfica por Erwin Panofsky o recientemente Aby Warburg.

[7] Un caso interesante en este sentido es el de Eduardo Chillida; véase Peter Krieger, “El herrero Eduardo Chillida (1924-2002)”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, México, vol. XXIV, núm. 80, primavera de 2002, pp. 171-176; es un tema todavía no aprovechado por la investigación histórica y sociológica sobre la formación profesional de artistas e intelectuales.

[8] Jacques Derrida, L’écriture et la différence, París, Seuil, 1967 (en español, La escritura y la diferencia, Barcelona, Anthropos, 1989); del mismo autor, De la grammatologie, París, Minuit, 1967.

[9] Henning Ritter, “Jacques Derrida. Anmut und Würde”, en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 11 de octubre de 2004.

[10] Jacques Derrida, Introducción a “El origen de la geometria” de Husserl, Buenos Aires, Manantial, 2000 (traducción de L’origine de la géometrie), y del mismo autor, La voz y el fenómeno: introducción al problema del signo en la fenomenología de Husserl, Valencia, Pre-Texdeltos, 1985 (traducción de La voix et le phénoméne: introduction au problème du signe dans la phénoménologie de Husserl ).

[11] Derek Attridge / Thomas Baldwin, “Derrida”, en The Guardian, 11 de octubre de 2004.

[12] Robert Venturi, Complexity and Contradiction in Architecture, Nueva York, MoMA, 1996.

[13] Me refiero a la publicación fundacional del deconstructivismo: Jacques Derrida, La voix et le phénomène, del año 1967 (nota 10).

[14] Jacques Derrida, La verdad en pintura, Buenos Aires/México, Paidós, 2001 (traducción de La verité en peinture). Véase el obituario de Niels Werber, “Mit dem Text gegen den Text”, en Die Tageszeitung, 11 de octubre de 2004.

[15] Wolf Singer, “Neurobiologische Anmerkungen zum Wesen und zur Notwendigkeit von Kunst”, en Der Beobachter im Gehirn. Essays zur Hirnforschung, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 2002, pp. 220-224.

[16] Wolf Singer, “Der Beobachter im Gehirn”, en Der Beobachter im Gehirn. Essays zur Hirnforschung, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 2002, pp. 145.

[17] Niklas Luhmann, Die Kunst der Gesellschaft, Frankfurt/Main, Suhrkamp, 1997, pp. 159-160.

[18] Peter Krieger, “Dolor fantasma-una arqueología virtual del World Trade Center ”, en Universidad de México, núm. 627, septiembre de 2003, pp. 78-82.

[19] Véase la crítica en Arch+156, p. 106, que descalifica los Diagram Diaries de Eisenman como oscurantismo escrito por un diletante.

[20] Un ejemplo de la no-comunicación entre la filosofía y la teoría de arquitectura es el proyecto any, una serie de diez coloquios, realizados entre 1991 y 2001 en Nueva York por Peter Eisenman, Bernard Tschumi, Arata Isozaki, Zaha Hadid, Jean Nouvel, Anthony Vidler y Fread deric Jameson, entre otros. Véase la última de las diez publicaciones any, Cynthia C. Davidson, ed., Anything, Cambridge, Mass., mit Press, Nueva York, Anyone Corp., 2001.

[21] Arch+156, p. 44.

[22] Ritter (nota 9): “So ist die über die ganze Welt verstreute dekonstruktivistische Gemeinde auch eher eine Konzeptkunstrichtung als eine akademische Schule”.

[23] Tageszeitung, 11 de octubre de 2004.

[24] El problema consiste en las complicadas terminologías de las ciencias que excluyen a un  creciente número de lectores del conocimiento actualizado; véase Wolf Singer en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 9 de julio de 2001.

[25] Richard Rorty en Die Zeit 43/2004.

[26] Martin Seel, ibid., cita en original: “Sein Verfahren ist das beharrliche Aufzeigen der grundlegenden Gebrochenheit, Unfertigkeit und Unschlüssigkeit menschlicher Orientierungen […].”

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