Por Immanuel Wallerstein *
La presidencia de George W. Bush fue el momento de mayor arrasamiento electoral por parte de los partidos de centroizquierda en América
latina en los últimos dos siglos. La presidencia de Barack Obama corre
el riesgo de ser el momento de la venganza de la derecha en América
latina. La razón bien puede ser la misma: la combinación de la
decadencia del poderío estadounidense con la continuada centralidad de
Estados Unidos en la política mundial. Al mismo tiempo, Washington es
incapaz de imponerse por sí mismo y todo el mundo espera que entre al
terreno de juego en el bando de ellos.
¿Qué fue lo que ocurrió en Honduras? Hace mucho que este país es uno
de los pilares más seguros de las oligarquías latinoamericanas: tiene
una clase dominante arrogante y sin arrepentimiento, guarda vínculos
cercanos con Estados Unidos y es el sitio de una importante base
militar estadounidense. En las últimas elecciones, Manuel “Mel” Zelaya
fue electo presidente.
Siendo un producto de las clases dominantes, se esperaba que
continuara jugando el juego en la forma en que los presidentes
hondureños lo han jugado siempre. En cambio, inclinó sus políticas
hacia la izquierda. Emprendió programas internos que en verdad
hicieron algo por la vasta mayoría de la población: se construyeron
escuelas en áreas rurales remotas, se aumentó el salario mínimo, se
abrieron clínicas de salud.
Comenzó su período apoyando el tratado de libre comercio con Estados
Unidos, pero dos años después se unió al ALBA, la organización de
Estados que creó el presidente Hugo Chávez. El resultado fue que
Honduras obtuvo petróleo barato procedente de Venezuela. Luego propuso
la celebración de un referéndum para saber si la población pensaba que
era buena idea revisar la Constitución. La oligarquía gritó que éste
era un intento de Zelaya de cambiar las leyes y hacer posible que él
accediera a un segundo período. Dado que se preveía que la consulta
ocurriera el día en que su sucesor fuera electo, ésta es claramente
una razón inventada. ¿Por qué entonces escenificó el ejército un golpe
de Estado con el respaldo de la Suprema Corte, el Congreso hondureño y
la jerarquía católica?
Dos factores confluyen aquí: su visión de Zelaya y su percepción de
Estados Unidos. En los años treinta, la derecha estadounidense atacó a
Franklin Roosevelt como “traidor a su clase”. Para la oligarquía
hondureña, eso significa que Zelaya, “un traidor a su clase”, es
alguien que debería ser castigado como ejemplo para otros.
¿Y qué pasa con Estados Unidos? Cuando ocurrió el golpe, algunos
comentaristas de la izquierda vociferante en la blogosfera lo llamaron
“el golpe de Estado de Obama”.
Ni Zelaya ni sus simpatizantes en la calle, ni tampoco Chávez o Fidel
Castro tienen esa visión tan simplista. Todos ellos notan la
diferencia entre Obama y la derecha estadounidense (líderes políticos
o figuras militares). Parece claro que la última cosa que el gobierno
de Obama quería era este golpe de Estado. Ha sido un intento por
forzarle la mano. Sin duda esto recibió aliento de figuras clave de la
derecha estadounidense, como Otto Reich (el cubano-estadounidense y ex
consejero de Bush) y el International Republican Institute.
Seamos testigos de algunas de las aseveraciones más desorbitadas de
los golpistas. El ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de
facto, Enrique Ortez, dijo que Obama era un “negrito que no sabe nada
de nada”. Hay alguna controversia de qué tan peyorativo es el término
“negrito” en castellano. En cualquier caso, el embajador
estadounidense protestó tajantemente ante el insulto. Ortez se
disculpó por su “desafortunada expresión”, y se lo cambió a otro
puesto en el gobierno. Ortez concedió una entrevista a la televisión
hondureña diciendo: “No tengo prejuicios raciales, me gusta el negrito
que está presidiendo Estados Unidos”. Sin duda, la derecha
estadounidense es más cortés, pero no menos denunciatoria de Obama. El
senador republicano Jim DeMint, la diputada republicana
cubanoestadounidense Ileana RosLehtinen y el abogado conservador
Manuel A. Estrada, todos han insistido en que el golpe estuvo
justificado porque no fue un golpe de Estado, sino justamente una
defensa de la Constitución hondureña. Y la blogger derechista Jennifer
Rubin publicó un texto el 13 de julio titulado: “Obama está mal, mal,
mal respecto a Honduras”. Su equivalente hondureño, Ramón Villeda,
publicó una carta abierta al presidente estadounidense el 11 de julio,
donde decía: “No es la primera vez que Washington se equivoca y
abandona, en momentos críticos, a un aliado y amigo”. La derecha
hondureña hace su juego buscando ganar tiempo, hasta que el período de
Zelaya termine. Si logran su objetivo, habrán ganado. Y la derecha
guatemalteca, la salvadoreña y la nicaragüense observan por los
costados, y ya les pican las ganas de comenzar sus propios golpes de
Estado contra sus gobiernos que no son ya de derecha.
Es posible que la derecha gane las elecciones este año y el año
entrante en Argentina y Brasil, tal vez en Uruguay y Chile. Tres
analistas importantes del Cono Sur han publicado sus explicaciones.
Atilio Boron habla de la “futilidad del golpe”. El sociólogo brasileño
Emir Sader dice que América latina enfrenta una encrucijada: “La
profundización del antineoliberalismo o la restauración conservadora”.
El periodista uruguayo Raúl Zibechi titula su análisis “La
irresistible decadencia del progresismo”. Zibechi piensa que las
débiles políticas de Lula, Vázquez, Kirchner y Bachelet (Brasil,
Uruguay, Argentina y Chile) han fortalecido a la derecha (que avizora
adoptando un estilo Berlusconi) y dividieron a la izquierda. Pienso
que hay una explicación más directa y simple. La izquierda llegó al
poder en América latina debido a la distracción estadounidense y a los
buenos tiempos económicos. Ahora enfrenta una distracción continuada,
pero los tiempos económicos son malos y comienzan a culparla porque
está en el poder, aunque hay poco que puedan hacer los gobiernos de
centroizquierda respecto a la economía mundial. ¿Puede Estados Unidos
hacer algo acerca de este golpe de Estado? Por supuesto. Primero,
Obama puede oficialmente etiquetar el golpe como un golpe de Estado.
Esto podría disparar una ley estadounidense que le cortara toda la
asistencia de Estados Unidos a Honduras. Puede cercenar las
continuadas relaciones del Pentágono con los militares hondureños.
Puede retirar al embajador estadounidense. Puede decir que no hay nada
que negociar en vez de insistir en la “mediación” entre el gobierno
legítimo y los líderes golpistas. ¿Por qué no hace todo eso? Es muy
simple, también. Tiene al menos otros cuatro súper puntos pendientes
en su agenda: la confirmación de Sonia Sotomayor en la Suprema Corte;
un desbarajuste continuado en Medio Oriente; su necesidad de pasar la
legislación de salud este año (si no es en agosto, en diciembre), y de
repente una presión enorme por abrir las investigaciones de los actos
ilegales del gobierno de Bush. Lo siento, pero Honduras tiene el
quinto lugar en la lista. Así que Barack Obama, constreñido entre dos
posturas fuertes, no hace sino ganar tiempo haciendo guiños a unos y a
otros, sin asumir una actitud clara. Y nadie quedará contento. Zelaya
puede ser restaurado en el cargo, pero tal vez sólo tres meses a
partir de ahora. Demasiado tarde. Pónganle atención a Guatemala.