La globalización representa una nueva etapa en el proceso de cosmogénesis y de antropogénesis. Tenemos que entrar en ella. No de la manera que las potencias controladas del mercado mundial quieren mercado competitivo y nada cooperativo, solamente interesadas en nuestras riquezas materiales, reduciéndonos a meros consumidores.
Nosotros queremos entrar soberanos y conscientes de nuestra posible contribución ecológica, multicultural y espiritual.
Se percibe un desmesurado entusiasmo del actual gobierno por la globalización. El presidente habla de ellas sin los matices que situarían con la debida luz nuestra singularidad. Posee capacidad para ser una voz propia y no eco de la voz de los otros.
Para él y sus aliados, cuento una historia que viene de un pequeño país de África occidental, Gana, narrada por un educador popular, James Aggrey, a principios de este siglo cuando se daban los embates por la descolonización.
Ojalá los haga pensar.
Era una vez un campesino que fue al bosque cercano a atrapar algún pájaro con el fin de tenerlo cautivo en su casa. Consiguió atrapar un aguilucho. Lo colocó en el gallinero junto a las gallinas. Creció como una gallina.
Después de cinco años, ese hombre recibió en su casa la visita de un naturalista. Al pasar por el jardín, dice el naturalista: “Ese pájaro que está ahí, no es una gallina. Es un águila.”
“De hecho”, dijo el hombre. “Es un águila. Pero yo la crié como gallina. Ya no es un águila. Es una gallina como las otras.
“No, respondió el naturalista”. Ella es y será siempre un águila. Pues tiene el corazón de un águila. Este corazón la hará un día volar a las alturas”.
“No, insistió el campesino. Ya se volvió gallina y jamás volará como águila”.
Entonces, decidieron, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la elevó muy alto y, desafiándola, dijo: “Ya que de hecho eres un águila, ya que tú perteneces al cielo y no a la tierra, entonces, abre tusa alas y vuela!”
El águila se quedó, fija sobre el brazo extendido del naturalista. Miraba distraídamente a su alrededor. Vio a las gallinas allá abajo, comiendo granos. Y saltó junto a ellas.
El campesino comentó. “Yo lo dije, ella se transformo en una simple gallina”.
“No”, insistió de nuevo el naturalista, “Es un águila”. Y un águila, siempre será un águila. Vamos a experimentar nuevamente mañana.
Al día siguiente, al naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya que tú eres un águila, abre tus alas y vuela!”.
Pero cuando el águila vio allá abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas.
El campesino sonrió y volvió a la carga: “Ya le había dicho, se volvió gallina”.
“No”, respondió firmemente el naturalista. “Es águila y poseerá siempre un corazón de águila. Vamos a experimentar por última vez. Mañana la haré volar”.
Al día siguiente, el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano. Tomaron el águila, la llevaron hasta lo alto de una montaña. El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas.
El naturalista levantó el águila hacia lo alto y le ordenó: “Águila, ya que tú eres un águila, ya que tu perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.
El águila miró alrededor. Temblaba, como si experimentara su nueva vida, pero no voló. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de suerte que sus ojos se pudiesen llenar de claridad y conseguir las dimensiones del vasto horizonte.
Fue cuando ella abrió sus potentes alas. Se erguió soberana sobre sí misma. Y comenzó a volar a volar hacia lo alto y a volar cada vez más a las alturas. Voló. Y nunca más volvió.
Pueblos de África (y de Brasil)! Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. Pero hubo personas que nos hicieron pensar como gallinas. Y aun pensamos que efectivamente somos gallinas. Pero somos águilas.
Por eso, hermanos y hermanas, abran las alas y vuelen. Vuelen como las águilas. Jamás se contenten con los granos que les arrojen a los pies para picotearlos.
Tradujo Daniel Rodríguez (MCCLP), México 1997