La oligarquía financiera contra Brasil
Raúl Zibechi
El año comienza con señales que indican una creciente ofensiva del capital financiero internacional contra los países a los que considera sus principales competidores. Una de las armas que utilizan en esta guerra son las agencias calificadoras de riesgo, las tres principales (Standard & Poors, Moody’s y Fitch) están al servicio de los Estados Unidos como señaló semanas atrás Guan Jiangzhong, presidente de la calificadora china Dagong.
El estribillo que vienen recitando las calificadoras y los principales medios vinculados al sector financiero, es que las economías emergentes están en problemas. Standard & Poors hace especial hincapié en que a lo largo de 2014 varios de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) pueden tener su calificación de riesgo degradada, con lo que su acceso a créditos será más oneroso.
Las mismas agencias, que nunca alertaron sobre la inminente crisis de 2008, señalan ahora que India y Brasil enfrentan una situación delicada por un supuesto deterioro de sus cuentas públicas. En el mismo reporte que recoge el diario brasileño O Globo (31 de diciembre de 2013), Jim O´Neill, ex economista jefe de S&P quien acuñó la sigla BRIC, ahora destaca el papel que juegan cuatro países en los que deposita gran confianza: México, Indonesia, Nigeria y Turquía, a quienes denomina MINT.
Varios de ellos son firmes aliados de los Estados Unidos. El caso de México es sintomático, ya que las agencias de riesgo pretenden instalar al país desquiciado por una guerra interna como modelo a seguir, mientras colocan a Brasil –donde el nivel de vida ha mejorado consistentemente y no enfrenta graves problemas- como un país al borde de la crisis. The Economist se ha destacado en el ataque al gobierno de Dilma Rousseff. Aunque reconoce que el desempleo está en mínimos históricos y que los ingresos aumentan, advierte que “la inflación está fuera de control” y que “sin un cambio de rumbo su nota será degradada” (The Economist, 7 de diciembre de 2013).
En Brasil se registra un debate intenso sobre la política económica, en un año electoral en el que el sector financiero global parece haber apostado por la derrota de Rousseff para poner fin al ciclo de gobiernos del Partido de los Trabajadores. Los empresarios y el sector financiero muestran un claro distanciamiento con el gobierno, del cual desconfían, a diferencia de la confianza que depositaron en Lula. ¿Cómo explicar este cambio?
Uno de los análisis más lúcidos fue hilvanado por el economista Luiz Gonzaga Belluzzo, quien fuera profesor de la presidenta, en una larga entrevista publicado en el conservador Folha de São Paulo. En su opinión la clave del estancamiento relativo de Brasil está en la industria, cuyos empresarios se convirtieron en importadores por la valorización del real. La tasa de cambio, que registra un desfasaje del 30%, sería la clave de la falta de competitividad de los productos manufacturados brasileños.
Belluzzo saca conclusiones para Brasil de la crisis europea, de la que responsabiliza al mercado financiero. Al principio de su gobierno, dos años atrás, Dilma intentó enfrentar el desafío que le planteaba el sector financiero, pero luego dio marcha atrás. “El gobierno está perdiendo la batalla ideológica y política con el mercado financiero, que hoy en el mundo es un sector cuyo funcionamiento está dedicado al enriquecimiento de sus participantes” (Folha de São Paulo, 29 de diciembre de 2013).
La “derrota” del gobierno comenzó en realidad bajo los dos gobiernos de Lula (2003-2006 y 2007-2010). En junio de 2002, en plena campaña electoral, Lula emitió la “Carta al Pueblo Brasileño” para calmar al capital financiero ya que el riesgo país había trepado a 2.400, la inflación se disparaba y el dólar había alcanzado 4 reales (ahora está en 2,37) ante el temor de los banqueros de que Brasil siguiera los pasos de Argentina, que había declarado el cese de pagos en diciembre de 2001.
Pese a las notables diferencias y a que Brasil tiene hoy reservas monetarias de 370 mil millones de dólares que lo ponen a salvo de cualquier inestabilidad y de ataques especulativos a su moneda, el capital financiero está agitando las aguas. Es cierto que el país tiene la tasa de interés real más elevada del mundo, que el superávit fiscal del período Lula se evaporó y que hace años entró en déficit comercial por el retroceso de las exportaciones industriales.
Aún así, la economía no va nada mal. En 2013 el crecimiento fue del 2% y el éste será algo mayor. Insuficiente, pero no catastrófico. Antonio Delfim Netto, uno de los más respetados economistas, ex ministro de la dictadura militar pero acérrimo defensor de los gobiernos Lula y Rousseff, criticó con dureza a quienes promueven la desconfianza, acusándolos de tener “propensión al mesianismo iluminado” (Valor, 3 de diciembre de 2013).
En octubre pasado se le vieron las orejas al lobo. Por primera vez Brasil subastaba uno de los principales campos de petróleo en la “capa pre-sal” (por estar debajo de una gruesa capa de sal en el fondo de la plataforma marítima). Pese a tratarse de un negocio garantizado sin ningún riesgo, tanto que fue criticado por el movimiento sindical, las grandes petroleras estadounidenses no se presentaron, mostrando que la política sigue siendo clave para interpretar los pasos del gran capital.
La estatal brasileña Petrobras, la cuarta petrolera del mundo, líder en exploración y explotación en aguas profundas, la empresa que realizó los mayores descubrimientos en la última década, sigue bajo acoso del mercado financiero y sus acciones cayeron más del 10% en 2013. Está realizando gigantescas inversiones –el año pasado instaló nueve plataformas marinas, una cada cuarenta días- como parte de un plan que le permitirá triplicar la producción convirtiendo a Brasil en el quinto productor de hidrocarburos del mundo. En la lógica del mercado financiero, ese paso es un problema porque lo está dando un país emergente, no tan controlado como quisieran.
En diciembre Brasil aumentó su distancia de la oligarquía financiera cuando el gobierno descartó la compra de aviones cazas a Boeing, que había realizado enormes presiones desde que Lula firmó un acuerdo para la construcción de submarinos convencionales y nucleares con Francia en 2009. La opción por el caza Gripen de la sueca Saab estuvo guiada por estrictos intereses nacionales, ya que es la única que le permite desarrollar un modelo desde cero, producirlo en el país con traspaso de todo el paquete tecnológico y luego venderlo en la región sudamericana que, de ese modo, podrá contar con un avión de combate regional.
Las empresas multinacionales no se comportan con una lógica económica a secas, sino sobre todo geopolítica, al igual que los estados que las hospedan y que, a menudo, son sus rehenes. La economía está subordinada a la política (o sea a la lógica del poder) y ésta a la geopolítica (o sea al poder anclado en ciertos territorios). Para ellas, los gobiernos nacionales no cuentan, menos aún el interés nacional, salvo el de las grandes potencias, en particular los Estados Unidos.
Lo más notable, como señala Belluzzo, es el poder que siguen teniendo las agencias calificadoras, hijas de Wall Street y parte de la oligarquía financiera: “Después de lo que esas agencias de riesgo hicieron en la pre-crisis, es impresionante que las personas hablen de ellas con respeto. Deberían estar en la cárcel”. Lo dice quien figura entre los cien mayores economistas heterodoxos del siglo XX. Los mercados, claro, no se inmutan.
(*) Raúl Zibechi es autor, entre otros trabajos, de Brasil potencia. Entre la integración regional y un nuevo imperialismo (Bajo tierra ediciones /JRA, 2012).
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