La Revolución Bolivariana de Hugo Chavez

RESUMEN

El 4 de febrero de 1992 emergió la figura del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías. Curiosamente luego del fallido levantamiento el pueblo venezolano comienza una identificación sentimental con el personaje que asumió la responsabilidad. El “por ahora” enunciado ante las cámaras de la TV venezolana se convirtió en el llamado subliminal para retomar el poder. Pasaron seis años, entre la cárcel de Yare, donde fue recluido, y las elecciones de diciembre de 1998. El proceso constituyente de 1999 fraguó una Constitución para la rebautizada República Bolivariana de Venezuela. Y desde entonces comenzó un proceso político revolucionario que ha sido conocido como la Revolución Bolivariana modela sobre la interpretación particular que se hace de Carta Magna. Simultáneamente se inicia la construcción de un neonacionalismo que retoma las prácticas inventadas de la tradición (Hobsbawn, 2002) caracterizada por un proceso de ritualización de la figura de Bolívar y los símbolos de la nación con el fin de legitimar el nuevo proceso. El proceso revolucionario bolivariano, de la misma manera que se hiciera en el siglo XIX, hace referencia al pasado heroico del pueblo venezolano para refundar el neonacionalismo bolivariano, y que ahora deviene en democracia socialista o socialismo del siglo XXI. En nuestro trabajo buscamos presentar la paradoja sobre la que descansa el neonacionalismo venezolano. El neonacionalismo venezolano apela al mito de los orígenes y reviste su novedad con el sofisma de que está enraizada en el discurso heroico: “somos, porque hemos sido.” Las misiones, que son los programas sociales emblemáticos, llevan el epónimo de sus héroes: Robinson (en alusión a Simón Rodríguez), Ribas, Sucre, “Vuelvan caras”, y Barrio Adentro. Y, por tanto, el neonacionalismo se legitima de nuevo sobre la base de la invención de la tradición.

Palabras claves: Nación, Nacionalismo, Neonacionalismo y Tradición,

Introducción. Cada generación construye mentalmente su representación del pasado histórico. Su Bolívar y su Páez, su etapa de Independencia y su República. ¿Cómo? Con los materiales de que dispone, y entre ellos se puede introducir un elemento de progreso. Construye y reconstruye sus propios imaginarios sociales. En nuestro caso queremos analizar el imaginario más potente de nuestra nacionalidad, cual es: el imaginario social bolivariano. La nación venezolana se construye a partir del “imaginario colectivo, es decir, con la construcción simbólica mediante la cual se define e interpreta a sí misma.” (Dávila, 2005:276) Históricamente se ha reconocido la fortaleza de la historia patria en la unidad nacional, pero no así al papel que jugó la poesía, la religiosidad popular y la filosofía vulgarizada en la vida social., que al decir de Gramsci es la propia ideología. Aclaro de entrada, que no comparto la segmentación en la cual se pretende esquematizar a los venezolanos: “oficialistas u opositores.” Todo esquematismo es simplista, por eso es necesario repensarnos a nosotros mismos más allá del celestinaje ideológico (Mariategui), de derechas o izquierdas. Recordemos que tal estandarización está minada, el discurso postmoderno nos recuerda que hasta el propio Marx o “Che” Guevara pueden ser objetos de consumo sin menoscabo ideológico. Es necesario implorar la pluralidad ideológica para no repetir la dialéctica de la negación que en el pasado sirvió para mancillar a nuestros pueblos.

Actualmente el imaginario social bolivariano ha sido especialmente interiorizado en las masas desde el ascenso de Hugo Chávez al poder, y alimenta el sueño en las clases menos favorecidas históricamente. Es como si se hubiese despertado una fuerza telúrica silenciada en el inconsciente colectivo del pueblo venezolano. Sin embargo, el trabajo que aquí presentamos no tiene la pretensión de analizar la historia inmediata que vivimos, entramos en ella en el entendido que alertaba Rojas (2004): “La historia inmediata, tal como la hemos descrito y concebido, no sólo debe responder a las demandas de un público ansioso de respuestas acerca de las causas de múltiples acontecimientos históricos que vive en el presente, sino que debe ser también una oferta del historiador consciente de su papel como intelectual comprometido en la necesaria comprensión del tiempo presente en su diálogo permanente con el pasado y con el futuro, no olvidando que la construcción de una imagen del pasado o del futuro no es monopolio exclusivo del historiador. Máxime cuando vivimos una especie de aceleración del tiempo histórico en el contexto de una revolución científico-técnica de la información y en un mundo más globalizado por los efectos de las comunicaciones que “en directo, vía satélite”, nos desbordan de sucesos y accidentes de la vida cotidiana que se le presentan al espectador como acontecimientos históricos, tal vez, sin serlo. Estamos, pues, frente a una responsabilidad social difícil de renunciar y de compleja actuación. ¿Cuál es nuestra experiencia, al respecto, en nuestro quehacer cotidiano? ¿Cómo ha sido nuestro acercamiento a la historia inmediata como historia del tiempo presente?” Con esta orientación intentamos entrecruzar los tiempos históricos de los que hablaba Fernand Braudel (1991), pero ahora aplicados al estudio del imaginario social bolivariano.

Desde el punto de vista metodológico nos apoyamos en la historia de las mentalidades y de las representaciones, que tienen sus antecedentes al interno de la tradición historiográfica de la Escuela de Annales (1929). Escuela de historiadores que trajo el Dr. Federico Brito Figueroa a Venezuela y que ha sido profundizada por el Dr. Reinaldo Rojas. Hoy como herederos de esa vertiente historiográfica entramos en el nivel de la superestructura jurídico-política e ideológica venezolana para analizar el imaginario bolivariano.

Por otra parte, también abordamos el estudio de los imaginarios desde la óptica de la antropología, especialmente en la interpretación de Gilbert Durand (2000). La obra de Durand se remonta a los años sesenta cuando publicó Estructuras Antropológicas de lo Imaginario. Heredero de la tradición de Mircea Eliade, Gaston Bachelard, Claude Levi Strauss, y Paul Ricoeur ha sabido conciliar el estructuralismo figurativo y las corrientes hermenéuticas.

Para poder comprender la Revolución Bolivariana es necesario adentrarnos en lo que significa Bolívar para los venezolanos. El Bolívar imaginario social de alguna manera ha sido alimentado por la extensa bibliografía que se teje alrededor del culto bolivariano; por eso ingresa a la memoria del niño casi al nacer y se perpetúa durante toda su existencia. En ese sentido decimos que Bolívar está sembrado en el zócalo de memoria venezolana; por eso “no quedó enterrado en su tumba, sino sembrado en toda la tierra.” (Briceño-Guerrero, 1983:10) Lo que los dioses del Olimpo para los griegos, Bolívar lo es para los venezolanos: “ser bolivariano es igual a ser venezolano.” (Castro Leiva, 1991: 10)

La historiografía ha construido diversas vertientes del Bolívar imaginario político: en Fermín Toro (1960) encontramos la vertiente oficial del culto a Bolívar; en Juan Vicente González (1961) la tendencia conservadora y literaria; en Antonio Leocadio Guzmán (1961) la tendencia liberal radical; obras que siendo del siglo XIX fueron publicadas en la década del sesenta del siglo XX por las ediciones del Congreso de la República.

Hace algunos años algunos historiadores se avergonzaban de los trabajos de estos padres fundadores del imaginario político bolivariano, hoy tenemos que reconocer que fue un error; que potenciar a Bolívar como el símbolo de la venezolaneidad es lo mejor que nos ha podido pasar. Las grandes civilizaciones lograron trascender en el tiempo gracias a sus mitos fundacionales: símbolos, dioses, ritos, representaciones; en una palabra gracias a su imaginería.

Es claro que Bolívar ya no es que el existió sino un producto social que ha dado origen a un mito fundacional: la nacionalidad venezolana, así “la patria germinal habita en ese nivel del psiquismo colectivo donde anida la presencia innominada de Bolívar.” (Briceño-Guerrero, 1983: 15) Es un mito fundacional que explica el mundo de cada venezolano, es el caudillo milagroso, pero al mismo tiempo es el compañero de viaje, el héroe y el santo. Bolívar hace presencia “cuando nuestra existencia se torna angustiosa, cuando nuestros sueños se sienten amenazados por el adverso destino (…) entonces la figura de Bolívar, magnificada por su vida inaccesible y por su muerte sin paralelo, se ilumina en el horizonte para venir a comunicarnos la fuerza que nos falta.”(Gabaldón Márquez, 1960:189-190)

La historiografía nos habla de El culto a Bolívar (Carrera Damas, 1973), De la Patria Boba a la Teología Bolivariana (Castro Leiva, 1991), hasta el Bolívar Santo de Vestir (Pino Iturrieta, 1999). Todos alimentan ya sea con su crítica o con su defensa la imaginería bolivariana. La tradición iconoclasta ha criticado con sorna la imagen del Bolívar imaginario, ridiculizando a Bolívar como figura central del “Olimpo criollo.”

¡Ojala! Que tuviéramos un Olimpo criollo, seríamos más pueblo, tendríamos más conciencia de pertenencia a nuestras raíces históricas. ¿Por qué combatir un imaginario colectivo? Los imaginarios son creados por el pueblo, y Bolívar ya forma parte del cuerpo y del alma de cada venezolano. Bolívar es el cemento fundacional de la patria, aspecto que podemos encontrar en numerosos escritos en los que se plantea la figura de Bolívar como el mito fundacional de nuestra nacionalidad; Bolívar en ese sentido es el “verbo encarnado de nuestra redención nacional.” (Villavicencio, 1900. Citado por Carrera Damas, 1973:)

La concepción de la historia de raigambre positivista se encargó de establecer prejuicios sobre las interpretaciones del Bolívar imaginario social, incluso se creyó que trabajos como el Catecismo de Historia de Venezuela de Antonia Esteller (1885), había servido para entorpecer las mentes, porque magnificaban la figura de Bolívar. En momentos en que la cultura globalizante busca desintegrar nuestras raíces fundadoras de la venezolaneidad es necesario apelar a nuestros imaginarios, y mitos fundacionales, so pena de quedarnos en una entelequia que nos aglutine en una masa amorfa que bien pudiéramos calificar como los “sin patria.” (Mora-García, 1997) Debemos estar atentos para evitar el descentramiento del centro sagrado que une nuestro pueblo.

La advertencia permanente a combatir el culto a Bolívar hay que analizarla por lo menos en una doble perspectiva. En primer lugar, debería revisarse si el culto es negativo (Durkheim, 1982), es decir, si se busca establecer una conexión enfermiza con el héroe; en la que el héroe sustituya al objeto social real. Si fuera así, entonces habría que combatirlo. Debemos tener cuidado de no convertir las masas en tránsfugas, so pena de caer en un cuadro esquizoide que en el pasado condujeron a pueblos al fascismo, al nacional socialismo, y a doctrinas que segregaron la diferencia y atacaron el principio vital de toda cultura: el respeto a la diversidad.

Apoyamos sí, el culto positivo (Durkheim, 1982) a Bolívar, aquel que conecta el símbolo con el pueblo; aquel que deviene en imaginario social. Por eso hacer una apologética o una desacralización del culto a Bolívar a secas sería irresponsable. Todos los pueblos desde la antigüedad entraron en decadencia cuando sus símbolos fueron destruidos. Pero también existe el mismo riesgo cuando el símbolo es banalizado. Poner a Bolívar al alcance de la mano en el sentido light puede ser un riesgo, pues cuando el encanto se pierde también puede despacharse la identificación con el símbolo. Necesitamos al Bolívar imaginario social no solo para Venezuela sino para América Latina: “gana, entonces, en sentido, el culto al Libertador, al caudillo de los movimientos independentistas. En este contexto, Simón Bolívar y San Martín representan el gran pasado nacional y asumen, al mismo tiempo, una función orientadora.” (Werz, 1995:13)

Debemos potenciar al Bolívar devenido en imaginario social, pero al mismo tiempo debemos deslastrarnos del complejo de Edipo cultural, de aquellos que apelan a la figura de Bolívar para invocar al padre represor. Necesitamos al Bolívar que quiere que nos realicemos en el mundo, y que conquistemos la revolución más grande que nos falta, la revolución cultural. Es la diferencia entre: “un Bolívar para el pueblo y un Bolívar del pueblo”. (Castro Leiva, 1991:128)

I Parte. El Imaginario Social Bolivariano y la Revolución Bolivariana.

La noción del Bolívar imaginario social ha macerado en el venezolano un tiempo antropológico, que podríamos definir como el tiempo antropológico bolivariano; si los griegos tienen el tiempo antropológico signado por Homero; si los judíos tienen el tiempo antropológico signado por Abraham; los venezolanos tenemos el tiempo antropológico signado por Bolívar.

Más allá del enfoque sincrónico y diacrónico en el venezolano el tiempo está orientado hacia un tiempo etnológico (Clarac de Briceño, 1996:13) determinado por el imaginario bolivariano. Por eso integra orgánicamente y dinámicamente el pasado, el presente y el futuro. Esa es la razón por la que Bolívar experimenta una performatividad permanente. No es el que fue, ni el que está sino el que vendrá. Cada día reinventa el venezolano su tiempo bolivariano, cada día se conecta con el imaginario para arrancarle los secretos.

Bolívar en su poema, Mi delirio sobre el Chimborazo, interpeló a Cronos, para que le dejara ser como él:

“¿Cómo, oh Tiempo! respondí, no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al eterno con mis manos; siento las prisiones infernales bullir bajo mis pasos; estoy mirando junto a mí rutilantes astros, los soles infinitos; mido sin asombro el espacio que encierra la materia y en tu rostro leo la historia de lo pasado y los pensamientos del Destino”.

Bolívar marca la dirección en la cual debe caminar el venezolano; su imagen es invocada en las dificultades, para defender al débil, para alimentar al hambriento, para implorar la justicia; y para encomendar las labores de cada día.

La cotidianidad está repintada de anécdotas que nos recuerdan ese tiempo antropológico, desde los murales que piden a gritos el retorno del héroe hasta el hombre de barrio de Caracas que exclamó: “yo, no me voy de esta propiedad, porque yo soy hijo de Bolívar.” Se sintió con derecho también. En el fondo reclamaba injusticias acumuladas generacionalmente. Tres generaciones de sus familiares habían trabajado sin poder adquirir una vivienda, ahora la fuerza del imaginario bolivariano le invitaba a reclamar la justicia histórica.

El tiempo antropológico bolivariano funciona como una apercepción trascendental, en el sentido kantiano, pues acompaña todas nuestras representaciones sin estar consciente. El imaginario al igual que la mentalidad colectiva, no se impone ni se decreta sino que se instaura en el tiempo de larga duración. Pero los imaginarios tienen una debilidad, son frágiles. Recordemos que no son precisamente productos de La Razón. Por eso tenemos que reconocer que Bolívar en tanto que imaginario colectivo también ha sido utilizado perversamente para manipular al pueblo; “si el amo del momento era un déspota, se insistía sobre la dictadura de Bolívar; si era una bestia cruel, se le parangonaba tácitamente la energía del Libertador; si era intransigente y testarudo, se sacaba a la luz el autoritarismo del héroe (…) el supuesto carácter bolivariano fue deformándose de esa manera, casi hasta llegar a ser una monstruosa mezcolanza de los desordenes morales que iban surgiendo en la grotesca procesión de caudillos, líderes pseudo intelectuales, Jefes Civiles, Comisarios y gendarmes.” (Mijares, 1970:22)

Es el juego de la relación saber/poder. El que tiene el poder define cuál es y cuál debe ser la verdad; “la verdad afirma Foucault no está fuera del poder, o careciendo de poder (…) la verdad es de este mundo (…) cada sociedad tiene su propio régimen de verdad, su política general de verdad: es decir, los tipos de discursos que acepta y los hace funcionar como verdaderos; los mecanismos e instancias que capacitan a uno para afirmar la verdad o falsedad de determinadas expresiones.” (Foucault, 1980:131.) De lo cual podemos inferir que cada sociedad tiene su propia economía política de la verdad. Bolívar evidentemente ha sido utilizado para legitimar los discursos históricos en torno a la verdad.

La dependencia arquetipal de Bolívar no siempre ha conducido a caminos ciertos, a veces, ha sido deformada por quienes han manipulado al pueblo políticamente. Por ejemplo, se ha aprovechado la dependencia arquetipal mesiánica para desarrollar una cultura de la dependencia en el pueblo venezolano, una cultura de la pobreza que nos presenta en el contexto de las naciones como un “pueblo joven”, a la manera de Ortega y Gasset. Así se ha convertido a Bolívar (inconscientemente) en el Papa Noel de los venezolanos; podríamos decir con López-Pedraza (2000), que la “cultura de piñata” que caracteriza a la cultura venezolana en parte descansa en una histeria hebefrénica, en donde se exagera la histeria de lo infantil. Queremos que el país funcione cual sueño Disneyland, o lo que la psicología junguiana llama la psicología de cuento de hadas; por eso nos emociona las soluciones temporales.

El líder político busca conectarse sentimentalmente con la masa a través de sus imaginarios. En Venezuela esa ha sido una constante, en el siglo XIX y el siglo XXI, en regímenes de facto o en democracia, en las izquierdas y en las derechas, en todos los sectores de la sociedad; Bolívar ha sido el comodín: lo fue para Guzmán Blanco, Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez; Carlos Andrés Pérez, y estelarmente ha sido encarnado por Hugo Chávez Frías.

El imaginario colectivo también opera con dispositivos catárticos, el Bolívar imaginario social le permite al pueblo sublimar cargas inconscientes, a veces llenas de manifestaciones tanáticas (destructoras), que de otra manera terminarían desbocando al pueblo por el estado de frustración ante la carga de promesas incumplidas. Aunque no siempre ocurre ese estado de sublimación, a veces esas manifestaciones tanáticas pueden desbordarse y ocasionar destrucción real. Cuando se pierde la conexión con el símbolo termina el encanto aparece en el escenario el Duende y la tragedia. (López-Pedraza, 2000) El Duende en la vida política venezolana se ha manifestado de muchas maneras, desde el 18 de octubre de 1945 el pueblo está en la calle. (Dávila, 1992) Pero, la presencia más aparatosa del Duende en la Venezuela contemporánea fue el 27 de febrero de 1989, cuando los cerros de Caracas bajaron. También estuvo presente el 4 de febrero de 1992, en donde por cierto emergió la famosa expresión del “por ahora”, que terminó conectando al pueblo con un espíritu mesiánico: Hugo Rafael Chávez Frías. Se repitió el 27 de noviembre de 1992. Y, la más reciente el 11 de abril de 2002, una marcha invocó de nuevo el imaginario bolivariano para tumbar el gobierno, como había acontecido en el pasado. El mesianismo psico-social e ideológico encarnado en Chávez fue más fuerte; había sido capitalizado para nutrir al mesianismo político, con altas cargas de utopía y, a veces, de alucinaciones; “en nuestros países cuando ciertas generosas utopías se vuelcan sobre los agudos problemas sociales, adquieren pronto un tono mesiánico.” (Neira Fernández, 1997:88) Ese mesianismo pudo captar la geografía del hambre en un sector de la población venezolana que históricamente había sido marginada. Chávez alimenta la esperanza en quienes habían sido infravalorizados; pero lamentablemente los medios para alcanzar el fin no han sido los mejores. No se puede negar al Otro por ser diferente, ni se pueden alimentar cargas tanáticas que buscan la destrucción de la diferencia; tampoco se puede invocar la virtud armada sobre la virtud civil. No debe existir una clase privilegiada en un sistema de gobierno democrático, y menos una clase militar. La virtud civil debe estar en manos de ciudadanos civiles, porque el título de ciudadano emana de las leyes y no de la fuerza; en el Discurso ante el Congreso de Colombia, en la Villa del Rosario de Cúcuta, el 3 de octubre de 1821, Bolívar expresó: “Yo ruego ardientemente, no os mostréis sordos al clamor de mi conciencia y de mi honor que me piden a grandes gritos que no sea más que ciudadano. Yo siento la necesidad de dejar el primer puesto de la Republica, al que el pueblo señale como jefe de su corazón.” (Bolívar, III: 720) La sociedad democrática requiere de una correlación de fuerzas para haya gobernabilidad.

Pero hay que reconocer que las cargas tanáticas han sido alimentadas por los dos sectores en pugna: el “oficialismo” y la oposición. Entre diciembre (2002) y febrero (2003) el Paro de PDVSA (la principal industria venezolana generadora de divisas) convocado por la oposición no escatimó los daños que podrían ocasionarse a la nación; se utilizó la misma estrategia para presionar, la fuerza. Y la fuerza no es gobierno en la democracia. Se echó mano hasta de los símbolos de la nacionalidad para enfrentar a Chávez. Y no se logró lo esperado. Si algo pudiéramos decir que fue positivo de toda esa experiencia fue el reencuentro con el símbolo. Las marchas se extinguían sin que se presentaran enfrentamientos entre los bandos: chavistas y “golpistas”; todos terminaban abrazándose. Y hasta una “caimanera” de futbolito recorrió el mundo en imágenes, para recordarnos que el pueblo es más sabio en sus entrañas arquetipales que sus dirigentes.

Aquí una vez más se evidenció que la FRATRIA es más potente que la PATRIA. La Patria los inducía al enfrentamiento irreconciliable; la FRATRIA los invitaba a reconocernos entre hermanos. Generaciones enteras que históricamente se habían desconectado del símbolo ahora invocaban su presencia. Sectores medios y altos de la población cuyo símbolo no era precisamente Bolívar, se reencontraban con el imaginario fundacional. Los jóvenes que antes se autodenominaban “sifrinos” y que no querían saber nada de la patria ni de sus símbolos, ahora iniciáticamente se conectaban con la memoria nacional.

Bolívar dejó de ser una metáfora para convertirse en metonimia; ya no es el héroe lejano sino el amigo que acompaña a cada venezolano en su cotidianidad. Ya no es el ser que enuncia paradigmáticamente el símbolo del ser venezolano; sino el ser devenido en sintagma de nuestra vida. Ya no es el ser que invocamos para que un buen día regrese, sino el ser que acompaña permanentemente todas nuestras representaciones.

II Parte.

La identificación Bolívar y Chávez.

Recientemente acaba de editarse en Venezuela un libro que aborda la personificación del héroe en Hugo Chávez. Se trata del trabajo de Cristina Marcano y Alberto Barrera (2005) Hugo Chávez sin uniforme, una historia personal. El capítulo Bolívar y yo, describe justamente ese tránsito experimentado por Hugo Chávez que lo lleva de líder fracasado (4 de febrero de 1992) a líder resurrecto con las elecciones de 1998.

Sin embargo, el trabajo de Reinaldo Rojas (2000) EL RETORNO DE LOS HÉROES: EL DISCURSO POLÍTICO DE HUGO CHÁVEZ Y EL PROCESO CONSTITUYENTE EN VENEZUELA DE 1999, presentado en el XI Congreso Colombiano de Historia en la ciudad de Santafé de Bogotá fue el primer antecedente que hizo una identificación entre el símbolo de la nacionalidad y Hugo Chávez. Veámoslo en sus propias palabras:

“El levantamiento del 92 pone en escena el factor militar, uno de los pilares fundamentales del sistema político. Pero el golpe no es a favor del FMI y sus reformas neoliberales. La acción militar es contra la clase política que ha perdido legitimidad y total sentido de lo nacional. El movimiento fracasa y su líder – un anónimo Comandante del Regimiento de Paracaidistas acantonado en el Estado Aragua – asume la responsabilidad y rindiéndose llama a preparar nuevas acciones. Un rostro aindiado, una conducta (“asumo la responsabilidad” ) y una frase (“por ahora”) dejan un profundo mensaje de reivindicación en el pueblo venezolano. Este es el texto de su mensaje expuesto antes las cámaras de televisión el 4 de febrero de 1992 en horas del mediodía: “Buenos días a todo el pueblo de Venezuela. Este mensaje bolivariano va dirigido a los valientes soldados del Regimiento de Paracaidistas del estado Aragua y Brigada de Blindados de Valencia. Compañeros, lamentablemente, por ahora nuestros objetivos no fueron logrados en la ciudad capital. Es decir, nosotros no logramos controlar el poder. Ustedes lo hicieron muy bien por allá, pero ya es tiempo de evitar mayor derramamiento de sangre y de reflexionar. Vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse definitivamente hacia un destino mejor. Así que oigan mis palabras, el mensaje que les lanza el Comandante Chávez, para que por favor reflexionen y depongan las armas, porque ya es imposible lograr los objetivos que nos propusimos a nivel nacional. Compañeros, oigan este mensaje solidario. Les agradezco su lealtad, valentía y desprendimiento. Yo, ante el país y ante ustedes, asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano.” (Rojas, 2000)

Esta frase se convirtió en iniciática, y desde entonces nació un nuevo actor para sembrarse en las masas y personificar un nuevo liderazgo político. Y ese proceso iniciático incorpora la figura de Bolívar como el símbolo de ese despertar. Bolívar fue arrancado de las estatuas para ser incorporado en el pueblo vivo. El culto bolivariano sufrió una revisión en sus raíces primigenias, ya no es el Bolívar pregonado para alienar al pueblo sino el líder inspira transformaciones; “Bolívar deja de ser el emblema acartonado del sistema político tradicional, para transformarse en símbolo de rebeldía política. Como Padre de la Patria, retorna al pueblo en su condición de mito fundacional de la nación, pero esta vez, confundida su imagen entre los fusiles y tanques de los militares rebeldes.” (Rojas, 2000)

La inmanencia del mito bolivariano personificado en Hugo Chávez Frías ha sido una de las fortalezas de la revolución bolivariana actual. El pueblo se reviste de Bolívar, y en esta ocasión, se viste de paracaidista; Chávez hizo esa conexión simbólica con el Padre e inspira una refundación de la patria. Una refundación que ha dado origen a un neonacionalismo de izquierda que tiene como pivote las Misiones: Robinson, Rivas, Sucre, Barrio Adentro, y Vuelvan Caras. El neonacionalismo se expresa en la construcción de un sentimiento patriótico desde abajo, desde adentro, y desde los más desposeídos. Un desprendimiento e interés por los demás, a diferencia del nacionalismo del pasado impuesto por las elites criollas que llegó a tener su máxima expresión en el neoliberalismo; aspecto que denunció Chávez (1997) siendo candidato: “no ha existido democracia, sino dictaduras de cogollos que deciden por el pueblo y contra el pueblo”.

El neonacionalismo venezolano permite al pueblo abandonar falsas creencias y prejuicios de raza, de castas, y de negación del más débil. En Venezuela pasamos del neoliberalismo al neonacionalismo, que plantea pasar del nacionalismo tradicional a un nacionalismo regional. Y nuestra región es Sudamérica. La propuesta de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) frente al ALCA es su expresión en materia de economía internacional. El desarrollo endógeno, llamado también crecimiento hacia adentro, busca incrementar la demanda efectiva de los mercados internos. Esta situación a llevado a las alianzas con Lula, en Brasil; Kirchner, en Argentina; y con otros países de la región. El neonacionalismo también se manifiesta en múltiples rebeliones y movimientos populares que abarcan desde el Zapatismo en México, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) en Brasil, el levantamiento indígena-popular- militar en Ecuador y el “argentinazo” del 20 de diciembre, hasta las protestas de Seattle y Génova.

El neonacionalismo bolivariano tiene su expresión en la imaginería venezolana, al potenciar la reivindicación de la herencia ancestral macerada en la cultura de resistencia venezolana y latinoamericana. El culto no está reservado exclusivamente a la presencia de la Iglesia católica sino que permite la expresión de otros cultos, e incluso emerge una gran variedad de imágenes arquetipales. La dependencia del monoteísmo judeo-cristiano se entrecruza con el politeísmo sincrético producto de la fusión de culturas. Ese sincretismo se alimenta de mitos variados, de los griegos a los rituales de santería. La Santísima Trinidad católica tiene su expresión en una “Trinidad criolla” integrada por: María Lionza, El negro Felipe, y Guaicaipuro.

En fin, el neonacionalismo venezolano se construye con un imaginario que incorpora el espiritismo cruzado y la santería; Changó y el negro Miguel. Esta visión que ha sido cuestionada por la ortodoxia religiosa es manejada magistralmente en la práctica por el ciudadano común para reencontrarse con su propia manifestación protorreligiosa. Ningún pueblo ha realizado cambios en su historia sin interiorizar la esfera de lo sagrado; lo sagrado funda la sociedad, y Bolívar es el símbolo de lo sagrado.

Las marchas se han convertido en una expresión atávica que le recuerdan al pueblo la tierra prometida; por eso la marcha está presente cada vez que invoca su visión arquetípica. Los héroes caídos le rememoran la pasión y muerte de Jesucristo, que por supuesto generan necesariamente una resurrección.

En Chávez se realiza una especie de nueva redención, de líder fracasado el 4 de febrero de 1992 a héroe resucitado en las elecciones de diciembre de 1998. A continuación retomamos el análisis de Rojas (2000) para recordar el trance del héroe:

“Es en el escenario de la cárcel de Yare que los venezolanos vuelven a ver al Comandante Chávez por medio de entrevistas televisadas, a escuchar su voz y leer sus proclamas revolucionarias. Chávez se transforma en producto y productor de representaciones colectivas que en el fondo no son más que el rescate y puesta en escena de las representaciones colectivas de la nación. Nace el “chavismo” – connotación popular del chavecismo – como reivindicación social de los pobres y reafirmación, sin dudas y temores, de la idea de Nación, de sentimiento patriótico en un momento de crisis, baja autoestima nacional e incertidumbre política (…) Figuras e imágenes entran en escena: La silueta del paracaidista, la boina roja, los colores de la bandera, el rostro del comandante. El discurso político toma el camino de la historia, se hace épico, heroico en la acción presente que impulsa y movilizador a través de un mensaje que difunde, convocando al “pueblo llano” venezolano a transformarse en sujeto de los cambios necesarios y urgentes que el país reclama. El Himno Nacional se canta en actos públicos y manifestaciones como himno de combate, rescatando su condición de discurso de exaltación del “bravo pueblo”. Bolívar aparece en el fondo como el verdadero conductor del nuevo Ejército de refundación nacional, y el pueblo ya no es tratado en la dimensión abstracta de soberanía sino en la proyección actuante de “soberano”, de “pueblo soberano” como lo llamó Ezequiel Zamora, líder de la rebelión social de 1859 y otro de los arquetipos movilizadores del inconsciente colectivo venezolano que junto a Bolívar apuntalan “en el tiempo” el discurso político de Chávez.” (Rojas, 2000)

Pero esta evocación del retorno de lo heroico también rememora la herencia mesiánica. El mesianismo es una categoría asimilada culturalmente por nuestros pueblos. Somos mesiánicos, y ese arquetipo ya forma parte de nuestro inconsciente colectivo. Pero quisiera agregar que ese mesianismo nos ha hecho soñadores, y al mismo tiempo, dependientes. Ha generado en nosotros una subcultura de las soluciones milagrosas y espontáneas, y lo más lamentable ha reforzado un sentido de cultura piñata, que devino en “complejo de Edipo en lo cultural.” De manera que esa seducción hacia la búsqueda de un líder mesiánico, se reproduce en la oscuridad del inconsciente colectivo generando la permanente actitud salvacionista presente en el pueblo latinoamericano, y que especialmente está presente en el venezolano de hoy. Con esto quiero decir, que el mesianismo como estructura mental, no está personificada exclusivamente en Hugo Chávez Frías sino que está presente en el “utillaje mental” de cada venezolano. Por eso pudiéramos decir, que ese mismo “mesianismo” puesto en manos de la oposición también ha servido también para despertar procesos de resistencia que han sido manipulados por la postura massmediática. Desde el punto de vista educativo el neonacionalismo venezolano retoma el concepto de Estado-docente. No es nada nuevo, diríamos como historiadores de la educación, sobre todo si pensamos que fue Carlos III (1767) quien asumió la responsabilidad de la educación. Pero en el caso actual, el concepto de Estado-docente retoma la visión propuesta, por el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa (1946), en una conferencia dictada en la Escuela Normal Miguel Antonio Caro para anunciar que el Estado debe ser el responsable supremo de la orientación general de la educación de la república. Ese modelo desarrolló una filosofía educativa para conformar la conciencia de los ciudadanos, y fue denominada Humanismo Democrático.

Es necesario rememorar algunos de los postulados de la filosofía educativa prietofiguereana para el contexto actual, ya que nos ilumina el camino a seguir como docentes: en primer lugar, destacamos el principio de neutralidad ideológica de la educación, que se expresa de la siguiente manera: “ la educación tiene que ser, sin duda, neutral frente a las luchas de los partidos que se disputan la adhesión de la ciudadanía dentro de las regulaciones constitucionales, pero no puede serlo en relación con los fundamentos mismos de la democracia.” (Proyecto de Ley Orgánica de Educación, 1948:4-5)

Podemos inferir que los fines de la educación per se no deben estar al servicio de enfoques parcelarios, que conduzcan a la eliminación del pensamiento abierto y la diversidad. Los fines de la educación en el Sistema Democrático no deben responder a manifestaciones fundamentalistas, ya que todo fundamentalismo nos lleva a la unanimidad de opinión, y en ese sentido, no estaríamos formando ciudadanos para una sociedad democrática sino una secta. En segundo lugar, resaltamos el fin prospectivo de la educación. La educación tiene la responsabilidad de acercar el futuro al presente. Todo docente tiene que convertirse en un líder prospectivo para que pueda anticipar los problemas y asuma el cambio como una necesidad perentoria del sistema educativo. El mejor docente, en ese sentido, no es el que resuelve los problemas sino el que los anticipa. En su momento el maestro Prieto nos advertía la vocación prospectiva de la educación de la siguiente manera: “El Estado educa, en primer lugar, para que adquieran armónico desenvolvimiento las virtualidades positivas del hombre (…) la educación pública en todos los grados y formas de sus tres ciclos tiene que preparar el espíritu de las nuevas generaciones para que sean capaces de integrarse a la cultura de su época.” (Proyecto de Ley Orgánica de Educación, 1948:4-5) Los fines de humanismo democrático apuntan hacia una educación prospectiva, en donde propiciemos una formación para la comprensión del mundo actual; el desarrollo de una conciencia crítica es vital en la formación docente. Y, en tercer lugar, el principio de integralidad. Este quizá sea uno de los postulados más importantes de la filosofía educativa prietofiguereana, no sólo porque apuntaba hacia una función administrativa que unificaba los diferentes subsistemas de educación, sino porque establecía una antropología filosófica centrada en la formación integral. Por eso manifestaba que “la preocupación dominante en los enunciados de los principios del humanismo democrático se aplicaba a lo largo de todo el proceso educativo. Formar hombres íntegramente capacitados para el desempeño útil dentro de las colectividades era un objetivo no descuidado en ningún momento. No era el propósito que los campesinos aprendieran a discurrir como Erasmo o como Bembo, sino que junto con la capacitación para sus tareas específicas de sembrador o de criador, adquirieran también las nociones indispensables para conservar la salud, mejorar su medio y contribuir con sus vecinos a las obras exigidas por una vida solidaria y libre (…,) más que el aprendizaje de lectura y escritura, tiende a hacer del hombre una persona humana, consciente de sus deberes y derechos y capacitada para ejercerlos, capaz de integrarse conscientemente con su medios para transformarlo o para mejorarlo.” (Prieto Figueroa, 1957)

El principio de formación integral en el mandamiento prietofiguereano sigue siendo actuante. Hoy la educación apuesta a la integración del hombre con el cosmos, a la biodiversidad biológica, al cultivo de los postulados de una paideia que va de la física a la poesía; desde poetas como Octavio Paz hasta santones como Santha Sai Baba, todos tienen un espacio en la galaxia pedagógica. El camino no se cierra al final, y los cercados están minados, cada vez más se impone una integración del pensamiento científico con el alternativo; una epistemología de la tolerancia cobija el espectro intelectual. En su momento, el maestro Prieto nos demostró que tuvo capacidad de tolerancia epistemológica, pues integró el concepto de persona humana propio de la filosofía neotomista de Jacques Maritain.

El nuevo Estado-docente bolivariano busca la integralidad de la educación, concepto prietofigueriano que conectaba la antigua Educación Primaria con la Universidad; y que hoy implicaría conectar la Escuela Bolivariana con el Liceo Bolivariano, y éste con la Universidad Bolivariana.

El nuevo Proyecto Educativo emana de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (1999). A partir de la Resolución Nº 179, del 15 de septiembre de 1999, se crearon las Escuelas Bolivarianas que representan el inicio de un nuevo proyecto del sistema escolar. Desde el punto de vista de la fundamentación filosófica se basa en las ideas de Simón Rodríguez, el proyecto del Humanismo Democrático de Luis Beltrán Prieto Figueroa, el concepto de Estado Docente, el pensamiento de Paulo Freire, la pedagogía crítica de H. Giroux, y la teoría curricular socio-crítica apoyada en el pensamiento de J. Habermas. Ideológicamente apuesta por una educación de masas sin exclusión de la calidad, aspecto que representa el reto mayor de cualquier proyecto educativo.

Los resultados de este proyecto se comienzan a sentir, y es necesario reconocer el éxito del mismo. Aspecto que se traduce en el crecimiento de la matrícula escolar desde 1998, la cual se mantuvo sostenidamente hasta el 2002, cuando emergieron las misiones:

CRECIMIENTO DE LA MATRICULA ESCOLAR Años Matrícula Total Variación % Población total 1994 6. 621168 -1,3 21377426 1995 6. 613553 -0,1 21844496 1996 6. 855137 3,7 22311094 1997 6. 794091 -0,9 22777151 1998 7. 008692 3,2 23242435 1999 7. 029477 0,3 23706711 2000 7. 303155 3,9 24169744 2001 7. 814371 7,0 24631900 2002 8. 253735 5,6 25093337 2003 8. 175115 -1,0 25553504

Fuente: Luis Bravo Jáuregui (2004)

El neonacionalismo bolivariano retoma otra alianza que se remonta a la Revolución de Octubre de 1945, cuando imbricaba Partido, Ejército y Pueblo. No había cesado el tableteo de las armas automáticas de la Revolución del 18 de octubre de 1945 cuando ya se anunciaba el triunfo alcanzado por el ejército y el pueblo. Esta dupla fue determinante para comprender el desarrollo de dos identidades en la conformación del imaginario político venezolano: “la pasividad del pueblo, su desintegración, el pesimismo sobre su capacidad para ser autor de su propia historia se acabarían con el advenimiento de la Revolución de Octubre. De allí en adelante: no más actitudes contemplativas ante el pasado, quemando incienso ante los retratos de los libertadores y comportándonos como nietos indignos de ellos. Este optimismo será reforzado por otras dos entidades: Pueblo-Partido (AD) y Pueblo-Ejército.” (Dávila, 1992:53)

La historia pareciera repetirse en los albores del siglo XXI, cambiemos los términos y nos encontramos con el neonacionalismo bolivariano. La propuesta del Presidente Hugo Chávez Frías es el llamado permanente a integrar Pueblo y Ejército. Poco a poco, todo deberá transformarse en organizaciones cívico-militares, desde las escuelas hasta los cuarteles. Tesis que ha sido criticada por los sectores de la oposición, pues pone en tela de juicio uno de los principios fundamentales de la profesionalización militar, cual es, la distancia entre el ejército y el pueblo, y a su vez, entre el militar y el Estado democrático; y que Samuel Huntington (1995) criticara al afirmar que: “la profesión militar es experta y limitada. Sus miembros tienen competencia especializada dentro de su campo y carecen de dicha competencia fuera de su campo.” (Huntington, 1995:63)

En los actuales momentos el neonacionalismo bolivariano vive otra performatividad que está en proceso de ejecución, cual es, la propuesta del socialismo del siglo XXI. La tesis ha resultado no menos polémica, pues hasta el mismo Heinz Dieterich (padre de la criatura) ha manifestado: “Se observa en la Revolución Venezolana una especie de indigestión teórica que se debe a la multitud de conceptos y paradigmas (modelos) que la población tuvo que asimilar en apenas seis años, entre ellos: Revolución Bolivariana, antiimperialismo, desarrollo endógeno, escuálidos y Socialismo del Siglo XXI. Considerando, que un estudiante tiene casi seis 6 años para aprender un solo paradigma científico (p.e., economía) queda evidente la magnitud de la tarea de aprendizaje. Por la misma génesis de la Revolución no existe una vanguardia colectiva ni cuadros medios adecuados en el país que pudieran ayudar a la población en el debate de estos conceptos. La obra que aquí presentamos, “Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI”, de la Escuela de Bremen, al igual que la obra de la Escuela de Escocia, “Hacia un nuevo socialismo”, que presentaremos en noviembre de este año, pretende facilitar la discusión sobre estándares científicos de conocimiento y debate.” (Heinz Dieterich, 2005) En nuestro análisis hemos pasado de la conformación histórica del imaginario social bolivariano a la performatividad que vive con la emergencia de Hugo Chávez y la revolución bolivariana. Como hemos podido observar se requiere de un enjundiosa revisión epistemológica de los postulados sobre los que se funda el neonacionalismo para determinar el desideratum del proyecto bolivariano actual. No pretendemos ofrecer soluciones definitivas sino generar ideas que permitan profundizar la discusión.

COROLARIO.

Iniciamos esta parte conclusiva con una cita realizada por Reinaldo Rojas (2000), sobre todo, porque nos permitirá decantar lo que él, en su momento, proyectaba que debiera ser la Revolución Bolivariana. Veamos: “Los venezolanos de la V República, sin negar el mito como proyección simbólica de la idea de nación que forma parte de nuestro inconsciente colectivo, sin negar nuestra historia y dejar de cultivar el reconocimiento eterno a nuestros héroes, y sin movernos frente a la figura de Chávez, entre los extremos de la apología semidivina o la negación de sus cualidades de líder carismático del actual proceso de reconstrucción y afianzamiento nacional, podemos y debemos buscar como salida, el camino del crecimiento y de la madurez social como comunidad política, matando simbólicamente al héroe, si es que ello es totalmente posible, a través de la construcción de una democracia política y social fundada en la participación y la corresponsabilidad. Hoy, a dicho el propio Chávez, en Venezuela el binomio Pueblo y Revolución se ha hecho presente. En estas condiciones, así como el Bolívar guerrero de 1813 dio paso al Bolívar estadista de 1819, la figura heroica del Comandante Chávez de 1992 debe dar paso al estadista del 2000, para que por primera vez en nuestra historia el ciclo se cumpla y de la adolescencia pasemos a transitar esa madurez de pueblo que con conciencia de pasado y voluntad política de presente sea capaz de construir su propio futuro. Estaríamos hablando entonces, de esta década constituyente como el antecedente o primera fase de una verdadera revolución.” (Rojas, 2000)

Sin duda que podemos hablar de un nuevo tiempo histórico nacional con el proceso vivido en Venezuela los últimos cinco. Venezuela ya no será la misma. Pero tenemos que reconocer que la Revolución Bolivariana sigue presa del mito de los orígenes, de la invención de la tradición, traducida en prácticas simbólicas que buscan reforzar los valores del heroísmo decimonónico. La Revolución Bolivariana buscó, en este sentido, conectarse en forma deliberada con un pasado histórico que presentar sus transformaciones como válidas naturalmente.

La invención de la tradición en la formación de la nación venezolana en el siglo XIX fue instrumentalizada por la historia patria; así pues “la historia patria impuso simbólicamente la imagen de una cierta unidad nacional que informaría los inicios de la nación venezolana: éramos nacionales sin saberlo (…)” (Dávila, 2005: 280) La historia paso a formar un rol servil para “justificar la estructura de poder y la estructura social criolla y el papel preeminente ocupado allí por los independentistas.” (Idem)

El neonacionalismo venezolano del siglo XXI sigue anclado en el paradigma del nacionalismo metodológico, por eso sus aciertos entran en contradicción permanente. Veamos algunos ejemplos: 1. La crítica al imperialismo. Los problemas de la desigualdad son supranacionales. Sin embargo, internamente se controlan los poderes.

2. La crítica a la concentración de poder en los países hegemónicos económicamente. Pero la organización estatal profundiza al Estado mega-actor.

3. La búsqueda del igualitarismo social. Sin embargo, se proyecta una formación de conciencia de clase que desentierra problemas superados desde el siglo XIX.

De manera que, por lo pronto, la proyección de los logros de la Revolución Bolivariana, más allá de los logros experimentados, que los tiene, parece que seguirá esperando el momento: “para que por primera vez en nuestra historia el ciclo se cumpla y de la adolescencia pasemos a transitar esa madurez de pueblo que con conciencia de pasado y voluntad política de presente sea capaz de construir su propio futuro.” (Rojas, 2000)

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