La separación y la dominación en la ciencia, una neutralidad imposible. Emanuel Papadópulos

Si analizamos la definición que Mario Bunge (2014) plantea sobre la ciencia podemos observar como de forma intrínseca al pensamiento científico se encuentra una lógica de separación y dominación sobre el resto del mundo.

Esta lógica se encuentra presente en diferentes ámbitos de la cosmovisión moderna, desde la especialización en diferentes áreas del conocimiento, el distanciamiento esencial de la mente con el cuerpo, el control de los recursos naturales, hasta el dominio de una civilización sobre otra.

En este sentido la neutralidad en la ciencia no sólo se presenta como imposible, sino devela una forma de pensamiento que ha formado parte de los múltiples factores que han promovido el desarrollo desmedido de nuevas y sofisticadas formas de vida basadas en las ideas invisibles de separar y dominar.

Introducción

En el presente artículo se analizará el concepto de ciencia a partir del planteamiento construido por Mario Bunge (2014) en su libro  La ciencia. Su método y su filosofía. El análisis será sustentado primordialmente en los teóricos sociales: Immanuel Wallerstein (2007 y 2001) y Boaventura de Sousa (2009).

La finalidad de dicho análisis consiste en cuestionar en qué medida las características esenciales del pensamiento científico implican una suerte de intencionalidad invisible que determina la imposibilidad de construir un conocimiento neutral.

No se pretende establecer juicios de valor al respecto, sino cuestionar los principios filosóficos de separación y dominación  que habitan en el pensamiento científico, y cómo, repensar lo que éste significa, puede conducir a reinterpretaciones que coadyuven a la solución de problemas que actualmente se presentan como urgentes en pos de construir un mundo más justo, equilibrado y en sintonía con la naturaleza.

Se tiene conciencia de que proyectar como fin utilitario de la ciencia el construir un mundo “más justo, equilibrado y en sintonía con la naturaleza”  presenta un sesgo en la neutralidad con que se comprende la realización científica, sin embargo es necesario plantear con claridad la postura desde la cual se desarrolla el presente ensayo, ya que en palabras de Wallerstein:

Todos los estudios sociales tienen sus raíces en un ambiente social determinado y por lo tanto utilizan inevitablemente presupuestos y prejuicios que interfieren con las percepciones e interpretaciones de la realidad social. En este sentido no puede haber ningún estudioso neutral.  (Wallerstein, 2007: 99).

Justamente es esta neutralidad la que será analizada.

¿Qué es la ciencia?

Resulta interesante y de gran utilidad para los fines del presente ensayo analizar la definición que Mario Bunge plantea respecto a lo que es la ciencia:

Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo; y sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible, del mundo, el hombre intenta enseñorearse de él para hacerlo más confortable.

En este proceso, construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”, que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. (Bunge, 2014: 6)

En esta definición podemos contemplar varios elementos sustanciales que componen los principios básicos de lo que es, quien la hace y para que se hace lo que denominamos como “ciencia”, así esta es: “un cuerpo de ideas” y estas a su vez son construidas por “el hombre” con un fin determinado: “enseñorearse del mundo” y hacerlo “más confortable”.

Más allá de las características formales, metodológicas constitutivas de este tipo de conocimiento, tales como ser “racional, sistemático, exacto, verificable y falible” esta definición alberga la idea de que el ser humano se encuentra no sólo separado de resto de los animales que forman parte del mundo, sino que es un animal superior, y que como tal es capaz de crear “un mundo artificial”.

Posteriormente Bunge agrega:

Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este mundo, sino enriquecerlo construyendo otros universos. Amasa y remoldea la naturaleza sometiéndola a sus propias necesidades… La ciencia como actividad —como investigación— pertenece a la vida social; en cuanto se la aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en tecnología (Bunge, 2014: 6).

En este sentido podemos vislumbrar que detrás del conocimiento científico se encuentra una finalidad clara y concreta: “enriquecer, someter y mejorar” el medio natural y artificial para “producir bienes” y finalmente concretarse en “tecnología”.

La idea de que el “mundo” pertenece al hombre para ser mejorado en función de su propio beneficio es la base que sustenta el resto de la construcción conceptual citada. De modo que si consideramos como válido el planteamiento  realizado por Bunge podemos notar como en las raíces del paradigma  “ciencia” se encuentra ya la idea de que el mundo es una propiedad, y que ésta es privada: pertenece al hombre.

Consideremos entonces, dos de estos elementos intrínsecos del pensamiento científico cómo ejes de análisis: La separación  y la dominación.

La separación

Wallerstein (2007) plantea que la ciencia se encuentra sustentada en dos premisas: primera, el modelo newtoniano, en el cual existe una simetría entre pasado y futuro, de modo que las verdades del pasado son igualmente aplicables al futuro; y segunda, que existe una distinción fundamental entre naturaleza y humanos, entre materia y mente, entre el mundo físico y el mundo social.

Esta separación es fundamental en el pensamiento científico y convirtió a la razón en la fuente aislada que organiza y justifica el mundo. Estas separaciones fueron sistematizadas propiamente en el siglo XVIII durante el proceso conocido como ilustración y determinaron la forma en que la ciencia se relacionó con sus objetos de estudio (Wallerstein, 2007).

En función de estas premisas la ciencia se deslindó del campo de la filosofía como medio para conocer las verdades del universo, dejando a esta última la tarea de responder preguntas ontológicas y éticas; en su libro Conocer el mundo saber el mundo, Wallerstein menciona:

La ciencia empírica no creía tener los instrumentos necesarios para discernir qué era lo bueno, sólo lo verdadero. Los científicos manejaron esa dificultad con bastante garbo. Simplemente dijeron que ellos sólo tratarían de averiguar qué era lo verdadero y dejarían la búsqueda de lo bueno en manos de los filósofos (Wallerstein, 2001: 212).

El surgimiento de las ciencias sociales en los siglos XVIII y XIX en los países más industrializados de Europa abrió un nuevo panorama para la comprensión racional de los fenómenos sociales dentro del sistema de separación del conocimiento en áreas especializadas de estudio, se construyeron disciplinas para estudiar a los “otros” tales como la antropología y los estudios orientales y se determinaron directrices de progreso y desarrollo social donde la cultura europea era la punta de lanza en el evolucionismo social (Wallerstein, 2007).

Un punto clave de esta dinámica de separación lo podemos ver en la tesis Kantiana sobre el idealismo trascendental, el cual gesta la implementación de un sistema de pensamiento racional que comprende la experiencia posible como consecuencia única de los procesos mentales del individuo. Cómo lo explica Henry E. Allison:

[Para Kant] el objeto como “es realmente” (con sus propiedades reales) es la cosa en sí misma en sentido físico o empírico; en cambio, apariencia o aspecto del objeto significa la representación que un observador particular tiene del objeto en condiciones dadas… apariencias y cosas en sí designan dos distintas clases de entidades con dos distintos modos de ser (Allison, 1992: 37).

En este sentido razón y ciencia son desde ese momento los instrumentos organizadores de la realidad, ya no es el dios del medioevo el que determina las reglas del orden social, el que dicta por mandato divino quién  es el gobernante legítimo, ese campo ahora pertenecía a la razón.

De este modo Kant, por medio de su giro copernicano, afilaba la cuchilla que años más tarde decapitaría a Luis XVI y a todo el orden social que representaba.

Teniendo esto en cuenta, es posible observar como a lo largo de su trayectoria, la ciencia ha reproducido a diferentes niveles el principio de separación en el cual la razón y la búsqueda del bien pertenecen a dos ramas completamente separadas del conocimiento.

Donde la belleza y la experiencia estética nada tienen que ver con la verdad y su lugar en la vida, donde el cuerpo y la mente separados entre sí, se presentan como entes distantes del mundo que les rodea. Individuos, sociedad y naturaleza; separados por dentro, y por fuera.

La dominación

Sí nos remontamos a los orígenes podemos contemplar que la Europa medieval, donde el pensamiento científico gestó sus raíces, ya contenía en la cosmovisión religiosa el principio fundamental de dominación. Perteneciente a la tradición judeocristiana el precepto del hombre como poseedor de la tierra y de lo que en ella existe como recursos para sí se encuentra presente desde el primer capítulo de la biblia:

Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves de los cielos, y sobre las bestias, y sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra (Génesis 1: 26 Versión Reina Valera).

En este sentido el rompimiento con los principios dogmáticos de la ciencia con la religión no implicó ningún distanciamiento con la concepción de división y supremacía del ser humano sobre la tierra. Al respecto Lander menciona: “Una primera separación de  la tradición occidental es de origen religioso. Un sustrato fundamental de las formas particulares de conocer y del hacer tecnológico de la sociedad lo asocia Jan Berting a la separación Judeo-Cristiana” (Lander, 2000: 14) y posteriormente cita:

Dios creó al hombre en su propia imagen y lo elevó sobre todas las otras criaturas en la tierra, dándole el derecho… a intervenir en el curso de los acontecimientos en la tierra. A diferencia de la mayor parte de los otros sistemas religiosos, las creencias judeo-cristianas no contienen inhibiciones al control de la naturaleza por el hombre (Berting, 1993 citado por Lander, 2000: 14).

El siguiente aspecto de la dominación que el pensamiento científico conlleva en las raíces de su planteamiento paradigmático se expresa en la posesión exclusiva de la verdad como discurso hegemónico ante el resto de los saberes que históricamente pretendieron ser capaces de explicar el mundo, “es la idea de que sólo es válido el conocimiento científico y que todos los demás conocimientos no son válidos, no existen” (De Sousa, 2009: 142).

Esta lógica se expandió no sólo en función de los saberes propios de la cultura de Occidente en contraposición de los de otras civilizaciones, sino también al interior de la misma división de los campos del conocimiento propios de Occidente. Wallerstein (2007) menciona que:

Se proclamó que la ciencia era el descubrimiento de la realidad objetiva utilizando un método que nos permitía salir fuera de la mente mientras se decía que los filósofos no hacían más que meditar y escribir sobre sus meditaciones… Esta visión de la ciencia y la filosofía fue afirmada con mucha claridad por Comte en la primera mitad del siglo XIX (Wallerstein, 2007: 13, 14).

No perdamos de vista que este conocimiento, dueño universal de la verdad se encontraba en posesión de determinadas personas en un determinado momento histórico, de modo que la ciencia se convirtió en el vehículo legitimador de las prácticas de dominación de una cultura sobre las otras en una suerte de colonización sobre el resto del globo, que geopolíticamente fue la base sobre la cual se estructuró el desarrollo del mundo moderno.

El conocimiento moderno consiste en dar a la ciencia el monopolio de la distinción entre verdad y falsedad. Entonces la ciencia, que todos sabemos que es un concepto de verdad, es un concepto limitado que se aplica a alguna realidad, en ciertas circunstancias, usando ciertos métodos (De Sousa, 2009: 145).

Al igual que la lógica de separación, la dominación se manifiesta a lo largo de la construcción social y conceptual desarrollada por los portadores de la verdad ya desde los albores de la modernidad, dominando no sólo los mecanismos de producción tecnológica sino también los principios orquestadores del desarrollo social hacia la el futuro.

Esta cosmovisión tiene como eje articulador central la idea de modernidad, noción que captura complejamente cuatro dimensiones básicas: 1) la visión universal de la historia asociada a la idea del como progreso… 2) la “naturalización” tanto de las relaciones sociales de la “naturaleza humana” de la sociedad liberal capitalista; 3) la naturalización u ontologización de las múltiples separaciones propias de esa sociedad; y 4) la necesaria superioridad de los saberes que produce esa sociedad (‘ciencia’) sobre todo otro saber (Lander, 2000:  22).

Nos encontramos entonces ante un dominio absoluto de la verdad, de la naturaleza, y del orden social; dominio geopolítico de otras culturas, de los discursos legitimadores de la historia y del sentido del progreso hacia el futuro; dominio de la mente sobre el cuerpo y el espíritu, en esta cosmovisión no existe nada que escape a la lógica de la dominación.

Articulación de separación y dominación

El error que hay que evitar es considerar que las premisas de separación y dominación responden a circunstancias aisladas y que sus consecuencias pueden comprenderse por separado, al contrario ambas se encuentran articuladas y devienen entre otras cosas en una lógica de acumulación y enriquecimiento individualizado que se corresponde con gran claridad con el sistema mundo- capitalista, Wallerstein menciona que “un sistema es capitalista cuando la dinámica primaria de la actividad social es la acumulación interminable de capital” (Wallerstein, 2001: 67) esto queda estrechamente vinculado a la noción de ciencia expuesta anteriormente por Bunge (2014) cuando la comprende como un “creciente cuerpo de ideas” es decir, que al tiempo que el sistema capitalista se caracteriza por acumular bienes, la ciencia lo hace en función de acumular conocimientos. La lógica de enriquecimiento de saberes obedece a su vez a una dinámica de empoderamiento de los poseedores de los mismos, en este sentido Horkheimer y Adorno, mencionan que:

El saber, que es poder, no conoce límites, ni en la esclavización de las criaturas ni en la condescendencia para con los señores del mundo…. Los reyes no disponen de la técnica más directamente que los comerciantes: ella es tan democrática como el sistema económico con el que se desarrolla. La técnica es la esencia de tal saber. Éste no aspira a conceptos e imágenes, tampoco a la felicidad del conocimiento, sino al método, a la explotación del trabajo de los otros, al capital (Horkheimer y Adorno, 1998: 60).

La lógica del enriquecimiento se manifiesta entonces como el gran objetivo detrás de las prácticas que sustenta el quehacer científico, por ello en un primer momento es necesario establecer una diferencia clara entre el ser humano y el resto del mundo a modo que todo aquello que no sea el propio individuo (separado, individualizado), pueda ser susceptible de ser dominado en función de conseguir un enriquecimiento determinado, ya sea en el plano material o intelectual.

De este modo podemos contemplar como en las entrañas de nuestro pensamiento se encuentran las bases que nos vuelven individuos “individualizados” que competimos por la “dominación” de “otros” en pro de obtener un cierto tipo de enriquecimiento.

Ya de desde mediados del siglo pasado Adorno y Horkheimer (1998) planteaban a la razón propia del iluminismo como una razón instrumental, que servía para fines que no eran necesariamente racionales, para ellos el uso de la razón obedece a  ciertos fines, estos se tornan explícitos cuando mencionan: “Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es servirse de ella para dominarla por completo, a ella y a los hombres. Ninguna otra cosa cuenta” (Horkheimer y Adorno, 1998:60).

Un claro ejemplo puede darse en función del pensamiento científico desarrollado por los representantes de la antropología física y el evolucionismo, como Robert Knox quien “afirmó que la raza lo era todo y que los negros eran una especie distinta de los blancos dada su menor capacidad craneal y sus especificidades físicas. Ello le llevó a justificar la esclavitud como algo natural” (Amparo, 2003: 132).

Esto nos conduce al cuestionamiento esencial sobre la posible neutralidad del conocimiento científico. En primera instancia por las implicaciones que conlleva distanciar al sujeto investigador de los motivos e intereses personales, además de los sociales que lo mueven a seleccionar uno u otro objeto de estudio, ya que en palabras de Habermas “Si el conocimiento pudiera engañar a su interés innato, lo haría al advertir que la mediación de sujeto y objeto que la conciencia filosófica adjudica exclusivamente a su síntesis es inicialmente producida mediante intereses” (Habermas, 1968:8). De modo que resulta imposible pensar en un conocimiento que no tenga como base el interés del sujeto cognoscente.

En segunda instancia se encuentra el hecho de que el conocimiento científico, más allá de las posibles intenciones del investigador, responde a una lógica intrínseca del paradigma científico que, como analizamos, se encuentra inmerso en una dinámica de separación y dominación en función de posibilitar determinados tipos de acumulación.

El espejismo que enfrenta hoy la ciencia y en particular las ciencias sociales se encuentra en la idea de que la neutralidad y la acumulación de conocimientos conllevarían naturalmente a la humanidad a un estado superior y por ende mejor. En palabras de Wallerstein: “[los científicos]  prometían que el bien estaba ahí al final del horizonte, perspectiva presumiblemente garantizada por el continuo progreso en la búsqueda de la verdad. Era una ilusión” (Wallerstein, 2001: 240).

La separación de la búsqueda de la verdad y del bien en pos de una presumible neutralidad ha formado parte de los múltiples factores que han promovido el desarrollo desmedido de nuevas y sofisticadas formas de vida que encuentran hoy, ante las crisis económicas, políticas y ecológicas no sólo imposibilidad de justificarse, sino también de seguir existiendo. El reto consiste entonces en diferenciar objetividad de neutralidad.

Objetividad es usar todas las metodologías que nos permitan analizar, con distancia crítica, todas las perspectivas posibles de una cierta realidad social. Y las metodologías de las ciencias sociales pueden ser útiles, son muy útiles para crear objetividad, para limitar el dogmatismo, para limitar un encierro ideológico, para mantener una distancia crítica, pero sin neutralidad, siempre preguntando de qué lado estamos… Ser objetivos no significa ser neutros (De Sousa, 2009: 155).

Es necesario repensar la ciencia y el mundo a la luz de un horizonte donde el conocimiento se encuentre intencionalmente direccionado, donde el espejismo de neutralidad desaparezca ante la claridad de saberes articulados con principios filosóficos que promuevan un mundo más justo, equilibrado y en sintonía con la naturaleza.

Tal vez sería pertinente cuestionarnos sobre el espejismo de separación de los unos con los otros, ya que “Si la ciencia social es un ejercicio en la búsqueda de conocimiento universal, entonces lógicamente no puede haber “otro”, porque el “otro” es parte de “nosotros”, ese nosotros al que estudiamos, ese nosotros que hace el estudio” (Wallerstein, 2007: 63).

Esto tiene sentido no sólo como seres sociales, sino también como parte de nuestro propio entendimiento de nosotros con el mundo, de nosotros con los otros, de nosotros con nosotros mismos. Sirva entonces de conclusión una simple pregunta respecto a la profundidad con la que hemos construido las separaciones que nos distancian del mundo:

¿Cuándo fue la última vez que pisaste la tierra con los pies descalzos?

Referencias

Allison, E. H. (1992). El Idealismo trascendental de Kant: una interpretación y defensa. Barcelona: Antrophos. Promat, S. Coop. Ltda.

Amparo, G. R. (2003). Filosofía y metodología de las ciencias sociales. Madrid: Alianza.

Bunge, M. (2002). Ser, Saber, Hacer. México D.F: Paidos Mexicana.

Bunge, M. (2014). La ciencia. Su método y su filosofía. Mexico: Sudamericana.

Calhoun, C., & Wieviorka, M. (2013). “Manifiesto por las Ciencias Sociales”. Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 29 – 60.

De Sousa Santos, B. (2009). Pensar el estado y la sociedad. Desafíos actuales. Buenos Aires, Argentina: Waldhuter Editores.

Habermas, J. (1968). “Conocimiento e interés” en Ciencia y técnica como ideología. España Madrid: Técnicos.

Horkheimer, M., & Adorno, T. (1998). Dialéctica de la Ilustración (tercera ed.). Valladolid: Trotta.

Kuhn, T. (1971). La estructura de las revoluciones científicas (Primera ed.). México. Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.

Lander, E. (2000). “Ciencias sociales: saberes coloniales y eurocéntricos” en E.

Lander, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales perspectivas latinoamericanas, págs. 11 – 40. Buenos Aires: Fauces/UCV/CLACSO/UNESCO.

Macgowan, K., & Melnitz, W. (2004). Las edades de oro del teatro. México: Fondo de Cultura Económica.

Wallerstein, I. (2001). Conocer el mundo, saber el mundo: El fin de lo aprendido Una ciencia social para el siglo XXI. México: Siglo XXI Editores – Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, UNAM.

Wallerstein, I. (2007). Abrir las ciencias sociales. México: Siglo XXI editores.

[a] Estudiante de la Maestría en Ciencias Sociales, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Autónoma del Estado

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