La transición socialista

Julio de 1979. Guerreros, sacerdotes y burócratas A propósito de la cuestión del período de transición al socialismo, Rudolf Bahro sostiene en su libro Die Alternative que entre la sociedad sin clases y la sociedad de clases hay todo un periodo histórico, que en la antigüedad se cumplió “hacia adelante” y hoy se realiza en sentido inverso, caracterizado en ambos casos por una función específica del Estado: la de ser una emanación directa de la división del trabajo y de la cooperación en el seno de la sociedad.

En la primera transición, la propiedad se va formando a partir de los privilegios de función de las castas sacerdotales y guerreras del modo de producción “asiático”. En la última transición completamente distinta, incluso antagónica de aquélla. comparable sólo por analogía la propiedad se “disuelve”, se “extingue”, junto con el Estado y la división del trabajo, pasando nuevamente por el dominio de una casta burocrática con privilegios de función basados en la persistencia de esa división que no se puede abolir por decreto. En lo esencial, la tesis no sólo me parece justa sino que significa, como otras partes de la notable obra de Bahro, un esfuerzo coherente para retomar, en el análisis de la transición, las categorías y el método del marxismo, después de la catástrofe dogmática y estatal del stalinismo y sus secuelas.

Creo que sin la noción de transición que algunos aquí han pretendido también “abolir” no puede haber comprensión del paso de un modo de producción a otro. Es un sofisma responder que el mundo siempre está en transición: tanto vale negar el movimiento. Hay épocas enteras en que las relaciones sociales de producción son estables y se reproducen casi automáticamente, acumulando con lentitud pequeños cambios a través del crecimiento de la productividad del trabajo. Hay otras épocas, por el contrario, en que las viejas relaciones de producción entran en crisis, no alcanzan a asegurar su propia reproducción, y las nuevas todavía no se han afirmado como hegemónicas en el conjunto del cuerpo social. Son períodos en los cuales se establecen relaciones sociales híbridas, propias de la transición entre un modo de producción y otro, relaciones cuyo rasgo común es la inestabilidad (medida según el tiempo de la historia, no el de la vida humana) y la mutación. Son por fuerza épocas violentas, confusas, donde la crisis parece ser la norma, y la catástrofe y la utopía los soles gemelos en el horizonte de cada mañana.

Las transiciones son largas y dolorosas. Esto no es ninguna novedad. En el actual territorio mexicano, la transición del modo de producción despótico-tributario (o “asiático”) de los antiguos imperios mesoamericanos al capitalismo embrionario que, envuelto en instituciones feudales, trajeron los españoles a partir de 1520, duró cerca de un siglo, se caracterizó por una institución híbrida (“asiático” feudal capitalista) como la encomienda y provocó hasta 1605 la muerte del 90 por ciento, aproximadamente, de una población que, según las estimaciones, oscilaba alrededor de los 20 millones de habitantes. Ni Pol Pot ni su padre Stalin inventaron las masacres de la transición, ni el tener tales antecedentes históricos debería enorgullecer demasiado a sus partidarios.

Quiero fijar en seis puntos, necesariamente esquemáticos, algunas observaciones sobre el tema de la transición.

1.) Creo que se tiende a dar por liquidada demasiado rápidamente la polémica de los años veinte. Sin dominarla a fondo no se puede avanzar en la discusión de las sociedades de transición. En ella están ya contenidas muchas de las tesis que hoy se redescubren como novedades; entre otras, la tesis sobre la existencia de un capitalismo de Estado en la Unión Soviética.

Esa polémica estuvo lejos de ser académica. Fue anticipada por algunos atisbos geniales de Rosa Luxemburgo. Se abrió en los hechos con la NEP (si no la presagió la tragedia de Kronstadt). La encaminó Lenin con sus últimos escritos, aquellos que forman el núcleo teórico de lo que Moshe Lewin llamó El último combate de Lenin. La discusión se polarizó, como todos sabemos, en dos posiciones dentro de la III Internacional: la teoría del socialismo en un solo país y la teoría de la revolución permanente. El VI Congreso (1928) la resolvió expeditivamente: expulsión de los opositores a la linea oficial (manifiestamente errónea, como lo demostrarían los años inmediatos). A partir de entonces, la polémica empezó a quedar jalonada por los cadáveres de miles de comunistas de las diversas oposiciones, muertos por defender sus ideas sobre la transición y por resistir el revisionismo contenido en la teoría del socialismo nacional y oponerse a sus trágicas consecuencias para la URSS y para el movimiento comunista mundial. Podemos no estar de acuerdo con unos o con otros. No podemos ignorar el carácter y la profundidad de la polémica, hoy que todos sus temas retornan cuando se hunden las certidumbres del “socialismo real”.

Trotsky señaló, en 1930, que la teoría del socialismo en un solo país entrañaba una ruptura con el marxismo tan profunda como la realizada por la socialdemocracia alemana en la cuestión de la guerra y el patriotismo en el otoño de 1914. Ambas tenían un denominador común: el “socialismo nacional”. En 1936 aquella teoría recibió su consagración oficial en la Constitución soviética, que declaró ya establecida la sociedad socialista en la URSS. En el mismo año apareció La revolución traicionada, que sostiene y desarrolla la teoría de la sociedad de transición al socialismo. Son, a mi entender, los puntos de llegada extremos de la polémica. En los cuatro años siguientes, ella se cerraría con el asesinato de todos sus protagonistas de primera línea, salvo aquel que tenía el poder del Estado, el dueño del “monopolio de la violencia legitima” en la discusión teórica entre comunistas: Stalin. Hago notar que, como puede comprobarse en las publicaciones de la época, por aquellos años también estaba de moda en los medios de la izquierda literaria no comunista, hablar sobre la “crisis del marxismo”.

2.) Ni la historia ni la teoría se detuvieron, por supuesto, en esos años.

Cuatro decenios han confirmado y desconfirmado muchas hipótesis. Ante todo, han dicho una cosa: la transición es larga y violenta. Hay quien sostiene que durará siglos y no hay pruebas de que no será así ni tampoco hay garantías en cuanto a su término. Las pruebas, en favor o en contra, sólo puede darlas la revolución socialista en los países avanzados. Y no las tenemos aún.

íPero es que las transiciones han durado siglos y han sido terribles! De la antigüedad al feudalismo, podemos contar desde el siglo IV hasta el VII o el VIII; del feudalismo al capitalismo, podemos hacerlo desde el siglo XIV hasta el XVIII, et encore… Formas híbridas, imperfectas, inmaduras de relaciones sociales han cubierto esos períodos, según las regiones, y perduran en otras todavía después de que el capitalismo en el siglo XIX unificó al mundo a través del mercado mundial.

La revolución socialista, acto político que se realiza al nivel del Estado. sólo puede ser nacional. Pero el socialismo, que debe partir necesariamente de un desarrollo de las fuerzas productivas superior al alcanzado por el capitalismo, sólo puede realizarse como un sistema mundial en tanto que parte de las fuerzas productivas que se expresan en el mercado mundial, creación específica del modo de producción capitalista, y no del mercado nacional. Imaginar al socialismo mundial como la suma de los socialismos nacionales me parece aún más absurdo que concebir al mercado capitalista mundial como la suma de los mercados capitalistas nacionales.

Lo que en cada país se establece al triunfo de la revolución, es una sociedad de transición con sus especificidades nacionales, en la cual el poder estatal desempeña un papel determinante como en todas las transiciones, pero en esta mas todavía. la lógica de la evolución de esa formación económico-social se caracteriza por la lucha entre sus elementos capitalista todavía subsistentes y sus elementos socialista sen desarrollo, tanto al nivel del estado como al nivel de la economía y del conjunto de las relaciones sociales. Esa lucha es terrible: nadie, salvo los reformistas en ruptura con el marxismo, prometió que seria pacifica y armoniosa. Pol Pot esta lejos de ser el primero o el ultimo de una estirpe burocrática híbrida y sangrienta que se nutre justamente en la hibridez, la violencia y la turbulencia de este verdadero “fin de época”. esa lucha, por lo demás, tiene lugar a escala nacional y a escala mundial, no solo por la aparición de diversas sociedades de transición sino también porque estas deben confrontarse constantemente con el mercado mundial, del cual no pueden sustraerse (aunque se protejan de sus contragolpes inmediatos con el monopolio del comercio exterior), y deben también confrontarse entre ellas mismas.

El que hoy esta última confrontación se haga en términos nacionales burgueses, a través del juego de la ley de valor y del intercambio desigual y no a través de la planificación internacional de las economías de transición, hay que cargarlo a la cuenta de los intereses privados de las burocracias dirigentes, cada una identificada con su estado, y de la teoría que de esos intereses surge: el “socialismo nacional”. esos intereses contribuyen a prolongar la existencia del “estado burgués sin burguesía” de que hablaba Lenin ya en 1920, y la persistencia del “derecho desigual”. De este modo. el derecho concebido como expresión abstracta del valor de cambio impera con toda su barbarie en las relaciones entre los países llamados “socialistas”, que si hoy se hacen la guerra es porque antes comerciaron entre si.

Hace mas de seis decenios que, en octubre de 1917, se abrió en el antiguo imperio de los zares la época de la transición mundial al socialismo. me parece un juicio ahistórico, pasado un periodo tan breve, pedirle cuentas al marxismo por promesas que nunca hizo y negarse a utilizarlo en aquello que, a mi entender, es su verdadero banco de prueba: no tanto la teoría del desarrollo capitalista, cuanto la teoría de la transición al socialismo.

3.) No encuentro fundada ni probada la teoría del capitalismo de estado aplicada a estas sociedades. creo que en su origen esta una disyuntiva falsa, corolario de la teoría del socialismo en un solo país: o son socialistas, o son capitalistas. la idea de transición desaparece. El que describe Bettelheim es un extraño capitalismo, sin la competencia entre muchos capitales (una de sus relaciones sociales de producción fundamentales), sin baja tendencial de la tasa de ganancia, sin ejercito industrial de reserva, sin flujo y reflujo de recursos económicos entre una y otra rama de la producción determinados por el juego de la ley del valor.

La existencia de intercambios mercantiles de salario y de moneda, la persistencia del despotismo fabril que la burocracia hereda y toma del capitalismo, no bastan para indicar la supervivencia del capitalismo; ni la moneda, ni el trabajo asalariado, ni la familia, ni el estado pueden “abolirse” por la toma del poder. Perduran, modificandose, en la transición. el salario y la división del trabajo se “extinguen”, como el estado, a lo largo de todo el periodo de transición la larga transición y por las mismas razones por las que el estado se “extingue” y no se “suprime” de un día para otro, como quería el viejo pensamiento mecanicista del anarquismo.

Por otro lado, para probar su teoría Bettelheim se ve obligado a forzar los hechos y negar prácticamente la función del plan, invocando para ello las evidentes irregularidades de su cumplimiento.

4.) El principio del plan se presenta sin embargo como un rasgo determinante de la transición. su ejecución esta mediada y controlada por el mercado, porque de transición se trata. el mercado es uno de los reveladores por demás imperfecto de los errores y las desproporciones del plan. sin mercado y sin democracia socialista no hay control social del plan. el progreso de la transición se puede medir por la forma en que el elemento fundamental del control va pasando del mercado como en la NEP inicial a la democracia de los productores. ese progreso, bien lo vemos, esta congelado en la estructura actual de los estados de transición, o da pasos atrás como en China.

El otro revelador es el mercado mundial, a cuyo control no puede escapar ninguna economía nacional pues es en el donde en definitiva debe cotejar su indicador económico decisivo: la productividad del trabajo.

La transición va de la generalización de las relaciones mercantiles característica del capitalismo en la superación (no la supresión) de las relaciones mercantiles propia del socialismo. El plan no suprime las relaciones mercantiles, sino que los sucesivos planes cubren la mediación entre un extremo y otro de ese proceso histórico mientras esas relaciones se extinguen, sustituidas por la cooperación de los productores asociados.

El principio del socialismo no es el plan, sino la cooperación. los polos antagónicos que luchan entre si no son el mercado y el plan, sino el mercado y la cooperación: la lógica de la sociedad de los propietarios iguales de mercancías y la lógica de la sociedad de los productores libremente asociados. el plan media entre ambas, cubre y simboliza en si mismo la transición, pero es todavía una sede de la división del trabajo. Si su elaboración y su sentido apuntan hacia el socialismo, el contenido del plan debe tender a desarrollar los elementos de la cooperación y a ir absorbiendo los elementos de la división del trabajo heredada de la sociedad de clases.

Si se me permite una cita: “la producción capitalista genera, con la necesidad de un proceso natural, su propia negación. Es la negación de la negación. esta no restaura la propiedad privada, sino la propiedad individual pero sobre la base de la conquista alcanzada por la era capitalista: la cooperación y la propiedad común de la tierra y de los medios de producción producidos por el trabajo mismo”, dice Marx casi al final del capitulo XXIV de el capital.

El plan requiere la propiedad estatal de esos medios de producción. Pero no es esa la condición esencial del socialismo, oculta ya en las relaciones de producción capitalistas. Esa condición es ante todo la cooperación entre productores libres de todo lazo de dependencia personal, característica de la gran industria, que el capitalista pone en marcha al adquirir la fuerza de trabajo y usarla en un trabajo que se efectúa precisamente en cooperación.

La transición significa el crecimiento de la cooperación como relación social de producción dominante, lo cual solo puede ser un proceso y no una conquista instantánea. En el curso de ese proceso, el plan es el instrumento para el desarrollo de las fuerzas productivas que media la utilización de la propiedad común de los medios de producción. El plan tampoco puede ignorar ni “abolir” la ley del valor, pero no esta atado a ella para sus decisiones: puede violarla constantemente al determinar las proporciones entre las distintas ramas de la economía, así como las proporciones entre 1) fondo de acumulación y fondo de consumo; 2) fondo de acumulación productivo y fondo de acumulación improductivo; 3) fondo de consumo social y fondo de consumo individual.

En esa transición persisten el mercado y el carácter mercantil de los medios de consumo. Los medios de producción pierden su carácter mercantil directo en el interior del plan. Pero lo conservan indirectamente no solo en cuanto se presenta como mercancías en el mercado mundial (aun entre estados de transición), sino también porque deben cotejar permanentemente sus costos de producción con los del mercado mundial, son, por así decirlo, mercancías imperfectas”.

Del mismo modo, la fuerza de trabajo conserva un carácter mercantil imperfecto. no existe desocupación y ejercito industrial de reservas. pero existe la posibilidad de cambiar de trabajo. El plan, al fijar el fondo de consumo, fija el monto global de los salarios y su división en fondo de consumo social e individual. Pero luego el reparto del fondo de consumo individual (y en parte del social) se opera en el mercado, entre fuerzas de trabajo mas o menos calificadas que compiten entre si por el salario. Por lo demás, la remuneración según el rendimiento y el trabajo a destajo, son testimonios vividos de la persistencia del carácter de mercancías de la fuerza de trabajo pese a las asignaciones centrales del plan en cuanto al fondo global de salarios, y de la competencia entre trabajador y trabajador. ese carácter no puede ser abolido, debe extinguirse.

El estado, que posee los medios de producción, asume (como decía Trostsky en la revolución traicionada) el papel de “comerciante, banquero e industrial universal” en relación con la fuerza de trabajo, una función ligada con la explotación, con la extracción del plustrabajo. El estado, por lo demás, se apropia también de la renta absoluta de la tierra nacionalizada. La cuestión entonces es quien controla el estado, problema clave de la transición.

5.) Aquí también la cuestión se juega entre quien posee (o controla) los medios de producción y los productores directos. quien controla el trabajo muerto, controla el trabajo vivo. el sentido ultimo de la transición consiste precisamente en que el trabajo vivo, por primera vez en la historia desde la afirmación de la división social del trabajo y la estabilización de un plusproducto y con ellos del estado, controle al trabajo muerto, controle entonces su producto y su plusproducto y establezca relaciones socialistas de producción.

La clase obrera, los trabajadores manuales, con toda evidencia no controlan el estado en las actuales sociedades de transición. lo hace en su nombre una capa de funcionarios: trabajadores intelectuales para quienes la condena mas grande es volver al purgatorio del trabajo manual cuando caen en desgracia.

Esa capa no es otra clase. es una capa superior surgida de la clase obrera, contenida ya en esta bajo el capitalismo.

El proletariado tiene en la sociedad capitalista un doble carácter: es vendedor de mercancías (su fuerza de trabajo) y es productor colectivo en el proceso cooperativo de producción en la fabrica de la gran industria. Ambos caracteres no hacen sino uno: son, por tanto, inseparables. Esquemáticamente: del primero sale el sindicato, del segundo el consejo obrero; del primero, el “alma reformista”; del segundo, el “alma revolucionaria”. separar todo esto es pura utopía ultraizquierdista (o reformista). Porque la clase obrera es una, no dos, del mismo modo que en la mercancía no se puede separar el valor de cambio del valor de uso. Comprender a la clase es comprender su doble carácter.

Al tomar el poder y destruir. con la expropiación. A las viejas clases dominantes, la clase obrera a su vez se escinde. La linea divisoria pasa, grosso modo, por la linea de la división del trabajo en manual e intelectual, en el seno de la clase se reproducen una “comunidad superior” y una “comunidad inferior”, mediadas por la “comunidad ilusoria” del estado bajo el control de la primera.

Esto no es producto de la arbitrariedad de los intelectuales o capa superior. tiene su raíz en aquel doble carácter sobre el cual obra la herencia de la división del trabajo. El estado obrero o estado de transición suprime la propiedad privada de los medios de producción. Pero no suprime, ni puede hacerlo mientras deba subsistir el mercado, la propiedad privada de la calificación profesional. El trabajo calificado, el trabajo intelectual, tiene la propiedad de sus conocimientos. Tiene trabajo objetivado, trabajo muerto, incorporado a si mismo. En el mercado es fuerza de trabajo valorizada; por tanto, mejor pagada.

Esos conocimientos son ademas necesarios para el plan, para el estado, para el funcionamiento de la economía, para el comercio y para la guerra.

Los que saben como los brujos, y los sacerdotes y los guerreros de la antigüedad comenzaron a hacerlo todavía después de la estatización de la propiedad controlan los medios de producción como antes controlaban la astronomía, las siembras, los canales, la religión, los templos, las pirámides y el arte de la guerra. Ejercen el privilegio de una función insustituible mientras el conocimiento no este socializado. Aquí hay una diferencia radical en el sentido de la marcha. Invertido por el milenario desarrollo intermedio de las fuerzas productivas: aquel conocimiento iba hacia la propiedad y era iniciático; este conocimiento se aleja de la propiedad y es difusivo. Pero su socialización es un proceso difícil y sembrado de luchas y resistencias. No un acto instantáneo.

Entretanto, a través del trabajo objetivado en el conocimiento de los que saben (saber real o ficticio), el trabajo muerto prolonga todavía su dominación sobre el trabajo vivo.

El trabajo valorizado, mejor pagado en el mercado, se asegura un consumo superior (incluso de conocimientos). detrás viene todo lo demás. por eso el carácter mercantil “imperfecto” de la fuerza de trabajo esta lejos de ser una característica secundaria de la transición.

En el mercado y en el plan, y por lo tanto en el estado, la fuerza de trabajo calificada, los trabajadores intelectuales, tienen preeminencia sobre la fuerza de trabajo menos calificada o no calificada, los trabajadores manuales. (Y correlativamente: los viejos sobre los jóvenes, la ciudad sobre el campo, los países avanzados sobre los países atrasados, los hombres sobre las mujeres según la escala barbara e inicua de la sociedad de clases).

Esa es la base sobre la cual los trabajadores intelectuales (y sus correlatos) se aseguran el control del plan. Pero no tienen propiedad, tienen un simple privilegio de función, como todas las burocracias que en el mundo han sido. Este privilegio no es un “abuso” o una “excrecencia”. Tiene raíces económicas. Reconocerlo no quiere decir aceptarlo o declararlo eterno, del mismo modo como comprender el capitalismo no quiere decir aceptarlo. Pero sin comprenderlo no se puede luchar contra el sino con exhortaciones morales o propuestas políticas abstractas, cuando la cuestión tiene su raíz en la economía y en las relaciones sociales de producción híbridas propias de la transición.

El hecho de que la burocracia no sea otra clase, sino un sector superior surgido de la propia clase que se separa y controla el estado, dificulta terriblemente la autodeterminación de la clase obrera frente a ese estado en el cual no reconoce al capitalismo, y frente a la capa burocrática que lo controla; una dificultad similar a la que padece el sindicato frente a la dirección burocrática. Permite a esa capa, ademas, mantener una cierta movilidad social con la cual “descrema” a la clase obrera industrial abriendo las puertas inferiores de la carrera burocrática, desde el sindicato y la empresa, a sus elementos mas dotados, que al ascender no se sienten “traicionando” a su clase.

El privilegio de función que detentan los burócratas encuentra la oposición de las tendencias democráticas procapitalistas, que quieren volver a la propiedad privada, y de las tendencias democráticas proletarias, que quieren avanzar hacia el socialismo. Estas dos tendencias no pueden tener un programa en común. Una quiere la democracia del mercado, la otra la democracia de la cooperación: son programas antagónicos. La burocracia en realidad aprovecha de su situación intermedia entre ambas para sostener su predominio; media, se presenta ante los unos como garantía contra los otros, y viceversa: hace un juego “bonapartista” de nuevo tipo. Usufructúa y estimula ademas la persistencia del sentimiento nacional para darse una legitimidad de la cual carece como clase.

Ella se presenta ante la clase obrera como la encarnación de la nación y del plan, como la reguladora de la marcha al socialismo. En realidad, representa la congelación de esa transición, porque reproduce constantemente la división del trabajo, el predominio del trabajo intelectual sobre el trabajo manual y todas las formas de subordinación correlativas.

6.) El dominio del trabajo muerto sobre el trabajo vivo empezo con el paso de la sociedad sin clases a la sociedad de clase a través del privilegio de función de los iniciados, de los que saben, de los grandes sacerdotes, de los intelectuales; llegar a la situación inversa, al dominio del trabajo vivo sobre el trabajo muerto, es el contenido del proceso de la superación de la división del trabajo.

Si esto es así, la cuestión esencial de la clase obrera en las sociedades de transición es determinarse con respecto a su propio estado, a su capa superior. Determinarse significa elaborar su propio programa para la transición. Y formular su programa implica organizar su partido, que no puede ser el partido de la burocracia que hoy controla el estado: la pluralidad de partidos es una reivindicación fundamental del proletariado.

El núcleo de ese programa no es la democracia del mercado, según propone la oposición democrática. No es tampoco el plan como sustituto del mercado, según sostienen las tendencias estatales aliadas con un ala de la burocracia. No es, mucho menos, la reivindicación ultraizquierdista y voluntaria de la abolición del trabajo asalariado, de la división del trabajo y del mercado, demandas que no pueden pasar del papel en cuanto no se fundamenten en el desarrollo de las fuerzas productivas: no se suprime el mercado distribuyendo bonos en vez de dinero ni se elimina la división del trabajo enviando a los intelectuales a trabajar la tierra.

El núcleo de ese programa, entiendo, esta en la cooperación, relación social exclusiva de la clase obrera, relación especifica en torno a la cual se organiza su identidad histórica como clase en el capitalismo y su extinción como clase en la transición al socialismo, hasta disolverse (con el estado, la moneda, el mercado y otras herencias del primitivo pasado) en la comunidad de los productores asociados.

Esto, empero, es un proceso de larga duración. Apenas estamos en sus confusos inicios. son comienzos muy difíciles. La clase obrera mundial no solo la de las sociedades postcapitalistas esta ante un nuevo problema histórico: no solamente establecer su identidad o sea, su programa ante su polo de clase antagónico, la burguesía; sino ademas establecerla ante su propia capa superior, la burocracia, los trabajadores intelectuales, los funcionarios que de ella se separan en la transición (y cuyo precedente esta ya en los funcionarios de los partidos obreros y de los sindicatos en la sociedad capitalista).

En lo político, ese programa se asienta en la democracia obrera, cuyo organismo experimentado por la historia son los consejos; en lo económico, en la planificación intencional de las economías de transición; en lo social, en la lucha por la igualdad y la eliminación de los privilegios del trabajo intelectual sobre el manual, de los viejos sobre los jóvenes, de los hombres sobre las mujeres, de la ciudad sobre el campo y de los países avanzados sobre los atrasados. El principio rector que unifica esos tres puntos es el principio de la cooperación.

Lo que algunos llaman “crisis del marxismo” es, a nuestro entender, simplemente el hecho evidente y contundente de que la lucha mundial del proletariado, clase que “existe en el plano de la historia universal”, ha llegado a un punto en que su programa histórico no puede avanzar un solo paso más su ka teoría no da respuesta a este problema capital, interior a la propia clase: la sociedad de transición. Su explicación, la formulación del programa del proletariado para esa sociedad y su organización política independiente en partido en el período de transición para avanzar hacia el socialismo, aparece así como la cuestión más importante del marxismo contemporáneo.

Adolfo Gilly: autor de La revolución interrumpida (El Caballito, 1973). El presente texto fue leido en la Conferencia sobre “Las sociedades postrevolucionarias”, organizada por el periódico El Manifiesto, en Milán, Italia, del 4 al 17 de enero de 1979.

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