29 de Enero de 2013 Decía en mi columna anterior que ARENA está pasando de la crisis al pánico. Lo que sigue en la lógica de esa secuencia es la desbandada.
Las causas se revelan con mayor claridad día con día y se expresan en un hecho significativo: los señalamientos en torno a la debilidad de la candidatura de Norman Quijano, y a la errática estrategia del partido, ya no provienen solo de observadores externos y de adversarios sino también desde dentro de sus propias filas y de personalidades y sectores afines.
Naturalmente, el miedo es una reacción comprensible en determinadas circunstancias. Pero no es buen consejero. Enfrentado a la realidad de sus números decrecientes, Norman Quijano comprueba que su rechazo a la política de subsidios es contraproducente e improvisa una corrección: lo que él haría, dice ahora, es ampliar los subsidios. ¿Pero en qué basa esa corrección repentina?
El mismo día, uno de los miembros de la Comisión Política de su partido, el expresidente Armando Calderón Sol, le corrige la plana al candidato y afirma, en una entrevista televisiva, que los subsidios son insostenibles en El Salvador. Esta contradicción es reveladora por cuanto muestra el contraste entre un mero cambio del discurso, en términos de oportunismo demagógico, y la persistencia en la verdadera visión estratégica neoliberal. Me explico.
Cuando ARENA sufrió una dramática derrota electoral en 2003, el expresidente Alfredo Cristiani dijo que su partido, por haberse enfocado en el ordenamiento macroeconómico, había descuidado la atención al bolsillo del salvadoreño de a pie. Era el reconocimiento implícito del fracaso de la famosa teoría del rebalse, según la cual, el proceso privatizador y la concentración de la riqueza en las grandes empresas terminarían por beneficiar a los pobres. Pero lo único que ocurrió fue que los ricos se hicieron más ricos y los pobres más pobres.
Esto es el centro de la visión neoliberal, y es lo mismo que Calderón Sol sostiene: sin crecimiento económico no hay subsidio. Es decir, o subsidiamos o crecemos, y mientras se logra el crecimiento que los pobres se aprieten el cinturón y vean cómo hacen. Por ese fundamentalismo neoliberal, exacerbado por la administración de Francisco Flores, es que ARENA perdió aquellas elecciones, y por el reflorecimiento de ese mismo fundamentalismo neoliberal es que ha perdido el rumbo hacia 2014.
Lo que hay que cambiar entonces no es el discurso de campaña sino la visión estratégica, entender que el desarrollo económico no solo no es excluyente de la atención a los problemas concretos de la clase media y los más pobres sino que, además, ese desarrollo es imposible si no se atiende de manera simultánea las necesidades más acuciantes de esos sectores.
Dos hechos problematizan aún más la situación de ARENA. Por un lado, el presidente Mauricio Funes ha integrado esas dos tareas en su gestión, y la población le endosa un creciente respaldo. Por el otro, Tony Saca reaparece en la escena política con la propuesta de dar continuidad y profundizar ese esfuerzo en que, como lo ha reiterado él mismo, la libertad de mercado y la justicia social no son nociones excluyentes sino complementarias, y su popularidad se fortalece en las encuestas. Ante la polarización divisiva, ambos líderes proponen una visión de síntesis y unidad nacional.
El miedo aconseja disparates: boicotear a Mauricio Funes e intentar inhabilitar con vanos trucos de abogados la candidatura de Tony Saca. El miedo crece porque la enorme corrupción, vinculada al intento de privatización encubierta de la energía geotérmica, está saliendo a luz con nombres y apellidos, y las responsabilidades apuntan en una sola dirección. Ahí sí tendrán trabajo real los abogados de ARENA.