Las FPL y la Carta a los Cristianos de enero de 1975. Roberto Pineda

Uno de los documentos más significativos surgidos de las organizaciones político-militares salvadoreñas, es la Carta los Cristianos que dieron a conocer las Fuerzas Populares de Liberación, FPL “Farabundo Martí”,  en su revista teórica Estrella Roja en febrero de 1975[1].

Es un documento desde una organización que se define como marxista-leninista dirigido a aclarar su posición con respecto a las corrientes progresistas que surgían al interior de la iglesia salvadoreña y que alcanzaron su máxima expresión con la práctica liberadora del Obispo Mártir Monseñor Romero  y del Sacerdote Mártir Rutilio Grande.

Pero que alcanzaban también a buena parte de la base social campesina orientada por las FPL e incluso a sectores de capas medias urbanas, de su segunda dirección política, que incluía luego de cinco años de lucha, a elementos procedentes de este sector, entre estos a Felipe Peña, posiblemente autor de este escrito.    

El documento en su primera parte presenta su visión del momento político y de las características de la organización y de la estrategia de las FLP. Pero en su segunda parte aborda la línea política con respecto a los sectores cristianos. Ya antes, en 1970, el Partido Comunista de El Salvador[2], había  señalado algunas orientaciones al respecto en su documento, pero sin llegar a este nivel de focalización y profundización. El capítulo VI de este documento se titula Nuestra actitud ante la religión y  el capítulo VII lleva el título de El clero progresista en el proceso revolucionario.

Inicia esta histórica Carta a los Cristianos explicando que “consideran que el incremento de la Guerra Prolongada del pueblo y, por consiguiente, la creciente incidencia de la lucha armada revolucionaria en la vida política nacional, así como el creciente desarrollo de las luchas combativas de las masas por las necesidades vitales urgentes, pueden crear en algunos sectores progresistas del país, entre ellas en el sector progresista del clero, algunas reservas, interrogantes y preocupaciones sobre el quehacer militar y político de nuestra Organización que conlleva la creciente incorporación de sectores avanzados del pueblo a las distintos aspectos de la guerra revolucionaria.”

Le preocupaba a las FPL que “en este proceso, sectores o personas que en un momento determinado ocuparon posiciones con ciertos tintes progresistas, pero que no alcanzan a comprender en su plenitud el proceso de desarrollo revolucionario de la lucha de clases, pueden ir derivando paulatinamente hacia el campo de las posiciones reaccionarias y contrarrevolucionarias.”

Pero confían en que “la historia de las luchas de los pueblos ha mostrado que quienes sincera y correctamente están por las aspiraciones revolucionarias del pueblo estarán al lado de éste en su lucha revolucionaria, y que, en cambio, quienes no tengan consecuencia con ese ideal se irán se irán colocando contra la lucha revolucionaria popular.”

Establecen las FPL con claridad que “nuestro trabajo revolucionario va dirigido contra los enemigos del pueblo y no va encaminado a menoscabar la religión, ni el trabajo de masas religioso. La experiencia en este terreno indica que el quehacer religioso y la actividad revolucionaria pueden combinarse fecundamente en aras de los intereses del pueblo.”

Y en abierta ruptura con el ateísmo militante predominante en la izquierda, plantean como criterio de reclutamiento que “las FPL aceptan en sus filas a todo revolucionario honesto que adopte conscientemente su estrategia, su línea táctica y política, y sus lineamientos orgánicos y disciplinarios, y para ello, sus creencias y prácticas religiosas no constituyen un obstáculo.”

Explican que “partimos del hecho de que ser cristiano no se opone al deber de luchar por la justa causa del pueblo, por su liberación de la explotación y de la miseria. Consideramos como una ofensa para un trabajador cristiano–hombre o mujer- suponer lo contrario.”

Manifiestan que “donde quiera que haya un militante católico, que desee dar un salto en su práctica revolucionaria y que llene los requisitos exigidos por nuestra organización, no tenemos por qué rechazarlo, por qué cerrarle las puertas e impedirle que realice su aspiración de servir a la causa revolucionaria de su pueblo.”

No obstante esto, indica el documento en un afán positivista que “si bien nuestra misión no es menoscabar sus creencias religiosas, es necesario decir que todo revolucionario, a medida que va elevándose a un enfoque científico de la realidad objetiva, va llenando sus lagunas, debilidades, deficiencias y errores en la esfera del conocimiento con una base científica que eleva integralmente su conciencia y acción en aras del interés colectivo.”

Advierten que “podría suceder que algunos sacerdotes progresistas a estas altura todavía no vean con claridad que va en marcha el proceso de la lucha armada revolucionaria, que éste es ya un proceso y que este es ya un proceso irreversible, y que a medida que se profundice, también el enemigo responde con sus acciones de creciente intensidad y crueldad, lo cual es una dinámica inevitable de la lucha cuando los pueblos han tomado la decisión de liberarse con las armas en la mano.”

El documento reafirma el carácter marxista-leninista de la organización y rechaza  “algunas incomprensiones y recelos que se han creado o se van creando en el ánimo de algunas personas avanzadas en relación con la naturaleza de la Organización. Pereciera que aceptarían que el Marxismo se utilizara como método de análisis, de interpretación y estudio de la realidad pero no como el arma revolucionaria de transformación de la sociedad.”

Agrega que “una actitud de este tipo no sería consecuente con sus posiciones avanzadas ya que trataría de presentar al Marxismo como una teoría abstracta y declarativa y así nada “peligrosa” para los explotadores.”

Enfatiza que “nuestra Organización es una Organización clandestina, con una estricta compartimentación entre sus diversos organismos, con una racional distribución de responsabilidades entre organismos y miembros y que se rige por estrictas normas de seguridad y trabajo secreto.”

Considera que “es natural que a las clases explotadoras no les convenga altos grados de organización y disciplina revolucionaria en los sectores avanzados del pueblo, de allí que estén vitalmente interesadas en debilitar la solidez orgánica de los explotados, en difundir el liberalismo individualista, la falta de disciplina proletaria y de espíritu de sacrificio consciente.”

Sobre la política de alianzas el documento enfatiza la visión sectaria que caracterizó en ese momento a las FPL y luego al Bloque Popular Revolucionario, BPR, al plantear que “fue en el transcurso de 10 años de lucha ideológica que se fue perfilando y depurando una estrategia integral revolucionaria político-militar, que al irse poniendo en aplicación a través de los nuevos instrumentos orgánicos está abriendo el cauce revolucionario del pueblo que a través de la Guerra Revolucionaria lo conducirá a las victorias definitivas.”

Por lo que “nuestra Organización propugna por una línea de unidad a nivel de los sectores avanzados del pueblo, para luchar conjuntamente por profundizar y ampliar el proceso revolucionario de la Guerra prolongada del pueblo, para acrecentar la lucha contra los enemigos de la revolución, y para derrotar ideológicamente a las corrientes oportunistas y revisionistas que están al servicio de los intereses de la burguesía.”

Y finaliza esta Carta de las FPL a los Cristianos afirmando que “desean recalcar su respeto por el sector de sacerdotes de ideas y prácticas avanzadas, esperando que en bien de la causa del pueblo, sus esfuerzos den cada día mayores frutos para la revolución.” Con fecha enero de 1975, firma el Comando Central de las Fuerzas Populares de Liberación, FPL, “Farabundo Martí.”


[1]https://ecumenico.org/carta-de-las-fpl-a-los-cristianos-progresistas/

[2] Ver Lineamientos básicos de la táctica del PCS (Pleno del CC del PCS del 18 de octubre de 1970) https://ecumenico.org/lineamientos-basicos-de-la-tactica-del-pcs-pleno-d/17/

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