A veces suelen escucharse opiniones afirmando que algunas lenguas son mejores que otras para algo: el alemán es la lengua de la filosofía, el francés es la lengua del amor, el inglés es la lengua del progreso. En los hechos, parece que así es, que si hablas una lengua de aquellas (lenguas europeas, por cierto), puede ser que tengas más oportunidades en el mundo.[1]
Entonces, cabe preguntarse ¿por qué algunas lenguas parecen ser más exitosas que otras?, ¿por qué en algunas lenguas la gente parece producir más ciencia o más literatura?, ¿por qué unas lenguas no se escriben siquiera? Desde mi punto de vista, en todos los casos es porque las lenguas no son entidades separadas de las personas y pueblos que las hablan.
Las lenguas se adaptan a las necesidades de los hablantes y se vuelven instrumentos útiles para la expresión de todo lo relevante en la vida de las personas; por lo tanto, la gente es la que cambia a las lenguas. Al ser una posesión inherente de cada persona, las lenguas viajan con quienes las hablan; las lenguas van a donde quiera que vayan sus hablantes; también cuando dos personas entran en contacto, la lengua o la forma de hablarla se convierte en la característica más destacada de las personas. Cuando una persona o un pueblo completo viaja de un lugar a otro, inevitablemente, su lengua va con ellos.
No siempre es la regla que cuando dos personas o grupos de personas se encuentran lo hagan en términos amistosos. Puede ocurrir que esos encuentros estén cruzados por el conflicto entre las personas; cuando esto ocurre y una de esas personas o grupos resulta vencedora, su lengua suele vencer e imponerse.
Hay un dicho muy común entre los lingüistas (atribuido al sociolingüista Weinreich): “una lengua es un dialecto con ejército”. Esta frase trata de capturar la idea de que fuera del conflicto y fuera de las nociones de vencedores y vencidos, todas las lenguas son iguales, pero en cuanto un grupo se impone a otro, su lengua (o su forma local de hablar) también se impone a los otros.
No siempre los conflictos tienen que ser bélicos per se, a veces la simple llegada de un grupo de personas a un territorio nuevo suele ser suficiente para que estos procesos se inicien. El sociolingüista Joshua Fishman notó en sus estudios que cuando tales conflictos ocurren entre las personas y las lenguas que hablan son diferentes, suele atribuírsele a las lenguas, por extensión, las propiedades atribuidas a las personas que las hablan.[2]
Sin duda, los casos más dramáticos suelen ser aquellos en los que a raíz de un conflicto bélico o de una invasión —como la ocurrida en el continente americano en el siglo XVI—, un grupo termina imponiéndose a otro y con ello su lengua también se impone, y se inicia un proceso de sustitución lingüística.
Si regresamos a la expresión “una lengua es un dialecto con ejército”, tenemos un término fuertemente malentendido fuera de la lingüística: dialecto. En un uso cotidiano, en México, esta palabra suele utilizarse para referirse, en un sentido despreciativo, a las hablas propias de los pueblos originarios.
Detrás de este uso, suele haber una fuerte carga de racismo: se cree que esas formas de hablar de alguna manera son meros sistemas de comunicación carentes de cualquier complejidad atribuida a las lenguas —casi siempre, en esa conceptualización cotidiana, se trata de las lenguas de origen europeo como el español, el alemán, el francés o el inglés—.
Según esta manera de pensar, el título de lengua sólo lo puede ostentar una forma de hablar que tenga una tradición literaria que la respalde, en la que se escriba lo mismo poesía que ciencia, que sea buena para las canciones más pegajosas, para hacer exitosos negocios o escudriñar las profundidades de la filosofía.
Este uso cotidiano de dialecto, como decíamos, está cruzado por un profundo racismo que se ha originado desde los fundamentos del sistema educativo nacional en el que se consideraba que las lenguas originarias serían un lastre para el desarrollo y el alcance del ideal liberal de una nación con una lengua.
La lingüista Yásnaya Aguilar (2016, 2019)3 ha escrito extensamente acerca de cómo desde el sistema educativo se han reproducido ideas cuya gravedad es tal que ha hecho creer a sus ciudadanos 1) que en México sólo se habla español, 2) que las personas indígenas, de alguna manera, desaparecieron después de la Conquista y 3) que si escuchamos otra cosa que no sea español, seguramente es un sistema de comunicación incompleto.
Este ha sido un muy bien orquestado esfuerzo por invisibilizar no sólo lenguas, sino personas. Recordemos que las lenguas no existen en abstracto: residen en el interior de las personas y todo lo que se hace a las lenguas, en realidad, se hace a las personas que las hablan.
En un sentido técnico —un poco árido para el lector no especializado, pero apasionante para los lingüistas—, el concepto de dialecto tiene que ver con el reconocimiento de maneras diferentes de hablar una misma lengua atendiendo a diferencias geográficas. Es decir, podemos decir que un dialecto es una manera regional de hablar una misma lengua.
Así, tenemos que el español que hablamos en México, es un dialecto de la lengua española: por ello, en ese sentido, el español que hablan en Argentina, en Chile, en Perú y en España, son todos dialectos de esa lengua española. Una lengua sería en un sentido muy laxo la suma de todas sus variantes regionales o dialectos.
Los lingüistas tienen muchos criterios para determinar qué tanto puede variar una lengua regionalmente para seguir siendo dialecto y antes de convertirse en otra lengua, pero baste decir que mientras dos personas de diferentes regiones se entiendan una a la otra sin demasiado esfuerzo, podemos decir que estamos frente a dos dialectos de una misma lengua.
Teniendo en mente lo anterior, entonces, sólo podríamos decir desde un punto de vista técnico, que hay dialectos del español, dialectos del náhuatl, dialectos del inglés, dialectos del teenek, etcétera, en la medida en que esas lenguas tienen variantes regionales.
Para que no quepa duda: las hablas originarias de México no son dialectos, en el primer sentido que comentamos arriba, sino son lenguas completamente, en el sentido que recién mencionamos. Las lenguas originarias de México son resultado de exactamente los mismos procesos cognitivos que dieron origen a lenguas como el alemán o el francés, y sus hablantes tienen exactamente las mismas precondiciones cognitivas: un lexicón compuesto de un conjunto finito de palabras y una capacidad combinatoria que les permite unir esas palabras para crear expresiones y significados potencialmente infinitos.
De tal forma, desde una perspectiva cognitiva y lingüística —científica en última instancia—, no hay una lengua mejor o más apta que otra. La impresión que tenemos de que el alemán sea la lengua de la filosofía y el inglés la del progreso es el resultado de procesos históricos que permitieron a los pueblos que las hablan imponerse a otros en ciertos campos, ya sea por la fuerza o por el monopolio de las condiciones materiales. EP
Versión modificada del capítulo ‘Lo individual y la esfera social de la lengua’ del libro La etnografía en el estudio de la Lengua. Construyendo la Interculturalidad. Tomo II (En prensa). Universidad Intercultural del estado de Puebla. [↩]
Fishman, Joshua. A. (1977). Language and ethnicity, en H. Giles (Ed.) Language, ethnicity and intergroup relations (pp. 15–58). London: Academic Press. [↩]
Aguilar Gil, Yásnaya Elena. (2016). El nacionalismo y la diversidad lingüística, en Tema y Variaciones de Literatura. Núm. 47, semestre II. UAM-A, pp. 45-47. [↩]