El título de esta comunicación puede parecer sin lugar a dudas demasiado ambicioso para tan reducido espacio de tiempo y de hecho mi intención no es profundizar en la historia de la literatura puertorriqueña que aunque joven ya cuenta con casi dos siglos de evolución. Mi propósito es por el contrario presentar una breve panorámica de cómo la producción literaria puertorriqueña ha respondido a las consecuencias políticas, sociales y culturales de la colonización de la isla durante quinientos años por España y Estados Unidos.
Lo que me interesa enfatizar aquí es sobre todo el componente socio-histórico y político que predomina en la literatura puertorriqueña a través del cual podemos apreciar la evolución de la identidad puertorriqueña.
Me permito hacer un breve repaso de la historia de Puerto Rico para aquellos que no estén demasiado familiarizados con la evolución de la isla. El 19 de Noviembre de 1493, descubrió Cristóbal Colón la isla que sus habitantes indígenas llamaban Borinquén e instauró el gobierno de la isla como enclave comercial y militar estratégico en América.
Durante el siglo XVII la colonia sufre un gran atraso debido a la escasez de oro, la falta de comunicación con la metrópolis y la inmigración de sus colonos a otras colonias más prósperas. En el siglo XVIII España facilita el desarrollo de la isla convirtiéndola en segunda plaza fuerte de América, facilitando el comercio con otras naciones e incitando la inmigración de colonos y la explotación de monocultivos.
Durante el siglo XIX Puerto Rico contempla cómo sus colonias hermanas en el continente consiguen la independencia mientras la isla sufre junto a Cuba la decadencia del imperio español. Tan sólo un año después de conseguir la carta autonómica que facilitaba el acceso al poder de la clase criolla, la guerra hispano-americana frustra las esperanzas de independencia para la isla.
Como es de esperar las primeras manifestaciones literarias proceden de los cronistas de indias[1] y hasta 1680 no encontramos al primer poeta criollo, Francisco de Ayerra y Santa María que aún no refleja un claro “sentir puertorriqueño”. Hasta el siglo XIX no encontramos el verdadero nacimiento de la literatura puertorriqueña con consciencia de identidad cultural y nacional propia. Ya en 1817 aparecen en los primeros periódicos puertorriqueños unas décimas anónimas de tema patriótico donde sus autores son conscientes de la división entre iberos y criollos.
Pero no será hasta la publicación en Barcelona del Aguinaldo Puertorriqueño (1843) y del Album Puertorriqueño (1844) cuando veamos florecer a un grupo de estudiantes de la burguesía criolla con inquietudes literarias e intelectuales empeñados en desarrollar una literatura propia desafiando la censura española en la isla. Este fue el caso de Manuel Alonso que casi provocó la prohibición definitiva del libro debido a uno de sus poemas de corte claramente anti-española:
“Que venga aquí el europeo/codicioso,/ y si acercarse lo veo/ morirá al punto en mis manos;/ para sufrir tiranos/ en mi patria no nací… Que es mi dicha vivir libre,/ sin cadenas que me opriman…”[2].
Este grupo de jóvenes escritores impulsan un criollismo patriótico basado en gran medida en el costumbrismo romántico. Saben que algún día serán ellos la clase privilegiada que habrá de liberar a la sociedad pero observamos una reacción aparentemente contradictoria: por un lado, intentan sustituir lo nativo por lo español, enfatizando aquello que es autóctono de Puerto Rico como su folklore, su modo de ser pero por otro lado y como miembros de una clase burguesa criolla en auge, rechazan lo popular y chabacano del jíbaro, el campesino puertorriqueño, cuya pasividad supone un freno a los proyectos de esta clase. El Jíbaro (1849) de Manuel Alonso, es representante de esa ideología. Sirva como ejemplo el soneto “El puertorriqueño”, que presenta el retrato de un miembro de esta incipiente burguesía criolla[3]:
Color moreno, frente despejada
mirar lánguido, altivo y penetrante,
la barba negra, pálido el semblante,
rostro enjuto, nariz proporcionada.
Mediana talla, marcha acompasada;
el alma de ilusiones anhelante,
agudo ingenio, libre y arrogante,
pensar inquieto, mente acalorada;
humano, afable, justo, dadivoso,
En empresas de amor siempre variable,
tras la gloria y placer siempre afanoso,
y en amor a su patria insuperable.
Este es, a no dudarlo, fiel diseño
para copiar un buen puertorriqueño[4].
Este poema contrasta con cuadros costumbristas dentro del mismo libro como “Un casamiento jíbaro” donde se ensalza la cultura y el folklore popular aunque al mismo tiempo se critica la pasividad y conformismo del campesino. Otros poetas de este grupo son aquellos que escriben dentro del romanticismo tardío como es el caso de José Gautier Benítez, primera figura poética pero cuyo nacionalismo sentimental se pierde en bellas descripciones de la patria y en los sentimientos que ésta inspira.
Junto a Gautier Benítez también destaca Lola Rodríguez de Tió (1843-1924) como una de las primeras conciencias patrióticas que dedica su vida a la actividad independentista con fervor y pasión como podemos apreciar en su poema “La Borinqueña” inspirado por los ideales de la insurrección fallida del Grito de Lares en 1868 y que después se convertiría en himno nacional. Así comienza este poema:
¡Despierta, borinqueño,
que han dado la señal!
¡Despierta de ese sueño,
que es hora de luchar!
A ese llamar patriótico,
¿no arde tu corazón?[5]
Francisco Gonzalo Marín (1863-1896) vivió al igual que Julia de Burgos exiliado gran parte de su vida pero siempre estuvo dentro de la vorágine de la causa libertaria nacionalista colaborando con independentistas en Cuba y otros países. Su poesía apasionada y rebelde que culmina en Romances (1892) le declaran ya como nacionalista revolucionario al que habrían de ver como mito generaciones posteriores de independentistas.
Con el fracaso del Grito de Lares, las esperanzas de conseguir la independencia provocan la frustración y el desánimo y aprovechando la inestabilidad en España se producen revueltas que obligan a España a conceder un estatuto de autonomía que daba más poder a la clase criolla dominante pero que no dejaba espacio para más libertades.
Entre los miembros de esta clase destaca Manuel Zenón Gandía (1855-1930) que profundamente influenciado por el naturalismo de Emile Zola presenta un panorama de decepción con su propio pueblo en su serie de novelas que tituló Crónicas de un mundo enfermo. Nos recuerda Zenón Gandía a aquellos jóvenes del Aguinaldo Puertorriqueño. Según Zenón Gandía y su gran novela La Charca (1894) nada ha cambiado. La enfermedad del jíbaro se ha contagiado a todos los estratos de la sociedad que ven pasivamente como se escapa la posibilidad de liberarse del yugo español.
La fecha de 1898 marca el hito histórico divisorio dentro de la literatura puertorriqueña. A la llegada al poder del coloso norteamericano le sucede un periodo de opresión que supone un paso atrás en la evolución de Puerto Rico y un pesimismo y frustración que hace volver la vista atrás a las raíces hispánicas. La producción literaria se resiente de todo esto mientras en Hispanoamérica triunfa el modernismo como expresión de la revolución ideológica americana. Zenón Gandía ataca de lleno ahora al imperialismo y la explotación norteamericana en El negocio (1922) y Los Redentores (1925).
Esta generación intenta asimilar las consecuencias funestas de 1898: la economía sufre un cambio estructural que beneficia los monopolios norteamericanos del azúcar y la reestructuración de la propiedad acaba con el control local de la propiedad. En la política Estados Unidos ejerce control total y provoca diferentes reacciones en la sociedad: la clase burguesa mercantil del mercado que se abre ante ellos aunque desconfían de las intenciones de Estados Unidos que no solo quiere ampliar su mercado sino controlar la producción de la isla; la clase burguesa de hacendados, heredera de la burguesía criolla, ve como se transforma la economía en perjuicio de las haciendas y su explotación tradicional; los campesinos ven en Estados Unidos una liberación de la explotación que sufrían con los hacendados.
En las primeras décadas Estados Unidos emprende un plan brutal de asimilación cultural y de imposición del inglés. La respuesta intelectual a esta situación es la vuelta a un pasado edénico hispánico. Entre los poetas de esta época destacan José de Diego (1866-1959) y Luis Lloréns Torres (1878-1944) que representan un discurso anticolonial de preocupaciones exclusivamente culturales[6] basado en un pan-hispanismo opuesto a lo anglosajón lingüística, religiosa y culturalmente.
Es necesario mencionar que muchos de estos intelectuales ejercían un patriotismo simbólico, como en el caso de José de Diego ya que por un lado ensalzaban el pasado hispánico, el cristianismo y la herencia española y por otro lado se beneficiaban de la influencia americana económicamente. Este es un pequeño ejemplo de la poesía que abunda en esta época:
Colgadme al pecho, después que muera,
mi verde escudo en un relicario;
cubridme todo con el sudario,
con el sudario de tres colores de mi bandera…[7]
Lloréns, perteneciente a la élite criolla tradicional, es esa vuelta al pasado idílico a través de la poesía pastoral donde el jíbaro ya no es sólo un instrumento de afirmación de lo autóctono sino un símbolo nacional. Lloréns Torres cae en el error de sus predecesores y el que se habrá de repetir en décadas posteriores de dibujar una identidad nacional y cultural puertorriqueña que no se correspondía con el conjunto de la sociedad sino sólo con la clase burguesa.
Para él la identidad nacional se define por medio de unos parámetros de religión, lengua, raza que favorecen el español, el cristianismo pero también al blanco criollo ignorando el importante componente africano de la población.
A llenar ese hueco viene Luis Palés Matos (1898-1959) con savia nueva no sólo para la poesía vanguardista y modernista puertorriqueña sino en el plano ideológico para reclamar la presencia de lo africano como elemento unificador de la nueva raza antillana y fuente de energía vital de la raza que habrá de conquistar su libertad.
Palés Matos se encuadra así con obras como Tun tún de pasa y grifería (1937) dentro de la corriente general de pan-africanismo que recorre América desde Marcus Garvey hasta Nicolás Guillén. Observemos su ritmo innovador en “Danza Negra”: “Calabó y bambú./ Bambú y Calabó./ El Gran Cocoroco dice: tu-cu-tú./ La Gran Cocoroca dice: to-co-tó./ Es el sol de hierro que arde en Tombuctú./ Es la danza negra de Fernando Poó.”[8]
Julia de Burgos se añade a esa lista de escritores/as modernistas que analizan la reacción puertorriqueña al colonialismo desde otro punto de vista añadido a los ya existentes: el de la mujer puertorriqueña. Como apunta Iris Zavala[9], Julia De Burgos interioriza la alienación y rupturas del ser puertorriqueño, la falta de comunicación entre los estamentos sociales, la falsedad de los roles de género como creación cultural y los prejuicios raciales inherentes a la sociedad puertorriqueña que aún no ha aprendido a asimilar su diversidad. Julia de Burgos rescata la imagen de la mujer como un sujeto doblemente colonizado por la patriarquía y la ideología imperialista norteamericana.
A partir de los años 30 surge un nuevo sentimiento nacionalista más radical acentuado por la crisis económica e impulsado por la creación del Partido Nacionalista (1928) con Albizu Campos al frente. La represión colonial culmina con la masacre de Ponce (1937), el debilitamiento de los independentistas y el comienzo de la emigración a Estados Unidos.
Los años 40 están llenos de enfrentamientos políticos dentro de la isla. Se forma el nuevo Partido Independentista cuya causa va perdiendo respaldo debido a su inclinación marxista y al auge del Partido Popular Democrático liderado por Luis Muñoz Marín que promete progreso económico antes de conseguir la independencia, aunque mantiene una situación de ambigüedad política que continua hasta el presente.
Los intelectuales permanecen frustrados al ver el rumbo que toma la nación perpetuando un sistema neocolonialista que culmina con el Estado Libre Asociado en 1952. Destaca en esta época el pesimismo literario de René Marques, heredero de aquel nacionalismo cultural basado en el paternalismo de la burguesía hacendada cuya expresión fueron Zenón Gandía, Antonio Pedreira, Lloréns Torres. La víspera del hombre (1959) afronta la crisis definitiva de aquella clase y convierte a René Marques en “último representante ‘puro’ de la literatura paternalista”.[10]
Muchos aún hoy se preguntan por la pasividad de los puertorriqueños[11] y la respuesta se encuentra fuera de Puerto Rico. Después de la caída del poder soviético ha sido casi imposible para muchos de los países latinoamericanos luchar contra la hegemonía norteamericana[12].
Excepto una minoría elitista, la mayoría de la población puertorriqueña duda de la capacidad de la isla para seguir adelante sin Estados Unidos y si después de la independencia han de volverse satélites de Norteamérica como ya lo son la mayoría de los otros países resulta casi más provechoso seguir como hasta ahora.
A partir de 1952 Estados Unidos modifica su estrategia sobre Puerto Rico para evitar sentimientos anti-imperialistas y ocultar la absorción económica de la isla mientras se transmitía una ilusión de autonomía cultural. Hoy en día, Puerto Rico parece haber perdido interés para Estados Unidos después de la caída la URSS y su expansión económica por toda América Latina.
La nueva generación es consciente de estos cambios que se han producido en Puerto Rico a nivel político y social ya que añaden una nueva perspectiva a la literatura que hasta ahora había sido casi monopolio exclusivo de la clase burguesa heredada del siglo pasado.
De este modo aparecen nombres como el de José Luis González, Emilio Díaz Valcárcel y Pedro Juan Soto que provienen de las clases
trabajadoras o de una pequeña burguesía con reciente acceso a la educación. En Balada de otro tiempo (1981), González pone en duda el nacionalismo criollo que ha persistido desde finales del siglo pasado. De hecho esto nos lleva a pensar en el doble colonialismo al que sigue estando sometida la clase obrera por parte de Estados Unidos y de la clase burguesa privilegiada[13].
Por lo tanto podemos pensar en la exclusión dentro de este nacionalismo tradicional de otros grupos como la clase trabajadora, los negros, las mujeres que ahora comienzan a tomar la palabra.
Así surge un grupo de narradoras que por primera vez atacan las relaciones de género heredadas de la cultura puertorriqueña y supuestos elementos de la identidad nacional. Estas autoras que en cierto modo se beneficiaron de la influencia feminista norteamericana, tienen la dura labor de revisar elementos culturales y sociales que hasta ahora no se habían tratado.
Un ejemplo claro es el de Rosario Ferré y sus Papeles de Pandora (1976) donde reescribe los cuentos de hadas a través de los cuales se han transmitido roles de género impuestos por la sociedad y la cultura puertorriqueña.
El tema de la emigración a Estados Unidos también aparece en la literatura isleña a partir de los años 50 donde se trata el tema de la supervivencia cultural y económica en la sociedad racista norteamericana. Ejemplos de esta literatura son Pedro Juan Soto en Spiks (1970), Emilio Díaz Valcárcel en Harlem todos los días (1978) y José Luis González con En Nueva York y otras desgracias (1981).
En la poesía destaca Iris Zavala y su colección Escritura desatada, poesía comprometida en lucha contra el imperialismo y la opresión de los pueblos más débiles.
En los años 40 y 50 comienza también la gran emigración de la clase trabajadora puertorriqueña a Estados Unidos. La emigración es alentada por la operación “manos a la obra” que intentaba paliar el desempleo de la isla provocado por el hundimiento de la industria azucarera. Esto traería consigo aún más problemas para la consolidación de la identidad nacional que ahora se veía amenazada por la dislocación espacial y la experiencia del racismo como ciudadanos americanos de segunda clase.
Este es el caso de Piri Thomas, puertorriqueño nacido en Nueva York que Down These Mean Streets (1967) refleja la problemática del puertorriqueño en busca de una identidad que se diluye entre diferencias de clase, raza y lengua. Piri Thomas se plantea lo que significa ser Puertorriqueño para alguien como él que no ha nacido ni vivido nunca en Puerto Rico pero a quien la gente considera afro-americano por el color de su piel.
Desde los años 60 se va creando un círculo de escritores/as en Estados Unidos que comienzan a reclamar una identidad puertorriqueña en oposición a la americana pero que al mismo tiempo se siente diferente a la de la isla por sus circunstancias vitales que les convierten en seres divididos por su biculturalidad y bilingüismo.
Este es el caso del grupo Nuyorican con nombres tan representativos como Tato Laviera, Pedro Pietri, Sandra María Estévez. En los últimos años han surgidonuevas figuras literarias desde diferentes puntos de Estados Unidos como Jack Agüeros, Louis Reyes Rivera y Ed Vega entre otros. Quiero hacer especial mención de las narradoras puertorriqueñas en Estados Unidos que están logrando altas cotas de calidad literaria como en el caso de Judith Ortiz Cofer (The Line of the Sun, 1989), Aurora y Rosario Morales (Getting Home Alive (1986), Nicholasa Mohr (Rituals of Survival, 1985) y Esmeralda Santiago (When I Was Puerto Rican, 1993). Todas ellas plantean una redefinición de lo que es ser Puertorriqueño después de la emigración que les ha convertido en seres biculturales, con identidades en constante transición.
La literatura puertorriqueña en Estados Unidos es hoy en día quizás la más comprometida con el tema de la identidad. En Puerto Rico sólo se cuestionan su identidad política, nadie se cuestiona su identidad cultural aunque de hecho, la isla está siendo absorbida culturalmente por Estados Unidos, a pesar del purismo lingüístico y de los intentos por mantener una cultura autóctona.
En los últimos años se han multiplicado los estudios sobre la identidad puertorriqueña y a menudo se apunta la posibilidad de que se esté forjando una identidad puertorriqueña basada en gran medida en nociones de raza y cultura más que en nociones de soberanía nacional.
Nicholasa Mohr comenta sobre su relación con la isla:
I love the island but it´s not my place of birth. When I´m in New York I feel my Puerto Rican roots but I´m not an island person. There´s no conflict. I was brought up as a Puerto Rican; I didn´t invent it, it´s my culture… Puerto Rican identity in the States is almost a century old. It´s not circumscribed by the island.[14]
Podemos apreciar como las nociones de cultura y nacionalidad se separan en la obra de muchos de estos escritores cuya cultura e identidad es puertorriqueña pero que no se sienten unidos al espacio territorial de la isla. De esta forma en la actualidad se esta llevando a cabo –especialmente en Estados Unidos- una re-evaluación del concepto de nación no como estado y soberanía territorial sino nación como cultura o lo que se ha dado en llamar recientemente “etno-nación”[15].
Sin duda, en Puerto Rico el colonialismo moderno esta tomando nuevas direcciones y sólo queda preguntarse qué derroteros va a seguir esta colonia postmoderna al fin y al cabo por la inestabilidad de su definición, por su ambigüedad y su desafío a modelos tradicionales de colonialismo.
[1] Gonzalo Fernández de Oviedo. Historia general y natural de las Indias (1526); Juan de Castellanos. Elegías de varones ilustres de Indias y las memorias de evangelización de Fray Bartolomé de las Casa y Fray Tomás de la Torre
[2] Citado en José Luis González, Literatura y sociedad en Puerto Rico: de los cronistas de indias a la generación del 98. Mexico: Fondo de Cultura Económica, 1976.
[3] Nótese la descripción racial que ignora por completo la herencia africana e indígena tan presente en la población puertorriqueña: ‘color moreno’ (bronceado, no negro) > ‘nariz proporcionada’, ‘pálido el semblante.’
[4] Manuel Alonso. El jíbaro. Rio Piedras: Editorial Cultural, 1968, p. 71.
[5] Lola Rodríguez de Tió. Obras Completas. San Juan: Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1969-71, p.
[6] Recordemos que Jose de Diego todavía pertenece a la clase criolla burguesa que a corto plazo se ha beneficiado de la mejora de las relaciones comerciales con Estados Unidos que España intentaba impedir.
[7] Véase desde el principio del poema cómo se introducen los temas esenciales: ‘escudo’, símbolo de la clase privilegiada; ‘relicario’, ‘sudario’ y ‘bandera’, patrotismo de raigambre religiosa católica. Citado en Francisco Manrique Cabrera. Historia de la Literatura Puertorriqueña. Río Piedras: Ed. Cultural, 1969, p. 223.
[8] Ibid. 256.
[9] Iris Zavala. “Other Modernist Open-ended Beginnings.” Colonialism and Culture. Hispanic Modernisms and the Social Imaginary. Bloomington and Indianapolis: Indiana University Press, 1992, 177-193..
[10] Juan G. Gelpí. Literatura y paternalismo en Puerto Rico. San Juan, PR: Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1993, p. 121.
[11] El mito de la pasividad recorre la literatura paternalista desde el siglo XIX hasta el XX: René Marques. El puertorriqueño dócil. Barcelona: Editorial Antillana, 1967.
[12] Recordemos las experiencias revolucionarias que han fracasado por la intromisión directa o indirecta de Estados Unidos: Nicaragua, El Salvador y Cuba.
[13] Véase el libro de Angel G. Quintero Rivera, José Luis González, Ricardo Campos y Juan Flores. Puerto Rico: Identidad nacional y clases sociales. Río Piedras, PR: Ediciones Huracán, 1981
[14] Carmen Dolores Hernández. Puerto Rican Voices in English. Interviews with Writers. Wesport and London: Praeger, 1997, p. 90
[15] El término “ethno-nation” es empleado por los editores del volumen Puerto Rican Jam. Rethinking Colonialism and Nationalism. Frances Negrón-Muntaner y Ramón Grosfoguel eds. Minneapolis and London: University of Minnesota Press, 1997, p. 17