Además del sentimiento de despojo que despierta y el dolor que sigue produciendo la herida abierta por la caída de parte de una generación, en la batalla desigual de 1982; Malvinas es una situación neocolonial que expresa la relación de dominación y dependencia que, en oposición con la liberación como camino hacia la independencia, caracteriza a la principal contradicción en pugna en nuestro país aun antes de que se constituyera como tal, pero también en la región.
Es imposible comprender con claridad esta historia, si no se advierte el rol central del Reino Unido (RU) como potencia colonialista en la constitución del escenario que viabiliza la etapa imperialista del capitalismo y, en particular, a la Corona Británica (CB) como gestor del sistema financiero transnacional del que continúa siendo uno de sus principales actores.
Se trata de una historia de usura y complicidades vernáculas que tiene hitos entre otros en el empréstito de la Baring Brothers, el Pacto Roca-Runciman y la participación de la CB como prestamista que, además de imponer dependencia financiera, condicionó a nuestro país a ocupar un rol de proveedor de ciertas materias primas y en algunos casos mano de obra barata y sin calificación, lo que lo convirtió en una suerte de factoría.
Nada de esto hubiera sido posible sin la complicidad de una clase que, en defensa de sus intereses minoritarios, actuó y sigue haciéndolo como gerente de la factoría.
Pero también de vastos sectores culturalmente colonizados que, en contradicción con sus propios intereses de clase, actúan en forma funcional a ese bloque social con el que, desde un simbolismo bastante abstracto, construyen empatía y hasta una situación identitaria.
Corriendo hacia adelante
En estas primeras décadas del siglo 21, el capitalismo está reformulándose, como lo hizo siempre, corriendo hacia adelante. Para ello, necesita el fortalecimiento de una instancia supranacional en Europa, capaz de operar en tándem con EE.UU. y Gran Bretaña (GB) en un rediseño global; pero asimismo, se garantiza la apropiación de materia prima para generar energía y alimentos, por medio de la intervención directa o indirecta.
En este punto, cobra relevancia táctica la posibilidad de mantener enclaves coloniales que favorezcan la capacidad disuasiva, pero también el despliegue y la interconexión de fuerzas de intervención directa.
Y del mismo modo opera la consolidación de un sistema financiero que, por medio de la imposición de deuda, condicione la autonomía de los estados nacionales y les impida avanzar en cualquier intento de asociarse en bloques que puedan plantear a la multipolaridad como paradigma político, cultural, social y económico.
De ahí que la ocupación militar de Malvinas, por parte de la Otan, amenace y desafíe abiertamente la seguridad de una región que avanza en un proceso de articulación y autonomía de los bloques políticos globales dominantes, pero también de las imposiciones del sistema financiero transnacional que ellos garantizan.
Esta ocupación tiene, también, una dimensión cultural en tanto se convirtió en un emblema de la dominación imperial y económica, dato que toma trascendencia a partir de las prospecciones que señalan la presencia de hidrocarburos en la cuenca de Malvinas.
Despejando la neblina
En 2010 la empresa Desire Petroleum emplazó la plataforma Ocean Guardian en la zona marítima de exclusión, dispuesta por la CB en torno de las Malvinas, en 1982. Se trató de un desafío abierto de Londres que también y, fundamentalmente, reactualizó una problemática que se potencia a la luz de las necesidades que impone la etapa que atraviesa el modelo del capitalismo financiero transnacional y globalizado.
Desde 1975 GB sabe que hay una cuenca petrolífera en las adyacencias de Malvinas y, desde entonces, está interesado en ella, dato que se corroboró en una serie de prospecciones realizadas en 1998. Pero no fue hasta 2009 que la CB hizo público su interés por avanzar en la explotación de esos recursos.
¿Pero por qué ahora? A nadie escapa que, al capitalismo, la crisis de 2008 le llegó antes de tiempo, incluso, antes de que estuviera en condiciones de avanzar en una reconversión tecnológica que más que necesaria a esta altura se presenta como imprescindible.
Que quede claro: Esta reconversión no está motivada por la intención de evitar que el impacto de la destrucción del medioambiente perjudique, fundamentalmente, a los países pobres. Las razones menos altruistas se motivan en la seria amenaza de una destrucción global de escala bíblica que ensombrece un futuro no tan mediato y hace que algunas barbas, aun las más insensatas, comiencen a ponerse en remojo.
Pero más allá de esto, tal como quedó en claro en las últimas ediciones de la Conferencia sobre Cambio Climático, habrá que esperar por lo menos un par de décadas para que se motorice la adopción de medidas concretas en este sentido.
La cuestión es entonces saber quién y cómo se financia la implementación de tecnologías ya existentes y de escaso o nulo impacto ambiental, que generen la energía necesaria para mantener en marcha la rueda productiva. Lejos de ser original, la respuesta sigue siendo bastante ortodoxa.
Para el proceso de acumulación capitalista originaria que viabilizó la revolución industrial que se multiplicó desde los telares de Manchester, el principal combustible fueron las cargas de personas secuestradas en África, que barcos británicos trasladaron a América.
Y, a poco más de dos siglos, la necesidad de optimizar ganancias, lleva a que el capitalismo se imponga financiar la implementación de nuevas tecnologías con base en los recursos obtenidos exprimiendo hasta la última gota de combustible fósil. Después de todo, aún faltan algunos años para que el efecto invernadero termine por derretir el casquete ártico e inunde la Florida, Holanda o Manhattan.
Acá se presenta otro problema. La extracción de hidrocarburos se vuelve cada vez más cara y EE.UU. se mantiene firme en su decisión de no tocar sus reservas de petróleo, lo que incrementa la demanda de aquel que se extrae más allá de sus fronteras.
Por otra parte, gran parte de los principales yacimientos están en zonas consideradas políticamente inestables y, encima de todo esto, desde hace un par de décadas e impulsado por el enorme crecimiento de su economía, la República Popular China salió a disputar este escenario y lidera la prospección y extracción, por ejemplo en África, lo que incluye la extremadamente rica cuenca del Golfo de Guinea.
Es en este contexto en el que el Atlántico Sur comienza a cobrar una singular relevancia. Confirmando su emergencia como referente de un bloque regional que, más allá de sus asimetrías internas, se afianza en su vocación de actuar en un posible escenario global signado por la multipolaridad, Brasil ingresó al club de países exportadores de petróleo con la prospección y explotación de la Cuenca de Santos, un campo petrolífero de 352.260 km2, a la que se suman las áreas de Tupí, Merluza, Mexilhão, BS-500, Sur, Centro, Júpiter y Carioca.
Por esto, nadie se sorprendió cuando, hace cuatro años, Washington decidió reactivar su Cuarta Flota, en una determinación que señala con claridad que EE.UU. no está dispuesto a resignar su influencia sobre el Atlántico Sur. Pero tampoco deberían sorprender los pasos dados por el RU ya que, no sólo vuelve a reivindicar su rol como potencia colonial con influencia planetaria, sino que además, se garantiza el acceso a un yacimiento hidrocarburífero que, según las prospecciones menos optimistas, le aportaría a la Corona alrededor de medio billón de dólares.
Para que no queden dudas de lo que está en juego, se estima que la cuenca de Malvinas en realidad cuatro áreas sedimentarias que suman cerca de 400 mil km2 aportaría algo así como 12.950 millones de barriles de petróleo.
De acuerdo a las prospecciones, las reservas que poseen las Islas y su cuenca, serían superadas en nuestro continente sólo por las de Venezuela, EE.UU., Brasil y México.