Mario Vargas Llosa, entre los “tantos amigos dominicanos”, os dedicó La fiesta del Chivo a Lourdes y a ti. ¿Cómo se conocieron y cómo se concretó precisamente tu colaboración en el proyecto que iba a tomar cuerpo en la elaboración de la novela?
J.I.C.: Poco tiempo después de la Revolución Constitucionalista de abril de1965, Mario Vargas Llosa se apareció en Santo Domingo a nombre de la Radiotelevisión Francesa, donde trabajaba, para hacer un documental acerca de aquella situación y de las consecuencias de todo orden que tuvo la intervención militar norteamericana.
Marianne de Tolentino, nacida en Francia y casada con un eminente médico dominicano, era en alguna medida su orientadora en estas tierras y en esas cosas; ella lo llevó a mi oficina, acompañado de su esposa Patricia, y fue esa nuestra primera relación personal, porque su obra impresa ya la conocía, si no toda, casi toda. El documental fue excelente. Posteriormente, Mario volvió a Santo Domingo a hacer la primera versión cinematográfica de Pantaleón y las visitadoras, producida por Charles Blodorm y la Paramount, versión que nunca he visto y que él detesta, pero en el curso de aquella visita-estadía ya se habló de Trujillo, de su muerte, de sus truculencias, de su significado político, etc., y en propiedad de la novela que unos 25 años después ha sido el éxito que motiva esta entrevista. Un buen día, tal vez dos décadas más tarde, ¿en 1995?, al llegar a mi casa un sábado ya de noche tenía una llamada de Mario Vargas Llosa desde el Hotel Jaragua. Me sorprendió que conservara el número de aquel teléfono privado que de manera tan ocasional le diera en sus visitas anteriores. Esa noche me dijo que venía decidido a abordar el proyecto de la novela sobre Trujillo y comenzamos a colaborar en la búsqueda de materiales bibliográficos, de entrevistas y cotejos de informaciones y fuentes.
F.G.: Durante el debate cerrado que suscitó la novela en los medios de comunicación dominicanos, algunos de los que criticaron y hasta anatematizaron a Vargas Llosa, quisieron explicar tanto los errores fácticos como la interpretación de los hechos remitiendo a una posible influencia de informantes de los que el autor habría quedado, a fin de cuentas, “malaconsejado”. ¿Te sientes aludido?
J.I.C.:Si se toman desde dónde provienen, los anatemas me honran. Yo me he pasado la vida molestándolos, sólo molestándolos, porque como puede comprobarse gozan de buena salud, salud que no tienen tantos amigos y compañeros de lucha que a lo largo de la vida he visto caer a mi lado y a mi frente como consecuencia delos recursos polémicos que emplean mis contradictores. No temo a las responsabilidades que se derivan de un trabajo editorial responsable; como ciudadano, como editor y como amigo acostumbro a trabajar a fondo en cualquier tema y ninguna Hermana de la Caridad del Cardenal Sancha tendrá queja de mi trabajo seguramente.
F.G.: Entre los que criticaron la novela con especial acritud está Ramón Font Bernard, el Director del Archivo General de la Nación, quien proporcionó a Vargas Llosa acceso a los documentos de la Era, instalándole hasta una oficina propia. Publicada la novela, Font Bernard, de quien se conocen los antecedentes trujillistas, la calificó rotundamente de “paquete de chismografía” y “alcantarrilla de inmundicias”. ¿Cómo explicarías tú esa reacción?
J.I.C.: Es evidente que Font Bernard quiso manipular al autor con sus cortesías calculadas y también es evidente que se le peló el billete. Para resguardarse de la complicidad que sus cofrades pudieran endilgarle, se hizo entonces el más activo de los atacantes. En privado, su voz sabe contar cosas que nunca se atreverá a escribir a pesar de conocerlas, y que si se citan como dichas por él habrá de negarlas con más fervor que con el que negara a Vargas Llosa algo más que un escritorio y ni un documento de importancia de los millones que reposan bajo su cuidado en el Archivo General de la Nación ya por tres gobiernos, gobernantes y partidos políticos.
F.G.: Otros que intervinieron en el debate asumiendo una actitud crítica y que no son sospechosos de antecedentes trujillistas o de pertenecer a la elite postrujillista, reprocharon a Vargas Llosa el haber adulterado o tergiversado hechos concretos, en particular el haber atribuido determinadas responsabilidades criminales a personas no involucradas. ¿Qué opinas de esta cens-ra? ¿Sería “perdonable” el proceder del autor en una obra que se presenta como ficción, la cual –según el mismo Vargas Llosa– no sólo permite sino exige “mentiras”?
J.I.C.: En el acto de presentación de la obra que se celebrara en Santiago, el autor hubo de decir que poseía referencias escritas de todos los hechos y situaciones que servían a la trama. En el trabajo se quiso ser preciso y se hizo un esfuerzo supremo para serlo. Todo aquel que fue mencionado por su nombre, o bien merecía serlo por sus hechos o bien era capaz de hacer lo que se dice. Los ascensos militares en la República Dominicana estaban condicionados al compromiso de sangre, que podía obviarse en uno que otro grado por acciones o fidelidades semejantes, pero de ninguna manera hasta llegar a los generalatos. El asco es tal cuando se profundiza en aquellas inmundicias, que fue necesario encubrir algún nombre con seudónimo, y no por sus méritos, y a pesar de ello se ha dicho ahora que nunca un ministro de Trujillo entregó alguna de sus hijas al tratamiento de sus lascivias. Un ministro de hoy se ha jactado de ser hijo de Trujillo, siendo como es nieto de aquel ministro del gabinete Balaguer del 3 de agosto de 1969 que le entregó dos hijas y su propia mujer al tirano, manteniendo altiva la mirada y publicando poesías en los periódicos.
F.G.:¿Y qué opinas de esta otra censura que recrimina a Vargas Llosa el haber dado una imagen devastadora de los dominicanos como colectividad espiritualmente “colonizada” por Trujillo? ¿O habrá penetrado el autor, de manera convincente, en la psicología colectiva del dominicano de aquel entonces?
J.I.C.:A esa conclusión no era difícil llegar después de hacer cientos de entrevistas de todo tipo y de haber consultado la enorme bibliografía y filmografía a que tuvo acceso el autor. Pero, si alguna duda cabía, el debate subsiguiente termina de satisfacerla, los dominicanos no se han sacudido todavía hoy de los efectos morales del trujillismo: en cualquier polémica, sobre cualquier hecho, criterio o concepto, el dominicano inicia su participación descalificando al oponente, ¿se necesita más?
F.G.: El tema de Trujillo estaba allí, y sorprende el hecho de que no haya sido elaborado como personaje con idiosincrasia propia en una de las tantas “novelas del dictador” publicadas por autores latinoamericanos. Hubo, sin embargo, autores dominicanos que usaron la Era como tema: Veloz Maggiolo, Mateo, Julia Álvarez, Sención y otros. La novela de Viriato Sención, Los que falsificaron la firma de Dios, también editada por Taller, fue en República Dominicana el libro de autor dominicano más vendido durante el último decenio, y fue publicada en una traducción inglesa en Estados Unidos, donde el autor reside.¿Por qué, según tu opinión, no se interesa nadie en Europa por esta novela?
J.I.C.:La penetración editorial europea en América Latina, de España en específico, lejos de integrar al autor de estos mundos a ese gran mundo de la lengua española que es España, y desde España al mundo en otras lenguas además, tiene una marcada tendencia a congelar en sus países, y a lo sumo en el Continente, a los autores latinoamericanos. Cuantifíquese y podrá verse cuántos autores han sido publicados en sus propios países y para sus propios países nada más por las empresas españolas que arrancan esas obras de las manos de los editores locales, congelándolas en su espacio y a lo sumo en lo circundante.
Cuantifíquese cuántos se han proyectado al mercado internacional plenamente. Ahora, cuando ya no puede sentirlo ni sentirse disminuido, ni mandar al carajo a todo el mundo como solía hacerlo con marcado acierto en su esplendor Juan Bosch, sus Cuentos completos han sido editados para el mercado latinoamericano por una editora española. La esperanza es que temas locales tratados por autores de la talla de Vargas Llosa hagan pensar a los agentes literarios españoles y a los editores correspondientes que en América Latina hay temas y tratamientos de esos temas que merecen su interés y el de sus lectores.
F.G.:Y el fulminante éxito internacional de la novela de Vargas Llosa ¿se debería a las habilidades de Vargas Llosa como narrador o quizá al hecho de que manifiesta ideas “políticamente correctas” o, tal vez, a la extraordinaria campaña publicitaria desplegada tanto en Europa como en Latinoamérica?
J.I.C.:Hay una combinación de todas esas cosas, y de otras más, como es el tema, la esencia del despotismo que es el poder. ¿No tiene acaso en el límite de sus propias dimensiones, a veces mayores de 50 mil kilómetros cuadrados, las mismas características de nuestro dictador ahora convertido en arquetipo, el dueño de una propiedad agraria o de una gran empresa que abusa de sus hombres y atropella a las mujeres con todo el poder que da la superioridad social establecida, aceptada como necesaria y soportada por el temor a la descomposición del orden en que se ha nacido? ¿No es la Cuba de hoy una caricatura ilustrada del poder absoluto de Trujillo?
F.G.: La fiesta del Chivoha sido un éxito de ventas también en República Dominicana, con más de 50.000 ejemplares vendidos; y si se considera que a un ejemplar vendido corresponden, por regla general, entre tres y cinco lectores, se puede constatar que la base de recepción ha sido muy amplia. En tu discurso de presentación de la novela dijiste que ella “contribuye definitivamente al inicio impostergable de la contemplación de nuestras intimidades, a la ventilación necesaria de las partes dañadas que tiene el alma dominicana”. ¿Crees que este efecto catártico se ha conseguido entre los dominicanos?
J.I.C.: Apenas se inicia, la palabra en el debate está del otro lado en este momento. Los esbirros, en principio, han aceptado el desafío y convocado a sus oponentes a conversaciones abiertas donde proponen el olvido recíproco, como si ellos tuvieran nada que olvidar que no sea el olvido mismo de sus iniquidades nunca redimidas, y como si nosotros pudiéramos olvidar todo lo vivido y todo lo muerto. Hoy día 28 de junio aparece en el diario Hoy una colaboración que llama a “¡La verdad, historiadores!” con cuatro puntos muy definidos: Uno, Miguel Ángel Báez Díaz actuó sin razones valederas, su hija no fue asesinada en el parto por celos de la hija de Trujillo en la administración de su marido, ni el esposo de ésta meses más tarde tampoco fue asesinado en un accidente de vehículos mientras desarrollaba la curiosa misión de buscar peloteros en la zona fronteriza para el equipo de la Aviación Militar Dominicana, enviado por el presumiblemente agraviado yerno de Trujillo. Presumimos que entiende el autor que de haber tenido don Miguel Ángel esas percepciones modernas de aquellos hechos terribles y continuos, que entonces le afectaron y le motivaron a la acción patriótica que le llevó a él mismo a la muerte después de que le sirvieran como comida en la cárcel la carne de su propio hijo mayor, no se hubiera involucrado en aquellos hechos; pero, testigo como fue de su muerte, ella le podía inducir al hecho a que lo indujo aquella cadena de coincidencias tan confusa. Dos, es injusto pensar que Horacio Vázquez, el predecesor de Trujillo, pudiera haber sido envenenado por éste, y no se explica por qué se calumnia a ese señor que da motivos a malos pensamientos, sin hechos que los confirmen. Tres, insiste en que a Trujillo se le pegaban todas las tragedias y las muertes de la época, pero no explica el porqué de que fuera a Trujillo y no a otro, el porqué de que en aquel tiempo nadie podía morir de muerte natural sin que Trujillo fuera sospechoso de haberla provocado. ¿Qué fundamento podía tener aquella malquerencia? Termina el articulista mordiéndose la cola al citar a un filósofo local, David Álvarez Martín, quien como es natural hace filosofía del despotismo y de su trascendencia, cuando dice que rechazar que alguien pueda defender una tiranía demuestra precisamente que los efectos de la dictadura no han desaparecido de nuestra sociedad; que la intolerancia es uno de los venenos más difíciles de erradicar en quienes heredan espiritualmente una dictadura, y que señalar que dicha intolerancia es contra la dictadura misma, prueba cuán profundamente ha calado la dictadura…
F.G.: Una última pregunta: Tu experiencia con Manuel Vázquez Montalbán, quien también pudo contar con tu colaboración para su novela Galíndez, y que incluso te introduce en ella como personaje, ¿fue distinta de la experiencia que viviste con Mario Vargas Llosa?
J.I.C.: Por supuesto. Me duele, sin embargo, que el aserto matemático que aprendimos para entender las reglas de la multiplicación no se cumpla en las relaciones humanas: esos dos amigos míos no son amigos y debieran de serlo si los amigos de mis amigos son mis amigos. A Manolo lo encontré para esos efectos a través de El País. Pero ya le conocía, le conocía por los múltiples nombres que adoptara en Triunfo y porque al pasar por Madrid alguna vez, otro entrañable amigo de otras entrañables aventuras allá mismo en los primeros años de la década de los 60, Armando Puente, me regaló su ahora olvidada La penetración americana en España. Lector de sus columnas como era, cuando reiteró la idea de que un día dejaba todo para trabajar con Galíndez, el personaje que le apasionaba desde que en la prensa franquista conoció de él por la síntesis de su secuestro en Nueva York y por los problemas que el hecho le iba creando en forma acumulativa a Trujillo, no vacilé en enviarle copia del archivo de Galíndez que había acumulado al paso delos años y que había entregado a otros autores dominicanos, a los cuales el tema nunca les sedujo. El mal correo ayudó a nuestra química afectivo-intelectual-política, pues cinco meses más tarde y sin recibir respuesta alguna de aquel envío que se hizo a: “MVM, El País, Madrid, España”, se presentaba en el recinto ferial de Barcelona, en el marco de un Liber, una obra de Antonio Gades con prólogo y palabras de MVM, lo que me permitió acercarme a un estante muy próximo al subdesarrollado de Taller, en que aglomeraba un público nutrido y caluroso. Sólo pude decirle que era dominicano para que dijera a su vez que “ayer recibí un paquete muy extraño desde allá, tan extraño que hube de preguntarle a don Francisco Ayala, que recaló alguna vez por esas tierras, si un dominicano sería capaz de aquello, y me dijo que todos los dominicanos eran capaces de esas cosas”. El elogio de Ayala me tocó muy hondo, no somos un país de Rubirosas y de Trujillos, y Ayala, que había pasado por esta parte de la Siberia española que es Latinoamérica camino a Buenos Aires, ya homologado en la nueva España que se deshacía de Franco por muerte natural, había calado en lo profundo del alma dominicana.
Quedamos en encontrarnos una semana más tarde en la Plaza de la Universidad, donde planificamos el trabajo en Santo Domingo que en gran medida ha sido insertado en la obra: en ella, Muriel, la estudiante norteamericana que escribe una tesis sobre “La ética de la emigración, caso Jesús de Galíndez”, manosea archivos de la cancillería española cuando recibe el paquete de materiales que yo le envío desde Santo Domingo, y decide venir aquí, lo que le permite al autor insertarnos con nuestros propios nombres y nuestros propios hechos en la trama. Hemos colaborado con otros autores, sin que necesariamente Taller tenga derechos editoriales y queda de esas experiencias y contactos el dolor de las distancias, cuando el creador se deja atrapar por otros temas y se olvida de que en los caminos va dejando afectos dispersados que el viento toma para sí con rapidez.
José Israel Cuello es un destacado investigador de temas políticos y económicos relacionados con la historia dominicana reciente; dirige, junto con su esposa, Lourdes Camilo de Cuello, la editorial Taller que publicó la edición dominicana de La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa. La entrevista se esbozó, en sus líneas generales, durante un encuentro en Santo Domingo, el 3 de enero de 2001, para ser concretada luego por escrito.