Resulta sorprendente, particularmente desde la experiencia latinoamericana, que el creciente campo académico de estudios postcoloniales en los centros metropolitanos se haya destacado básicamente por trabajos sobre el colonialismo norte-europeo en Asia y África.
A pesar de que la colonización europea en las Américas involucró a España, Portugal, Francia, Holanda e Inglaterra y fijó parámetros para su expansión posterior en Asia y África, ésta aparece sólo de una manera tangencial en el campo de estudios postcoloniales.
Latinoamérica y el Caribe, como objetos de estudio y como fuentes de conocimiento sobre el (post) colonialismo, están ausentes u ocupan un lugar marginal en sus debates y textos centrales. Esta exclusión también ha conllevado una notable ausencia del imperialismo en los estudios postcoloniales, asunto central para los pensadores latinoamericanos, quienes desde la independencia en el siglo diecinueve han prestado especial atención a las formas persistentes de sometimiento imperial postcolonial.
¿Están relacionadas entre sí estas dos ausencias, la de las Américas y la del imperialismo? Ambos silencios dicen mucho sobre las políticas del conocimiento occidental e invitan a explorar la manera como la teoría se difunde y a discernir cómo se establecen nuevas modalidades de colonización del conocimiento en diferentes regiones y disciplinas académicas.
En este artículo no quiero explicar este silenciamiento de las Américas, sino más bien confrontarlo a través de una discusión sobre las transformaciones del capitalismo al inicio de un nuevo milenio.
En sus confesiones San Agustín sugirió que es sólo al final de la vida que uno puede aprehender su significado. El discurso de moda acerca del fin de la Historia, del socialismo, hasta del capitalismo -o al menos la anunciada desaparición de su conocida forma industrial y el nacimiento de una era post-industrial basada en la informática y en la desmaterialización de la producción- sugiere que el nuevo milenio está generando fantasías inspiradas en una creencia similar.
Coincidiendo con el fin del socialismo como alternativa real de futuro, o al menos con la desaparición del socialismo realmente existente en muchos países, el orden capitalista aparece en el nuevo milenio como la única forma de sociedad viable y por lo tanto como el horizonte posible para sueños de realización personal y esperanzas de redención colectivas.
De todas estas fantasías milenarias, el discurso sobre la globalización de las instituciones financieras y corporaciones transnacionales evoca con una fuerza particularmente seductiva el advenimiento de una nueva era. Su imagen de la globalización trae a mente el sueño de una humanidad no dividida entre Oriente y Occidente, Norte y Sur, Europa y sus Otros, ricos y pobres.
Como si estuviese animada por un deseo milenario de borrar las cicatrices de un pasado conflictivo o de lograr que la historia alcance un fin armonioso, este discurso promueve la creencia de que las distintas historias, geografías y culturas que han dividido a la humanidad están siendo unidas en el cálido abrazo de la globalización, entendido éste como un proceso progresivo de integración planetaria .
Está de más decir que los discursos sobre la globalización son múltiples y distan mucho de ser homogéneos. Los relatos más matizados impugnan la imagen estereotipada de la emergencia de una aldea global popularizada por las corporaciones, los Estados metropolitanos y los medios de comunicación.
Estas versiones alternativas sugieren que la globalización no es un fenómeno nuevo, sino más bien la manifestación intensificada de un viejo proceso de comercio transcontinental, de expansión capitalista, colonización, migraciones mundiales e intercambios transculturales. De igual manera sugieren que su actual modalidad neoliberal polariza, excluye y diferencia, aun cuando genera algunas configuraciones de integración translocal y de homogeneización cultural.
Para sus críticos, la globalización neoliberal es implosiva en vez de expansiva, conecta centros poderosos a periferias subordinadas. Su modo de integración es fragmentario en vez de total. Construye similitudes sobre la base de asimetrías. En resumen, unifica dividiendo. En vez de la reconfortante imagen de la aldea global, ofrecen, desde diferentes perspectivas y con diferentes énfasis, una visión inquietante de un mundo fracturado y dividido por nuevas formas de dominación .
Manteniendo un diálogo con estas fantasías milenarias acerca de una armonía global así como con los relatos que las confrontan, quiero sugerir que la actual fase de globalización implica una reconfiguración del orden mundial capitalista y una reorganización concomitante de la cartografía geopolítica y cultural de la modernidad.
A pesar de que yo también me siento atraído por el deseo de ofrecer una interpretación sobre el capitalismo al final del milenio, exploraré su vida no tanto haciendo un recuento de su biografía desde la perspectiva del presente, como sugiere San Agustín, sino más bien discerniendo su actual configuración y especulando acerca de su futuro a la luz de su oscuro pasado. Este breve bosquejo será muy selectivo, para pintar con pinceladas amplias una imagen de la dinámica actual del capitalismo.
Para evocar esta imagen tal como aparece durante el inicio de un nuevo milenio, estableceré algunos vínculos entre el pasado colonial en el que el capitalismo evolucionó y el presente imperial dentro del cual la globalización neoliberal ha logrado establecer su predominio.
No es necesario decir que asumo ciertos riesgos al hablar del capitalismo en singular, como si fuera una entidad homogénea y delimitada, en vez de un proceso complejo que adquiere diversas configuraciones en distintas áreas. Ante el peligro de diluirlo en su diversidad, prefiero correr el riesgo de ofrecer lo que puede que no sea más que una caricatura del capitalismo, con la esperanza que al menos nos ayude a reconocer sus características esenciales y su emergente configuración.
A través de una discusión sobre la cambiante relación del capitalismo con la naturaleza, quiero ofrecer el argumento de que la globalización neoliberal implica una redefinición de la relación entre el Occidente y sus otros, lo que lleva a un cambio del eurocentrismo a lo que aquí llamo “globocentrismo.”
En otro artículo me he referido al “occidentalismo” como un “conjunto de prácticas representacionales que participan en la producción de concepciones del mundo que 1) dividen los componentes del mundo en unidades asiladas; 2) desagregan sus historias de relaciones; 3) convierten la diferencia en jerarquía; 4) naturalizan esas representaciones; y 5) intervienen, aunque sea de forma inconsciente, en la reproducción de las actuales relaciones asimétricas de poder” (1999: 214).
Estas modalidades de representación, estructuradas en términos de oposiciones binarias, oscurecen la mutua constitución de “Europa” y sus colonias, y del “Occidente” y sus postcolonias. Ocultan la violencia del colonialismo y del imperialismo detrás del embellecedor manto de misiones civilizatorias y planes de modernización.
En vez del eurocentrismo de los discursos occidentalistas anteriores, el cual opera a través del establecimiento de una diferencia asimétrica entre el Occidente y sus otros, el “globocentrismo” de los discursos dominantes de la globalización neoliberal esconde la presencia del Occidente y oculta la forma en que éste sigue dependiendo del sometimiento tanto de sus otros como de la naturaleza.
En este artículo, mi esfuerzo de explorar la relación cambiante del capitalismo con la naturaleza intenta ayudar a desmitificar las modalidades emergentes del dominio imperial que ocultan el persistente sometimiento y explotación de los seres humanos y de la naturaleza.
I. La naturaleza y el occidentalismo
Reconocer el papel de la naturaleza en el capitalismo expande y modifica los referentes temporales y geográficos que enmarcan las narrativas dominantes de la modernidad. Marx afirmó que la relación entre capital/ganancia, trabajo/salario y tierra/renta del suelo “engloba todos los secretos del proceso social de producción.” (1971: vol. III, 754).
Como si quisiera evocar simultáneamente un misterio celestial y su solución terrenal, llamó a esta relación “fórmula trinitaria”. Sin embargo, pocos analistas, incluyendo a Marx, han aplicado esta fórmula a la resolución del enigma del papel de la “tierra” en el capitalismo.
Viendo al capitalismo desde Europa, Lefebvre es excepcional al tomar en cuenta este olvido y especular acerca del papel de los agentes sociales asociados con la tierra, incluyendo el Estado, en la aparición del capitalismo europeo (1974) .
Una visión del capitalismo desde sus bordes permite confrontar este olvido.
Al enfocar la relación constitutiva entre el capitalismo y el colonialismo, esta perspectiva ayuda a modificar la comprensión convencional de la dinámica y la historia del capitalismo en dos aspectos fundamentales.
En primer lugar, ofrece una mayor comprensión del papel de la naturaleza en el proceso de la formación de riqueza; segundo, amplía los agentes del capitalismo no sólo dentro de Europa, sino en todo el mundo.
Incluir la tierra en la dialéctica capital/trabajo nos permite reconocer que el proceso de la creación de riqueza implica un intercambio transformativo entre los seres humanos y el mundo natural del cual forman parte.
Desde esta perspectiva, se puede apreciar más ampliamente el papel de la naturaleza como una fuerza generadora de riqueza y de modernidad, sin reducirla, como hace la economía convencional, a un factor de producción.
Aun desde una perspectiva marxista existe la tendencia a descontar el significado de su materialidad como fuente de riqueza, y verla sólo como una condición necesaria para la existencia del capital, una limitación para su crecimiento, o una fuente de entropía .
El mismo Marx, quien reconoce el rol de la naturaleza en la creación de la riqueza, no desarrolla cabalmente esta idea en sus análisis de la producción capitalista y expresa cierta ambivalencia al respecto.
Por una parte, basándose en Petty, él dice en una sección del Capital que ha recibido poca atención, que la riqueza debe ser vista como la unión del trabajo, ”el padre”, y la naturaleza, “la madre” (Capital 1967:43). Sin embargo, en otra sección que ha recibido mucha atención, Marx sostiene que las propiedades físicas de las mercancías “no tienen nada que ver con su existencia como mercancía” (1967:72).
Desde mi punto de vista, la materialidad de las mercancías es inseparable de su capacidad para constituir y representar la riqueza. Como unidad de riqueza, la mercancía encarna tanto su forma natural como su forma de valor. A pesar de sus diferentes modalidades, la explotación capitalista implica la extracción del trabajo excedente (plusvalía) de los trabajadores así como de las riquezas de la tierra (Coronil 1997:56-66).
La explotación social es inseparable de la explotación natural, de distinto sentido pero fundamental relevancia.
Como para Marx “tierra” significa “naturaleza” en su materialidad socializada en vez de en su existencia material independiente, traer a la naturaleza al centro de la discusión ayuda a reubicar a los actores sociales directamente asociados con sus poderes. En vez de restringir estos agentes a lores feudales en vías de desaparecer, o a terratenientes en decadencia (el énfasis en El Capital), éstos pueden ser ampliados para abarcar las poblaciones e instituciones que dependen de la mercantilización de lo que he llamado bienes “intensivos de naturaleza”, incluyendo los Estados que poseen recursos naturales o que regulan su comercialización.
Esta visión más amplia dificultaría reducir el desarrollo del capitalismo a una dialéctica binaria entre el capital y el trabajo que se realiza en los centros metropolitanos y que se extiende hacia la atrasada periferia. Reconocer que la “fórmula trinitaria” implica no una dialéctica binaria entre el trabajo y el capital sino una dialéctica triple entre el trabajo, el capital, y la tierra, ubica el desarrollo del capitalismo dentro de condiciones evidentemente globales desde el inicio.
De igual manera, hace más visible una gama más amplia de relaciones económicas y políticas y ayuda además a conceptualizar la división internacional del trabajo como una división simultánea de la naturaleza.
Esta inclusión de los distintos agentes mundiales involucrados en el desarrollo del capitalismo ayuda a desarrollar un relato descentrado de la historia. Desde tiempos coloniales, la “periferia” ha sido una fuente principal tanto de riquezas naturales como de trabajo barato. La cuestión ahora es ver si esta situación ha dejado de ser, o si se manifiesta bajo distintas condiciones.
Una visión “aterrizada” que complementa la reconocida importancia del trabajo con el descuidado pero inescapable papel de la naturaleza en la formación del capitalismo, al ampliar sus agentes y hacer más compleja su dinámica, descentra las concepciones eurocéntricas que identifican la modernidad con Europa y relegan la periferia a un primitivismo pre-moderno.
Integrar la “tierra” a la relación capital/trabajo ayuda a comprender los procesos que le dieron forma a la constitución mutua de Europa y sus colonias. En vez de una narrativa de la historia construida en términos de una oposición entre una Europa moderna que ha triunfado por su propio esfuerzo, y una periferia sumida en medio de su atrasada cultura, este cambio de perspectiva nos permite apreciar más cabalmente el papel de la naturaleza (neo) colonial y del trabajo en la mutua formación transcultural de las modernidades metropolitanas y subalternas (Ortiz 1995; Coronil 1995;1997).
Este enfoque del rol de la naturaleza en la formación del capitalismo converge con el esfuerzo de interpretar su historia desde los bordes en vez de desde sus centros. Desde esta perspectiva el capitalismo parecerá más antiguo y menos atractivo . Podremos ubicar su “nacimiento” y evolución, no en Europa, en donde la historiografía dominante lo ha restringido, sino en las ya globalizadas interacciones entre Europa y sus otros coloniales. Esta trayectoria más larga requiere que se rescriba su biografía para dar cuenta de su dinámica global y su violencia intrínseca. Como si se descubrieran las capas sumergidas de un palimpsesto, recuperar esta historia traerá a la superficie las cicatrices del pasado, escondidas por el maquillaje de las historias siguientes, y hará más visibles también las heridas ocultas del presente.
Un enfoque que privilegia la relación constitutiva entre el capitalismo y el colonialismo nos permite reconocer los papeles fundamentales que el trabajo y la naturaleza colonial han jugado en la formación del mundo moderno. Desde esta perspectiva, el capitalismo aparece como el producto no sólo del ingenio de empresarios e inventores europeos, de la racionalidad de los Estados metropolitanos, o del sudor del proletariado europeo, sino también de la creatividad, el trabajo y la riqueza natural bajo el control de los europeos en sus territorios de ultramar.
En vez de verlo como un fenómeno europeo auto-generado que se difunde al resto del mundo -la historia común de su nacimiento dentro de las entrañas de una sociedad feudal, su crecimiento dentro de los límites de Europa, y su expansión en el extranjero- la modernidad capitalista aparece como el resultado desde sus inicios de transacciones transcontinentales cuyo carácter verdaderamente global sólo comenzó con la conquista y colonización de las Américas.
Las colonias de Europa, primero en América y luego en África, le aportaron mano de obra, productos agrícolas, y recursos minerales. Igualmente, le presentaron a Europa una variedad de culturas en contraposición a las cuales Europa se concibió a sí misma como el patrón de la humanidad -como portadora de una religión, una razón y una civilización superiores encarnadas por los europeos.
A medida que la noción española de «pureza de sangre» dio paso en las Américas a distinciones entre razas superiores e inferiores, esta superioridad se plasmó en distinciones biológicas que han sido fundamentales para la auto-definición de los europeos y siguen presentes en los racismos contemporáneos .
De la misma manera como las plantaciones de las Américas, operadas por esclavos africanos, funcionaron como factorías proto-industriales que precedieron aquellas establecidas en Manchester o Liverpool con mano de obra europea asalariada (Mintz 1985), las colonias americanas prefiguraron las establecidas en África y Asia durante la era del alto imperialismo.
Desde esta perspectiva, el colonialismo es el lado oscuro del capitalismo europeo; no puede ser reducido a una nota a pie de página en su biografía. La «acumulación primitiva» colonial, lejos de ser una precondición del desarrollo capitalista, ha sido un elemento indispensable de su dinámica interna.
El «trabajo asalariado libre» en Europa constituye no la condición esencial del capitalismo, sino su modalidad productiva dominante, modalidad históricamente condicionada por el trabajo «no libre» en sus colonias y otras partes, tal como el actual trabajo productivo de los trabajadores asalariados depende del trabajo doméstico, «no productivo» de las mujeres en la casa.
En vez de percibir la naturaleza y el trabajo de las mujeres como «regalos» al capital (ver una crítica de Salleh 1994:113), deben ser vistos como confiscaciones del capital, como parte de sus otros colonizados, como su lado oscuro. ¿Cuál es el lado oscuro de la globalización?
II. La globalización y el occidentalismo
Ha habido mucha discusión acerca de la globalización, sus orígenes, sus diferentes fases, y sus características actuales. Pareciera existir acuerdo en cuanto a que lo que diferencia la fase actual de la globalización no es el volumen del comercio transnacional y el flujo de capital, ya que éstos han ocurrido en proporciones similares en otros períodos, particularmente durante las tres décadas previas a la Primera Guerra Mundial (Hoogvelt 1997; Weiss 1998).
Lo que parece significativamente novedoso desde la década de los ‘70 es que un cambio en la concentración y el carácter de los flujos financieros (posibilitados por nuevas tecnologías de producción y comunicación) ha llevado a una peculiar combinación de nuevas formas de integración global con una intensificada polarización social dentro de y entre las naciones.
Utilizaré dos informes excepcionales sobre la globalización como base para una discusión de estos cambios. Los he escogido porque son trabajos dirigidos al público basados en una amplia documentación sobre las tendencias actuales de la economía mundial pero con conclusiones y objetivos contrastantes.
Desde perspectivas claramente divergentes, estos documentos presentan una imagen similar de la actual fase de la globalización en términos de siete características sobresalientes.
El primero es un informe reciente (1997) de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), el cual documenta el creciente despliegue de desigualdades mundiales . El informe describe siete «características problemáticas» de la economía global contemporánea y expresa preocupación de que puedan convertirse en una amenaza seria de acción política violenta en contra de la globalización.
Las señalaré brevemente, sin resumir la evidencia que le sirve de apoyo:
-Índices bajos de crecimiento de la economía global.
-La brecha entre países desarrollos y los no desarrollados, así como dentro de los mismos países, se hace cada vez más grande (como evidencia, el informe ofrece unas estadísticas reveladoras: en 1965 el PIB promedio per cápita del 20% de los ricos de la población mundial era treinta veces mayor que el de los 20% más pobres; para 1990 esta diferencia se ha duplicado, a sesenta veces).
-Los ricos han ganado en todas partes, y no sólo con relación a los sectores más pobres de la sociedad, sino también con relación a la sacrosanta clase media.
-Las finanzas han ganado una supremacía sobre la industria, y los rentistas sobre los inversores.
-La participación del capital en el ingreso ha aumentado con relación a la asignada al trabajo
-La incertidumbre en el ingreso y el trabajo se extiende por todo el mundo.
-La brecha creciente entre el trabajo especializado y el no especializado se está convirtiendo en un problema mundial
El segundo documento, titulado “La IV Guerra Mundial ha comenzado” es un artículo escrito en las montañas de Chiapas, México, por el Subcomandante Marcos, líder del movimiento zapatista indigenista (EZLN, Ejército Zapatista de Liberación Nacional), publicado en Le Monde Diplomatique (1997).
Según Marcos, la globalización neoliberal debe ser reconocida como una “nueva guerra de conquista de territorios”. De esta manera crea una nueva tipología de las guerras mundiales del siglo veinte que descentra las concepciones metropolitanas de la historia contemporánea.
Marcos llama a la Guerra Fría la III Guerra Mundial, tanto en el sentido de que fue una Tercera Guerra Mundial y de que se peleó en el Tercer Mundo. Para el Tercer Mundo, la Guerra Fría fue realmente una guerra caliente, formada por 149 guerras localizadas que produjeron 23 millones de muertes .
La IV Guerra Mundial es la actual globalización neoliberal que, según Marcos, está cobrando las vidas de enormes números de personas sometidas a una pobreza y una marginalización crecientes.
Mientras que la III Guerra Mundial se combatió entre el capitalismo y el socialismo con diferentes grados de intensidad en territorios del Tercer Mundo dispersos y localizados, la IV Guerra Mundial implica un conflicto entre los centros financieros metropolitanos y las mayorías del mundo, y se lleva a cabo con una constante intensidad a escala mundial en espacios difusos y cambiantes.
Según Marcos, la IV Guerra Mundial ha fracturado el mundo en múltiples pedazos. El selecciona siete de estos pedazos de manera de ensamblar lo que llama el “rompecabezas” de la globalización neoliberal. Haré una lista breve de ellos -algunos de los títulos se explican por sí mismos- omitiendo casi todos los datos que él ofrece como apoyo a sus afirmaciones.
1. “Concentración de la riqueza y distribución de la pobreza”, que resume información bien conocida acerca del grado en el que la riqueza global se ha polarizado mundialmente.
2. “La globalización de la explotación”, que se refiere a cómo esta polarización va de la mano del creciente dominio del capital sobre el trabajo en el ámbito mundial.
3. “La migración como una pesadilla errante”, que revela no sólo la expansión de los flujos migratorios impuestos por el desempleo en el Tercer Mundo, sino también por las guerras locales que han multiplicado el número de refugiados (de 2 millones en 1975 a más de 27 millones en 1995, de acuerdo a cifras de las Naciones Unidas).
4. “La globalización de las finanzas y la generalización del crimen”, que muestra la creciente complicidad entre los megabancos, corrupción financiera, y dinero caliente proveniente del tráfico ilegal de drogas y armas.
5. “¿La violencia legítima de un poder ilegítimo?”, que responde esta pregunta con el argumento que el “strip tease” del Estado y la eliminación de sus funciones de asistencia social lo han reducido en muchos países a un agente de represión social, transformándolo en una agencia ilegal de protección al servicio de las megaempresas.
6. “La megapolítica y los enanos”, que argumenta que las estrategias dirigidas hacia la eliminación de las fronteras del comercio y hacia la unificación de las naciones conducen a la multiplicación de las fronteras sociales y a la fragmentación de las naciones, convirtiendo la política en un conflicto entre “gigantes” y “enanos”, es decir, entre la megapolítica de los imperios financieros y la política nacional de los Estados débiles.
7. “Focos de resistencia”, que sostiene que en respuesta a los focos de riqueza y poder político concentrados, están surgiendo focos crecientes de resistencia cuya riqueza y fuerza reside, en contraste, en su diversidad y dispersión.
A pesar de sus perspectivas contrastantes, ambos relatos ven la globalización neoliberal como un proceso puesto en marcha por fuerzas del mercado crecientemente no reguladas y móviles, el cual polariza las diferencias sociales tanto entre las naciones como dentro de ellas mismas.
Mientras que la brecha entre naciones ricas y pobres, así como entre los ricos y los pobres se hace más grande en todas partes, la riqueza global se está concentrando cada vez más en menos manos, incluyendo las de las élites subalternas.
En este nuevo paisaje global, ni los “ricos” pueden ser identificados exclusivamente con las naciones metropolitanas, ni los “pobres” con el tercero y segundo mundos. La mayor interconexión de los sectores dominantes y la marginación de las mayorías subordinadas ha socavado la cohesión de estas unidades geopolíticas.
Aunque también causa impacto en las naciones metropolitanas , esta erosión de vínculos colectivos dentro del ámbito de la nación debilita más severamente a los países del Tercer Mundo, así como a los países ex socialistas del moribundo Segundo Mundo (China merece atención aparte).
Especialmente en los países de menos recursos o menos poblados, los efectos polarizantes del neoliberalismo se agudizan por un creciente proceso de expatriación del capital, desnacionalización de las industrias y servicios, fuga de cerebros, e intensificación de los flujos migratorios a todo nivel.
La privatización de la economía y de los servicios públicos, o lo que Marcos denomina el «strip tease» del Estado, ha conducido no sólo a la reducción de la ineficiencia burocrática y en algunos casos a un aumento en la productividad y competitividad, sino también a la desaparición de los proyectos de integración nacional y la erosión, o al menos, a la redefinición de vínculos colectivos.
Las tensiones sociales resultantes de estos procesos con frecuencia conducen a la racialización del conflicto social y al surgimiento de etnicidades (Amin 1997).
Por ejemplo, la represión en Venezuela durante la protesta de 1989 en contra del alto costo de la vida y de un programa del FMI impuesto por el gobierno de Carlos Andrés Pérez se justificó en términos de un discurso civilizatorio que puso en evidencia la presencia subyacente de prejuicios raciales en un país que se enorgullece de definirse, al menos a nivel del discurso de las élites, como una democracia racial (Coronil y Skurski 1991).
Desde ese entonces, el ideal de igualdad racial ha sido erosionado por una creciente segregación y discriminación, incluyendo incidentes aparentemente triviales que muestran cómo las fronteras raciales se están redefiniendo, tales como la exclusión de personas de piel oscura de las discotecas de clase media o alta. El mismo proceso con expresiones similares se está dando en Perú, donde la Corte Suprema recientemente legisló a favor de los derechos de un club que había excluido a unos peruanos de piel oscura. Un segundo ejemplo ilustra cómo la globalización neoliberal puede promover «crecimiento económico» y sin embargo erosionar el sentido de pertenencia nacional.
En Argentina la privatización de la compañía nacional de petróleo condujo a despidos masivos (la nómina de 5000 obreros fue reducida a 500 obreros) así como a un aumento significativo en la ganancia (de pérdidas de $6 mil millones entre 1982 y 1990 a una utilidad de $9 millones en 1996).
Esta combinación de crecimiento económico en focos privatizados y de desempleo y marginación, ha transformado la forma en la que muchos argentinos se relacionan con su país. Uno de los trabajadores que fue despedido de la compañía de petróleo expresa este sentimiento de alienación de una nación que le ofrece pocas oportunidades: «Antes iba a acampar o a pescar; ahora escucho que Ted Turner está aquí, Rambo por allá, Terminator en otro lado. Y me digo, no, ésta no es mi Argentina» (New York Times, enero 1998).
Una respuesta común de los sectores subordinados a su marginalización del mercado globalizado es su creciente participación en una economía local «informal», la cual, en algunos aspectos, reproduce la dinámica especulativa de lo que Susan Strange llama «casino capitalism» (1986).
La proliferación de intrigas y estratagemas para hacer dinero con el dinero, así como los esfuerzos para convertir en mercancía a todo lo que pueda ser vendido, se han convertido no sólo en prácticas económicas regulares, sino en estrategias agónicas de sobrevivencia.
Para muchos de los que se encuentran a la merced de las fuerzas del mercado y tienen poco que vender, el «mercado» toma la modalidad de comercio de drogas, contrabando, explotación sexual, comercio de mercancía robadas, e incluso de órganos humanos. Comprensiblemente, este capitalismo anómico va acompañado con frecuencia de un discurso sobre la «crisis», el aumento de pánicos morales y el despliegue de medios mágicos para hacer dinero en economías «ocultas» (Comaroff y Comaroff 1999; Verdery 1996).
Para estos sectores marginalizados, la aparentemente ilimitada mercantilización de la vida social unida a las limitaciones estructurales en el mercado de trabajo hace que el mundo parezca cada vez más riesgoso y amenazador.
En contraste, para los sectores corporativos cuyo negocio es hacer dinero de los riesgos, la expansión no regulada del mercado convierte al mundo en un «paisaje de oportunidades».
Desde la perspectiva de una globalidad corporativa, algunos países del mundo son vistos como fuentes de trabajo barato y de recursos naturales. El control corporativo de tecnologías altamente sofisticadas permite a las compañías intensificar la conversión de la naturaleza en mercancía y capturar para el mercado nuevos elementos, tales como materiales genéticos o plantas medicinales.
Un ejemplo llamativo ilustra cómo las nuevas tecnologías hacen posible la intensificación de la apropiación de la naturaleza en áreas tropicales para un mercado cada vez más exclusivo.
En Gabón, por medio de un instrumento mezcla de dirigible y balsa utilizado para explorar los copos de los árboles en las selvas tropicales, Givaudan y Roure, una de las corporaciones principales del «big business» de las fragancias y sabores, se apropia de los aromas naturales y vende sus componentes a compañías como Balmain, Christian Dior y Armani.
«En la medida que la naturaleza en climas más fríos ha sido totalmente explorada, la búsqueda de nuevas moléculas se ha mudado al trópico. (Simons, New York Times 1999:59) . Las tecnologías avanzadas también pueden ser utilizadas no sólo para descubrir productos naturales, sino para crear otros nuevos, convirtiendo la naturaleza en lo que Escobar llama la «tecnonaturaleza» (1997).
A la vez que estos productos naturales hechos por el hombre desdibujan la distinción entre lo natural y lo cultural, también amplían el significado de la naturaleza como fuente de mercado.
Para muchas naciones la integración de sus economías al libre mercado global ha conducido a una mayor dependencia de la naturaleza y a una erosión de los proyectos estatales de desarrollo nacional. La naturaleza, en su forma tradicional o de nuevos recursos tecnonaturales, se ha convertido en la ventaja comparativa más segura para esas naciones.
El aumento de formas de turismo que privilegian «lo natural,» así como también la explosión del turismo sexual como fuente de intercambio comercial y de la prostitución como estrategia de supervivencia personal, expresan un vínculo entre la naturalización de la racionalidad del mercado y la mercantilización no regulada de cuerpos y poderes humanos y naturales.
Aún en los casos cuando los recursos naturales se convierten en el fundamento de un modelo de desarrollo neoliberal basado en la expansión de las industrias y servicios relacionados entre sí, como lo demuestra el «éxito» de Chile, esta estrategia puede producir índices relativamente altos de crecimiento económico, pero al precio de una aguda polarización social y preocupante desnacionalización (Moulian 1997).
En algunos aspectos podríamos ver este proceso de reprimarización como una regresión a las formas de control coloniales basadas en la explotación de productos primarios y de fuerza laboral poco costosa. Sin embargo este proceso se está dando en un marco tecnológico y geopolítico que transforma el modo de explotación de la naturaleza y del trabajo.
Si bajo la globalización colonial se necesitó un control político directo para organizar la producción de bienes primarios y regular el comercio dentro de mercados restringidos, bajo la globalización neoliberal la producción no regulada y la libre circulación de bienes primarios en un mercado abierto requiere el desmantelamiento relativo del control estatal; es necesario enfatizar que el «strip tease» del estado benefactor va unido a toda una nueva vestidura estatal dirigida a apoyar al libre mercado.
Anteriormente, la explotación de bienes primarios se llevó a cabo a través de la mano visible de la política; ahora está organizada por la aparentemente invisible mano del mercado, en combinación con la menos destacada, pero no menos necesaria ayuda del Estado (ver Weiss 1998, para un argumento relacionado con la centralidad del Estado actualmente).
Anterior a este período de globalización neoliberal, los Estados postcoloniales buscaron regular la producción de bienes primarios. Durante el período de crecimiento económico promovido por el Estado, posterior a la II Guerra Mundial (más o menos entre las décadas de los ‘40 y los ‘70), muchas naciones del Tercer Mundo utilizaron el dinero obtenido de sus bienes primarios para diversificar sus estructuras productivas. La producción primaria, frecuentemente definida como una actividad nacional «básica», fue cuidadosamente regulada y puesta bajo control doméstico.
Sin embargo, a medida que el mercado se ha ido convirtiendo en el principio organizativo dominante de la vida económica, éste ha impuesto su racionalidad a la sociedad, naturalizando la actividad económica y convirtiendo las mercancías en cosas acotadamente «económicas», en apariencia despojadas de vinculaciones sociales y de significado político.
III. Riqueza y globalización neoliberal
Un síntoma revelador del creciente dominio de la racionalidad del mercado es la tendencia no sólo a tratar todas las formas de riqueza como capital en la práctica, sino a conceptualizarlas como tales en teoría. Por ejemplo, mientras el Banco Mundial, siguiendo una práctica convencional, definió «patrimonio producido» (produced assets) como la «medida tradicional de la riqueza», ahora sugiere que incluyamos también «el capital natural» y «los recursos humanos» como elementos constitutivos de la riqueza.
En dos libros recientes, el primero Monitoring Environmental Progress (1995), y el segundo Expanding the Measures of Wealth: Indicators of Environmentally Sustainable Development (1997), el Banco Mundial propone que esta reconceptualización sea vista como un vuelco paradigmático en la medición de la riqueza de las naciones y en la definición de los objetivos de desarrollo. De acuerdo al Banco Mundial, ampliar la medición de la riqueza implica un nuevo «paradigma de desarrollo económico».
Ahora los objetivos de desarrollo se deben lograr mediante la gerencia por portafolio, cuyos elementos constitutivos son recursos naturales, patrimonio producido y recursos humanos (1995;1997). Irónicamente, en la medida en que la naturaleza está siendo privatizada y pasa a un número menor de dueños, está siendo redefinida como el «capital natural» de naciones desnacionalizadas, gobernadas por la racionalidad del mercado global.
Se podría argumentar que este nuevo «paradigma» solamente reformula una concepción más antigua de acuerdo a la cual la tierra, el trabajo y el capital son factores de producción. Desde mi punto de vista, lo que parece significativamente novedoso es la intención de homogeneizar estos factores como distintas formas de capital, de concebir los recursos naturales, patrimonio producido y los recursos humanos directamente como capital.
Al hacer caso omiso de sus diferencias e incluirlos en la categoría abstracta de «capital», estos recursos son tratados como elementos equivalentes, constitutivos de un «portafolio». En un nivel, tratar a las personas como capital conduce a su valorización como una fuente de riqueza.
De hecho, la frase inicial del segundo informe hace énfasis en este hecho: «Los recursos naturales cuentan, pero la gente cuenta aún más. Esta es la primera lección que se debe aprender de los nuevos cálculos contenidos en este informe, relativo a la riqueza de las naciones» (1997:1).
Sin embargo, la gente puede «contar más» o «menos» que los recursos naturales sólo en términos de una perspectiva que los equipare; el valor de la gente puede ser comparado al valor de las cosas sólo porque ambos han sido reducidos a capital. La definición de la gente como capital quiere decir que el cuidado que se le otorga es el mismo que se le da al capital.
La noción de «portafolio» ya implica la necesidad de maximizar los beneficios. En vez de un proceso intrínsecamente político que se ocupe de la contienda social acerca de la definición de valores colectivos, los objetivos de desarrollo tienen que ver con la «gerencia» de «portafolios» y de «expertos».
La técnica del mercado reemplaza a la política. El actual «paradigma» de desarrollo del Banco Mundial sugiere que los agentes de desarrollo sean como corredores de la bolsa, que el desarrollo sea como una especie de apuesta en un mercado riesgoso, en vez de un imperativo fundamentalmente moral .
Esta redefinición de la riqueza cómo un portafolio de distintas formas de capital adquiere nuevo significado en el contexto de un mercado global neoliberal. En un perspicaz libro que examina la evolución conjunta del mercado y del teatro en Inglaterra desde el siglo dieciséis hasta el siglo dieciocho, Jean C. Agnew argumenta que el «mercado» pasó durante este período de ser un lugar a convertirse en un proceso -de sitios fijos en los intersticios de una sociedad feudal a un fluir de transacciones dispersas por todo el mundo (1986).
En este cambio de lugar a proceso el mercado permaneció, sin embargo, dentro de los límites de un espacio geográfico familiar.
Analistas de la globalización han notado como sus formas contemporáneas resultan no en la ampliación del mercado en un espacio geográfico, sino en su concentración en un espacio social. Mientras el capital internacional se hace más móvil y se separa de sus anteriores ubicaciones institucionales, argumenta Hoogvelt, «la relación centro-periferia se está convirtiendo en una relación social, en vez de una relación geográfica» (1997:145).
Este cambio de un capitalismo en expansión geográfica a uno económicamente implosivo, está impulsado por una «profundización financiera», es decir, por el crecimiento y también la concentración de las transacciones financieras y su dominio sobre el comercio en bienes materiales (1997:122).
Una serie de artículos del New York Times sobre globalización en febrero de 1999 confirman este análisis y resaltan el significado del distanciamiento creciente de las transacciones financieras del comercio de bienes verdaderos: «En un día típico, la cantidad total de dinero que cambia de manos solamente en el mercado internacional, es de $1.5 billones -un aumento de ocho veces desde 1986- una suma casi incomprensible, que equivale al comercio total mundial de cuatro meses.»
Los autores citan a un banquero de Hong Kong: «Ya no es la verdadera economía la que impulsa los mercados financieros, sino más bien el mercado financiero el que impulsa la verdadera economía.» De acuerdo a ellos, la cantidad de capital de inversión ha «explotado»: en 1995 los inversores institucionales controlaban $20 billones, diez veces más que en 1980.
Como resultado, «la economía global ya no está dominada por el comercio de carros ni de acero y trigo, sino por el comercio de acciones, bonos y monedas». A medida que los capitales nacionales se funden en un mercado de capital global, esta riqueza se desentiende más y más del Estado. Es significativo que estas inversiones se canalizan a través de derivados, los cuales han crecido exponencialmente: en 1997 se comerciaron por un valor de $360 billones, una cifra que equivale a doce veces la totalidad de la economía global (New York Times, 15/2/1999, A1).
Desde mi punto de vista, la profundización financiera implica una transformación significativa del mercado: no solamente su concentración en un espacio social, sino su extensión en el tiempo. Hoy en día el capital viaja más allá de las limitaciones de las fronteras geográficas que han definido a la cartografía de la modernidad, hacia el ciberespacio, es decir, hacia el tiempo.
Esta expansión temporal del mercado, o si se prefiere, su extensión hacia el ciberespacio – quizás un avance más de lo que Harvey y otros describen como la transformación de tiempo en espacio- le da nuevo significado a la redefinición de la naturaleza como capital. De esta manera, no se trata solamente de que cada vez más la riqueza está en menos manos, en gran parte libre del control público, sino que en estas manos la riqueza está siendo transformada a través de un proceso de creciente homogeneización y abstracción.
He considerado útil definir este proceso como la «transmaterialización» de la riqueza. Con esto no quiero decir la «desmaterialización de la producción», es decir, una pretendida disminución en la intensidad del uso de materia prima (Kouznetov 1988:70; para una interpretación que destaca la persistente importancia de lo material, ver Bunker 1989), sino más bien la transfiguración de la riqueza a través de la cada vez más abstracta conversión en mercancía de sus elementos en el tiempo y el espacio.
Un artículo de la revista Time sobre el futuro del dinero resalta la importancia tanto de las nuevas formas de riqueza como de las nuevas maneras de pensarlas .
La riqueza, según este artículo, está siendo tratada por los inversionistas cada vez más no como bienes tangibles, sino como riesgos asumidos frente a ellos, tales como los derivados. La «Magna Carta» de esta nueva forma de conceptuar la riqueza, sugiere el autor, es un discurso de Charles Sanford en 1993, en ese momento Director Ejecutivo (CEO) del Bankers Trust.
En este impresionante documento, titulado Financial Markets in 2020, Sanford reconoce la nueva complejidad de la actual situación. A la vez que señala que la realidad está cambiando más rápidamente que nuestras categorías, proclama, muy seguro de sí mismo, que a través de una combinación de arte y ciencia el mundo corporativo, incluyendo sus propias universidades, producirá teorías capaces de explicar los cambios que están redefiniendo actualmente al mundo.
Utiliza la fecha 2020 para expresar sus expectativas de una visión perfecta y la fecha estimada cuando ésta se logrará. A pesar de la imagen borrosa del presente, Sanford puede ya vislumbrar que esta visión perfecta implicará un cambio radical de perspectiva: «Estamos comenzando desde un punto de vista newtoniano que opera en el ámbito de objetos tangibles (resumidos por dimensión y masa), hacia una perspectiva más acorde con el mundo no lineal y caótico de la física cuántica y de la biología molecular» (1994:6). Partiendo de esta analogía con la física cuántica y la biología moderna, él llama esta reconceptualización teórica «particle finance» (ibid.).
Estas «finanzas de partícula» permitirán a las instituciones financieras consolidar toda su riqueza e inversiones en «cuentas de riqueza», y fragmentar estas cuentas en partículas de riesgo derivadas de la inversión original, las cuales pueden ser vendidas como paquetes en una red global computarizada.
Para ayudarnos a visualizar la naturaleza del cambio, Sanford dice: «Siempre hemos tenido transporte -la gente caminaba, eventualmente montaron burros- pero el automóvil fue una ruptura con todo lo que lo precedió. La gerencia de riesgo hará lo mismo con las finanzas. Es una ruptura total», (Time 1998: 55).
Haciendo eco de Sanford, el autor del artículo del Time observa que los derivativos, una de las formas principales de gerenciar el riesgo, «han cambiado las reglas del juego para siempre» (Ramo 1998: 55). Para imaginarnos este nuevo juego, él nos pide que «imaginemos el mundo como un paisaje de oportunidades -todo, desde los bienes raíces en peligro del Japón, hasta los valores futuros (futures) del petrolero ruso- es mercadeado y empacado por bancos gigantes como Bankamérica, o por compañías financieras como Fidelity Investments y el Vanguard Group» (Ibid.).
El ejemplo de «los bienes raíces en peligro del Japón» y «los valores futuros del petrolero ruso» son ejemplos generales, podrían igualmente representar los valores futuros de los aromas de Gabón, el turismo de Cuba, la deuda externa de Nigeria, o cualquier cosa o fragmento de cosa que pueda ser convertida en mercancía. Haciendo eco de Sanford, Ramo del Time afirma que «el efectivo E (lectrónico), las cuentas de riqueza, y los derivativos de los consumidores harán que estas firmas sean tan esenciales como lo fue antes la moneda.»
Estos cambios harán que dichas firmas capitalistas sean tan indispensables que se hagan eternas: «si la inmortalidad del mercado puede ser comprada», concluye el artículo, «éstas son las personas quienes averiguarán cómo lograrlo. Y lo estarán haciendo con su dinero» (Ramo 1998:58).
IV. Globocentrismo
Aunque puede ser que esta visión corporativa sea hiperbólica y refleje los cambios que la misma desea producir desde una perspectiva interesada, ayuda a visualizar las transformaciones en la geopolítica del poder mundial que he discutido hasta ahora. Desde mi punto de vista, hay dos procesos que están cambiando los vértices del poder imperial, desde un lugar central en «Europa» o el «Occidente» a una posición menos identificable en el «globo».
Por un lado, la globalización neoliberal ha homogeneizado y ha hecho abstractas diversas formas de «riqueza», incluyendo la naturaleza, que se ha convertido para muchas naciones en su ventaja comparativa más segura y su fuente de ingresos; por otro lado, la desterritorialización de «Europa» o el Occidente, ha conllevado su reterritorialización menos visible en la figura esquiva del mundo, la cual esconde las socialmente concentradas pero más geográficamente difusas redes transnacionales financieras y políticas que integran a las élites metropolitanas y periféricas.
En este contexto, el ascenso de «Eurolandia» no debe opacar su
cercana articulación con «Dolarlandia». La «transparencia» solicitada por los propulsores del libre mercado no incluye una visibilidad pública ni una responsabilidad con relación a las jerarquías de mando emergentes del poder económico y político global.
Estos dos procesos interrelacionados están vinculados a un gran número de transformaciones culturales y políticas que articulan y representan las relaciones entre diferentes culturas, mercados, naciones y poblaciones. Está de más decir que estos procesos afectan las naciones de diferentes maneras. Sin embargo, me parece que ellos implican un cambio en la manera como la nación ha sido tratada como unidad fundamental de identificación política y cultural colectiva en el mundo moderno. La imagen del globo prescinde de la noción de externalidad.
Desplaza el locus de las diferencias culturales de otros pueblos altamente occidentalizados, ubicados geográficamente lejos de los centros metropolitanos, a poblaciones difusas, dispersas por todo el mundo, inclusive en el interior del ya viejo «primer mundo.» Este proceso no deja de ser contradictorio.
Las naciones se han abierto al flujo de capital, pero se han cerrado al movimiento de los pobres. Mientras la gran mayoría de la población pobre tienen una movilidad social limitada o inexistente, a estas gentes se les ve no tanto en términos de las unidades jurídicas o políticas que han conformado la cartografía de la modernidad (predominantemente Estados-naciones agrupados en regiones modernas y atrasadas), sino más bien en términos de criterios étnicos, religiosos, o de clase.
Sin duda, las naciones permanecerán siendo unidades políticas fundamentales y fuentes de imaginaciones comunales en los años venideros (particularmente las naciones metropolitanas), pero los criterios «culturales» supranacionales y no-nacionales, desde mi punto de vista, jugarán un papel más y más importante como
marcadores de las identidades colectivas (particularmente en las naciones del Segundo y Tercer Mundo).
Lo que está en juego no es la desaparición del Estado-nación, sino su redefinición. Los Estados que han sido obligados a hacer un «strip tease» pueden ser impulsados a ponerse ropa nueva a través de la presión de sujetos descontentos o de la amenaza de un revés político. La preocupación creciente con los efectos políticos de la pobreza global en el nivel más alto del sistema internacional, como se ha evidenciado en las recientes reuniones del Banco Mundial, FMI y del G7, puede conducir a una reconceptualización del papel del mercado y de los Estados. Como escudo contra los efectos negativos de la globalización, el nacionalismo podría aún cobrar una nueva vida.
Desde la conquista de las Américas, los proyectos de cristianización, colonización, civilización, modernización y el desarrollo han configurado las relaciones entre Europa y sus colonias en términos de una oposición nítida entre un Occidente superior y sus otros inferiores. En contraste, la globalización neoliberal evoca la imagen de un proceso no diferenciado, sin agentes geopolíticos claramente demarcados o poblaciones definidas como subordinadas por su ubicación geográfica o su posición cultural; oculta las fuentes de poder altamente concentradas de las que emerge y fragmenta a las mayorías que impacta.
¿Cómo responder a este aparente cambio de «Europa» y el «Occidente» al «globo», como el locus de poder y de progreso? En vista de este cambio, ¿cómo desarrollar la crítica al eurocentrismo? Si el occidentalismo se refiere de una manera más o menos amplia a las estrategias imperiales de representación de diferencias culturales estructuradas en términos de una oposición entre el Occidente superior y sus otros subordinados, la hegemonía actual del discurso de globalización sugiere que éste constituye una modalidad de representación occidentalista particularmente perversa, cuyo poder yace, en contraste, en su capacidad de ocultar la presencia del Occidente y de desdibujar las fronteras que definen a sus otros, definidos ahora menos por su alteridad que por su subalternidad.
He argumentado que la crítica al occidentalismo intenta iluminar la naturaleza relacional de representaciones de colectividades sociales con el fin de revelar su génesis en relaciones de poder asimétricas, incluyendo el poder de ocultar su origen en la desigualdad, de borrar sus conexiones históricas, y de esa manera presentar, como atributos internos de entidades aisladas y separadas, lo que en efecto es el resultado de la mutua conformación de entidades históricamente interrelacionadas (1996; 1999).
Dada la amplia influencia del discurso de la globalización, pienso que es necesario extender la critica del eurocentrismo hacia la crítica del globocentrismo.
El globocentrismo, como modalidad del occidentalismo, también se refiere a prácticas de representación implicadas en el sometimiento de las poblaciones no occidentales, pero en este caso su sometimiento (igual que el sometimiento de sectores subordinados dentro de Occidente) aparece como un efecto del mercado, en vez de como consecuencia de un proyecto político (occidental) deliberado.
En contraste al eurocentrismo, el globocentrismo expresa la persistente dominación occidental a través de estrategias representacionales que incluyen: 1) la disolución del Occidente en el mercado y su cristalización en nódulos de poder financiero y político menos visibles pero más concentrados; 2) la atenuación de conflictos culturales a través de la integración de culturas distantes en un espacio global común; y 3) un cambio de la alteridad a la subalternidad como la modalidad dominante de establecer
diferencias culturales. En la medida que el «Occidente» se disuelve en el mercado, se funde y solidifica a la vez; la diferencia cultural ahora se basa menos en fronteras territoriales que a través de vínculos de identificación y diferenciación con el orden occidental tal como éste aparece difundido a través del globo.
Dado que el mercado se presenta como una estructura de posibilidades en vez de como un régimen de dominación, éste crea la ilusión de que la acción humana es libre y no limitada.
Resultados como la marginalización, el desempleo y la pobreza aparecen como fallas individuales o colectivas, en vez de como efectos inevitables de una violencia estructural. La crítica al globocentrismo nace del reconocimiento de la conexión entre la violencia colonial y postcolonial. De la misma manera que la globalización sigue al colonialismo, la crítica al globocentrismo se basa en la crítica al eurocentrismo.
Las mismas condiciones globales que hacen que la globalización sea un objeto de estudio crean la posibilidad de vincular un examen de los colonialismos del norte de Europa, la preocupación central de los estudios postcoloniales en los centros metropolitanos, con el análisis del colonialismo y el neocolonialismo, un tema fundamental en el pensamiento latinoamericano y del Caribe.
La globalización debe verse como un proceso contradictorio que incluye nuevos campos de lucha teórica y práctica. A diferencia de otras estrategias de representación occidentalistas que resaltan la diferencia entre el Occidente y sus otros, la globalización neoliberal evoca la igualdad potencial y la uniformidad de todas las gentes y culturas. En la medida en que la globalización funciona reinscribiendo las jerarquías sociales y estandarizando las culturas y los hábitos, ésta funciona como una modalidad particularmente perniciosa de dominación imperial.
Pero, en la medida que descentra al Occidente, borra las diferencias entre los centros y las periferias y postula, al menos en principio, la fundamental igualdad de todas las culturas, la globalización promueve la diversidad y representa una forma de universalidad que puede prefigurar su realización más plena.
De la misma manera en que la proclamación de igualdad y libertad durante la Revolución Francesa fue tomada literalmente por los esclavos de Haití y fue redefinida por sus acciones al imponer la abolición de la esclavitud (Dubois 1998), los ideales de igualdad y diversidad declarados en el discurso de la globalización pueden abrir espacios para luchas liberadoras (así como pueden producir reacciones conservadoras, al igual que ocurrió en Francia y Haití).
En espacios sociales localizados bajo condiciones globales, las identidades colectivas se están construyendo en formas inéditas a través de una articulación compleja de fuentes de identificación tales como la religión, territorialidad, raza, clase, etnicidad, género y nacionalidad, pero ahora esta articulación está informada por discursos universales de derechos humanos, leyes internacionales, ecología, feminismo, derechos culturales y otros medios de hacer respetar las diferencias dentro de la igualdad (Sassen 1998; Alvarez, Dagnino y Escobar:1998).
El proceso de globalización está desestabilizando no sólo las fronteras geográficas y políticas, sino también los protocolos disciplinarios y sus paradigmas teoréticos. La globalización evidencia los límites de la división entre la modernidad y la posmodernidad así como las oposiciones entre lo material y lo discursivo, lo económico y lo cultural, la determinación y la contingencia, el todo y los fragmentos que siguen informando a nuestras prácticas disciplinarias.
Más que nunca, de la misma manera como los fenómenos locales no se pueden comprender fuera de las condiciones globales en las que se desarrollan, los fenómenos globales no se pueden comprender sin explicar las fuerzas locales que los sustentan. Con suerte, el esfuerzo de darle sentido a la relación entre lo que por falta de mejor expresión hemos llamado la dialéctica entre localización y globalización en el contexto de condiciones de conocimiento y producción globalizadas, al descentralizar las epistemologías de Occidente y al reconocer otras alternativas de vida, producirá no sólo imágenes más complejas del mundo, sino modos de conocimiento que permitan una mejor comprensión y representación de la vida misma.
La globalización neoliberal obliga a profundizar y poner al día el intento de los críticos postcoloniales de provincializar a Europa y de cuestionar su universalidad. A la vez que se une a esa tarea, la crítica al globocentrismo deberá igualmente reconocer la rica diferenciación del mundo y mostrar la altamente desigual distribución de poder que inhibe el despliegue de su inmensa diversidad cultural.
Una crítica que desmitifique las afirmaciones universalistas del discurso de globalización pero que reconozca su potencial liberador, debería hacer menos tolerable la destrucción de la naturaleza y la degradación de las vidas humanas por parte del capitalismo. Esta crítica se desarrollará en diálogo con ideas surgidas en los espacios en los que se imaginan futuros alternativos para la humanidad, ya sea en «focos de resistencia» al capital, en lugares aún libres de su hegemonía, o en el seno de sus contradicciones internas.
La magia del imperialismo contemporáneo reside en conjurar su propia desaparición haciendo que el mercado aparezca como la personificación de la racionalidad humana y de la felicidad.
Los discursos dominantes de globalización ofrecen la ilusión de un mundo homogéneo que avanza constantemente hacia el progreso. Pero la globalización está intensificando las divisiones de la humanidad y acelerando la destrucción de la naturaleza. Los estudios postcoloniales deberían enfrentar las seducciones y promesas de la globalización neoliberal.
Esta tarea es inseparable de la búsqueda de una construcción alternativa del progreso alentada por la esperanza de un futuro en el que todos los seres humanos puedan ocupar un lugar digno en un planeta que todos compartimos provisionalmente.
Notas
1 Una versión anterior de este trabajo fue presentada en el panel organizado por Edgardo Lander para el Congreso Internacional de Sociología de Montreal. Quiero agradecerle por animarme a presentar este trabajo y por tener la paciencia de permitirme transformarlo. También quiero agradecer al grupo de estudios sobre colonialismo de la Universidad de New York en Binghamton donde presenté una versión de este trabajo. Mis sentidas gracias a los miembros de mi seminario de postgrado, la Globalización y el Occidentalismo, invierno 1999, por sus útiles comentarios sobre este trabajo y por las interesantes discusiones durante todo el semestre. Agradezco enormemente los comentarios detallados de Genese Sodikoff, Elizabeth Ferry y María González. Gracias también a Julie Skurski por sus agudas observaciones. La traducción del original en inglés fue realizada por Eleonora García Larralde.
2 Profesor de antropología e historia, Departamento de Antropología, Universidad de Michigan.
3 Los medios de comunicación han servido de vía principal para los discursos celebratorios de la globalización, desde los anuncios corporativos hasta las canciones. Esta tendencia ganó adeptos con la expansión de las corporaciones multinacionales de los años sesenta y se intensificó con el derrumbe del mundo socialista y la consiguiente hegemonía del neoliberalismo.
4 Es imposible hacer una lista de la amplísima y siempre creciente bibliografía sobre la globalización o representar acertadamente sus distintos matices y perspectivas. Entre los autores que he usado en este trabajo y que de alguna u otra manera han interpretado la globalización como un fenómeno complejo, aun cuando estén en desacuerdo sobre su novedad o características, se encuentran los siguientes: Amin (1997;1998); Appadurai (1996); Arrighi (1994); Dussel (1996); Greider (1997); Harvey (1989); Henwood (1997); Hirst y Thompson (1996); Hoogvelt (1997); López Segrera (1998); Massey (1998); Sassen (1998); Robertson (1992); Weiss (1998).
5 Algunos marxistas, sin embargo, han notado la importancia de la renta de la tierra con relación a ciertos aspectos del capitalismo, tales como bienes raíces urbanos, pero pocos lo han utilizado para conceptualizar su desarrollo. Al reflexionar sobre la teoría marxista de la renta de la tierra, Debeir, Délage y Hémery han notado que la relación «sociedad/naturaleza era considerada sólo en un marco exclusivamente de teoría económica, el de la renta de la tierra»(1991: xiii). Su intención está dirigida hacia ver esta relación en términos de una conceptualización del uso de energía más general. Desde mi punto de vista, la relación renta/tierra (así como trabajo/salario y capital/beneficio) no debe ser reducida a «una teoría puramente económica». Un análisis holístico de la renta de la tierra revelaría sus muchas dimensiones, que incluyen las transformaciones de los actores involucrados en el uso cambiente de energía.
6 Para exposiciones representativas de estos puntos de vista, ver la colección de artículos en O ‘Connor (1994).
7 El uso de la palabra «aterrizada» está influenciado por la conferencia «Tocando la Tierra», organizada por los estudiantes del Programa de Doctorado en Antropología e Historia, Universidad de Michigan, abril, 1999. La conferencia intentaba superar, como lo indica su declaración de propósito, un «hábito preexistente de dividir el análisis de lo cultural del de lo económico y lo simbólico de lo material. El análisis textual y discursivo , aún cuando suscita un contexto material para lecturas de contenido cultural tiende a evitar dirigirse directamente al estudio y la teorización de tal fenómeno como el trabajo, la estructura y práctica de la dominación política y la explotación económica, y la organización del patriarcado.» (1999: sin numerar).
8 Por ejemplo, Ortiz (1995); Mignolo (1995); Quijano (1993).
9 Muchos teóricos han examinado la relación entre colonialismo y racialización. Estos comentarios se basan básicamente en el trabajo de Quijano (1992), Mignolo (1999) y Stoler (1995).
10 Informe de Comercio y Desarrollo, 1997.
11 El «Tercer Mundo» como categoría emergió del proceso de descolonización conectado con la Segunda Guerra Mundial, como resultado de lo cual el Tercer Mundo se convirtió en el campo de batalla militar e ideológico entre el Primer Mundo capitalista y el Segundo Mundo socialista. Ahora que ese combate se ha acabado prácticamente, los países de lo que era llamado el Tercer Mundo no son ya los objetos deseados para la competencia de los poderes políticos, sino actores que se afanan con dificultad en una mercado mundial competitivo. Para una discusión esclarecedora del esquema de los tres mundos, ver Pletsch (1981).
12 Ambos informes sobre la globalización que he examinado aquí presentan evidencia de la existencia de una brecha creciente entre los ricos y los pobres en las naciones metropolitanas. Una reveladora respuesta a esta polarización es el trabajo The Work of Nations de Robert Reich, en el que aboga por la necesidad de integrar los sectores internacionalizados y los domésticos de la población de los EE.UU. (1991).
13 Mi agradecimiento a Genese Sodikoff por permitirme el uso de este artículo.
14 Le agradezco a Genese Sodikoff por estas formulaciones.
15 «The Big Bank Theory. and what it says about the future of money», Time, 27 de abril, 1998.
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