Nicaragua: De la era de Acuario a la inquisicion
Gioconda Belli
Considerando que tras más de un cuarto de siglo de vida en común, hace apenas un año que la pareja Ortega-Murillo decidió casarse y abandonar lo que, para la Santa Madre Iglesia, era un estado censurable de “concubinato”, es sorprendente que ahora Rosario Murillo se presente ante nosotros “en olor de santidad”, proclamándose ella y su partido como defensores de la fe cristiana, de la vida, de los obispos, cardenales y clero católico y de todos aquellos que le faciliten el camino a ella y su marido para regresar a ostentar el poder en Nicaragua.
En una entrevista transmitida en Radio Ya, la señora Murillo afirma, entre otras cosas:
“Nosotros estamos profundamente comprometidos con la fe; pensamos que los valores religiosos, son el consuelo, el amparo; la fe es la forma en que los seres humanos encontramos la paz; los valores religiosos son la fortaleza que necesitamos para lidiar con la vida cotidiana….Nosotros, precisamente porque tenemos fe, tenemos religión; porque somos creyentes, porque amamos a Dios sobre todas las cosas, es que hemos sido capaces de sobrellevar tantas tormentas…..”
Sus palabras, que en nada nos asombrarían de provenir de alguien que se haya mantenido y vivido dentro de la Iglesia por muchos años, no pueden dejar de sorprender viniendo de alguien que, hasta hace unos pocos meses, firmaba sus artículos de opinión según los ciclos de la luna y se manifestaba influida por luces, astros y toda la parafernalia mágica de la era de acuario. Pasar de la magia a la religiosidad con esa fruición, precisamente en un año electoral, no puede ser casualidad y no puede dejar de despertar sospechas. Más aún, semejante temeridad y soberbia para hacer alarde de una religiosidad recién adquirida pues ni siquiera hay en sus palabras una remota alusión a la humildad propia de los auténticos y nuevos conversos denota un peligroso extremismo, una tan extrema vuelta de calcetín que hace pensar que Doña Rosario, por arte de esa magia que parece no abandonar sus intenciones, ha pasado del pensamiento cósmico a la soberbia de los Grandes Inquisidores, los temibles jueces de la Edad Media, que se ponían por encima de los “infieles” y les enrostraban su falta de fe como razón suficiente para condenarlos a la hoguera.
De un plumazo, doña Rosario dice que esa Unidad de ellos (su unidad que hay que decir excluye, ha excluido y seguirá excluyendo a todos los que no piensan como ellos a menos que les sirvan a sus fines electoreros) defiende y coincide plenamente “con la Iglesia y las Iglesias”. Dentro de ese racional, de pronto, la Sacerdotisa de la Luna en todas sus fases, se erige como ardiente defensora de la vida y condena, con palabras, esta vez de Sacerdotisa Inquisidora, a todos aquellos que, según ella, atenten contra ésta y añade: “Sí, también a la fe, a la religión, a la visión que han tenido los guías pastorales y espirituales de nuestro pueblo, como Su Eminencia el Cardenal….”
Pero atentar contra la vida, como todos sabemos, va mucho más allá de estar a favor o en contra de que una madre, cuyo embarazo pone en peligro su vida, se vea ante la terrible y angustiosa decisión de si terminarlo o no. El aborto terapéutico lógicamente es un tema que, desde tiempos inmemoriales, ha sido tratado con delicadeza tanto por la ley, como por la ciencia médica, porque supone escoger una vida por otra. No se trata solamente de la defensa de la vida. He allí el quid del asunto. Se trata de decidir qué vida tiene prioridad, si la de la madre o la del feto. Por eso es que la ley, tanto en Nicaragua, como en la mayoría de los países del mundo excepto cuatro, deja a criterio de una junta de médicos y de la madre o los padres enfrentados con esta situación la decisión de qué hacer.
Pero claro, a Doña Rosario no le interesan los matices del asunto, ni pronunciarse tampoco a favor de la vida realmente. Lo que a ella le interesa es pronunciarse a favor de la Iglesia, para culminar su acto ilusionista de presentarse ahora, no sólo como creyente y profundamente religiosa, sino como dispuesta a emprenderla contra todos los que ella juzgue se salgan de la visión de, quién afirma, son ahora sus guías pastorales y espirituales.
Como Gran Inquisidora, Doña Rosario intenta partir aguas y decir que ahora ellos son los buenos, los que representan la visión de la Iglesia. Si hace apenas un año no vacilaban con vituperar a cualquiera, como lo hicieron con Herty Lewites, ahora se quieren “reconciliar”. El problema es que esa reconciliación, no sólo carece de realidad, sino que se contradice con sus hechos, con su discurso extremo, con sus promesas de imponer a todos sus pensamientos y su supuesta fe, como la única visión válida.
En esa diatriba recogida por Radio Ya, se pueden apreciar con claridad los bandazos y el tipo de manejo y manipulación autoritaria que subyace tras la “reconciliación” prometida. La vena autoritaria y maniquea que ellos impulsaron y que desunió al sandinismo, igual que desunió al país está contenida en sus palabras y es la amenaza que pesa sobre nuestra incipiente democracia. No se necesita ser Superman, ni tener visión de rayos X para ver, a través de todas estas actuaciones contradictorias, la falta de escrúpulos de quienes en su obsesión por volver a ostentar el poder, lo mismo se ufanan de pactar con Dios que con el diablo.
A las puertas de una decisión que puede cambiar nuestras vidas, nuestro país y el futuro de nuestros hijos, los nicaragüenses debemos abrir bien los ojos a este tipo de discursos duales e incongruentes. De quienes aspiren a gobernarnos lo menos que podemos exigir es la honestidad de que asuman lo que son y han sido, si es que no queremos que nos pase aquello de la célebre parábola del caminante que recogió la serpiente sólo para que lo picara y le diera muerte. No nos engañemos. La mejor manera de defender la vida es votar el 5 de Noviembre por que se acabe la corrupción, el engaño, el pacto sucio y esos falsos discursos acomodados al mejor postor.