Nació en Santa Ana, 1916, murió en San Salvador en 1961. Es, junto con Alfredo Espino, Roque Dalton y Claudia Lars uno de los cuatro poetas de leyenda
en El Salvador. Ligados indisolublemente a la historia cultural del país, se autocomplementan en un espectro de variables sobre la poesía.
De diferentes generaciones, a Escobar Velado le corresponde iniciar el movimiento de vanguardia en El Salvador. Romántico en su adolescencia, Julio Herrera y Reissig estuvo presente en sus poemas, nos muestra desde entonces, ser una persona de sueños inalcanzables, o de pretender realidades que pertenecen a sueños de difícil realización. Con ello se inclinó mucho al
romanticismo, al igual que en sus pretendidas aspiraciones para lograr transformaciones civiles en su patria.
Pero es con el descubrimiento de Neruda que va hacia el vanguardismo, que a la postre, esa irresistible influencia del poeta chileno es una de sus fallas, pues no le permite ahondar la problemática interior que casi afloraba en Escobar Velado; entre otras cosas, la impotencia de un poeta centroamericano, en típicas “bananas republics” de entonces, militarismo, impunidad e intolerancia, que le causó separaciones tempranas de los seres amados, confusiones a su temperamento sensible.
Por eso lo sentimos mejor poeta cuando se desliga del nerudismo; es entonces cuando se percibe la entera emoción de Escobar. Algo de la sencillez del poeta y de su bondad extrema que lo llevaba a sufrir más allá los problemas que aquejaban a su país. Indefenso, en cierta manera, pensó que la poesía era su arma solitaria para apoyar la creación de una sociedad justa:
“Solitario y enfermo hizo de la poesía un ariete contra el despotismo y la injusticia social, aunque nunca llegó a inscribirse en una doctrina específica ni a militar en un partido proletario, su obra contiene una potente dosis de rebeldía contra el mal poder, de adhesión a la lucha contra los oprimidos”, así dice Italo López Vallecillos quien llegó a conocerlo de cerca y admirarlo, como casi todos los de las promociones que surgimos poco después.
Oswaldo encontró en la poesía su mejor combate y fue vencido antes de terminar la obra que le desesperaba escribir. Le costaba encontrarse, de ahí sus desigualdades creativas, a veces encubiertas en un colorido que él explicaba era por estar dirigido a niños, aunque era consciente que los niños no lo leerían en un tiempo cercano mientras fuera un poeta prohibido. Padre cercano e inspirador de la “Generación Comprometida”, ahí estaba ofreciendo fuerzas en su bufete de abogado sin clientela, leyendo sus poemas en proceso, a quienes le escuchábamos con devoción, mientras en sus manos se aferraba un cigarrillo incansable y en su cara una sonrisa de niño buscando aprobación a sus imágenes radiantes.
A excepción de Roque Dalton, con quien lo separaba una diferencia de temperamentos, la amistad fue más que cercana con los que formaban el Círculo Literario Universitario. Seguridad en Dalton. Timidez en Escobar Velado. Los dos fueron víctimas propiciatorias de una realidad que quisieron cambiar. Escobar Velado, asistido por su propio corazón que nunca creció; Dalton, expresando siempre madurez criticaba la ingenuidad. Sin embargo, ambos son blanco de la incomprensión hacia la sensibilidad universal, víctimas de una cultura autoritaria unida en sus dos polos. Dalton y Velado mostraron que la poesía era capaz de hacer todo, pero que nunca perdería su fragilidad. Dalton, haciéndo ver que la poesía no estaba hecha sólo de palabras.
Oswaldo, dando un primer puesto a la palabra; aunque combativa, desarmada.
Matilde Elena López, escritora salvadoreña de la misma generación del 44, y quien conociera al Oswaldo joven, traza algunos rasgos peculiares en E. V.: “Es el cantor más identificado con su pueblo, más extrañablemente unido a sus lucha y a sus dramas históricos… este muchacho extraño y sensitivo, el último juglar vagabundo que retorna del exilio con una guitarra entre la manos para decir su protesta”.
Y luego, habla el poeta, citado por M.E. López: “El exilio y la cárcel me enseñaron a querer al pequeño poeta que en mí se iniciaba agitando banderas…”.
Oswaldo y Dalton son parte del drama que significaba carecer derechos civiles y que pensaron resolverlo con la poesía, armada o desarmada.
De diferentes maneras, a ambos, la muerte les llegó por anticipado, antes de entregar lo que les correspondía como seres privilegiados que nacen una vez cada siglo. Oswaldo, más solitario, quiso encubrir con la bohemia lo que le hacía débil frente a la realidad sombría. El último poeta inocente, por pretender encontrar en el poema la fuerza espiritual necesaria para luchar por los pobres, objeto de su expresión poética. Dalton, con más lucidez para encontrar los nuevos caminos de una América Latina expandiéndose hacia el ejercicio de sus derechos, también encontraría las puertas cerradas.
Roque Dalton, 30 años más tarde, moriría solitario en manos de sus propios acompañantes de lucha, como el Oswaldo enfermo de cáncer. En ambos casos el fanatismo y la incultura política tuvieron la palabra. El tiempo había seguido inmóvil para los poetas. E. V., escribe en su lecho de enfermo terminal: “No tengo a nadie/ que comparta conmigo/ la mesa de mi angustia; mi rodaja/ de luna que en mis sueños/ había; ardo en mi soledad/ como una lámpara; lloro/ como el viento llora/ pasando entre los árboles”. Dalton, en sus poemas de joven, que fueron los de siempre: “… Los pobres locos que hasta la risa
confundimos/ y a quienes la alegría se nos llena de lágrimas,/ ¿cómo vamos a andar con los nombres a rastras,/ cuidándolos,/ puliéndolos como mínimos animales de plata,/ viendo cómo estos ojos que ni el sueño somete/ que no se pierdan entre el polvo que nos halaga y odia?”.
Oswaldo quiso hacer de la poesía el fundamento de transformación de la sociedad. La utopía estaba más lejana de lo que aparentaba. El poeta, como lo soñara otro discípulo cercano de Escobar Velado, Roberto Armijo, seguiría siendo por mucho tiempo el ciervo perseguido, sin posibilidades de convertirse en perseguidor. Su poesía era el instrumento más apropiado para las
mordazas de su tiempo, en tanto por medio de aquella fue arrebatado el derecho a debatir, en una sociedad de disparos y silencios, donde se compró esta complicidad; desde ese punto de vista, Escobar Velado fue un activista dentro de su poesía, aunque a veces estuviera disfrazada de inocencia y compasión. Bondadoso hasta para seguir la ruta de sus maestros, a quienes no
abandonaba: Neruda, Nazim Himet, León Felipe, Miguel Hernández, Maiakovski. Quizás si Oswaldo Escobar Velado (poeta) hubiera seguido a Vallejo habría tenido los elementos interiores más cercanos a su personalidad.
No soltarse de aquellas influencias le acarrearon el costo de la incomprensión para que su poesía siguiera permaneciendo en el silencio que era precisamente lo que él nunca hubiera deseado, ni aun para sus expresiones cercanas al romanticismo: “Es el pueblo como una mariposa/ que ha salido volando de tu mano/ y se quedó dormida con las alas celestes en el cerro/”. O bien sus primeros poemas de amor: “Yo te fui amando, poco a poco amiga,/ así como
la hiedra va subiendo en las paredes húmedas húmedas”.
Desde esos poemas se iba configurando quien no encontraría reposo en la búsqueda de su propio yo para entregarse a los otros. Pero fue la época del fascismo triunfante y de su desacertada presencia en nuestros regímenes militares. Los poetas de España estaban muertos o en el exilio. La diáspora hispana de los años 40 había traído herencia de poesía a nuestra América. La voz emotiva de Oswaldo se alza junto con otros jóvenes y fundan el grupo de
escritores anti-fascistas. Surgen la alianzas mundiales para defender la democracia y las libertades ante las amenazas de Alemania, Italia y Japón. Para los poetas de América Latina era la oportunidad de demostrar que desde antes del fascismo en el otro continente, las libertades de la Carta del Atlántico eran desconocidas en nuestro suelo, en especial, en los países de América Central. El poeta entonces debería confundirse con el ciudadano.
En esas circunstancias se genera el llamado Grupo Seis, entre los cuales estaba Escobar Velado y el Comité de Escritores y Artistas Anti-fascistas. Las luchas populares van al ritmo de las noticias que anuncian el retroceso de las unidades militares alemanas a su refugio de fuego en Berlín. Escobar Velado publica entonces su primer libro de contenido social: Rebelión de la sangre rebelde (1945). Pero el fascismo no fracasó en América Latina, perdió la guerra en
Europa, ganó la guerra fría en los países de América Latina. Habría fascismo por 40 años más. No podríamos entender a Escobar Velado, y años después a Roque Dalton, sin tomar en cuenta la prolongada época histórica y específica de El Salvador.
Escobar Velado continúa su linea: escribe Diez Sonetos para mil y más obreros y Arbol de lucha y esperanza. La propia realidad hace tan fresco y vivencial el poema que no hay tiempo para detenerse en expresiones ajenas, no obstante andar merodeando el romancero español:
“Valiente la policía,/ orden de los coroneles,/ en la noche más amarga/ mataron a dos mujeres.” Su aprehensión de la realidad trágica del trabajador rural marginado no le llegó por medio de la teoría sociológica, sino del convivio con los propios hombres del campo o de sus largas conversaciones con los obreros de las zonas inter-urbanas de San Salvador -dice Matilde E. López. También le cantó a algunos compañeros que, habiéndose quedado en el país habían
olvidado sus ideas revolucionarias para convertirse en diputados y ministros. En todo caso, dio su tributo a quienes lucharon a su lado, entregó su humanidad en poemas, aunque esto fuera una actitud que hasta ahora cierto pragmatismo político califique como propio de los “poetas”, esgrimiendo el término como insultante, aun por revolucionarios, sin darse cuenta que tal actitud proviene de una concepción de la cultura fascista impuesta por varias generaciones.
En todo caso, Escobar hace el poema político más directo en El Salvador, aunque fue en los últimos años de vida que descubrió su mejor poesía: “A esta mesa no llegan/ las hormigas; ni las cucarachas/ a la azucarera. Aquí sólo el maíz/ cocido en la olla primitiva/ llora; de aquí los perros/ se fueron, huéspedes desahuciados/ cuando llegó la lluvia” . Es la misma tesitura de sus otros poemas del mismo período: “Patria exacta” , “Tekij” , o ese poema conversacional a la
muerte de su madre: “La elegía infinita” , la frescura de sentimientos, hacia su próxima muerte que se le avecinaba sin saberlo. O bien su poema “Moriré… morirá” : “Moriré no hay duda, pero quedará mi grito/ como tambor sonando./ Moriré y en mi muerte os invito/ a continuar gritando”. Los poetas decidirán el rumbo de la palabra.