Para una interpretación de la geopolítica actual. Darío Peredo. Febrero de 2019

El mundo vive una transición hegemónica, que no se sabe hacia qué nuevo orden mundial va a desembocar. Lo que sí está claro es que no habrá una sola potencia como en la actualidad, sino que parece que el panorama internacional será mucho más complejo. Definiré algunos conceptos, explicando sí es o no posible que sean parte de un nuevo escenario.

Polaridad.

El concepto de polaridad hace referencia a que en el mundo pueden existir polos (Estados) con poder regional (esfera de influencia), o en el caso actual, con poder global (hegemonía). En resumen, se puede definir como la forma en que se organiza geopolíticamente el orbe; el juego de poder global. La polaridad puede ser, en efecto, con diferentes actores o con un solo actor.

Unipolaridad.

Desde la caída de la Unión Soviética, el mundo perdió uno de los polos de poder, dejando al Orden Internacional con una sola potencia que se encargó de intentar diagramar un mundo a su manera y a favor de sus intereses: con EE.UU. como una superpotencia económica, cultural y sobre todo militar. En el ámbito económico y financiero, desde 1970, compartió un orden tripartito con las potencias que se recuperaron de la II Guerra Mundial, amparados por el poder norteamericano: Gran Bretaña, Alemania y Japón, sobre todo.

El fin de la URSS fue para algunos el comienzo de una hegemonía ilimitada. Francis Fukuyama lo llamó “el fin de la historia”, donde el orden liberal de democracia occidental y libre mercado serían eternos, comandados por el poderío inalcanzable de los Estados Unidos. Para otros, fue el comienzo de un planeta lleno de inseguridades, más inestable y donde los conflictos se volvían más impredecibles con actores difíciles de identificar: guerrillas, narcotráfico, terrorismo, fundamentalismo, inmigración, tercermundismo. Los que apoyaban este último análisis iban, desde personas de izquierda como Hobsbawm o Arrighi, hasta los neoconservadores estadounidenses como Wolfowitz o Kagan.

Lo cierto es que desde 1991, Estados Unidos logró imponer su forma de ver en el mundo con una doctrina que fue del realismo de Bush padre, al idealismo liberal de Clinton hasta la deriva guerrerista de los neocon’s de Bush hijo, para moderarse con la administración Obama.

Las primeras guerras –Panamá (1989), Irak (1991), Balcanes (1999)- fueron rápidas y exitosas, la segunda fue una excepción para el país: fue financiada por otros estados; Reagan había endeudado de tal manera al país, que en su mandato pasó de acreedor a deudor. Pero las guerras que vinieron después –Afganistán (2001- ), Irak (2003-2011), no pudieron ser ganadas, volviendo el estigma de Vietnam, donde el prestigio fue muy dañado. Sumado a que la crisis de 2008, dejó a EE.UU. sin el poder de omnímodo de dirigir el orden global. Apareciendo nuevas potencias que no aceptan la unipolaridad.

Bipolaridad.

Para algunos, es posible que EE.UU. y China, lleguen a una disputa como en la guerra fría. La guerra comercial y tecnológica desatada por la Administración Trump parece corroborar que, el nuevo mandatario de la Casa Blanca, ve al país asiático su máximo competidor estratégico.

Al ser las dos grandes potencias económicas por una diferencia inalcanzable (excepto por India) y al estar entrando en una competencia tecnológica imposible de financiar para los demás países, parecen despegarse de cualquier otro jugador, ya sea Europa, Rusia o Japón. Un ejemplo, las nuevas tecnologías: tanto en Inteligencia Artificial, robótica, biotecnología o astronomía, los patentamientos, presupuestos en Ciencia y tecnología, o planes a futuro son protagonizados por ambos países.

Para los que piensan en un escenario de G2, la competencia estratégica va a retroalimentar la superioridad de EE.UU. y China sobre el resto del mundo, creando espacio de confrontación/negociación parecido al visto sobre todo en la Primera Guerra Fría (1948-1970) aunque con características propias[1]. Otros no creen posible la bipolaridad y proponen otras hipótesis.

Tripolaridad.

El doctor Alfredo Jalife Rahme, sostiene que estamos entrando desde hace años en un orden donde son tres los jugadores con poderío global: EE.UU., China y Rusia. La novedad está en este último país. Efectivamente es la segunda potencia militar/nuclear (para él la primera) y líder en la actualidad en misilística. Tiene una tecnología espacial admirable y es un jugador de primer nivel en la geopolítica energética. Las dudas surgen por su economía. Un PIB menor al de Corea del Sur, sin industria y lejos de pelear en innovación tecnológica. El nombrado analista mexicano recuerda que eso se desprende de un análisis muy economicista, y que Rusia está a la altura de liderar un tercer polo de poder[2].

A juzgar por sus últimas intervenciones en el mundo, no parece descabellado: ha cambiado el curso de la guerra en Siria, recuperó Crimea –pero perdió Ucrania- y mantiene el pulso en Venezuela. Lo que genera dudas es sí podrá sostener su proyección global con una economía en decadencia y una población envejecida en extremo preocupante. Quizás el escenario histórico más parecido sería el de la conferencia de Yalta (1945), donde Reino Unido discutió en paridad con EE.UU. y la URSS pero, ante el primer enfrentamiento serio por mantener su poderío (conflicto de Suez, 1956), quedó en evidencia su debilidad estratégica.

Multipolaridad.

Desde hace unos años, muchos analistas ven que la potencia dominante está entrando en un declive relativo y que no tiene, de momento, alguien lo suplante. Más bien, lo que ven es que nos encontramos en un escenario similar al anterior a la Primera Guerra Mundial. Es decir, donde son varios los polos de poder y que ninguno tiene la fuerza suficiente para ocupar el lugar de EE.UU. como nuevo hegemón.

Europa por su poder económico, Rusia por su poder militar, China con su avance acelerado en todos los ámbitos, India despegando, Japón buscando un nuevo rol, Brasil queriendo tener un papel más protagónico, vendrían a ser los que buscan hacer valer sus virtudes geopolíticas en un mundo volátil sin un liderazgo fuerte como en décadas pasadas. Uno de esos analistas es el ex Embajador argentino en EE.UU. Jorge Arguello que al analizar la coyuntura actual, encuentra representada esa multipolaridad en el G20. Organización que cobró protagonismo después de la crisis de 2008, hasta convertirse en el verdadero espacio de encuentro de los actores globales más importantes[3].

Surgen dudas de hasta dónde estamos frente a una nueva configuración global de este tipo. En rigor, antes de la Gran Guerra (1914-1918), teníamos una potencia en declive –Gran Bretaña-, otra en disputa directa –Alemania-, una candidata a la hegemonía –EE.UU.-, otras potencias que hacían o intentaban hacer valer sus intereses –Francia, Japón- y otras en notable declive (sobre todo si lo vemos en retrospectiva) –los imperios Ruso, Otomano y Austro-húngaro-.

Si lo vemos así, parece una situación análoga, aunque lo inquietante es que el nuevo orden de posguerra, vino de la mano de revoluciones sociales, grandes reacciones y dos guerras apocalípticas. Si tenemos en cuenta que ahora existen armas de destrucción masiva, el peligro para la especie humana es peor que en aquel momento.

Pero ahora, la diferencia sustancial es que no existen actores tan independientes como en la época en la que redundábamos. Japón depende directamente de su seguridad de EE.UU., Europa parece querer independizarse de la agenda de Washington pero no hay nada tangible por ahora y Brasil es una incógnita, además de ser débil en términos globales pero con un gran potencial.

No polaridad.

Un escenario de no polaridad, hace referencia a que, si bien hay países más y menos poderosos, ninguno tiene el poder de controlar más que una pequeña esfera de influencia, haciendo que muchas potencias medianas logren un grado de autonomía que termine en la inexistencia de un polo o más polos hegemónicos. El ascenso de países como Vietnam, Indonesia, Irán, Pakistán, Turquía, Arabia Saudita, Etiopía, etc., pueden ser parte de la construcción de un escenario así. Aunque parece un orden más igualitario, puede generar más tensiones por la diversidad de actores implicados.

De todas formas, no parece un escenario que pueda darse ya que acusan diferencias tecnológicas, militares, económicas y sociales, inferiores a las que tienen las grandes potencias.

Actores no estatales.

Todos los modelos de órdenes supuestos, están basados en los estados, existe un error de diagnóstico. Desde la crisis de 1973, las empresas multinacionales han comenzado a tomar independencia de las estructuras estatales. Como escribió el historiador Eric Hobsbawm, el gran cambio que se dio con las economías trasnacionales y las desregulaciones neoliberales –en resumen, la globalización económica- es la pérdida de soberanía del Estado-nación, tal como nació y se desarrolló durante los siglos XIX y XX[4].

Las empresas hacen sus propios movimientos geopolíticos, incluso perjudicando la política internacional de los países donde tienen origen sus casa matrices. Ejemplos como las petroleras norteamericanas o británicas, haciendo negocios con Rusia a pesar de las sanciones en 2014, o la resistencia de Silicon Valley ante el mercantilismo comercial de Trump hacia China, que daña los ecosistemas tecnológicos que traspasan las fronteras de dichos países, y muchos casos más dan cuenta de las contradicciones expuestas.

Por lo tanto, el mundo es más complejo de lo que parece, lo que hace difícil que uno pueda jugarse por una de las hipótesis aquí expuestas. La geopolítica siempre tiene una vuelta de tuerca más; el futuro será quién desvele las respuestas.

[1] Esteban Actis y Nicolás Creus: ¿Hacia un mundo bipolar? Foreign Affairs Latinoamérica, 12/12/2018

[2] Entrevista a Alfredo Jalife Rahme: “estamos ante un cambio tectónico, hacia un nuevo orden Mundial”. Geopolitica.ru, 28/02/2017.

[3] Jorge Arguello: G20 en Argentina: la pelea del siglo. Perfil.com, 29/11/2018.

[4] Eric Hobsbawm: Historia del siglo XX. Ed. Crítica, 2012.

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