Pocos han tenido tanta influencia en los rumbos de El Salvador como el general Maximiliano Hernández Martínez. Hasta donde vemos, su polémica figura está excluida de las celebraciones oficiales del “bicentenario”.
Razones sobran. Durante los 13 años que gobernó el país ordenó la matanza de enero de 1932, una de las mayores heridas históricas que ha sufrido esta sociedad. Suprimió a la oposición política y mandó a fusilar a quienes se alzaron en armas contra su gobierno, en abril de 1944. Sin embargo, Martínez no solo tiene detractores. En nuestros días se oye hablar de sus hazañas económicas y muchos aseguran que para enderezar a este país se necesitaría un hombre de su temple.
Una recién publicada investigación del académico Rafael Lara Martínez (“Política de la cultura del martinato”, Universidad Don Bosco, 2011) viene a agregar nuevas luces sobre el papel del militar en la construcción del imaginario de país que, desde entonces, se ha venido exaltando y re-produciendo. Para el profesor Lara Martínez los contenidos culturales y artísticos de la izquierda salvadoreña del siglo XXI no son muy originales, sino que, más bien, están fundamentados en la “política de cultura” que viene desde el “martinato”.
Lara Martínez es lingüista, académico y un lúcido investigador de la cultura. Con documentos en la mano sostiene que la “política de cultura” de la dictadura del “brujo” Martínez recibió el beneplácito de artistas que tradicionalmente han sido considerados exponentes de las temáticas sociales y populares. Entre estos nuestro venerado Salarrué, Luis Alfredo Cáceres Madrid, José Mejía Vides y no pocos seguidores del pensamiento de Alberto Masferrer. El libro documenta que el padre del héroe nicaragüense César A. Sandino se contó entre los admiradores de Martínez.
Este estudio de Lara Martínez establece que los generales Maximiliano Hernández Martínez y Tomás Calderón (quien dirigió las tropas que reprimieron sin piedad el alzamiento indígena) fueron miembros prominentes de los círculos intelectuales de la época. Asimismo, formaron parte del grupo editorial que publicó la Revista del Ateneo y mantuvieron estrechas relaciones con autores como Francisco Gavidia, a quien se considera “el fundador de la literatura salvadoreña”.
El nombre de Martínez aparece entre los firmantes de un airado pronunciamiento, publicado en la mencionada revista en 1927, en contra de la intervención de los Estados Unidos en Nicaragua. El militar llegó a ser la máxima autoridad de un grupo de hombres de ideas que denunciaba el mercantilismo, defendía el derecho a la soberanía y reclamaba la necesidad de una cultura fundada en una identidad nacional. El apoyo a Martínez por parte de los artistas e intelectuales, y los círculos teosóficos a los que algunos de estos pertenecían, se renovó incluso después de la matanza de 1932.
La aureola de miembro de la elite intelectual le otorgó a Martínez “el aval de colegas artistas y escritores, ahora consagrados como clásicos de la cultura nacional”, dice Lara. A partir de aquel año, Martínez fue capaz de articular una amplia red de intelectuales en torno una política cultural coherente que contó con la participación de artistas “independientes”, siendo Salarrué, entre todos, el más reconocido.
La investigación destaca que el autor de “Cuentos barro”, junto con Martínez y Sandino fueron presentados en la revista Cypactly, publicada en marzo de 1932, como los artífices de aquella nueva política de cultura. “La historia intelectual (salvadoreña) nos depara memorias reveladoras”, sentencia Rafael Lara Martínez.
¿Fue en aras de reconciliar a la sociedad salvadoreña que mentes lúcidas como las de Salarrué y Gavidia pusieron por aparte los excesos de Martinez? ¿Debiéramos también nosotros perdonar al general?
(Publicado en La Prensa Gráfica, 1 septiembre 2011)