Poder, masculinidad y virilidad
José María Espada Calpe.
DEA y Lic. Antropología Social y Cultural.
www.heterodoxia.net
(Extracto de ponencia ofrecida en el Curso Técnico Especialista en Igualdad de Oportunidades en el Empleo, IMUMEL, 7 de Mayo de 2004, Albacete, España)
Podemos definir las masculinidades hegemónicas como aquellas ideologías que privilegian a algunos hombres al asociarlos con ciertas formas de poder. Las masculinidades hegemónicas definen formas exitosas de “ser hombre” y simultáneamente marcan otros estilos masculinos como inadecuados o inferiores. Estas serían las “variantes subordinadas” (Carrigan, Connell y Lee, 1987).
Para examinar las diferentes formas de masculinidad, Connell (Connell, 1995) desarrolla algunos conceptos como “dividendo patriarcal” o “masculinidad hegemónica”.
Dividendo patriarcal viene a significar el conjunto de ventajas que acumuladamente benefician a los hombres en comparación con las mujeres, en virtud de sus salarios más altos y mejores perspectivas de promoción.
La masculinidad hegemónica es la forma de masculinidad, dominante y culturalmente autorizada y autorizante, en un orden social determinado (digamos, sociedad).
Sin embargo, otras formas de masculinidad se generan al mismo tiempo. Por ejemplo, el producto y proceso de la cultura de los homosexuales genera una masculinidad subordinada que puede coexistir con la hegemónica para un grupo de hombres minoritario, y que, como tal, es una masculinidad marginada.
Al mismo tiempo puede funcionar una “masculinidad cómplice” propia de los hombres que aceptan y se benefician de la versión oficial, aunque no necesariamente defiendan, el “dividendo patriarcal”.
Por ejemplo, Connell observa en su investigación biográfica con hombres que han perdido su “dividendo patriarcal” –en este caso parados de larga duración, que éstos no se adhieren por completo a las ideologías y prácticas hegemónicas, ya que, en casos, coexiste una misoginia combativa junto con la admiración de la fortaleza de las mujeres y de sus técnicas de supervivencia.
La retórica propia de las versiones hegemónicas de masculinidad es muy convincente, porque descansa sobre una mistificación de lo que significa ser un hombre, que se presenta comúnmente como un significado único, intemporal y universal.
Ciertamente el sexismo, como macroestructura de poder, genera estas ideologías que actúan extendiendo y legitimando las relaciones de poder. En este sentido la subordinación se invisibiliza y permanece en un plano no consciente. Pero el poder interpersonal no es una mera derivación de las desigualdades macroestructurales ya que es reconstruido, desafiado, adaptado, negociado y/o reafirmado en la vida cotidiana.
Según Scott (1990) todas las relaciones de poder se caracterizan por un guión (script) dual. El “guión oficial” articula, legitima y constriñe la posición superior y refuerza los mecanismos de control de los subordinados. Este guión se representa en interacciones cotidianas entre dominantes y subordinados. Sin embargo, todos los guiones oficiales tienen sus contrapartes en lo que Scott denomina “guiones ocultos” (hidden transcripts), que son creados “detrás de bastidores”, donde puede expresarse de forma segura el disentimiento con las normas dominantes.
Mediante estos guiones los débiles intentan reconstruir su dignidad y auto-valoración, e intentan maximizar sus bazas dentro de un sistema que los margina. Los discursos hegemónicos y subordinados se construyen mutuamente, de manera que aquellos que dominan un escenario concreto se encuentran también constreñidos por los guiones de sus subordinados. Éstos no permanecen totalmente pasivos ni son únicamente mistificados, sino que negocian activamente y frente a frente con los más poderosos. No existe entonces ninguna situación de dominación que permanezca estática: tanto cambios externos como las negociaciones implícitas en toda acción alteran los guiones oficiales y ocultos.
Si tomamos la lectura que Komter (Komter, 1989) hace sobre la noción Gramsciana, podemos decir que una ideología es hegemónica cuando el “acuerdo” social, que funciona en interés del grupo dominante, se presenta y percibe como supeditado al bien común. Es así como los subordinados aceptan, e identifican (aunque también modifican o rechazan) como propios, los intereses del grupo dominante. Cuando la ideología se convierte en parte del pensamiento cotidiano (suelo mental, actitud natural o conocimiento de sentido común sobre como son y deben ser las cosas), crea cohesión y cooperación allí donde, en su ausencia, existiría conflicto.
Podemos localizar las ideologías dominantes atendiendo a aquellos lugares donde han cesado de funcionar y el conflicto reprimido comienza a aflorar. La violencia aparece allí donde el poder se encuentra cuestionado y debe explicitarse para imponerse.
Por esto, sugiero que debemos entender la actual ola de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas y exparejas en el marco de la acción de cierta ideología sexista dominante que está declinando en una situación en la que las mujeres han dejado de interiorizar y de someterse a su tradicional situación de subordinación dentro de la pareja y la familia.
La ideología heterosexista dominante es una de las ideologías más arraigadas en nuestras identidades y suelo mental. En casi todas las culturas el género se divide en masculino y femenino, aunque existen casos de culturas con tres y cuatro géneros. Solemos aceptar que hombres y las mujeres se definen recíprocamente según un conjunto de características estereotipado, dicotómico, jerarquizado y naturalizado, que emerge de o se construyen sobre la base de nuestro sexo.
De hecho, en el plano del pensamiento y de la ciencia se ha venido trazando una distinción univoca entre el sexo biológico y el género. El género sería el conjunto de normas y roles creados y sancionados socialmente, que son asignados a cada uno de nosotros en función del sexo biológico, que sería lo dado e incuestionado.
Sin embargo este tipo de distinción ha sido problematizada (Van den Wijngaard, 1991). Rubin señaló que no podemos concebir la relación entre el sexo (macho/hembra) y el género (femenino/masculino) de una manera análoga a la relación entre la naturaleza y la cultura, ya que el sexo en sí (macho/hembra), lejos de tener una entidad intrínseca biológica o esencial de ningún otro tipo, se trata de una potente metáfora para la diferencia en Occidente, cuyo uso debe ser comprendido en término de especificidades históricas y etnográficas.
Para Cornwall y Lindisfarne (1994), el uso de esta dicotomía, así como de las categorías analíticas “roles de género”, “orientación sexual” y “sexo biológico” implican una falsa dicotomía entre el cuerpo sexuado y el individuo “marcado por el género” (gendered individual). En la asociación macho-hombres-masculinidad y hembra-mujeres-feminidad, los términos no se superponen necesariamente. Cada término de las dos triadas posee múltiples referentes que desdibujan, cualifican y crean posibilidades de interpretación ambiguas dependiendo de los escenarios sociales.
Es cierto que el uso convencional de las categorías virilidad-hombría-masculinidad está sujeto a una serie de premisas. Generalmente las identidades de género dependen de la adquisición de una serie de atributos sociales apropiados. La anatomía, comportamiento y deseos convergen haciendo que la “orientación sexual” e identidad “normal” sean la heterosexualidad coital.
Debate:
El pasado puente de “los Santos” (2002) estuvimos en el “Primer Encuentro Estatal Mixto de Transexuales” celebrado en Valencia, fantásticamente organizado por el grupo de “Género y Transexualidad” de la Asociación Lambda. Uno de los temas centrales de debate fue la operación de cambio de sexo. Algunas personas proponían cambiar esta denominación por “Proceso de Reasignación Sexual” que abarca una intervención y tratamiento mucho más amplio que la mera operación de cambio de genitales.
Concepto que afecta tanto al reconocimiento de una personalidad legal distinta, el tratamiento de los caracteres sexuales secundarios, y el apoyo psicológico entre otros. Una de las ponencias más interesantes fue la de Berenice Bento. Os reproducimos aquí una introducción a su ponencia por su interés para comprender como el heterosexismo actúa ajustando dramáticamente la diversidad de formas de ser hombre (y mujer) a una norma opresivamente obligatoria.
(Chema Espada)
¿Quiénes son los/as transexuales de verdad?
La definición de lo que es un/a transexual está basada en algunos rasgos definidos en la literatura médica. El verdadero/a transexual es fundamentalmente asexuado y sueña con tener un cuerpo de hombre/mujer a través de la intervención quirúrgica. Esta cirugía les permitirá disfrutar del status social que el género con el cual se identifican, al mismo tiempo que podrán ejercer la sexualidad apropiada con el órgano apropiado. En este sentido, la heterosexualidad coital es definida como la norma a partir de la cual se juzga lo que es un hombre y una mujer de verdad.
La investigación que he realizado con personas trans. me lleva a estar en desacuerdo con esta visión. Esta comunicación tendrá como objetivo sugerir que esta literatura, al establecer estos parámetros para definir un trans. de verdad, excluye una enorme cantidad de personas que encuentran otros caminos y otras respuestas para sus conflictos entre cuerpo y mente.
A lo largo de mi investigación he conocido trans. que tienen una vida sexual activa, que viven con sus parejas antes mismo de la cirugía; personas que no creen que la cirugía les posibilitará un acceso a la masculinidad y la feminidad, son mujeres/hombres y reivindican sus identidades legales de género, sin tener que ser operados/as; personas que se hacen las cirugías no para mantener relaciones heterosexuales, ya que se consideran lesbianas o gays.
Estamos entonces, ante una configuración plural de la experiencia transexual. Decir que la cirugía es el destino último de las personas trans. (y no reconocer el cambio de norma y sexo legal si no existe esta operación), y lo que es más, decir que el verdadero transexual es aquel que se somete a la cirugía, es reproducir la misma lógica que excluye de la categoría “humano” a aquellas personas que no tienen un cuerpo ajustado a la norma heterosexual. De esta forma, es necesario apuntar que el sujeto transexual universal, que comparte siempre los mismos rasgos, consagrado en los documentos oficiales, es una ficción. Es esta la ficción que debe ser desconstruida. Berenice Melo Bento
Por ejemplo, es común la vinculación entre masculinidad, orgullo nacional, victoria y penetración, que podemos encontrar en un cartel publicitario de la marca de preservativos argentina “Tulipán”. Con motivo de un encuentro internacional de fútbol, se construye la metáfora de la revancha como penetración. Así se representa mediante la letra B de Brasil una vagina, y mediante la A de Argentina un pene, sobre un fondo con los colores de la bandera nacional, y en la parte inferior se puede leer “Ya estamos pensando en la revancha”.
La imbricación del poder y los atributos de la masculinidad es tal, que frecuentemente se utilizan imágenes, atribuciones y metáforas del poder “masculinizado”, para representar el poder en escenarios que no tienen que ver con los hombres y las masculinidades.
El día de la falda.
En dos ocasiones el Grupo Abierto de Estudios Sexológicos, primero, y el Grupo de Reflexión y Estudio sobre Masculinidades, después, organizaron el llamado día de la falda como forma de desconstruir las metáforas que vinculan el poder y la masculinidad. Estos grupos universitarios de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid han desaparecido en la actualidad, pero su experiencia muestra una de las metáforas más significativas en idioma castellano de la vinculación entre poder y virilidad: “Aquí quien lleva los pantalones soy yo”.
Manifiesto del 2º Día de la Falda.
El GREM os invita a todos y a todas a participar en el ‘2º Día de la Falda’ que tendrá lugar el miércoles 29 de abril en la Facultad de Políticas y Sociología de la Universidad Complutense.
Las actividades se prolongarán desde las 11:30 de la mañana hasta bien entradita la tarde, y os adelantamos que el plato fuerte de la jornada será una mesa-coloquio que tratará el tema de “Los hombres en el feminismo” y en la que participarán algunos miembros del GREM y militantes feministas.
Además proyectaremos algunos videos y pelis, realizando un video-forum con el tema ‘Romper los lazos entre violencia y masculinidad’. Tendremos una exposición fotográfica sobre masculinidad y actividades del grupo y tendréis la oportunidad de degustar platos cocinados exclusivamente por hombres (vosotros asumiréis vuestro propio riesgo), habrá música, bailoteo, risas, priva… .
El lugar será ‘La moqueta’ y las aulas de la misma, pero sería fantástico que entre todos y todas contagiáramos a toda la complu con el espíritu de la jornada. El objetivo de esta actividad, en consonancia con lo que nos propusimos al crear el grupo de hombres, es el de crear un espacio en el que cuestionar la asignación de género y avanzar en la promoción del necesario cambio social no sexista e igualitario, removiendo las trabas que impiden un acercamiento positivo y enriquecedor de hombres y mujeres, creando las condiciones necesarias para un desarrollo personal libre de prejuicios y puñeterías que sólo sirven para limitar la potencialidad creativa e imaginativa de las personas.
Así manifestamos abiertamente nuestra oposición a sentencias tales como: “Aquí quien lleva los pantalones soy yo”. Invitamos a todos los hombres de la facultad, estudiantes y profesores, a venir a clase vistiendo una falda, simbolizando que, al menos durante unas horas se sueña con la posibilidad de construir un espacio libre de las limitaciones impuestas por la asignación de género, donde hombres y mujeres puedan relacionarse privilegiando la comunicación afectiva y cuidándose de los cánones que les han sido enseñados desde la infancia.
Sin más esperamos que participéis activamente en este “2º Día de la Falda” y que gracias a las aportaciones de todos y todas podamos encaminarnos despacio pero sin pausa hacia el cambio social que nosotros consideramos fundamental: antisexista, igualitario e integrador.
¡Y que disfrutéis con faldas y a lo loco!
Para Strathern (1988:65): “la masculinidad idealizada no trata necesariamente sobre los hombres, ni sobre las relaciones entre los sexos”, sino que es parte de un sistema de producción de las diferencias. Las atribuciones dicotómicas de género aparecen prácticamente en todo lugar como una metáfora casi-universal de cierto aspecto de la sociabilidad humana. Las formas en que estas metáforas se incardinan o utilizan en la vida social no están fijadas, forman parte de un acervo diverso de metáforas utilizado en la construcción de nuestras identidades, pero las formas culturales jamás son replicadas con exactitud.
Es necesario comprender por qué hay imágenes y comportamientos a los que se les aplica etiquetas de género, cuándo se aplican, quién las aplica y a quién beneficia estas definiciones; o cómo las propias etiquetas varían su significado dependiendo de los escenarios y redes sociales.
Se ha señalado (Marqués 1991, Bonino 1994, 2000) como en el extremo de una hipervirilidad fijada en modelos tradicionales de masculinidad los hombres tienden a buscar reconocimiento de otros hombres mediante prueba. Por lo que la condición masculina no parece venir dada por la mera anatomía, sino que ser hombre está sujeto a demostración constante.
Son los y las adolescentes los/as más susceptibles a demostraciones de la virilidad y la feminidad, ya que se encuentran en un periodo vital en el que se ven impelidos a afirmarse como adultos: los chicos como adultos “varones” y ellas como “mujeres”. La adquisición de la correcta masculinidad produce presiones para demostrar “los cojones” que se tienen, el arrojo y la destreza mediante prácticas temerarias, entre ellas, por ejemplo, la conducción de motocicletas y/o ciclomotores, con funestas consecuencias en muchos casos.
La mayor mortalidad masculina no es casual, es “masculina”, y tiene mucho que ver con la forma como nos relacionamos con nuestro cuerpo, nos enorgullecemos de no seguir una dieta adecuada ni unas prácticas cotidianas saludables, negamos que podamos estar enfermos hasta que ya es demasiado tarde, arriesgamos innecesariamente nuestra vida y nuestra integridad en el trabajo, conduciendo bajo los efectos del alcohol, nos negamos a protegernos del SIDA y otras enfermedades… nosotros siempre con dos cojones y a pelo.
Como veis, las interpretaciones de la virilidad, hombría o masculinidad no son neutrales. Las nociones de los actores sociales sobre las diferencias de género están en constante transformación y (re)creación mediante interacciones cotidianas. El poder forma parte de estas interacciones, y la experiencia de la hegemonía descansa en la repetición de interacciones similares, que no idénticas.
Aunque la idea de masculinidad es reificada y universalizada apareciendo como una esencia o una mercancía que puede ser medida, poseída o perdida, la masculinidad no es tangible ni una abstracción cuyo significado es invariable.
Lo único constatable son diferentes nociones de masculinidad cuya inspección profunda revela un rango amplio de nociones que comparten un cierto “aire de familia” (Wittgenstein, 1963).
Modelos sexuales y dominación masculina.
Joseph Vicent Marqués, 1980.
Clerical-represivo Burgués tradicional Capitalista permisivo
La sexualidad solo se justifica para la reproducción
La carne de la mujer es el pecado que arrastra al
hombre, que no puede evitar sus instintos masculinos.
El varón virtuoso se
autocontrola y/o canaliza el
sexo a través de las dos
instituciones legitimadas de la
doble moral: el prostibulo y el
débito conyugal.
El varón es portador del
deseo -entendido como
erección-, siempre
dispuesto a proezas
sexuales, deseo omnívoro
y por ello enemigo de
otros varones, ya que en la
medida en que cada mujer
está confinada a un varón,
todos pueden ser cornudos
y/o adulteros: la cana al
aire, la querida… etc.
Los hombres desean el
Harén, todas para mi,
cuantas más mujeres,
cuantos más coitos, más
hombre. Varón es el conductor
hábil, que pierde potencia
pero gana pericia (calidad
vs. cantidad) en la
manipulación del cuerpo de
la mujer (preliminares), ya
que la competencia sexual
se mide mediante el
orgasmo simultaneo en la
relación coital.
La ciencia se aplica a “curar”
la incompetencia que la propia
norma legitimada
científicamente crea.
Común e incuestionado: Heterosexismo, la competencia sexual confirma la masculinidad, coitocentrismo, lógica reproductivista, biologicismo.
En muy escasos escenarios sociales se da una única forma hegemónica de masculinidad. Es más común encontrar diferentes masculinidades hegemónicas que operan privilegiando algunos atributos sobre otros, por ejemplo: la fuerza y habilidad física, o la distancia emocional.
Las atribuciones sobre la masculinidad son realizadas tanto por hombres como por mujeres, y sólo llegan a hacerse efectivas al guiar las interacciones de hombres y mujeres que las incorporan en diverso grado en sus subjetividades, prácticas y discursos.
Por ejemplo, la representación del hombre latino en los países anglosajones como “macho”, puede combinar características aparentemente contradictorias como la fortaleza y la violencia, junto a otras como el romanticismo y la emocionalidad. Así, durante la “Guerra de las Malvinas”, se utilizó la idea del latino “blando” en Inglaterra para burlarse de los enemigos argentinos.
La masculinidad puede comprender rasgos, asociados por distintos actores en el mismo escenario, tanto a las mujeres como a los hombres. Por ejemplo, Si bien la sensibilidad y la dulzura en los hombres puede entenderse como parte del afeminamiento con el que se caricaturiza a los homosexuales y las mujeres por gran parte de los/as heterosexuales; sin embargo para otros sectores, la sensibilidad y la dulzura representa una pauta valorada o valorable independiente del género y no indica necesariamente afeminamiento –por ejemplo, dentro del controvertido paradigma del “hombre nuevo”-.
La cadena que construye el heterosexismo corrientemente establece una relación entre debilidad como algo propio del afeminamiento, y se representa el afeminamiento como algo propio de la homosexualidad. Kuper (1995) señala, como uno de los mandatos más frecuentes en los modelos hegemónicos de masculinidad, lo que denomina “no tener nada de mujer” (No sissy stuff). Este mandato requiere de los varones el rechazo de la debilidad y la identificación con el arrojo en muchos casos temerario bajo el estigma del afeminamiento: ¡No seas maricón!.
Por ejemplo, el ideal del “macho” es utilizada por jugadores de rugby británicos como forma de exaltar la aptitud física, la dureza y la virilidad heterosexual. Sin embargo el ideal de aptitud física es adoptado también dentro de cierto estilo gay de belleza basada en la perfección de un cuerpo cuidado, musculado, depilado y adornado. Incluso una hipervirilidad ostentosa aparece como seña de identidad entre los “leather”. Este panorama complica crecientemente el contenido de la noción de masculinidad “macho”.
En nuestra sociedad ya no resulta tan claro en qué consiste ser todo un “macho”, pero es una noción que comprende ideas sobre la orientación sexual, la identidad, la apariencia física, la disciplina corporal, atributos de personalidad y del comportamiento. Lo que si es claro es que el cuerpo masculino parece estar sufriendo una creciente atención y objetivación.
El uso de la violencia es otro de los elementos que nos sirve para ilustrar la complejidad de las relaciones entre nociones de masculinidad, comportamientos, identidades e interpretaciones de la masculinidad. La violencia física puede ser interpretada como potencia, brutalidad, ignorancia o como patética fragilidad. Pero es evidente que la violencia parece servir de marcador de las masculinidades de agresores y agredidos, que se construyen dependiendo de los estilos de confrontación. Lo que para ciertos hombres (y/o mujeres) puede ser considerado masculino (el autocontrol y el rechazo a la confrontación física) puede que en otro lugar sea catalogado de femenino, o simplemente que no sea, en absoluto, catalogado en términos de género.
La masculinidad hegemónica es mucho más compleja que las aproximaciones a la esencia de la masculinidad que se proponen en muchos trabajos. Seidler defiende que la tendencia a asociar a los hombres y el comportamiento masculino con la construcción y significado dominante de masculinidad, convierte en “casi imposible poder explorar la tensión entre el poder que los hombres detentan en la sociedad y las formas en que se experimentan a sí mismos como individuos sin poder”. (Seidler, 1991b: 18).
Se trata de comprender cómo grupos particulares de hombres ocupan posiciones de poder y riqueza, de comprender cómo legitiman y reproducen las relaciones sociales que generan su dominación sobre otros hombres y las mujeres.
En realidad sólo un número muy reducido de hombres corresponderían con las formas exaltadas culturalmente de masculinidad mientras que la mayoría de hombres se beneficiarían indirectamente del sostenimiento del modelo, o no se beneficiarían en absoluto.
En definitiva, en sus formas hegemónicas, la masculinidad privilegia a cierta gente, y desestructura y excluye a otros. Sin embargo, los discursos hegemónicos pueden ser desmontados, y la contingente relación entre la masculinidad, los hombres y el poder puede desenmascararse.
José María Espada Calpe © 2004
Para las referencias bibliográficas completas jm.espada-calpe@terra.es