Política planetaria: reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global». Sabine Selchow. CIDOB. Septiembre 2023

Una de las tareas centrales de los científicos sociales en la actualidad es desarrollar conceptos que no se limiten a describir las realidades sociales, sino que abran horizontes para reimaginar el mundo de una forma que permita abordar los complejos problemas globales a los que se enfrenta la humanidad. Al respecto, este artículo analiza el concepto de «sociedad civil global», que desempeñó un papel importante en la construcción simbólica de la realidad social tras el final de la Guerra Fría. Fue un concepto que representó una crítica a las percepciones convencionales de la política estatocéntrica, al hacer hincapié en la importancia de la política no partidista y del activismo transfronterizo. De hecho, el estudio de la sociedad civil global se consideró una forma de suplantar el estudio de las relaciones internacionales, más centrado en las relaciones entre estados. Este concepto, además, se inmiscuyó en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, y representó una contribución al discurso sobre la globalización, argumentando que esta era un fenómeno más amplio que la integración económica y que no era un simple proceso estructural que se nos había impuesto. Sin embargo, a pesar de todos sus logros discursivos, dicho concepto fracasó en un aspecto: no consiguió impulsar la producción de conocimiento más allá del nacionalismo metodológico, que es una forma de acercarse al mundo que tiene como fundamento el supuesto de que la vida social está contenida en los estados-nación (Beck, 2007; Selchow, 2020). Aquello que constituía el potencial disruptivo del concepto –es decir, su enredo teórico con la idea de globalización, recogida en el adjetivo global– acabó domesticándolo. Este artículo pretende reactivar el espíritu de la noción de «sociedad civil global» introduciendo un concepto que retome e impulse este objetivo no alcanzado: la «política planetaria».

Contexto histórico y finalidad del concepto de «sociedad civil global»

El concepto de «sociedad civil global» nació y tomó fuerza a principios de la década de 2000 (Anheier et al., 2001; Kaldor, 2003), y tres fueron los factores que allanaron su camino: el primero fue una realidad sociopolítica cambiante, caracterizada por un activismo político no partidista –cada vez mayor y más interconectado a escala mundial– que pasó a formar parte de las estructuras de gobernanza global en una medida desconocida hasta entonces. La década anterior, la de 1990, había sido testigo de «la aparición de una esfera supranacional de participación social y política en la que grupos de ciudadanos, movimientos sociales e individuos entablan diálogos, debates, confrontaciones y negociaciones entre sí y con diversos actores gubernamentales –internacionales, nacionales y locales–, así como con el mundo empresarial» (Anheier et al., 2001: 4). Tanto el número de ONG internacionales que actuaban en espacios transnacionales como el de individuos que participaban en ellas nunca había sido tan elevado (Anheier et al., 2005: 302).

El segundo factor que explica el éxito del establecimiento del concepto de «sociedad civil global» a principios de la década de 2000 fue su popularidad. Dicho concepto no era una novedad en la caja de herramientas conceptuales del pensamiento político del momento. Ya lo había redescubierto la disidencia de América Latina y Europa Central y del Este en los años setenta y ochenta del siglo pasado (Kaldor, 2003), al recuperar la idea de «sociedad civil» para sus respectivas proyecciones de alternativas a los regímenes y sociedades autoritarios en los que y contra los que luchaba. Desde la década de 1990, este concepto ha sido utilizado para captar y promover ideales muy diferentes de la relación entre el Estado, o la autoridad política, la sociedad, el individuo y el mercado, que van desde ideales neoliberales, del tercer sector como un elemento central de la organización de dicha relación, hasta las «nociones activistas» de una esfera pública como su esencia necesaria (ibídem).

Por último, el tercer factor fue el auge de un discurso surgido tras la Guerra Fría en el que la creciente interconexión de las relaciones sociales y económicas se conceptualizó con la ayuda del neologismo globalización. Por supuesto, la década de 1990 no fue, en absoluto, el único momento histórico de interconexión mundial y de toma de conciencia de dicha interconexión (Osterhammel y Petersson, 2005). Sin embargo, no fue hasta esa década que se introdujo el neologismo globalización para captar el encogimiento del mundo. Esto se debió a que a finales de los años ochenta se produjo un curioso vacío conceptual ante la ruptura del sistema bipolar de bloques, un acontecimiento que se percibía como algo que había dejado «a los observadores sin paradigmas ni teorías que pudieran explicar adecuadamente el curso de los acontecimientos», en palabras del teórico de las relaciones internacionales Rosenau (1990: 5). Así, el neologismo globalización llenó este vacío, constituyendo el núcleo en torno al cual se desplegó un discurso centrado en la idea de que había algo «nuevo», desconocido e incluso inexplicable en el mundo (Selchow, 2017). La «globalización», que tenía significados muy diferentes para muchas personas distintas, se convirtió en un nombre familiar para describir el estado del mundo a partir de 1989, propiciando la práctica de emplear el adjetivo global en todo tipo de contextos, como en el concepto de «sociedad civil global» (ibídem). En definitiva, fue la confluencia de estos tres factores lo que hizo posible el nacimiento de la noción de «sociedad civil global».

Un aspecto fundamental del concepto –tal y como lo desarrollaron los estudiosos del entorno de Anheier et al. (2001) y Kaldor (2003)– fue la propuesta de que las realidades sociopolíticas captadas por la «sociedad civil global» «se alimentan (…) de la globalización y reaccionan (…) a ella» (Anheier et al.,2001: 7). La globalización se entendía en un sentido amplio, ya que abarcaba una «creciente interconexión en las esferas política, social y cultural, así como en la económica» y un mayor «sentimiento de comunidad compartida de la humanidad» (ibídem). El adjetivo global recogía esta relación fundamental entre las realidades de la sociedad civil global y la globalización, y no era utilizado tanto para señalar una escala geográfica como una realidad política de «globalización» con una cualidad distinta y nueva, es decir, la «globalización desde abajo» (Falk, 1997). Con ello, el concepto de «sociedad civil global» sirvió para que este se inmiscuyera en las percepciones convencionales de la política estatocéntrica, al destacar la importancia de la política no partidista y el activismo; asimismo, intervenía en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, haciendo hincapié y promoviendo una noción «activista» de la sociedad civil basada en la deliberación, en contraste con el pensamiento «neoliberal», del «tercer sector» (Kaldor, 2003). El concepto de «sociedad civil global» también participó en el discurso de la globalización, argumentando que esta era algo más que integración económica y un proceso estructural que se extendía por el mundo.

Por lo tanto, más que una descripción de la realidad social, el concepto de «sociedad civil global» fue concebido como una provocación a la producción del conocimiento convencional. Con ello, se perseguían tres objetivos principales: en primer lugar, afinar la percepción de los distintos actores políticos mundiales no estatales tanto como parte de la globalización como una reacción a ella; en segundo lugar, debatir y promover una idea distinta y activista de sociedad civil; y, en tercer lugar, impulsar el abandono de una convicción que ha dado y sigue dando forma a gran parte de la producción de conocimiento científico social y de la recopilación de datos públicos, esto es, el nacionalismo metodológico –en otras palabras, la convicción de que sociedad equivale a sociedad nacional, es decir, que la vida social está limitada a contenedores nacionales, y la inscripción natural e invisible de esta convicción en la ordenación simbólica del mundo–. 

La domesticación del concepto de «sociedad civil global»

Los nuevos conceptos, al intervenir en la producción de conocimiento establecida, están inevitablemente sujetos a respuestas críticas y a la domesticación por parte de los discursos hegemónicos. El potencial disruptivo del concepto de «sociedad civil global» fue domesticado por el hecho de que, tras el final de la Guerra Fría, el término sociedad civil adquirió de forma predominante significados basados en el pensamiento del «tercer sector». La acepción neoliberal de sociedad civil (Kaldor, 2003) se convirtió en el significado dominante del término, equiparando la sociedad civil con las ONG (internacionales). Esta interpretación se reprodujo en los programas de promoción de la democracia nacionales e internacionales, así como en una serie de otros ámbitos políticos.

Evidentemente, por su naturaleza, los conceptos en las ciencias políticas y sociales son «esencialmente cuestionables» (y a veces cuestionados) (Mason, 1993: 59); por lo que el propósito explícito del concepto de «sociedad civil global» era abrir nuevas perspectivas sobre cómo se construye el dónde y el quién de la política (internacional) y de qué iba la globalización, en efecto, cuestionar la producción moderna de conocimiento y su dependencia del nacionalismo metodológico; ello es una aproximación al mundo que, como se ha mencionado, asume que la vida social está contenida en los estados-nación (Beck, 2007; Selchow, 2020). En particular, el concepto pretendía captar las diversas redes de la sociedad civil y formas de activismo en todo el mundo –en definitiva, la «globalización desde abajo»–, que se intensificó tras el final de la Guerra Fría. De ahí que el desafío de parte de su potencial disruptivo por parte de los discursos hegemónicos, en particular desviando las ideas de «sociedad civil», fuera una parte productiva de su vigencia. Ello no impidió que el concepto alcanzara dos de sus tres objetivos principales: reforzar la consideración de los distintos actores políticos globales no estatales como parte de la globalización y como reacción a esta, y someter a debate y promover una idea distinta y activista de sociedad civil.

Lo que no logró plenamente el concepto de «sociedad civil global» fue su tercer propósito: desencadenar un cambio epistemológico fundamental que se alejara del nacionalismo metodológico. Esto se debió principalmente a que el discurso de la globalización, en el que el concepto de «sociedad civil global» estaba explícitamente integrado, simplemente resultó no ser lo suficientemente radical como para pensar más allá del nacionalismo metodológico (Selchow, 2017). El adjetivo global, uno de los componentes constitutivos del concepto «sociedad civil global», estaba demasiado ocupado por la idea de «escala» para que pudiera provocar un cambio profundo en la percepción y el enfoque del mundo social. Sin embargo, la expresión «sociedad civil global» no debía referirse únicamente a las ONG internacionales que operaban en relación con las instituciones y los tratados internacionales, sino también a la sociedad civil en general, en estos tiempos globales o nuevos. De ahí que, irónicamente, fuera su compromiso conceptual con la globalización, captado y expresado a través del adjetivo global, lo que domesticó la idea de «sociedad civil global» de forma improductiva. 

Política planetaria: reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global»

En la actualidad, al igual que en la década de 1990, nos encontramos en un momento donde se ofrece un espacio discursivo para la innovación conceptual respecto a la reimaginación de las relaciones sociales y la política mundial. Es un momento histórico en el que las deficiencias institucionales son más flagrantes que nunca y la evidencia científica de las amenazas que se ciernen sobre los ecosistemas que sustentan la vida es cada vez más difícil de desestimar. Por ello, es discursivamente aceptable cuestionar principios rectores fundamentales que han informado la organización de las sociedades (nacionales) modernas como, por ejemplo, el indicador monetario del PIB (Raworth, 2017). Por lo tanto, se abren posibilidades para reactivar el espíritu del concepto de «sociedad civil global», impulsando lo que fue su tercer e inalcanzado propósito, es decir, el cuestionamiento de las epistemologías mediante la superación del nacionalismo metodológico. De esta forma, es necesario un nuevo concepto: el de la «política planetaria».

El adjetivo planetario ha ganado popularidad recientemente entre los científicos sociales que pretenden superar las deficiencias del adjetivo global (Lees et al., 2016; Friedman, 2018). Actualmente existen tres usos del término planetario: en primer lugar, para referirse a una escala y, a menudo, también como sinónimo de global (Scholte, 2014); en segundo lugar, para apuntar a la importancia del medio ambiente, sobre todo en relación con el cambio climático (Burke et al., 2016); y, en tercer lugar, para aludir a algo más profundo y desencadenar una nueva idea del mundo, al desnaturalizar la noción moderna de la relación entre los seres humanos y la naturaleza. En el extremo de esta tendencia se encuentra el «pensamiento planetario», que Hanusch, Leggwie y Meyer (2021) presentan como un nuevo Denkstil (estilo de pensamiento).

El adjetivo planetario propuesto en este artículo no llega a plantear un nuevo Denkstil; sin embargo, entra en el tercer propósito porque, al igual que el adjetivo global en el concepto de «sociedad civil global» de hace 20 años, pretende impulsar una reimaginación radical de las relaciones sociales y políticas. El adjetivo planetario presentado aúna dos ideas: primero, reconoce a la Tierra como un planeta material que está sometido a un profundo estrés debido a los modos de vida humanos. En este sentido, el adjetivo planetario tiene en cuenta la finitud de los recursos naturales, la interrelación esencial entre los seres humanos y los ecosistemas que sustentan la vida, así como el profundo impacto de las actividades humanas pasadas y futuras en estos sistemas.

En segundo lugar, introduce la idea de «planetaridad» de Spivak (2015). Esta autora presenta el término «planetaridad» como una palabra intraducible, lo que implica que esta no puede remitirse a un objeto que la domestique simbólicamente. Afirma: «[s]i pensamos críticamente –de nuevo a través de Kant– solo en referencia a nuestras facultades cognitivas y, en consecuencia, sujetos a las condiciones subjetivas de imaginar la planetaridad, sin comprometernos a decidir nada sobre su objeto, descubrimos que la planetaridad no es susceptible de ser aprehendida por el sujeto» (ibídem: 290). Por tanto, la «planetaridad» abre la posibilidad de imaginar un nuevo tipo de sujeto, el «sujeto planetario», en cuyo contexto «la alteridad sigue sin estar relacionada con nosotros; no es nuestra negación dialéctica, nos contiene tanto como nos expulsa y, por lo tanto, pensar en ella ya es transgredir, porque, a pesar de nuestras incursiones en lo que representamos a través de la metáfora, de manera diferente, como espacio exterior e interior, lo que está por encima y más allá de nuestro propio alcance no tiene continuidad con nosotros, del mismo modo que no es, de hecho, específicamente discontinuo» (ibídem: 292).

Asumir esta disolución radical de dicotomías y fundamentos (globales) convencionales que implica la noción de «planetaridad» de Spivak es una estrategia que ayuda a abrir horizontes epistemológicos y a desencadenar un cambio más allá del principio rector del nacionalismo metodológico, hacia el tercer propósito no alcanzado del concepto de «sociedad civil global». Ello se recoge en lo que Ulrich Beck denomina «cosmopolitización» y «modernización reflexiva». Se trata de una comprensión del mundo que reconoce que muchos de los problemas de acción colectiva global a los que nos enfrentamos no tienen tanto que ver con una nueva realidad externa que requiere un ajuste institucional, como que son el resultado de un mundo organizado nacionalmente con fundamentos modernos. Problemas como el cambio climático inducido por la actividad humana deben considerarse, por un lado, como el éxito, el triunfo de la modernización y no como su lado oscuro y, por el otro, como el resultado de «decisiones industriales, es decir, tecnoeconómicas y consideraciones de utilidad» del pasado (Beck, 1992: 98), que se basaban en lo que Beck (2006: 48) denomina la «perspectiva nacional», en general, y la tecnología moderna del «riesgo», en particular. Esto último se debe a que, en la aplicación del riesgo, la posibilidad de problemas como el cambio climático (o una consecuencia no deseada imaginada del cambio climático) no podría haber figurado como factor orientador de la acción, simplemente porque tales problemas son contrarios a las propias premisas nacionales-modernas en las que se basaban o se basan las evaluaciones del riesgo de las «decisiones tecnoeconómicas y las consideraciones de utilidad», tales como las ideas de «dentro» y «fuera» y, más en general, la noción de delimitación espacial. En este sentido, la realidad de problemas como el cambio climático es un ejemplo del «efecto colateral de la modernización», como lo llama Beck, en el que el propio éxito de la modernización socava sus propias instituciones y premisas. Al respecto, la mirada nacional es la perspectiva que pone de manifiesto la realidad con la que nos vemos confrontados cada vez con mayor impotencia, ya que equipara la sociedad con la sociedad nacional (ibídem) y consigue su posición de mirada natural sobre el mundo debido a que «adopta las categorías de la práctica como categorías de análisis» (Beck y Sznaider, 2006: 4; véase también Selchow, 2020).

Impuesta a través de la noción natural-antinatural de soberanía nacional, la perspectiva nacional permite y luego reproduce la existencia de un mundo en el que no solo está claro dónde están los límites de las políticas y acciones soberanas del Estado-nación, sino también, y de forma importante, dónde están los límites naturales-antinaturales de las responsabilidades; esta perspectiva pone de manifiesto un mundo de «irresponsabilidad organizada» (Beck, 1988). En términos más generales, es la perspectiva nacional la que hace posible la idea misma de externalización de los males de los estilos de vida nacionales a otras sociedades nacionales, tales como las condiciones laborales que suponen una amenaza para la vida y el trabajo infantil en las industrias de la confección y el camarón, la exportación de residuos electrónicos y plásticos o, de hecho, la externalización de la producción agraria a otra parte del mundo, con todas sus consecuencias ecológicas y económicas. Lessenich (2016) desvela y evalúa críticamente todo esto y sobre todo bajo la etiqueta «sociedad de la externalización». Aunque estas externalizaciones son perfectamente razonables y naturales en un mundo de perspectiva nacional, de hecho, nunca se produce una verdadera externalización. Las tecnologías contemporáneas de la información y la comunicación hacen difícil escapar a la realidad mediada de las vidas de los «otros globales»; la destrucción de ecosistemas en nombre de la productividad agraria en el extranjero regresa en forma de consecuencias del cambio climático; y los residuos plásticos que se externalizan en los océanos del mundo allí encuentran su camino de vuelta a las existencias corporales en su lugar de origen a través del marisco que se consume aquí.

Algunas partes de este razonamiento se parecen a la historia de la globalización que habla de una creciente interconexión mundial. Sin embargo, hay un ligero pero importante giro y consecuencia de lo anterior. Seguir esta forma de entender el mundo nos obliga a ver que enfrentarse a los retos contemporáneos no consiste tanto en encontrar el ajuste institucional adecuado a un entorno cambiante –es decir, retocar lo que hay para que encaje en cada vez más y más amplios entornos y experimentos de gobernanza– como en darse cuenta de que la propia «gramática» (Beck, 2004: 133) de la perspectiva nacional fracasa ante la realidad, y que esto pone en evidencia el entorno institucional y las premisas sobre las que este se construye. Eso no responde a la realidad porque, según Beck, esta realidad inicialmente no es nacional, sino que está moldeada por la «condición cosmopolita» (Beck y Sznaider, 2006: 6-9). La condición cosmopolita es el producto de la cosmopolitización, un proceso estructural de enredo global que se desarrolla como un efecto secundario no intencionado de todo tipo de acciones y que lleva al «otro global» (por ejemplo, procedente de un pequeño Estado insular que se está hundiendo debido al cambio climático) a encontrarse en medio de los demás «otros globales», independientemente de si los actores sociales son conscientes de ello o no. Para referirse a esto, Beck utiliza la palabra «cosmopolitización», en lugar de globalización, porque ve la perspectiva nacional reproducida en la segunda, sugiriendo que esta se conceptualiza ampliamente como «algo que tiene lugar “ahí fuera”, [mientras que] la cosmopolitización ocurre “desde dentro”» (ibídem: 9).

Esta combinación de nociones relativas, por un lado, a la finitud de los recursos naturales, a la interrelación esencial entre los seres humanos y los ecosistemas que sustentan la vida, así como al profundo impacto de los desarrollos humanos pasados y futuros sobre estos sistemas; y, por el otro, al impulso de Spivak (2015) y Beck (2006 y 2007) en favor de una epistemología diferente, es lo que hace que el adjetivo planetario sea «poderoso» e inscriba en el concepto de «política planetaria» una forma radicalmente nueva de ver el mundo que el concepto de «sociedad civil global» perseguía pero no consiguió.

Conclusión

Los conceptos son abstracciones; orientan y permiten ver con mayor nitidez determinados aspectos de la realidad social. En su momento, el concepto de «sociedad civil global» abordó la relación entre la autoridad política, la sociedad, el individuo y el mercado, ayudándonos a comprender «la aparición de una esfera supranacional de participación social y política» (Anheier et al., 2001, 4); de hecho, fue útil para fines importantes en la producción de conocimiento posguerra fría. La expresión «sociedad civil global» intervino en las percepciones convencionales de la política centradas en el Estado, al hacer hincapié en la importancia de la política no partidista y el activismo; asimismo, incidió en el debate sobre la relación entre el Estado, la sociedad, el individuo y el mercado, al subrayar y promover una noción «activista» de la sociedad civil basada en la deliberación –en contraste con el pensamiento «neoliberal», del «tercer sector» (Kaldor, 2003)–; y en el discurso sobre la globalización, al argumentar que esta era algo más que integración económica y un proceso estructural que se extendía por el mundo, ya que era una construcción humana.

En la misma línea, el concepto de «política planetaria» tal y como se propone aquí pretende intervenir en la producción contemporánea de conocimiento. Su objetivo es reavivar e impulsar un propósito que el concepto de «sociedad civil global» no acabó de alcanzar plenamente, es decir, abrir vías para un enfoque no convencional del mundo social, que fuera más allá del nacionalismo metodológico. Así, el concepto propuesto de «política planetaria» abarca una comprensión de la realidad social contemporánea en la que el desarrollo humano está esencialmente involucrado con el estado del planeta Tierra, además de conformado por el «efecto colateral de la modernización» en el que las instituciones establecidas socavan [BM5] su propia finalidad debido a premisas y principios subyacentes, importantes para nosotros, guiados por la idea de que las consecuencias de la acción social podrían externalizarse. Ambos aspectos están interrelacionados. La idea de que las consecuencias pueden externalizarse da forma a las prácticas (cotidianas) en todos los niveles; no solo incluye externalizaciones espaciales, sino también, por ejemplo, externalizaciones intergeneracionales, interraciales e intergénero.

Partiendo de esta forma de entender el mundo, el concepto de «política planetaria» está diseñado para mejorar nuestra comprensión de las prácticas de externalización, que ya no pueden considerarse una forma natural de hacer las cosas, sino prácticas políticas que reproducen un mundo social y un paisaje institucional que es el motor de muchos de los problemas contemporáneos esenciales más que una realidad que aún no se ha ajustado del todo. Dando la vuelta a esto, la «política planetaria» abarca prácticas y formaciones sociales que se comprometen y desafían las diversas realidades y prácticas de externalización y/o (intentan) vivir una realidad «no externalizadora». En este sentido, la expresión «política planetaria» no es una descripción de un aspecto concreto de la realidad, sino que, al igual que «sociedad civil global», este concepto pretende desencadenar una agenda de investigación que explore la existencia y los matices de la «política planetaria». Si el concepto de «sociedad civil global» exigía alejarse del nacionalismo metodológico, el de «política planetaria» va un paso más allá. Esta noción pone de manifiesto un objeto de investigación, la «política planetaria», que solo es visible desde una perspectiva conceptual que, para empezar, va más allá del nacionalismo metodológico; por lo tanto, sitúa al investigador en un mundo diferente, «no metodológicamente nacionalista» y, con ello, abre la perspectiva a una realidad ignorada de prácticas y formaciones políticas. 

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Este artículo es una versión adaptada y abreviada del trabajo «Planetary Politics: Reviving the Spirit of the Concept of ‘Global Civil Society’» (originalmente en: Civil Society: Concepts, Challenges, Contexts: Essays in Honour of Helmut K. Anheier. Springer International Publishing, 2022, p. 189-204).

Palabras clave: sociedad civil global, nacionalismo metodológico, globalización, política planetaria

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