Políticas de izquierda, gobiernos de derecha
Es paradójico que la derecha gane las elecciones europeas tras naufragar el neoliberalismo. Y que gobierne tantos países aplicando políticas socialdemócratas. El centro-izquierda debe retomar la bandera del cambio
Antonio Estella 9 JUN 2009
A nadie le ha pasado desapercibido: la derecha ha ganado las elecciones al Parlamento Europeo y, sin embargo, se ha producido el derrumbamiento del programa que la sustentaba, el neoliberalismo. Además, en la mayor parte de las capitales europeas gobiernan partidos de derechas (las excepciones serían España, Portugal, Austria, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia y Eslovenia, más el moribundo Gobierno laborista de Reino Unido), pero todos ellos están aplicando para salir de la crisis recetas más propias de la socialdemocracia (del neo-keynesianismo). O sea, la derecha domina en Europa la política, pero la izquierda domina las políticas.
¿Qué es lo que explica esta aparente paradoja? ¿Cómo es posible que estemos en una situación en la que, a pesar de que el paradigma ideológico y programático que empieza a dominar sea más cercano a la socialdemocracia, la derecha esté en el poder? ¿Confía la gente más en la derecha para aplicar recetas socialdemócratas?
En Europa es difícil encontrar partidos socialdemócratas con una agenda de cambio propia
La izquierda reformista no debe esperar a que alguien asuma sus ideas y haga el trabajo por ella
Indudablemente, las coyunturas específicas en las que se encuentran determinados partidos socialdemócratas pueden tener que ver en la explicación de esta situación. Así ocurriría con el caso francés y con el caso italiano, por ejemplo. El Partido Socialista Francés se encuentra inmerso en una lucha fratricida desde que Lionel Jospin fue descabalgado de su dirección. Por su parte, la izquierda italiana, a pesar de la relativa mejora que ha experimentado en estas elecciones europeas, sigue fuera de juego, incapaz de unirse y de encontrar un líder que no sea fagocitado por el concurso de egos que todavía se practica en ese lado del espectro ideológico italiano. De todas, la situación en Italia es la más preocupante: puede que la Primera República haya muerto, pero desde luego la Segunda República no ha nacido todavía.
La coyuntura importa, desde luego, pero no lo explica todo. En otros países la izquierda tiene los deberes aproximadamente hechos: está unida, y con líderes relativamente solventes, a pesar de lo cual la gente sigue prefiriendo a la derecha, no consciente (o quizá sí) de la disonancia que implica votar por partidos conservadores al tiempo que les exige la aplicación de recetas más propias del centro-izquierda. Alemania sería el más claro exponente de esta situación.
Existen, por tanto, corrientes más de fondo, explicaciones más estructurales sobre lo que está pasando. Exploraré las dos que me parecen más sugerentes. Primero, la idea de que, a pesar de lo que podamos pensar, existe en realidad una gran dosis de convergencia política entre partidos, lo que da pie a la emergencia de los llamados policy regimes. Y segundo, y en ese contexto, la facilidad con la que algunos partidos de izquierda han asumido programas de corte neoliberal.
En un estudio seminal de capital importancia para la comprensión de la evolución de la socialdemocracia en Europa, Adam Przeworski sostuvo en 2001 lo siguiente: “Todo el mundo asume que los objetivos y las políticas de un Gobierno difieren necesariamente de los que perseguiría el partido de la oposición si éste llegara al poder. Sin embargo, lo que se observa que ocurre en la práctica es que Gobiernos de derechas continúan implementando las políticas de sus predecesores de izquierdas, y viceversa”. Dos son los ejemplos que da Przeworski. Así, el Gobierno danés de centro-derecha se embarcó entre 1968 y 1971 en un programa de subidas de impuestos y del gasto público de tal calibre que incluso hizo palidecer las políticas que en este terreno desarrollaron sus predecesores de izquierda. De la misma manera, los Gobiernos de Blair adoptaron muchas políticas neoliberales que habían probado los Gobiernos conservadores de Thatcher.
Por tanto, la historia de cómo se conforma el desarrollo de las políticas adquiere el siguiente aspecto. Un partido llega al gobierno con un determinado programa. Lo aplica. Algunas partes de ese programa no son muy exitosas, pero otras sí. Con el tiempo, ese partido es descabalgado del poder por la oposición. Aunque el partido de la oposición gana las elecciones con un programa diferente al que estaba aplicando el Gobierno, una vez en el poder, sigue desarrollando las políticas con las que el otro partido tenía éxito. Y no sólo las gestiona, sino que, como en el caso danés, puede incluso darles una vuelta de tuerca más, llevarlas hacia un estadio de evolución superior. La moraleja es clara: si quieres seguir manteniéndote en el poder, haz lo que tu competidor hacía de manera exitosa y, si puedes, mejóralo.
La conclusión que arroja esta moraleja en parte es triste para la socialdemocracia y en parte no. Lo es en el sentido de que invita a dejar de lado el programa máximo, cualquiera que éste sea, de la socialdemocracia. Y no lo es en el sentido de que establece de manera muy clara las condiciones a partir de las cuales la socialdemocracia puede dejar de ser antílope y convertirse en pantera.
En efecto, lo que el recuento anterior viene a decir es que la democracia es una constricción fundamental con la que debe jugar la socialdemocracia. Una vez que aceptas la democracia, sólo puedes pretender desarrollar políticas que gocen del apoyo mayoritario. Intentar desarrollar tu programa máximo será por tanto suicida si éste no recibe el respaldo de la mayor parte de la gente. Más que la revolución, la socialdemocracia tiene que tender hacia el reformismo. Éste es el camino más sabio si quiere sobrevivir. Y eso explica, en parte, que en muchos países haya asumido con tanta facilidad el neoliberalismo. Como en Reino Unido.
Pero que el margen para la innovación política sea muy reducido no significa que sea inexistente. Existen momentos en que los políticos, todos ellos, pero también los socialdemócratas, pueden dejar de ser antílopes, y dejar de estar simplemente atentos a los cambios en la mayoría, y convertirse en panteras, intentando conformar dichas mayorías, al convencerlas de que un cambio es necesario y de que son ellos precisamente los que están en mejores condiciones para liderarlo.
Esas condiciones son fundamentalmente tres: primero, que se den las circunstancias que permitan abrir una ventana de oportunidad para proponer una nueva política; segundo, que la gente acepte esa innovación, y tercero, que el que propone la innovación tenga buena suerte.
La intuición que hay detrás de esta idea es que cuando los votantes no saben qué pensar de una nueva política, se fijarán en la innovación en tanto en cuanto piensen que el partido que la propone es un partido responsable y que el statu quo no es positivo. Además, pensarán que el partido que propone el cambio es responsable si ese partido está convencido de que es necesario un cambio y aparece ante los ojos de la gente como más preocupado por el bienestar general que por la supervivencia política. Paradójicamente, el hecho de que haya desarrollado políticas más propias del otro bando en el pasado le ayudará a ganar reputación ante el electorado. Existe un límite, sin embargo: el partido socialdemócrata en cuestión tendrá muy difícil convencer a la gente de que no ha hecho electoralismo si en el pasado compró por completo la agenda de su competidor. El ejemplo británico re-emerge aquí de nuevo.
Por tanto, los partidos socialdemócratas que se han mantenido fieles a sus señas de identidad y que tienen una agenda específica de cambio tendrán muchas mejores perspectivas para que en el futuro la gente vuelva a acudir a ellos para la implementación de políticas socialdemócratas. En Europa es posible encontrar muchos partidos socialdemócratas que han sido aproximadamente fieles a sus señas de identidad. Es más difícil, sin embargo, encontrar partidos socialdemócratas que de verdad tengan una agenda de cambio propia, estén íntimamente convencidos de ella, y dispuestos, teniendo en cuenta las constricciones existentes, a desarrollarla.
Por tanto, para eliminar la disonancia que supone que sea la derecha y no la izquierda la que aplique en medio de las crisis políticas socialdemócratas, la izquierda tiene que preguntarse cuáles son sus objetivos y su plan para llevarlos a cabo, y no esperar a que alguien haga el trabajo por ella. En otras palabras, lo realmente importante en este ámbito de estrecho margen para la innovación política será establecer el tono: es decir, quién innova y quién copia al que innova.
Antonio Estella es profesor de Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid