Presentación
En esta publicación se encuentra el resultado del análisis del postmodernismo como una forma de pensamiento filosófico y de la postmodernidad como un rasgo sociológico, característico de la sociedad contemporánea.
Los trabajos que aquí se presentan fueron expuestos en el simposio «¿Postmodernidad? El pensamiento en el mundo contemporáneo», encuentro realizado en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente ( I T E S O ) durante los días 4, 5 y 6 de noviembre de 1993.
A tal postmodernidad, como fenómeno polivalente, se le ha caracterizado en lo social como una actitud de goce superficial frente a la vida, como un punto de vista estético que vuelve irónico el mundo a partir del ornato y el pastiche. Se le ha considerado también en términos sociológicos como una etapa histórica de rompimiento o superación de la modernidad.
Sin embargo, como afirma Fernando Leal Carretero, es en el pensamiento filosófico y científico donde se han dado grandes batallas por las consideraciones sobre el postmodernismo en el mundo, el ser, la estética, la ética y el conocimiento mismo.
Justamente es en el primer ensayo donde Leal Carretero presenta una brillante puesta en escena del postmodernismo en la filosofía.
Aunque las interpretaciones históricas sobre el inicio del postmodernismo como pensamiento sobre el mundo son variadas, hay quienes creen que, como fenómeno social, la postmodernidad históricamente inicia a partir de la década de los sesenta de este siglo, con los movimientos por la libertad y la revolución sexual; otros ubican su comienzo en los años cincuenta con la aparición de la televisión, o un poco antes, con la masificación de la radio. Finalmente, algunos críticos de arte lo ubican en los ochenta.
Para clarificar el concepto de lo postmoderno. Leal Carretero se acerca primero a lo moderno y propone, para ubicar a la modernidad, regresar al siglo XVII , donde la ciencia y la filosofía moderna nacen juntas, siendo Descartes la figura decisiva.
El postmodernismo en filosofía, nace entonces, bajo los embates de la ciencia moderna, cuando comienza a haber una crítica sostenida al pensamiento cartesiano, y esto ocurre por vez primera en los Estados Unidos alrededor de 1865.
La tesis principal de Leal Carretero es que el postmodernismo en filosofía es un resultado directo de la aparición de la ciencia moderna: la de Galileo, Newton, Lavoisier y Darwin.
Es decir un fenómeno que se viene gestando desde hace siglos, que explota en el nuestro y que ha influido sin duda en la filosofía.
El postmodernismo ha anunciado el fin de la filosofía, ha anunciado otras muertes, y es que el tono del post permite pensar que estamos más allá de algo, que en el caso de la filosofía, es superación de la filosofía moderna de Descartes.
En «Entre la ironía y la autofagia», Leal Carretero ha puesto sobre la mesa de la reflexión dos conceptos que están en la raíz de lo postmoderno en filosofía: por un lado la ironía como elemento positivo, junto con la solidaridad y contingencia utilizados por Rorty, y que resumen lo mejor del pragmatismo en el postmodernismo.
Por otro lado, la autofagia hace que los postmodernos se coman a sí mismos, y al intentar acabar con la filosofía, terminen nada más autodestruyéndose.
Hay que evitar el juicio de lo postmoderno, para tratar de entender. Y para entenderlo, ubicar sus antecedentes remotos y sus antecedentes más próximos. Estos últimos suelen situarse en Friederich Nietzsche.
Sin embargo, en una novedosa visión, Leal Carretero se ubica un poco antes, para afirmar que quien preparó como Nietzsche el terreno para muchas de las actitudes de lo postmoderno fue el químico, lógico y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce, el creador del pragmatismo.
Leal Carretero compara a los dos filósofos, Peirce y Nietzsche. Pero no lo hace desde cualquier ángulo, elige precisamente al estilo, porque para un filósofo postmoderno, el estilo es lo más importante, ya que el contenido se deconstruye.
A pesar de las grandes diferencias en el estilo, pone a Nietzsche y a Peirce, como los abuelos del postmodernismo en filosofía. Y traza las líneas del camino bifurcadas, de Peirce a James y a Dewey por un lado y de Nietzsche a Heidegger por el otro.
Detrás de la propuesta del pragmatismo se encuentra un movimiento antiesencialista típico del postmodernismo en filosofía.
Peirce y Nietzsche coincidirán en que las ciencias dependen de la lógica y las matemáticas y que éstas dependen de la ética y la ética depende de la estética.
De ahí el concepto pragmático de la verdad: «lo verdadero es lo útil». Pensamiento contrario a las concepciones trascendentalistas que consideran que detrás de los datos científicos siempre habrá algo más allá, un dios unser trascendente, verdad sublime, divina de la cual podríamos participar al través de la filosofía. Contra esto lucha el pragmatismo, pensando de una manera más naturalista, más darwiniana, más humilde.
Es entonces lo postmoderno, por lo menos desde Nietzsche, el regreso de la tragedia, de lo dionisiaco, de la música contra la moderna razón, apolínea e ilusoria. En los términos del pensamiento filosófico: contra la construcción de la metafísica. Con Heidegger: la posibilidad de interpretar de varias maneras el texto del mundo.
El movimiento más vigoroso de este siglo, el positivismo lógico, lo llevó así mismo a la autodestrucción. Leal Carretero reconstruye la línea que va de los positivistas lógicos, a Habermas, de éste a Derridá, Foucoult, Rorty y Lyotard. Es la idea de un consenso universal, contra la imposibilidad de esa pretensión.
Quedan puestas en evidencia la diversidad de posiciones frente al postmodernismo en filosofía. Para algunos será el fin del último sueño. Es decir, que no hay fin. Para Leal Carretero:
«no hemos perdido la posibilidad de soñar, nunca antes había habido tantos sueños; la diferencia es que ya no creo que mi sueño sea el mejor. No hay E L S U E Ñ O . » Y en parte es que regresamos a hacer universidad sin universalismos impuestos, sino con pluralismos universales.
En el artículo de Alfonso Ibáñez, «Modernidad y postmodernidad en la política», se introduce lo postmoderno como un fenómeno ambiguo, como un «estado de ánimo», «agotamiento del mundo moderno», «síntoma de la profunda crisis histórica y epocal de la modernidad».
Ibáñez advierte que en la postmodernidad ya no se trata de criticar, rescatar y potenciar, sino que se renuncia a la formulación de un proyecto total de transformación social. Al aspirar tan solo a la aceptación pragmática de la coexistencia conflictiva, las repercusiones políticas pueden llevar al escepticismo y la impotencia. Lo que a juicio de Ibáñez hoy se pone en cuestión, es el Estado-nación moderno, centralista, homogenizador de las aspiraciones humanas, que anula las diferencias y aplasta la creatividad social.
Frente a esa totalidad- Estado, lo postmoderno revaloriza lo fragmentario, lo plural y el derecho a las diferencias.
Un Estado que nace de la diversidad social y étnico cultural. Se pregunta cómo suscitar la cohesión en una pluralidad de combates al interior de un proyecto de articulación que respete las diferencias específicas. En este contexto, una revolución democrática implica la constitución de una pluralidad de espacios en los cuales se desenvuelvan las luchas sociales.
Finalmente el autor afirma, que un proyecto democrático socialista y si se quiere también «postmoderno», debería plantear por definición la posibilidad de muchos socialismos diferentes, sin «modelos» predeterminados. Debería significar —dice— «la Utopía que busca la realización de todas las utopías», citando a Agnes Heller.
Jaime Sánchez Susarrey hace una reflexión sobre la política y la modernidad. En su texto titulado «¿Del colapso del socialismo real al fin de la historia?», comienza con una discusión de la tesis de Francis Fukuyama en torno al fin de la historia y continúa con un análisis de la situación de México en el proceso de modernización.
Finalmente discurre sobre el fenómeno postmoderno y su importancia en la construcción de una sociedad moderna.
Después del largo periodo de competencia entre los sistemas socialista y capitalista, y de la caída del socialismo real; Fukuyama sugería que se había llegado al final en la sucesión de acontecimientos, de una historia entendida como única, evolutiva y coherente; habríamos llegado a una forma de organización social democrática y de economía de mercado, y así estaríamos llegando al fin del proceso evolutivo propuesto por Hegel y Marx.
Sánchez Susarrey sitúa el inicio de la modernidad como lo plantea Habermas, con los pensadores de la Ilustración. Ser moderno, en contraposición a los antiguos, a través de la ciencia moderna; donde el fin de la historia no es el fin de la evolución solamente, sino de una sociedad donde el hombre se ha reconciliado consigo mismo. En este caso a formas más racionales de organización social, en concreto economías de mercado y democracias.
Sánchez Susarrey plantea un cuestionamiento sobre las perspectivas de 1989 ante el fin de la guerra fría; ¿han permitido que las sociedades que abandonaron el socialismo real, hayan podido acceder a formas de organización democráticas y de economías de mercado eficientes y que encontraran formas de convivencia más o menos civilizada? Responde que ha habido un fracaso, por lo menos en algunas regiones, en un proceso mundial eminentemente contradictorio.
Por otra parte, la desintegración de la URSS, ha permitido abatir el peligro de la confrontación nuclear con la desaparición de la especie humana. También ha posibilitado firmas de paz y nuevos entendimientos en América Latina y Medio Oriente.
Pero al mismo tiempo, en Europa han resucitado viejos fantasmas, flagelos del racismo intolerante; nacionalismo beligerante; integrismos y fundamentalismos. Por un lado tolerancia, acuerdos amistosos, por el otro intolerancia. Esto ha creado el desencantamiento de las perspectivas que ofrecía el fin de la bipolaridad en el mundo.
La democracia y la economía de mercado han sido vistas como un triunfo de los esquemas de organización que para Sánchez Susarrey no tienen más discusión.
Después de la conclusión de la guerra fría, el fin de la historia demuestra que la historia no es lineal; que el progreso es incierto.
La noción de progreso está en crisis porque existe una clara conciencia de los desastres ecológicos que no permiten pensar en un mejoramiento de los niveles de vida y bienestar del mundo en su conjunto, es la pérdida de la fe en un mundo ascendente.
Una idea de la historia es que ya no hay certidumbres y por ello es una idea de la postmodernidad. Pero la postmodernidad entendida en los términos de Agnes Heller y Férenc Fehér; no como un período histórico o tendencia cultural o política con características bien definidas, sino como el tiempo y el espacio privado colectivo, dentro del tiempo y el espacio más amplio de la modernidad, delimitada por aquellos que quieren ponerla a prueba. Los que han elegido vivir en la postmodernidad, viven no obstante entre modernos y premodernos.
La postmodernidad no es una negación de la razón, ni una negación de principios como la democracia, el individualismo o la economía de mercado. Se trata de una relativización de los mismos. Es una visión tolerante de la moral y la política, es la imposibilidad de establecer una jerarquía de las culturas en la historia; por lo tanto no plantea a la civilización occidental como la civilización rectora o paradigmática.
No admite soluciones completas y definitivas a los problemas de la justicia social, la ecología, la pobreza. Esto niega la posibilidad de que un partido político encabece la utopía única y asume que hay que mejorar, a sabiendas de que no es posible solucionar todo. Finalmente, la postmodernidad implicaría que se aceptaran las diversidades culturales y por lo tanto la tolerancia.
Llevada a su extremo, la postmodernidad como visión relativista no podría prescindir de los valores racionalistas de la modernidad, lo anterior en razón de que además de la tolerancia, aceptaría los desastres contra los derechos humanos como los de Hitler. La visión de los derechos humanos, requiere de una jerarquización de los valores de Occidente al tiempo que se ponen en cuestión.
La consecuencia política de la visión postmoderna, es el relativismo, el abandono del principio de una sociedad absolutamente libre y feliz; es la relativización del punto de vista propio y la admisión de la necesidad de que existan otros puntos de vista diferentes al propio. En suma, la tolerancia es un principio fundamental de esta visión. Signo de la postmodernidad seríatambién la secularización de las formas de organización políticay religiosa.
Arturo Chavolla, en su artículo «La mejor de las historias posibles», considera que la humanidad parece haber encontrado en el presente siglo, «un sistema económico y una organización social ideal: el capitalismo moderno».
Para este sistema y esta organización el fin del siglo significa el fin de las ideologías y el triunfo «definitivo» del liberalismo económico y político, frente al comunismo y al fascismo. Se trata del «triunfo de Occidente».
No asistimos simplemente al fin de la guerra fría, sino al fin de la historia, al punto final de la evolución ideológica de la humanidad y a la universalización de la democracia liberal occidental.
La historia universal desemboca en el liberalismo y esta es «la mejor de las historias posibles». Considera que en el mundo actual, existen países que están aún en el proceso histórico y otros que ya viven en un momento posthistórico, estos últimos están caracterizados por tener una democracia liberal, economía de mercado, renunciación a la fuerza para arreglar las diferencias entre los estados, paz interna y orden social.
Por su parte los países situados todavía en la historia, no tienen democracia liberal, carecen de una economía de mercado y consideran que la fuerza soluciona los conflictos entre los estados.
La propuesta de la democracia liberal afirma que todos los conflictos serán arbitrados y deliberados; que la libertad de empresa asegurará el equilibrio de las sociedades y de los consumidores, que razonablemente se pondrán de acuerdo. Que la convivencia entre la ciencia y el mercado relegará finalmente a la ideología y a la guerra.
Sin embargo Chavolla afirma que frente a la pobreza radical, el racismo o la desigualdad entre naciones, poco o nada se podrá hacer. Que pese a todo el triunfalismo de la democracia liberal, nada puede asegurar un capitalismo para la eternidad. Marca dos errores de esta ideología: la exageración sobre la previsibilidad de la historia y la permanencia del momento presente. «Los fuertes seguirán haciendo lo que puedan, y los débiles intentarán hacer lo que deben.»
Chavolla, finalmente, niega que el liberalismo sea el fin de la política, que asistamos al fin de la historia, que el fin de las ideologías implique el fin de la lucha de clases; que la desnacionalización y la privatización del mercado vayan a conducir a la democracia. «Lo que sí es de esperarse es que la historia misma desbaratará esta teoría del ‘fin de la historia'». «La historia no tiene un fin, antes al contrario, no termina nunca de terminar.»
Juan Carlos Henríquez, en «Postmodernismo y liberalismo. ¿Filialidad o parasitación?», sugiere no reducir la fenomenología y el análisis del postmodernismo al ámbito «anímico-cultural», incluso ni siquiera dejarlo en las consideraciones filosóficas o sociológicas de trazo diacrónico. Propone contemplar el corte «sincrónico» y es en este sentido que ubica lo que se ha dado en llamar neoliberalismo.
Su trabajo busca respuestas a las preguntas: ¿es el neoliberalismo una criatura, expresión del postmodernismo, o más bien el neoliberalismo es parásito del postmodernismo?; ¿es el post- modernismo un hijo o un parásito potencial del neolibcralismo?
Para Henríquez, el neoliberalismo explica el fenómeno eco- nómico y el postmodernismo el cultural. El principal indicador de lo moderno y en el que lo postmoderno basa su crítica es «la terquedad de lo uno y el imperativo de lo perfecto». El motor de lo postmoderno en cambio propone la «pluriversalidad y la modestia».
Renunciar a la pretensión de lo uno es afirmar la convivencia articulada de lo múltiple. Renunciar a la idea de lo perfecto es descargar al hombre del yugo del deber ser perfecto, del progreso, del futuro, del proyecto. Se trata de la «desprometeización» para que los hombres estén contentos con su condición humana.
Respecto del neoliberalismo, Juan Carlos Henríquez sugiere que éste tiene su propio discurso, el económico; con implicaciones subordinadas en el orden político, ideológico y social. Proyecto unitario, pragmático, de sumisión y subordinación.
«Conformación del concierto de las naciones en torno a un solo bloque hegemónico», por supuesto, el bloque del capital (Estados Unidos-Japón-Alemania). El subtexto de este macrodiscurso es el del progreso como finalidad de la historia. Un progreso puesto en la acumulación, a diferencia de un progreso puesto en la distribución del proyecto moderno socialista.
Los paradigmas del texto neoliberal para el autor son: un mundo uniforme; el sentido del progreso como acumulación de capital; la monosonoridad en lo ideológico; el imperio conceptual: de la igualdad de oportunidades como igualdad de resultados, que confiere mayor valor al concepto que a la realidad.
La síntesis es: «perfección es igual a progreso, y progreso es igual a capital». Frente a lo cual Henríquez concluye que «estamos frente a un gran proyecto económico cuyo fin es el de la modernidad y no el del postmodcrnismo».
La última parte de su trabajo Juan Carlos Henríquez la dedica a un análisis del neoliberalismo en México. En su camino para insertarse en el proyecto de acumulación de capital, México subordina las esferas política y social al terreno de lo económico, puesto que la urgencia es «recuperación y estabilidad»; es pues una estrategia de subordinación.
Identifica esta lógica, con el pragmatismo: «lo verdadero y conducente es lo útil». Describe el papel de las esferas económica, política y social en el neoliberalismo y propone los rasgos postmodernos como un malestar y un desencanto de lo moderno.
Crisis del sujeto de cambio; vacío teórico en ciencias sociales; renuncia a la aspiración transformista; caída de utopías y proyectos unitarios; dcscredibilidad en la democracia partidista y devaluación de lo numérico; pulverización de la masa y fin de la historia, del sentido como orientación al futuro y al sentido como participio, como experiencia en el presente.
En resumen, propone al postmodernismo como un caso particular de inmunidad contra la gran marcha modernizadora y liberal. Henríquez, ofrece una sutil esperanza de sobrevivencia al postmodernismo frente al fenómeno que contradice y con el que convive, el neoliberalismo.
Luis José Guerrero Anaya, en su trabajo «Religión y cultura en América Latina», enumera una serie de rasgos predominantes del pensamiento postmoderno en la religión y su relación con la cultura de América Latina: el desencanto de la razón, que ya no puede decirnos qué es la realidad; la aceptación de la pérdida de fundamento, contra el ideal moderno de la fundamentación, para abrirse a una nueva episteme que es indeterminada, discontinua y plural; el rechazo de los grandes relatos, como oposición frontal a los universalismos disciplinadores, para defender los contextos locales con sus particularidades —los relatos se mantendrán, pero desaparecerán los proyectos unitarios— y la entrega a la vivencia de la heterogeneidad en las formas de vida, con consensos locales y temporales.
El fin de la historia, como la emancipación de la multiplicación de los horizontes de sentido; la estetización general de la vida como política, esto es, el gozo y abandono al océano de la vida sin ánimo posesivo.
Para Guerrero Anaya, en la esfera de lo religioso en occidente hay un ambiente de fin del mundo. «Las grandes masas, expulsadas de los sistemas sociales funcionales y concentradas como productos de la desintegración de las sociedades rurales en las desordenadas urbes del Tercer Mundo, han perdido, quizá para siempre, la visión religiosa que los vinculaba indisolublemente a la naturaleza».
Del otro lado están lo monopolizadores del poder y el capital religioso. «Ellos creen, ante la desbandada apocalíptica y el descrédito de los dogmas, que los tornillos deben ser apretados», han reforzado los controles de la ortodoxia y tratado con rigidez las expresiones culturales y teológicas. Este control a veces ha llegado a la represión, tanto en la Iglesia católica, como en las demás iglesias, que cada vez se vuelven más integristas.
Por otra parte, la religión y la moral se vuelven cada vez más un asunto completamente privado. «Lo religioso se ha disuelto en otros campos, de tal manera que actualmente ya no se ve con precisión dónde termina el espacio sobre el cual dominan los clérigos y dónde empieza el de los psicólogos, los médicos, los sexólogos, los trabajadores sociales, que se han convertido en nuevos sacerdotes que poseen el monopolio de los bienes de la salvación.»
El secularismo ha avanzado más en las clases altas y también el abandono de las prácticas religiosas. El catolicismo ha respondido con una teología de la afirmación para remachar los dogmas
de siempre, el culto de siempre en su forma más tradicional. Las masas pauperizadas del continente se aferran a las sectas y esoterismos. Pero no porque crean convencidamente en ellas, sino porque es lo único que les queda ante la pérdida de la identidad social e individual más terrible de todos los tiempos.
Luis José Guerrero se pregunta: «¿Quién es un niño de la calle, quién una mujer que habita en una favela, quién un drogadicto de Bogotá al que se puede matar a mansalva y sin consecuencia alguna? tal parece que para las iglesias establecidas tampoco son nadie.»
En el artículo «El mito de la pirámide» Isaac Broid ubica al mito como el alimento de «las historias de la historia», como cimiento de nuevas eras, nuevos órdenes y esperanzas; como celebraciones del triunfo de las fuerzas creadoras sobre las destructoras. Toma como ejemplo la imagen de la pirámide de Cholula, en nuestro país. La idea de la historia como capas sucesivas tal parece que cambia a raíz de la llamada postmodernidad.
En el contexto del fin de las historias: «somos la conclusión de todas las (historias) anteriores», y como síntesis, podemos hacer uso de ellas según nuestra conveniencia. Somos la pirámide sobre la pirámide, más aún, «somos la iglesia sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide que está sobre la pirámide», explicará Isaac Broid.
Para Broid, el postmodernismo es una fase más de un proceso que surge en el renacimiento. Es decir, el comienzo del fin de los dioses y el surgimiento del dios mayor, el hombre. Y en estos dos límites —el fin de la historia y el fin de lo divino— se mueve el postmodernismo en la arquitectura: «Se representa en el espacio, por un lado, mediante el uso indiscriminado de formas y estilos mal llamados históricos. Por otro lado, creando objetos y espacios donde el juego lúdico, el placer de crear sin ninguna otra condición es lo único que rige la creación…».
Isaac Broid, se interna en los movimientos de la arquitectura moderna y pondera las críticas de los arquitectos postmodernos.
Se apoya en la propuesta Habermasiana, «una nueva apropiación crítica del proyecto moderno», para expresar la necesidad de establecer una mediación entre las formas de la civilización moderna occidental y la cultura local, las técnicas universales y los ámbitos regionales. Sin embargo, evita satanizar al postmodernismo como un todo, «caeríamos en el mismo error de algunos historiadores del movimiento moderno».
Por su parte, Jesús Rábago, en «El doble juego de la post modernidad en la arquitectura», califica como válidas las preocupaciones de la postmodernidad, pero afirma que sus pro- puestas van más a expresar «caprichos absurdos, que proyectos pertinentes.»
Y es que la postmodernidad se ha contentado con mostrar las insuficiencias de la modernidad, sin ofrecer alternativas. En eso consiste su doble juego. Para Rábago, la referencia común y constante de algunos de estos arquitectos, es el Kitsch,
«objetos con formas banales, bonitas, cursis, dulces, postizas, y sin lugar a dudas exitosas entre una buena parte de la población.»
Con Bruno Zevi habla del pastiche de la arquitectura historicista, con Habermas la llama postmoderna, con Milán Kundera la llama Kitsch y con Charles Jencks, cursi. Rábago advierte que existe una cierta tendencia sumamente grave, a identificar cualquier posición crítica hacia la modernidad como postmoderna.
Desde el punto de vista de los usuarios, la preocupación más importante para los arquitectos postmodernos, es llenar de significación los edificios que proyectan. «Parten del supuesto
de que el movimiento moderno produce lugares vacíos, o en cualquier caso pobres de significado para los usuarios». El resultado, son fachadas Kitsch, notablemente incongruentes con los espacios interiores y con nuestras propias experiencias de vida cotidiana.
La arquitectura postmoderna hará énfasis en la primacía de la imaginación, la intuición y el deseo, contra la razón moderna, que parece demasiado inhibidora, «ellos quieren ir más allá de la razón, pero en realidad no la desarrollan, sino la contradicen…es una antimodernidad», asienta el autor.
Finalmente, para los modernos «el proceso para definir la forma de los espacios parte de la función hacia la fantasía», por lo que los arquitectos modernos muestran las plantas de sus edificios, en cambio la arquitectura postmoderna trata de invertir el proceso y centra su atención en fachadas desbordantes de sentimentalismo.
El artículo termina con una referencia a la técnica de construcción y con la discusión sobre si las formas se desarrollan junto con las características de los materiales y no independientemente de ellas; sobre si se ha de experimentar con los materiales contemporáneos, pese a los riesgos, como lo ha hecho la arquitectura moderna.
Sin embargo, para el autor, «la arquitectura postmoderna trata de no arriesgar en el uso de nuevos materiales y técnicas de construcción, y aprovecha el desarrollo industrial consolidado para manipularlo de acuerdo a sus propios fines».
En el último artículo, titulado «¿Es posible un humanismo en sentido postmoderno?», Humberto Orozco Barba plantea desde la filosofía la relación entre el humanismo y el postmodernismo. Aborda el problema del sentido de la historia, la postmodernidad y su inextrincable relación con la modernidad.
Hace hincapié en el papel de la comunicación en la era postmoderna e insiste en las condiciones de posibilidad para la convivencia entre un humanismo—abierto, de tolerancia y de pluralidad heterotópica— con el postmodernismo. Finalmente hace un recuento de las esperanzas y las críticas posibles de un humanismo postmoderno.
Este libro no hubiera sido posible sin el concurso de muchas personas que acompañaron con entusiasmo su largo proceso de gestación. Todo comenzó con la iniciativa de un diálogo universitario que con el tiempo se transformó en un simposio y, poco después, en memoria de papel, en texto escrito.
Como siempre, detrás de estas empresas hay mucha gente.
Primero, en la organización de la discusión académica que aunque tardía, puesto que el debate sobre la postmodernidad se había iniciado ya en los ochenta, era necesaria; segundo, en la conformación del texto y sus contenidos. Encabezando estos ministerios estuvieron Carlos Corona Caraveo, quien impulsó el desarrollo del encuentro desde la dirección de la División de Ciencias del Hombre y del Hábitat del I T E S O , y Cecilia Herrera, responsable de publicaciones del Departamento de Extensión Universitaria de la misma universidad.
En otros planos participaron los coordinadores de las mesas de discusión, los coordinadores y diseñadores de los espacios arquitectónicos, los relatores, moderadores, coordinadores de arte, artistas y todo el equipo humano que trabajó en las transmisiones de televisión que llegaron a todo el país, al sur de los Estados Unidos y Centroamérica. A todos ellos, muchas gracias.