Prefacio
El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.
Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.
Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el
intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más
autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado
la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de
la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas
políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales
institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían
influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es
verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estadosnaciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente.
Los factores primarios de la producción y el intercambio –dinero, tecnología,
gente y bienes– se mueven con creciente facilidad a través de los límites
nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para
regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los
Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como
autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias
fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin
embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1
De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles
políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han
continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del
intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una
nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y
supranacionales unidos bajo una única lógica de mando.
Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.
La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad
para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de
los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estadonación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.
Por “Imperio”, sin embargo, entendemos algo diferente de “imperialismo”. Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación.
El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial
podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc.
Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.
El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas.
El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.
La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la
realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo
capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos
(Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que
hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el
Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.
El capital parece enfrentar a un mundo suavizado – o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada
vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de
la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se
superponen e infiltran crecientemente entre sí.
Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana.
La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal.
Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.
Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por “constitución” queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha
sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los
Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma
plenamente realizada.
Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra “Imperio” no como una
metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y
los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto,
que pide primariamente un acercamiento teórico. 2
El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”. Ninguna frontera territorial limita su reinado.
Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.
El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia.
Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder.
Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.
El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y
destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas
formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de
globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La
globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos
que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.
Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos
procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas
creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de
construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial – y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger.
Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud
deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.
La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el
imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente – paralelamente, como
sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3
Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita – o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.
Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un
enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser
igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y
antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta
interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron
justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose
progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita
de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía,
y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los
procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que
nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un
marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar
contra el Imperio.5
Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos
modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por
correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática
general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el
pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.
Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del
desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las
Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de
vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita
a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida
morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan
claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más
efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4
intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas
de un movimiento más allá del Imperio.
Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado
antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el
argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la
construcción del Imperio.