El movimiento iniciado en Brasil como resistencia al aumento de las tarifas del transporte fue sorprendente. Quien diga que alcanza a captar todas sus dimensiones y proyecciones futuras, muy probablemente tendrá una visión reduccionista del fenómeno, presionando la sardina para defender preconceptos, para confirmar sus propios argumentos, sin darse cuenta del carácter multifacético y sorprendente de las movilizaciones.
No vamos a intentar eso en este artículo, sino apenas llegar a algunas primeras conclusiones.
Fue una victoria del movimiento la anulación del aumento; muestra la fuerza de las movilizaciones, aún más cuando se apoyan en una reivindicación justa y posible: tan así que se pudo concretar. Esa victoria, en primer lugar, refuerza que las movilizaciones populares valen la pena, sensibilizan a las personas, hacen que se hable a toda la sociedad y sirven como fuerte factor de presión sobre los gobiernos.
Además de lo anterior, el movimiento puso en discusión una cuestión fundamental en la lucha contra el neoliberalismo –la polarización entre intereses públicos y privados–, sobre quién debe financiar los costos de un servicio público esencial que, como tal, no debería estar subordinado a los intereses de las empresas privadas, movidas por el lucro.
La conquista de la anulación del aumento se traduce en un beneficio para los extractos más pobres de la población, que son los que comúnmente utilizan el transporte público, demostrando que un movimiento debe abarcar no sólo las reivindicaciones que corresponden a cada sector de la sociedad en particular, sino tiene que atender demandas más amplias.
Tal vez el aspecto central de las movilizaciones haya sido el haber incorporado a la vida política amplios sectores de la juventud, no contemplados en las acciones gubernamentales que, hasta aquí, no habían encontrado formas específicas de manifestarse políticamente.
Quedó claro, también, que los gobiernos de los más diferentes partidos –unos más, los de derecha; otros menos, los de izquierda– tienen dificultades para relacionarse con las movilizaciones populares. Toman decisiones importantes sin consulta y cuando se enfrentan con resistencias populares tienden a reafirmar tecnocráticamente sus decisiones –no hay recursos, las cuentas no cierran– sin darse cuenta de que se trata de una cuestión política, de una justa reivindicación de la ciudadanía apoyada en un inmenso consenso social a la que deben darse soluciones políticas para las que los gobernantes fueron elegidos. Sólo después de muchas movilizaciones y de desgaste de la autoridad gubernamental, las decisiones correctas se asumieron. Una cosa es afirmar que se dialoga con los movimientos y otra es enfrentarse efectivamente con sus movilizaciones, más cuando contestan y contradicen decisiones gubernamentales.
Con certeza, un problema que el movimiento enfrenta son las tentativas de manipulación desde fuera. Una de ellas, representada por los sectores más extremistas que buscaron incorporar reivindicaciones maximalistas, de levantamiento popular contra el Estado, buscaba justificar sus acciones violentas caracterizadas como vandalismo. Son sectores pequeños, externos al movimiento, con infiltración o no de la policía. Alcanzan a ser destacados por la cobertura que los medios promueven, pero son rechazados por la casi totalidad de los movimientos.
La otra tentativa fue de la derecha, claramente expresada por la actitud de los viejos medios de comunicación. Inicialmente se opusieron al movimiento, como acostumbran hacer ante toda manifestación popular. Después, cuando se dieron cuenta de que podría representar un desgaste para el gobierno, promovieron e intentaron incidir artificialmente. Fueron igualmente rechazadas esas intenciones por el conjunto de los movimientos, en el que siempre existe un componente reaccionario que se hace presente.
Hay que destacar la sorpresa de los gobiernos y su incapacidad para entender la explosividad de las condiciones de vida urbana y, en particular, la ausencia de políticas dirigidas a la juventud por parte del gobierno federal. Las entidades estudiantiles tradicionales también fueron sorprendidas y estuvieron ausentes.
Dos actitudes se distinguieron a lo largo de las movilizaciones: la denuncia de las manipulaciones intentadas por la derecha –expuesta claramente en la actividad de los medios tradicionales– y sus intenciones de apoderarse del movimiento. La otra, la exaltación acrítica del movimiento, como si él contuviese proyectos claros y de futuro. Ambas son equivocadas. El movimiento surgió a partir de reivindicaciones justas, compuesto por sectores de jóvenes, con sus actuales estados de conciencia, con todas las contradicciones que un movimiento de esas características contiene. La actitud correcta es la de aprender del movimiento y actuar junto a él, para ayudarlo a tener una conciencia más clara de sus objetivos, de sus limitaciones, de las intenciones de ser usado por la derecha y de los problemas que originó, así como llevar adelante la discusión de sus significados.
El significado completo del movimiento va a quedar más claro con el tiempo. La derecha se interesará en sus estrechas preocupaciones electorales. Los sectores extremistas buscarán interpretaciones acerca de que estaban dadas las condiciones de alternativas violentas, aunque esto desaparecerá.
La más importante son las lecciones que el propio movimiento y la izquierda –partidos, organizaciones populares, gobiernos– saquen de esta experiencia. Ninguna interpretación previa explica la complejidad y el carácter inédito del movimiento. Es probable que la mayor consecuencia sea la introducción del significado político de la juventud y de sus condiciones concretas de vida y de expectativas en el Brasil del siglo XXI.
*Sociólogo y politólogo brasileño. Extraído de su blog en Carta Maior.