“Principales visiones sobre la construcción socio-histórica de la infancia”, por Julio Cortés M.
(Texto escrito en el año 2000, incluido en el libro “Infancia y derechos humanos: discurso, realidad y perspectivas”, LOM/Opción, 2001).
En relación al tema de la historia de la infancia se plantean una serie de problemas a raíz de la compleja relación entre sujeto y objeto, que en el ámbito de los niños y la infancia adquieren dimensiones particulares dadas por el hecho de que todo lo que se ha escrito sobre ellos se hace desde el mundo adulto, con una visión adulta que necesariamente es externa al objeto de análisis, y en la que no siempre están claramente delimitadas la consideración hacia los niños concretos, de carne y hueso, individual o colectivamente.
De la consideración de la niñez o infancia como categoría específica a nivel de las macroestructuras sociales, y en que se confunden, con frecuencia, la consideración y análisis de la realidad vivida por los niños, con la atención a los cambios producidos a nivel de las representaciones sociales sobre la infancia en el plano ideológico, del discurso y de los sentimientos.
A efectos de este documento de estudio, nos interesa conocer las principales visiones o enfoques entre los historiadores en relación a la infancia como construcción social. Con este fin, se señalarán los aspectos centrales de los planteamientos de Philippe Aries, Lloyd Demause, Elizabeth Badinter, Linda Pollock y Hugh Cunningham.
El objetivo de este repaso, más que la definición a favor o en contra de determinadas tesis, es conocer la diversidad de opiniones acerca de un tema en el que en el ámbito del sentido común, predominan generalizaciones que universalizan el sentimiento actual acerca de la infancia. De esta forma, se pretende tener más elementos de análisis que permitan descifrar las concepciones ideológicas e históricas presentes en los discursos actuales sobre la infancia y que sirvan para el análisis de los contextos en que se ha producido en Latinoamérica la historia del control social de los niños.
Phillippe Ariès
Este autor francés es considerado un pionero de la historiografía de la infancia, y su tesis principal, que la infancia fue inventada o descubierta entre fines del siglo XVII e inicios del XVIII, ha tenido una enorme influencia desde que la formulara en 1960 hasta nuestros días, así como también ha suscitado una gran sucesión de críticas en los autores posteriores.
Para entender adecuadamente la tesis de Aries es necesario tener en cuenta que su trabajo se enmarca en una corriente de revalorización de la época medieval, período comúnmente asociado a oscuridad e ignorancia, pero que de acuerdo a investigaciones de historiadores como Aries, se caracterizó por una rica vida comunitaria con altos niveles de participación en la vida pública por todas las personas y en que las instituciones propias de la vida privada, como la familia, se encontraban bastante reducidas en sus funciones e importancia.
Aries opta por una investigación que atienda no a los grandes eventos de la historia, sino que al entramado social existente a nivel popular y cotidiano, sobre el cual dichos eventos se producen. En ese marco comunitario, los niños no eran percibidos como una categoría específica, diferente, y pasaban de un período relativamente breve de estricta dependencia física, a ser socializados directamente en el mundo adulto a través del contacto con la comunidad.
Existían niños pero no infancia y, paradójicamente, los niños gozaban de mayor libertad que luego de la invención o descubrimiento de la infancia.
Las fuentes a las que acude Aries para fundamentar sus planteamientos son bastante heterodoxas, consistiendo principalmente en un análisis del arte medieval y renacentista. Durante la mayor parte de la Edad Media la infancia no era considerada en el plano de las representaciones artísticas. Hasta el siglo XIII los niños eran representados como adultos en miniatura, sin rasgos ni vestimentas propios de un infante. A partir del siglo XIII comienzan a aparecer formas de representación pictórica de niños en tres formas típicas: ángeles, el niño Jesús y niños desnudos.
Para Aries esta evolución refleja un cambio en la mentalidad colectiva dando cuenta de la aparición de sentimientos hacia la infancia. En el siglo XIV la iconografía religiosa incluye la figura del niño Jesús, la infancia de la Virgen y otros santos. La iconografía laica evoluciona posteriormente en un sentido similar, en los siglos XV y XVI, desde la representación de niños en compañía de adultos hasta la representación de niños solos, que comienza a ser usual a partir del siglo XVII. Este siglo marcaría, según el autor, el comienzo de la nueva sensibilidad colectiva hacia la infancia, expresándose en el arte en formas de representación de niños desconocidas en la Edad Media, que pasan a tener un rol predominante. Este cambio no se produjo como consecuencia de variaciones en la situación demográfica, como han afirmado varios autores, sino que por el contrario, habría anticipado dichas variaciones en más de un siglo.
El “descubrimiento” propiamente tal de la infancia se produjo, según Aries, en el siglo XVIII. En esto el autor se apoya en otro tipo de fuentes, cuales son la constancia en la literatura de referencias a la jerga y personalidad propias de los niños, alusiones que en los siglos XV y XVI eran aisladas y pasan a ser abundantes recién en el siglo XVIII.
Un elemento central en Aries se refiere a que la infancia pagó por su descubrimiento un precio bastante alto, el de su control mediante instituciones y mecanismos específicos. El proceso de moralización de la sociedad se manifestó en relación a la infancia, en la creación de un régimen especial para los niños dentro del cual debían ser preparados para la entrada en la vida adulta. La escuela, donde en la Edad Media convivían niños de diferentes edades con adultos, pasa a ser el espacio propio de los niños y jóvenes, exclusivamente diseñado para ellos.
Así la infancia es recluida en el mundo privado, en las instituciones específicas para niños, la escuela y la familia, lugares en que los niños gozaron de una libertad bastante menor que la que habían disfrutado antes de su descubrimiento, y se les asignaron roles específicos diferentes del resto de las personas. Un rol primordial lo cumplen los internados, cuyo uso comienza a masificarse desde fines del sigo XVII, separando radicalmente a niños de adultos, con lo que comienza un “largo proceso de internación de los niños (como de los locos, los pobres y las prostitutas), que no dejará de extenderse hasta nuestros días” (Aries, 1973).
Con base en esta tesis, autores como Emilio García Méndez han planteado que en el descubrimiento de la infancia se encontraban las bases de la “situación irregular”, en el sentido que se construyó culturalmente una incapacidad de la infancia que luego fue consagrada jurídicamente, y así este descubrimiento trajo aparejado no sólo la pérdida de libertad de los niños sino su posterior división entre “niños y adolescentes” y “menores”, siendo estos últimos los que quedaban fuera del circuito familia-escuela, para los cuales hubo que diseñar instrumentos específicos de control de carácter socio-penal (García Méndez, 1994).
Lloyd Demause
Compartiendo con Aries la tesis de un cambio drástico en la consideración de la infancia, Demause postula una evolución más bien inversa, en la que la consideración de los adultos hacia los niños habría avanzado desde etapas de negación y violencia a una relación cada vez más óptima y respetuosa de la infancia. Demause, cuya obra fue escrita en los 70, pertenecía a la escuela psicogénica norteamericana, que pretendió aplicar métodos psicológicos a la investigación histórica, mediante un análisis de la evolución de los sentimientos. Esta escuela propone una teoría del cambio histórico denominada teoría psicogénica de la historia, que postula que “la fuerza central del cambio no es la tecnología ni la economía, sino los cambios psicogénicos de la personalidad resultantes de interacciones de padres e hijos en sucesivas generaciones” (Demause, 1982).
En el plano de los sentimientos de los padres hacia sus hijos, Demause distinguió seis etapas que dan cuenta de un progreso lineal en las prácticas de crianza, derivadas de una superación creciente de la ansiedad originaria que el contacto con niños produce naturalmente en los adultos, y un progreso también creciente en las capacidades de crianza. Estas etapas, partiendo en la Antigüedad, serían las de infanticidio, abandono, ambivalencia, intrusión, socialización y ayuda, comenzando la sexta y última recién a mediados del siglo XX, y cada una de ellas resulta de la forma en que operan las tres reacciones posibles frente a los niños en los adultos: respuesta proyectiva, reacción de inversión, y reacción empática.
La reacción empática sería la predominante desde mediados del siglo XX, aunque según el autor aún es posible encontrar ejemplos de otros tipos de respuestas en algunas personas, que estarían ancladas en etapas anteriores. En esta etapa de ayuda los padres deben esforzarse en una crianza no dirigida a formar hábitos ni a corregir, sino a aportar todo lo necesario para el pleno desarrollo del niño, método que Demause señalaba haber aplicado a su hijo con óptimos resultados.
Los planteamientos de Demause no gozaron de mucho apoyo entre otros historiadores, lo cual se debe, en parte, a las debilidades de su método “psico-histórico”, a su evolucionismo excesivamente lineal, y a un uso arbitrario de fuentes, que habría destacado del pasado los episodios más dramáticos, sin demostrar que correspondieran a los usos generalizados de la época. La idea general tras su tesis, sin embargo, subsiste en el nivel del sentido común y los discursos oficiales, en cuanto se proclama una nueva era de respeto sin precedentes por la infancia y los derechos de los niños, que terminaría con las prácticas anteriores de indiferencia y malos tratos, visión optimista que se contrapone a la perspectiva más nostálgica y pesimista de Aries que ve un control creciente sobre la infancia en relación a la libertad pre-descubrimiento.
Elizabeth Badinter
A través de un análisis que cuestiona la existencia del amor maternal como valor universal, natural y espontáneo, Badinter, en su libro “¿Existe el amor maternal? Historia del amor maternal. Siglos XVII al XX”, explora gran cantidad de datos que revelan cambios en las prácticas de crianza influidos por ideologías o “modas” culturales y por variaciones en el contexto económico, social y político.
Las fuentes utilizadas por Badinter revelan que en Francia y otros países de Europa en los siglos XVII y XVIII existieron prácticas generalizadas de indiferencia hacia los niños. Estas prácticas y señales de indiferencia a las que se refiere la autora son básicamente la entrega de niños a nodrizas apenas producido el nacimiento, la negativa a amamantar, la poca tristeza e incluso la insensibilidad frente a la muerte de niños pequeños, el amor selectivo hacia el primogénito, la educación confiada a preceptores y gobernantas, la extensión generalizada de los internados.
Muchas de estas prácticas surgieron en las clases acomodadas, para extenderse posteriormente a otros segmentos por vía de imitación. Lo que Badinter concluye de toda esta información, es que las prácticas de crianza y los sentimientos hacia los hijos sufrieron grandes cambios como resultado de otros factores presentes en la vida de la sociedad, que fueron modificando las prioridades de los adultos, en particular de las mujeres.
Un énfasis particular está puesto en la relación de todo este tema con el proceso de emancipación de las mujeres. En los siglos XVI y XVII se verifica un creciente interés de las mujeres particularmente las de clase alta de sectores urbanos por aprovechar todos los medios a su alcance con el fin de salir de los estrechos límites impuestos a su género y adquirir notoriedad y autonomía en esferas tradicionalmente reservadas a los hombres. Luchando contra un medio hostil, muchas de ellas se dedicaron al estudio y la vida cultural de manera muchas veces autodidacta, inspirando con su ejemplo un proceso gradual de emancipación en otras mujeres. “…precisamente en los siglos XVII y XVIII la mujer que tenía recursos para ello intentó definirse como mujer. El hecho de que la sociedad no hubiera acordado todavía al niño el sitio que le otorga en la actualidad facilitó la empresa.
Para llevarla a cabo, fue preciso olvidar las dos funciones que antes definían la totalidad de la mujer: La esposa y la madre, que sólo le daban existencia en relación con otro” (Badinter, 1981). Este proceso de emancipación no alcanzó a llegar a la dimensión del poder, este segundo paso fue obstaculizado mediante el nuevo discurso que a partir del siglo XVIII tiende a redirigir a la mujer a su rol “natural” de madre, momento en el que surge ideológicamente el mito del “amor maternal”.
Es importante aclarar que Badinter no niega la existencia del amor maternal en toda época y lugar, lo que cuestiona es su categoría de valor universal y permanente enlazado en la naturaleza humana y necesario tanto para la especie como para la sociedad. En su libro consigue demostrar que en busca de otros objetivos sociales, se dejó a los niños prácticamente abandonados a su suerte, con padres y madres que hacían lo mínimo para ayudarlos a ganar la batalla por la sobrevivencia.
Badinter invierte la explicación tradicional de la indiferencia paterna y materna hacia los niños que según algunos autores era resultado de la alta mortalidad infantil que impedía la formación de vínculos afectivos, dada la enorme probabilidad de muerte en los recién nacidos y niños pequeños. Para ella es precisamente la actitud y sentimiento de los padres hacia los hijos lo que produjo como resultado una alta mortalidad infantil. En el caso de las mujeres, señala que “ganaron las primeras batallas feministas, en detrimento, preciso es decirlo, de sus hijos” (Badinter, 1981). La extensión a intensidad de la indiferencia hacia los niños alcanzó características tales que la autora utiliza los conceptos de “sustituto inconsciente de nuestro aborto” y de “infanticidio encubierto” para calificar dichas prácticas de crianza.
En el análisis de Badinter, incluso el auge de la educación, que Ariès interpreta como muestra de una creciente valorización de la infancia, es visto como manifestación de un interés de los padres en sí mismos (tanto al ver la educación como medio de promoción social como en la idea de lucirse a través de los éxitos de los niños), y hasta como una forma especialmente apta para librarse de la preocupación por los niños, lo que explicaría el uso cada vez mayor del internado.
Junto con los factores de tipo cultural e ideológico, Badinter considera también factores de tipo político y económico. Así, señala que mientras en el Antiguo Régimen se insistía en el valor de la autoridad paterna y en la educación de los que sobrevivían a la primera etapa de la infancia, en razón de que interesaba asegurar la existencia de súbditos dóciles y leales al Rey, a fines del siglo XVIII lo que importaba era la existencia de la mayor cantidad de gente que serviría como riqueza para los Estados. En este contexto el imperativo pasó a ser la supervivencia de la mayor cantidad posible de niños, para lo cual “había que convencer a las mujeres de que se consagraran a sus tareas olvidadas” (Badinter, 1981), labor en la cual se concentraron los especialistas y moralistas, y a la cual se sumó una gran cantidad de mujeres que se mostraron sensibles a estos nuevos requerimientos.
Linda Pollock
En su libro “Los niños olvidados”, Linda Pollock hace un repaso crítico de los autores anteriores, y plantea un uso diferente y más riguroso de las fuentes, concluyendo que, en general, la relación concreta entre adultos y niños se ha mantenido invariable en lo esencial, pese a los cambios operados en el plano de la ideología o de las imágenes de la infancia. Pollock se refiere a los planteamientos anteriores como la “tesis histórica”, que habría señalado básicamente que en el pasado los padres trataron a sus hijos con indiferencia, que no se concebía a la niñez como algo diferente de la adultez, y que los niños eran severamente disciplinados como regla general.
La autora critica el uso de fuentes, que consistieron en manuales de orientación sobre educación y crianza de niños, por no distinguir si reflejaban una realidad existente o si su valor era meramente indicativo, sobre todo en una época en que la mayor parte de la gente era analfabeta y en que comprar libros era un lujo. Otra fuente usual fueron los relatos de viajes, que como fuente presenta el problema de los prejuicios culturales del viajero y suelen referirse a la vida de las clases altas, generalmente con observaciones fugaces.
El análisis de pinturas y grabados, base de los trabajos de Aries, merece severas objeciones a Pollock, que apoyándose en diversos autores plantea que no tiene por qué haber una conexión tan estrecha entre la representación y lo representado, que muchos de los cambios observados obedecen más a razones técnicas y artísticas, antes que a cambios en el modo de considerar a la infancia por la comunidad en general.
En definitiva, Pollock critica a Aries y otros autores el haberse limitado a comentar la prueba iconográfica sin analizarla. Ella prefiere el uso de fuentes más directas tales como cartas, diarios de vida y autobiografías, y utiliza todas las fuentes de forma crítica, teniendo en cuenta los defectos inherentes a cada tipo de fuente, examinándolas en conjunto para tratar de llegar a una síntesis.
Pollock considera que no está demostrado que los hechos del pasado, en los que se basan los autores para construir la tesis histórica, hayan correspondido a la conducta predominante en el común de la población. Con base en la teoría socio-biológica, la autora sostiene la existencia de una constante en el desarrollo de las sociedades humanas en cuanto a la necesidad que tienen los niños del cuidado de sus padres para paliar su indefensión originaria, y para que se les transmita la cultura de su sociedad.
Lo que cambiaría es la forma en que los padres cumplen este rol, pero dentro de metas universales a las que cada cultura da sus respuestas específicas. Un argumento de peso esgrimido por la autora contra afirmaciones relativas a la existencia de maltrato infantil generalizado en el pasado es que, estando comprobado el daño individual y social producido por estas prácticas, no hay evidencia en el funcionamiento colectivo de las sociedades que permita afirmar que estos malos tratos fueran una práctica masiva, de lo cual se concluye más bien que, en general, las distintas sociedades han dado respuestas satisfactorias en este tema.
A diferencia de los autores previamente comentados, Pollock considera que en la historia de la infancia ha existido una continuidad más que cambios drásticos, que son más los elementos comunes que las diferencias en los distintos períodos y sociedades, y que ésta no ha sabido ser explicada por los otros autores. Esta continuidad estaría dada porque la conducta normal de los padres hacia sus hijos ha sido siempre la de otorgar un cuidado adecuado. Los malos tratos y el abandono han tenido lugar aisladamente, casi siempre frente a situaciones sociales extremadamente graves. Sólo estaría comprobado que “algunos padres del pasado carecieron del concepto de niñez, y algunos fueron también crueles con sus hijos” (Pollock, 1990), y únicamente en este sentido la tesis histórica sería correcta.
Lo que sí ha experimentado cambios en el tiempo es la existencia de un discurso sobre la infancia, y el contenido del discurso, pero la conducta real de los padres hacia los hijos y la experiencia concreta de los niños y adolescentes no registran cambios tan dramáticos como los señalados por Aries y Demause. En todo caso, el análisis de Pollock, que escribió en los 80, se centra entre los años 1500 y 1900, no alcanza a referirse a los cambios más recientes.
Hugh Cunningham
Cunningham, autor de libros como “The children of the poor” y “Children and Childhood in Western Society since 1500”, es uno de los autores más recientes en el tema, y presenta la ventaja de distinguir con claridad lo que es la historia de los niños, de la historia de la infancia como concepto. Además, gran parte de su análisis se centra en cómo los cambios operados en la percepción de la infancia como concepto han afectado, sobre todo en el siglo XX, la experiencia concreta de niños y niñas.
En “Children and childhood in Western Society…” Cunningham plantea que los temas definidos por Aries fueron las relaciones entre la acción pública, el pensamiento y experiencias privadas, cuestiones que él trata de abordar en este libro. En la mayor parte de la historiografía reciente, por el contrario, el énfasis ha estado puesto en la cuestión del amor paterno-filial y la historia de la vida privada. Cunningham trata de mantener un equilibrio, teniendo en cuenta, por un lado, que ha existido una interacción entre desarrollo económico, políticas públicas y formas de imaginar el mundo y, por otro, lo que se piensa sobre la infancia y la experiencia de ser un niño.
Refiriéndose a la contradicción entre las dos tesis principales, de Aries y Pollock, Cunningham señala que, mientras el primero casi no analizó el siglo XIX y Pollock detuvo su análisis antes del siglo XX, es precisamente en el siglo XX donde se han producido los cambios más rápidos tanto en la conceptualización como en la experiencia de la infancia, cambios que para ser comprendidos deben ser considerados a la luz de las influencias del pensamiento de los siglos anteriores que han dado forma a la concepción dominante de la infancia (o “ideología de la infancia”).
En la concepción de infancia Cunningham aprecia una continuidad desde la época medieval a los siglos XVI y XVII, marcada por el predominio del cristianismo. En el siglo XVIII comienza a ser dominante una visión secular de la infancia y los niños, y comienzan a operarse cambios significativos tanto en la conceptualización de la infancia como en el trato hacia los niños. En particular, las visiones más influyentes fueron las de Locke y Rousseau, planteando la necesidad de formar hábitos y modelar la tabula rasa que cada persona era al momento de nacer, dando especial importancia a la educación (Locke), o considerando a la infancia como la etapa propia de la felicidad, que se perdería con el contacto con el mundo adulto y planteando la consiguiente necesidad de protegerla instalando barreras y dejando que los niños sean niños (Rousseau). Ambas visiones confluyen hasta el día de hoy en el pensamiento común sobre el tema.
La consideración de la infancia como etapa crucial de la cual dependería el futuro de las naciones y de la humanidad, dio paso a intervenciones cada vez más fuertes del Estado, tratando de asegurar condiciones sanitarias mínimas, legislando en materia de trabajo infantil, y asegurando la educación obligatoria. Al mismo tiempo, a principios de siglo van surgiendo especializaciones profesionales relativas a la infancia, expertos en niños (pedagogos, pediatras, psicólogos, etc.)
Estos cambios produjeron transformaciones sustanciales en la experiencia de niños y niñas, que fueron perdiendo gradualmente su valor económico, y se difundió masivamente la idea de asegurar a los niños una infancia apropiada que era concebida en la escuela. Por otra parte, recién en el siglo XX se produce una disminución drástica en las tasas de mortalidad infantil, que habría sido precedida de los cambios a nivel ideológico. El proceso operado a fines del siglo XIX y principios del XX en cuanto a la pérdida de valor productivo de los niños y la consiguiente valorización emocional de que fueron objeto en sus familias, en que los padres comenzaron a preferir tener menos niños y asegurarles un trato mejor es, según Cunningham, probablemente la transición más grande operada en la historia de la infancia pero, agrega, los niños no la percibieron necesariamente como una liberación.
Mientras a principios de siglo se producía la fijación del territorio conocido como “infancia”, con la influencia de las ideas de Locke y Rousseau y del pensamiento romántico, desde la mitad del siglo XX hasta ahora ha venido operando un proceso inverso que tiende a la desaparición de la infancia (al menos en el concepto aún predominante en el plano conceptual). Este proceso actualmente en curso estaría marcado por el juego de varios elementos que, objetivamente, tienden a eliminar las barreras tradicionales instaladas entre la infancia y la adultez. Estos elementos o fuerzas consisten principalmente en los medios de comunicación masivos, la tendencia a la transformación de niños en consumidores, y el debilitamiento de la autoridad de los adultos. En su conjunto, este proceso tiende a erosionar la idea de infancia como un “jardín de felicidad”, indefensa y necesitada de protección. Se estaría así cerrando el ciclo descubierto por Aries, volviendo a una época en que las fronteras entre ambos mundos eran tan fluidas que parecían no existir.
En cuanto al elemento comunicacional, Cunningham cita a Neil Postman en el análisis de la relación entre la forma principal de comunicación con el concepto ideal de infancia. Postman señala que con la invención de la imprenta surgió un sentido de infancia, ya que la lectura y escritura pasaron a ser habilidades centrales que debían ser enseñadas y entrenadas en una etapa específica que era la niñez, y en un lugar privilegiado que era la escuela, Para aprender a leer y escribir se necesitan atributos como la persistencia, capacidad de concentración y atención, mantenerse sentado y quieto, etc. En cambio, en una cultura audiovisual esas habilidades no son necesarias, y tampoco lo es que a las personas se les enseñe a observar.
Sumado a ello, la televisión ocupa un rol central en la conformación de los niños como consumidores de mercancías, y se ha generado un mercado especializado en la infancia (en 1933 Disney vendió más de 10 millones de dólares en mercancías ligadas a personajes de sus producciones; a fines de los 80 obtuvo unos 344 billones de dólares por licencias de sus personajes; datos señalados por Cunningham, 1995). Los medios de comunicación se instalan en el espacio privado y generan brechas en la relación padres-hijos, socavando la autoridad parental.
En los tiempos actuales, el proceso de crianza descansa cada vez menos en la imposición de la autoridad de los padres, y cada vez más en una especie de negociación entre padres e hijos.
Actualmente podemos presenciar, según Cunningham, una tensión entre la tendencia objetiva a la desaparición de la infancia y el discurso predominante aún anclado en la “ideología de la infancia”. Esta tensión se agrava con la introducción reciente de derechos de los niños, que podrían operar incluso en contra de sus padres. Cunningham señala: “cuando la gente empezó a proclamar que los niños tenían derechos, aquello que tenían en mente eran derechos a una infancia protegida. La Convención de las Naciones Unidas sobre derechos del niño de 1989 no sólo atiende a la protección del niño sino que también a su derecho a ser oído en cualquier decisión que pueda afectarlo o afectarla en su vida”.
“La peculiaridad de fines del siglo XX, y la raíz de mucha de la actual confusión y angustia en relación a la infancia, es que un discurso público que señala que los niños son personas con derecho a un cierto grado de autonomía choca con los resabios de la visión romántica de que el derecho de un niño es a ser niño. La implicancia de lo primero es fusionar los mundos del adulto y del niño, y a lo de lo segundo mantener la separación (Cunningham, 1995)