Las épocas de crisis son tiempos de sospecha. El consenso se rompe. Los vínculos de confianza se debilitan. Los recelos se agrandan. Los enfrentamientos se hacen más ásperos. Los sentimientos se agrietan. La angustia se difunde. En tiempos de crisis incluso se sospecha del cambio.
Los que sueñan con un nuevo orden temen que el cambio sea secuestrado por los conservadores inteligentes, capaces de virar en el último momento para no verse arrastrados por la corriente adversa. En sentido contrario, los conservadores sensibles sospechan de la quietud y se esfuerzan, neuróticamente, a veces, en interpretar las señales y demandas que ignoran los conformistas y los soberbios.
La vida en alerta –una inestable mezcla de inquietud, angustia y curiosidad- es uno de los grandes motores de la evolución humana. El célebre arranque de la película “2001, Odisea en el espacio”, de Stanley Kubrick, nos lo recuerda.
Desde hace medio siglo existe una interesante figura literaria para describir la astucia conservadora ante el cambio. Lampedusa. Un cambio lampedusiano es aquel que describe un círculo y vuelve a colocar las cosas en su punto de partida, al menos en apariencia. En los actuales momentos de crisis, esa palabra de origen siciliano vuelve a ser utilizada con profusión. Para muchas personas es una expresión cínica, cuyo mero enunciado revela una pérfida enemistad con el cambio verdadero y sincero. En una España donde aún prevalece el tópico del “ir de frente” -y “a lo hecho, pecho”-, el oblicuo movimiento lampedusiano no goza de muy buena prensa.
Hoy vamos a recordar sus orígenes. La frase “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”, la escribió Giuseppe Tomasi di Lampedusa en la novela “El Gatopardo”, una de las grandes obras de la literatura italiana del siglo XX. En castellano resulta una frase seca, acerada, terriblemente cínica. En el original italiano hay más musicalidad y movimiento: «Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi». Tomasi di Lampedusa (1896-1957), duque de Palma y príncipe de Lampedusa, fue un noble siciliano, autor de esa única novela, ambientada en su tierra natal durante la Unificación Italiana de 1861.
A su vez, Lampedusa es el nombre de una de las islas más meridionales de Italia (a 205 km. de Sicilia y a sólo 100 km. de las costas de Túnez). Geográficamente africana, es una pequeña isla conocida estos últimos años por ser el punto de arribada de miles de inmigrantes provinentes de Libia y Túnez sin documentación.
Primera paradoja: Lampedusa es hoy un lugar muy poco lampedusiano. Ha conocido con intensidad el cambio de época, para convertirse en punto crítico de una de las fronteras más inestables del mundo: la que separa Europa de África. Nada volverá a ser igual en la isla de Lampedusa.
El duque de Palma (nada que ver con el atribulado duque consorte español) no tuvo suerte con su novela. Giuseppe Tomasi di Lampedusa murió en 1957 antes de ver publicada su obra. El Gatopardo, el más ágil de los felinos, es el emblema de los Salina, una aristocrática familia siciliana que asiste al derrumbe del Absolutismo borbónica en la Italia meridional. La historia del príncipe Fabrizio Salina, en el tránsito del reino de las Dos Sicilias a la Italia Unificada, tras el legendario desembarco de Garibaldi en Marsala, no gustó a las grandes casas editoriales.
Años cincuenta. Años de posguerra y de los primeros albores del consumismo. La nostalgia no estaba de moda. Creían que era un texto demasiado melancólico, alejado del gusto de una época con tres vértices: el neorrealismo, todavía fuerte; el incipiente vanguardismo, y su denominador común, la crítica social. Rechazaron la novela, las editoriales Einaudi y Mondadori, dos de las grandes columnas del templo cultural italiano.
Fallecido el autor, el manuscrito de “Il Gattopardo” acabó olvidado en una caja fuerte del Círculo Italiano del Libro, en Roma. Lo rescató de las telarañas Elena Croce, socia del citado club. Elena, hija del gran filósofo italiano Benedetto Croce, entregó el texto a un amigo escritor llamado Giorgio Bassani, que en aquel momento trabajaba para la editorial Feltrinelli, con sede en Milán. Entusiasmado, Bassani aconsejó su inmediata publicación. El libro tuvo un éxito fulgurante. Una primera edición de 30.000 ejemplares se agotó en pocos días. Feltrinelli había dado en el clavo.
Un año después, en 1959, “Il Gattopardo” obtenía el Premio Strega, el más prestigioso galardón de la literatura italiana. La crítica se hallaba perpleja y dividida. Destacados periodista y escritores de izquierda, como Elio Vittorini, Alberto Moravia y Mario Alicata (máximo responsable de la comisión de Cultura del PCI) tacharon la novela de “decadente” y “reaccionaria”. La crítica católica tampoco fue clemente.
“Es moralmente inaceptable la atmósfera de derrota y muerte que transmite este libro”, escribió Gabriele De Rosa, una de las figuras intelectuales más destacadas de la Democracia Cristiana. El poeta Eugenio Montale, futuro premio Nobel de Literatura (1975) fue uno de los primeros en defender su gran calidad literaria.
El editor Giangiacomo Feltrinelli cosechó un enorme éxito editorial y Giorgio Bassani demostró tener muy buen olfato. Cuatro años después, Bassani también escribiría una extraordinaria novela: “El jardín de los Finzi-Contini”. Otra historia melancólica. “El Gatopardo” tuvo un segundo triunfo con la excelente versión cinematográfica dirigida por Luchino Visconti, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale en los papeles principales.
Segunda paradoja: el aristócrata Visconti, gran creador de atmósferas decadentes, era un cineasta de izquierdas, muy próximo al PCI, al que poco importaron los recelos de sus correligionarios. Hizo una gran película. En el film, el pasaje clave de la novela transcurre con gran rapidez. El momento en que el joven Tancredi le dice a su tío, el príncipe Salina, que hay que apoyar a los revolucionarios garibaldinos para que las cosas sigan en su sitio en Sicilia.
Feltrinelli, Bassani y Visconti erigieron el mito de Lampedusa y en Italia comenzó a hablarse de “gattopardismo” en referencia al cambio cínico cuyo fondo pretende que las cosas sigan igual. La novela transmite, sin embargo, un mensaje mucho más matizado y sutil: el príncipe Salina sabe desde el primer momento que su mundo decae, sin remisión posible. Visconti lo retrató muy bien –quizá con demasiado perfeccionismo- en la maravillosa escena del vals, en la que el príncipe baila con la joven Angelica Sedara, prometida de su sobrino e hija de la nueva burguesía rural ascendente.
El viejo Salina sabe que las cosas van a cambiar, aunque él tenga la astucia de ponerse al frente de los acontecimientos. Da dinero a su sobrino Tancredi para que se una a los garibaldinos, pero se niega a aceptar el cargo de senador que le ofrece un enviado piamontés de la nueva Italia unificada. Es una novela de gran belleza literaria, con dos finales.
Primer final, la muerte de Don Fabrizio:
“Era Ella, la criatura anunciada tantas veces, que venía a buscarle. El tren debía esta a punto de partir. Ella acerco su rostro y, cara a cara, levantó el velo. Y así, púdica y dispuesta a la posesión, le pareció más bella de cuanto la podía haber entrevisto en los espacios siderales. El fragor del mar se calmó totalmente”.
Segundo final, el viaje de Bendicò (cuerpo disecado del perro cazador preferido del príncipe) al cubo de la basura:
“Mientras recogían la piltrafa, sus ojos de vidrio miraron con el humilde reproche de las cosas que se descartan y que se quieren anular. Salió por la ventana y durante el vuelo su figura se recompuso por un instante. Después halló la paz en un montón de polvo, lívido”.
Dos finales y una última paradoja: el editor Feltrinelli. Hombre muy culto, hijo de una familia rica, antifascista hasta la médula –de joven había formado parte de la resistencia partisana-, el izquierdista Giangiacomo Feltrinelli desobedeció como editor el dogmatismo comunista. Publicó “El Gatopardo” en contra de la opinión de la crítica de izquierdas y fue el primer editor en Europa (1957) de “El Doctor Zhivago”, la gran novela de Boris Pasternak, prohibida por los soviéticos. Vendió centenares de miles de ejemplares de ambos libros.
El 15 de marzo de 1972, Feltrinelli fue hallado muerto al pie de una torre de alta tensión cerca de Milán, instalación que, al parecer, había intentado derribar con una carga de explosivos. Totalmente convencido de la inminencia de un golpe fascista en Italia (golpe que no llegó a producirse), había fundado clandestinamente los Grupos de Acción Partisana (GAP), en paralelo a las Brigadas Rojas. Le estalló el explosivo que transportaba por un extraño fallo en el temporizador. El singular editor de “El Gatopardo” nunca fue lampedusiano.