elfaro.net / Publicado el 23 de Julio de 2013 Mientras escucho un fabuloso concierto de Jordi Savall —en ocasión del milenio de una Granada judaica, islámica y cristiana— reflexiono sobre la dificultad de un diálogo semejante en un lugar remoto. Tan remoto como una “isla rodeada de montañas” agrestes.
Si se trata de realizar un diálogo serio sobre el escritor salvadoreño Salarrué desde diversas perspectivas, la cuestión central no consiste en saber quién tiene razón. Parece que la “peleya” —así la llaman los neo-regionalistas— sería una muestra adicional de hombría y masculinidad obsoleta. Ya se sabe que “Mi interpretación” es siempre la correcta.
Les aseguro que no soy fundamentalista para creer que “Mi lectura sagrada” de los textos es la verdadera. Sé que lo humano es más complejo que la unidad mínima de la materia en su dualidad: el átomo, onda y partícula a la vez. Si no hay al menos dos interpretaciones contradictorias de un hecho social, hay simplificación ortodoxa y dictatorial. Hay fundamentalismo en la lectura de un texto.
Tal presupuesto unívoco no es mi intención al formular una hipótesis de lectura. El más simple repaso de “Sentido y referencia” del filósofo alemán G. Frege me certifica que de un número (cinco (5)) existen “sentidos infinitos” (3 + 2 = 4 + 1 = 8 – 3 = 50/10 =…) de referirlo. Y sólo una mente chata pensaría que un legado artístico-literario ofrece un “sentido” más sencillo que el de un número. Ofrece un solo “sentido” verdadero a su “referencia” compleja. Que sólo existe un sentido para referir a una obra se halla muy lejos de mi tentativa de interpretación.
En cambio, el dilema que planteo es por qué las argumentaciones actuales se fundan en la supresión de las fuentes primarias de 1928-1944 para validarse como verdaderas. No sólo se eliminan muchas publicaciones de Salarrué. También se borran todos los comentarios que sus colegas y sus primeros lectores realizan de una obra recién publicada y expuesta.
Parece que vivimos bajo una nueva inquisición o bajo una nueva conquista de América que suprime la documentación original para imponer una nueva verdad. El deseo del presente sustituye las lecturas del pasado. Sólo el orgullo del siglo XXI argumentaría que los juicios críticos sobre Salarrué —digamos en 1932— son todos falsos, mientras nuestras lecturas actuales alcanzan la verdad de sus escritos y de su actuación pública. La paradoja del presente es obvia. Entre más archivos primarios eliminemos de una época pasada mejor la conocemos.
I.
Por fortuna, toda la documentación primaria que publicaré en octubre se halla en EEUU al resguardo de toda quema inquisitorial. Por el silencio en boga, invoco el retorno de lo reprimido, de lo que se tacha y de lo que se suprime para inventar la verdad en el siglo XXI.
Tal es la premisa que cimienta mi hipótesis. Sin supresión de buena parte de los archivos históricos originales, el siglo XXI no puede inventar una interpretación correcta. Como mencioné en un artículo anterior, hay un tercio de los cuentos de barro y sus ilustraciones originales tachadas adrede. Hay obra adicional de Salarrué, dispersa y sin filiación bibliográfica.
Sintomático de ese tachón es, por ejemplo, el “Cuento de barro. Benjasmín” que, con ilustración de Luis Alfredo Cáceres Madrid, aparece junto a una foto del general Maximiliano Hernández Martínez celebrando su legítima ascensión al poder en diciembre de 1931 (Cypactly. Tribuna del pensamiento Libre de América). En síntoma del presente, también se tachan todas las publicaciones y actos públicos de Salarrué en 1932: Centenario a Goethe en la Universidad Nacional junto al gabinete de gobierno, cuentos de barro y teosóficos en revistas oficiales, múltiples reseñas positivas de su obra, muñecas indígenas que “dan risa”, etc. Sólo se cita “Mi respuesta a los patriotas” cuya acusación a los “comunistas”, quienes “habla[n] de degollar [por la] justicia”, ahora la asumen los neo-marxistas con orgullo como testimonio de denuncia. Esto es, de denuncia de “los comunistas pedigüeños” y degolladores (ojo: el anticomunismo no es mío sino de Salarrué).
Hay más de cincuenta juicos críticos sobre Salarrué también tachados adrede. Todo borrón se justifica en el paradójico nombre de la verdad. Esa verdad sería, por ejemplo, que el “Cuento de barro. La botija” restituye los valores indígenas tradicionales, siempre y cuando se omita que tal relato lo celebran y lo publican las esferas oficiales en varias revista tachadas: Boletín de la Biblioteca Nacional, La República. Suplemento del Diario Oficial, Cypactly, etc. Una coincidencia asombrosa reconcilia el proyecto de “liberación de los campesinos” según el martinato, con el de la izquierda que critica su régimen presidencial.
II.
A la escucha del milenario de Granada —sin monofonía religiosa, lingüística ni cultural— jamás invocaría La Verdad. Adopto el humilde ejemplo de las ciencias naturales que se satisfacen al formular hipótesis. Ofrezco simples aproximaciones fundamentadas en una documentación primaria exhaustiva, sin encubrimientos de los archivos nacionales.
Tal hipótesis evidencia la colaboración de las instancias eclesiásticas (misa en el atrio de Catedral en honor del ejército), artísticas (L. A. Cáceres Madrid, J. Mejía Vides, profesores del ejército) e intelectuales (M. A. Espino, A. D. Marroquín, G. González y Contreras, etc., funcionarios del gobierno) al régimen del general Maximiliano Hernández Martínez luego de la “Matanza” de enero de 1932.
Ni siquiera al famoso “poeta del 32”, le interesa el 32 en 1932. Por lo contrario, lo abruma el “sexo” y la “mujer blanca” como verdadero hecho político del año (P. Geoffroy Rivas en Boletín de la Biblioteca Nacional (1932 y 1933)). De igual manera, a Salarrué lo excita “la abertura circular” de una “bella mujer negra desnuda” cuyo cuerpo lo induce al viaje astral (Salarrué, Remotando el Uluán (1932)). De género y política como hechos olvidados…
Tal es el motivo último del encubrimiento. Hay que borrar todo indicio de colaboración con un régimen que el siglo XXI condena, ya que se alaba la obra intelectual de sus colaboradores. Quedo a la espera que —con fuentes primarias de la época— se demuestre lo contrario. Mi hipótesis está sometida a la falsificación por pruebas fidedignas que recabe un trabajo historiográfico exhaustivo.