Sobre la democracia y el autoritarismo en El Salvador. Roberto Pineda. 18 de junio de 2022

Introducción

La lucha por la democracia,  ha constituido el hilo conductor que engarza históricamente los esfuerzos de diversas generaciones de revolucionarios y demócratas salvadoreños,  hombres y mujeres, que han desafiado a las clases dominantes  y han soñado y luchado por un futuro de mayor justicia e igualdad.

Por lo que para la izquierda salvadoreña, las relaciones entre democracia y autoritarismo son una de las claves para la construcción de un modelo alternativo al capitalismo, que permita insertarse  en el debate teórico contemporáneo  sobre alternativas políticas emancipadoras, pero fundamentalmente que sirva de instrumento,  para los desafíos actuales impuestos por una grave situación de regresión y de disputa política  por la hegemonía.

Otra de las claves está relacionada con la economía, con la forma como producimos y distribuimos la riqueza. Y en esta área ha predominado desde la etapa de la conquista española que duró trescientos años, y la etapa de los  doscientos años como república independiente, un sistema capitalista basado en la propiedad privada, en la explotación de los trabajadores rurales y urbanos, en una economía subordinada al mercado internacional.

Esta modalidad capitalista dependiente de economía,  ha venido a fortalecer y complementar la dominación y opresión política, la modalidad autoritaria de ejercer el poder, que ha generado una sociedad  profundamente desigual, excluyente  en el acceso a los recursos para la satisfacción de sus necesidades  básicas,  como empleo, salud, educación, vivienda y seguridad.

Así como una cultura tributaria del autoritarismo, que reproduce desde la familia, la escuela, la iglesia, la clínica de salud, el lugar de trabajo y de  esparcimiento, el partido político, el equipo de futbol, relaciones ideológicas basadas en la violencia, el sometimiento, la obediencia  y la resignación. 

Democracia y autoritarismo

Cuando hablamos de democracia nos referimos a una forma de gobierno, a un régimen político caracterizado por la existencia de un sistema de partidos múltiples,  procesos electorales, una prensa independiente, alternancia en el gobierno, respeto a libertades públicas y derechos humanos, y separación e independencia de poderes del estado.

Cuando hablamos de autoritarismo  nos referimos a una forma de gobierno, a un régimen político, caracterizado por la existencia de un partido único o hegemónico,  ausencia o falsos procesos electorales, una prensa sometida,  y donde están conculcados en diverso grado las libertades públicas,  y los poderes del estado obedecen,  sea a un dictador civil o militar, que se aferra al poder  y rechaza la alternancia.

En nuestro caso, el autoritarismo, desde la creación del estado salvadoreño en 1841, ha sido la modalidad  del poder adoptada por las clases dominantes, -mediante dictadores o partidos oficiales- fueran estas sectores socio-económicos o fracciones políticas, como la oligarquía independentista añilera, la oligarquía cafetalera, el estamento militar  y últimamente la pequeña burguesía populista.

Los espacios democráticos  para la organización, educación política,  movilización e incluso acceso a parcelas de poder formal, por parte de la izquierda y sectores populares, han sido posibles alcanzarlos fundamentalmente  mediante la lucha social y política.

El periodo abierto con los Acuerdos de Paz de 1992, luego de una guerra de doce años, y cerrado “democráticamente” en el 2020,  constituye el único periodo donde  por vez primera hubo una frágil e incipiente democracia, por lo que amerita recuperarlo, no como el corolario de la lucha sino como el espacio más adecuado para avanzar en la construcción de una democracia cada vez más participativa.

La dilucidación por la izquierda de este problema entre democracia y autoritarismo,  desde un marxismo crítico, es un claro elemento estratégico para definir un programa de transformaciones de la sociedad salvadoreña,  que permita definir un rumbo político orientado a conquistar la democracia, como el camino para romper con el capitalismo, y abrir la posibilidad de una nueva sociedad, que algunos en la izquierda seguimos llamando socialismo.

Y en este terreno hay varias posiciones en la izquierda, hay algunos que creen que debe rechazarse todo tipo de libertades democráticas porque están al servicio de los intereses de la burguesía, otros opinan que deben ser utilizadas como medios, instrumentos  para tomar el poder y luego descartarlas, y otros que consideramos que deben formar parte esencial de cualquier tipo de proyecto emancipador.

A continuación exploramos esta temática, entre democracia y autoritarismo, desde distintos ángulos, como las experiencias internacionales, nuestra experiencia nacional, el debate sobre democracia entre liberales y marxistas, elementos de una perspectiva emancipadora y conclusiones.

Experiencias internacionales

El modelo de socialismo sin democracia política

La primera revolución socialista  en Rusia de octubre de 1917 y las siguientes del siglo XX, china, vietnamita, cubana, fueron  un modelo de socialismo sin democracia política, donde la economía centralizada desde el estado/partido era lo fundamental y determinante.

Lenin lo justificó debido al bloqueo y ataque del capitalismo internacional que exigía una férrea disciplina  y el aplastamiento de toda disensión interna,  pero Stalin lo convirtió en modelo universal de gobierno socialista, la llamada dictadura del proletariado, válida para la lucha de todo el movimiento comunista internacional.

El cual a su vez fue amarrado a un modelo organizativo de partido único basado en el centralismo democrático y a una dogmática ideológica, el marxismo-leninismo.  Y sus principales alternativas en el siglo XX –trotskismo, maoísmo-fueron también autoritarias y deterministas: las leyes económicas determinan la política.  

Con el derrumbamiento del modelo de socialismo real, encabezado por la Unión Soviética  en 1989/1991, el autoritarismo político que  lo había caracterizado y además precedido (zarismo) siguió vigente (Yelsin, Putin), no obstante algunos esfuerzos tardíos por  renovarlo, que no evitaron su caída. Fue el caso de la Perestroika y el glasnost, pero Gorbachov (1985-1991) fracasó en su intento de impulsar una reforma política para transformar a la URSS. Y al final la URSS se desintegró y Rusia es hoy un país que retrocedió del socialismo al capitalismo.

Los proyectos de reforma económica sin democracia política

En el caso de China fue diferente porque Deng Siao-ping a partir de la muerte de Mao en 1976, impulsó una reforma económica, que permitió la inversión extranjera, la transición al capitalismo, pero sin tocar el modelo político de “partido dirigente”, y lo mismo han hecho los vietnamitas  desde 1986 con el llamado Doi Moi.

En el caso de Cuba desde 1993 –con avances y retrocesos- se marcha por la misma ruta, pero en este caso existe un esfuerzo por renovar el modelo de socialismo, con muchas dificultades derivadas del bloqueo y agresión internacional por parte de Estados Unidos, pero asimismo del peso de una cultura autoritaria, heredada de la influencia ideológica soviética.

Por otra parte, los proyectos actuales de Irán, Turquía, y otros países siguen este modelo, capitalismo sin democracia política y el proyecto de los populistas de derecha  en Estados Unidos, opuestos a la globalización neoliberal, con Trump a la cabeza, pretenden lo mismo, así como los proyectos de Bolsonaro en Brasil  e incluso de Bukele en El Salvador.

El modelo de socialismo democrático capitalista

Por otra parte, la lucha por la democracia política en el marco del capitalismo, fue enarbolada por los partidos socialdemócratas  que adoptaron como lema el socialismo democrático, a lo cual se sumaron luego los partidos demócrata cristianos. 

Ambos proyectos políticos fueron derrotados y cooptados por la ofensiva neoliberal de los años ochenta del siglo pasado, que es la que originó el tipo de globalización que hoy se encuentra en crisis y está siendo desafiada incluso mediante la guerra en Ucrania, a partir de la crisis de la burbuja financiera de las hipotecas en 2007-2008.  

Pero  durante un largo periodo de tiempo que inicia a partir de la posguerra de la segunda guerra  mundial, el modelo keynesiano en Estados Unidos y socialdemócrata en Europa,  lograron éxitos en garantizar mediante la conciliación de clases, el estado de Bienestar, con elevados niveles de vida de sus poblaciones, particularmente en los países escandinavos.

Experiencia nacional

La lucha de la izquierda y sectores democráticos–en sus diversas expresiones-por libertades democráticas durante casi todo el siglo XX,  constituye la herencia sobre la que puede y debe construirse un nuevo proyecto político  emancipador para este siglo XXI.

Todo el proceso de reconstrucción de la izquierda y el movimiento popular luego de la derrota de enero de 1932, estuvo orientado a construir las alianzas civiles y militares que permitieran el derrocamiento de la dictadura militar del General Martínez,  y abrir  la posibilidad de un régimen democrático.

La Guerra Popular Revolucionaria de 1980 a 1992 tuvo como eje central  la derrota  del régimen autoritario representado por la dictadura militar de derecha. Y los acuerdos de paz de enero de 1992 reflejaron el anhelo popular de construir un régimen democrático, que respetara las libertades públicas, y en el cual, la izquierda desde la vía electoral, pudiese ir acumulando espacios de poder formal hasta alcanzar el gobierno, como efectivamente ocurrió en 2009.

La experiencia de diez años en el gobierno (2009-2019) fue una riquísima experiencia sobre las posibilidades de diseñar programas de mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares, pero a la vez sobre los múltiples recursos con que cuentan las clases dominantes para cooptar y asimilar a los revolucionarios, mediante la administración del estado.

En nuestro caso,  diez años de gobierno significaron para la izquierda revolucionaria, la clausura de un proceso de acumulación política de cuarenta años y una derrota no solo de carácter electoral,  sino también político, y más grave aún, una derrota ética, que llevara tiempo superar. 

El debate sobre democracia entre liberales y marxistas

La diferencia fundamental entre los social demócratas y los marxistas con respecto  al problema del poder  y al modelo de régimen político, radica en que para los socialdemócratas, la democracia es el fin exclusivo, el punto de llegada, es una visión reformista, mientras que para nosotros forma parte del fin  pero no es todo el horizonte, es un punto de partida.  

Para nosotros una democracia política solo es válida en la medida que promueva la organización, conciencia y movilización popular por una democracia social, por transformaciones, por la ruptura con el sistema capitalista.

Hacia una alternativa democrática emancipadora

A partir de nuestra  experiencia como izquierda política  y social, heredera de una vieja tradición autoritaria, es preciso delinear las vigas maestras de nuestro proyecto democrático, el cual para ser válido y significativo,  no puede tratarse exclusivamente de un manifiesto político, hacia afuera, sino de un compromiso serio a lo interno, desde la militancia, con una práctica democrática, debido a que no podemos ofrecer lo que no tenemos.

Solo una práctica democrática desde nuestra base y desde nuestras relaciones con los sectores populares, puede garantizar y proyectar un horizonte, una alternativa democrática emancipadora de país.

Una definición inicial del proyecto es su naturaleza, su carácter, su horizonte y en este sentido hablamos de una democracia que permita, desde sus valores esenciales, avanzar al socialismo, en un proceso dialéctico en el cual haya coherencia entre medios y fines, entre el camino democrático y el horizonte socialista, entre dirigentes y dirigidos, entre el respeto a la libertad  individual y a los intereses de la colectividad.

Hablamos de un proyecto democrático emancipador,  de izquierda, que rechace cualquier tipo de modalidad de capitalismo, sea la del modelo neoliberal o la del modelo socialdemócrata, ambos al servicio del mercado y de las ganancias.

En nuestro caso el componente ético es esencial, la coherencia entre nuestras palabras y nuestros hechos.  Y esto en el marco de una forma de lucha como es la electoral, que permite el acceso a peligrosos espacios de poder y privilegio, desde los cuales las clases dominantes ejercen la cooptación y la asimilación ideológica y política. 

Un compromiso con la lucha por los derechos humanos: políticos, económicos, sociales, culturales, ambientales. En el centro de nuestra agenda debe estar el compromiso por la educación, salud, seguridad, vivienda, agua, alimentación, empleo de los sectores populares, defender su naturaleza de bienes públicos y luchar contra su privatización.

Un compromiso con la lucha  por la igualdad y equidad de género, que rechace cualquier tipo de discriminación  y violencia contra las mujeres  y promueva relaciones de género basadas en el respeto a la diversidad.

Un compromiso  con la lucha porque nuestro proyecto sea mayoritario. No podemos ni debemos imponer nuestras ideas por muy progresistas y avanzadas que pretendan ser.

Conclusiones

En el marco de una compleja situación internacional y nacional, en la que el capitalismo globalizador con Biden a la cabeza, y desde una visión  liberal, aparece como adalid de los valores e instituciones democráticas; la izquierda salvadoreña debe retomar las tradiciones que la han acompañado a lo largo de su atribulada historia: compromiso inclaudicable con los sueños de justicia social, mediante el acompañamiento a las luchas populares contra el autoritarismo, por la democracia y el socialismo.

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