Tres familias controlan los medios de comunicación

Tres familias controlan los medios de comunicación

Estos periódicos y canales de televisión son los que más influencian la vida nacional, se consideran dueños de la verdad y de la moral. Son ellos los que definen ante la opinión pública quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Su poder de intimidación es muy grante. Ni antes ni ahora estos medios han representado a la libre expresión y el libre mercado, por el contrario, son responsables de que ambas libertades sigan limitadas en el país.

Última actualización: 22 DE SEPTIEMBRE DE 2014 12:30 | por Joaquín Villalobos

Cuando en noviembre de 1989 un grupo de militares pertenecientes al Batallón Atlacatl asesinó a seis sacerdotes jesuitas, el gobierno de entonces sostuvo que el autor del crimen había sido el FMLN. Esa fue la versión que los medios de comunicación sostuvieron y propalaron, pese a que dicha versión estaba totalmente en contra de lo que un mínimo de sentido de común señalaba. Una comisión especial de “notables” viajó por el mundo diciendo que el FMLN era el culpable. Aquella mentira se volvió insostenible por absurda, pero en ese momento el papel de los medios fue tratar de encubrir un crimen e inventar un culpable.

Una trama similar intentaron los medios con el magnicidio del Arzobispo Romero y, cuando más de mil personas fueron asesinadas por la Fuerza Armada en el caserío el Mozote, en Morazán, su trabajo fue ocultar la matanza. Sobran historias como éstas. La relación entre poder económico, poder político y poder mediático en nuestro país es muy antigua. Los medios fueron un pilar fundamental del autoritarismo, defendiendo fraudes electorales, desprestigiando opositores y creando miedo. Pero no sólo con los derechos humanos y las libertades actuaron de manera perversa, igual escondieron la forma corrupta en que se realizaron las privatizaciones o la venta ilegal de la producción de energía geotérmica durante el gobierno de Francisco Flores. El poder mediático del país ha permanecido concentrado en sólo tres familias que son propietarias de los dos principales periódicos y de los tres canales de televisión de mayor difusión. El resto de medios son demasiado débiles para hacerles contrapeso.

Los tres canales han sido protegidos de cualquier competencia y los dos periódicos nunca pagaron impuestos hasta que el actual gobierno y una mayoría legislativa por fin se los impuso. Estos medios son parte del poder oligárquico que domina la economía nacional y sus propietarios participaron del negocio de las privatizaciones. Una de ellas le “ganó” un juicio al Estado por el que obtuvo más de diez millones de dólares. En 1984 el presidente Duarte hizo intentos por balancear el poder mediático abriendo la frecuencia de canal doce y cerrando las cuentas de gobierno a uno de los periódicos que le hacía una oposición feroz. Cuando el ingeniero Duarte salió de la presidencia, enfermo de cáncer terminal, levantaron contra él y su partido una implacable campaña acusándolos de corrupción. El empresario Jorge Emilio Sedán, ya fallecido, libró una larga y desigual batalla por lograr, como propietario de canal doce, un mejor balance en televisión y, de igual manera, fue desprestigiado; al final, esa lucha le costó mucho dinero y probablemente su salud.

Estos periódicos y canales de televisión son los que más influencian la vida nacional, se consideran dueños de la verdad y de la moral. Son ellos los que definen ante la opinión pública quiénes son los buenos y quiénes son los malos en cualquier situación. Su poder de intimidación sobre la clase política y todos los sectores sociales es muy grande, son en realidad temidos. Esta concentración de poder mediático es dañina para la democracia y para la competencia económica. Ni antes ni ahora estos medios han representado la libre expresión y el libre mercado, por el contrario, son responsables de que ambas libertades sigan limitadas en el país.

La guerra y la lucha civil democrática obligaron a que la Fuerza Armada dejara de ser usada para matar opositores y a que los votos se empezaran a contar bien. Instituciones cada vez más independientes y neutrales como la Policía, la Corte Suprema y la Fiscalía no nos cayeron del cielo, fueron conquistadas a sangre y fuego. Por esas luchas tenemos por primera vez en la historia un ex presidente procesado por corrupción. Sin embargo, nuestro país continúa en transición por dos caminos que son igualmente importantes. Por un lado, la emergencia de nuevos poderes económicos y mediáticos que hagan contrapeso al poder oligárquico y, por otro, el fortalecimiento de las instituciones y la legalidad que deben ir consolidando el nuevo orden democrático.

Sin contrapesos a la concentración de poder económico y mediático no habrá legalidad, ni justicia que valgan. La clase política, la academia, los jueces, los magistrados, los fiscales, los policías, los periodistas, los empresarios y toda la sociedad estará sometida a la voluntad de un puñado de familias por el miedo a perder empleos, contratos, cuentas o a que su imagen sea destrozada por los medios de comunicación. Sin balance en el poder económico y mediático, las banderas de transparencia y respeto a las instituciones acabarán convertidas en los nuevos mecanismos de defensa de los oligarcas, ahora conocidos como G20, aunque sean menos de diez. La mayor aspiración de estas familias pudientes es que sus opositores sean como un bonsái: árboles enanos decorativos condenados a no crecer. Sin un balance en el poder económico y mediático, efectivamente, esos opositores serán enanos que adornan lo que ellos podrían presentar como democracia.

De la misma manera que el persistente ataque a las empresas de ALBA, ligadas al FMLN, está dirigida a evitar que la izquierda tenga poder económico; la campaña contra la concesión de canal once a un grupo de inversionistas, entre los que participa Ángel González, un empresario de origen mexicano, va dirigida a evitar la competencia y un mejor balance en el poder mediático del país.

En televisión, técnicamente las frecuencias de 1 al 13 son las de mayor poder de difusión. De las seis frecuencias que estuvieron disponibles cuando comenzó la televisión en el país, las tres primeras han estado en poder de una sola familia desde 1956, el canal 8 fue entregado a una Fundación Católica para evitar se convirtiera en competencia de las primeras, el 10 es la Televisión Nacional, y el 12 fue abierto hasta 1984. Es decir que existe un monopolio en televisión que ahora goza de antigüedad, tradición, cobertura y, sobre todo, de gran fortaleza económica. Esta situación se repite con los dos periódicos. Los medios de menor poder son como sardinas peleando contra tiburones. En realidad, en un mercado tan pequeño, es en extremo difícil competirles a los tiburones si no hay socios con suficiente poder económico. La concentración de poder mediático y la inexistencia de contrapesos ha generado conflictos entre gobierno y medios en Argentina, Ecuador, Venezuela e incluso en México. En los tres primeros el conflicto se tornó en enfrentamiento, pero en México la solución ha sido abrir la competencia y ese debería ser nuestro camino.

La oligarquía vendió todos los bancos a consorcios ingleses, estadounidenses y colombianos; vendieron la cementera a los suizos de Holcim, la productora más grande del mundo; vendieron las comunicaciones a corporaciones españolas y francesas, la cerveza a una multinacional sudafricana y la línea aérea a empresarios colombianos. Todo esto fue en la oscuridad y de esos negocios el Estado no recibió ni propina. Vendieron y se volvieron socios de multinacionales en nombre de la globalización y del libre mercado, pero cuando apareció un magnate mexicano queriendo invertir en Televisión se han alzado para defender la transparencia, el interés nacional y denunciar que la Patria, la democracia y la libre expresión están en peligro. Parece un chiste, se han asustado con su propia política de abrir el mercado, la única diferencia es que ahora no son ellos los socios.

Se argumenta contra González su capacidad de entenderse con gobiernos de izquierda y derecha, ¿acaso no es eso la esencia del pluralismo y la independencia? En nuestro país jamás ha existido independencia de los grandes medios o, ¿es independencia tener relaciones sólo con los gobiernos de derecha? La política exterior durante los gobiernos conservadores no fue pragmática, sino ideológica y puso al país en todas las alianzas anticomunistas posibles. El caso Flores-Taiwán es sólo la punta del iceberg de quién sabe cuántos cientos de millones que pagó Taiwán durante décadas para hacer contrapeso a China. Si la Justicia funciona, quizás sepamos el destino de diez millones, pero del resto no sabremos nunca adónde fueron a parar.

La visión ideológica en las relaciones exteriores ha retardado el acercamiento a un mundo transformado en el cual China es ahora más importante que Taiwán. El surgimiento de nuevas elites de poder no está ocurriendo sólo en nuestro país, sino en todo el continente. Suramérica ya no está más en manos de dictadores de derecha. Es cierto que la situación de Venezuela es crítica, pero eso no devalúa el petróleo ni los dólares que llegan al país. Por otro lado, las economías de Ecuador, Bolivia y Nicaragua están creciendo exitosamente y, aunque no se compartan sus ideas, no se debe meter en un solo costal a todos los gobiernos bolivarianos.

El poder político para gobernar es temporal, el poder de los medios es permanente. En nuestro país, los dueños de los principales medios son los mismos desde hace más de medio siglo. El control del poder para gobernar se resuelve con elecciones y el de los medios con la competencia. Sin competencia en el mercado los grandes medios tendrán siempre un enorme poder político. El pastel publicitario del país es de aproximadamente 100 millones de dólares anuales. El 80% de ese pastel se lo comen tres familias: con la televisión el 40% y con los dos periódicos el 20% cada uno. Como decía el gran Cantinflas: “ahí está el detalle”.

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