Ante la guerra que se está desarrollando en Ucrania, la mayor parte de la izquierda argentina se ha colocado del lado de Rusia. En varios casos, de manera tácita. Son los partidos y referentes que condenan la invasión, pero niegan el derecho de los ucranianos a recibir armas de la OTAN para defenderse. Como si al ejército ruso se lo pudiera enfrentar con palos y piedras.
Por otro lado, están los que se alinean explícitamente detrás de Putin y los suyos. En este respecto, el argumento más extendido gira en torno al anti-imperialismo. Según este enfoque, los agresores son EEUU, la UE y la OTAN. Estos buscarían imponer una relación neocolonial con Ucrania y otros países que estuvieron bajo la órbita soviética y, por sobre todas las cosas, debilitar o someter a Rusia a su dominio. De manera que al invadir y arrasar a Ucrania los rusos se estarían defendiendo del ataque imperialista. Con el agregado de que, como explicó Putin en su debido momento, el régimen de Zelensky es “fascista” (o “nazi”). Otro motivo para considerar liberadoras a las tropas rusas.
¿Y el derecho de Ucrania a la autodeterminación, a su existencia como nación? Respuesta: es de importancia secundaria frente al ataque del imperialismo americano y europeo. Es cierto que Rusia es imperialista, pero se opone al “enemigo principal”, la OTAN, Washington y el gobierno pro nazi de Ucrania, y esto es lo que pesa. En cambio, defender el derecho a la autodeterminación de los ucranianos equivale a colocarse del lado de la derecha. ¿Y la destrucción de Ucrania? Pues es el costo de luchar contra la agresión de los imperialismos occidentales.
Argumentos de larga data
Cuando leo estos argumentos no puedo no recordar que los compartí en mi juventud. Es que entre 1968 y principios de 1969 fui militante de la Federación Juvenil Comunista, y como tal defendí la invasión de la URSS y otros países del Pacto de Varsovia a Checoslovaquia. En aquellos tiempos el relato era que el verdadero agresor de Checoslovaquia no era la URSS, sino los imperialismos yanqui y alemán que fomentaban la contrarrevolución. Por estos días he vuelto sobre aquellas justificaciones a partir de la lectura de “La intervención soviética en Checoslovaquia y el debate en el comunismo argentino”, de Juan Manuel Cisilino (Ponencia en las X Jornadas de Sociología de la UNLP, 2018; está en la web). Es llamativo cómo los argumentos se repiten casi intactos.
Efectivamente, según el PCA 1968, los contrarrevolucionarios y sus agentes, aprovechándose de errores de la dirección checoslovaca, habían logrado contraponer las organizaciones de masas al Partido y enfrentar a la juventud con los mayores. Además, la contrarrevolución había infiltrado agentes –disfrazados de turistas- portando armas, dinero e instrucciones para llevar adelante un golpe contrarrevolucionario. Por eso, la intervención militar de los países del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia era en defensa de la clase obrera y para “salvaguardar al régimen socialista amenazado por el revanchismo germano-occidental”. Más precisamente, la OTAN quería “reeditar la marcha hacia el este de Hitler, provocando la invasión lisa y llana a los países socialistas hasta llegar a la URSS”. En este marco, el derecho a la autodeterminación del pueblo checoslovaco era una cuestión muy secundaria. Algo similar ocurría con las libertades de opinión, prensa, organización, desplazamiento y similares. Eran derechos burgueses que en aquellas circunstancias solo servían al ataque contrarrevolucionario.
Como es conocido, no fue solo Checoslovaquia. A pesar de haber sido una de las principales consignas del programa bolchevique en 1917, el derecho a la autodeterminación fue avasallado una y otra vez. Para mencionar solo casos notorios: Georgia (1920); Finlandia (1939); Alemania Oriental (1953); Polonia (1939, 1956, 1981); Hungría (1956); Afganistán (1980). Por entonces el justificativo era “defender las conquistas socialistas”. Hoy vale el “hay que detener al imperialismo”. Pero permanece lo sustancial: las libertades democráticas (y la autodeterminación es un derecho democrático burgués) pueden ser arrasadas, contra la voluntad de las masas, en nombre “del objetivo superior”.
Una grieta insalvable en la izquierda
En notas anteriores he presentado argumentos contrarios a estas posiciones. En particular, destaqué la importancia de defender las libertades democráticas y su relación con el proyecto socialista (véase por ejemplo aquí y aquí). Los defensores, o justificadores, de las posiciones “a lo Putin”, responden con el tradicional “agente de la OTAN”, “funcional a la derecha”, y similares. Pero al margen de los calificativos, lo relevante es que estamos ante diferencias ideológicas profundas, que se mantienen a lo largo de las décadas. Ejemplificando la situación, en una nota en 2016 escribí:
“El señor A, en nombre del socialismo, aplaude la invasión de la URSS a Checoslovaquia; se niega a condenar a la dictadura argentina de Videla; apoya activamente a Mengistu (y los bombardeos al Frente de Liberación de Eritrea); elogia el régimen de los Kim en Corea; y apoya a Al Assad. El señor B, también en nombre del socialismo, toma exactamente las posturas opuestas: critica la invasión soviética a Checoslovaquia; pide la condena de Videla en los foros internacionales; critica al régimen de Corea del Norte; se opone a Mengistu (y a las masacres de eritreos) y apoya las rebeliones contra el régimen de Al Assad” (aquí). Agregaba que las diferencias no se debían a falta de información, sino a concepciones fundamentales y distintas en base a las cuales se procesa la información.
Pues bien, hoy las posturas siguen tan opuestas como siempre. Así, el señor A apoya la invasión rusa a Ucrania –política de tierra arrasada incluida- y dice que la autodeterminación nacional de Ucrania es irrelevante (o, peor, funcional al imperialismo). Y el señor B rechaza la invasión rusa, defiende la independencia nacional de Ucrania y el derecho de los ucranianos a defenderse armas en mano. Es la “grieta” -¿la más profunda?- al interior de la izquierda de conjunto. De Checoslovaquia 1968 (y antes, por supuesto) a Ucrania 2023. Por ningún lado hay visos de que esta división se vaya a superar en los próximos años, o décadas.