Un país en busca de autor. José Napoleón Rodríguez Ruiz. Mayo 16, 1990

Ya no podemos vivir por vivir, sino

para crear lo nuevo. Ese es el himno

de la época moderna que sobreviene

como nueva necesidad cuando la

estrella y el fuego, la rosa y el tigre

murieron dentro de nosotros.

Erich Gutkind

¡Sí! Había muerto el tigre y el fuego dentro de nosotros. Hace mucho tiempo empezaba a morir … al Wurm y al Wisconsin siguen la tibieza y el calor, la nueva vida; al austroloide americano, los olmecas, los mayas, los aztecas, los incas, los izalcos, la nueva vida; a la comunidad primitiva, la comunidad agraria y un esclavismo especial, la vida nueva. Y ya en la deformidad de la Conquista, la Colonia y un empezar a morir casi de golpe.

Pero aún ante la muerte, la alegría de vivir nos embriaga y destruye la agonía, el miedo.

En un instante desaparecía un mundo que había tardado milenios en formarse, los viejos dioses mayas se convertían en demonios, la tierra en algo extraño, ajeno, de repente todo fue pasado y nada fue pasado y todo miedo. Pero aún ante la destrucción, la alegría de vivir nos invade e intentamos resucitar el sol que nos robaron.

En la conjunción se produjo el aplastamiento, la tortura del grillete, de la hacienda y de la mina. Un trotar más rápido hacia la muerte.

Pero aún ante los dioses inventados, la alegría de vivir nos invade e

intentamos resucitar el fuego que nos prohíben encender.

No era el temor al rayo, a la lluvia torrencial o a la tierra seca, a los volcanes o a su lava. No, era un miedo nuevo al hombre, al diferente, al colono, al hacendado. Pero aún ante el conquistador, la alegría de vivir nos embriaga y buscamos despertar al tigre.

Y de repente fue un ayer que agonizó para la Historia. Los ídolos navegaron en el tiempo como animales que se ahogan, los templos mugieron bajo la tierra, su nueva sepultura. Las pirámides quedaron desiertas, estáticas, mudas. También en este caso las cosas mostraban su rostro, el más feo.

Por mirar al futuro nos convertíamos en estatuas de sal.

Sin embargo, entre las ruinas surgían hombres que buscaban crear lo nuevo. Resucitar la estrella, el fuego, la rosatigre que todavía estaban allí para romper dimensiones y asaltar el cielo. ¡Sí! Allí estaban.

¿Por qué tanto dolor en esta tierra tan hermosa, como la primera lluvia que cayó sobre el planeta, como la vida en su primer asomo, como un antropoide erguido?

II

El territorio salvadoreño es en gran parte de origen volcánico y en buena parte, volcanes, en pleno trópico. Formó parte de Mesoamérica.

Por ello desde cualquier sitio se divisan sus montañas y sus cerros.

Y desde cualquiera de estos se mira siempre el mar, los cafetales rojos, los algodonales, los cañaverales.

Verdes, rojos, azules, blancos, muy apretados en un pequeño territorio de apenas veinte mil kilómetros cuadrados. Y ahora, también desde cualquier sitio se oye, se siente, se sufre, la guerra, una guerra que ya dura veinte años … en su última fase.

Tal vez la historia de El Salvador, su gloria y su tragedia, como la de muchos pueblos, encuentre una síntesis periodizada en la vida de algunos hombres verdaderos navegantes o descubridores del alma nacional, acusadores de las fuerzas antihumanas que impiden el cambio.

Nos encontramos así con Atlacatl y Tekij, cuando la Conquista; con Alfonso y Martín, dos negros ahorcados para una Semana Santa, en plena Colonia; con Pedro Pablo Castillo, Júpiter y Anastasio Aquino a buscar la verdadera independencia, la que todavía no llega; con Farabundo Martí, Luna, Zapata, Chico Sánchez o Miguel Mármol en este siglo, quienes intentaron la primera gran revolución en Centroamérica.

En El Salvador los años sesenta son el preludio de la sinfonía revolucionaria que estaba por componerse, inconclusa por de pronto, o que tal vez desembocará alguna vez en el gran canto a la alegría.

Los años sesenta son para El Salvador una década que contiene, que anuncia, todo lo que estaba por suceder. Que da y hace madurar rápidamente los individuos indispensables para cumplir las tareas históricas urgentes. Los nombres son innumerables: Raúl Castellanos, Schafíck Handal, Rafael Aguíñada, Daniel Castañeda, Salvador Carpio y los jóvenes que más tarde se convirtieron en miembros del ejército que formó el pueblo y que aún sostiene la guerra.

En las letras -y las letras en este caso no están divorciadas de la política ni de la guerra- está la figura síntesis, la que en muchos sentidos resume y asume nuestra tragedia, la gloria y el dolor de dos o tres décadas: Roque Dalton.

(Por supuesto que los nombres de Roberto Armijo, Manlio Argueta y Alfonso Quijada Urías son sujetos plenos de este proceso social complejo que hemos vivido en El Salvador.)

Roque murió a punto de cumplir los cuarenta años, el 10 de mayo de 1975. Mucho se escribió entonces sobre él. Mucho se ha escrito desde entonces sobre Dalton.

Pero los análisis merecen y exigen una revisión exacta y objetiva. Así llegaremos a comprobar probablemente su dispersión, fragmentarismo y superficialidad, la de los análisis, por supuesto. Desde luego, los hay de una importancia tan grande como los de Benedetti y Galeano.

Pero aún sumados los mejores, no encontramos un resultado que permita, por un lado, entender El Salvador de aquellos años, mucho menos del actual, ni siquiera los aportes literarios y políticos de Roque Dalton. Las acusaciones y reproches de Octavio Paz, desde luego, merecen una consideración, aun cuando desde muchos puntos de vista son vulnerables, a la luz de lo que se entienda por poesía y de la relación general, en arte, entre forma y contenido.

Queremos simplemente recordar un breve párrafo de Eduardo Galeano en la revista Casa de las Américas No. 94: «La poesía de Roque era, como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto. Le sobraba valentía y por lo tanto, no necesitaba mencionar el coraje. Nada más ajeno a la retórica del sacrificio que la obra de este militante que nada ahorró de sí ni quiso nada para sí».

Así como para el burgués el dinero no significa nada si no se transforma en fuerza de trabajo; así como al campesino lo separan de la tierra para llevarlo hasta las fábricas; y así como separan la tierra del campesino para convertirla en materia prima; así como el imperio asalta el planeta y convierte continentes en colonias; así como el despojo es el ahorro del capitalismo, así El Salvador está especialmente unido al dolor a ser tierra irredenta, como dice el campesino.

Hablar de esa esencia y su catarsis es en buena cuenta hablar de Roque Dalton; y hablar de Roque Dalton es, sin duda alguna, hablar de esa catarsis. Porque Roque no se conformó como Durrel, con odiar a su país de una manera creadora sino se hundió en él hasta palpar su tuétano maligno, hasta apurar todo su cáliz.

Nosotros que tuvimos la oportunidad, no solamente de conocer a Roque, de ser grandes amigos, de acompañarlo al escribir conjuntamente dos piezas teatrales, de sostener correspondencia cuando su estadía en Praga, de conversar con él en La Habana, en 1972, poca antes de su retorno a El Salvador para ingresar al ERP, organización polítíco-militar; y de verle una vez, en plena clandestinidad en 1974, poco antes de morir, comprendemos a cabalidad la importancia que tendría un estudio profundo de su obra y de su vida. Pero un estudio de verdad profundo vendría a ser como descubrir verdaderamente a El Salvador, tal vez el prólogo de la guerra, que en parte sufre ya Centroamérica y que podría convertirse en el canto a la alegría, pese a los aires de «Pax romana» que soplan por el mundo.

III

A mediados de los sesenta Dalton se encontraba en Praga y trabajaba en la revista Problemas para la paz y el socialismo, que se había convertido o estaba por convertirse en revista internacional. Allí publicó un artículo sobre la problemática de la revolución en Latinoamérica (parece ser que el artículo fue previamente discutido con Maydanik, un conocidísimo analista social soviético). Creernos que anticipaba una de las rutas de la revolución que probablemente seguirían nuestros pueblos.

Comprendía las siguientes necesidades: a) la incorporación de grandes masas al torrente revolucionario, b)la voluntad real y colectiva para superar la creciente destrucción de las economías nacionales por obra de los grandes monopolios por todas las vías, c) la necesidad de empuñar las armas, d) un alerta hacia la acción de los intereses imperialistas en las siguientes direcciones: 1) penetrando al máximo con sus agentes de seguridad a los ejércitos de las burguesías u oligarquías criollas, 2)si lo anterior no fuese suficiente, asumir las funciones de los ejércítos, especialmente las represivas, directamente.

Ahora que signos de una paz muy especial aparecen en Centroamérica, debemos comprender que la situación es la siguiente. Objetivos de los enemigos del pueblo: a) aplastar los ejércitos del pueblo o desmantelarlos, b) sustituir en toda la medida posible las funciones de los ejércitos de la clase dominante, c)en ciertos sitios sustituir por completo a los ejércitos en su conjunto o a las fuerzas de seguridad: Panamá y Costa Rica. Y a la base de todo ello, como lo anticipó Dalton en aquel artículo, la destrucción de las economías nacionales.

La consigna de la reducción de los efectivos militares justa por principio implica el grave riesgo que indicamos, de donde al mismo tiempo que se lucha por la desmilitarización deben redoblarse los esfuerzos en la lucha antiimperialista y denunciar sus planes de ocupación.

El artículo, de una gran lucidez, anticipaba al mismo tiempo la conducta de Roque, que tras unos años en La Habana se trasladó al corazón de la lucha, y a la muerte.

En nuestras conversaciones en La Habana, me narró los argumentos o el argumento de su último libro, que había hecho del conocimiento de todos, su título: «Un libro rojo para Lenin». Resulta que Lenin resucita y empieza a recorrer las calles de Moscú. Como es un genio, después de visitar las fábricas y de conversar con la gente, llega a la conclusión de que las fuerzas contrarrevolucionarias han triunfado en la Unión Soviética, y como es un revolucionario, inmediatamente intenta fundar un nuevo partido que tenga por objeto recuperar el poder para el pueblo.

Al principio, las fuerzas de seguridad no le hacen caso, pero a medida que transcurre el tiempo, gana más y más adeptos hasta convertirse en una verdadera fuerza nacional. Le capturan e internan en un manicomio. Solo un espíritu libre y revolucionario pudo escribir ese libro que parcialmente permanece aún inédito.[1]

IV

El nivel filosófico de un ideólogo no depende de la profundidad con que sepa penetrar en los problemas de su tiempo, de su capacidad para saber elevarlos a la altura «suprema» de la abstracción filosófica, de la medida en que las posiciones de clase cuyo terreno pisa le permitan ahondar hasta lo profundo de esos problemas y llegar hasta el final de ellos solamente. Roque lo comprendió así y por eso fue a militar allá abajo, donde los problemas se engendran y donde una práctica consecuente puede alcanzar su solución. Pero comprendía exactamente los límites y alcances de el «solamente». Por ello se preparaba en mil novecientos setenta y cuatro al análisis de la ideología de la clase dominante salvadoreña, desde diversos puntos de vista, entre ellos, el siquiátrico.

Con Dalton habíamos conversado mucho sobre lo que era una clase enferma. Comprendíamos cuanta razón tenía Lukacs, al señalar que con Hitler se llegó en Alemania a la popularización demagógica de todos los motivos especulativos de la reacción filosófica más descarada, a la coronación ideológica y política del proceso de desarrollo del irracionalismo, y que si aplicábamos creativamente su pensamiento vertido en el Asalto a la razón al proceso social salvadoreño, tendríamos que descubrir hasta el fondo un irracionalismo esquizofrénico en los Barones del café.

(Ahora que probablemente habrá una «paz», al menos firmada, en El Salvador, las fuerzas sociales conscientes deberán tomar en cuenta una clase -la dominante- ebria de locura, que de cierto modo continuará guiando los destinos del país y volver los ojos al caso Colombia).

(Recordemos también las palabras de Kierkegaard en su Mensaje literario, sobre que cada cual debe trabajar por sí solo para obtener su propia salvación o el mundo dejaría de persistir, que parecen informar a los asesinos de tanta gente, de Ellacuría, Montes o Monseñor Romero).

Bretch ha señalado que en los grandes procesos revolucionarios es difícil establecer cuanta destrucción es necesaria. Ahora bien, la destrucción es un producto de la acción violenta de las masas, o de la actividad reaccionaria y brutal de ciertas minorías; pero también de la acción de sus escritores.

Roque Dalton nos ofrece hasta los cuarenta años una producción dura, llena de amargor, muchas veces, con agruras literarias o repleta de un júbilo trágico, frente a una Patria desnudada que duele, con su corona de espinas; que sufre y sufrirá, sabrá el diablo por cuánto tiempo más. La ironización de la realidad es alcanzada en su prosa y en su verso casi siempre.

Pero aparecía siempre levantado el dedo acusador hacia una clase dominante que Roque conocía muy bien, y cuya brutalidad es evidente.

Ahora bien, queremos en este momento referirnos a un plan suyo, insinuado en una carta inédita dirigida a un gran siquiatra salvadoreño, quien nos hizo el favor de proporcionarla.

«Ahí te van los primeros materiales de estudio. Te iré enviando los que vaya recortando (para comenzar con una determinada unidad vamos a ver primero todos los aparecidos en el año 73). Aunque te propusimos le entraras al problema desde tu terreno, desde tu especialidad, es evidente que se trata más de ubicar una sicología, de ubicar una ideología ( en el mero sentido marxista: conciencia falsa). Tú ubicarías las connotaciones psicopáticas de esa ideología y de los individuos que las publicitan.

Por eso es que además de los tipos más evidentemente “malígno-tataratas” (tatarata, en salvadoreño significa: alocado y bobo) (C. y Ramírez, Castellanos, Aguilar, Clares, etc.)

Te envío materiales de otros que los circundan y que le ponen a la ideología básicamente fascista los aderezos del misticismo… cree que independientemente de la importancia que podrá llegar a tener este trabajo, nos vamos a divertir mucho porque hay cada tipo que es para que Julio Cortázar lo meta en su próxima colección de «piantados» (sobados del closh, en salvadoreño)… Se parte de un concepto irracional de la cultura, que prescinde de un criterio científico básico: se le mezcla la superstición, el oscurantismo, los delirios, con conocimientos científicos y filosóficos mal digeridos o mal comprendidos.

Esto es muy bueno para ellos en la tarea de desorganizar la cabeza de la clase obrera…!

Además de la carta, Roque se había preocupado por la disparatada ideología de los escritores burgueses, entre ellos, por monseñor doctor Francisco José Castro y Ramírez, del cual tenía recortados unos ciento cincuenta pequeños artículos. En muchos de ellos, el sacerdote clamaba en contra de los comunistas, pidiendo su liquidación moral y física, en otros, contra las minifaldas, en contra de la guerra, por ser castigo del pecado.

Únicamente vamos a transcribir un párrafo de uno de sus artículos del 23 de junio de 1973, subrayado por Roque, y en el cual aparecen notas de su puño y letra que señalan «sexo y delirio». Apareció en El Diario de Hoy, uno de los de mayor circulación en El Salvador. El artículo fue titulado así: «¿Phainoméridas con sombreros eclesiásticos ?»:

«Para contestar satisfactoriamente la pregunta del epígrafe, tuve que consultar a helenistas de renombre que bucean en viejos palimpsestos. Pero solamente aseguran que existieron muchachas que preferían exhibir los muslos desnudos … Entonces, urge correr hacia el tiempo de la cibernética, de los vuelos espaciales y del post-Concilio (se refiere a Medellín), cuando reina la autodemolición denunciada por Paulo VI; se filtra el humo de Satanás por resquicios sigilosos de expertos y peritos; cuando algunos clérigos truecan atavíos y también su crucifijo por el breviario de Mao y la metralleta de los pistoleros …» Y prosigue el artículo condenando a la Iglesia progresista con invocaciones grietas y a los curas que utilizaban sotanas cortas. Otro artículo seleccionado es de un señor Barón Ferrufino sobre Chile, su título: «Se ha salvado una Patria o más vale tarde que nunca», que inicia así: “Al fin y gracias a Dios, a las mujeres, al numeroso y sufrido gremio de los transportistas, a las gloriosas tres armas de las Fuerzas Armadas Chilenas, a los Carabineros y al pueblo responsable se salvó Chile de las garras de la bestia apocalíptica llamada vulgarmente comunismo.» El artículo compuesto de tres partes elogia las matanzas de Pinochet y reclama la profundidad de la represión con expresiones místicas y religiosas.

De esa forma, en El Salvador se mata, se tortura, se asesina en nombre de Dios y de una serie de valores como libertad, catolicismo, paz social, el mundo libre, etc.

No es el objeto de esta intervención agotar este tema, de suyo complejo y difícil, pero sí señalar que a base de la guerra y el genocidio yace la más desaforada mística oscurantista y que es muy difícil cambiar un pensamiento que se ha venido cimentando durante largos años, e imposible que ese cambio se produzca en corto tiempo.

V

El Salvador está en busca de muchas cosas. A punto de crear grandes revoluciones en diversos momentos de su historia, diversas circunstancias han impedido el triunfo.

Roque Dalton, cuando llegó por última vez a El Salvador, creía que «esta vez sí». ¡Llegó por fin el turno del ofendido! Y se disponía

a ser el autor que tanto ha buscado El Salvador. Su autor literario y su autor social. La muerte truncó todos sus planes. Como en un mundo kafkiano empapado de sangre, donde los personajes no solamente hablan sino matan, donde se proclama la ruptura, una ruptura espantosa que no viene a ser sino la continuación de escombros para unos y poder y riqueza para otros.

No es raro en ese mundo que un director de un diario importante tenga como filósofos preferidos a Nieztche y Wittgenstein. Y tácitamente tiene como consigna las conocidas frases de este último: «El pensamiento es el gran transformador y casi podríamos decir que el gran tentador. El acto mismo, el pensamiento se convierte en la gran responsabilidad, en el pecado esencia del hombre».

A nosotros los que todavía vivimos a pesar de ser salvadoreños toca hacer algo: continuar en la gran tentativa de crear lo nuevo, de resucitar la estrella, el fuego, la rosa y el tigre, que no han muerto del todo entre nosotros.

Mayo, 16, de 1990

La Universidad, Número 28 (enero-marzo, 2016)


[1] El presente texto fue escrito en 1990

Dejar una respuesta