Lo principal de la doctrina de Marx es el haber puesto en claro el papel histórico universal del proletariado como creador de la sociedad socialista.
¿Ha confirmado esta doctrina el curso de los acontecimientos sobrevenidos en el mundo entero desde que la expuso Marx?
Marx la formuló por vez primera en 1844. El Manifiesto Comunista de Marx y Engels, aparecido en 1848, ofrece ya una exposición completa y
sistematizada, sin superar hasta hoy, de esta doctrina.
A partir de entonces, la historia universal se divide claramente en tres grandes períodos: 1) desde la revolución de 1848 hasta la Comuna de París (1871); 2) desde la Comuna de París hasta la revolución rusa (1905); 3) desde la revolución rusa hasta nuestros días.
Lancemos una ojeada a las vicisitudes de la doctrina de Marx en cada uno de estos períodos.
I
En los comienzos del primer período, la doctrina de Marx no era, ni mucho menos, la imperante. Era sólo una más de las numerosísimas fracciones o corrientes del socialismo. Las formas de socialismo que predominaban eran, en el fondo, afines a nuestro populismo: incomprensión de la base materialista del devenir histórico, incapacidad de discernir el papel y la importancia de cada una de las clases de la sociedad capitalista, encubrimiento de la esencia burguesa de las reformas democráticas con diversas frases seudosocialistas sobre el “pueblo”, la “justicia”, el “derecho”, etc.
La revolución de 1848 asestó un golpe mortal a todas esas formas aparatosas, heterogéneas y chillonas del socialismo premarxista. La revolución muestra en todos los países las distintas clases de la
sociedad en acción. La matanza de obreros que la burguesía republicana hizo en las jornadas de junio de 1848 en París demostró definitivamente que sólo el proletariado es socialista por naturaleza. La burguesía liberal teme cien veces más la independencia de esta clase que cualquier reacción,
sea la que sea. El cobarde liberalismo se arrastra a sus pies. Los campesinos se conforman con la abolición de los restos del feudalismo y se pasan al lado del orden, y sólo a veces vacilan entre la democracia obrera y el liberalismo burgués.
Toda doctrina de un socialismo que no sea de clase y de una política que no sea de clase se acredita como un vano absurdo.
La Comuna de París (1871) coronó este decurso de las transformaciones burguesas; sólo al heroísmo del proletariado debe su afianzamiento la república, es decir, la forma de organización del Estado en que las relaciones de las clases se manifiestan de la manera menos encubierta.
En los demás países europeos, un devenir más confuso y menos acabado conduce a la formación de esa misma sociedad burguesa. A fines del primer período (1848-1871), período de tempestades y revoluciones,
Muere el socialismo anterior a Marx.
Nacen los partidos proletarios independientes: la
Primera Internacional (1864-1872) y la socialdemocracia alemana.
II
El segundo período (1872-1904) se distingue del primero por su carácter “pacífico”, por la ausencia de revoluciones. El Occidente ha terminado con las revoluciones burguesas. El Oriente aún no está maduro para ellas.
El Occidente entra en la etapa de preparación “pacífica” para la época de las transformaciones venideras. Se constituyen por doquier partidos
socialistas de base proletaria que aprenden a utilizar el parlamentarismo burgués, a montar su prensa diaria, sus instituciones culturales, sus sindicatos y sus cooperativas. La doctrina de Marx obtiene un
triunfo completo y se va extendiendo. Lento, pero constante, prosigue el proceso de reclutamiento y concentración de fuerzas del proletariado, que se prepara para las batallas venideras.
La dialéctica de la historia es tal que el triunfo teórico del marxismo obliga a sus enemigos a disfrazarse de marxistas. El liberalismo, podrido por
dentro, intenta reavivarse bajo la forma de oportunismo socialista. Los enemigos del marxismo interpretan el período de preparación de las fuerzas para las grandes batallas en el sentido de renuncia a estas batallas.
Se explican la mejora de la situación de los esclavos para la lucha contra la esclavitud asalariada en el sentido de que los esclavos pueden vender por unos céntimos su derecho a la libertad.
Predican pusilánimes la “paz social” (esto es, la paz con el esclavismo), la renuncia a la lucha de clase etc. Tienen muchos adeptos entre los parlamentarios socialistas, entre los diversos funcionarios del
movimiento obrero y los intelectuales “simpatizantes”.
III
Aún no se habían cansado los oportunistas de ufanarse de la “paz social” y de la posibilidad de evitar los temporales bajo la “democracia”, cuando
se abrió en Asia una nueva fuente de tremendas tempestades mundiales. A la revolución rusa siguieron las revoluciones turca, persa y china. Hoy
atravesamos precisamente la época de esas tempestades y de su “repercusión” en Europa.
Cualquiera que sea la suerte reservada a la gran república china, frente a la cual se afilan hoy los colmillos las diversas hienas “civilizadas”, no habrá
en el mundo fuerza capaz de restablecer en Asia el viejo feudalismo ni de barrer de la faz de la tierra el heroico espíritu democrático de las masas populares de los países asiáticos y semiasiáticos.
A algunas gentes, que no se fijaban en las condiciones de preparación y desarrollo de la lucha de las masas, las había llevado a la desesperación
y al anarquismo la larga demora de la lucha decisiva contra el capitalismo en Europa. Hoy vemos cuán miope y pusilánime es la desesperación anarquista.
No desesperación, sino ánimo debe inspirar el hecho de que ochocientos millones de personas de Asia se hayan incorporado a la lucha por los mismos ideales europeos.
Las revoluciones asiáticas han puesto de manifiesto la misma falta de carácter y la misma ruindad del liberalismo, la misma importancia excepcional que tiene la independencia de las masas democráticas, el mismo deslindamiento neto entre el proletariado y la burguesía de toda laya. Quien, después de la experiencia de Europa y de Asia, hable
de una política que no sea de clase y de un socialismo que no sea
de clase, merece simplemente que se le enjaule y se le exhiba junto a algún canguro australiano.
Europa ha comenzado a agitarse después de Asia, pero no a la manera asiática. El período “pacífico” de 1872-1904 ha pasado para siempre a la historia. La carestía de la vida y la opresión de los trusts enconan más que nunca la lucha económica, que ha puesto en movimiento hasta a los obreros ingleses, los más corrompidos por el liberalismo. La crisis política
sazona a ojos vistas hasta en Alemania, el país más “pétreo”, de los burgueses y los junkers. La desaforada carrera de los armamentos y la política del imperialismo hacen de la Europa actual una “paz social” que se parece más que nada a un barril de pólvora. Mientras tanto, la descomposición de todos los partidos burgueses y la maduración del
proletariado siguen su curso incontenible.
Desde que apareció el marxismo, cada una de estas tres grandes épocas de la historia universal ha venido a confirmarlo de nuevo y a darle nuevos
triunfos. Pero aún será mayor el que, como doctrina del proletariado, le rendirá la época histórica que se avecina.
Publicado el 1 de marzo de 1913 en el núm. 50 del periódico “Pravda”.
T. 23, págs. 164.