La época colonia en América Latina
1. Los objetivos de la colonización
Para 1492, España se había consolidado como una de las primeras naciones europeas que, en la era moderna, se unificaron bajo un gobierno central. Esto se había logrado después de varios siglos de lucha armada contra la presencia musulmana en la Península Ibérica, la así llamada “Reconquista” desde el norte. Con la expulsión de los últimos moros del sur, en Granada, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón –los Reyes Católicos– aseguraron su dominio del nuevo reino unificado que ahora era España. También en ese año se decretó la expulsión de los judíos (o su forzosa conversión al cristianismo), y se publicó la primera gramática del castellano (Antonio de Nebrija 1441-1552).
Estos datos revelan tres de las bases ideológicas y políticas con que se inició la expansión española en América. En primer lugar, había un ejército muy organizado y ansioso de nuevas conquistas heroicas en nombre del cristianismo. En segundo término, el Catolicismo, el idioma español y el absolutismo de la Corona eran los elementos unificadores de la nueva identidad nacional. Y un tercer factor, no menos importante, era la ambición expansiva, en busca de riquezas para premiar a los héroes de la Reconquista y sostener una economía basada en la guerra y en la posesión de tierras. Ya que el comercio comenzaba a florecer en Europa, la compra y venta de mercancías era una dinámica social fundamental que utilizaba el oro y la plata como monedas de cambio. Así lo afirma el historiador Peter Winn (Americas: The Changing Face of Latin America and the Caribbean. Berkeley: U of California P, 1999):
It was late medieval Castile that shaped Spanish America’s society and stamped its culture with a set of values that were the product of Spain’s long Reconquest of its territories from the Moors completed in 1492, the same year that Columbus “discovered” Hispaniola. They were crusader values, which stressed the role of the warrior and the Church, and assumed the inherent justice of European rule over people of darker hue, alien culture, and heathen beliefs (40).
Así pues, la colonización de América tenía, en la esfera ideológica, una misión evangelizadora: cristianizar heroicamente el mundo, por conversión o por miedo. A escala política, su papel era expandir el dominio de la Corona española, consagrada a la fe católica. En el campo económico, había que encontrar metales preciosos, competir comercialmente con el resto de Europa, y dar tierras a los héroes españoles y a la Iglesia. Por eso la conquista fue una operación fundamentalmente militar, pero también evangelizadora, que avanzó en busca de oro y de plata hasta el extremo sur del continente, con la esperanza de encontrar el legendario “dorado”. Son típicas las imágenes de los conquistadores españoles con sus armaduras y caballos, siempre acompañados de sacerdotes católicos, convirtiendo a los indígenas o luchando contra ellos, y fundando ciudades en nombre de Dios y del rey.
Una vez conquistado un vasto terreno, el esfuerzo militar pronto se concentró en neutralizar la intervención de otras potencias en la zona, tales como los bucaneros ingleses. Además, la Corona española estableció un fuerte monopolio comercial sobre sus territorios de ultramar, y una estructura autoritaria, burocrática y jerárquica que duró más de tres siglos y que hasta el presente continúa influenciando de muchas maneras la cultura, enconomía y política de la región.
2. Las estructuras políticas y sociales
Pocas décadas después de la llegada de Colón, la administración española ya tenía una jerarquía muy organizada en Las Indias, que se consideraban parte del territorio nacional. El rey delegaba directamente su autoridad a un noble español con el título de virrey. Durante el siglo XVI se establecieron dos virreinatos: el de Nueva España, creado en 1535 con capital en la ciudad de México, incluía todo el territorio del antiguo México (desde Nuevo México, Texas, California hasta lo que hoy es Guatemala); y el de Nueva Castilla, establecido en 1543, cuya capital era Lima, que reemplazó al Imperio Incaico (hoy Ecuador, Perú y Bolivia). Con menor jerarquía política, había territorios más militarizados, gobernados por capitanes: las capitanías de Guatemala (hasta lo que hoy es Panamá), de Cuba (que incluía La Española y Puerto Rico), de Venezuela y de Chile. En el siglo XVIII se crearon otros dos virreinatos: La Nueva Granada, con capital en Bogotá (1739), y Buenos Aires, con capital en La Plata (1776).
Además de los virreyes, existía en América una institución judicial llamada la Audiencia, constituida por unos ocho oidores que controlaban a las autoridades políticas. Los virreyes, además, eran visitados con frecuencia por representantes del rey para supervisar su fidelidad a la Corona. Este complicado aparato político respondía, en parte, a la preocupación constante de la Corona española por controlar sus territorios en América. Pero también reflejaba los debates internos del gobierno español, que por un lado fomentaba el afán de lucro y el trabajo forzado de indígenas y de africanos, pero por otro lado expedía leyes para proteger los derechos cristianos de los indígenas y prevenir los abusos. La autoridad era contradictoria y difusa. Un dicho común en las colonias era: “la ley se acata pero no se cumple”, es decir, se reconocía el mandato del rey, pero sus leyes tenían poco impacto en la práctica. Por ejemplo, por razones religiosas y políticas, en todos los territorios españoles estaba prohibido el tráfico de esclavos –los traficantes de esclavos eran ingleses, franceses, portugueses y holandeses, pero en realidad la compra y venta de esclavos africanos fue una parte fundamental de la economía colonial.
La pirámide social de las colonias ibéricas era bastante fija, y estaba basada en una clara distribución desigual de la riqueza, el trabajo y la raza. En la cima de la pirámide, con el mayor poder político y económico, estaban los españoles venidos de Europa. Junto a ellos, pero con menor influencia política, estaban los criollos: americanos de “pura sangre” española que generalmente eran latifundistas y tenían pleno acceso a la educación. En el estrato medio, casi siempre artesanos o pequeños propietarios de tierras, estaban los mestizos: estos eran una mezcla de indígena y español. En escala descendiente había un gran número de otras “castas” o mezclas raciales: mulatos (negro y español), zambos (negro e indígena), etc. Por fin, en la base de la pirámide y destinados a los trabajos más duros en las minas y la agricultura, estaban los indígenas y los esclavos africanos.
Estas estructuras políticas y sociales también se expresaban en el desarrollo urbanístico. Las ciudades se organizaban alrededor de una plaza mayor central, donde se hacía el mercado semanal, y donde se encontraba el palacio de gobierno y la iglesia principal o catedral. Cerca de la plaza vivían las personalidades más influyentes –autoridades, familias adineradas de españoles o de criollos–, y estaban los conventos y las universidades. En la periferia vivían los ciudadanos de menor categoría: mestizos, mulatos, indígenas. Así, las ciudades reflejaban la estratificación de la colonia, basada en la “pureza” de sangre española, y con muy pocas posibilidades para ascender en la escala social. Pero esta estructura expresa también el continuo contacto entre clases y grupos diferentes en la plaza mayor, para el mercado, las Audiencias, y las festividades religiosas que, además del contacto sexual entre las distintas castas, creó el sincretismo cultural y racial que hoy caracteriza a América Latina.
3. La vida económica y cultural
La economía colonial tenía tres bases: la agricultura, la minería y el comercio. La mayor riqueza venía de la explotación de minas de oro y de plata, como la de Potosí en Bolivia, o la de Zacatecas en México. Los cultivos de algodón y los ingenios de azúcar también fueron de gran importancia, especialmente en el Caribe y Brasil. Los españoles y los criollos eran los propietarios y administradores de las tierras, mientras que los indígenas y los esclavos africanos eran la mano de obra, tanto en las minas como en los cultivos agrícolas. Era típico de los colonos españoles considerar indigno el trabajo físico, como lo declaró Hernán Cortés al llegar a América: “No he venido a arar la tierra como si fuera un campesino”. Esta tradición de mantener una minoría privilegiada en el poder político y una mayoría pobre dedicada al trabajo agrícola y manual está todavía hoy arraigada en la organización social de la mayoría de los países latinoamericanos.
Los indígenas, que no eran esclavos sino ciudadanos, estaban obligados a trabajar mediante instituciones basadas en los impuestos o en la “protección” militar. Dichas instituciones eran la mita (impuestos que se pagaban con tiempo de trabajo) y la encomienda (tierras “protegidas” por un español que debía asegurarse del bienestar de los indígenas, quienes a cambio trabajaban gratuitamente para él). La metrópoli española tenía el monopolio del mercado, así que era prohibido el comercio de unas colonias con otras: todas enviaban sus mercancías directamente a España. Sin embargo, el contrabando y la piratería eran prácticas comunes. La industria nunca fue una parte muy significativa de este monopolio, y fundamentalmente se concentraba en la manufactura de algunos productos para el consumo doméstico (ropa, alimentos, ladrillos, etc.). Los criollos y los mestizos generalmente controlaban este tipo de industrias locales.
Pero no todo en la colonia era explotación económica o burocracia política. La vida cultural también se manifestó a través de instituciones educativas (controladas por la Iglesia), arte y festivales religiosos, periódicos, expediciones científicas, la creación de una dieta nueva y variada, la producción arquitectónica, una rica tradición de leyendas orales y una producción literaria basada en la crónica y en la poesía. En paralelo con la estructura social, los virreinatos españoles en América tenían pocas instituciones educativas para el pueblo en general, pero establecieron desde muy temprano prestigiosas universidades para los españoles y los criollos, los futuros administradores. En Lima, por ejemplo, se fundó la Universidad de San Marcos desde 1552, la cual ha continuado funcionando hasta hoy.
La censura de libros por parte de la Inquisición católica fue más estricta en América, donde estaban prohibidas todas las novelas, incluyendo la famosa obra de Miguel de Cervantes. Por lo tanto, el cultivo literario se concentró en las crónicas históricas y en la poesía. En la práctica, sin embargo, había un contrabando continuo de novelas europeas: se ha descubierto que en 1605, el mismo año en que se publicó El Quijote, había en Cartagena (Colombia) y en Lima numerosos volúmenes de esta obra (¡la ley se acata pero no se cumple!). Además, desde 1535, funcionaban muchas imprentas en las ciudades hispánicas de América. La escritora más famosa de la época colonial, y probablemente una de las mentes más brillantes que produjo el Nuevo Mundo, fue Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), quien desde niña impresionó a la corte de la Nueva España por sus vastos conocimientos. Esta genial escritora, que se hizo monja para poder cultivar la actividad intelectual sin las restricciones del matrimonio, fue célebre por sus poemas barrocos, villancicos y obras teatrales, así como por su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), que defiende el derecho de las mujeres a la educación.
Fue esta herencia múltiple y contradictoria, llena de posibilidades y limitaciones, la que dio forma a lo que hoy se llama América Latina. Su estética barroca, su diversidad étnica, sus paradojas económicas y sociales, encuentran sus raíces en la historia colonial, en la que las nuevas potencias europeas luchaban por la tierra y el trabajo de indígenas y africanos. En el proceso, tanto América como Europa se transformaron e influenciaron mutuamente, en relaciones verticales en cuanto al poder político y económico, pero horizontales u oblicuas respecto al patrimonio cultural.