En las academias y las universidades aquellos que quieren estar en la izquierda del espectro político y desmarcarse de cualquier compromiso y militancia reales en el movimiento, o tratan de justificar su oportunismo, suelen defender lo que en los medios pequeñoburgueses snobistas se conoce como “Teoría Crítica”.
Por alguna razón, que sólo algunos iniciados conocen, muchos de los que sostienen las ideas de ésta corriente, conocida como Escuela de Frankfurt, afirman que es continuadora de las ideas de Marx. En realidad el marxismo clásico está tan alejado de esta escuela como lo está del posmodernismo.
No es difícil adivinar el porqué de la popularidad de ésta corriente en las universidades, la Escuela de Frankfurt es una escuela que adopta poses y frases izquierdistas al mismo tiempo que rechaza a las masas trabajadoras porque están idiotizadas irremediablemente y no son tan inteligentes como estos sabios que predican sobre enajenación desde sus torres de marfil -que, por cierto, es una forma de enajenación elitista que curiosamente no fue analizada por estos ‘genios’-, hablan de revolución -la que sucede sólo en su imaginación- sin necesidad de quitarse las pantuflas, la revolución y la lucha de clases se sustituye por el “terrorismo y el radicalismo terminológico” y la “lucha de frases”.
En realidad en sus ideas no existe un solo átomo de novedad, el mismo pastiche de los hegelianos de izquierda, que Marx y Engels derribaran en la Ideología Alemana y La Sagrada Familia, es presentada como la versión radical para los pequeñoburgueses y snobs ‘inteligentes’ que odian la banal sociedad de mercado pero desprecian a las masas. En éste texto haremos un análisis del texto fundacional de ésta escuela: Dialéctica de la Ilustración de Max Horkheimer y Theodor Adorno con la esperanza de que los lectores de la Teoría Crítica contrasten las profundas ideas de Marx con las superficialidades infantiles de estos héroes de salón.
Los testaferros de ésta escuela: Herbert Marcuse y Jürgen Habermas serán abordados en otro texto. Tan sólo digamos que Marcuse, quien trabajaría para la CIA durante la segunda guerra mundial (más bien en su antecesora la US Office Strategic Services), argumentará en su obra más emblemática El Hombre Unidimensional que la alienación y el control de los aparatos de dominio es tan totalizador que vuelve imposible cualquier intento de trascender el sistema desde dentro, los obreros ya no son más una clase revolucionaria, en su lugar sólo cabe la utopía de que sectores de la sociedad como los estudiantes, los oprimidos, los lúmpenes, los pueblos de los países coloniales -por supuesto para el snob intelectual mientras la revolución suceda más lejos mejor- puedan desencadenar un movimiento “antisistémico”.
La enajenación, que para Marx es un proceso dialéctico que en momentos críticos es roto y se convierte en su contrario, es para Marcuse un fenómeno absoluto dado de una vez y para siempre. Marcuse apoyaría el movimiento estudiantil surgido en la décadas de los sesentas aunque sólo fuera para inocular con sus prejuicios posmodernos al movimiento estudiantil -por eso algunos consideran a Marcuse como teórico del movimiento hippie. La apelación de Marcuse a los que más sufren, en contraposición al movimiento obrero, es tan novedosa como el viejo anarquismo de Bakunin y el viejo movimiento populista ruso.
La última versión de ésta escuela es Jürgen Habermas, el mismo que durante la toma de los estudiantes del Instituto de Investigaciones Sociales en Frankfurt, llamó a la policía para que reprimiera a un movimiento que inicialmente se inspiraba en ésta “heroica” escuela.
Habermas sostendría que en el “Capitalismo tardío” las crisis periódicas del capitalismo han sido superadas –que ésta estupidez fuera dicha en el umbral de la crisis de 1974 dice todo sobre las perspectivas de éstos “genios”- y, por lo tanto, es posible una “acción comunicativa” o un diálogo no utilitario entre todos los miembros de la sociedad que permita la emancipación; ésta idea es tan inteligente como querer que el león y su presa dialoguen, para que el primero se alimente de chayotes en vez de carne. ¡Estas tonterías son las que se enseñan en las universidades como grandes teorías políticas que han dejado a Marx obsoleto!
Este estudio tratará de mostrar las posiciones encontradas entre el marxismo revolucionario y el posmodernismo de pseudoizquierda. En 1931 fue fundado, por Max Horkheimer, el Instituto de Investigación Social, en la Universidad de Frankfurt Alemania, con el objetivo de la “autosuperación de la filosofía en orden a su realización”. Inicialmente, el Instituto realizó investigaciones bajo la óptica del marxismo.
Las tesis que abordaremos en el presente ensayo son las expresadas por Max Horkheimer y Theodor Adorno en Dialéctica de la Ilustración, publicado en 1944, elaborado después de que emigraron a EUA tras el ascenso del nazismo. El abismo entre la Filosofía Crítica y el marxismo clásico queda especialmente patente en la explicación que Adorno y Horkheimer hacen del “fracaso” de la ilustración en su conocida obra Dialéctica de la Ilustración.
A partir de este punto abordaremos la concepción materialista de la historia de Marx y Engels, la idea de progreso, el papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, el análisis del fascismo y el papel de las masas en los procesos revolucionarios, todo a la luz de la concepción de ilustración y la explicación de su fracaso hecha por los fundadores de la llamada Filosofía Crítica.
Marxismo Clásico y Teoría Crítica: dos contextos dos respuestas
Existen diferencias marcadas entre el contexto en el cual Marx y Engels comenzaron a elaborar la teoría marxista y el contexto en el cual Horkheimer y Adorno redactarían la obra conocida como Dialéctica de la Ilustración.
En rasgos generales, podemos afirmar que el marxismo nace, entre otras cosas -como proceso de industrialización y maquinización, primeras huelgas obreras, etc.-, como resultado de la revolución continental que afectó Europa en 1848, en esta coyuntura Marx y Engels escribieron el famoso Manifiesto Comunista; mientras que Dialéctica de la Ilustración fue escrita en el contexto del ascenso del fascismo y la derrota de ofensivas importantes del proletariado (por ejemplo la revolución alemana de 1933, la revolución española); a grandes rasgos, podemos decir que la diferencia entre el nacimiento del marxismo y la redacción inicial de Fragmentos Filosóficos (Dialéctica de la ilustración) está entre una coyuntura de ascenso del capitalismo y otra de contrarrevolución y decadencia del capital. Por ello muchos comentaristas señalan que la Teoría Crítica ha superado al marxismo y sus dogmas en el progreso de la humanidad, sin embargo tal afirmación es falsa.
Es verdad que en el periodo en el cual se escribió Dialéctica de la ilustración veíamos a un péndulo histórico girando marcadamente hacia la derecha en la forma del ascenso del fascismo, pero para tener una imagen completa de las diferencias entre estas escuelas debemos percatarnos de que aun cuando el Manifiesto Comunista fue escrito como un texto propagandístico y agitativo ante una coyuntura revolucionaria, el marxismo de Marx y Engels se mantuvo incólume en sus planteamientos esenciales: lucha de clases, el papel del proletariado, las crisis periódicas, el papel de las fuerzas productivas, dialéctica materialista, etc., no sólo durante periodos revolucionarios sino durante prolongados periodos de repliegue e incluso reaccionarios.
El proceso de desarrollo del marxismo con Marx y Engels no se dio en un contexto homogéneo sino que abarcó tanto periodos revolucionarios como contrarrevolucionarios. Así por ejemplo, el final del periodo revolucionario abierto en 1948, en donde la burguesía liberal traicionó las aspiraciones de las masas populares y entró en un compromiso con los terratenientes, fue un periodo en donde Marx, lejos de dejarse llevar por el reflujo de la contrarrevolución, no solo mantuvo sus posturas teóricas firmes, sino que, entre otras cosas, estudió pormenorizadamente el capitalismo y, literalmente, vivió en el Museo británico redactando los borradores de su obra magna El Capital; así mismo aprovechó la derrota de la Comuna de París en 1871, bañada salvajemente en sangre por la burguesía, para profundizar su teoría de la dictadura del proletariado y la necesaria destrucción del Estado burgués (véase por ejemplo La guerra civil en Francia).
Si bien es cierto que el contexto en el cual Horkheimer y Adorno escribieron Dialéctica de la Ilustración -la primera edición vio la luz en 1944- expresa una época de contrarrevolución bajo formas llevadas al extremo y nunca antes vistas en esa magnitud y extensión, no vistas por los fundadores del marxismo, también debe considerarse que el ascenso del fascismo en Alemania y el inicio de la Segunda Guerra Mundial fueron precedidas de un proceso revolucionario que puso en entredicho la continuidad del sistema capitalista.
Alan Woods afirma lo siguiente con respecto a dicho periodo: “Este fue precisamente un periodo violento de lucha de clases en un país tras otro: España (1931-37), Alemania (1930-33), Austria (1934), Francia (1936). En Gran Bretaña vimos la formación del ILP, una escisión por la izquierda del Partido Laborista y una oleada de huelgas no oficiales. En EEUU hubo una oleada de radicalización con las huelgas de los camioneros y la creación de la CIO. Fue un periodo de revolución y contrarrevolución. Si triunfó la contrarrevolución, no fue un producto de las “ondas largas”, sino fruto del fracaso de la dirección proletaria[1]”.
Nos parece que un análisis serio de la derrota de dichas revoluciones lleva a la conclusión sobre lo que Marx llamaba el factor subjetivo, es decir, la dirección de las organizaciones obreras -estalinismo y socialdemocracia-, que jugó un papel decisivo para explicar estas derrotas. Sin embargo, cuando Dialéctica de la Ilustración vio la luz, el fascismo no sólo había ascendido al poder, sino que presenciábamos la persecución racista y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, ante esta situación ya encontramos en la obra de Horkheimer y Adorno diferencias notables en comparación con las posiciones originales de Marx y Engels e incluso diferencias importantes con respecto a las que sostenían los autores de Dialéctica de la Ilustración a inicios de los años treinta.
Estas diferencias con respecto al marxismo clásico –algunas de las cueles abordaremos en el presente trabajo- incluyen aspectos como el papel de la clase obrera, el papel del trabajo y las fuerzas productivas, el papel determinante en última instancia de la economía sobre la superestructura, y las posiciones filosóficas, entre otras.
Las posturas de Horkheimer y Adorno pueden ser entendidas como producto de la desmoralización pequeñoburguesa a raíz del ascenso del nazismo y la guerra mundial. El papel de los marxistas, en nuestra opinión, era mantener firmes las banderas del marxismo, sobre todo el papel de la clase obrera, y preparar el terreno para futuros eventos revolucionarios.
Por supuesto ese era un papel que no podían realizar intelectuales de clase media como Horkheimer y Adorno. En 1937 Trotsky, ante el ascenso de la reacción fascista y la contrarrevolución estalinista escribiría estas bellas palabras que resumen nuestra postura con respecto a los periodos reaccionarios: “Épocas reaccionarias como la actual, no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas ya superadas desde hace mucho tiempo. En estas condiciones, la tarea de la vanguardia consiste, ante todo, en no dejarse sugestionar por el reflujo general: es necesario avanzar contra la corriente. Si las desfavorables relaciones de fuerzas no permiten conservar las antiguas posiciones políticas, por lo menos hay que conservar las posiciones ideológicas, pues la experiencia tan cara del pasado se ha concentrado en ellas. Ante los ojos de los mentecatos, tal política aparece como «sectaria». En realidad no hace más que preparar un salto gigantesco hacia adelante impulsada por la oleada ascendente del nuevo periodo histórico”.[2]
Dos concepciones diferentes de la Ilustración
Para entender las diferencias centrales entre el marxismo y la filosofía crítica señalemos lo siguiente: En Dialéctica de la Ilustración, Horkheimer y Adorno afirman que la ilustración se ha negado a sí misma; transformándose en dominación, mito y barbarie.
La tesis fundamental es: “El mito es ya ilustración; la ilustración recae en mitología”.[3] Con este motivo desarrollan toda una visión apocalíptica llena de impotencia frente a la llamada modernidad, en donde el sujeto se vuelve objeto, en donde nada se salva al proceso de mercantilización, y donde la burocratización despótica emerge en todas partes.
En general, se trata de una descripción en estilo literario de la barbarie capitalista en un lenguaje oracular y nietzscheano salpicado de terminología marxista muy difuminada: “En las condiciones actuales, incluso los bienes materiales se convierten en elementos de desdicha. Si la masa de ellos actuaba en el periodo anterior, por falta de sujeto social, como la denominada sobreproducción en las crisis de la economía interior, dicha masa produce hoy, en razón de la sustitución de aquel sujeto social por parte de grupos de poder, la amenaza internacional del fascismo: el progreso se invierte en regresión”.[4]
Para el marxismo clásico, por su parte, el renacimiento y la ilustración constituyen fenómenos culturales que reflejan, en el caso del primero, la etapa de las monarquías ilustradas –en donde la burguesía era ‘amamantada’ por aristocracias reales aburguesadas- y en el segundo, la preparación teórica para el asalto de la burguesía al poder político -por ejemplo, la revolución francesa- y la consolidación de la hegemonía burguesa en la sociedad -por ejemplo, la burguesía Inglesa en el siglo XVII- una vez que su poder económico le permitía tales pretensiones.
Así, la ilustración es el reflejo ideológico de condiciones materiales concretas, se trata del impulso que dieron las primeras industrias, el descubrimiento de nuevas rutas comerciales, el desarrollo de las ciudades, etc., al pensamiento racional y empírico que era necesario para la producción industrial, valorización del capital, la extracción de plusvalía y la competencia burguesa.
Este periodo abarca las revoluciones en los países bajos en los años 67-70 del Siglo XVI, la guerra civil en Inglaterra en las décadas 40 al 80 del Siglo XVII, y la Revolución Francesa en el Siglo XVIII. La ilustración representa, en suma, un proceso de tremendos cambios político-sociales, un periodo en el que la burguesía, para instaurar su nuevo orden social, debía derribar las barreras objetivas y subjetivas de la edad media que se oponían al dominio del capital.
Si bien los ilustrados franceses como Montesquieu, Diderot, Voltaire concebían ese proceso como la lucha de la razón contra la superstición, la lucha de la naturaleza humana eterna contra los dogmas de la religión; el marxismo distingue las ideologías con las que los hombres de determinadas épocas conciben su realidad de las condiciones materiales reales y los intereses materiales reales que esas ideologías representan.
La ilustración es la ideología de la burguesía en su etapa de ascenso y juventud mientras que el llamado ‘fracaso del proyecto ilustrado’ -expresado en las modas posmodernas- no es en sí el fracaso de las ideas como tales, sino el reflejo del callejón sin salida del capitalismo expresado en fenómenos como la miseria, las guerras y las crisis periódicas.
Al contrario de esta concepción materialista de la historia, Adorno y Horkheimer conciben el fracaso de la ilustración como producto de la ilustración misma, es decir, producto de la ideología como tal, pues a decir, de estos autores la ilustración es totalitaria, mitológica en sí misma al perseguir el dominio de la naturaleza que degenera en el dominio del hombre y su alienación, el concepto mutila la realidad y cancela la búsqueda de la verdad: “La misma forma deductiva de la ciencia refleja jerarquía y coacción”[5]
(…) “La abstracción, instrumento de la ilustración, se comporta respecto de sus objetos como el destino cuyo concepto elimina: como liquidación”[6] (…) “La ilustración es totalitaria”[7] (…) “En cuanto señores de la naturaleza, el dios creador y el espíritu ordenador se asemejan. La semejanza del hombre con Dios consiste en la soberanía sobre lo existente, en la mirada del patrón en el comando”.[8]
En lugar de un análisis objetivo de las causas de la explotación, nos encontramos con un ‘terrorismo terminológico’ que atribuye las causas de la explotación al poder de las ideas. En lugar de analizar las bases objetivas de la ilustración, los autores despotrican a la ilustración desde un punto de vista que no hace sino replantear el punto de vista de los hegelianos de izquierda y de la «crítica crítica” con la que Marx polemizó.
Es cierto que la teoría marxista constituye la negación dialéctica de la dialéctica hegeliana y, por tanto, esta es la base filosófica del marxismo, pero no debemos olvidar que en tanto negación dialéctica es cualitativamente distinta a la postura idealista de Hegel aun cuando rescate el pensamiento dialéctico. Marx mismo explica esta diferencia esencial en el primer tomo de El Capital:
“Mi método dialéctico no sólo es fundamentalmente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él. Para Hegel, el proceso de pensamiento, al que él convierte incluso, bajo el nombre de idea, en sujeto con vida propia, es el demiurgo de lo real, y esto la simple forma externa en que toma cuerpo. Para mí, lo ideal no es, por el contrario, más que lo material traducido y traspuesto a la cabeza del hombre”.[9]
Desde esta óptica Marx rompe con la neohegelianos. La relación entre la teoría crítica y la crítica crítica de los neohegelianos va más allá de la llamativa similitud entre los nombres, ambos conciben el proceso histórico desde un punto de vista idealista:
“La crítica absoluta”, nos dice Marx con respecto a la crítica crítica de los neohegelianos, “ha aprendido de la fenomenología de Hegel, por lo menos, el arte de convertir las cadenas reales y objetivas, que existen fuera de mí, en cadenas dotadas de una existencia puramente ideal, puramente subjetiva, que se da solamente en mí y, por tanto, todas las luchas externas, sensibles, en puras luchas especulativas”.[10]
Estas palabras se pueden aplicar perfectamente a la filosofía crítica, que convierte las cadenas reales del capitalismo en cadenas puramente ideológicas.
Horkheimer y Adorno ven a la ilustración como causa de la explotación capitalista y no a la explotación capitalista en su periodo de ascenso como causa de la ilustración. En este punto, la diferencia entre el marxismo y estos autores se refleja en la diferencia entre una concepción materialista de la historia y una concepción semihegeliana e idealista de la misma.
Marx y Engels siempre hablaron con entusiasmo de los gigantes del renacimiento y de los ilustrados franceses, señalando que los hombres que fundaron el dominio moderno de la burguesía tenían todo menos limitaciones burguesas.[11]
Para Marx y Engels el pensamiento racional y el empirismo, pese a sus limitaciones, tenían partes de la verdad que había que rescatar de manera dialéctica, dotándolos de base material y comprendiéndolos en su contexto social utilizando el método del materialismo dialéctico, que integra tanto al racionalismo como al empirismo en un todo orgánico, para comprender el mundo para su transformación revolucionaria; incluso para Marx la corriente empirista de la ilustración retomada y desarrollada en líneas materialistas por los ilustrados franceses representa la semilla del socialismo moderno, en La Sagrada Familia Marx afirma lo siguiente: “Así como el materialismo cartesiano va a parar a la verdadera ciencia de la naturaleza, la otra tendencia del materialismo francés viene a desembocar directamente en el socialismo y en el comunismo”[12]; por el contrario, para Adorno la ilustración es el “pecado original” en sí mismo.
Es verdad que en algunos párrafos de la obra de Adorno y Horkheimer se señala que la tarea es superar las limitaciones de la ilustración por medio de la misma razón, de lo que se trata según la teoría crítica -y esto es lo único que lo diferencia formalmente de la filosofía posmoderna- es de salvar a la ilustración; salvar el elemento positivo de la dialéctica de su regresión: “No albergamos la menor duda (…) de que la libertad en la sociedad es inseparable del pensamiento ilustrado. Pero creemos haber descubierto con igual claridad que el concepto de este mismo pensamiento, no menos que las formas históricas concretas y las instituciones sociales en que se halla inmerso, contiene ya el germen de aquella regresión que hoy se verifica por doquier”.[13]
No obstante, en el conjunto de Dialéctica de la Ilustración se trata de señalamientos que no cambian el punto de vista esencialmente posmoderno de estos autores y subrayan su raigambre idealista.
Para ellos, el concepto es mutilador y totalitario, según ellos la mitología o el temor a lo diferente es el comienzo de la ilustración y la ilustración recae en mitología, el miedo es la causa de que la ilustración se cierre en sí misma volviéndose dogmática y autodestructiva. “El desdoblamiento de la naturaleza en apariencia y esencia, acción y fuerza, que hace posible tanto el mito como la ciencia, nace del temor del hombre, cuya expresión se convierte en explicación”.[14]
La raigambre posmoderna se revela en el miedo como motor de la ideología y no la base material como base de ésta. Es sabido que la filosofía posmoderna afirma que el miedo a la muerte es la base de la existencia, con ello no hacen sino volver eterna la psicología del pequeñoburgués en la época del declive senil del capitalismo. Por el contrario, para Marx la causa de que la ilustración se exprese en explotación no es causa de la ideología sino de la producción basada en la extracción de plusvalía que encuentra su expresión en la ideología burguesa.
Diversas apreciaciones de la ciencia
El hecho de que la ciencia, dentro del capitalismo, se haya desarrollado a niveles sin precedentes con el objetivo central de la progresiva extracción de plusvalía no quiere decir que para Marx la ciencia no fuera más que una colección de mitos; sólo el posmodernismo sostiene semejante postura.
El capitalismo para su valorización requiere del desarrollo de la ciencia y la técnica y, por lo tanto, requiere la producción de ideas objetivas que reflejen las leyes naturales. Para Adorno y compañía los conceptos científicos son míticos, y totalizadores: “El principio de la inmanencia, que declara todo acontecer como repetición, y que la ilustración sostiene frente a la imaginación mítica, es el principio de mito mismo”[15], sin percatarse que si la ciencia fuera pura mitología no se podría aplicar a la producción con el éxito que requiere la extracción de plusvalía, al ser trabajo materializado constituye una interacción objetiva entre la fuerza de trabajo, los medios de trabajo y su entorno.
La extracción de plusvalía es un hecho objetivo, que para potenciarse requiere hasta cierto punto del descubrimiento de leyes objetivas. Los mitos podrán servir para dominar las mentes de los hombres y contribuir a la consolidación del dominio real, pero por sí mismos son incapaces de extraer ni un solo átomo de plusvalor.
Es verdad que la ciencia no escapa a la ideología y que en el capitalismo es utilizada para la explotación, pero eso no elimina los elementos objetivos de la ciencia y no elimina el potencial emancipador de la ciencia y la técnica bajo otras relaciones de producción.
De hecho, tanto Marx como Engels encuentran en la práctica transformadora, incluida la práctica científica, el criterio de verdad; en una de sus famosas Tesis sobre Feuerbach Marx afirma lo siguiente: “La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían a la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y la comprensión de esa práctica”.[16]
Lamentablemente Horkheimer y Adorno “arrojan el agua sucia con todo y niño”, como resultado de su innegable posición idealista que tanto se aleja de Marx y que tanto se acerca al posmodernismo.
El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre
Si bien el marxismo señala a la ilustración como un reflejo más o menos fantástico de condiciones materiales concretas también señala que el desarrollo del capitalismo, con su ciencia y tecnología modernas y el surgimiento de la clase obrera moderna prepara las condiciones para su propia destrucción. El marxismo no ve en el desarrollo de las fuerzas productivas una calamidad, a pesar que provoca calamidades, sino el motor subyacente de la historia.
Constituye el punto de partida del marxismo y del materialismo histórico que el desarrollo de las fuerzas productivas constituye el motor, en última instancia, de la historia, precisamente por eso fue llamado por el mismo Engels materialismo histórico; Marx señaló con mucha claridad en su Prólogo de la crítica de la economía política que en determinado punto el desarrollo de las fuerzas productivas -hay que recordar que las fuerzas productivas representan la unidad dialéctica entre fuerza de trabajo, medios de trabajo y objeto de trabajo- entra en contradicción con las relaciones sociales y el modo de producción, desencadenando un periodo de revoluciones sociales que para triunfar debe poner en armonía esas fuerzas productivas con nuevas relaciones sociales en un nuevo modo de producción.
Es claro que para Marx el desarrollo de la ciencia y el trabajo humano no representan una tragedia, aun cuando es más que obvio que en la civilización esas fuerzas están al servicio de la clase dominante, sino el potencial que tarde o temprano hace posible una nueva forma de sociedad. Rechazar esta idea es rechazar la médula, la tesis central de la teoría de la historia de Marx,[17] eso es precisamente lo que hacen Horkheimer y Adorno.
Para el marxismo la razón por sí misma no es un medio de emancipación, como sí lo son las condiciones materiales concretas y la lucha real de la clase trabajadora, sólo cuando la razón, es decir la teoría, conecta con las contradicciones y las lucha de clases para elevar la conciencia de las masas explotadas se convierte en una fuerza material[18].
“El trabajo es la fuente de toda la riqueza, afirman los especialistas en economía política” no, dice Engels, “pero es muchísimo más que eso. Es la fundamental y primera condición de toda existencia humana, y ello en tal medida que, en cierto sentido, debemos decir que el trabajo creó al hombre”.
Horkheimer y Adorno parecen concebir a todo trabajo como explotación: “La naturaleza no debe ya ser influida mediante la asimilación, sino dominada mediante el trabajo”, mientras que el marxismo explica que el trabajo sólo se transforma en explotación bajo ciertas condiciones materiales.
Y así como el desarrollo de los gremios y las ciudades dentro de los marcos del feudalismo y la revolución neolítica prepararon la caída del feudalismo y del comunismo primitivo respectivamente, la ciencia y tecnología modernas preparan las condiciones para otro modo de producción.
De hecho en El Capital Marx señala con toda claridad que el sistema fabril capitalista es el punto de partida para nuevas relaciones sociales que representan la negación del capitalismo pues “(…) al fomentar las condiciones materiales y la combinación social del proceso de producción, fomenta las contradicciones y antagonismos de su forma capitalista, fomentando por tanto, al mismo tiempo, los elementos creadores de una sociedad nueva y los factores revolucionarios de la sociedad antigua”.[19]
Esta idea es central en el marxismo revolucionario y los ejemplos se pueden reproducir a voluntad desde la obra temprana de Marx hasta El Capital.
Mientras que Horkheimer y Adorno ven en el dominio de la naturaleza al pecado original, el marxismo ve en el trabajo que transforma la naturaleza la diferencia cualitativa entre el reino animal y el reino cultural, el factor que transformó al mono en hombre y la clave para comprender el desarrollo histórico.[20] [21]“Todo intento de quebrar la coacción natural quebrando a la naturaleza cae tanto más profundamente en la coacción que pretendía quebrar”.[22]
Ningún miembro de la filosofía crítica puede negar un hecho que la antropología ha determinado más allá de cualquier duda, a saber: que el trabajo transformó al mono en hombre. No es cierto que todo trabajo exprese explotación, afirmar esto es concebir las relaciones sociales clasistas como eternas. Es un hecho que durante la mayor parte de la historia humana, hasta hace unos 10 mil años durante la revolución neolítica, el trabajo implicaba relaciones sociales igualitarias.[23]
Sólo bajo una concepción extremadamente sentimental veríamos el dominio de la naturaleza por medio de la fuerzas productivas como una catástrofe que implica de por sí dominación en términos de explotación.
Posmodernismo y marxismo
Se puede sostener que las posiciones filosóficas del círculo de Frankfurt están más cercanas al posmodernismo al concebir la crisis de la sociedad como la expresión de la racionalidad, la objetivación, la materialización. Los posmodernos creen que la sociedad está en crisis porque hay demasiada ciencia, demasiada objetividad, demasiado materialismo, demasiada fe en la educación, demasiada creencia en el progreso.
En su lugar proponen la arbitrariedad, la hermenéutica literaria y subjetiva, la irracionalidad, el misticismo y la intuición. En lugar del análisis de la lucha de clases y de las contradicciones inmanentes del capitalismo, en Adorno y Horkheimer nos encontramos con los lamentos de corte literario y los temblores de un Kierkegaard, para muestra basta la siguiente afirmación:
“El terror meridiano, en el que los hombres tomaron conciencia súbitamente de la naturaleza en cuanto totalidad, ha encontrado su correspondencia en el pánico que hoy está listo para estallar en cualquier instante: los hombres esperan que el mundo, carente de salida, sea convertido en llamas por una totalidad que ellos mismos son y sobre la cual nada pueden”.[24]
Nos encontramos una colección desordenada de aforismos contradictorios; en lugar de un estudio objetivo de la realidad para su transformación nos encontramos con el muro de los lamentos. Más que una filosofía revelan el estado de ánimo de amplios sectores sociales ante los horrores de fascismo. Mientras que el marxismo clásico llama a la organización y movilización de las masas, y en ello ve la única esperanza para sustraer a la sociedad de la barbarie, Adorno y Horkheimer solo ven en las masas a sujetos alienados, impotentes, ciegos, sordos.
Estemos o no estemos de acuerdo con Marx y Engels, el marxismo es una concepción del mundo activa, militante y revolucionaria que trata de elevar la conciencia de las masas en base a su propia experiencia para transformar efectivamente la realidad; que ve en la alienación un fenómeno que es roto periódicamente por momentos revolucionarios, ve en la cotidianidad capitalista la calma que prepara nuevos estallidos y nunca un estado inmutable y eterno. Horkheimer y Adorno apelan en Dialéctica de la Ilustración, no a los trabajadores a quienes ven como una masa impotente, sino a los conceptos y las ideas por sí solas.
Precisamente estas ideas fueron combatidas por Marx y Engels en La ideología alemana en donde los fundadores del marxismo critican a los hegelianos de izquierda el hecho de que sustituyen la lucha de clases por la ‘lucha de frases:
“Pese a su fraseología que supuestamente hace estremecer al mundo, los jóvenes hegelianos son en realidad los mayores conservadores. Los más jóvenes entre ellos han descubierto la expresión adecuada para designar su actividad cuando afirman que sólo luchan contra frases. Pero se olvidan añadir que a estas frases por ellos combatidas no saben oponer más que otras frases y que, al combatir solamente las frases de este mundo, no combaten en modo alguno el mundo realmente existente”.[25]
Marx y Engels vs Horkheimer y Adorno acerca del progreso
A raíz de los horrores de la Segunda Guerra Mundial espíritus sensibles como el de Walter Benjamin, quien escribiera textos interesantes sobre arte y capitalismo -además de haber leído con entusiasmo libros de Trotsky como A donde va Inglaterra y Mi Vida-, reaccionaron rechazando de plano la idea de progreso en la historia. Walter Benjamin, quien se suicidó huyendo de los nazis en 1940, es considerado como parte de la teoría crítica por textos escritos en el abismo de la desmoralización:
“(…) El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies, ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en las alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.[26]
Sin duda, esta imagen apocalíptica es muy sugerente y revela un gran talento literario. Pero un poema no sustituye un argumento. El valor como argumento de éste fragmento es nulo, su valor radica en que expresa de manera literaria un estado de ánimo pero no un análisis objetivo de las causas de la segunda guerra mundial, ni de la decadencia capitalista. Sin embargo muchos le dan a este fragmento un carácter argumentativo del que carece por completo.
Es verdad que fenómenos como la primera y la Segunda Guerra Mundial, fenómenos como el fascismo y el nazismo han hecho pedazos las ilusiones liberales burguesas sobre el progreso lineal e ininterrumpido que supuestamente significaba la sociedad de la libre empresa, se suponía, según el ideario liberal, que “el hoy siempre sería mejor que el ayer y el mañana mejor que el hoy”.
La teoría de la evolución de Darwin era interpretada por los pensadores liberales como la prueba en la naturaleza que el desarrollo era lineal e ininterrumpido. Estas ideas liberales habían sido heredadas de la Ilustración la cual concebía el triunfo de la razón sobre la superstición y la educación sobre la ignorancia como el elemento que garantizaría, junto con la industria moderna, mayor felicidad y progreso sin fin.
Ya después de la Primera Guerra Mundial y los horrores del fascismo estos sueños se derrumbaron como un castillo de naipes: en lugar de ilustración veíamos campos de concentración, en lugar de paz veíamos el grotesco espectáculo de 55 millones muertos, en lugar de la razón veíamos el irracionalismo y el veneno racista nazi. En este terreno, ¡qué ridículos y patéticos suenan los sueños liberales sobre el progreso! Es natural que, desde un punto de vista moralista y sentimentalista, Horkheimer y Adorno rechazaran estos sueños como un mito y el autoengaño de la ilustración.
Sin embargo, si queremos tener algo más que quejas y lamentos sobre estos acontecimientos debemos explicarnos las causas objetivas de este callejón sin salida. Horkheimer y Adorno no parecen encontrar las bases objetivas de la barbarie y sus aforismos parecen orientarse a la ideología de la ilustración en sí misma y no a su base material; en este camino lo único que podemos constatar es la descomposición de la racionalidad frente a una sociedad que se ha vuelto irracional pero no las causas de dicha descomposición.
Pero, de acuerdo con Marx, el capitalismo no sólo ha traído sus crisis periódicas, su desempleo crónico y su concentración de capital sino también el potencial de trascenderlo así como el esclavismo y el feudalismo fueron trascendidos por nuevos modos de producción que, desde el punto de vista de las fuerzas productivas, eran más progresivos.
Al mismo tiempo que el marxismo reconoce que el capitalismo en cierta etapa de su desarrollo nos lleva a la barbarie -Lenin acota que se trata del capitalismo en su fase imperialista- señala que las condiciones de la superación de la barbarie se encuentran dentro de esa misma ‘sociedad bárbara’.
Puede parecer paradójico que al mismo tiempo que Marx y Engels señalaban las contradicciones y los elementos de barbarie -crisis periódicas, guerras, desempleo, miseria, etc.- de la sociedad capitalista, señalaban también que el desarrollo histórico tiende al progreso. ¿Cómo explicar esta aparente contradicción? ¿No será que Marx y Engels aún eran presa de los prejuicios burgueses de la ilustración? ¿Será verdad que tuvimos que esperar hasta la escuela de Frankfurt para que estos prejuicios fueran rechazados y se le pudiera enmendar la plana a Marx?
La idea de progreso en Marx y Engels no es, en absoluto, la idea liberal de progreso concebida como un progreso lineal ininterrumpido basado fundamentalmente en la razón y la fuerza del pensamiento. Mucho menos la idea que el capitalismo significa progreso ininterrumpido y sin contradicciones. En un ensayo publicado recientemente en internet bajo el título El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización, señalo lo siguiente con respecto a la idea de progreso:
“Marx y Engels no se basaban en consideraciones sentimentales o subjetivas sino que concebían el progreso, -no en término morales, estéticos-, sino en términos materialistas: desde el punto de vista del control que un modo de producción determinado da a los hombres sobre la naturaleza; es decir, desde el punto de vista del desarrollo de las fuerzas productivas y la capacidad de estas para desarrollar la productividad del trabajo. Este criterio no es arbitrario porque refleja lo específicamente humano: la producción de su vida por medio del trabajo y la producción de herramientas, además esta posición es el centro de la teoría marxista de la historia y lo que la diferencia de las concepciones idealistas burguesas”[27].
Desde éste punto de vista es claro que el capitalismo, a pesar de su moral individualista y egoísta, es infinitamente superior al comunismo primitivo en sus fuerza productivas y, por tanto, en la productividad del trabajo humano. La superioridad de un modo de producción con respecto a otro se refleja en el aumento absoluto de la población, en la progresiva división del trabajo, en una producción agrícola más intensiva, en el desarrollo del comercio, en la extensión e intensidad de la producción; es una realidad que la sucesión de los diferentes modos de producción a través de la historia muestra una tendencia clara hacia la complejidad; antropólogos serios como Gordon Childe han demostrado de manera convincente que la evolución social demuestra un proceso de mayor complejidad expresado en el aumento de la población, en la división social del trabajo, en la separación de la ciudad del campo, etc.[28]
Ello se refleja en términos ideológicos en fenómenos como el surgimiento de nuevas ramas del saber: en el surgimiento de la filosofía y la ciencia, en el surgimiento de la religión a partir del pensamiento mágico, en el surgimiento de la ciencia a partir de la religión. Al mismo tiempo que cada modo de producción describe un desarrollo progresivo desde el punto de vista del control de los hombres sobre la naturaleza este progreso está lejos de ser lineal e incluso homogéneo en cuanto observamos sus consecuencias en la superestructura social.
Así la moral de la sociedad de clases parece una caída -y desde un cierto punto de vista lo es- de la humanidad desde el pedestal de la moral del comunismo primitivo, mientras que el conocimiento de ciertos aspecto de la naturaleza avanza con el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad de clases, por otro lado, un bosquimano observa más detalles de la naturaleza a simple vista que ni el mismo Einstein sería capaz de detectar; la filosofía griega aparece como un enorme paso adelante frente a el mito y la religión de las sociedades de “despotismo asiático”; por otro lado, la situación de las masas trabajadoras no resulta muy bien parada si la comparamos con la situación de relativa abundancia del despegue cultural de hace cuarenta mil años (apogeo del comunismo primitivo); pero dicho nivel de vida se queda corto si, a su vez, lo comparamos con la riqueza en la que vivía la clase dominante romana.
En suma el progreso histórico se contradice: “Siendo la base de la civilización la explotación de una clase por otra, su desarrollo es constantemente antinómico. Cada progreso en la producción es al mismo tiempo un retroceso para la clase oprimida, es decir, para la mayoría. Cada beneficio para unos es por necesidad un perjuicio para otros; cada grado de emancipación conseguido por una clase es un nuevo elemento de opresión para otra”.[29]
No obstante desde el punto de vista decisivo y fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas el esclavismo es superior al comunismo primitivo, el feudalismo al esclavismo, el capitalismo al feudalismo y el verdadero socialismo lo será en comparación al decadente sistema capitalista”.[30]
Es posible afirmar, por tanto, que los que cayeron presa de prejuicios burgueses eran precisamente Adorno y Horkheimer y no Marx y Engels. La ideología dominante en el periodo de ascenso del capitalismo es el liberalismo y el reformismo junto con la creencia en el progreso lineal e ininterrumpido -durante el prolongado boom de la postguerra entre 1945 y 1974, presenciamos un nuevo ascenso de las ideas reformistas cuya base material ha entrado de nuevo en crisis a partir de mediados de la década de los setenta del siglo pasado.
La ideología dominante burguesa durante el periodo de decadencia senil del capitalismo, además del empirismo estrecho (positivismo), es la ideología posmoderna: el irracionalismo, misticismo, arbitrariedad y pesimismo decadentes.
Horkheimer y Adorno, no obstante sus pequeñas diferencias formales con el posmodernismo que no cambian la esencia de la cuestión, son representantes de esta tendencia: pesimismo, arbitrariedad, idealismo y descomposición del pensamiento. El capitalismo es ya incapaz de progresar, de entender racionalmente su entorno -haciendo excepción de la ciencia positiva necesaria para la valorización del capital-, de producir ideas originales, de producir sistemas filosóficos, por lo tanto, sus ideólogos sostienen que todo progreso es imposible y que estamos ante el fin de la historia y el fin de las ideologías y todo el que lo contradiga no es más que un utopista irremediable.
Sin embargo, el hecho que el capitalismo este en decadencia y sea incapaz de progresar no quiere decir que derrocando al capitalismo todo progreso sea imposible.
Horkheimer y Adorno en la obra referida rechazan el progreso porque centran su crítica a la ideología ilustrada en sí misma y es natural que en ella encuentren descomposición y mitología. Su error esta en haber abandonado por completo el materialismo histórico a favor de la interpretación subjetiva, el desarrollo de esta escuela demuestra que si abandonamos el punto de vista materialista nos deslizaremos irremediablemente hacia el pesimismo burgués o, en ciertas condiciones como el boom de la postguerra, de regreso al reformismo burgués, tal como lo hizo Habermas.
El procedimiento de Horkheimer y Adorno está muy alejado del marxismo que pretende ser una ciencia de la revolución. En lugar de un diagnóstico serio y objetivo no encontramos más que lamentaciones de lo nocivo que es controlar a la naturaleza, cuando sin ese control el ser humano como especie no hubiera surgido.
Es un procedimiento similar al de un médico que ante los terribles dolores de su paciente se quejara amargamente con él por medio de aforismos oscuros y contradictorios acerca de la decadencia irremediable de su salud y la impotencia total de sus defensas naturales frente a los espíritus malignos de la ilustración que, según nuestro hipotético doctor, son la causa de sus males.
Seguramente el paciente no ganaría nada con los lamentos de su doctor, se perdería un tiempo valioso y quizá el paciente podría morir. De la misma forma, ante la decadencia del capitalismo no avanzamos ni un milímetro con frases sentimentales y consideraciones subjetivas y menos aun atribuyendo la decadencia del capitalismo al espíritu mítico de la ilustración y al control totalitario de la naturaleza.
El marxismo opera una forma totalmente opuesta: en la decadencia del capitalismo encuentra la expresión de la contradicción concreta entre el desarrollo de las fuerzas productivas -precisamente ese control de la naturaleza que se supone tan totalitario y nocivo-, la propiedad privada y el estado nacional. En lugar de lamentos se señala la base objetiva de la contradicción y la manera de superarla: expropiando la banca, la tierra y la industria poniéndola bajo el control democrático de los trabajadores, esos que para Horkheimer y Adorno no son más que masas enajenadas e impotentes. Estemos o no de acuerdo con el marxismo revolucionario no podemos negar que entre este y Horkheimer y Adorno existe el abismo que separa a la filosofía posmoderna de la revolucionaria.
Es verdad que bajo el capitalismo en su fase imperialista es imposible el progreso, es verdad que el veneno nazi demuestra que el capitalismo actual tiende a la decadencia y no al progreso como lo hizo en su etapa inicial, ¿eso nos autoriza a desechar de plano la idea de progreso? Creemos, con Marx, que no; sino que la crisis y degeneración del capitalismo señala la necesidad de un nuevo salto.
¿El fascismo refuta la teoría materialista de la historia?
Para los autores de Dialéctica de la Ilustración, la ideología en la actualidad se acepta en bloque perdiendo su base material, la ideología ya no se basa en la experiencia real de los hombres, es inmune a la experiencia y se retroalimenta y origina a sí misma: “no son ya las leyes objetivas del mercado que dominaban sobre las acciones de los empresarios y conducían a la catástrofe. Antes bien, la decisión consciente de los directores generales, que en cuanto resultante nada tienen que envidiar en férrea necesidad a los más ciegos mecanismos de los precios, cumple la vieja ley del valor y con ella el destino del capitalismo”.[31]
Según esto la dinámica objetiva del capitalismo es sustituida por la maldad de los directores generales producto de sus ideales ilustrados. Supuestamente el fascismo es la muestra de este hecho, la impotencia de las masas demuestra que la ideología ya no se conmueve por la realidad material; en lugar de descubrir las bases objetivas de la ideología estos autores se trasladan al terreno de la psicología y el psicoanálisis puro, un psicoanálisis al que probablemente se opondría Freud.
No obstante, es muy dudoso que el fascismo no responda a una base objetiva.[32] Trotsky analizó el desarrollo del fascismo incluso antes de que este llegara al poder y que se presentara a la conciencia de la escuela crítica y cuando se podría haber hecho algo que no fuera lamentarse y llorar amargamente; el análisis de Trotsky era un programa de frente único para las organizaciones obreras.
Es interesante citar brevemente el análisis de Alan Woods que resume la posición de Trotsky en su obra clásica La lucha contra el fascismo, para percatarnos de la distancia que separa al marxismo de las posiciones de los autores de Dialéctica de la Ilustración. El fascismo es el producto del fracaso de la revolución como resultado de las direcciones obreras socialdemócratas y estalinistas, combinada con las crisis económicas y la paralización del gobierno burgués parlamentario, el fascismo corta el nudo Giordano con la espada del totalitarismo apoyándose en la pequeña burguesía arruinada:
“El fascismo se diferencia de otras formas de reacción como el bonapartismo, en que cuenta con una base de masas. Por esta razón es muy peligroso para la clase obrera. Su base de masas le permite aplastar y atomizar al movimiento obrero de una forma que las dictaduras policiales normales no pueden hacer. La base social del fascismo siempre es la misma: la pequeña burguesía y el lumpenproletariado. Para ganar a la masa de la pequeña burguesía arruinada los nazis imitaron el lenguaje del socialismo. Utilizaron la demagogia anticapitalista e incluso se autodenominaban nacionalsocialistas. El tendero pequeñoburgués odiaba los grandes monopolios capitalistas que le arruinaban, pero también odiaba y temía al proletariado al que se veía abocado. Fulminaba con igual vehemencia a los huelguistas que estaban “destruyendo al país” como a los grandes bancos y monopolios que “absorben nuestra sangre”. Para ganar a esta capa los fascistas atacaron demagógicamente al gran capital, normalmente en forma de capital financiero (…) Esta concentración en el capital financiero les permitió atacar a los “malos” capitalistas judíos que se oponían a los “buenos” capitalistas arios. Hitler denunciaba a la gran burguesía por su “cobardía proverbial”, su “senilidad”, su “podredumbre intelectual” y su “cretinismo”. Y el régimen nazi, como el régimen de Mussolini en Italia, no era otra cosa que una dictadura cruel del capitalismo monopolista. En realidad ofreció salvar a la burguesía de sí misma, tomar las riendas del poder estatal de sus temblorosas manos, deshacerse del viejo, senil y cobarde régimen del parlamentarismo burgués, con sus compromisos y pactos, y sustituirlo por el dominio abierto y desnudo del capital. ¡Por supuesto los banqueros y monopolistas tuvieron que pagar a los gángsteres fascistas por el privilegio! (…) El racismo en forma de antisemitismo fue un elemento clave en el nazismo alemán, aunque el principio apenas jugó papel alguno en el fascismo alemán e italiano. Sin embargo, no era algo original sino una tradición que se remontaba a la edad media, un periodo del que procedían la mayor parte de las herramientas intelectuales de los nazis. El odio a los pequeños prestamistas judíos sirvió como una forma de desviar la atención de las masas de los grandes capitalistas. A los plebeyos desclasados y a los comerciantes arruinados se les hizo sentir superiores a las “razas menores” de Europa -polacos, checos, yugoslavos, rusos y, por supuesto, judíos-.
El fascismo es la esencia destilada del imperialismo. El racismo es solo el reflejo más notorio de este hecho (…) a las masas desposeídas de la pequeña burguesía y el lumpenproletariado alemanes les seducía el veneno racista. Aunque tenían los bolsillos vacíos y agujeros en los pantalones, se les hacía sentir que formaban parte de una unión mística de todos los arios “puros” y la Gran Nación Alemana, que -en sus confusos cerebros- pertenecía a todos”.[33]
El fascismo resolvió, desde el punto de vista burgués, contradicciones objetivas en la correlación de fuerza entre las clases, la necesidad objetiva de desviar la atención de las masas hacia otras ‘razas’, la necesidad del imperialismo alemán, privado de colonias por los tratados de Versalles, de hacerse de una nueva repartición del mundo y, sobre todo, la necesidad de la burguesía de aplastar la efervescencia obrera prohibiendo incluso los clubs de ajedrez.
¿Esto quiere decir que en cada crisis del capitalismo el fascismo renace necesariamente? No, plantear el problema de esa manera es caricaturizar la dialéctica materialista. La crisis del capitalismo lleva al fascismo cuando la tensión revolucionaria no es resuelta por la vía socialista, producto de la bancarrota ideológica de las direcciones obreras, y la burguesía es incapaz de aplastar el movimiento por medios ‘democráticos’, sólo entonces surge la posibilidad de resolver la tensión por medio de la bota militar -bonapartismo clásico- o, cuando la clase media se desencanta de la revolución y exige ‘orden’, por medio de un movimiento de masas fascista.
El surgimiento del fascismo alemán e italiano, el golpe de Pinochet en Chile, aun cuando la base de masas de Pinochet era mucho más reducida y su régimen sería mejor definido como un bonapartismo militar de derecha y, hoy en día, los acontecimientos en Bolivia o Venezuela son una prueba convincente de ello.
No solo el análisis literario de Horkheimer y Adorno es bastante malo sino prácticamente reaccionario. Si la ideología y el fenómeno fascista no responden a una base objetiva susceptible de ser estudiada científicamente seremos incapaces de evitar nuevos fenómenos similares. Esto no es una cuestión menor, el fascismo renace en procesos revolucionario como en Bolivia o Venezuela, concretamente en Bolivia las bandas fascistas (“juventud cruzeña” y otros grupos paramilitares) han asesinado a decenas de obreros y campesinos y preparan, junto con los mandos altos del ejército, un golpe de estado en las mismas líneas que el golpe de Pinochet; si no decimos sinceramente a los obreros y sus organizaciones (la COB, el MAS) que la única solución es la expropiación de la burguesía bajo control obrero, el golpe será en última instancia inevitable.
Determinismo mecánico o determinismo dialéctico
Esto no quiere decir que el marxismo sea un vulgar mecanicismo.
“La visión marxista de la historia no tiene nada que ver con el determinismo mecánico que muchos de los detractores del marxismo pretenden atribuir a este; por el contrario cualquiera que comprenda las implicaciones de la visión materialista y dialéctica de la historia que implica el materialismo histórico puede entender lo lejano que esta el marxismo del mecanicismo lineal; la evolución de la cultura humana no está determinada mecánicamente por el modo de producción.[34]
De hecho Marx y Engels hablaron del papel subjetivo en la historia, afirmaron que la historia la hacen los hombres y que las ideas que estos sostienen no juegan un papel secundario sino que pueden frenar el proceso histórico o acelerarlo dependiendo de la clase a la que representen esas ideas y de si sirven de expresión al desarrollo de las fuerzas productivas. Es verdad que existe una interacción dialéctica entre la base y la superestructura social, pero el papel de las fuerzas productivas es decisivo en última instancia. Son las fuerzas productivas el factor que permite que las ideas conquisten a las masas o sean marginales, que las ideas cambien a la sociedad o mantengan el statu quo”.
Engels y Marx respondieron a la interpretación mecánica en varias ocasiones. En una carta a Bloch Engels aclara lo siguiente:
“Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda”.[35]
¿Impotencia de las masas o impotencia de Horkheimer y Adorno?
La idea de que la ideología burguesa es todopoderosa y que las masas son actores impotentes es objetivamente falsa conciencia y prácticamente reaccionaria. No se puede ocultar el profundo desprecio por las masas trabajadoras expresado en Dialéctica de la Ilustración: “La regresión de las masas consiste hoy en la incapacidad en poder oír con los propios oídos aquello que no ha sido aún oído, de tocar con las propias manos aquello que no ha sido aún tocado: la nueva figura de ceguera que sustituye toda ceguera mítica vencida”.[36]
O como muestra la siguiente afirmación: “La impotencia de los trabajadores no sólo es una artimaña de los patrones, sino la consecuencia lógica de la sociedad industrial, en la que se ha transformado finalmente el antiguo destino bajo el esfuerzo de sustraerse a él”.[37]
El complemento natural de toda su posición filosófica es la negación del papel revolucionario del proletariado, el fin de las crisis periódicas, el ascenso de un nuevo tipo de estado totalitario y toda una colección de prejuicios francamente pequeñoburgueses: “Las masas… carecen no solo de solidaridad de clase, sino también de la plena conciencia del hecho de ser objetos y no sujetos del procesos social que ellas mismas mantienen no obstante en su condición de sujetos”.[38]
Incluso el proletariado prácticamente ha dejado de existir a pesar que las relaciones de producción siguen vigentes: “Estas continúan existiendo incólumes, aun cuando sea casi tan vano buscar sus beneficiarios como imposible distinguir donde están los proletarios”.[39]
También Adorno pone en duda la vigencia de la teoría de la plusvalía: “Debido a la expansión del progreso técnico, es decir, a la industrialización, la participación del trabajo vivo –único del que deriva según su propia concepción, la plusvalía- tiene tendencia a disminuir hasta el punto de convertirse en un valor límite, sucede que la idea fundamental, esto es la teoría de la plusvalía se ve afectada”.[40]
El totalitarismo de la industria se extiende a todas las esferas de la vida compulsivamente tragándose a las clases sociales e impidiendo que piensen de manera distinta, claro esto no se aplica, como debemos suponer, a la todopoderosa filosofía crítica: “La máxima de Marx, según la cual la teoría misma se vuelve una fuerza real no bien se aplica a las masas, ha sido derogada por el curso de las cosas”.[41]
Las fuerzas productivas ya no determinan el momento en que las relaciones de producción deben ser transformadas: “Más que nunca, las fuerzas productivas son tributarias de las relaciones de producción, y ello de una manera acaso tan perfecta, que estas últimas aparecen precisamente por esta causa como la esencia misma de la producción”.[42]
Las crisis de sobreproducción han sido sustituidas por la planificación de una burocracia parasitaria al servicio del mercado degradando todas las esferas de la vida: “Unicamente dentro de la perspectiva de una aniquilación total han dejado las relaciones de producción de paralizar las fuerzas productivas”.[43]
Incluso Marcuse, el menos malo de las eminencias de esta escuela, estaba de acuerdo en la mayoría de estos prejuicios –que como vemos son el sello característico de la teoría crítica, no sin razón a Marcuse se le incluye en esta tendencia-: “Me parece” nos dice Marcuse “que la sociedad capitalista se funda precisamente en su capacidad de absorber el potencial revolucionario, de liquidar la negación absoluta, y de sofocar la necesidad de un cambio cualitativo del sistema”.[44]
Más adelante dice que “estamos ante una sociedad clasista pero en la cual la clase obrera ya no representa la negación de lo que existe”.[45]
Esta no es una tendencia solo de los países avanzados sino incluso de los países más atrasados: “…creo que se extenderá con relativa rapidez incluso a los países industriales menos desarrollados”.[46]
Según Marcuse, la sociedad de “altísimo desarrollo industrial” es una sociedad en que han desaparecido las crisis de sobre producción, “una sociedad en la que lo que fue una libre economía de mercado se ha transformado en una economía de beneficio pilotada, de carácter monopolista privado o dirigista estatal, en un capitalismo organizado” (…) “toda oposición real está a punto de desaparecer” (…) “Y todo esto, en la sociedad industrial altamente desarrollada, sucede sin necesidad de terror, en el ámbito de la democracia, bajo la forma de un pluralismo democrático”.[47]
Es verdad que la mayor parte del tiempo las masas trabajadoras están sumidas en su lucha diaria por la supervivencia y aceptan acríticamente toda una colección de dogmas que mantienen la estabilidad del sistema, en este punto el marxismo no puede confundirse con la fetichización de las masas y el proletariado: es falso que las masas estén siempre en revolución como algún ultraizquierdista pudiera afirmar pero también es falso que las masas sean siempre pasivas.
También es cierto que los terremotos son fenómenos excepcionales, pero los geólogos saben que, en última instancia, son inevitables; lo mismo podemos decir de las revoluciones sociales, El proceso molecular de la revolución, como lo denomina Trotsky, o la acumulación de tensiones sociales hace a las revoluciones fenómenos tan inevitables como los terremotos.
Es irónico que al mismo tiempo que Adorno y Horkheimer escribían su colección desordenada de aforismos hablando de la impotencia de las masas veíamos fenómenos importantes como el movimiento partisano en Italia que fue un movimiento de masas.[48] Durante los años treinta presenciamos fenómenos importantes como la revolución alemana de 1933 y la heroica revolución española de 1931-1939. Trotsky decía que los obreros españoles no sólo podían haber tomado el poder una vez sino ocho veces; una y otra vez sus esfuerzos se vieron desbocados por la nefasta postura estalinista del frente popular y la actitud infantil de la dirección de la CNT anarquista, expresada en la comuna de Asturias.
Estos acontecimientos lo que demuestran no es la estupidez de las masas sino la necesidad de lo que Marx y Engels señalaron una y otra vez: un partido revolucionario armado con una teoría revolucionaria, sin esta condición la energía revolucionaria se disipa frecuentemente, como el vapor se disipa sin un pistón que canalice su poder.
Conclusión
Las ideas expresadas en Dialéctica de la Ilustración contradicen casi todo lo que Marx y Engels escribieron y se retrotrae a las posiciones neohegelianas de cuyas cenizas y escombros el marxismo surgiría, si bien las posturas expresadas en Dialéctica de la Ilustración reflejan un periodo de negra reacción, a nuestro parecer, se equivocaron en los puntos que hemos tratado de criticar en este ensayo.
Si bien es posible que estos autores hayan hecho aportes en el terreno de los mecanismos de la enajenación y los medios de control de las clases dirigentes estos posibles aportes no han sido el tema de este ensayo sino más bien las diferencias centrales con el marxismo clásico, en este terreno no cabe duda que la teoría crítica difiere con el marxismo de Marx en toda una serie de puntos: difiere en cuanto al punto de partida -materialista dialéctico- con el cual los fundadores del marxismo elaboraran su teoría revolucionaria –sustituyéndola, en el mejor de los casos, por una especie de ‘dialéctica’ idealista-, haciendo a un lado las coincidencias superficiales; difiere en cuanto al diagnóstico y las causas del fracaso de la ilustración, o lo que es más correcto el fracaso del capitalismo; difiere en cuanto al proletariado como sujeto revolucionario; difiere en su consideración del papel del trabajo y la fuerzas productivas en el desarrollo histórico; difiere en cuanto al tema del desarrollo progresivo del proceso histórico; difiere en cuanto a su visión del papel de las masas en la historia; difiere en cuanto a la inevitabilidad de las crisis periódicas, etc., etc.
La única coincidencia está en el papel nefasto del capitalismo, aunque los autores de Dialéctica de la Ilustración rechazaron incluso formalmente lo que les unía al marxismo al rechazar la terminología conforme editaban nuevas versiones de esta obra incluida el término capitalismo. Los autores de Dialéctica de la Ilustración difieren con Marx en los puntos nodales que le dan especificidad al marxismo.
Es claro que cada quien es libre de adoptar las posiciones políticas y filosóficas que considere pertinentes, y cada quien es libre de aceptar o rechazar la teoría marxista, pero también es necesario llamar al pan “pan” y al vino “vino”. Creemos que no puede considerarse marxista a personas que rechazan los puntos que hacen al marxismo ser lo que es, al menos cuando Horkheimer y Adorno escribieron Dialéctica de la Ilustración ya eran evidentes las diferencias importantes con respecto al marxismo de Marx y Engels.
Decía Marx que toda teoría se refleja tarde o temprano en la práctica; es innegable que Marx y Engels -lo mismo podemos decir de Rosa Luxemburgo, Lenin y Trotsky, entre otros- sacrificaron toda su vida a la causa del socialismo, sacrificando en el caso de Marx a su propia familia, padeciendo las peores situaciones, a pesar de los errores que podamos encontrar en los fundadores del marxismo, a pesar de que cada quien es libre de aceptar o rechazar la ideas del marxismo, su praxis resulta intachable desde el punto de vista de su propia teoría.
Es nuestra opinión que estas diferencias se vieron expresadas en la posición que Horkheimer y Adorno adoptaron ante la movilización estudiantil de 1968, cuando los estudiantes en rebeldía tomaron el Instituto de Investigaciones Sociales, entonces Horkheimer y Adorno tuvieron la oportunidad de demostrar la solidez de su actitud “crítica” cuando por sus instrucciones Habermas llamó a la policía para que reprimiera el movimiento; ¡no por nada Habermas es ahora un teórico mal disfrazado del liberalismo burgués!
Bibliografía:
1. Adorno, Theodor; Horkheimer, Max. Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, España,
2. Adorno, Theodor; Garaudy, Roger; Hyppolite, Jean. ¿Marx superado?, Distribuidora Baires S. R. L., Colección Papeles Políticos, Argentina, 1974.
3. Horkheimer, Max. Critica de la razón instrumental; Sur, Buenos Aires, 1973
4. Benjamín, Walter. Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Traducción de Bolívar Echeverría, Editorial Contrahistorias.
5. Marcuse, Hebert. Discusión con los marxistas, Proceso, Argentina, 1970.
6. Marx, C.; Engels, F. Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1981
7. Marx, C. El Capital tomo I, FCE, México, 1999
8. Marx, C; Engels, F. La Sagrada familia, Grijalbo, México, 1967
9. Engels, F. Dialéctica de la Naturaleza, Cartago, México, 1983
10. Childe, Gordon. Qué sucedió en la historia, Pleyade, Argentina, 1972
NOTAS
[1] Alan Woods “el marxismo y la teoría de las ondas largas”, en Marxismo Hoy numero 10, Fundación Federico Engels, España, 2002.
[2] León Trotsky “Bolchevismo y Stalinismo”, en:http://www.marxists.org/espanol/trotsky/1930s/bolchev.htm(link is external)
[3] “Dialéctica de la Ilustración”, Max Horkeimer, Teodor Adorno, p. 56
[4]Ibid. p55
[5] Ibid. p. 75
[6] Ibid. p.68
[7] Ibid. p. 62
[8] Ibid. p. 64
[9] Marx, C. “El Capital” Tomo I, FCE, p. XXIII,
[10] “La Sagrada Familia”, C. Marx, p. 149
[11] En su “Dialéctica de la naturaleza” y en el “Anti Dühring” (obra que, por cierto, fue coescrita por Marx y expone las posiciones filosóficas de ambos autores). Engels señala lo siguiente con respecto a la época conocida como el renacimiento y, sobre todo, el periodo ilustrado (revolución Francesa): “Fue la mayor revolución progresista que la humanidad hubiera experimentado hasta entonces, una época que necesitaba de gigantes y los produjo: gigantes en poder de pensamiento, en pasión y carácter, en universalidad y conocimientos. Los hombres que fundaron el dominio moderno de la burguesía tenían cualquier cosa menos limitaciones burguesas” (“Dialéctica de la naturaleza”, Engels. p28)
[12] “La Sagrada Familia” C. Marx, 195
[13] Ibid. p 53
[14] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p. 70
[15] Ibid. p. 67
[16] “Tesis Sobre Feuerbach”, Marx, en Obras escogidas en tres tomos, p. 9
[17] Marx mismo señala la “esencia” de su visión de la historia de la siguiente manera, la cual no deja lugar a dudas: “(..) al llegar a determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales e la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes (…) De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social” (Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx, en Obras escogidas en 3 tomos, p. 518)
[18] En su texto “En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho” Marx señala que el punto central de una teoría revolucionaria debe ser su capacidad para conectar con las masas trabajadoras:”Así como la filosofía encuentra en el proletariado sus armas materiales, el proletariado encuentra en la filosofía sus armas espirituales, y tan pronto como el rayo del pensamiento muerda a fondo en este candoroso suelo popular, se llevará a cabo la emancipación de los alemanes como hombres” (“La sagrada Familia”, Marx, Engels, p.15)
[19] “El Capital tomo I”, Marx, p.421
[20] “El Papel del Trabajo en la transformación del mono en hombre”, en “Dialéctica de la naturaleza”, F. Engels, p.138
[21] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p.73
[22] Ibid. p. 68
[23] Véase por ejemplo la “Introducción a la antropología general” de Marvin Harris el padre del llamado “materialismo cultural” y uno de los más grandes antropólogos del siglo XX.
[24] “Dialéctica de la ilustración” (…), p.82
[25] “Ideología Alemana”, C. Marx, en obras escogidas en tres tomos, pp 14-15
[26] Walter Benjamín, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, Traducción de Bolívar Echeverría, Editorial Contrahistorias, Tesis IX, p. 24.
[27] La idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas representaba el criterio objetivo de progreso era para Marx tan importante que incluso señaló que el dominio británico de la India, con todo y su cruel brutalidad, preparaba las condiciones para la emancipación de los trabajadores hindúes: “La industria moderna, llevada a la India por los ferrocarriles, destruirá la división hereditaria del trabajo, base de las castas hindúes, ese principal obstáculo para el progreso y el poderío de la India. Todo cuanto se vea obligada a hacer en la India la burguesía no emancipará a las masas populares ni mejorará sustancialmente su condición social, pues tanto lo uno como lo otro no sólo depende del desarrollo de las fuerzas productivas, sino de su apropiación por el pueblo. Pero lo que sí no dejará de hacer la burguesía es sentar las premisas materiales necesarias para la realización de ambas empresas. ¿Acaso la burguesía ha hecho nunca algo más?, ¿Cuándo ha realizado algún progreso sin arrastrar a individuos aislados y a pueblos enteros por la sangre y el lodo, la miseria y la degradación? (..) Y sólo cuando una gran revolución social se apropie de las conquistas de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas productivas, sometiéndolos al control común de los pueblos más avanzados, sólo entonces el progreso humano habrá dejado de parecerse a ese horrible ídolo pagano que sólo quería beber el néctar en el cráneo del sacrificado”;( “Futuros resultados de la dominación británica en la India”, C. Marx, en “Obras escogidas en tres tomos” p.510)
[28] El célebre antropólogo marxista Vere Gordón Childe señala que el criterio de progreso basado en el desarrollo de las fuerzas productivas puede ser verificad de manera científica por medio del estudio del comportamiento de las curvas de población en puntos críticos del desarrollo histórico como lo son el surgimiento de nuevos modos de producción: “Si examinamos todo el largo proceso que revelan los documentos arqueológicos y literarios, resultaría por demás evidente que una sola tendencia directiva en la esfera económica de los métodos por los cuales las sociedades más progresistas se procuran su sustento. En este dominio sería posible reconocer innovaciones radicales y verdaderamente revolucionarias, seguidas por tales aumentos en la población que, si se dispusiera de estadísticas fidedignas, cada una sería reflejada por una aguda curva en el gráfico de la población” (“Que sucedió en la historia”, Vere Gordon Childe, p. 37)
[29] “El Origen de la familia”, Engels, p.204
[30] García Colín Carrillo David R. ““El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización”, en http://132.248.9.195/ptb2010/diciembre/0665243/0665243_A1.pdf)
[31] “Dialéctica de la ilustración”, (…) p. 90
[32] El fascismo como todo fenómeno de importancia tiene una base objetiva. El fetichismo de la mercancía en la sociedad capitalista, por ejemplo, es también una confirmación del papel decisivo, en última instancia, de las condiciones materiales en el surgimiento de fenómenos ideológicos. La enajenación del sujeto en la sociedad capitalista, expresada en su “nonplus ultra” en el fetichismo de la mercancía, haya su base en las relaciones sociales capitalistas que aparecen como relaciones entre cosas: “las relaciones entre unos y otros productores”, -nos dice Marx en El Capital, en “El fetichismo de la mercancía y su secreto”-, “relaciones en que se traduce la función social de sus trabajos, cobran la forma de una relación social entre los propios productos de su trabajo”, el hecho de que la fetichización de la mercancía tenga su sustrato material se expresa en el hecho de que dicha fetichización desaparece en otros modos de producción “Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los productos del trabajo basados en la producción de mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a otras formas de producción” (Véase “ “El Capital”, Marx, pp 36-47)
[33] “La lucha contra el fascismo”, León Trotsky, pp 22-24
[34] García Colín Carrillo David R. ““El Materialismo Histórico y Dialéctico aplicado al proceso de “hominización”, el surgimiento de las clases sociales y la civilización”, en “http://www.militante.org/node/299(link is external)
[35] “C Marx F Engels Obras Escogidas”. Vol. 3. p. 514.
[36] “Dialéctica de la ilustración” (…), p. 89
[37] Ibid, p. 89
[38]“¿Marx superado?” Theodor Adorno, Roger garandy, Jean Hyppolite…; p. 17
[39] “Dialéctica de la Ilustración” (…). p.33
[40]Ibid. p.18
[41]Ibid. p.25
[42]Ibid. 27
[43]Ibid, p. 29
[44]“Discusión con los marxistas”, Hebert Marcuse, Proceso, argentina, 1970, p.12
[45] “Dialéctica de la ilustración” (…), Ibid. p. 13
[46]Ibid. p.13
[47] Ibid. pp 13-14
[48] Entre 1943 y 1948 se abre en Italia un periodo revolucionario en Italia caracterizado por la ocupación de fábricas y la huelga general a tal grado que estos acontecimientos generaron la caída de Duce. En el destacado libro “La guerra partisana” de Paolo Brini leemos que la batalla de stalingrado cambia la correlación de fuerzas y “ se tradujo en el estallido de las huelgas de marzo del 43 que llevaron a la defenestración del Duce por obra del Gran Consejo en la noche del 25 de julio. El objetivo de la burguesía era, entonces, intentar mantener al fascismo sin Mussolini confiando en el gobierno al general Badoglio y mientras tanto intentaba alcanzar algún acuerdo con las fuerzas aliadas. Esos 45 días se podrían caracterizar como una situación de fermento preinsurreccional entre las masas y de una feroz represión por parte del régimen, 93 muertos y unos 2000 arrestos entre los manifestantes”. Estos datos no dejan lugar a dudas de que la guerra partisana representó un movimiento de masas.