“Foucault, ¿una teoría política?” Domingo Fernández. 2007.

«El  hombre  político,  ¿sería  lo  contrario  del  gran  hombre? ¿Sería el héroe hegeliano en quien culmina el espíritu del  tiempo  o  aquel  en  quien  se  depositan  los  desechos inconfesables del universo?»[1]

En no pocas ocasiones se le preguntó a Michel Foucault a propósito de sus ideas políticas.  A  menudo,  en  tales  momentos,  su  actitud fue  la  de  quien  elude  con  cierta elegancia un asunto que le resulta incómodo. En buena medida, su manera de escapar de la cuestión solía ser, bien dar la callada por respuesta o bien aludir al desfase existente entre aquello que ocupa la confrontación política cotidiana y los asuntos de auténtico calado político, que aún no han encontrado en esas confrontaciones el medio adecuado para  su  expresión. 

Otro  asunto,  en  estrecha  relación  con  el  anterior,  por  el  que  con frecuencia asimismo se le preguntaba es el de la utilidad política de sus ideas. En este terreno, las respuestas de Foucault siempre se situaron en la línea de considerar que esa cuestión no podría resolverse sin analizar las estrechas relaciones que existen entre el saber  y el poder.

Así, también por lo que se refiere a los resultados de su trabajo, la conexión resulta pertinente, ya que las conclusiones a las que fue llegando tienen, sin duda,  una  trascendencia  en  el  plano  de  la  acción  política.  No  obstante,  él  siempre rechazó  la posibilidad  de  elaborar,  de  manera  sistemática  y  siguiendo  los  cánones  al uso, una teoría política.

Sin embargo,  aunque Michel Foucault no se cansara de decir que él no  había construido una teoría política, hay quien, por diferentes motivos y con objetivos a veces antagónicos, se ha ocupado en defender lo contrario. Un caso paradigmático es el de Walzer, quien sostiene que sí que hay una teoría política que podemos ir rastreando en su obra[2].  Veamos cuáles son los puntos clave del texto en que argumenta en favor de esa posición.

Ante  todo,  hay  que  decir  que,  aproximándose  a  explicitar  el  contenido  de  esa supuesta  teoría  política,  Walzer  considera  que  el  enfoque  de  los  estudios  de  Michel Foucault sobre la sociedad disciplinaria es erróneo. Si bien, pese a ello, admite que tales estudios nos permiten entrever ciertas características que se están manifestando en las sociedades contemporáneas[3] .

Sin duda acierta cuando nos dice que la visión que Foucault nos ofrece del poder pone de manifiesto que es un pluralista[4]. A nadie se le escapa, es cierto, que la doctrina foucaultiana a propósito del poder se sitúa al margen de toda interpretación soberanista y explica que el poder se origina en una multitud de espacios a través de las relaciones que  en  ellos  se  establecen  entre  los  seres  humanos.

  Se  trata,  por  tanto,  de  una interpretación en la que ha de tomarse en cuenta la existencia de una diversidad de focos o puntos de origen del poder[5].

Las  ideas  políticas  derivadas  de  esta  concepción  del  poder  no  podrán,  en consecuencia,  apuntar  a  la  posibilidad  de  derrocar o  conquistar  el  poder,  según  los modelos  revolucionarios  clásicos[6]No  existe  un  único  centro  del  poder  o  un  lugar privilegiado donde éste resida, de tal manera que su conquista deje expedita la vía para hacernos con el resto de los centros de poder  y, en suma, pasar a ocupar la plaza de aquellos que han sido desposeídos de las claves del control social[7]

En este sentido, atina de nuevo Walzer cuando, recogiendo una idea expresada por  el  propio  filósofo,  nos  dice  que  “la  teoría  política  de  Foucault  es  una  ‘caja  de herramientas’,  no  para  la  revolución  sino  para  la  resistencia  local[8]

Expresa  así  un concepto  esencial  en  el  pensamiento  político  de  Foucault,  que  es  el  concepto  de resistencia. En efecto, frente a la metáfora de la conquista, el pensador francés propone la  opción  de  la  resistencia

Crear  núcleos  de  resistencia, nódulos  de  oposición  a  los movimientos por los cuales el poder circula a través del tejido social, ésta es la opción más importante de cuantas se encuentran a nuestro alcance para oponernos al poder. Es la noción de resistencia lo que nos permite comprender la articulación que puede existir entre  las  díadas  conceptuales  discurso-poder  y  contradiscurso-contrapoder  y,  en definitiva, situar en el plano adecuado de explicación la relación entre saber y poder[9].

Otra noción, complementaria de la noción de resistencia  y de signo opuesto a ésta, es la de disciplina. Como es sabido, Vigilar y castigar es la obra en la que Foucault expresa de una manera más elaborada cuál es la extensión de las prácticas disciplinarias  en las sociedades modernas. Estas prácticas tienden a conseguir una gestión eficaz de la población, suponiendo, por tanto, la culminación de las estrategias de control surgidas a finales del siglo XVII y que encuentran su punto de inflexión definitivo con la creación de la policía, en el siglo XVIII.

La policía no tiene, en su origen, las funciones que hoy realiza la institución a la que nosotros damos ese mismo nombre, sino que desempeña tareas más amplias.

En  el  curso  que  impartió  el  año  académico  1977-1978, Seguridad,  territorio, población, Foucault ofrece una caracterización de la disciplina a través de las siguientes notas.  En primer  lugar,  afirma  que  “la  disciplina  es  esencialmente  centrípeta.  Quiero decir  que  la  disciplina  funciona  en  la  medida  en  que  aísla  un  espacio,  determina  un segmento. La disciplina concentra, centra, encierra. El primer gesto de la disciplina es, en  efecto,  circunscribir  un  espacio  en  el  cual  su  poder  y  sus  mecanismos  de  poder actuarán plenamente y sin límite”[10].

Al lado de esto, es conveniente señalar que “los dispositivos de seguridad”, tal como  Foucault  pretende  reconstruirlos  desde  su  origen,  “actúan  en  sentido  contrario, tienen  siempre  tendencia  a  extenderse,  son  centrífugos.  Integran  sin  cesar  nuevos elementos, integran la producción, la psicología, los comportamientos, las maneras de actuar  de  los  productores,  de  los  compradores,  de  los  consumidores,  de  los importadores, de los exportadores, integran el mercado mundial. Se trata, por tanto, de organizar, o en todo caso de dejarse arrastrar por el desarrollo de circuitos cada vez más extensos”[11].

Por tanto, hablar de sociedad disciplinaria, refiriéndonos con esa expresión a la sociedad actual, supone cometer, cuando menos, una imperdonable omisión, ya que los procedimientos  disciplinarios  se  hallan  en  ella  muy  localizados  en  sus  campos  de aplicación. Todo lo contrario de lo que sucede con los dispositivos de seguridad, que se se extienden de forma incesante, según esquemas de dispersión.

En efecto, “una buena disciplina es aquella que os dice, en cada instante, lo que debéis hacer. Y, si tomamos el modelo de saturación disciplinaria de la vida monástica perfecta, que hace que la vida del monje esté regulada enteramente, de la mañana a la noche, la única cosa que queda indeterminada es que no dice expresamente lo que está prohibido”[12]

Por  otra  parte,  contraponiendo  modelo  disciplinario  y  modelo  legal,  Foucault señala que “en el sistema de la ley, lo que queda indeterminado está permitido; en el sistema del reglamento disciplinario, lo que está determinado es lo que debe hacerse y,

consecuentemente,  todo  lo  demás,  quedando  en  la  indeterminación  se  encuentra,  sin embargo, prohibido”[13].

Foucault  ha  estudiado  con  suficiente  detalle  estas  cuestiones  como  para  que podamos concluir que Walzer se equivoca al sostener que “el punto crucial de la teoría política de Foucault es que la disciplina escapa al mundo de la ley y de la justicia –y se pone  enseguida  a  colonizar  ese  mundo,  remplazando  los  principios  legales  por principios de normalidad física, psicológica y moral”[14].

Walzer realiza aquí una amalgama de la que se desprende una imagen confusa, opresiva  y  paranoica  de  la  teoría  política  de  Foucault,  si  es  que  finalmente  nos acomodamos a usar dicha expresión. En efecto, Foucault señala que la Policía (en el sentido  original  del  término)  y  la  Estadística  son los  dos  elementos  clave  de  la gubernamentalización del ejercicio del poder[15].

En términos políticos, Walzer define a Foucault como un anarquista-nihilista[16].

A su juicio, Foucault aleja a sus lectores de la política, menospreciando la importancia de  la  misma.  Argumentando  en  este  sentido,  Walzer  se  empeña,  en  el  trabajo  que estamos comentando, en mostrar la importancia que tienen las distinciones morales y políticas[17].

Para plantear nuestras objeciones en contra de esa supuesta indistinción de moral y política en Foucault podríamos apelar a diferentes documentos. Sin embargo, quizá la más  completa  caracterización  que  él  mismo  realizó  de  su  pensamiento  político  se encuentra  en  las  páginas,  396  nada  menos,  de  la  trascripción  de  la  larga  serie  de conversaciones que mantuvo con Roger-Pol Droit en 1975[18]. De ellas se han publicado tan sólo algunos extractos en Le Monde y Le Point, recogidos más tarde en el libro de Roger-Pol  Droit, Michel  Foucault,  entretiens[19]

Tal  vez,  como  anota  Daniel  Defert, estas  entrevistas  no  se  publicaron  en  su  momento  debido  a  que  Foucault  quedó insatisfecho con el enfoque y el resultado de las mismas, rechazando la posibilidad de publicarlas. Aunque me atrevo a pensar que su insatisfacción se debió, precisamente, a que  advirtió  a  posteriori  la  excesiva  claridad  y  contundencia  con  la  que  se  había manifestado  a  propósito  de  un  buen  número  de  cuestiones,  siempre  espinosas, relacionadas con sus ideas políticas.

Baste  recordar,  en  este  sentido,  que  Michel  Foucault  comienza  hablando  del papel que en su momento jugaron intelectuales como Desanti o Althusser.  Al hilo de esos comentarios, pone de manifiesto su profundo anticomunismo, e incluso da claras muestras  de  sentirse  molesto  por  la  importancia  que  el  entrevistador  concede  a  los comunistas en su descripción del clima intelectual de la época de juventud de Foucault.

Su inquietud ante esas cuestiones es la de alguien que preferiría no verse obligado  a recordar unos años en los que, desde las filas de las distintas organizaciones marxistas, se  ejerció,  a  su  juicio,  un  verdadero  terrorismo  intelectual  sobre  todo  aquel  que  se atrevía a expresar alguna idea divergente. Foucault señala de una forma detallada cómo esto ha sucedido en Francia desde los años 50 hasta principios de los 70.

No menos duras resultarán, incluso hoy en día, las críticas de Foucault en otro frente, al considerar que el Partido Comunista francés ha pactado hace muchos años con el  Estado, comprometiéndose  de  facto  en  la  penosa  tarea  de  mantener  en  pie  sus estructuras  de  poder  más  obsoletas.  Señala  además  que,  a  pesar  de  ese pacto,  esa organización política no ha hecho sino perder contacto progresivamente con la realidad social,  siendo  la  Universidad  el  único  terreno  en  el  que  ha  conseguido  infiltrarse eficazmente.

Foucault habla asimismo de su terrible experiencia en Polonia. Relata que allí pudo  saber  cómo  procede  en  verdad  este  sistema  y  que,  desde  que  conoció  como funciona en realidad un Estado comunista, considera inaceptable el marxismo. Para él, según cuenta en varios pasajes, todo el horror que encierra esa doctrina política se le reveló  en  Polonia,  aunque  evoca  asimismo  cómo  ya  tenía  sospechas    y  rechazo  del totalitarismo desde su época de estudiante. 

Como puede apreciarse, hay en estas opiniones claros signos de la importancia que Foucault concede a las distinciones políticas, como también los hay de la relevancia que estima han de tener las distinciones morales, en contra de lo sostenido por Walzer[20].

También podrían servirnos como elocuentes ejemplo en contra sus actividades en favor de  diferentes  causas,  aunque  precisamente  por  esa  voluntad  de  comprometerse éticamente en las causas políticas en algunos casos errara el tiro. Es lo que le sucedió,

pongamos por caso, con su apoyo inicial a la revolución iraní[21].

Podría admitirse, en todo caso, que en esa revolución Foucault pudo ver una excelente ilustración de esas experiencias límite que rastreó en diversos campos durante toda su vida  y que, en lo político, tan sólo pudo vivir fuera de Francia. No sólo en Irán, en contra de lo que señala Hamid  Gholami  Saba  en  el  trabajo  que  consagra  al  estudio  de  este  pasaje  de  su trayectoria  vital[22]

En  efecto,  tan  importantes  o  más  fueron,  en  ese  sentido,  sus experiencias  en  Polonia  o  en  Túnez.  En  cualquier  caso,  es  indudable  que,  como  ha sabido explicar Gholami Saba, la constatación del éxito político y el fracaso moral de la revolución  iraní  llevaron  a  Foucault  a  repensar  la política  en  términos  ilustrados  y  a aproximarse a la visión más crítica de la modernidad, convenciéndolo finalmente de la necesidad de «reforzar la luz de la Aufklärung y combatir su despotismo»[23].

En realidad, podría decirse que, tras diferentes atisbos iniciales marcados tanto por  la  necesidad  de  responder  a  las  exigencias  del presente  como  por  la  obligación autoimpuesta de hacerlo de una manera original, su periplo intelectual culmina en un punto  en  el  cual  la política  se plantea  como  ética[24]

De  manera  tentativa,  esa  misma posición ha ido apareciendo de forma ocasional a lo largo de toda su vida, pero podría hablarse  de  la  existencia  de  una  reconciliación  del  filósofo  Michel  Foucault  con  la persona Michel Foucault cuando la ética pasa a ocupar el centro de sus preocupaciones intelectuales y se muestra capaz de generar por sí misma una política.

Hoy  asistimos  a  la  crisis  definitiva  del  modelo  político  surgido  a  partir  de  la Revolución Francesa; quizá Walzer, para bien o para mal, se muestre todavía demasiado vinculado al mismo. Entre otros factores, siguiendo la estela de los estudios de Foucault, Edgard  Morin  ha  señalado  atinadamente  una  serie  de transformaciones  que  han sobrevenido  desde  que  la  ciencia  y  la  técnica  han  hecho  irrupción  en  el  campo tradicional de la política, provocando en él modificaciones profundas[25].

Los cambios producidos a instancias de esa irrupción de la tecnociencia ponen de manifiesto la dificultad de construir una política centrada en el ser humano, en el sentido universal que ese término adopta en el pensamiento ilustrado. Por ello, Morin se pregunta si es posible hoy construir una «antropopolitica»[26].

Una serie de transformaciones, en gran medida deudoras del progreso científico-tecnológico, han hecho que la supervivencia del ser humano, en términos de especie, se convierta en el problema político de mayor importancia[27]. Un problema político que nos lleva a pensar en términos globales, que nos conduce a considerar la política de la vida o de la muerte de la especie como cuestión biopolítica por excelencia[28].

Todo ello conduce a la necesidad de plantear una política «multidimensional» del ser humano. Entre los contenidos de esta, es preciso distinguir elementos que habían quedado hasta hace unos años fuera del ámbito político, que eran considerados como infrapolíticos y a los que ahora ha de concederse la importancia crucial que en realidad tienen.

Como clara ejemplificación de esto podríamos citar todo lo relacionado con las amenazas  bélicas,  las  cuestiones  políticas  que  atañen  a  la  situación  de  la  mujer,  lo relativo a la natalidad y a lo que tiene que ver con la mortalidad.

En otro orden de cosas, Morin ha insistido también en que hemos de considerar la relación entre economía y ecopolítica. Se trataría, en este sentido, de contribuir a la construcción  de  un  realismo  político  de  nuevo  cuño que,  en  lugar  de  plantear  la reiteración de lo mismo como única vía posible, aborde al fin de forma coherente las relaciones entre economía, ecología y política.

Por último, sugiere Morin la importancia de incluir en la agenda política toda una serie de cuestiones de orden socio-político, entre las que señala la protección social del individuo, lo relacionado con la educación, la cultura, el tiempo libre, la política de la juventud, etc.[29]

Todas estas cuestiones habían permanecido fuera del ámbito de lo político y hoy ocupan un importante lugar en él. Tanto es así, que no podría entenderse ya la acción política  o  un  programa  de  intervención  política  que  no  hiciera  referencia  a  toda  esta serie de asuntos.

Pese  a  que  señalar  esto  no  sea  ya  ninguna  novedad, es  necesario  apuntar  la importancia que han tenido los estudios de Michel Foucault para poner el acento en la trascendencia política de las cuestiones que hasta aquí hemos enumerado. 

Es  sin  duda  interesante  constatar,  de  la  mano  de  Foucault,  cómo  la  Razón  de Estado ha ido tomando cuerpo en la constitución y desarrollo de una política centrada en la acción policial (en el sentido original del término), a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Así como analizar las mutaciones que esa política experimenta en los dos siglos siguientes.  Explicar  esos  procesos  ha  sido  uno  de  los  cometidos  a  los  que  Foucault concedió mayor importancia en los estudios que realizó durante los últimos años de su vida[30]. En su caso, la importancia de la herencia nietzscheana[31], tan importante en su obra,  nos  llevaría  a  hablar,  en  lugar  de  antropopolítica,  de  una  forma  de  entender  la política  cuyo  primer  objetivo  es  la  ruptura  con  la subjetividad  impuesta.  Superar  el horizonte del humanismo pasaría entonces por dejar atrás definitivamente las distintas formas en que la unidimensionalidad se nos impone.

Esto, que puede sonar tan viejo, es algo que hoy está, paradójicamente, de última hora.

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[1] FOUCAULT, M., “Les têtes de la politique”, Preface a, WIAZ, En attendant le grand soir …, Paris, Denoël, 1976, p. 10.

[2] WALZER, M., “La politique de Michel Foucault”, VVAA, Michel Foucault, lectures critiques, Bruselas, Editions Universitaires, 1989, p. 65.

[3] WALZER, M., Op. Cit., p. 67.

[4] WALZER, M., Op. Cit., p. 69.

[5] CHEVALLIER, Ph., Michel Foucault, le pouvoir et la bataille, Nantes, Éditions Pleins Feux, 2004, pp. 19 y ss.

[6] DEFERT, D., “La violence entre pouvoirs et interpretations dans les oeuvres de Michel Foucault”,  HÉRITIER, F., (Coord.), De la violence, Paris, Odile Jacob, 2005, pp. 94 y ss.

[7] “La política moderna sería para Foucault, desde el primer momento y para siempre esto y nada más que esto, el sistema de lenguajes y de saberes de un momento, de un tiempo, para disciplinar a los individuos, eso que acabará llamando la política pastoral porque, precisamente, se produce a la imagen del pastor y su rebaño, que se ocupa y trata de cada uno singularmente y que vuelca su atención de forma aún más fuerte sobre aquellos a los que excluye.

   La vida de los hombres sin derechos, la vida de los hombres infames…” KRIEGEL, B., Michel Foucault aujourd’hui, Paris, Plon, 2004, p. 76.

[8] WALZER, M., Op. Cit., p. 70.

[9] FREUNDLIEB, D., «Foucault’s theory of discurse and human agency», JONES, C., – PORTER, R. (Edits), Reasessing Foucault. Power, Medicine and the Body, London, Routledge, 1994, p. 176.

[10] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Cours au Collège de France (1977-78), Paris, Gallimard-Seuil, 2004, p. 46.

[11] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Edic. Cit., p. 46.

[12] FOUCAULT, M., Ibid., p. 48.

[13] FOUCAULT, M., Ibid., p. 48.

[14] WALZER, M., Op. Cit., p. 74.

[15] FOUCAULT, M., Securité, territoire, population, Edic. Cit., p. 323.

[16] WALZER, M., Op. Cit., p. 77.

[17] WALZER, M., Op. Cit., pp.80 y ss

[18] FOUCAULT, M., “Entretien avec Roger-Pol Droit”, 1975, 396 páginas mecanografiadas, IMEC-Archives, FCL.2.A02-02.

[19] DROIT, R. P.,  Michel Foucault, entretiens, Paris, Odile Jacob, 2004.

[20] Blandine Kriegel ve dos grandes influencias en la  filosofía política de Foucault. La primera de ella proviene de su lectura de la filosofía nietzscheana y da lugar a una acción política marcada por cierto romanticismo, que le impulsa a realizar gestos socialmente llamativos en favor de las causas que abraza.

La segunda proviene de la escuela epistemológica francesa, da lugar al trabajo de fundamentación teórica, al análisis revelador, a todo aquello que nos hace ver la realidad de otro modo y, por tanto, plantearnos también de otra manera nuestra actuación en la misma. KRIEGEL, B., Michel Foucault aujourd’hui, Op. Cit., pp. 78 y ss.

[21] GHOLAMI SABA, H., Foucault et la révolution iranienne, Mémoire de Diplôme d’études approfondies de philosophie, Université Paris-VIII, 2001, p. 77. Sobre este asunto, ver también, MACEY,  D., «Foucault et l’Iran», La Rose de Personne, nº1,Milano, 2005, pp. 85 y ss.

[22] GHOLAMI SABA, H., Op. Cit., p. 84.

[23] GHOLAMI SABA, H., Op. Cit., p. 114.

[24] GIORDANO, C., «Etica e politica nell’ultimo Foucault», VVAA (a cura di Pierandrea AMATO), La Biopolitica. Il potere sulla vita e la constituzion e della soggetività, Milano, Mimesis, 2004.

[25] MORIN, E., «Una politica per l’uomo», VVAA (CUTRO, A., edit.), Biopolitica. Storia e attualità di un concetto, Verona, Ombre Corte, 2005, pp. 178 y ss

[26] MORIN, E., Op. Cit., p. 61.

[27] AGGERI, F., «Les régimes de gouvernementalité dans le domine de l’environement», HATCHUEL, A. – PEZET, E. – STARKEY, K. . LENAY, O. (Dirs.), Gouvernement, organisation et gestion: l’héritage de Michel Foucault, Saint-Nicolas, Presses de l’Université Laval, 2005, p. 463.

[28] MORIN, E., Op. Cit., p. 62.

[29] MORIN, E., Op. Cit., pp. 62 y ss.

[30] FOUCAULT, M., Naissance de la Biopolitique. Cours au Collège de France. 1978-1979, Paris, Gallimard-Seuil, 2004, pp. 10 y ss.

[31] GILLAN, G., «Foucault and Nietzsche: Affectivity and the Will to Power», SMART, B. (Edit.), Michel Foucault. Critical Assessments, Vol. V, London, Routledge, 1995, pp. 319 y ss.

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