La Historia es fruto del poder, pero el poder mismo nunca es tan trasparente como para que su análisis sea algo superfluo. La mayor característica del poder puede ser su invisibilidad; el mayor reto, mostrar sus raíces. MICHEL-ROLPH TROUILLOT
Es la primavera del año 2013. El sol entra por las ventanas de la galería de arte de la Universidad de Yale donde estoy con mi colega, Laura Wexler. Estamos esperando a los profesores y a los estudiantes para comenzar un nuevo curso con los alumnos del programa de doctorado en estudios americanos: se trata de una clase práctica en la que se incorporaran métodos interdisciplinares y multidisciplinares, perspectivas y análisis a sus estudios. Dos profesores imparten el curso, uno antropólogo y el otro historiador.
Laura y yo somos profesoras de estudios culturales. Tras las sesiones «En el campo» y «Sobre el archivo», Laura y yo nos hacemos cargo de la sesión denominada «Con los textos». En la galería estamos rodeados de una serie de obras que hemos elegido para que sean analizadas por los estudiantes graduados.
Yo he seleccionado el grabado de Ellen Gallagher De lujo (2004-2005), que ocupa todo el muro; Laura ha escogido una maravillosa gelatina de plata impresa de An-My Le, Rescate, de la colección Pequeñas guerras ( 1999-2002).
¿Qué tiene que ver Silenciando el pasado: el poder y la producción de la Historia de Michel-Rolph Trouillot con estas impresionantes obras de arte? Todo. Cuando se enseña en diversos ámbitos del conocimiento y en diversas geografías, puede ser difícil para dos profesores ponerse de acuerdo en una lectura concreta para la clase que se imparte de forma conjunta. Sin embargo, Laura y yo nos pusimos de acuerdo inmediatamente.
El libro que queríamos que leyesen y comprasen los estudiantes que participaban en el seminario para su lectura y relectura era Silenciando el pasado. Nuestro objetivo era hacer que nuestros alumnos reflexionasen sobre los problemas de «la disciplina», «el archivo» y «el texto»; queríamos que se adentrasen en las políticas de representación, en las complejidades y en las sutilezas de la relación entre lo que estaban leyendo y viendo, entendiendo dicha relación como producto del poder.
Porque, como sostiene Trouillot, «las representaciones históricas -sean libros, exposiciones comerciales o conmemoraciones públicas- no sólo pueden ser concebidas como vehículos para la transmisión del conocimiento. Deben establecer alguna relación con ese conocimiento».
Muchos especialistas han celebrado las contribuciones de Michel-Rolph Trouillot a los campos de la Antropología y la Historia, así como al pensamiento intelectual de los estudios caribeños y a las teorías de la globalización. Ofreceré una anécdota de mis clases para subrayar que el trabajo de Trouillot tiene relevancia, influencia y poder intelectual más allá de estos marcos disciplinarios y críticos.
Su análisis forense de los cuatro momentos en los que los silencios entran en la producción de la Historia revela un entrelazamiento entre la historicidad y el poder que se aplica no solo a los archivos sino que también domina los procesos y prácticas por los que lo pasado es verificado, ratificado y organizado en los campos de conocimiento.
Para Trouillot, la Historia es siempre material; comienza con cuerpos y artefactos, agentes, actores y sujetos. Su énfasis en el proceso, la producción y la narración atiende a los muchos lugares donde se produce la Historia: la academia, los medios de comunicación, y la movilización de historias populares por una serie de participantes.
Lo que la Historia es le importa menos a Trouillot que cómo la Historia funciona.
La producción de la narración histórica, afirma, no debe ser estudiada como una mera cronología de sus silencios. En las páginas de Silenciando el pasado aprendemos a identificar cómo en lo que parece haber un consenso puede enmascararse en realidad una historia de conflictos; aprendemos que los silencios aparecen en los intersticios de estos conflictos entre los narradores, el pasado y el presente.
Hay muchas formas de pasado en Silenciando. El libro comienza con un acto de memoria, que Trouillot emplaza en un momento muy particular y local, una familia, una comunidad, un lugar: Haití bajo el terror de los Duvalier, donde aprendió que los pueblos pueden ser «rehenes complacientes del pasado que crean». La obra termina con Trouillot considerando cómo «funciona la Historia en un país con el índice de alfabetismo más bajo a este lado del Atlántico», después de presenciar cómo una multitud derriba una estatua de Colón y la lanza al mar.
Silenciando el pasado ha sido lectura obligatoria para mis estudiantes desde que fue publicado por primera vez en 1994, y hago referencia a él continuamente en mi propio trabajo. Mi único pesar es que nunca he conocido en persona a Michel-Rolph Trouillot. Pero tengo sus palabras, sus preguntas provocativas, sus ideas, que pellizcan mi conciencia si alguna vez me siento satisfecha sólo «imaginando las vidas bajo el mortero», recuerdo que Trouillot también se pregunta cómo «identificar el final del silencio más profundo».
Para Trouillot lo que está en juego en el pasado es el futuro, el proceso de en qué nos convertimos. Silenciando el pasado ofrece estrategias para contrarrestar las injusticias del poder en el conocimiento del pasado. Aprendemos cómo las escasas evidencias del pasado pueden reajustarse para generar nuevas narrativas, cómo podemos hacer que los silencios hablen por sí mismos para confrontar las injusticias del poder en la producción de fuentes, archivos y narrativas. Necesitamos hacer que estos silencios hablen y, en el proceso, sean reivindicados para el futuro. Porque, como advierte Trouillot, «mientras algunos de nosotros debatimos qué es o fue la Historia, otros se apoderan de ella».
HAZEL v. CARBY
Profesora de Estudios Afro-Americanos en la Universidad de Yale
AGRADECIMIENTOS
He llevado este libro en tantas formas y a tantos lugares que no puedo medir de ninguna manera las deudas acumuladas a lo largo del camino. El rastro dejado por el papel o los discos utilizados no pueden registrar adecuadamente por qué una escena concreta es un préstamo o cuándo un argumento concreto se convierte en mío.
El tiempo no es la única razón por la que no puedo recordar todas mis deudas: este libro se sitúa en la intersección de diversas comunidades emotivas e intelectuales.
Ernst y Hénock Trouillot influenciaron este proyecto durante su vida y, tras encontrar descanso, lo hicieron en modos transparentes e intrincados. No puedo fijar el origen de mi interés en la producción de la Historia, pero mi primer recuerdo consciente es la lectura del trabajo del que ambos fueron autores junto a Catts Pressoir, el primer libro de historiografía que leí.
Ellos y otros escritores haitianos que les precedieron son todavía interlocutores privilegiados, en la frontera de la comunidad intelectual familiar hecha a medida y los amigos que tengo presentes siempre que escribo.
En el centro vivo de esa comunidad intelectual, Michel Acacia, Pierre Buteau, Jean Coulanges, Lyonel Trouillot, Evelyne Trouillot-Ménard y Drexel Woodson -quien está demasiado próximo a mí y a Haití para no ser incluido en la familia- han proporcionado inspiración, comentarios, consejos y críticas. Sé que las palabras no son suficientes, pero mesi anpil.
Comencé a escribir sobre la producción de la Historia como un tema en sí mismo en 1981. Algunos de estos trabajos encontraron una comunidad transcontinental de discusión en 1,985 cuando David W. Cohen me ofreció formar parte de la Mesa Redonda Internacional de Historia y Antropología. Mi participación en las mesas redondas, mis intercambios continuos y fructíferos con otros participantes, incluyendo el propio David, influenciaron mi manera de entender algunas de las cuestiones que abordo en esta obra.
Tanto los capítulos 1 y 2 evolucionaron a partir de ponencias que preparé originalmente para la V y VI Mesas Redondas Internacionales que respectivamente tuvieron lugar en París en 1,986 y en Bellagio en 1,989.
La Universidad Johns Hopkins es la tercera comunidad que ha hecho posible este libro. En los últimos seis años, el campus de Homewood me ha ofrecido la posibilidad de poner a prueba algunas ideas, tanto en los seminarios de estudiantes graduados y de profesores como ante la audiencia más difícil de convencer: los estudiantes.
Conversaciones recurrentes en mi clase de teoría, en el seminario sobre «La Perspectiva del Mundo», en el seminario de metodología en Antropología e Historia que impartí con Sara Berry, y en el seminario general del Instituto para Estudios Globales en Cultura, Poder e Historia me ayudaron a encontrar la forma adecuada para muchas de las ideas que aquí expongo. Mi colega Sara S. Berry ha sido una generosa compañera intelectual, una fuente estimulante de ideas y una crítica aguda. Sus preguntas me ayudaron a articular algunos de mis puntos de vista. Mis compañeros en el Departamento de Antropología durante los años en los que este libro ha madurado han sido amigos comprensivos e interlocutores cotidianos: Eytan Bercovitch, Gillian Feeley-Hamik, Ashraf Ghani, Niloofar Haeri, Emily Martin, Sidney W. Mintz, Katherine Verdery y, más recientemente, Yun-Xiang Yan. Los grandes conocimientos de Sid mejoraron mucho el capítulo 4. Niloofar me preparó en temas de lengua, tal y como se evidencia. Katherine hizo comentarios sobre las múltiples versiones de diversos capítulos. Brackette F. William llegó al departamento cuando casi estaba acabando la obra, pero lo suficientemente pronto como para marcar la diferencia, especialmente en el capítulo 5 . Fuimos vecinos por tercera vez; por tercera vez, el paisaje intelectual cambió.
Debo a mis estudiantes más de lo que ellos mismos jamás podrán saber. Me refiero a los estudiantes de grado de diferentes clases y, especialmente, a los doctorandos en Antropología e Historia que trabajaron conmigo en cuestiones relativas a la producción de la Historia. Pamela Ballinger, April Hartfield, Fred Klaits, Kira Kosnick, Christopher Mclntyre, Viranjini Munasinghe, Eric P. Rice, Hanan Sabea y Nathalie Zacek están entre aquellos cuyas reacciones a algunas de las ideas que sostengo en este libro me obligaron a revisar algunas cuestiones que hasta entonces consideraba obvias.
Se han publicado versiones previas de este libro en Public Culture y en Journal of Caribbean History. Agradezco a ambas publicaciones haber editado estos primeros textos y su autorización para reimprimirlos aquí. También he presentado partes de esta obra en varios espacios académicos: las Mesas Redondas Internacionales en Historia y Antropología, la conferencia «Revolución Haitiana y Revolución Francesa» (Puerto Príncipe, Haití, 12 de diciembre de 1989), y varios seminarios en Harvard, la Universidad de Michigan, la Universidad de Pennsylvania y la Universidad Jobos Hopkins. En cada caso, me beneficié de los estimulantes debates generados.
David W. Cohen, Joan Dejean, Nancy Farriss, Dorothy Ross, Doris Sommer, Rebecca Scott y William Rowe merecen un agradecimiento especial por hacer estos encuentros posibles y provechosos. También agradezco a las instituciones mencionadas, así como a la Casa de las Ciencias del Hombre (París) y el Instituto Max Plank (Gotinga), que copatrocinaron las Mesas Redondas.
Varias instituciones han dado apoyo a la investigación, la escritura y la edición de esta obra: el Centro Nacional de Humanidades, la Fundación John Simon Guggenheim, el Centro Internacional Woodrow Wilson para investigadores y la Universidad Johns Hopkins. Mi agradecimiento especial a Charles Blitzer, quien fue un amable anfitrión en dos ocasiones.
Algunas personas han trabajado estrechamente conmigo en la versión final. Elizabeth Dunn me ayudó a la investigación sobre la memoria e hizo comentarios al capítulo 1 . Los comentarios de Anne-Carine Trouillot fueron útiles en todo momento, y su ayuda fue crucial en el capítulo 4. Rebecca Bennette, Nadeve Ménard y Hilbert Shin hicieron sugerencias sobre varias partes del borrador final y me ayudaron tanto en la investigación como en la escritura y edición definitiva del trabajo.
Les agradezco que no se hayan rebelado más a menudo. Un agradecimiento especial a Hilbert Shin por proteger mi tiempo de investigación. Deb Chasan, mi editora en Beacon Press, cuidó del libro con esmero y atención. Su paciencia extraordinaria, su entusiasmo contagioso y su estrecha colaboración hicieron posible que se terminase. A Wendy Strothman, Ken Wong, Tisha Hooks y el resto del equipo de Beacon, gracias también por transmitir ese entusiasmo. Mi más sincero agradecimiento a Marlowe Bergendoff por su delicada corrección de estilo.
Tanto dentro como fuera de los límites de estas solapadas comunidades de trabajo, interés y emoción, una serie de personas merecen ser resaltadas por diferentes motivos.
Desde una sugerencia imprecisa que se convirtió en un camino, desde un comentario cuidadosamente escrito a un recorte de periódico, a un documento que hicieron el favor de desenterrar especialmente para mí. Todos ellas han provocado una mejora considerable en el resultado final. Algunas todavía no han sido mencionadas. Otras sufrirán una mención adicional. Arjun Appadurai, Pamela Balinger, Sara Berry, Carol A. Breckenridge, Pierre Buteau, David W. Cohen, Joan Dayan, Patrick Delatour, Daniel Elie, Nancy Farris, Fred Klaits, Peter Hulme, Richard Kagan, Albert Mangones, Hans Medick, Sidney W. Mintz, Viranjini Munasinghe, Michele Oriol, J. G. A. Pocock, Eric P. Rice, Hanan Sabea, Louis Sala-Molins, Gerald Sider, Gavin Smith, John Thomton, Anne-Carine Trouillot, Lyonel Trouillot, Katherine Verdery, Ronald Walters y Drexel Woodson contribuyeron a esta obra de diversos modos.
De forma comprensible, su aportación -y la de otros- condujo a unos resultados que no siempre pretendieron.
Comencé estos agradecimientos con la familia. También los terminaré con ella.
Mi tío, Lucien Morisset, me facilitó un muy necesitado e idílico retiro en Saint-Paul de Vence, donde el capítulo 1 tomó su forma definitiva y donde el libro finalmente emergió como un todo. Anne-Carine y Canel Trouillot me proporcionaron tanto un contexto de trabajo como un contexto fuera del trabajo. Dieron significado a esta y otras aventuras.
Les agradezco su presencia y su mediación en el ámbito doméstico ante el dolor y el perverso placer de escribir en una segunda lengua.