La crisis geopolítica actual: Imperialismo y la persistencia del ‘momento’ unipolar. Christian Castaño. 2023

1. Introducción

La actual crisis en el Este de Europa ha suscitado un renovado interés en la cuestión del imperialismo, similar a aquel que se dio a comienzos del 2000 con la invasión a Irak por parte de los Estados Unidos (EE.UU.) (Chibber, 2004).

Analistas de diferentes espectros ideológicos hablan de las ambiciones imperiales del presidente ruso y del quebrantamiento del orden internacional. La aparente excepcionalidad de estos eventos y el resurgimiento del interés por el imperialismo se debe al “regreso” intempestivo de la geopolítica, entendida como los conflictos sobre seguridad, territorio,  recursos  e  influencia  entre  Estados  (Callinicos,  2007,  p.  537). 

Esta había sido desterrada del análisis después del final de la Guerra Fría, debido a la difusión de una de estas dos creencias: 1) que la globalización y el desarrollo de formas de gobernanza global limitarían la soberanía y las actuaciones bélicas de los Estados, dados los incentivos de la cooperación e interdependencia económicas; o 2) que dada la creciente e inigualable hegemonía norteamericana, ningún Estado se atrevería a desafiar el orden internacional tratando de equilibrar la balanza de poder.

Estas opiniones no han sido ajenas al marxismo, el cual se ha dividido en tres posiciones:

1) aquellos como Negri y Hardt que consideran que después de la Guerra Fría el capitalismo global se ha desarrollado política y económicamente de manera transnacional, haciendo innecesario el sistema interestatal y la competencia geopolítica para su reproducción;

2)  otros,  como  Leo  Panitch  y  Sam  Gindin,  que  han  defendido  la  tesis  que  afirma  que  si  bien  el  capitalismo  requiere  del  sistema  interestatal,  este se encuentra dominado por la incontestable hegemonía de EE.UU., que mantiene un “imperio informal” alrededor del globo, que elimina la posibilidad de la competencia geopolítica; y

3) aquellos que afirman que el capitalismo se ha desarrollado de manera desigual y combinada alrededor del globo, produciendo significativas asimetrías entre las regiones que lo componen y que tienden a generar conflictos y tensiones que a la larga producen luchas geopolíticas (Callinicos, 2009, p. 17).

Como  se  puede  ver,  solo  el  punto  3  mantiene  que  la  competencia  geopolítica es inherente al capitalismo global. Es esta la perspectiva que adoptará este artículo de reflexión.

En ese sentido, se argumenta que la actual crisis en Europa no es una excepcionalidad y más bien constituye una  de  sus  características  inherentes,  a  saber:  su  carácter  imperialista,  entendido  como  un  sistema  de  confrontación  entre  los  países  dominantes, marcado por la intersección y contradicción de la competencia económica  y  geopolítica  en  el  contexto  del  capitalismo  global. 

En  ese contexto, se afirma que no hay un cambio hacia un sistema multipolar y que se da una continuidad del sistema unipolar con la reforzada hegemonía norteamericana.

2. La concepción del nuevo imperialismo

La perspectiva teórica de la que parte este artículo ha sido denominada  como  teoría  del  “nuevo  imperialismo”,  surgida  de  las  reflexiones  de  varios  autores  desde  comienzos  de  la  primera  década  del  presente  siglo, particularmente desarrollada por Alex Callinicos y David Harvey.

De acuerdo con esta perspectiva, el imperialismo capitalista es la intersección entre dos formas de competencia: la competencia económica y la  competencia  geopolítica  o,  al  decir  de  Harvey,  la  intersección  de  la  lógica capitalista y la lógica territorial (Callinicos, 2009, p. 15).

La  lógica  territorial  o  geopolítica  es  la  competencia  entre  Estados  por  su  seguridad,  territorios,  recursos  e  influencia.  Esta  lógica  precede  al desarrollo del capitalismo, debido a las reglas de reproducción de los modos  de  producción  feudal  y  tributarios  que  podemos  encontrar  en  los grandes imperios de la Antigüedad y la Edad Media.

La competencia económica, en cambio, es aquella que se da entre distintas corporaciones, en diferentes locaciones del globo por el control del mercado y los medios de producción a través de la minimización de costos de producción y, por ende, a través de la explotación de la fuerza de trabajo. Esta es específica del modo de producción capitalista.

Así  entendido,  el  imperialismo  capitalista  propone  una  interacción  problemática entre las dos lógicas de competencia. Esto implica reconocer una autonomía relativa al Estado y la ocasional preeminencia de la geopolítica sobre las dinámicas de los intereses del capital.

De esa manera se puede comprender cómo las invasiones de Vietnam, Irak y actualmente Ucrania, no solo se explican por la simple obtención de ganancias económicas para ciertas corporaciones sino especialmente por la predominancia de objetivos geopolíticos (Chomsky, 2016, pp. 98-99) (Chibber, 2004, p. 430) (Callinicos, 2009, p. 15) (Johnson, 2004, pp. 260-264).

Entonces,  para  entender  en  qué  medida  la  geopolítica  es  subsumida  por  el  capitalismo,  se  deben  comprender  los  microfundamentos  del  imperialismo, es decir, las motivaciones de los actores políticos y económicos en el ámbito internacional.

En el ámbito geopolítico, los estadistas pretenden mantener y/o aumentar su poder y el de su Estado frente a  otros  Estados  y  competidores  políticos.  En  el  ámbito  económico,  los […] capitalistas  pretenden  aumentar  sus  ganancias  a  través  de  la  competencia  económica  y  la  reinversión  de  capital  en  búsqueda  de  mayores  retornos (Harvey, 2003, pp. 26-27). 

Empero, los estadistas dependen del mantenimiento de un nivel razonable de actividad económica, pues de ello  depende  la  capacidad  del  Estado  de  financiarse  y  de  mantener  el  apoyo público de su gestión. En tanto que esto obedece a la actividad del sector privado, los capitalistas van a mantener un poder de veto sobre las políticas de Estado y por ello habrá una tendencia estatal a orientar sus programas hacia la promoción de las actividades del capital.

Dicho  proceso  implica  la  posibilidad  de  conflictos  entre  capital  y  Estado, sobre todo cuando los gobernantes, con el objetivo de mantener el orden o el apoyo público de su gestión, imponen reformas sociales en situaciones críticas en las que el veto empresarial pierde su efectividad. Es  particularmente  en  estas  ocasiones  en  las  que  los  actores  gubernamentales  muestran  su  independencia  y  se  revelan  las  posibles  contradicciones entre lo político y lo económico.

En cambio, cuando se da la convergencia  entre  ambas  lógicas,  lo  que  ocurre  es  un  nexo  entre  los  intereses de los administradores de un Estado y un conjunto de ciertos capitales particulares que tienen influencia sobre dicho Estado. El resultado es la formación de nexos institucionalizados entre Estados y capital de una manera geográficamente localizada (Callinicos, 2009, pp. 85-87).

Entonces,  con  la  expansión  histórica  del  capitalismo  y  el  subsecuente  desarrollo  desigual  y  combinado  del  mismo  en  las  diversas  áreas  geográficas del planeta, la formación de Estados culmina con la emergencia de entramados productivos, comerciales y monetarios concentrados que regionalizan el poder.

Esto conduce a la captura del Estado por coaliciones de intereses regionales dominantes y a una actividad estatal que usa sus poderes para producir tales diferenciaciones regionales (Callinicos, 2009, p. 91).Estos  procesos  eliminan  por  completo  la  posibilidad  de  un  sistema  internacional  que  no  esté  dividido  por  Estados  y  en  el  que  no  exista  la  competencia  geopolítica

Esto  echa  por  la  borda  la  posibilidad  del  ultraimperialismo permanente de Kautsky, la tesis según la cual la organización  internacional  del  capitalismo  haría  irracional  e  indeseable  la  guerra  entre  Estados  en  aras  de  la  interdependencia  económica.  Esta  constitución de la localización de los múltiples y diversos capitales privados en regiones divididas por la organización política de la sociedad en diversos Estados, con la consecuente presión que en estas existe sobre las funciones de los actores estatales y su dependencia de los capitales nacionales para su gestión, perpetúa la existencia de un sistema que conlleva  a  disputas  en  regiones  estratégicas  y  pone  en  cuestión  la  posibilidad de un orden multilateral relativamente igualitario y equilibrado.

Las consecuencias que tiene esto para el análisis de la realidad internacional son:

1) implica reconocer que el análisis del imperialismo desde el prisma del marxismo requiere de un “momento realista”. Esto quiere decir que para comprender las actuaciones de los Estados en su política exterior  se  deben  tener  en  cuenta  los  objetivos,  estrategias  y  los  cálculos propios y distintivos de las élites gobernantes;

2) conlleva a tratar la relación entre la competencia geopolítica y económica como una variable  histórica  que  sirve  para  periodizar  el  imperialismo  y  diagnosticar  sus tendencias; y

3) permite la inclusión de la variable ideológica como orientadora de la política exterior de los Estados (Callinicos, 2007)[1]

2.1. El nuevo imperialismo dentro del marco conceptual de la teoría de las relaciones internacionales

Lo anterior nos lleva a preguntarnos acerca del lugar que debe tener el concepto de imperialismo dentro de la teoría de las relaciones internacionales y su relación con categorías canónicas tales como “unipolaridad” o “hegemonía” (Johnson, 2004, p. 38).

Los investigadores han usado diversas  estrategias:  algunos  han  propuesto  la  reformulación  de  las  categorías  de  “imperio”,  “hegemonía”  y  “unipolaridad”  como  distintos  tipos ideales que describen distintas configuraciones de lo internacional (Nexon  &  Wright,  2007). 

Hay  quienes  simplemente  usan  las  categorías  de  hegemonía  o  unipolaridad  como  sinónimos  de  imperio  de  manera  imprecisa  (Borón,  2020)  (Chomsky,  2016). 

Y  otros  utilizan  estos  términos  de  manera  diferenciada,  pero  con  el  objetivo  de  calificar  las  especificidades del imperialismo en cierta etapa histórica (Callinicos, 2009). Esta última estrategia tiene dos ventajas:

1) permite un acercamiento a la  teoría  actual  de  las  relaciones  internacionales;  y

2)  facilita  descripciones más precisas de las diversas y posibles configuraciones del imperialismo

Por  tales  razones  en  lo  que  sigue  del  ensayo  se  adoptará  este  acercamiento. Así  las  cosas,  debemos  precisar  qué  es  lo  que  se  entiende  aquí  por  “imperialismo”  y  el  uso  que  se  les  da  a  las  categorías  de  unipolaridad,  multipolaridad  y  hegemonía. 

A  partir  de  la  teoría  esbozada  por  David Harvey y Alex Callinicos, en adelante me referiré al imperialismo como un sistema de dominación internacional por parte de las superpotencias y los grandes poderes que compiten económica y geopolíticamente por la dominación de territorios, recursos y entidades políticas alrededor del globo

A  tal  efecto,  este  sistema  puede  estar  caracterizado  por  diferentes configuraciones: puede ser un sistema unipolar, esto es, un sistema dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar, es  decir,  un  sistema  en  que  dominan  y  compiten  más  de  una  superpotencia y otros Estados con el estatus de grandes poderes.

Paralelamente, la hegemonía se entenderá aquí como la capacidad de un Estado dominante para liderar el sistema de Estados en una dirección deseada y ser percibido como persiguiendo un interés general (Silver & Arrighi, como se citó en Callinicos, 2009, p. 142).

De  esta  definición  se  debe  precisar  lo  siguiente:  En  primer  lugar,  esta  enunciación  resalta  el  carácter  del  “imperialismo”  en  términos  de  la competencia interimperial por encima del carácter de la relación de dependencia  entre  el  centro  y  la  periferia  globales. 

Con  respecto  a  la  configuración del sistema, la definición de su carácter unipolar o multipolar proviene de la formulación de los términos provista por Brooks y Wohlforth (Brooks & Wohlforth, 2016). La razón por la que se opta por dicha enunciación es que captura mejor la tendencia del sistema internacional que la utilizada por Callinicos, quien afirma que la tendencia del sistema se da hacia la multipolaridad (Callinicos, 2009, p. 214).

Como se explicará más adelante, la perspectiva de Brooks y Wohlforth sugiere que la diferencia entre la unipolaridad y la multipolaridad no se encuentra en el número de grandes poderes sino en el número de superpotencias,  las  cuales  distinguen  en  términos  del  tamaño  de  sus  capacidades  militares, económicas y tecnológicas.

En lo que sigue, se caracterizará la situación actual de acuerdo con el marco de referencia esbozado, analizando la crisis internacional actual como un enfrentamiento propio del sistema imperialista.

3. La crisis ucraniana como crisis geopolítica

En el análisis de la coyuntura actual, las motivaciones de la invasión se han convertido en el objeto de análisis privilegiado, dando lugar a la caracterización del fenómeno como una muestra del proyecto imperial ruso, encarnado en su historia como nación o a factores estructurales de la idiosincrasia estratégica del Kremlin (Hartnett, 2022) (Remnick, 2022).

Cuando  se  examinan  estos  tratamientos  del  suceso,  se  puede  observar  que a ellos subyace una concepción del imperialismo en un sentido clásico, a saber, el imperialismo como la dominación de un Estado débil por un Estado fuerte, sobre todo desde el aspecto militar. En esa línea, estos análisis resaltan la cuestión de la expansión territorial rusa y la anexión de territorios como signo inconfundible de su imperialismo. Si  bien  estos  acercamientos  resultan  interesantes,  no  hay  evidencia  alguna de que Rusia considerara anexar territorio ucraniano.

Como afirma John Mearsheimer, contrario a la concepción popularizada por algunos analistas de que Putin pretende revivir el ideal del imperio soviético a partir de anexiones territoriales, no existe respaldo para las afirmaciones de que en sus planes estuviera arrebatar Crimea en el 2014, ni mucho menos parece creíble que tratara de ocupar dicho país.

Desde la lógica de este autor realista, el conflicto es causado por la insistencia de Occidente de expandir la OTAN hacia la frontera estratégica rusa, pues “los grandes poderes”  siempre  se  preocupan  por  las  amenazas  cerca  de  su  territorio  (Mearsheimer, 2014). Esta perspectiva parece responder mejor a las cuestiones  suscitadas  por  la  invasión  rusa  de  Ucrania,  reivindicando  así  al  realismo  político  en  el  ámbito  de  la  política  internacional. 

Sin  embargo, su tratamiento de la crisis en el Este de Europa se basa en un argumento  cuestionable,  a  saber,  la  consideración  de  que  el  conflicto  entre  Occidente y Rusia se debe a un conflicto entre una cosmovisión liberal de la política internacional enarbolada por EE.UU. y la Unión Europea (UE),  y  una  política  internacional  de  carácter  realista  representada  por  Rusia (Mearsheimer, 2014).

Ante esto cabe preguntarse ¿en qué sentido es la expansión de la OTAN una política exterior liberal?, ¿no supone este movimiento una política agresiva después de la Guerra Fría y la disolución del pacto de Varsovia? Un  análisis  alternativo  puede  hacerse  desde  la  hipótesis  del  “nuevo  imperialismo”.

Según este punto de vista, la actual crisis debe comprenderse como una guerra subsidiaria entre una coalición de países dominantes en cabeza de EE.UU. y Rusia (Callinicos, 2022). En este sentido, la actual  conflagración  es  el  escenario  de  una  confrontación  entre  países  imperialistas  por  el  control  de  Europa  del  Este  y  el  acceso  al  territorio  euroasiático. Bajo esta lógica, la confrontación implica una intersección compleja de la competencia geopolítica y económica en el área tradicional de influencia rusa.

3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa

De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global  son  equivocados  tanto  como  postulado  acerca  de  las  realidades  de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev,  2022,  p.  603)[2]

Esto  debido  a  que  las  alianzas  formales  e  informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.

Sin  embargo,  la  cuestión  geopolítica  en  el  área  de  influencia  de  la  antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.

De acuerdo con Ilya Matveev, la  intersección  entre  la  lógica  territorial/geopolítica  y  la  lógica  capitalista  ha  sido  una  de  convergencia  en  las  relaciones  de  Rusia  con  sus  vecinos,  especialmente  desde  la  primera  década  del  2000,  cuando  la  inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9).

La causa de este incremento fue  la  reinversión  de  las  grandes  ganancias  de  las  corporaciones  rusas,  destinadas a la adquisición de capacidades industriales:

The  economic  expansion  in  the  post-Soviet  space  was  the  area  in  which  the  capitalist  and  the  territorial  logics  powerfully  intersected.  In  some  cases,  Russian  companies  made  acquisitions  with  high-profile  diplomatic support. For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production  deal  with  Uzbekneftegaz,  the  country’s  main  natural  gas  producer  (…)  In  other  cases,  the  transfer  of  assets  was  more  coercive,  particularly  when  the  Russian  government  used  the  neighboring  countries’  debt  as  leverage.  For  example,  Russia  swapped  Armenia’s  $100  million  debt  for  90  %  of  its  power  generating  capacities,  acquired  by  RAO  UES.  Another  $10  million  were  written  off  in  exchange  for  Armenia’s  largest  cement  factory  that  was  taken  over  by  ITERA,  Russian  gas  exporter  (…)  In  its  quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline infrastructure  (…).  Overall,  the  Russian  government  systematically  used  debts and oil and gas freezes as leverage to acquire key assets in Ukraine, Moldova, Georgia and Armenia (Matveev, 2021, pp. 9-10).

Adicional a este uso de la política exterior para la expansión del capitalismo  ruso  en  países  vecinos,  la  intersección  entre  la  competencia  geopolítica y económica se puede ver en la utilización del arma energética. Como lo resaltan Albuquerque et al. (2021), la utilización del gas y del petróleo ha servido para realizar adquisiciones corporativas por parte de empresas rusas o para disuadir que sus vecinos formalicen acuerdos comerciales con países occidentales.

Estas tácticas implican un uso geoeconómico  de  las  presiones  económicas  de  manera  persuasiva  o  de  forma coactiva (Albuquerque et al., p.140) (Cancelado, 2019).

En algunas ocasiones  estas  intervenciones  favorecen  las  ganancias  de  empresas  rusas y en otras afectan los beneficios de las corporaciones de dicho país. En estas situaciones, el Estado ruso tiende a otorgar beneficios fiscales o financieros  a  las  empresas  afectadas,  compensándolas  por  las  pérdidas  (Matveev,  2021,  p.  10). 

De  igual  forma,  Rusia  impulsó  la  creación  de  la  Unión Económica Euroasiática, el Banco de Desarrollo Euroasiático y el Fondo Euroasiático para Estabilización y Desarrollo, en algunas ocasiones apelando a amenazas (el caso de Armenia).

Estas organizaciones tienen como objetivo el establecimiento de una hegemonía regional cuyos efectos tienden a favorecer de manera asimétrica al mercado ruso en el ámbito  euroasiático  frente  a  las  importaciones  provenientes  de  dichos  países,  desplazando  las  importaciones  chinas  y  de  la  UE  en  la  región  (Matveev, 2021, pp. 11-13). Estas evidencias hacen pensar que, contrario a lo que afirma Silaev, el espacio postsoviético es de particular importancia para Rusia.

En tanto que la lógica geopolítica queda subsumida bajo la lógica económica en el  capitalismo,  es  de  vital  importancia  para  los  actores  estatales  y  sus  objetivos  la  promoción  de  la  expansión  de  las  operaciones  del  capital  con el que ha formado nexos institucionales a nivel nacional para nutrir su  capacidad  militar. 

Entonces,  en  la  medida  en  que  el  ámbito  postsoviético es relevante a nivel geopolítico para Rusia, el Kremlin utilizará de manera estratégica la convergencia de intereses con los actores de su economía nacional para aumentar su poder e influencia mientras maximiza sus ganancias.

Por tales motivos, dentro de la estrategia geopolítica rusa está el garantizar un ambiente competitivo favorable a su clase dominante por medio de la disuasión de grandes competidores externos  […] (sobre todo la UE y EE.UU.) o la protección y promoción de monopolios en su área de influencia (el caso de Gazprom).

Es ese precisamente el caso con la cuestión de Ucrania. Su papel en la geopolítica del Kremlin es relevante con respecto a la utilidad que tiene como frontera con respecto a las intervenciones militares de países occidentales,  específicamente  la  OTAN.  Además,  es  el  lugar  por  donde  transita buena parte de gas y petróleo de exportación y el mayor receptor de inversión extranjera rusa en la región, que para 2013 sumaba más de 14 mil millones de dólares (Matveev, 2021, p. 7).

Por tales razones, Rusia ha hecho lo posible para evitar que Ucrania independice su economía de sus inversiones, tratando de asegurarlas con respecto a la competencia con proveedores de la UE.

Por esto ofreció un crédito de 15 mil millones de dólares como alternativa a las propuestas del FMI, intentó convencer a Yanukovich de incluir a Ucrania en la Unión Aduanera Euroasiática y de fusionar Naftogaz con Gazprom, lo cual le habría dado control total de los gasoductos de ese país (Marcetic, 2022) (Matveev, 2021, p. 14).

Ante la negativa a estas propuestas y el acercamiento de Ucrania a un acuerdo de asociación y de comercio con la UE, el gobierno ruso implementó bloqueos comerciales al país y la paralización del suministro de gas (Cenusa et al., 2014, pp. 1-2).

Estos  y  otros  sucesos  desencadenaron  la  crisis  geopolítica  en  2014.  Según Matveev, la reacción de Rusia al cambio de gobierno en Ucrania marcó el comienzo de la divergencia entre la lógica geopolítica y la económica,  ya  que  el  giro  beligerante  al  que  da  lugar  con  la  anexión  de  Crimea  sacrificó  el  aspecto  económico  del  imperialismo  ruso  en  favor  del aspecto geopolítico.

Esto reversó los avances del imperialismo ruso en  el  periodo  anterior:  Algunos  activos  rusos  fueron  destruidos  por  la  guerra,  algunas  compañías  perdieron  mucho  de  su  valor  de  mercado  y  las sanciones restringieron los flujos de capital, disminuyendo la inversión rusa en el extranjero de manera dramática (Matveev, 2021, pp. 14-15).

Esto provocó lo que Matveev considera una disyunción entre las lógicas territorial y capitalista, explicada por la preeminencia de la orientación estratégica del liderazgo político del país, en particular, por el énfasis en la seguridad y en el hard-power (Matveev, 2021, p. 4).

Pese a Matveev, esta aparente divergencia de geopolítica y economía en el imperialismo ruso puede explicarse como una renuncia parcial a los  beneficios  económicos  inmediatos  con  respecto  a  pérdidas  económicas  y  geopolíticas  mayores  en  el  largo  plazo.  Se  trata  de  un  cálculo  que pretende minimizar los costos de perder el área de influencia rusa

3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa

De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global  son  equivocados  tanto  como  postulado  acerca  de  las  realidades  de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev,  2022,  p.  603)2. 

Esto  debido  a  que  las  alianzas  formales  e  informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.

Sin  embargo,  la  cuestión  geopolítica  en  el  área  de  influencia  de  la  antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.

De acuerdo con Ilya Matveev, la  intersección  entre  la  lógica  territorial/geopolítica  y  la  lógica  capitalista  ha  sido  una  de  convergencia  en  las  relaciones  de  Rusia  con  sus  vecinos,  especialmente  desde  la  primera  década  del  2000,  cuando  la  inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9). La causa de este incremento fue  la  reinversión  de  las  grandes  ganancias  de  las  corporaciones  rusas,  destinadas a la adquisición de capacidades industriales:

The  economic  expansion  in  the  post-Soviet  space  was  the  area  in  which  the  capitalist  and  the  territorial  logics  powerfully  intersected.  In  some  cases,  Russian  companies  made  acquisitions  with  high-profile  diplomatic support.

For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production  deal  with  Uzbekneftegaz,  the  country’s  main  natural  gas  producer  (…)  In  other  cases,  the  transfer  of  assets  was  more  coercive,  particularly  when  the  Russian  government  used  the  neighboring  countries’  debt  as  leverage.  For  example,  Russia  swapped  Armenia’s  $100  million  debt  for  90  %  of  its  power  generating  capacities,  acquired  by  RAO  UES.  Another  $10  million  were  written  off  in  exchange  for  Armenia’s  largest  cement  factory  that  was  taken  over  by  ITERA,  Russian  gas  exporter  (…)  In  its  quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline [3]

[…] Por  ello,  la  política  internacional  norteamericana  intenta  “prevenir  la  unificación  del  transporte  de  energía  entre  las  zonas  industriales  de  Japón,  Corea,  China,  Rusia  y  la  UE  en  la  masa  continental  de  Eurasia  y  garantizar  el  flujo  de  recursos  energéticos  regionales  a  los  mercados  petroleros internacionales liderados por EEUU sin interrupciones” (İşeri, 2009,  pp.  34-35)3. 

Estos  lineamientos  de  las  relaciones  exteriores  estadounidenses  se  han  visto  reflejados  en  diferentes  manifestaciones  de  asesores  y  responsables  de  la  geopolítica  americana  desde  la  época  de  Reagan hasta nuestros días (İşeri, 2009). En ese sentido, se puede afirmar que este es uno de los objetivos implícitos de la política institucional de seguridad y defensa estadounidense.

En  ese  contexto,  el  apoyo  americano  a  Ucrania  es  un  intento  de  contener  a  Rusia  y,  por  esa  vía,  a  China  en  el  proceso  de  lograr  mayor  influencia, integración y control de los territorios de frontera entre Asia y Europa. Todo esto se pretende lograr por medio de sumergir a Rusia en una guerra de la que no pueda salir fácilmente, minando de esa manera la  estabilidad  del  establecimiento  ruso  que  conduzca  a  un  cambio  de  gobierno favorable a los intereses de EE.UU. para manipular su agenda internacional.

Por tales motivos, no se entrevé una salida diplomática a la actual crisis, se insiste en la continuación de la guerra y en la expansión de la OTAN, esta última de vital importancia en la gran estrategia estadounidense (Wade, 2022).En el presente, dicha organización militar cumple dos funciones en la proyección del Área Grande:

Por un lado, su expansión y la provocación de la respuesta rusa en Ucrania sirven para la conformación de una coalición occidental que actúe de acuerdo con los preceptos de los intereses americanos frente a sus competidores, consolidando la hegemonía americana en su rol de “imperio benevolente” frente a Rusia como enemigo “común” (Wade, 2022). Por otra parte, permite aumentar la capacidad de control  del  territorio  euroasiático,  sus  recursos  y  el  aprovisionamiento  de los mismos:

In June 2007, NATO secretary-general Jaap de Hoop Scheffer informed a meeting of NATO members that “NATO troops have to guard pipelines that transport oil and gas that is directed for the West,” and more generally to protect sea routes used by tankers and other “crucial infrastructure”  of  the  energy  system.  This  may  turn  out  to  be  the  sole  operative  component of the fabled “responsibility to protect.”

The decision extends [4] the  post–Cold  War  policies  of  reshaping  NATO  into  a  U.S.-run  global  intervention force, with the side effect of deterring European initiatives toward  Gaullist-style  independence.  Presumably  the  task  includes  the  projected $7.6 billion TAPI pipeline that would deliver natural gas from Turkmenistan  to  Pakistan  and  India,  running  through  Afghanistan’s  Kandahar province, where Canadian troops are deployed. The goal is “to block  a  competing  pipeline  that  would  bring  gas  to  Pakistan  and  India  from Iran” and to “diminish Russia’s dominance of Central Asian energy exports”. (Chomsky, 2010, p. 238)

Este control de los recursos petroleros y su provisión son muy importantes  geopolíticamente  con  respecto  a  Rusia,  país  que  depende  de  la  exportación y expansión del sector energético, incluyendo la infraestructura y transporte de gas y petróleo en la región euroasiática.

Y con respecto a  China,  el  control  de  este  corredor  es  vital  para  obtener  un  suministro  por tierra de hidrocarburos. Este país es muy vulnerable a un bloqueo de suministro  de  combustibles  ya  que  importa  el  60  %  de  su  petróleo,  90  %  del  cual  es  transportado  por  mar,  donde  su  armada  no  tiene  mucha  capacidad para responder al poder naval estadounidense que controla el estrecho  de  Malaca  (Lind  &  Press,  2018,  pp.  186-190).  Por  esas  razones,  el  país  asiático  ha  adoptado  una  serie  de  medidas  para  proteger  su  suministro  de  combustible. 

Una  de  ellas  es  la  expansión  en  Asia  central  y  la  integración económica con países de la zona a través de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para la coordinación de programas de infraestructura, en especial para la provisión de recursos energéticos.

Estas  precauciones  han  desprovisto  a  EE.UU.  del  “arma  energética”  con la que podía presionar al Estado chino, dejándole así pocas alternativas de contención más allá de la opción bélica (Lind & Press, 2018, p. 203).

Es de esa manera que entre 2002 y 2014 la presencia de tropas norteamericanas  ha  aumentado  en  los  países  exsoviéticos  de  las  fronteras  europeas, caucásicas y centroasiáticas de Rusia, proceso que está relacionado con la estrategia de contención de dicho país, el intento de fragmentar las  alianzas  regionales  (OSC),  el  control  de  rutas  de  flujos  estratégicos  y el posicionamiento en la conflictividad euroasiática (Herrera, 2021, p. 105). 

La  presencia  militar  en  esta  zona  es  importante  para  contener  la  alianza estratégica de Moscú con respecto a la provisión de hidrocarburos  a  China,  uno  de  los  mayores  destinatarios  de  sus  exportaciones  de  crudo y que en la actualidad suman un 55 % del total de sus importaciones de petróleo (Albuquerque et al., 2021, p. 142) (Reuters, 2022).

 […] La manera de debilitar esa alianza es atacando su eslabón más débil, presionando  a  un  cambio  de  gobierno.  Esto  explica  el  compromiso  de  Washington  con  Ucrania,  pues  la  guerra  en  este  país  sirve  como  un  medio para lograr lo que la corporación RAND llama “extender a Rusia”.

El think tank afiliado al pentágono denomina así a la estrategia que propuso  hace  unos  años  para  desequilibrar  a  Rusia  y  disminuir  su  papel  internacional, canalizando la competencia con este país en áreas en las que EE.UU. tiene ventajas comparativas para agotar los limitados recursos rusos (Dobbins et al., 2019, pp. 1-4). Entre las acciones que recomienda dicho informe, los autores subrayan las intervenciones económicas y las geopolíticas como los ámbitos de mayor vulnerabilidad de Moscú.

Dentro  del  paquete  de  medidas  para  debilitar  la  economía  rusa,  los  analistas  destacan  la  imposición  de  sanciones  como  la  más  adecuada  y  precisan  que,  para  que  estas  tengan  efecto,  deben  ser  apoyadas  por  la  mayoría de países de la UE. A su vez, mencionan como posibles acciones el  bloqueo  de  las  exportaciones  de  gas  y  petróleo  e  impulsar  la  fuga  de  cerebros  (Dobbins  et  al.,  2019,  pp.  47-93). 

Entre  las  medidas  geopolíticas  resaltan  la  provisión  de  armas  letales  a  Ucrania  y  la  promoción  de  este  país como aspirante a ser parte de la OTAN. También mencionan alternativas como aumentar el apoyo a rebeldes sirios, promover un cambio de régimen en Bielorrusia, explotar las tensiones en el Cáucaso sur, reducir la influencia rusa en Asia central y desafiar la presencia rusa en Moldavia (Dobbins  et  al.,  2019,  pp.  95-136). 

De  estas  propuestas,  en  la  actual  crisis  se  han  implementado  las  sanciones  económicas  y  el  continuado  apoyo  militar a Ucrania con la concomitante expansión de la OTAN, ambas desatando consecuencias similares a las que pronosticaron en dicho informe.

Respecto  a  las  consecuencias  económicas  de  las  sanciones  impuestas a Rusia, llama la atención que efectivamente se ha dado una fuga de trabajadores del país, alrededor de quinientas mil personas, sobre todo las  más  educadas  y  con  mayores  habilidades  técnicas  para  la  industria  nacional. Esto ha generado una crisis en el mercado laboral que tiende a  agravarse  en  el  futuro  debido  a  la  larga  tendencia  de  decrecimiento  de la población en Rusia.

Las importaciones de ese país han descendido al menos a la mitad y no han podido ser remplazadas por aquellas provenientes de China que también han descendido en los últimos meses, aumentando la inflación de precios y provocando la reducción del consumo  interno.  Además,  las  sanciones  al  sistema  financiero  han  congelado 300 mil millones de dólares de las reservas de divisa extranjera de Moscú, la mitad de aquellas con que disponía a principios de la invasión.

Y de  las  reservas  que  tiene  disponibles,  al  momento  se  han  gastado  75  mil millones de dólares en lo que va de la conflagración (Sonnenfeld & Tian, 2022).

En relación con las consecuencias de las medidas geopolíticas se puede ver un relativo éxito de la resistencia ucraniana, apoyada por EE.UU. y la UE. La confrontación se ha mantenido por más de ocho meses cuando no  planeaba  durar  sino  algunas  semanas. 

Además,  el  efecto  de  disuasión  frente  a  la  expansión  de  la  OTAN  que  se  esperaba  como  resultado de una intervención implacable y rápida en el vecino país ha tenido el  efecto  contrario.  Como  consecuencia,  ahora  se  suman  dos  posibles  miembros  en  la  frontera  rusa  (Suecia  y  Finlandia)  y  esta  incluyó  en  su  Nuevo Concepto Estratégico a China como una amenaza a los valores e intereses de la organización (NATO, 2022, p. 5).

La ofensiva también ha fortalecido el papel de la UE, aumentado su presión sobre las fronteras rusas  que  posiblemente  se  materialicen  en  nuevos  intentos  de  realizar  acuerdos de asociación con países de la órbita postsoviética. Así las cosas, el escenario actual de la competencia geopolítica imperial tiene a China y a Rusia como los dos grandes contendores de un fortalecido EE.UU.

Su fortaleza se basa en que ha logrado juntar tras de sí a los grandes poderes occidentales, sobre todo aquellos de la UE, además de  reforzar  sus  alianzas  con  países  importantes  en  otros  continentes,  como es el caso de Japón. Esta posición en el escenario internacional le da nuevos aires a su hegemonía, pues de nuevo el país norteamericano aparece como un “imperio benevolente” que actúa en pro de los intereses  comunes  del  planeta  en  su  renovada  carta  de  presentación  wilsoniana.

Con dicho soporte, Washington y sus aliados ya plantean nuevas estrategias  para  contener  a  China:  La  venta  de  submarinos  nucleares  a  Australia con el objetivo de fortalecer la presencia militar aliada en Asia-pacífico;  la  profundización  de  alianzas  militares  con  países  que  disputan territorio marítimo reclamado por China; el cercamiento militar a la influencia de este país en Asia central; y el lanzamiento de un programa de infraestructura por el G-7 para competir con la nueva ruta de la seda (France24, 2021) (Rubiolo, 2020) (DW, 28 de junio de 2022).

Estas rivalidades entre países poderosos que han llevado a la guerra en  Europa  del  Este  y  al  escalamiento  de  la  retórica  y  las  tensiones  en  Asía-pacífico,  con  la  concomitante  formación  de  coaliciones  beligerantes, llevan a formular preguntas acerca de las posibles transformaciones del sistema internacional y sus jerarquías.

En el siguiente apartado trataremos estas cuestiones y se argumentará que el sistema internacional  […] tiende  a  reforzar  la  unipolaridad  y  que  Estados  Unidos  seguirá  siendo  por bastante tiempo el Estado hegemónico.

4. La continuada unipolaridad del sistema y la hegemonía americana

Con la caída de la URSS y el final de la Guerra Fría en 1991 se declaró el inicio del momento unipolar del sistema internacional en cabeza de EE.UU. Este se caracteriza por el poderío político y económico norteamericano y por la política oficial de ese país de mantener su preeminencia (Layne, 2009, p. 148).

Dicha política se ha mantenido por parte de diversas administraciones hasta la actualidad y se ha convertido en el canon de  los  consejeros  y  encargados  de  la  defensa  en  Washington  (Porter,  2018). Pero desde la crisis económica de 2008 en adelante algunas voces han manifestado que el momento unipolar ha llegado a su fin.

Esto se ha debido al surgimiento de países que se califican como grandes poderes en términos de su crecimiento económico, su creciente influencia internacional y el aumento de sus capacidades militares (Beckley, 2018, p. 10). El  factor  al  que  se  apunta  con  más  frecuencia  como  causa  de  dicho  cambio del sistema unipolar es la globalización económica y el declive de  EE.UU.  frente  a  nuevos  competidores  (Starrs,  2013,  p.  818). 

Según  el  argumento, la globalización económica tiende a nivelar las diferencias entre los países a través de la redistribución más o menos equilibrada de bienes, mercados y capacidades productivas, estrechando la gran brecha entre  naciones  y  “aplanando  el  mundo”  (Friedman,  2006). 

Una  consecuencia de este proceso sería que en el mediano y largo plazo surgieran más países como grandes poderes a través de la reducción de la distancia  económica  y  tecnológica  con  respecto  a  los  países  dominantes  en  virtud  de  la  creciente  interdependencia  global. 

Por  tales  razones  se  ha  vaticinado que la globalización económica ha traído el surgimiento de países como China, India o Rusia, que van a cambiar la balanza de poder tradicional frente a EE.UU., un diagnóstico que se refuerza por el escalamiento de conflictos militares entre Estados. Sin embargo, el diagnóstico de estas transformaciones resulta engañoso. 

Por  un  lado,  la  expansión  del  capitalismo  tiende  a  desarrollarse  de manera desigual y combinada en distintas zonas geográficas del planeta. En ese sentido, el capitalismo no tiende a aplanar el mundo, sino que tiende a crear ciertas zonas geográficas que concentran los flujos de capital,  creando  nuevas  brechas  internacionales  que  se  traducen  en  el  desarrollo de desigualdades profundas.

Por otra parte, el mantra de que la  globalización  tiende  a  equilibrar  las  economías  y  regiones  geográficas descansa en una sobrevaloración del crecimiento y desarrollo de los países emergentes. A esto subyace un acercamiento metodológico inadecuado para el estudio de la globalización y sus tendencias, centrado en el análisis de indicadores de las economías nacionales y de recursos brutos.

4.1. El poderío económico estadounidense

La expansión del capitalismo alrededor del globo no es una que tienda a la horizontalidad y es más propensa a crear nodos privilegiados que generan brechas y dependencias económicas entre países. Una muestra de esto es que la actividad de las grandes multinacionales no se desenvuelve a nivel global, sino en tres grandes bloques regionales: Norteamérica, Europa y Asia-pacífico (Rugman, 2004, p. 4-5).

Dicho patrón de regionalización se puede ver en el flujo de las Inversión Extranjera Directa a nivel mundial (IED). Entre 1992 y 2006 los flujos de IED a países desarrollados, superaba con creces la IED a países en desarrollo, esta última sobre todo captada por países asiáticos (Callinicos, 2009, p. 200).

Entre 2007 y 2020 se ha mantenido dicha tendencia, con excepción del 2014 y el 2020, cuando se puede ver una caída de la IED en países desarrollados en contraste con una estabilidad de la misma en países en desarrollo. En ambos casos la  estabilidad  de  la  inversión  extranjera  de  los  países  en  desarrollo  se  explica por los flujos a la región asiática y en 2020 al impacto de la pandemia que afectó más a los países desarrollados (UNCTAD, 2021, p. 2):

Contrary  to  the  neo-classical  orthodoxy,  there  are  rising  returns  to  scale.  In  other  words,  improved  profitability  depends  on  large-scale  investments in technological innovation that raises productivity. Where this strategy works, the scale of production is likely to continue growing. Supply firms will cluster around successful large enterprises. The result will be also large concentrations of workers, at least some of whom will be well paid because of their productivity-enhancing skills. Because the  workers  are  also  consumers,  the  resulting  market  for  consumption  goods  and  services  will  attract  further  investment  in  production,  retailing, infrastructure and so on, further increasing employment and widening  local  markets.  The  implication  is  that  in  economically  successful  regions, success breeds success, tending to concentrate investment, production and consumption in certain areas. (Callinicos, 2009, p. 201)

[…] Dicha atracción de los flujos de capital de manera regionalizada tiende a reforzar las asimetrías a nivel internacional, creando nuevos lazos de  dependencia  entre  Estados  y  generando  las  condiciones  para  el  uso  geoeconómico de los recursos y el comercio. Estos efectos en la conformación de las redes económicas globales dan lugar a lo que algunos llaman weaponized  interdependence,  el  uso  por  los  Estados  de  los  nodos  centrales de las redes económicas para coaccionar a otras entidades del sistema internacional (Farrell & Newman, 2019).

Ejemplos de esta forma de geoeconomía pueden verse en la exclusión de entidades financieras rusas  del  sistema  SWIFT  o  el  uso  de  la  dependencia  económica  de  los  países  de  la  Asociación  de  Naciones  del  Sudeste  Asiático  por  parte  de  China en su disputa por territorios marítimos (DW, 28 de junio de 2022), (Rubiolo, 2020).

Se puede pensar que estas asimetrías, si bien no borran las diferencias entre centro y periferia, sí dan lugar al surgimiento de nuevos centros que debilitan el poder económico de EE.UU. El problema con este argumento es que se basa en una concepción anticuada de la economía.

Buena  parte  de  los  análisis  que  tienden  a  ver  un  remplazo  de  la  hegemonía  económica  americana  por  parte  de  otros  países  —en  especial  China—  se  basan  en  indicadores  inapropiados  para  analizar  la  globalización. Hacen referencia a indicadores de cuentas nacionales como el PIB o la balanza comercial de Estados Unidos, que servían muy bien a su propósito a mediados del siglo pasado, cuando las economías de los países estaban contenidas a nivel nacional.

Pero hoy en la globalización los procesos  productivos  de  las  compañías  transnacionales  se  encuentran  dispersos y la adquisición y fusiones corporativas de empresas en ultramar hacen más difícil medir el poder económico de un país en términos de cuentas nacionales. Como afirma Sean Starrs, desde el comienzo del outsourcing en los años setenta la producción se fragmentó en módulos a lo largo del planeta que se dividen en operaciones de alto valor agregado y operaciones de bajo valor agregado.

Al final, el proceso productivo está bajo  control  de  una  sola  compañía  que  mantiene  el  monopolio  de  las  actividades de alto valor agregado. En ese sentido, si se miran las cuentas nacionales de China en sus exportaciones de tecnología frente a EE.UU., puede parecer que el país asiático lidera el mercado en producción tecnológica muy por encima del país norteamericano.

Pero esta imagen se desvanece cuando se observa que muchas de esas exportaciones de tecnología  solo  lo  son  de  productos  ensamblados  para  compañías  extranjeras,  especialmente  americanas  (Starrs,  2013,  p.  819).  En  esa  medida,  la  posición de un país en el capitalismo global solo se puede determinar a través del examen de las empresas multinacionales.

En un análisis del ranking de Forbes 2000, Starrs encuentra que para 2012 las transnacionales norteamericanas lideran en el porcentaje de las utilidades de 18 de los 25 sectores de las corporaciones más importantes del mundo[5].

En 12 de ellos es dominante, i.e., con un 40 % o más de la porción  de  las  utilidades  del  sector.  En  comparación,  China  lidera  en  cuatro sectores y en ninguno de ellos es dominante, i.e., en esos sectores  solo  tiene  una  participación  de  menos  del  40  %  de  las  utilidades[6]. En cuanto a la fracción que corresponde a las adquisiciones y fusiones de empresas fuera de fronteras, EE.UU. también domina a nivel internacional. 

Las  acciones  que  corresponden  a  empresas  estadounidenses  en  otros  países  son  más  del  20  %,  mientras  que  la  porción  de  acciones  de  todas las adquisiciones y fusiones de empresas americanas por empresas extranjeras es de solo el 16 %, lo que significa que las corporaciones americanas  están  adquiriendo  una  mayor  parte  de  corporaciones  foráneas  de lo que lo hacen empresas extranjeras de las firmas estadounidenses.

En consecuencia, para el 2012 las corporaciones americanas combinadas poseían el 46 % del top 500 de las compañías listadas en el mercado de valores. De estas, el 33 % tienen domicilio en EE.UU., a pesar de que este país representa tan solo el 22 % del PIB global. En contraste solo 29 corporaciones chinas hacen parte del top 500, un 5.8 %, de las cuales el 5.9 % son de propiedad de empresas de este país asiático cuyo PIB global es cercano al 20 %.

Además, al desglosar las cuatro principales participaciones de propiedad nacional promedio de las 20 principales empresas en cuatro  regiones  (Estados  Unidos,  Unión  Europea,  Japón  y  Hong  Kong/China), Starrs encuentra que los accionistas americanos son los poseedores dominantes de las corporaciones más importantes de EE.UU. con un promedio del 86 % de todas las acciones en circulación. En Europa, los mayores propietarios de las 20 corporaciones más importantes son estadounidenses, con más del 20 % en cada una de ellas, mientras en EE.UU.[7] 

Este panorama es más claro cuando se muestra que hay una correspondencia  entre  la  propiedad  corporativa  de  las  empresas  estadounidenses  con la posesión de esta en manos de ciudadanos de dicho país.

Starrs presenta los datos de los ciudadanos más ricos del mundo como un aproximado. Según esto, el 76 % de las acciones de los estadounidenses más ricos es invertida en Norteamérica, lo que sugiere que la mayoría de las acciones manejadas por las empresas americanas son de hecho poseídas por ciudadanos de ese país.

Entonces, como las empresas norteamericanas poseen el  46  %  de  las  500  corporaciones  más  importantes  y  ciudadanos  americanos  poseen  la  mayoría  de  acciones  de  las  empresas  estadounidenses,  no resulta extraño que el 42 % de las personas más ricas del planeta sean ciudadanos de ese país, ni que el 41 % de todos los bienes familiares del mundo estén concentrados en Norteamérica a pesar de que el PIB global de EE.UU. haya disminuido a la mitad desde finales de los 50 hasta hoy.

Esto  muestra  que  el  capitalismo  estadounidense  está  muy  globalizado  y  que las medidas de cuentas nacionales no sirven para diagnosticar quiénes controlan la economía (Starrs, 2013, p. 825)[8].

Estos  datos  nos  dejan  con  el  siguiente  panorama:  la  globalización  tiende a ser más una regionalización de los flujos de capital y de su acumulación, lo cual genera unas brechas insalvables.

A pesar del crecimiento sorprendente de ciertos países, la brecha entre los Estados dominantes sigue existiendo a favor de EE.UU., cuyas corporaciones y clase dominante  controlan  la  economía  global,  una  tendencia  que  se  refuerza  por  el  papel  que  juega  el  dólar  como  divisa  internacional  y  la  política  monetaria de ese país para financiar su déficit comercial (Starrs, 2013, p. 828) (Wade, 2022). Entonces podemos concluir que no hay tal declive americano en el aspecto económico.

4.2. El poder geopolítico estadounidense

Para  poder  diagnosticar  un  declive  de  la  capacidad  geopolítica  norteamericana debe medirse el poder relativo estadounidense frente al de sus  contendores,  especialmente  China.  La  forma  tradicional  de  medir  el  poder  de  los  Estados  es  utilizar  indicadores  brutos  para  medir  las   capacidades militares de un país. Generalmente se utiliza el PIB como un índice de los recursos que un Estado puede convertir en capacidades militares. 

En  esa  línea,  el  hecho  de  que  la  porción  del  PIB  global  de  China  sea muy cercano al de EE.UU., sumado al aumento de gasto militar chino y/o la diminución de la presencia militar americana alrededor del mundo, pueden  contar  como  indicios  de  una  tendencia  al  declive  del  poder  de  Washington (Herrera, 2021).

Sin embargo, el uso de dichas métricas resulta insuficiente para comprender la brecha de poder entre los Estados. Según Michael Beckley, el uso de esos indicadores no logra explicar el  resultado  de  grandes  confrontaciones  geopolíticas  en  la  historia. 

La  razón de ello es que estos no tienen en cuenta los costos de producción, seguridad  y  bienestar  en  que  incurren  los  Estados  en  confrontación  ni  la eficiencia con la que se usan los recursos. Alternativamente, el uso de índices que controlan la variable de costos y de eficiencia logra predecir mejor los resultados de conflictos importantes.

Esto es lo que el politólogo norteamericano encuentra al replicar estudios sobre el resultado de grandes confrontaciones en los últimos 200 años, comparando el poder predictivo  del  PIB,  el  Índice  Compuesto  de  Capacidad  Nacional  (ICCN)  y el PIB multiplicado por el PIB per cápita.

El primero de estos índices generalmente se calcula sumando los gastos de gobierno; consumidores y negocios en un periodo de tiempo, el ICCN combina indicadores económicos y recursos militares brutos; el PIB x PIB per cápita propuesto por Beckley, multiplica los recursos totales por los recursos por persona de un país, con el objetivo de introducir una variable que controle los cos-tos y la eficiencia, en buena medida determinados por el tamaño de la población[9] (Beckley, 2018, p. 18-19). Para demostrar su tesis, Beckley testea la validez de cada índice con estudios de caso de rivalidades prolongadas entre grandes poderes en las que una nación tuvo una preponderancia de recursos brutos y la otra una de recursos netos.

De otra parte, utiliza grandes  conjuntos  de  datos  para  evaluar  cuándo  un  indicador  de  una  única variable predice los ganadores y los perdedores de disputas y guerras internacionales en los últimos 200 años (Beckley, 2018, p. 19).En  los  estudios  de  caso,  Beckley  se  centra  en  las  rivalidades  bilaterales  entre  grandes  poderes  desde  1816  que  duraron  al  menos  25  años  y  que  presentan  una  brecha  importante  entre  el  balance  de  recursos  […] en términos brutos y el balance en recursos netos.

De catorce casos de rivalidades  prolongadas,  el  autor  encuentra  nueve  con  las  brechas  más  amplias entre recursos brutos y recursos netos (en todos ellos aparecen China y Rusia). De estos, escoge cuatro casos con una brecha del 20 %: Inglaterra vs. China entre 1839 y 1911; Japón vs. China, 1874-1945; Alemania vs. Rusia, 1891-1917; y EE.UU. vs. URSS, 1946-91.

En todos ellos se encuentra que los países victoriosos —Inglaterra, Japón, Alemania y EE.UU. respectivamente—  fueron  aquellos  que  tenían  una  mayor  diferencia  de  porcentaje de PIB x PIB per cápita frente al rival y que, paralelamente, eran inferiores o no muy superiores en su porcentaje de PIB o de ICCN frente  al  perdedor.  Beckley  resalta  que  los  países  vencedores  contaban  con  mejores  índices  socioeconómicos,  debido  a  que  enfrentaban  menores  costos de bienestar, seguridad y de producción (Beckley, 2018, pp. 22-37).

Respecto a las disputas internacionales y guerras entre todas las naciones ocurridas entre 1816 a 2010, Beckley compara el poder predictivo del PIB  y  el  ICCN  frente  su  propuesta  con  respecto  a  los  resultados  de  guerras bilaterales de la base de datos de guerras del proyecto “Correlatos de Guerra”. Los resultados muestran que el indicador de Beckley tiene entre un 8 % y un 10 % de éxito mayor que el PIB o el ICCN en el pronóstico de resultados  de  guerras  entre  dos  Estados. 

También  muestra  que,  si  bien  todos los indicadores predicen mejor el resultado de guerras que de disputas menores, de aquellas predichas por el PIB x PIB per cápita y no por los  otros  dos,  casi  la  mitad  involucran  pérdidas  rusas  o  chinas  frente  a  países más desarrollados, pero menos poblados (Beckley, 2018, pp. 37-38).

Estos  resultados  tienen  varias  implicaciones.  La  más  importante  es  que las métricas tradicionales para evaluar el poder de los Estados son inadecuadas y que deben ser remplazadas por indicadores como el propuesto por Beckley o el índice de recursos netos de la ONU o del Banco Mundial (BM).

Por ello, los diagnósticos del poder del Estado chino en la actualidad, medido por el PIB o el ICCN, tienden a exagerar su alcance. En contraste, los datos muestran que para 2015 EE.UU. era siete veces más grande que China, según el índice PIB x PIB per cápita y que superaba a China en recursos netos por 80 billones de dólares en 2010 (estimado  de  la  ONU)  y  170  billones  de  dólares  en  2014  (estimado  del  BM). 

Reflejo  de  esto  es  que  China  puede  tener  el  PIB  y  el  ejército  más  grande, pero lidera en consumo de recursos, polución, infraestructura inútil, gastos  de  seguridad  interna  o  disputa  de  fronteras.  Además,  China  usa  siete veces el input económico que usa EE.UU. para su desempeño económico (Beckley, 2018, pp. 42-43). Entonces, dado el éxito predictivo de estos indicadores y la gran distancia que muestran entre los dos países en  contienda,  no  parece  plausible  afirmar  que  EE.UU.  se  encuentre  en  declive frente a otros Estados.

Esta  conclusión,  se  afianza  si  además  se  tienen  en  cuenta  los  factores que subyacen a las condiciones que hacen de un país una superpotencia:

  1. el  poder  militar;  2)  la  capacidad  económica;  y  3)  la  capacidad  tecnológica.

Estos demarcan los límites de la discusión acerca de la configuración  del  sistema  internacional  como  fue  definida  en  el  presente  artículo. Como dijimos, el sistema será unipolar cuando esté dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar si en este dominan  y  compiten  más  de  una  superpotencia  y  otros  Estados  con  el  estatus de grandes poderes. En ese sentido, una superpotencia será aquella  cuyo  poder  militar  y  sus  capacidades  económicas  y  tecnológicas  le  permitan ejercer su poder a nivel global.

En contraste, los grandes poderes solo podrán ejercer su poder en un ámbito regional. En ese sentido, la configuración que ha predominado desde el fin de la Guerra Fría ha sido  una  que  Buzan  califica  con  la  fórmula  1  +  4,  i.e.,  un  sistema  en  el  que Estados Unidos es la única superpotencia y en el que existen cuatro grandes poderes: China, la UE, Japón y Rusia (Buzan, como es citado en Callinicos, 2009, p. 214).

Dicha estructura del sistema internacional puede ser calificada como unipolar. Frente a dicha estructura cabe preguntarse sobre el papel de China y la tendencia de su proyección global en el futuro.

Como hemos visto, la capacidad económica de China sigue estando muy por debajo de EE.UU., sin  embargo,  es  innegable  su  rápido  crecimiento  y  su  creciente  poder  geopolítico desde el aspecto diplomático y militar. Se podría conjeturar que de seguir esa trayectoria podría alcanzar el estatus de superpotencia.  La  cuestión  es  con  qué  rapidez  eso  puede  pasar  de  tal  manera  que  cambie la configuración del sistema internacional.

Con respecto a esto, el  país  asiático  se  enfrenta  con  varias  dificultades: 

1)  China  está  a  un  nivel  tecnológico  muy  bajo  con  respecto  a  EE.UU.; 

2)  la  distancia  que  China  debe  recorrer  es  enorme,  dada  la  capacidad  militar  extraordinaria  de  EE.UU.;  y 

3)  hoy  es  más  difícil  convertir  la  capacidad  económica en capacidad militar, dada la complejidad tecnológica de esta última (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 9).

Con  respecto  al  factor  militar,  China  encuentra  muchas  limitaciones  estructurales  para  equiparar  las  capacidades  militares  norteamericanas. Esto implica que el aumento de su presupuesto militar no puede  […] aumentar mucho su poder bélico en el mediano y largo plazo frente al poder  militar  de  alcance  global  norteamericano. 

Brooks  y  Wohlforth  ponen como referencia el dominio de los “espacios comunes” por parte de EE.UU., integrado por cuatro componentes:

1. Comando  del  mar:  submarinos  nucleares,  portaviones,  cruceros  y  destructores, barcos anfibios

2. Aire:  drones  pesados,  aeronaves  de  cuarta  generación,  aviones  de  quinta generación, helicópteros de ataque.

3. Espacio: satélites en operación, satélites militares.

4. Infraestructura:  sistemas  de  alerta  y  control  aerotransportados,  aviones  de  abastecimiento  y  de  transporte  multipropósito,  helicópteros de transporte pesados o de carga media, aviones de carga pesada o media.

Comparado con Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y la India, Estados Unidos domina en cada uno de los correspondientes subcomponentes en razón de la proporción que le corresponden del total de las capacidades militares de los seis países juntos, oscilando entre el 50 % y un poco más del  90  %  en  cada  uno  de  ellos. 

Por  detrás  se  encuentra  Rusia,  con  una  posesión que oscila entre el 1 % y el 25 % en cada uno de los diversos sub-componentes y, en tercer lugar, China con una posesión entre el 0 % y el 6 %, respectivamente (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 19-21).

De acuerdo con esta información, se puede concluir que ni Rusia ni China pueden competir con el dominio militar global de EE.UU. por mucho tiempo. En todo caso, se puede afirmar que la brecha con respecto al dominio de los espacios comunes puede cerrarse fácilmente en la medida en que China siga invirtiendo recursos en el desarrollo militar.

El problema es que  el  desarrollo  de  estas  capacidades  militares  está  en  función  de  la  capacidad tecnológica de un país y si bien China ha aumentado su inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), su output tecnológico se encuentra por detrás de EE.UU., en términos de capital humano y de producción tecnológica.

Entre 2010 y 2011, el país norteamericano invirtió 2,85 % de su  PIB  en  I+D  y  China  el  1,84  %,  pero  el  capital  humano  de  EE.UU.  era  siete  veces  mayor  que  el  capital  humano  chino  (Brooks  &  Wohlforth,  2016, p. 23).

Si se comparan ambos países en producción tecnológica, el resultado  es  muy  inferior  si  la  medimos  por  el  porcentaje  del  total  de  familias de patentes triádicas, ingresos por cargos de regalías y licencias de productos tecnológicos, artículos más citados de ciencia e ingeniería y número de premios Nobel desde 1990. En todas estas métricas, EE.UU. domina por encima de Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia y China.

El porcentaje en cada uno de estos cuatro rubros que le corresponde al país  norteamericano  oscila  entre  el  30  %  y  el  60  %,  mientras  China  en  todos  está  muy  por  debajo  del  10  %  (Brooks  &  Wohlforth,  2016,  p.  25).  Estos datos sugieren que la distancia tecnológica entre los dos países es vasta y el proceso para acortarla tomará mucho tiempo.

Esto implica que Beijing tiene muy difícil alcanzar el nivel tecnológico que le permita desafiar militarmente a EE.UU.  Como explican Gilli et al., el crecimiento exponencial en la complejidad de la tecnología militar y del sistema de producción de armas norteamericano es difícil de igualar,  dado  que  el  conocimiento  para  diseñar,  desarrollar  y  producir  un  sistema armamentístico avanzado no puede difuminarse tan fácil en la actualidad, debido a su naturaleza organizacional y su dependencia del conocimiento  tácito  (Gilli  &  Gilli,  2018).  Esto  se  da  por  varios  factores: 

1)  los  implicados  en  el  diseño  y  producción  armamentística  avanzada  se  enfrentan  a  un  infinito  número  de  decisiones  que  implican  la  evaluación  de  muchos  trade-offs

2)  identificar  las  soluciones  a  problemas  de diseño y producción implica ingentes esfuerzos de experimentación, construcción de prototipos  y refinamientos que muchas veces implica devolver los procesos avanzados de producción a los equipos que diseñan o a los equipos que testean para perfeccionar los armamentos;

3) la especificidad de los más mínimos detalles de algunos componentes de los armamentos hace que sea difícil reproducir tecnologías sin interacción  directa  con  sus  creadores,  dado  que  estos  detalles  están  ausentes  en  los  planos  de  diseño  de  dichos  armamentos;

 4)  en  la  actualidad,  el  diseño de armas avanzadas requiere de un conocimiento organizacional que  se  encarna  en  la  experiencia  y  conocimiento  colectivo  de  equipos  gigantescos  de  personas  (para  el  desarrollo  del  F-35  participaron  6000  ingenieros, ninguno de los cuales tenía individualmente el conocimiento completo de todo el proyecto); y

5) la complejidad de estos procesos ha llegado a tal grado que incluso procedimientos computarizados han fallado en la predicción de defectos de los diseños de algunos sistemas de armas, por lo que se ha requerido de testeos intensivos para corregirlos (Gilli & Gilli, 2018).

Por estas razones, a pesar de la ingeniería inversa y del éxito del ciberespionaje chino, ha sido imposible igualar el jet de combate chino J-20 con el jet norteamericano F-22 o equiparar los submarinos chinos a los estadounidenses clase Virginia de alto sigilo (Gilli & Gilli, 2018, pp. 181-187), (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 36).

5. Conclusión

Todo lo anterior deja muchas dudas sobre la posibilidad de que China pueda competir con sus capacidades económicas, tecnológicas y militares en términos del alcance global de sus operaciones. Pero no se puede negar el sorprendente avance que ha tenido este país en las últimas décadas.

Esto ha puesto a China como un país en una clase particular que no puede ser comprendida en términos de la fórmula de 1+4. La razón es que el país asiático, aunque no esté cerca de dominar la economía mundial, sí se proyecta a futuro como un país con mayor influencia económica y política.

Así las cosas, Brooks y Wohlforth plantean una nomenclatura diferente de la configuración del escenario actual que pueda dar cuenta  de  sus  transformaciones. 

La  fórmula  que  proponen  es  1+Y+X,  donde  el  término  Y  refiere  a  grandes  poderes  que  tienen  el  potencial  de  convertirse  en  superpotencias  y  el  término  X  a  grandes  poderes  (Brooks  &  Wohlforth, 2016, p. 16).

En este marco, el camino que debe recorrer un país dominante para llegar  a  superpotencia  es  el  siguiente:  1)  gran  poder  →  2)  superpotencia  potencial  emergente  →  3)  superpotencia  potencial  →  4)  superpotencia

De acuerdo con los autores, el sistema actual puede denotarse con la fórmula 1+1+X, pues China ha pasado de ser un gran poder a ser una superpotencia  potencial  emergente,  en  la  medida  en  que  tiene  la  capacidad  económica  pero  no  tecnológica  de  aspirar  a  ser  una  superpotencia

Si  logra adquirir los requisitos económicos y tecnológicos para sobrepasar y desafiar a EE.UU. en el ámbito militar, entonces podrá considerarse como una superpotencia potencial. Y si obtiene la capacidad económica y tecnológica para desarrollar y adquirir sistemas bélicos de proyección global y la habilidad para implementarlos de manera coordinada para disputar el dominio de los espacios comunes, entonces el país asiático podrá considerarse una superpotencia (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 42-44).

Pero el camino parece extenso y aún el sistema se caracteriza por la existencia de una única superpotencia: Estados Unidos. En ese sentido, sigue existiendo una configuración unipolar a favor de este país, aunque se  avizora  un  repunte  de  China  que  puede  aspirar  a  dicho  estatus. 

La  única opción en el corto y mediano plazo para Beijing es una estrategia de  balance  externo  frente  a  EE.UU.,  es  decir,  la  formación  de  alianzas  que  permitan  equilibrar  la  balanza  de  poder  con  el  objetivo  de  contener  al  país  norteamericano.  El  problema  es  que,  dada  la  actual  crisis,  Washington ha logrado coaligar bajo su liderazgo la UE y varios aliados estratégicos  que  pueden  limitar  el  alcance  de  la  diplomacia  china. 

En  esa  medida,  su  poder  económico  puede  verse  limitado  con  las  retaliaciones de la coalición occidental en el terreno económico con el plan de infraestructura del G-7 o sanciones comerciales y el cercamiento militar que  enfrenta  el  país  en  las  aguas  del  Pacífico,  en  la  que,  si  bien  puede  ganar  el  pulso  dada  la  dependencia  económica  de  sus  vecinos  frente  a  su mercado, no podrá responder con sus capacidades militares a la presencia norteamericana sin enfrentar costos muy altos.

Por tales razones, cabe esperar que China vea limitado su poder en sus aguas territoriales y que su expansión económica sea contestada con resistencia por la nueva hegemonía norteamericana.

En  consecuencia,  la  perspectiva  de  Callinicos  de  que  el  mundo  es  uno  multipolar  en  la  medida  en  que  tenemos  una  configuración  1+4  con  EE.UU.  a  la  cabeza  y  con  China,  Japón,  la  UE  y  Rusia  como  grandes  poderes,  no  parece  apreciar  la  sutilidad  de  la  definición  de  la  unipolaridad  como  un  sistema  dominado  por  una  superpotencia  con  una  capacidad global de control, ni tampoco permite ver las transformaciones de lo internacional, con China como mero aspirante a superpotencia  (Callinicos,  2009). 

Si  bien  el  dominio  norteamericano  puede  verse  afectado por factores sistémicos del capitalismo, eso no significa que el estado actual de su dominio y el futuro de su poder a nivel global esté en  declive  en  la  competencia  geopolítica  en  el  futuro  cercano. 

En  esa  línea, se comprende que las amenazas al poderío norteamericano no van a venir de la competencia geopolítica sino de factores estructurales. Uno en  particular  es  la  crisis  capitalista  frente  a  la  continuada  caída  de  la  tasa de ganancia (Roberts, 2020).

Relacionado con esto, el declive norteamericano puede provenir de un cambio político interno que lleve a un cambio político internacional, por ejemplo, con un eventual gobierno de los socialistas y con un cambio del staff encargado de la seguridad. Pero ese panorama no se ve cercano y aun cuando sucediera, no hay muchas esperanzas de que transforme la orientación a lo internacional, dada la influencia del lobby del complejo militar industrial y la cohorte de expertos  en  seguridad  en  el  sector  de  la  defensa. 

En  todo  caso,  cabe  esperar  que,  en  este  contexto,  América  Latina  pueda  jugar  un  papel  relevante  en la competencia entre EE.UU. y China, ambos en búsqueda de socios comerciales y destinos para sus inversiones. Pero esto solo tendrá importantes  repercusiones  si  se  convierte  a  nuestro  hemisferio  en  un  nodo  central de las redes del capital, algo que a su vez profundizaría la competencia geopolítica a nivel regional.

Por estos motivos, la mayor aportación de nuestro continente solo puede ser la búsqueda de una mayor  […] independencia  económica  y  política  de  las  potencias  en  competencia,  de tal manera que pueda equilibrar la balanza de poder internacional a través de la construcción de nuevos modelos de desarrollo que puedan contribuir a la búsqueda de la paz internacional.

Agradecimientos

Agradezco a los evaluadores y a los editores de la revista por sus críticas y contribuciones a este artículo, han sido de gran importancia y han nutrido mucho mis perspectivas sobre el tema. De igual forma, agradezco y dedico este ensayo al abogado y  escritor  Héctor  Peña  Diaz  (Q.E.P.D),  quien  fue  mi  maestro,  interlocutor,  editor  y  lúcido  crítico  de  los  primeros  esbozos  del  argumento  que  aquí  presento.  También  quiero agradecer a Emilia Vásquez Pardo por leer, comentar y criticar este escrito. Ã Christian Castaño G.Politólogo, magíster en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.

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[1] Sobre el debate acerca de la relación entre realismo y marxismo ver: (Pozo-Martin, 2006) (Anievas, 2005) (Callinicos, 2007).

[2] Traducción es mía

[3] Traducción es mía

[4] Traducción es mía

[5] Los  18  sectores  son:  industria  aéro-espacial  y  de  defensa;  negocios  y  servicios  personales; casinos, hoteles y restaurantes; industria química; hardware y software de computadoras; conglomerados; electrónica; servicios financieros; comidas, bebidas y tabaco; equipamiento y servicios de salud; maquinaria pesada; seguros; medios de comunicación; petróleo y gas; farmacéutica y productos de cuidado personal; comercio minorista; transporte; y servicios públicos  Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong) los accionistas extranjeros suman un promedio de 15 % de propiedad de acciones  de  las  20  empresas  más  importantes  de  ese  país  (Starrs,  2013,  pp. 820-824).

[6] Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong)

[7]

[8] Estos datos han sido actualizados y presentados por Starrs en el presente año y refuerzan sus conclusiones (Starrs, 2022)

[9] Esto  se  basa  en  una  amplia  literatura  de  estudios  militares  que  concluyen  que  el  PIB  per  cápita  es  un  buen  indicador  de  la  eficiencia  de  la  economía  y  del  ejército  (Beckley, 2018, pág. 18).

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