1. Introducción
La actual crisis en el Este de Europa ha suscitado un renovado interés en la cuestión del imperialismo, similar a aquel que se dio a comienzos del 2000 con la invasión a Irak por parte de los Estados Unidos (EE.UU.) (Chibber, 2004).
Analistas de diferentes espectros ideológicos hablan de las ambiciones imperiales del presidente ruso y del quebrantamiento del orden internacional. La aparente excepcionalidad de estos eventos y el resurgimiento del interés por el imperialismo se debe al “regreso” intempestivo de la geopolítica, entendida como los conflictos sobre seguridad, territorio, recursos e influencia entre Estados (Callinicos, 2007, p. 537).
Esta había sido desterrada del análisis después del final de la Guerra Fría, debido a la difusión de una de estas dos creencias: 1) que la globalización y el desarrollo de formas de gobernanza global limitarían la soberanía y las actuaciones bélicas de los Estados, dados los incentivos de la cooperación e interdependencia económicas; o 2) que dada la creciente e inigualable hegemonía norteamericana, ningún Estado se atrevería a desafiar el orden internacional tratando de equilibrar la balanza de poder.
Estas opiniones no han sido ajenas al marxismo, el cual se ha dividido en tres posiciones:
1) aquellos como Negri y Hardt que consideran que después de la Guerra Fría el capitalismo global se ha desarrollado política y económicamente de manera transnacional, haciendo innecesario el sistema interestatal y la competencia geopolítica para su reproducción;
2) otros, como Leo Panitch y Sam Gindin, que han defendido la tesis que afirma que si bien el capitalismo requiere del sistema interestatal, este se encuentra dominado por la incontestable hegemonía de EE.UU., que mantiene un “imperio informal” alrededor del globo, que elimina la posibilidad de la competencia geopolítica; y
3) aquellos que afirman que el capitalismo se ha desarrollado de manera desigual y combinada alrededor del globo, produciendo significativas asimetrías entre las regiones que lo componen y que tienden a generar conflictos y tensiones que a la larga producen luchas geopolíticas (Callinicos, 2009, p. 17).
Como se puede ver, solo el punto 3 mantiene que la competencia geopolítica es inherente al capitalismo global. Es esta la perspectiva que adoptará este artículo de reflexión.
En ese sentido, se argumenta que la actual crisis en Europa no es una excepcionalidad y más bien constituye una de sus características inherentes, a saber: su carácter imperialista, entendido como un sistema de confrontación entre los países dominantes, marcado por la intersección y contradicción de la competencia económica y geopolítica en el contexto del capitalismo global.
En ese contexto, se afirma que no hay un cambio hacia un sistema multipolar y que se da una continuidad del sistema unipolar con la reforzada hegemonía norteamericana.
2. La concepción del nuevo imperialismo
La perspectiva teórica de la que parte este artículo ha sido denominada como teoría del “nuevo imperialismo”, surgida de las reflexiones de varios autores desde comienzos de la primera década del presente siglo, particularmente desarrollada por Alex Callinicos y David Harvey.
De acuerdo con esta perspectiva, el imperialismo capitalista es la intersección entre dos formas de competencia: la competencia económica y la competencia geopolítica o, al decir de Harvey, la intersección de la lógica capitalista y la lógica territorial (Callinicos, 2009, p. 15).
La lógica territorial o geopolítica es la competencia entre Estados por su seguridad, territorios, recursos e influencia. Esta lógica precede al desarrollo del capitalismo, debido a las reglas de reproducción de los modos de producción feudal y tributarios que podemos encontrar en los grandes imperios de la Antigüedad y la Edad Media.
La competencia económica, en cambio, es aquella que se da entre distintas corporaciones, en diferentes locaciones del globo por el control del mercado y los medios de producción a través de la minimización de costos de producción y, por ende, a través de la explotación de la fuerza de trabajo. Esta es específica del modo de producción capitalista.
Así entendido, el imperialismo capitalista propone una interacción problemática entre las dos lógicas de competencia. Esto implica reconocer una autonomía relativa al Estado y la ocasional preeminencia de la geopolítica sobre las dinámicas de los intereses del capital.
De esa manera se puede comprender cómo las invasiones de Vietnam, Irak y actualmente Ucrania, no solo se explican por la simple obtención de ganancias económicas para ciertas corporaciones sino especialmente por la predominancia de objetivos geopolíticos (Chomsky, 2016, pp. 98-99) (Chibber, 2004, p. 430) (Callinicos, 2009, p. 15) (Johnson, 2004, pp. 260-264).
Entonces, para entender en qué medida la geopolítica es subsumida por el capitalismo, se deben comprender los microfundamentos del imperialismo, es decir, las motivaciones de los actores políticos y económicos en el ámbito internacional.
En el ámbito geopolítico, los estadistas pretenden mantener y/o aumentar su poder y el de su Estado frente a otros Estados y competidores políticos. En el ámbito económico, los […] capitalistas pretenden aumentar sus ganancias a través de la competencia económica y la reinversión de capital en búsqueda de mayores retornos (Harvey, 2003, pp. 26-27).
Empero, los estadistas dependen del mantenimiento de un nivel razonable de actividad económica, pues de ello depende la capacidad del Estado de financiarse y de mantener el apoyo público de su gestión. En tanto que esto obedece a la actividad del sector privado, los capitalistas van a mantener un poder de veto sobre las políticas de Estado y por ello habrá una tendencia estatal a orientar sus programas hacia la promoción de las actividades del capital.
Dicho proceso implica la posibilidad de conflictos entre capital y Estado, sobre todo cuando los gobernantes, con el objetivo de mantener el orden o el apoyo público de su gestión, imponen reformas sociales en situaciones críticas en las que el veto empresarial pierde su efectividad. Es particularmente en estas ocasiones en las que los actores gubernamentales muestran su independencia y se revelan las posibles contradicciones entre lo político y lo económico.
En cambio, cuando se da la convergencia entre ambas lógicas, lo que ocurre es un nexo entre los intereses de los administradores de un Estado y un conjunto de ciertos capitales particulares que tienen influencia sobre dicho Estado. El resultado es la formación de nexos institucionalizados entre Estados y capital de una manera geográficamente localizada (Callinicos, 2009, pp. 85-87).
Entonces, con la expansión histórica del capitalismo y el subsecuente desarrollo desigual y combinado del mismo en las diversas áreas geográficas del planeta, la formación de Estados culmina con la emergencia de entramados productivos, comerciales y monetarios concentrados que regionalizan el poder.
Esto conduce a la captura del Estado por coaliciones de intereses regionales dominantes y a una actividad estatal que usa sus poderes para producir tales diferenciaciones regionales (Callinicos, 2009, p. 91).Estos procesos eliminan por completo la posibilidad de un sistema internacional que no esté dividido por Estados y en el que no exista la competencia geopolítica.
Esto echa por la borda la posibilidad del ultraimperialismo permanente de Kautsky, la tesis según la cual la organización internacional del capitalismo haría irracional e indeseable la guerra entre Estados en aras de la interdependencia económica. Esta constitución de la localización de los múltiples y diversos capitales privados en regiones divididas por la organización política de la sociedad en diversos Estados, con la consecuente presión que en estas existe sobre las funciones de los actores estatales y su dependencia de los capitales nacionales para su gestión, perpetúa la existencia de un sistema que conlleva a disputas en regiones estratégicas y pone en cuestión la posibilidad de un orden multilateral relativamente igualitario y equilibrado.
Las consecuencias que tiene esto para el análisis de la realidad internacional son:
1) implica reconocer que el análisis del imperialismo desde el prisma del marxismo requiere de un “momento realista”. Esto quiere decir que para comprender las actuaciones de los Estados en su política exterior se deben tener en cuenta los objetivos, estrategias y los cálculos propios y distintivos de las élites gobernantes;
2) conlleva a tratar la relación entre la competencia geopolítica y económica como una variable histórica que sirve para periodizar el imperialismo y diagnosticar sus tendencias; y
3) permite la inclusión de la variable ideológica como orientadora de la política exterior de los Estados (Callinicos, 2007)[1]
2.1. El nuevo imperialismo dentro del marco conceptual de la teoría de las relaciones internacionales
Lo anterior nos lleva a preguntarnos acerca del lugar que debe tener el concepto de imperialismo dentro de la teoría de las relaciones internacionales y su relación con categorías canónicas tales como “unipolaridad” o “hegemonía” (Johnson, 2004, p. 38).
Los investigadores han usado diversas estrategias: algunos han propuesto la reformulación de las categorías de “imperio”, “hegemonía” y “unipolaridad” como distintos tipos ideales que describen distintas configuraciones de lo internacional (Nexon & Wright, 2007).
Hay quienes simplemente usan las categorías de hegemonía o unipolaridad como sinónimos de imperio de manera imprecisa (Borón, 2020) (Chomsky, 2016).
Y otros utilizan estos términos de manera diferenciada, pero con el objetivo de calificar las especificidades del imperialismo en cierta etapa histórica (Callinicos, 2009). Esta última estrategia tiene dos ventajas:
1) permite un acercamiento a la teoría actual de las relaciones internacionales; y
2) facilita descripciones más precisas de las diversas y posibles configuraciones del imperialismo.
Por tales razones en lo que sigue del ensayo se adoptará este acercamiento. Así las cosas, debemos precisar qué es lo que se entiende aquí por “imperialismo” y el uso que se les da a las categorías de unipolaridad, multipolaridad y hegemonía.
A partir de la teoría esbozada por David Harvey y Alex Callinicos, en adelante me referiré al imperialismo como un sistema de dominación internacional por parte de las superpotencias y los grandes poderes que compiten económica y geopolíticamente por la dominación de territorios, recursos y entidades políticas alrededor del globo.
A tal efecto, este sistema puede estar caracterizado por diferentes configuraciones: puede ser un sistema unipolar, esto es, un sistema dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar, es decir, un sistema en que dominan y compiten más de una superpotencia y otros Estados con el estatus de grandes poderes.
Paralelamente, la hegemonía se entenderá aquí como la capacidad de un Estado dominante para liderar el sistema de Estados en una dirección deseada y ser percibido como persiguiendo un interés general (Silver & Arrighi, como se citó en Callinicos, 2009, p. 142).
De esta definición se debe precisar lo siguiente: En primer lugar, esta enunciación resalta el carácter del “imperialismo” en términos de la competencia interimperial por encima del carácter de la relación de dependencia entre el centro y la periferia globales.
Con respecto a la configuración del sistema, la definición de su carácter unipolar o multipolar proviene de la formulación de los términos provista por Brooks y Wohlforth (Brooks & Wohlforth, 2016). La razón por la que se opta por dicha enunciación es que captura mejor la tendencia del sistema internacional que la utilizada por Callinicos, quien afirma que la tendencia del sistema se da hacia la multipolaridad (Callinicos, 2009, p. 214).
Como se explicará más adelante, la perspectiva de Brooks y Wohlforth sugiere que la diferencia entre la unipolaridad y la multipolaridad no se encuentra en el número de grandes poderes sino en el número de superpotencias, las cuales distinguen en términos del tamaño de sus capacidades militares, económicas y tecnológicas.
En lo que sigue, se caracterizará la situación actual de acuerdo con el marco de referencia esbozado, analizando la crisis internacional actual como un enfrentamiento propio del sistema imperialista.
3. La crisis ucraniana como crisis geopolítica
En el análisis de la coyuntura actual, las motivaciones de la invasión se han convertido en el objeto de análisis privilegiado, dando lugar a la caracterización del fenómeno como una muestra del proyecto imperial ruso, encarnado en su historia como nación o a factores estructurales de la idiosincrasia estratégica del Kremlin (Hartnett, 2022) (Remnick, 2022).
Cuando se examinan estos tratamientos del suceso, se puede observar que a ellos subyace una concepción del imperialismo en un sentido clásico, a saber, el imperialismo como la dominación de un Estado débil por un Estado fuerte, sobre todo desde el aspecto militar. En esa línea, estos análisis resaltan la cuestión de la expansión territorial rusa y la anexión de territorios como signo inconfundible de su imperialismo. Si bien estos acercamientos resultan interesantes, no hay evidencia alguna de que Rusia considerara anexar territorio ucraniano.
Como afirma John Mearsheimer, contrario a la concepción popularizada por algunos analistas de que Putin pretende revivir el ideal del imperio soviético a partir de anexiones territoriales, no existe respaldo para las afirmaciones de que en sus planes estuviera arrebatar Crimea en el 2014, ni mucho menos parece creíble que tratara de ocupar dicho país.
Desde la lógica de este autor realista, el conflicto es causado por la insistencia de Occidente de expandir la OTAN hacia la frontera estratégica rusa, pues “los grandes poderes” siempre se preocupan por las amenazas cerca de su territorio (Mearsheimer, 2014). Esta perspectiva parece responder mejor a las cuestiones suscitadas por la invasión rusa de Ucrania, reivindicando así al realismo político en el ámbito de la política internacional.
Sin embargo, su tratamiento de la crisis en el Este de Europa se basa en un argumento cuestionable, a saber, la consideración de que el conflicto entre Occidente y Rusia se debe a un conflicto entre una cosmovisión liberal de la política internacional enarbolada por EE.UU. y la Unión Europea (UE), y una política internacional de carácter realista representada por Rusia (Mearsheimer, 2014).
Ante esto cabe preguntarse ¿en qué sentido es la expansión de la OTAN una política exterior liberal?, ¿no supone este movimiento una política agresiva después de la Guerra Fría y la disolución del pacto de Varsovia? Un análisis alternativo puede hacerse desde la hipótesis del “nuevo imperialismo”.
Según este punto de vista, la actual crisis debe comprenderse como una guerra subsidiaria entre una coalición de países dominantes en cabeza de EE.UU. y Rusia (Callinicos, 2022). En este sentido, la actual conflagración es el escenario de una confrontación entre países imperialistas por el control de Europa del Este y el acceso al territorio euroasiático. Bajo esta lógica, la confrontación implica una intersección compleja de la competencia geopolítica y económica en el área tradicional de influencia rusa.
3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa
De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global son equivocados tanto como postulado acerca de las realidades de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev, 2022, p. 603)[2].
Esto debido a que las alianzas formales e informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.
Sin embargo, la cuestión geopolítica en el área de influencia de la antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.
De acuerdo con Ilya Matveev, la intersección entre la lógica territorial/geopolítica y la lógica capitalista ha sido una de convergencia en las relaciones de Rusia con sus vecinos, especialmente desde la primera década del 2000, cuando la inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9).
La causa de este incremento fue la reinversión de las grandes ganancias de las corporaciones rusas, destinadas a la adquisición de capacidades industriales:
The economic expansion in the post-Soviet space was the area in which the capitalist and the territorial logics powerfully intersected. In some cases, Russian companies made acquisitions with high-profile diplomatic support. For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production deal with Uzbekneftegaz, the country’s main natural gas producer (…) In other cases, the transfer of assets was more coercive, particularly when the Russian government used the neighboring countries’ debt as leverage. For example, Russia swapped Armenia’s $100 million debt for 90 % of its power generating capacities, acquired by RAO UES. Another $10 million were written off in exchange for Armenia’s largest cement factory that was taken over by ITERA, Russian gas exporter (…) In its quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline infrastructure (…). Overall, the Russian government systematically used debts and oil and gas freezes as leverage to acquire key assets in Ukraine, Moldova, Georgia and Armenia (Matveev, 2021, pp. 9-10).
Adicional a este uso de la política exterior para la expansión del capitalismo ruso en países vecinos, la intersección entre la competencia geopolítica y económica se puede ver en la utilización del arma energética. Como lo resaltan Albuquerque et al. (2021), la utilización del gas y del petróleo ha servido para realizar adquisiciones corporativas por parte de empresas rusas o para disuadir que sus vecinos formalicen acuerdos comerciales con países occidentales.
Estas tácticas implican un uso geoeconómico de las presiones económicas de manera persuasiva o de forma coactiva (Albuquerque et al., p.140) (Cancelado, 2019).
En algunas ocasiones estas intervenciones favorecen las ganancias de empresas rusas y en otras afectan los beneficios de las corporaciones de dicho país. En estas situaciones, el Estado ruso tiende a otorgar beneficios fiscales o financieros a las empresas afectadas, compensándolas por las pérdidas (Matveev, 2021, p. 10).
De igual forma, Rusia impulsó la creación de la Unión Económica Euroasiática, el Banco de Desarrollo Euroasiático y el Fondo Euroasiático para Estabilización y Desarrollo, en algunas ocasiones apelando a amenazas (el caso de Armenia).
Estas organizaciones tienen como objetivo el establecimiento de una hegemonía regional cuyos efectos tienden a favorecer de manera asimétrica al mercado ruso en el ámbito euroasiático frente a las importaciones provenientes de dichos países, desplazando las importaciones chinas y de la UE en la región (Matveev, 2021, pp. 11-13). Estas evidencias hacen pensar que, contrario a lo que afirma Silaev, el espacio postsoviético es de particular importancia para Rusia.
En tanto que la lógica geopolítica queda subsumida bajo la lógica económica en el capitalismo, es de vital importancia para los actores estatales y sus objetivos la promoción de la expansión de las operaciones del capital con el que ha formado nexos institucionales a nivel nacional para nutrir su capacidad militar.
Entonces, en la medida en que el ámbito postsoviético es relevante a nivel geopolítico para Rusia, el Kremlin utilizará de manera estratégica la convergencia de intereses con los actores de su economía nacional para aumentar su poder e influencia mientras maximiza sus ganancias.
Por tales motivos, dentro de la estrategia geopolítica rusa está el garantizar un ambiente competitivo favorable a su clase dominante por medio de la disuasión de grandes competidores externos […] (sobre todo la UE y EE.UU.) o la protección y promoción de monopolios en su área de influencia (el caso de Gazprom).
Es ese precisamente el caso con la cuestión de Ucrania. Su papel en la geopolítica del Kremlin es relevante con respecto a la utilidad que tiene como frontera con respecto a las intervenciones militares de países occidentales, específicamente la OTAN. Además, es el lugar por donde transita buena parte de gas y petróleo de exportación y el mayor receptor de inversión extranjera rusa en la región, que para 2013 sumaba más de 14 mil millones de dólares (Matveev, 2021, p. 7).
Por tales razones, Rusia ha hecho lo posible para evitar que Ucrania independice su economía de sus inversiones, tratando de asegurarlas con respecto a la competencia con proveedores de la UE.
Por esto ofreció un crédito de 15 mil millones de dólares como alternativa a las propuestas del FMI, intentó convencer a Yanukovich de incluir a Ucrania en la Unión Aduanera Euroasiática y de fusionar Naftogaz con Gazprom, lo cual le habría dado control total de los gasoductos de ese país (Marcetic, 2022) (Matveev, 2021, p. 14).
Ante la negativa a estas propuestas y el acercamiento de Ucrania a un acuerdo de asociación y de comercio con la UE, el gobierno ruso implementó bloqueos comerciales al país y la paralización del suministro de gas (Cenusa et al., 2014, pp. 1-2).
Estos y otros sucesos desencadenaron la crisis geopolítica en 2014. Según Matveev, la reacción de Rusia al cambio de gobierno en Ucrania marcó el comienzo de la divergencia entre la lógica geopolítica y la económica, ya que el giro beligerante al que da lugar con la anexión de Crimea sacrificó el aspecto económico del imperialismo ruso en favor del aspecto geopolítico.
Esto reversó los avances del imperialismo ruso en el periodo anterior: Algunos activos rusos fueron destruidos por la guerra, algunas compañías perdieron mucho de su valor de mercado y las sanciones restringieron los flujos de capital, disminuyendo la inversión rusa en el extranjero de manera dramática (Matveev, 2021, pp. 14-15).
Esto provocó lo que Matveev considera una disyunción entre las lógicas territorial y capitalista, explicada por la preeminencia de la orientación estratégica del liderazgo político del país, en particular, por el énfasis en la seguridad y en el hard-power (Matveev, 2021, p. 4).
Pese a Matveev, esta aparente divergencia de geopolítica y economía en el imperialismo ruso puede explicarse como una renuncia parcial a los beneficios económicos inmediatos con respecto a pérdidas económicas y geopolíticas mayores en el largo plazo. Se trata de un cálculo que pretende minimizar los costos de perder el área de influencia rusa
3.1. La intersección de geopolítica y economía en la política exterior rusa
De acuerdo con Nikolai Silaev “los argumentos sobre la necesidad de Rusia de dominar los antiguos espacios de la URSS para sostener un rol global son equivocados tanto como postulado acerca de las realidades de la política exterior rusa como en términos de la discusión doméstica” (Silaev, 2022, p. 603)2.
Esto debido a que las alianzas formales e informales del Kremlin resultan más relevantes en Asia, mientras que en el espacio post-soviético solo pretenden servir como frontera de seguridad frente a la OTAN y por ello solo cumplen un papel geopolítico.
Sin embargo, la cuestión geopolítica en el área de influencia de la antigua URSS ha ido de la mano de la dinámica de acumulación y competencia económica del capitalismo ruso.
De acuerdo con Ilya Matveev, la intersección entre la lógica territorial/geopolítica y la lógica capitalista ha sido una de convergencia en las relaciones de Rusia con sus vecinos, especialmente desde la primera década del 2000, cuando la inversión extranjera rusa aumentó dramáticamente, sumando alrededor de 37 mil millones de dólares en los países de la Comunidad de Estados Independientes en 2010 (Matveev, 2021, p. 9). La causa de este incremento fue la reinversión de las grandes ganancias de las corporaciones rusas, destinadas a la adquisición de capacidades industriales:
The economic expansion in the post-Soviet space was the area in which the capitalist and the territorial logics powerfully intersected. In some cases, Russian companies made acquisitions with high-profile diplomatic support.
For example, Lukoil seized the opportunity created by Vladimir Putin’s visit to Uzbekistan in 2004 to sign a lucrative production deal with Uzbekneftegaz, the country’s main natural gas producer (…) In other cases, the transfer of assets was more coercive, particularly when the Russian government used the neighboring countries’ debt as leverage. For example, Russia swapped Armenia’s $100 million debt for 90 % of its power generating capacities, acquired by RAO UES. Another $10 million were written off in exchange for Armenia’s largest cement factory that was taken over by ITERA, Russian gas exporter (…) In its quest for the neighboring countries’ assets, Russia also used oil and gas cutoffs as leverage. For instance, in 2006, Gazprom halted gas supplies to Moldova and resumed them only 17 days later when the country agreed to increase Gazprom’s share in MoldovaGaz, a company controlling pipeline [3]
[…] Por ello, la política internacional norteamericana intenta “prevenir la unificación del transporte de energía entre las zonas industriales de Japón, Corea, China, Rusia y la UE en la masa continental de Eurasia y garantizar el flujo de recursos energéticos regionales a los mercados petroleros internacionales liderados por EEUU sin interrupciones” (İşeri, 2009, pp. 34-35)3.
Estos lineamientos de las relaciones exteriores estadounidenses se han visto reflejados en diferentes manifestaciones de asesores y responsables de la geopolítica americana desde la época de Reagan hasta nuestros días (İşeri, 2009). En ese sentido, se puede afirmar que este es uno de los objetivos implícitos de la política institucional de seguridad y defensa estadounidense.
En ese contexto, el apoyo americano a Ucrania es un intento de contener a Rusia y, por esa vía, a China en el proceso de lograr mayor influencia, integración y control de los territorios de frontera entre Asia y Europa. Todo esto se pretende lograr por medio de sumergir a Rusia en una guerra de la que no pueda salir fácilmente, minando de esa manera la estabilidad del establecimiento ruso que conduzca a un cambio de gobierno favorable a los intereses de EE.UU. para manipular su agenda internacional.
Por tales motivos, no se entrevé una salida diplomática a la actual crisis, se insiste en la continuación de la guerra y en la expansión de la OTAN, esta última de vital importancia en la gran estrategia estadounidense (Wade, 2022).En el presente, dicha organización militar cumple dos funciones en la proyección del Área Grande:
Por un lado, su expansión y la provocación de la respuesta rusa en Ucrania sirven para la conformación de una coalición occidental que actúe de acuerdo con los preceptos de los intereses americanos frente a sus competidores, consolidando la hegemonía americana en su rol de “imperio benevolente” frente a Rusia como enemigo “común” (Wade, 2022). Por otra parte, permite aumentar la capacidad de control del territorio euroasiático, sus recursos y el aprovisionamiento de los mismos:
In June 2007, NATO secretary-general Jaap de Hoop Scheffer informed a meeting of NATO members that “NATO troops have to guard pipelines that transport oil and gas that is directed for the West,” and more generally to protect sea routes used by tankers and other “crucial infrastructure” of the energy system. This may turn out to be the sole operative component of the fabled “responsibility to protect.”
The decision extends [4] the post–Cold War policies of reshaping NATO into a U.S.-run global intervention force, with the side effect of deterring European initiatives toward Gaullist-style independence. Presumably the task includes the projected $7.6 billion TAPI pipeline that would deliver natural gas from Turkmenistan to Pakistan and India, running through Afghanistan’s Kandahar province, where Canadian troops are deployed. The goal is “to block a competing pipeline that would bring gas to Pakistan and India from Iran” and to “diminish Russia’s dominance of Central Asian energy exports”. (Chomsky, 2010, p. 238)
Este control de los recursos petroleros y su provisión son muy importantes geopolíticamente con respecto a Rusia, país que depende de la exportación y expansión del sector energético, incluyendo la infraestructura y transporte de gas y petróleo en la región euroasiática.
Y con respecto a China, el control de este corredor es vital para obtener un suministro por tierra de hidrocarburos. Este país es muy vulnerable a un bloqueo de suministro de combustibles ya que importa el 60 % de su petróleo, 90 % del cual es transportado por mar, donde su armada no tiene mucha capacidad para responder al poder naval estadounidense que controla el estrecho de Malaca (Lind & Press, 2018, pp. 186-190). Por esas razones, el país asiático ha adoptado una serie de medidas para proteger su suministro de combustible.
Una de ellas es la expansión en Asia central y la integración económica con países de la zona a través de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) para la coordinación de programas de infraestructura, en especial para la provisión de recursos energéticos.
Estas precauciones han desprovisto a EE.UU. del “arma energética” con la que podía presionar al Estado chino, dejándole así pocas alternativas de contención más allá de la opción bélica (Lind & Press, 2018, p. 203).
Es de esa manera que entre 2002 y 2014 la presencia de tropas norteamericanas ha aumentado en los países exsoviéticos de las fronteras europeas, caucásicas y centroasiáticas de Rusia, proceso que está relacionado con la estrategia de contención de dicho país, el intento de fragmentar las alianzas regionales (OSC), el control de rutas de flujos estratégicos y el posicionamiento en la conflictividad euroasiática (Herrera, 2021, p. 105).
La presencia militar en esta zona es importante para contener la alianza estratégica de Moscú con respecto a la provisión de hidrocarburos a China, uno de los mayores destinatarios de sus exportaciones de crudo y que en la actualidad suman un 55 % del total de sus importaciones de petróleo (Albuquerque et al., 2021, p. 142) (Reuters, 2022).
[…] La manera de debilitar esa alianza es atacando su eslabón más débil, presionando a un cambio de gobierno. Esto explica el compromiso de Washington con Ucrania, pues la guerra en este país sirve como un medio para lograr lo que la corporación RAND llama “extender a Rusia”.
El think tank afiliado al pentágono denomina así a la estrategia que propuso hace unos años para desequilibrar a Rusia y disminuir su papel internacional, canalizando la competencia con este país en áreas en las que EE.UU. tiene ventajas comparativas para agotar los limitados recursos rusos (Dobbins et al., 2019, pp. 1-4). Entre las acciones que recomienda dicho informe, los autores subrayan las intervenciones económicas y las geopolíticas como los ámbitos de mayor vulnerabilidad de Moscú.
Dentro del paquete de medidas para debilitar la economía rusa, los analistas destacan la imposición de sanciones como la más adecuada y precisan que, para que estas tengan efecto, deben ser apoyadas por la mayoría de países de la UE. A su vez, mencionan como posibles acciones el bloqueo de las exportaciones de gas y petróleo e impulsar la fuga de cerebros (Dobbins et al., 2019, pp. 47-93).
Entre las medidas geopolíticas resaltan la provisión de armas letales a Ucrania y la promoción de este país como aspirante a ser parte de la OTAN. También mencionan alternativas como aumentar el apoyo a rebeldes sirios, promover un cambio de régimen en Bielorrusia, explotar las tensiones en el Cáucaso sur, reducir la influencia rusa en Asia central y desafiar la presencia rusa en Moldavia (Dobbins et al., 2019, pp. 95-136).
De estas propuestas, en la actual crisis se han implementado las sanciones económicas y el continuado apoyo militar a Ucrania con la concomitante expansión de la OTAN, ambas desatando consecuencias similares a las que pronosticaron en dicho informe.
Respecto a las consecuencias económicas de las sanciones impuestas a Rusia, llama la atención que efectivamente se ha dado una fuga de trabajadores del país, alrededor de quinientas mil personas, sobre todo las más educadas y con mayores habilidades técnicas para la industria nacional. Esto ha generado una crisis en el mercado laboral que tiende a agravarse en el futuro debido a la larga tendencia de decrecimiento de la población en Rusia.
Las importaciones de ese país han descendido al menos a la mitad y no han podido ser remplazadas por aquellas provenientes de China que también han descendido en los últimos meses, aumentando la inflación de precios y provocando la reducción del consumo interno. Además, las sanciones al sistema financiero han congelado 300 mil millones de dólares de las reservas de divisa extranjera de Moscú, la mitad de aquellas con que disponía a principios de la invasión.
Y de las reservas que tiene disponibles, al momento se han gastado 75 mil millones de dólares en lo que va de la conflagración (Sonnenfeld & Tian, 2022).
En relación con las consecuencias de las medidas geopolíticas se puede ver un relativo éxito de la resistencia ucraniana, apoyada por EE.UU. y la UE. La confrontación se ha mantenido por más de ocho meses cuando no planeaba durar sino algunas semanas.
Además, el efecto de disuasión frente a la expansión de la OTAN que se esperaba como resultado de una intervención implacable y rápida en el vecino país ha tenido el efecto contrario. Como consecuencia, ahora se suman dos posibles miembros en la frontera rusa (Suecia y Finlandia) y esta incluyó en su Nuevo Concepto Estratégico a China como una amenaza a los valores e intereses de la organización (NATO, 2022, p. 5).
La ofensiva también ha fortalecido el papel de la UE, aumentado su presión sobre las fronteras rusas que posiblemente se materialicen en nuevos intentos de realizar acuerdos de asociación con países de la órbita postsoviética. Así las cosas, el escenario actual de la competencia geopolítica imperial tiene a China y a Rusia como los dos grandes contendores de un fortalecido EE.UU.
Su fortaleza se basa en que ha logrado juntar tras de sí a los grandes poderes occidentales, sobre todo aquellos de la UE, además de reforzar sus alianzas con países importantes en otros continentes, como es el caso de Japón. Esta posición en el escenario internacional le da nuevos aires a su hegemonía, pues de nuevo el país norteamericano aparece como un “imperio benevolente” que actúa en pro de los intereses comunes del planeta en su renovada carta de presentación wilsoniana.
Con dicho soporte, Washington y sus aliados ya plantean nuevas estrategias para contener a China: La venta de submarinos nucleares a Australia con el objetivo de fortalecer la presencia militar aliada en Asia-pacífico; la profundización de alianzas militares con países que disputan territorio marítimo reclamado por China; el cercamiento militar a la influencia de este país en Asia central; y el lanzamiento de un programa de infraestructura por el G-7 para competir con la nueva ruta de la seda (France24, 2021) (Rubiolo, 2020) (DW, 28 de junio de 2022).
Estas rivalidades entre países poderosos que han llevado a la guerra en Europa del Este y al escalamiento de la retórica y las tensiones en Asía-pacífico, con la concomitante formación de coaliciones beligerantes, llevan a formular preguntas acerca de las posibles transformaciones del sistema internacional y sus jerarquías.
En el siguiente apartado trataremos estas cuestiones y se argumentará que el sistema internacional […] tiende a reforzar la unipolaridad y que Estados Unidos seguirá siendo por bastante tiempo el Estado hegemónico.
4. La continuada unipolaridad del sistema y la hegemonía americana
Con la caída de la URSS y el final de la Guerra Fría en 1991 se declaró el inicio del momento unipolar del sistema internacional en cabeza de EE.UU. Este se caracteriza por el poderío político y económico norteamericano y por la política oficial de ese país de mantener su preeminencia (Layne, 2009, p. 148).
Dicha política se ha mantenido por parte de diversas administraciones hasta la actualidad y se ha convertido en el canon de los consejeros y encargados de la defensa en Washington (Porter, 2018). Pero desde la crisis económica de 2008 en adelante algunas voces han manifestado que el momento unipolar ha llegado a su fin.
Esto se ha debido al surgimiento de países que se califican como grandes poderes en términos de su crecimiento económico, su creciente influencia internacional y el aumento de sus capacidades militares (Beckley, 2018, p. 10). El factor al que se apunta con más frecuencia como causa de dicho cambio del sistema unipolar es la globalización económica y el declive de EE.UU. frente a nuevos competidores (Starrs, 2013, p. 818).
Según el argumento, la globalización económica tiende a nivelar las diferencias entre los países a través de la redistribución más o menos equilibrada de bienes, mercados y capacidades productivas, estrechando la gran brecha entre naciones y “aplanando el mundo” (Friedman, 2006).
Una consecuencia de este proceso sería que en el mediano y largo plazo surgieran más países como grandes poderes a través de la reducción de la distancia económica y tecnológica con respecto a los países dominantes en virtud de la creciente interdependencia global.
Por tales razones se ha vaticinado que la globalización económica ha traído el surgimiento de países como China, India o Rusia, que van a cambiar la balanza de poder tradicional frente a EE.UU., un diagnóstico que se refuerza por el escalamiento de conflictos militares entre Estados. Sin embargo, el diagnóstico de estas transformaciones resulta engañoso.
Por un lado, la expansión del capitalismo tiende a desarrollarse de manera desigual y combinada en distintas zonas geográficas del planeta. En ese sentido, el capitalismo no tiende a aplanar el mundo, sino que tiende a crear ciertas zonas geográficas que concentran los flujos de capital, creando nuevas brechas internacionales que se traducen en el desarrollo de desigualdades profundas.
Por otra parte, el mantra de que la globalización tiende a equilibrar las economías y regiones geográficas descansa en una sobrevaloración del crecimiento y desarrollo de los países emergentes. A esto subyace un acercamiento metodológico inadecuado para el estudio de la globalización y sus tendencias, centrado en el análisis de indicadores de las economías nacionales y de recursos brutos.
4.1. El poderío económico estadounidense
La expansión del capitalismo alrededor del globo no es una que tienda a la horizontalidad y es más propensa a crear nodos privilegiados que generan brechas y dependencias económicas entre países. Una muestra de esto es que la actividad de las grandes multinacionales no se desenvuelve a nivel global, sino en tres grandes bloques regionales: Norteamérica, Europa y Asia-pacífico (Rugman, 2004, p. 4-5).
Dicho patrón de regionalización se puede ver en el flujo de las Inversión Extranjera Directa a nivel mundial (IED). Entre 1992 y 2006 los flujos de IED a países desarrollados, superaba con creces la IED a países en desarrollo, esta última sobre todo captada por países asiáticos (Callinicos, 2009, p. 200).
Entre 2007 y 2020 se ha mantenido dicha tendencia, con excepción del 2014 y el 2020, cuando se puede ver una caída de la IED en países desarrollados en contraste con una estabilidad de la misma en países en desarrollo. En ambos casos la estabilidad de la inversión extranjera de los países en desarrollo se explica por los flujos a la región asiática y en 2020 al impacto de la pandemia que afectó más a los países desarrollados (UNCTAD, 2021, p. 2):
Contrary to the neo-classical orthodoxy, there are rising returns to scale. In other words, improved profitability depends on large-scale investments in technological innovation that raises productivity. Where this strategy works, the scale of production is likely to continue growing. Supply firms will cluster around successful large enterprises. The result will be also large concentrations of workers, at least some of whom will be well paid because of their productivity-enhancing skills. Because the workers are also consumers, the resulting market for consumption goods and services will attract further investment in production, retailing, infrastructure and so on, further increasing employment and widening local markets. The implication is that in economically successful regions, success breeds success, tending to concentrate investment, production and consumption in certain areas. (Callinicos, 2009, p. 201)
[…] Dicha atracción de los flujos de capital de manera regionalizada tiende a reforzar las asimetrías a nivel internacional, creando nuevos lazos de dependencia entre Estados y generando las condiciones para el uso geoeconómico de los recursos y el comercio. Estos efectos en la conformación de las redes económicas globales dan lugar a lo que algunos llaman weaponized interdependence, el uso por los Estados de los nodos centrales de las redes económicas para coaccionar a otras entidades del sistema internacional (Farrell & Newman, 2019).
Ejemplos de esta forma de geoeconomía pueden verse en la exclusión de entidades financieras rusas del sistema SWIFT o el uso de la dependencia económica de los países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático por parte de China en su disputa por territorios marítimos (DW, 28 de junio de 2022), (Rubiolo, 2020).
Se puede pensar que estas asimetrías, si bien no borran las diferencias entre centro y periferia, sí dan lugar al surgimiento de nuevos centros que debilitan el poder económico de EE.UU. El problema con este argumento es que se basa en una concepción anticuada de la economía.
Buena parte de los análisis que tienden a ver un remplazo de la hegemonía económica americana por parte de otros países —en especial China— se basan en indicadores inapropiados para analizar la globalización. Hacen referencia a indicadores de cuentas nacionales como el PIB o la balanza comercial de Estados Unidos, que servían muy bien a su propósito a mediados del siglo pasado, cuando las economías de los países estaban contenidas a nivel nacional.
Pero hoy en la globalización los procesos productivos de las compañías transnacionales se encuentran dispersos y la adquisición y fusiones corporativas de empresas en ultramar hacen más difícil medir el poder económico de un país en términos de cuentas nacionales. Como afirma Sean Starrs, desde el comienzo del outsourcing en los años setenta la producción se fragmentó en módulos a lo largo del planeta que se dividen en operaciones de alto valor agregado y operaciones de bajo valor agregado.
Al final, el proceso productivo está bajo control de una sola compañía que mantiene el monopolio de las actividades de alto valor agregado. En ese sentido, si se miran las cuentas nacionales de China en sus exportaciones de tecnología frente a EE.UU., puede parecer que el país asiático lidera el mercado en producción tecnológica muy por encima del país norteamericano.
Pero esta imagen se desvanece cuando se observa que muchas de esas exportaciones de tecnología solo lo son de productos ensamblados para compañías extranjeras, especialmente americanas (Starrs, 2013, p. 819). En esa medida, la posición de un país en el capitalismo global solo se puede determinar a través del examen de las empresas multinacionales.
En un análisis del ranking de Forbes 2000, Starrs encuentra que para 2012 las transnacionales norteamericanas lideran en el porcentaje de las utilidades de 18 de los 25 sectores de las corporaciones más importantes del mundo[5].
En 12 de ellos es dominante, i.e., con un 40 % o más de la porción de las utilidades del sector. En comparación, China lidera en cuatro sectores y en ninguno de ellos es dominante, i.e., en esos sectores solo tiene una participación de menos del 40 % de las utilidades[6]. En cuanto a la fracción que corresponde a las adquisiciones y fusiones de empresas fuera de fronteras, EE.UU. también domina a nivel internacional.
Las acciones que corresponden a empresas estadounidenses en otros países son más del 20 %, mientras que la porción de acciones de todas las adquisiciones y fusiones de empresas americanas por empresas extranjeras es de solo el 16 %, lo que significa que las corporaciones americanas están adquiriendo una mayor parte de corporaciones foráneas de lo que lo hacen empresas extranjeras de las firmas estadounidenses.
En consecuencia, para el 2012 las corporaciones americanas combinadas poseían el 46 % del top 500 de las compañías listadas en el mercado de valores. De estas, el 33 % tienen domicilio en EE.UU., a pesar de que este país representa tan solo el 22 % del PIB global. En contraste solo 29 corporaciones chinas hacen parte del top 500, un 5.8 %, de las cuales el 5.9 % son de propiedad de empresas de este país asiático cuyo PIB global es cercano al 20 %.
Además, al desglosar las cuatro principales participaciones de propiedad nacional promedio de las 20 principales empresas en cuatro regiones (Estados Unidos, Unión Europea, Japón y Hong Kong/China), Starrs encuentra que los accionistas americanos son los poseedores dominantes de las corporaciones más importantes de EE.UU. con un promedio del 86 % de todas las acciones en circulación. En Europa, los mayores propietarios de las 20 corporaciones más importantes son estadounidenses, con más del 20 % en cada una de ellas, mientras en EE.UU.[7]
Este panorama es más claro cuando se muestra que hay una correspondencia entre la propiedad corporativa de las empresas estadounidenses con la posesión de esta en manos de ciudadanos de dicho país.
Starrs presenta los datos de los ciudadanos más ricos del mundo como un aproximado. Según esto, el 76 % de las acciones de los estadounidenses más ricos es invertida en Norteamérica, lo que sugiere que la mayoría de las acciones manejadas por las empresas americanas son de hecho poseídas por ciudadanos de ese país.
Entonces, como las empresas norteamericanas poseen el 46 % de las 500 corporaciones más importantes y ciudadanos americanos poseen la mayoría de acciones de las empresas estadounidenses, no resulta extraño que el 42 % de las personas más ricas del planeta sean ciudadanos de ese país, ni que el 41 % de todos los bienes familiares del mundo estén concentrados en Norteamérica a pesar de que el PIB global de EE.UU. haya disminuido a la mitad desde finales de los 50 hasta hoy.
Esto muestra que el capitalismo estadounidense está muy globalizado y que las medidas de cuentas nacionales no sirven para diagnosticar quiénes controlan la economía (Starrs, 2013, p. 825)[8].
Estos datos nos dejan con el siguiente panorama: la globalización tiende a ser más una regionalización de los flujos de capital y de su acumulación, lo cual genera unas brechas insalvables.
A pesar del crecimiento sorprendente de ciertos países, la brecha entre los Estados dominantes sigue existiendo a favor de EE.UU., cuyas corporaciones y clase dominante controlan la economía global, una tendencia que se refuerza por el papel que juega el dólar como divisa internacional y la política monetaria de ese país para financiar su déficit comercial (Starrs, 2013, p. 828) (Wade, 2022). Entonces podemos concluir que no hay tal declive americano en el aspecto económico.
4.2. El poder geopolítico estadounidense
Para poder diagnosticar un declive de la capacidad geopolítica norteamericana debe medirse el poder relativo estadounidense frente al de sus contendores, especialmente China. La forma tradicional de medir el poder de los Estados es utilizar indicadores brutos para medir las capacidades militares de un país. Generalmente se utiliza el PIB como un índice de los recursos que un Estado puede convertir en capacidades militares.
En esa línea, el hecho de que la porción del PIB global de China sea muy cercano al de EE.UU., sumado al aumento de gasto militar chino y/o la diminución de la presencia militar americana alrededor del mundo, pueden contar como indicios de una tendencia al declive del poder de Washington (Herrera, 2021).
Sin embargo, el uso de dichas métricas resulta insuficiente para comprender la brecha de poder entre los Estados. Según Michael Beckley, el uso de esos indicadores no logra explicar el resultado de grandes confrontaciones geopolíticas en la historia.
La razón de ello es que estos no tienen en cuenta los costos de producción, seguridad y bienestar en que incurren los Estados en confrontación ni la eficiencia con la que se usan los recursos. Alternativamente, el uso de índices que controlan la variable de costos y de eficiencia logra predecir mejor los resultados de conflictos importantes.
Esto es lo que el politólogo norteamericano encuentra al replicar estudios sobre el resultado de grandes confrontaciones en los últimos 200 años, comparando el poder predictivo del PIB, el Índice Compuesto de Capacidad Nacional (ICCN) y el PIB multiplicado por el PIB per cápita.
El primero de estos índices generalmente se calcula sumando los gastos de gobierno; consumidores y negocios en un periodo de tiempo, el ICCN combina indicadores económicos y recursos militares brutos; el PIB x PIB per cápita propuesto por Beckley, multiplica los recursos totales por los recursos por persona de un país, con el objetivo de introducir una variable que controle los cos-tos y la eficiencia, en buena medida determinados por el tamaño de la población[9] (Beckley, 2018, p. 18-19). Para demostrar su tesis, Beckley testea la validez de cada índice con estudios de caso de rivalidades prolongadas entre grandes poderes en las que una nación tuvo una preponderancia de recursos brutos y la otra una de recursos netos.
De otra parte, utiliza grandes conjuntos de datos para evaluar cuándo un indicador de una única variable predice los ganadores y los perdedores de disputas y guerras internacionales en los últimos 200 años (Beckley, 2018, p. 19).En los estudios de caso, Beckley se centra en las rivalidades bilaterales entre grandes poderes desde 1816 que duraron al menos 25 años y que presentan una brecha importante entre el balance de recursos […] en términos brutos y el balance en recursos netos.
De catorce casos de rivalidades prolongadas, el autor encuentra nueve con las brechas más amplias entre recursos brutos y recursos netos (en todos ellos aparecen China y Rusia). De estos, escoge cuatro casos con una brecha del 20 %: Inglaterra vs. China entre 1839 y 1911; Japón vs. China, 1874-1945; Alemania vs. Rusia, 1891-1917; y EE.UU. vs. URSS, 1946-91.
En todos ellos se encuentra que los países victoriosos —Inglaterra, Japón, Alemania y EE.UU. respectivamente— fueron aquellos que tenían una mayor diferencia de porcentaje de PIB x PIB per cápita frente al rival y que, paralelamente, eran inferiores o no muy superiores en su porcentaje de PIB o de ICCN frente al perdedor. Beckley resalta que los países vencedores contaban con mejores índices socioeconómicos, debido a que enfrentaban menores costos de bienestar, seguridad y de producción (Beckley, 2018, pp. 22-37).
Respecto a las disputas internacionales y guerras entre todas las naciones ocurridas entre 1816 a 2010, Beckley compara el poder predictivo del PIB y el ICCN frente su propuesta con respecto a los resultados de guerras bilaterales de la base de datos de guerras del proyecto “Correlatos de Guerra”. Los resultados muestran que el indicador de Beckley tiene entre un 8 % y un 10 % de éxito mayor que el PIB o el ICCN en el pronóstico de resultados de guerras entre dos Estados.
También muestra que, si bien todos los indicadores predicen mejor el resultado de guerras que de disputas menores, de aquellas predichas por el PIB x PIB per cápita y no por los otros dos, casi la mitad involucran pérdidas rusas o chinas frente a países más desarrollados, pero menos poblados (Beckley, 2018, pp. 37-38).
Estos resultados tienen varias implicaciones. La más importante es que las métricas tradicionales para evaluar el poder de los Estados son inadecuadas y que deben ser remplazadas por indicadores como el propuesto por Beckley o el índice de recursos netos de la ONU o del Banco Mundial (BM).
Por ello, los diagnósticos del poder del Estado chino en la actualidad, medido por el PIB o el ICCN, tienden a exagerar su alcance. En contraste, los datos muestran que para 2015 EE.UU. era siete veces más grande que China, según el índice PIB x PIB per cápita y que superaba a China en recursos netos por 80 billones de dólares en 2010 (estimado de la ONU) y 170 billones de dólares en 2014 (estimado del BM).
Reflejo de esto es que China puede tener el PIB y el ejército más grande, pero lidera en consumo de recursos, polución, infraestructura inútil, gastos de seguridad interna o disputa de fronteras. Además, China usa siete veces el input económico que usa EE.UU. para su desempeño económico (Beckley, 2018, pp. 42-43). Entonces, dado el éxito predictivo de estos indicadores y la gran distancia que muestran entre los dos países en contienda, no parece plausible afirmar que EE.UU. se encuentre en declive frente a otros Estados.
Esta conclusión, se afianza si además se tienen en cuenta los factores que subyacen a las condiciones que hacen de un país una superpotencia:
- el poder militar; 2) la capacidad económica; y 3) la capacidad tecnológica.
Estos demarcan los límites de la discusión acerca de la configuración del sistema internacional como fue definida en el presente artículo. Como dijimos, el sistema será unipolar cuando esté dominado por una superpotencia en competencia con algunos Estados que califican como grandes poderes; o puede ser un sistema multipolar si en este dominan y compiten más de una superpotencia y otros Estados con el estatus de grandes poderes. En ese sentido, una superpotencia será aquella cuyo poder militar y sus capacidades económicas y tecnológicas le permitan ejercer su poder a nivel global.
En contraste, los grandes poderes solo podrán ejercer su poder en un ámbito regional. En ese sentido, la configuración que ha predominado desde el fin de la Guerra Fría ha sido una que Buzan califica con la fórmula 1 + 4, i.e., un sistema en el que Estados Unidos es la única superpotencia y en el que existen cuatro grandes poderes: China, la UE, Japón y Rusia (Buzan, como es citado en Callinicos, 2009, p. 214).
Dicha estructura del sistema internacional puede ser calificada como unipolar. Frente a dicha estructura cabe preguntarse sobre el papel de China y la tendencia de su proyección global en el futuro.
Como hemos visto, la capacidad económica de China sigue estando muy por debajo de EE.UU., sin embargo, es innegable su rápido crecimiento y su creciente poder geopolítico desde el aspecto diplomático y militar. Se podría conjeturar que de seguir esa trayectoria podría alcanzar el estatus de superpotencia. La cuestión es con qué rapidez eso puede pasar de tal manera que cambie la configuración del sistema internacional.
Con respecto a esto, el país asiático se enfrenta con varias dificultades:
1) China está a un nivel tecnológico muy bajo con respecto a EE.UU.;
2) la distancia que China debe recorrer es enorme, dada la capacidad militar extraordinaria de EE.UU.; y
3) hoy es más difícil convertir la capacidad económica en capacidad militar, dada la complejidad tecnológica de esta última (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 9).
Con respecto al factor militar, China encuentra muchas limitaciones estructurales para equiparar las capacidades militares norteamericanas. Esto implica que el aumento de su presupuesto militar no puede […] aumentar mucho su poder bélico en el mediano y largo plazo frente al poder militar de alcance global norteamericano.
Brooks y Wohlforth ponen como referencia el dominio de los “espacios comunes” por parte de EE.UU., integrado por cuatro componentes:
1. Comando del mar: submarinos nucleares, portaviones, cruceros y destructores, barcos anfibios
2. Aire: drones pesados, aeronaves de cuarta generación, aviones de quinta generación, helicópteros de ataque.
3. Espacio: satélites en operación, satélites militares.
4. Infraestructura: sistemas de alerta y control aerotransportados, aviones de abastecimiento y de transporte multipropósito, helicópteros de transporte pesados o de carga media, aviones de carga pesada o media.
Comparado con Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y la India, Estados Unidos domina en cada uno de los correspondientes subcomponentes en razón de la proporción que le corresponden del total de las capacidades militares de los seis países juntos, oscilando entre el 50 % y un poco más del 90 % en cada uno de ellos.
Por detrás se encuentra Rusia, con una posesión que oscila entre el 1 % y el 25 % en cada uno de los diversos sub-componentes y, en tercer lugar, China con una posesión entre el 0 % y el 6 %, respectivamente (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 19-21).
De acuerdo con esta información, se puede concluir que ni Rusia ni China pueden competir con el dominio militar global de EE.UU. por mucho tiempo. En todo caso, se puede afirmar que la brecha con respecto al dominio de los espacios comunes puede cerrarse fácilmente en la medida en que China siga invirtiendo recursos en el desarrollo militar.
El problema es que el desarrollo de estas capacidades militares está en función de la capacidad tecnológica de un país y si bien China ha aumentado su inversión en Investigación y Desarrollo (I+D), su output tecnológico se encuentra por detrás de EE.UU., en términos de capital humano y de producción tecnológica.
Entre 2010 y 2011, el país norteamericano invirtió 2,85 % de su PIB en I+D y China el 1,84 %, pero el capital humano de EE.UU. era siete veces mayor que el capital humano chino (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 23).
Si se comparan ambos países en producción tecnológica, el resultado es muy inferior si la medimos por el porcentaje del total de familias de patentes triádicas, ingresos por cargos de regalías y licencias de productos tecnológicos, artículos más citados de ciencia e ingeniería y número de premios Nobel desde 1990. En todas estas métricas, EE.UU. domina por encima de Japón, Alemania, Gran Bretaña, Francia y China.
El porcentaje en cada uno de estos cuatro rubros que le corresponde al país norteamericano oscila entre el 30 % y el 60 %, mientras China en todos está muy por debajo del 10 % (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 25). Estos datos sugieren que la distancia tecnológica entre los dos países es vasta y el proceso para acortarla tomará mucho tiempo.
Esto implica que Beijing tiene muy difícil alcanzar el nivel tecnológico que le permita desafiar militarmente a EE.UU. Como explican Gilli et al., el crecimiento exponencial en la complejidad de la tecnología militar y del sistema de producción de armas norteamericano es difícil de igualar, dado que el conocimiento para diseñar, desarrollar y producir un sistema armamentístico avanzado no puede difuminarse tan fácil en la actualidad, debido a su naturaleza organizacional y su dependencia del conocimiento tácito (Gilli & Gilli, 2018). Esto se da por varios factores:
1) los implicados en el diseño y producción armamentística avanzada se enfrentan a un infinito número de decisiones que implican la evaluación de muchos trade-offs;
2) identificar las soluciones a problemas de diseño y producción implica ingentes esfuerzos de experimentación, construcción de prototipos y refinamientos que muchas veces implica devolver los procesos avanzados de producción a los equipos que diseñan o a los equipos que testean para perfeccionar los armamentos;
3) la especificidad de los más mínimos detalles de algunos componentes de los armamentos hace que sea difícil reproducir tecnologías sin interacción directa con sus creadores, dado que estos detalles están ausentes en los planos de diseño de dichos armamentos;
4) en la actualidad, el diseño de armas avanzadas requiere de un conocimiento organizacional que se encarna en la experiencia y conocimiento colectivo de equipos gigantescos de personas (para el desarrollo del F-35 participaron 6000 ingenieros, ninguno de los cuales tenía individualmente el conocimiento completo de todo el proyecto); y
5) la complejidad de estos procesos ha llegado a tal grado que incluso procedimientos computarizados han fallado en la predicción de defectos de los diseños de algunos sistemas de armas, por lo que se ha requerido de testeos intensivos para corregirlos (Gilli & Gilli, 2018).
Por estas razones, a pesar de la ingeniería inversa y del éxito del ciberespionaje chino, ha sido imposible igualar el jet de combate chino J-20 con el jet norteamericano F-22 o equiparar los submarinos chinos a los estadounidenses clase Virginia de alto sigilo (Gilli & Gilli, 2018, pp. 181-187), (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 36).
5. Conclusión
Todo lo anterior deja muchas dudas sobre la posibilidad de que China pueda competir con sus capacidades económicas, tecnológicas y militares en términos del alcance global de sus operaciones. Pero no se puede negar el sorprendente avance que ha tenido este país en las últimas décadas.
Esto ha puesto a China como un país en una clase particular que no puede ser comprendida en términos de la fórmula de 1+4. La razón es que el país asiático, aunque no esté cerca de dominar la economía mundial, sí se proyecta a futuro como un país con mayor influencia económica y política.
Así las cosas, Brooks y Wohlforth plantean una nomenclatura diferente de la configuración del escenario actual que pueda dar cuenta de sus transformaciones.
La fórmula que proponen es 1+Y+X, donde el término Y refiere a grandes poderes que tienen el potencial de convertirse en superpotencias y el término X a grandes poderes (Brooks & Wohlforth, 2016, p. 16).
En este marco, el camino que debe recorrer un país dominante para llegar a superpotencia es el siguiente: 1) gran poder → 2) superpotencia potencial emergente → 3) superpotencia potencial → 4) superpotencia.
De acuerdo con los autores, el sistema actual puede denotarse con la fórmula 1+1+X, pues China ha pasado de ser un gran poder a ser una superpotencia potencial emergente, en la medida en que tiene la capacidad económica pero no tecnológica de aspirar a ser una superpotencia.
Si logra adquirir los requisitos económicos y tecnológicos para sobrepasar y desafiar a EE.UU. en el ámbito militar, entonces podrá considerarse como una superpotencia potencial. Y si obtiene la capacidad económica y tecnológica para desarrollar y adquirir sistemas bélicos de proyección global y la habilidad para implementarlos de manera coordinada para disputar el dominio de los espacios comunes, entonces el país asiático podrá considerarse una superpotencia (Brooks & Wohlforth, 2016, pp. 42-44).
Pero el camino parece extenso y aún el sistema se caracteriza por la existencia de una única superpotencia: Estados Unidos. En ese sentido, sigue existiendo una configuración unipolar a favor de este país, aunque se avizora un repunte de China que puede aspirar a dicho estatus.
La única opción en el corto y mediano plazo para Beijing es una estrategia de balance externo frente a EE.UU., es decir, la formación de alianzas que permitan equilibrar la balanza de poder con el objetivo de contener al país norteamericano. El problema es que, dada la actual crisis, Washington ha logrado coaligar bajo su liderazgo la UE y varios aliados estratégicos que pueden limitar el alcance de la diplomacia china.
En esa medida, su poder económico puede verse limitado con las retaliaciones de la coalición occidental en el terreno económico con el plan de infraestructura del G-7 o sanciones comerciales y el cercamiento militar que enfrenta el país en las aguas del Pacífico, en la que, si bien puede ganar el pulso dada la dependencia económica de sus vecinos frente a su mercado, no podrá responder con sus capacidades militares a la presencia norteamericana sin enfrentar costos muy altos.
Por tales razones, cabe esperar que China vea limitado su poder en sus aguas territoriales y que su expansión económica sea contestada con resistencia por la nueva hegemonía norteamericana.
En consecuencia, la perspectiva de Callinicos de que el mundo es uno multipolar en la medida en que tenemos una configuración 1+4 con EE.UU. a la cabeza y con China, Japón, la UE y Rusia como grandes poderes, no parece apreciar la sutilidad de la definición de la unipolaridad como un sistema dominado por una superpotencia con una capacidad global de control, ni tampoco permite ver las transformaciones de lo internacional, con China como mero aspirante a superpotencia (Callinicos, 2009).
Si bien el dominio norteamericano puede verse afectado por factores sistémicos del capitalismo, eso no significa que el estado actual de su dominio y el futuro de su poder a nivel global esté en declive en la competencia geopolítica en el futuro cercano.
En esa línea, se comprende que las amenazas al poderío norteamericano no van a venir de la competencia geopolítica sino de factores estructurales. Uno en particular es la crisis capitalista frente a la continuada caída de la tasa de ganancia (Roberts, 2020).
Relacionado con esto, el declive norteamericano puede provenir de un cambio político interno que lleve a un cambio político internacional, por ejemplo, con un eventual gobierno de los socialistas y con un cambio del staff encargado de la seguridad. Pero ese panorama no se ve cercano y aun cuando sucediera, no hay muchas esperanzas de que transforme la orientación a lo internacional, dada la influencia del lobby del complejo militar industrial y la cohorte de expertos en seguridad en el sector de la defensa.
En todo caso, cabe esperar que, en este contexto, América Latina pueda jugar un papel relevante en la competencia entre EE.UU. y China, ambos en búsqueda de socios comerciales y destinos para sus inversiones. Pero esto solo tendrá importantes repercusiones si se convierte a nuestro hemisferio en un nodo central de las redes del capital, algo que a su vez profundizaría la competencia geopolítica a nivel regional.
Por estos motivos, la mayor aportación de nuestro continente solo puede ser la búsqueda de una mayor […] independencia económica y política de las potencias en competencia, de tal manera que pueda equilibrar la balanza de poder internacional a través de la construcción de nuevos modelos de desarrollo que puedan contribuir a la búsqueda de la paz internacional.
Agradecimientos
Agradezco a los evaluadores y a los editores de la revista por sus críticas y contribuciones a este artículo, han sido de gran importancia y han nutrido mucho mis perspectivas sobre el tema. De igual forma, agradezco y dedico este ensayo al abogado y escritor Héctor Peña Diaz (Q.E.P.D), quien fue mi maestro, interlocutor, editor y lúcido crítico de los primeros esbozos del argumento que aquí presento. También quiero agradecer a Emilia Vásquez Pardo por leer, comentar y criticar este escrito. Ã Christian Castaño G.Politólogo, magíster en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.
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[1] Sobre el debate acerca de la relación entre realismo y marxismo ver: (Pozo-Martin, 2006) (Anievas, 2005) (Callinicos, 2007).
[2] Traducción es mía
[3] Traducción es mía
[4] Traducción es mía
[5] Los 18 sectores son: industria aéro-espacial y de defensa; negocios y servicios personales; casinos, hoteles y restaurantes; industria química; hardware y software de computadoras; conglomerados; electrónica; servicios financieros; comidas, bebidas y tabaco; equipamiento y servicios de salud; maquinaria pesada; seguros; medios de comunicación; petróleo y gas; farmacéutica y productos de cuidado personal; comercio minorista; transporte; y servicios públicos Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong) los accionistas extranjeros suman un promedio de 15 % de propiedad de acciones de las 20 empresas más importantes de ese país (Starrs, 2013, pp. 820-824).
[6] Banca; construcción; bienes raíces (Hong Kong); y telecomunicaciones (Hong Kong)
[8] Estos datos han sido actualizados y presentados por Starrs en el presente año y refuerzan sus conclusiones (Starrs, 2022)
[9] Esto se basa en una amplia literatura de estudios militares que concluyen que el PIB per cápita es un buen indicador de la eficiencia de la economía y del ejército (Beckley, 2018, pág. 18).