29 noviembre 2014
Las raíces profundas del oportunismo en El Salvador
Hace algunos años, amigos y conocidos me sugerían que simulara mis convicciones profundas políticas y filosóficas, es decir mis convicciones comunistas. Su argumento era que si deseaba tener audiencia era preferible dirigirme a mis compatriotas sin referirme al pensamiento de Marx, el estado de consciencia había retrocedido enormemente y que desde la caída del Muro de Berlín ya ni siquiera los que se llamaban revolucionarios recurrían al vocabulario marxista. Los objetivos ya no podían ser los mismos y sobre todo que el anticomunismo en vez de retroceder había avanzado.
Desobedecí estas recomendaciones, desde el principio de mis intervenciones políticas preferí de inmediato dar a conocer mis convicciones. Mi análisis era totalmente diferente, si la conciencia de clase de los trabajadores había menguado entre mis compatriotas, lo mejor era emprender una batalla ideológica abierta contra la reacción salvadoreña y contra los que preferían colaborar con la oligarquía. Desde ese tiempo hasta ahora la audiencia de mis escritos no ha sido muy grande, pero los miles que han visitado mis “Cosas tan pasajeras” algunos de entre ellos se tomaron el trabajo de distribuir mis artículos entre sus amigos, creando un relevo muy importante. Las referencias a las ideas revolucionarias de Marx han ido reconquistando su pasada audiencia y ahora de nuevo con orgullo y abiertamente hay organizaciones y personas que se refieren al pensamiento de Marx sin ambages, ni preámbulos. En esto ha contribuido mayormente la crisis generalizada del sistema capitalista de la primera década del siglo.
No obstante en nuestro país las ideas marxianas han sido divulgadas en versiones rencas, limitadas y dogmáticas. Además las ideas de Marx así presentadas llegaron al país cuando la represión era feroz y sangrienta. Destierro, prisión y torturas era el lote que se reservaba a los opositores; los materiales circulaban clandestinamente (me estoy refiriendo a los años cincuenta, cuando el PCS pudo reactivarse realmente, después del Martinato) y en esas condiciones era imposible tener discusiones y debates amplios. Hubo algunos camaradas que pudieron asistir a las escuelas clandestinas del PCS, aunque es necesario reconocer que los mismos instructores no estaban debidamente preparados para trasmitir un pensamiento sumamente complejo. Algunos apenas habían asimilado el manual de Politzer “Principios Elementales de Filosofía” con todas las limitaciones que este manual tenía que no pueden ser imputadas a Politzer mismo, pues fue redactado por uno de los oyentes en la “Universidad Popular” de París, a partir de sus notas tomadas durante los cursos y además el folleto fue publicado después del asesinato de Politzer por los nazis. También llegaban folletos soviéticos de propaganda y algunos textos cortos o compendiados de Karl Marx y de Friedrich Engels. Esta escasez inicial en los documentos, en traducciones con cavilaciones terminológicas imputables a las condiciones mismas del retraso en los estudios marxistas en nuestra lengua, en las condiciones que acabamos de señalar, difícilmente podían producir un pensamiento propiamente marxista.
Debemos agregar que el tipo de organización (no solamente debida a la clandestinidad), sino a la tradición misma surgida de la Tercera Internacional, que reposaba en el centralismo democrático y que se había convertido en centralismo autocrático durante el estalinismo, propiciaba que los dirigentes se convirtieran en autoridades infalibles y dotadas de una inteligencia que los volvía eminentes economistas, acabados filósofos y grandes especialistas en otras ciencias. Un dirigente entonces no podía mostrar ninguna duda, estaba obligado a guiar, a mostrar el camino y el modo de pensar exacto, sus análisis de la situación eran indiscutibles. Muchos de estos dirigentes apenas habían leído un texto integral de Marx o de Engels y cuando digo “leído” me refiero a eso simplemente, no habían tenido el tiempo suficiente para poder estudiarlo y releerlo hasta asimilar profundamente su contenido.
Dos o tres miembros de la dirección del PCS de entonces pudieron asistir a los cursos que prodigaba a los dirigentes de los partidos “hermanos” de los países subdesarrollados el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Estos cursos eran variados, el nivel superior duraba entre tres hasta seis meses en el seno de la Escuela Central del PCUS. Allí se dispensaba el dogmatismo estaliniano, toda la riqueza del pensamiento de Marx y Engels reducida a unas cuantas “leyes de la historia y de la dialéctica”. Es esto pues lo que nos fue sirviendo de base para desarrollar “nuestro marxismo”.
Necesidad de refundar el movimiento revolucionario
Esta descripción les parecerá a algunos un tanto caricaturesca, no obstante hasta el día de hoy algunos jóvenes salvadoreños siguen sosteniendo como la suma ciencia de la dialéctica marxista los tres o cuatro principios a lo que redujo Stalin la inmensa riqueza del pensamiento dialéctico de Marx. He mencionado arriba a algunas organizaciones que se declaran marxistas-leninistas, algunas se declaran afiliadas a la IV Internacional (trotskista), otros ponen en el mismo plano de sus páginas a Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao. Todo esto parece mera amalgama de principios sin ninguna crítica. Se trata de una simple declaración de pertenencia y una evidente dispersión de fuerzas. Hay algo en esto que es importante señalar, esta declaración de pertenencia a corrientes heterodoxas y en cierto sentido hasta eclécticas demuestra que no se ha analizado profundamente ni el contenido ideológico de esas tendencias, ni tampoco la situación política nacional. Muchas de estas conductas me resultan reacciones epidérmicas, que han surgido de la decepción de la política revisionista y oportunista que conduce desde hace años el FMLN.
La necesidad de suplir al FMLN, que en estos momentos se encuentra gobernando al país y que no escatima esfuerzos por presentar su política como la única posible y que prodiga su más ingenioso denuedo por demostrar que en un país como el nuestro y en nuestra situación es imposible iniciar la transformación de la sociedad. No obstante la necesidad real y urgente de refundar un movimiento revolucionario en el país nos obliga a que no nos equivoquemos al analizar las posiciones actuales de los dirigentes y de la mayoría de militantes del FMLN, algunas personas suponen que el oportunismo actual es el resultado de su participación en el sistema electoral y sobre todo de disponer ahora del gobierno. Pero si nos detenemos un instante para analizar lo que ha causado este resultado, veremos que no se trata solamente de la participación dentro del sistema, sino que se trata de causas internas, inherentes al proceso político nacional de más medio siglo.
Desde hace más de medio siglo, los enfrentamientos con el enemigo de clase han tenido formas y contenidos muy variados, pero al mismo tiempo desde entonces hubo al interior mismo del movimiento enfrentamientos internos precisamente sobre esas formas y contenidos de la lucha por los intereses de los trabajadores. Hubo dos tendencias que dominaron los debates, pero es necesario señalar que los debates no tuvieron lugar entre todos los miembros del PCS, sino dentro del círculo reducido de los dirigentes y a los militantes les llegaban ecos amortiguados por la siempre urgente unidad del partido, que constantemente se presentó como un objetivo primordial. La escasa o nula preparación ideológica tanto de la dirección como de los militantes, agreguemos a esto las condiciones de represión brutal y asedio que llevaban los diferentes gobiernos son hechos que hay que tener siempre presente. Era imposible materialmente llevar adelante un debate de ideas o la simple preparación ideológica.
Todas las células del PCS hacían esfuerzos por cumplir con la obligación estatutaria de una reunión semanal, pero a veces uno se conformaba a una reunión de vez en cuando, por falta de locales, por falta de quórum, por falta de tiempo. Cuando las condiciones de seguridad medio se lograban y el secretario de célula había recibido el “informe” del Comité Central (CC), mecanografiado en un fino papel, entonces se llevaba a cabo la reunión. Esta consistía la mayoría de veces en escuchar al secretario de célula leer el “informe” del CC y una vez acabada la lectura procedía a quemar el papelito que dejaba una escasa ceniza en el suelo, que luego se recogía cuidadosamente para botarla en la basura. Los militantes se veían obligados a prestar infinita atención a esa lectura y tratar de memorizar y entender lo leído. El secretario a veces preguntaba si alguien quería opinar o si necesitaba un complemento de información. Si había preguntas la reunión podía alargarse un poco, los puntos restantes en la agenda eran las finanzas (reclamar las cotizaciones no pagadas por el militante) y otro que misteriosamente se llama “organización”. En este punto se hablaba de todo, de las medidas que había que tomar para que los posibles “orejas” no pudieran sospechar que había alguna reunión, escasamente en los años cincuenta y sesenta se organizaba las pintas o el reparto (siempre nocturno) de volantes debajo de las puertas de las casas. Rara vez se hablaba de reclutar nuevos miembros, pues antes de eso había que llevar a cabo una investigación para evitar infiltraciones. Se hablaba pues sobre todo de las medidas de seguridad para protegerse del enemigo. De vez en cuando en las reuniones aparecía un folleto de propaganda sobre la vida cotidiana en el “País de los Soviets”. Las células estudiantiles de la Universidad o con presencia de estudiantes o algunos intelectuales se entablaban conversaciones de mayor contenido ideológico.
Las injerencias externas
He descrito estas reuniones y lo que en ellas se trataba para mostrar la precariedad impuestas por las circunstancias. Pero los intercambios más nutridos eran afuera de las reuniones de las células, durante encuentros informales entre amigos que se conocían y que se sabían miembros del “partido”. La división del partido en dos tendencias no nos aparecía entonces con gran evidencia, pues de manera general todos los dirigentes altos e intermediarios estaban de acuerdo que la “toma del poder” se iba a realizar usando la fuerza, por la lucha armada. Este acuerdo declarado se fue resquebrajando poco a poco, en cierta medida por influencia extrajera: los cubanos ejercían presión para que en el continente se iniciaran luchas armadas. Fue entonces que surgió claramente la teoría del “foco revolucionario” que en realidad constituía una interpretación abusiva de la experiencia guerrillera en Cuba. En todo caso, alrededor de este tema y en general de la posibilidad de llevar a la práctica la estrategia de la toma del poder por la lucha armada fueron apareciendo dos posiciones opuestas. Una que fue minoritaria pregonaba la necesidad de prepararse inmediatamente para llevar a cabo la lucha armada, preparar escuelas de instrucción en el manejo de armas y de la estrategia militar y la otra que señalaba la imposibilidad de organizar una lucha de guerrilla en un territorio tan pequeño como el nuestro y sin montañas tan altas como la Sierra Maestra en Cuba.
Es en estas discusiones que se van a ir perfilando ambas tendencias, pero estas discusiones no se dan realmente en el seno del PCS, quiero decir en las instancias deliberativas, en reuniones de direcciones departamentales o nacionales, sino que en conversaciones informales entre miembros y en alguna ocasión en que algún dirigente acudía una reunión “ampliada” de direcciones departamentales que solían organizarse. Es en ellas que se tenía la oportunidad de escuchar las dos posiciones opuestas, pero no en la misma reunión, sino cuando dirigentes que pensaban distinto aparecían por separado en las reuniones. Nunca hubo tendencias organizadas realmente, ni proselitismo.
Dos tendencias opuestas
Las divergencias entre algunos dirigentes fueron apareciendo en la superficie con el correr de los años sesenta. Hubo unidad respecto a las insistencias e inmiscuiciones de los dirigentes cubanos que se rechazaron. En el fondo de las divergencias surgía también un análisis diferente de la coyuntura nacional y sobre todo en el análisis de la composición clasista de la sociedad salvadoreña. La sociedad capitalista salvadoreña no era reconocida como tal por la ausencia de instalaciones industriales y por el carácter de exportadora agrícola de nuestra economía y sobre todo su carácter monocultivadora. Se había optado por llamar a nuestra sociedad de “semifeudal”. En esta clasificación intervinieron economistas e ideólogos soviéticos que entonces eran la última instancia dirimente. Las clases dominantes se componían por estratos que giraban en torno de las familias oligárquicas. Las familias terratenientes eran también las que habían fundado bancos y poseían la incipiente industria. Aquí había un déficit teórico. Las relaciones feudales ya habían desaparecido, no quedaban ni resabios de la sociedad colonial económicamente hablando. Algunos para justificar el apelativo de “semifeudal” ponían como ejemplo la tienda de las haciendas que endeudaban a los campesinos y las fichas que formaban parte del salario que obligaban a los campesinos a adquirir mercancías en las tiendas de la hacienda. Esto fijaba a los campesinos en las haciendas sin poder tener libre circulación en el país, pues las deudas eran como las “cadenas feudales”.
Este modo de ver nuestra sociedad olvidaba o hacía caso omiso que la dominación mundial del capitalismo (imperialismo) ya era una incontestable realidad, la economía capitalista ya estaba mundializada. No obstante lo que en realidad reinaba como fundamento en el país eran las relaciones capitalistas, los trabajadores ya no tenían los medios de producción, para vivir o sobrevivir estaban obligados a vender su fuerza de trabajo y el origen de las riquezas de la burguesía era la plusvalía obtenida por el impago de un tiempo determinado de las jornadas. Esto es lo que pasa en las relaciones capitalistas, esto era lo que pasaba en las cosechas de café, de la caña, del algodón y es lo que pasa en el capitalismo actual. El hecho de que la realización de las ganancias se operara en la venta internacional no le resta en nada a la esencia capitalista de nuestra economía de entonces, de ahora. Luego apareció el neologismo “capitalistoide” que en esencia no divergía mucho del “semifeudal”, aunque ya el énfasis era el capitalismo.
En realidad los que sostenían que no teníamos montañas lo suficientemente altas agregaron asimismo el argumento de que las condiciones no estaban dadas, pues era imposible pasar de la situación “semifeudal” al socialismo, además no existía en el país la clase proletaria que dirigiera la revolución. Pero si se podía luchar por acceder al poder para acelerar la instauración del capitalismo que al mismo tiempo iba a crear a su sepulturero, la clase obrera. Simultáneamente se descubrió que entre los oligarcas y algunos miembros de la burguesía había contradicciones y que los revolucionarios estaban obligados a aprovecharlas. Fue a través de esto también que apareció el argumento de que existían militares progresistas y que también en el seno de las Fuerzas Armadas había contradicciones. Todas estas contradicciones eran “aprovechables”, se empezó a usar los términos “contradicción principal” y “contradicción secundaria”. Estos términos fueron tomados del folleto de Mao Tse-tung “Sobre la contradicción” (agosto 1937) y no creo que al introducirlos en su vocabulario se preocuparan mucho de asimilarlos, ni mucho menos procedieron a una crítica del aporte del líder chino. Más adelante voy a volver en detalle sobre este tema.
Las “contradicciones” en el seno de la burguesía
Esta interpretación de la realidad servía de base teórica para considerar la acción política del partido. Si existían contradicciones en el seno de las clases dominantes era necesario aprovecharlas y tratar de profundizarlas. Una parte de las clases dominantes eran conservadoras y las otras “progresistas” que intentaban “modernizar” la economía del país para sacarlo del semifeudalismo que lo dominaba. Este era uno de los “objetivos” del partido, modernizar el país, ponerlo en el camino del progreso y sacarlo del atraso casi feudal. O sea que buscar alianzas con la “burguesía nacional” contra la oligarquía y el imperialismo —que eran los principales obstáculos para el progreso del país— se convertía en objetivo. Para justificar este tipo de alianza sin pasar a la colaboración de clases, se alegaba que la burguesía había entrado en una contradicción secundaria con la oligarquía, que de la misma manera que Mao Tse-tung había señalado la existencia de “contradicciones en el seno del pueblo”, contradicciones no-antagónicas, en nuestra sociedad existía en el seno de las clases dominantes contradicciones no antagónicas, pero que adquirían las formas de una contradicción antagónica, sobre todo si ese sector burgués se aliaba a las fuerzas progresistas del país bajo la conducción de los revolucionarios del PCS. Esto de alguna manera se consideraba como una estrategia a mediano plazo.
Este oportunismo se trataba de fundamentar en la teoría marxista. Nuestra sociedad debía atravesar todas las etapas de desarrollo económico, salir realmente del feudalismo hacia el capitalismo para que surja una clase proletaria digna de ese nombre. Sólo la clase obrera puede liberar la sociedad y disolver las clases sociales, claro que es necesario aliarse a los campesinos y como en la gran Revolución de Octubre también con los soldados. Y es aquí también que nuestros oportunistas descubrieron entre los oficiales una “fracción progresista” que había entrado en una contradicción secundaria con el Alto Mando. Contradicción no antagónica, pero como lo había indicado el líder chino Mao Tse-tung, una contradicción puede también tomar las formas de su contrario y en este caso volverse antagónica. Este tipo se sofisma les sirvió de base teórica a los oportunistas de los años sesenta, setenta y ochenta. Esto los sustentaba para participar activamente en los golpes de Estado, en los que las clases trabajadoras estaban totalmente ausentes, pero representadas por los dirigentes del PCS. En esa época no se citaba ya a Mao, pues había entrado en contradicción irreconciliable con los líderes moscovitas y entre las ortodoxias existentes los dirigentes del PCS siempre se sometieron al gran centro del movimiento comunista internacional: Moscú.
Como ven el oportunismo no ha surgido hoy, no se ha solidificado en estos años de participación en las instituciones del Estado democrático burgués. El oportunismo fue el que llevó al PCS a atacar a las FPL con igual ahínco con que lo hacía la prensa nacional durante casi toda la década de los setenta. Los mismos epítetos, criminales, bandoleros, terroristas, etc. Ellos seguían preparando golpes de Estado “progresistas”. No me voy a extender sobre las condiciones en que el PCS puso el pie en el último estribo del tren de la lucha armada. Sobre lo que ocurrió entonces lo ha abordado ya en mis artículos de “Cosas tan pasajeras” sobre todo el objetivo de salir lo más pronto de la guerra e iniciar las negociaciones.
Como pienso haber demostrado que la ausencia de un conocimiento profundo del pensamiento de Marx y sus desarrollos posteriores tuvo mucho que ver en la deriva oportunista del PSC desde los años cincuenta y que ha culminado con su política gubernamental y su funcionamiento interno. Por supuesto que en estas cortas páginas han quedado afuera los detalles, apenas se trata de las pinceladas mayores en el esbozo de toda esta historia. Me queda por cumplir con una promesa hecha arriba: volver sobre el tema de la contradicción. Para poder extenderme lo necesario en este tema que es uno de los que fundamentan la dialéctica en general y la materialista en particular, les pido que me perdonen y acepten que lo haga en otro momento, en una segunda parte que escribiré luego.