Alfredo Aquino, obrero y guerrillero
octubre 25, 2013 Voces Comentar
Publicado en: Actualidad, Contracorriente – Dagoberto Gutiérrez, Nacionales, Voces Ciudadanas
Era un negrito fino, bastante fino y bastante negrito, medio mecánico y lo suficiente para trabajar en una empresa que se dedicaba a ensamblar autobuses. Cerca de la terminal de occidente estaba la fabrica Superior de donde salían buses relucientes como si hubieran sido fabricados ahí, precisamente ahí trabajaba El Mapache que es de quien estoy hablando.
Dagoberto Gutiérrez
Alfredo Aquino se llamaba, y era de estatura mediana, fuerte, todo él fino, de sonrisa fácil y de pelo lacio, de manos ágiles y de brazos fuertes; pero eso si con cabeza subversiva, lo suficiente para ser miembro, allá por lo años 70 del siglos pasado, de una célula de la juventud comunista. Es posible que para él fuera muy importante que una novia que le apareció una tarde, fuera de color blanco como la nieve de tal modo que la pareja resultaba interesantísima y ella, de nombre Ofelia se veía satisfecha con su mapache y éste se veía mas que alegre con su blancura.
Como todo obrero, hablaba de todo y vivía cerca de la empresa, en la colonia Dina y por supuesto que participaba en las luchas del sindicato de La Superior y a las negociaciones pero también en las actividades clandestinas que abarcaban otras zonas de la capital y otros lugares de el país.
En 1973 viajamos juntos al X festival mundial de la juventud y los estudiantes que se realizó en Berlin República Democrática Alemana, Alfredo tuvo mucho éxito con las muchachas alemanas y su felicidad era enorme a tal grado que cuando, al finalizar el festival, nos preparamos para salir a Rumania, en un bus del gobierno romano, el mapache fue el último en llegar, ante el susto y el malestar de los organizadores que ya lo daban por perdido, sin embargo se trataba de algo que era casi equivalente.
El mapache se embarbascó con una muchacha berlinesa que encantada con él lo cubrió de cariño presentes, buenos deseos y Alfredo, que no tenia mucho que darle, le dio la dirección de su casa en la Colonia Dina para escribirse, aunque ella no hablaba ni entendía el español y Alfredo mucho menos el alemán.
Así pasó todo, fuimos a otros lugares y regresamos a nuestro país, a la clandestinidad, a la ilegalidad y a la conspiración contra el poder capitalista. La lucha siguió, hasta que un día me busca Alfredo y me explica con la alarma expresada en sus ojos: la chica alemana, le había escrito una carta en alemán, le había agregado una foto de ella y, la mujer de Alfredo había recibido la carta y la había abierto y aunque no entendió nada de lo que decía esa carta estaba dando por anulado el matrimonio. Como se puede ver, se trataba de una situación crítica, insospechada pero verdadera.
Ofelia no parecía dispuesta a moverse ni un milímetro porque, según ella, Alfredo tenia otra mujer en Alemania y se trataba de alguien tan a atrevida que era capaz de escribirle a su propia casa y esto era verdaderamente inaguantable.
El ambiente era tenso, las posiciones totalmente alejadas y sobre una mesa una foto de una muchacha sonriente, de ojos azules, de pelo rubio parecía reírse de todo y desafiar la discusión intensa que transcurría, pero esa era la pruebe contundente de una traición imperdonable.
Nada pudo hacerse, ningún argumento fue escuchado incluida el perdón solicitado, la explicación de todo lo que ocurre en todos los festivales. La atmósfera resultó letal para el matrimonio, dos niños jugaban ignorando los acontecimientos, un niño y una niña. Todo terminó esa misma mañana.
La guerra se vino encima con sus caminos de acero y sus luces de sangre y, el moreno fue asignado a la unidad guerrillera que combatía en el área de Jucuarán al sur de Usulután, precisamente en los manglares y ahí en pleno contacto con el mar, en el día y en la noche. El moreno aprendió a comer pescado, camarones y toda clases de peces, a superar el ataque de los jejenes, que llegaba hasta las seis de la tarde y esperar a los zancudos que aparecía de las seis en adelante.
El agua se obtenía en ciertos islotes, unos eran pequeños y otros eran grandes y a uno de ellos se dirigió una pequeña patrulla de tres combatientes entre ellos el moreno. La zona era vigilada por lanchas de la marina que no siempre se introducía, en los canales por temor a emboscadas pero ese día, en horas tempranas de la mañana miraron desde alta mar al pequeño grupo que desembarcaba y decidieron atacar. El ataque fue fugaz, rápido y letal, no hubo tiempo y el moreno fue alcanzado por el fuego de la fusilería enemiga, eran las 9 y media de la mañana, el sol inundaba la playa y vestía de plata todo el manglar, los pelícanos hilvanaban una cuerda de alas que corría sobre la mar.
El moreno no tuvo oportunidad ni tiempo y todo fue rápido, y la luz se fugó, los otros dos respondieron el fuego y los de la lancha no se atrevieron a desembarcar y, así como habían aparecido también desaparecieron.
Recogieron el agua, acomodaron al moreno en la canoa y empezaron a remar hacia el campamento, las raíces del mangle acompañó el viaje fúnebre, la marea empezaba a subir y la guerra cobró su precio y el mapache entregó su vida para que el camino no se deje nunca de caminar, así lo hacemos y así lo haremos.