Las mujeres de Nueva Guatemala en la jura de Carlos IV

Las mujeres de Nueva Guatemala en la jura de Carlos IV
Por Elena Salamanca *
Martes, 29 de Mayo de 2012

La fiesta tuvo una víspera que duró tres días, hubo corridas de toros durante tres tardes. Pasada la víspera, el frontispicio del cabildo se decoró con tela de Bramante y se iluminó con cera toda la ciudad de Nueva Guatemala de la Asunción. En el banquete se usó vajilla de plata, se bebió vino y horchata, se sirvieron marquesotes, espumillas, gaznates, panales, frutas en conserva y dulces de colación; también se contrataron músicos.
En la plaza mayor se reventaron canchinflines silbadores y fuegos artificiales. Era 17 de noviembre de 1789, la Capitanía general de Guatemala celebraba la jura de Carlos IV como Rey de España, casi un año después de su coronación en la capital del reino, y sus súbditos lo festejaban con una serie de actos políticos cuyos sabores y brillos fueron encargados a mujeres muy influyentes en la cotidianidad e identidad de la ciudad.

María Basconcelos, la pintora. Recibió sesenta y cinco pesos por los retratos de la reina María Luisa de Parma, consorte de Carlos IV de Borbón.
Estas mujeres no aparecen en las crónicas de la época. Para encontrarlas y estudiarlas debemos llegar a los espacios más íntimos: a los resquicios de los archivos, a las notas en los márgenes de las reseñas y crónicas. A los márgenes del papel. Propongo comprender a los márgenes no como marginalidad, no como exclusión, sino como un ejercicio de interpretación de mundo, de comprensión de una época, de tratamiento de una fuente y de discusión.
De esta ruta trazada en los márgenes, de ese mi interés por los resquicios, nace este artículo. Al leer documentos marginados, anexos, que en el momento de ser encontrados no tienen relación con el tema que investigo, pero en los que me detengo con una curiosidad mayor que en el tema capital, he encontrado a estas mujeres comunes en el siglo XVIII: unas de oficios domésticos en Guatemala de la Asunción y otras de oficios religiosos en San Lucas Cuisnagua, actual Cuisnahuat, en El Salvador.
Estas mujeres, con sus oficios de mano y aguja, como eran conocidos, en la cocina y en la costura, tuvieron incidencia cotidiana en el mundo manejado por hombres. Desde la cocina y el cuarto de costura se puede hacer política, y desde ahí las mujeres de Guatemala y Cuisnahuat participaron en momentos definitorios, como rendir fidelidad a un nuevo rey o custodiar al santo patrón del pueblo para sus ciudades o comunidades.
Se habla de la participación política de las mujeres en la Colonia vista desde el espacio público en las participaciones de insurgencia, como los movimientos emancipatorios o de independencia en América en el siglo XIX. Habría que pensar qué comprendemos por participación política y cómo los espacios delimitan lo que creemos que es.
Hay, sin embargo, que mirar la participación política de la mujer desde espacios más cotidianos, como sucede con estos casos. La fundadora de los estudios de cultura femenina novohispana, Josefina Muriel, miraba como acción política el momento en que una zapatera limeña del siglo XVIII pudo inscribirse en el registro municipal como lo que era: una zapatera. Estas incidencias deberían llevarnos a examinar cómo las mujeres coloniales, en este caso del siglo XVIII, tuvieron una participación en eventos de impacto político, para la ciudad y en relación al reino, sin salir a manifestarse a una plaza, sin ser encarceladas o sin haber escrito manifiestos, simplemente realizando los oficios que conocieron y heredaron de otras mujeres.

Josepha o Josephina María recibió el 12 de noviembre el pago puntual por entregar la tela de Bramante para cubrir el frontispicio del cabildo.
Las mujeres comunes de Guatemala de La Asunción
En el fondo documental que en el Archivo General de Centroamérica se dedica a las fiestas reales celebradas en Guatemala –nacimientos de infantas e infantes, juras de reyes, natalicios de monarcas o consortes–, se encuentra uno que registra estas fiestas dedicadas a la jura del rey Carlos IV de España, en 1789.
Ahí hay un legajo de cuentas de la mayordomía de la fiesta de jura del rey, y entre listas de gastos y demás trámites van apareciendo nombres de mujeres: Juana Solórzano, panadera y cohetera; las hermanas Heredia, refresqueras: Manuela, la que firma, y su hermana que nunca firma; Francisca Velásquez y Juana Nevera, dulceras; Josepha María, que vendió telas para decorar el cabildo; y María Basconcelos, pintora de dos retratos de la reina María Luisa de Parma –que en el recibo ella llamará de Borbón–, consorte de Carlos IV. En este artículo se conservarán los nombres y apellidos de estas mujeres tal y como fueron escritos en los documentos.

Todas estas mujeres firman recibos de la administración o del ayuntamiento de la ciudad. Todas firman. Algunas tienen una caligrafía más fluida que otras, esto puede identificarse en el trazo de las letras, en los puntos que se dibujan en el papel cuando una detiene el ritmo de la pluma o si levanta la pluma del papel, si hay interrupción… Esto nos dice la frecuencia con que escriben y cómo escriben: Juana Solorzano firma con una letra humanística fluida, de un solo trazo, mientras que Josepha María y María Basconcelos dibujan con dificultad la letra de su nombre, pausan su escritura, pero finalmente rubrican. Esto implica, claro, que fueron mujeres con acceso a cierta educación, sabían leer, escribir y hacer cuentas. Hacían negocios.
La fiesta
La ascensión al trono de Carlos IV, rey de la familia de los Borbones, fue celebrada con pompa en el mundo novohispano. La jura de un rey consistía en un acto público de fidelidad, lealtad y vasallaje. El acto reunía a todos los habitantes de la ciudad o pueblo y podía durar días, semanas de fiesta, consistía en pasear el pendón por la ciudad y jurar, precisamente, la fidelidad en público. Muchas veces, como en el caso de las colonias novohispanas y en nuestro caso guatemalteco, la jura se realizaba en ausencia del soberano. Entonces era importante erigir un altar con el retrato del nuevo rey, al que sus súbditos conocían y reconocían por primera vez.
En Nueva Guatemala de la Asunción, actual ciudad de Guatemala, se festejó en aquel noviembre de 1789 y las cuentas de gastos se pagaron entre noviembre y diciembre del mismo año.
Son las cuentas de la ceremonia las que testifican que la fiesta tuvo una víspera de tres días, que se celebró con corridas de toros por las tardes, como consta en la cuenta entregada por Nicolás de Obregón y Pedro de Ayzinena. Pasada la víspera, en la fiesta propiamente dicha, se decoró el frontispicio del cabildo con tela de Bramante –género fino de común uso en la vida colonial–, y se iluminó toda la ciudad, como consta en un legajo destinado únicamente a la administración de los pagos de las ceras que iluminaron Nueva Guatemala. Se bebió vino y horchata hecha con pepitas de melón, tostadas. Los recibos dan cuenta de los marquesotes, las espumillas, los gaznates, los panales, las frutas en conserva y los dulces de colación. La vajilla de plata, los músicos y los fuegos artificiales también fueron debidamente pagados. En los recibos también consta que se mandaron a pintar dos retratos de cuerpo entero del rey Carlos IV, por Juan Josef Rosales, y dos de la reina María Luisa de Parma, por María Basconcelos.

Juana Solórzano recibió 53 pesos por los marquesotes y los cachinflines que se usaron en los tres días de corridas de toros como víspera para la ceremonia de jura. Firmó el recibo el 28 de noviembre de 1789.
La celebración se extendió por varias partes del mundo novohispano y se manifestó igual: fiestas, banquetes, arquitecturas efímeras e iluminaciones. Hay registros de la celebración en Guatemala, Caracas, Panamá, Nueva Granada, Cali y otras ciudades de la actual América. “En Nueva España y en el resto de las posesiones de ultramar este tipo de festejo tuvo una gran repercusión al constituir una ocasión única para representar con toda pompa y boato el poder mayestático y se aprovechó para manifestar de forma pública la lealtad al nuevo rey que, aunque ausente físicamente, se materializaba de manera simbólica a través de la expresión artística”, explica la historiadora Fátima Halcón, de la Universidad de Sevilla en un artículo relacionado a estas celebraciones.
Varias de las labores que se llevaron a cabo en esta celebración fueron realizadas por mujeres que con su trabajo desde el hogar tuvieron relevancia en una de las celebraciones políticas y simbólicas más importantes del mundo novohispano. Un mundo que estaba a punto de transformarse: Carlos IV sería quien enfrentaría la Guerra de Independencia de 1808 y abdicaría al trono; estos momentos son el parteaguas de la relación del reino con el Nuevo Mundo, América. En los años siguientes, América entraría en un proceso de independencia de España, las naciones en formación atravesarían guerras regionales y nacionales y comenzaría una búsqueda de identidades.
La contabilidad y las mujeres en la fiesta
Ahora conocemos de estas mujeres lo que nos cuentan sus recibos. Esas cuentas que fueron escritas en la mitad de una hoja de papel y que fueron adjuntas a los libros de cuentas de las fiestas. Sabemos, por ello, únicamente su nombre, su oficio, lo que entregaron para la fiesta y el costo que tenía su trabajo. A través de estos recibos o estados de cuentas vamos conociendo lo que constituyó la fiesta, y vamos reconstruyendo su participación en ese entramado de historia colonial.
En mis lecturas no caza la manera de ver a la mujer como sujeto histórico únicamente cuando se relaciona directamente a la insurgencia o a la ejecución de un cargo público. Desde la esfera más íntima: la cocina, la labor manual, la mujer incide en la vida pública de manera crucial. En nuestro caso, en la fiesta novohispana, aún barroca, en sus altares de papel y luz, en su fiesta interminable. El altar dedicado al regente, por ejemplo, era sumamente importante, con su retrato. Ningún guatemalteco del siglo XVIII conocería a la reina María Luisa de Parma, nunca, pero la imaginaría, la sabría desde ese retrato pintado por María Basconcelos.
“Recibí del señor don Cayetano José Pavon sesenta y cinco pesos dos reales por los dos retratos que hice de nuestra Reina y Señora doña Luisa de Borbon, y para que conste firmo este en la Nueva Guatemala a noviembre de 1789”: firma María Basconcelos. De ella hay poco: este recibo, una firma y una intriga: ¿quién era esta mujer que pintaba en Guatemala y a la que se le solicitó el retrato de la nueva reina de España?, ¿dónde se educó?, ¿quién le enseñó a pintar?, ¿firmaba sus cuadros? ¿Por qué ella pintó los cuadros de la reina y no los hizo el mismo pintor de los retratos del rey?, ¿quién fue su modelo?, ¿había visto antes algún retrato de la María Luisa de Parma? Pero nuestra vislumbre de María Basconcelos es un registro administrativo, no hay más de ella, como no hay más de las otras mujeres.
Los recibos agrupados en las cuentas entregadas siguen dándonos información. En la fiesta se consumieron barquillos hechos por una mujer llamada Juana Nevera, se tomaron aguas de leche, limón, canela y horchata. Fueron, en total, 32 tinajas de aguas y dos de leche, por eso se entregaron 176 pesos y seis reales a Manuela Heredia, la que firma los recibos de las hermanas Heredia. Esto consta en la “Cuenta jurada que yo don José Mariano doy al Ayuntamiento de lo que se gastó en la Mesa de Refresco que en la Sala Capitular el día de la jura de nuestro católico señor don Carlos IV y es de la manera siguiente: 172 pesos y seis reales pagados a Manuela Heredia por los dulces y demás que hizo como pormenor consta de su cuenta que acompaño”. A las Heredia, conocidas como “Señoras Heredia” se les pagó también por los dulces de colación y las frutas servidas con los refrescos. Un informe de los dulces de colación reseña que se sirvieron además pasas y almendras, y “Se dieron a las Heredia por la colación de frutas, espumillas, gaznates, y panales, 301 pesos”. El final del informe de gastos se acompaña con la firma de Manuela Heredia.

Las Heredia. Cuenta de pagos del Ayuntamiento a Manuela Heredia, por los refrescos servidos en la sala capitular, noviembre de 1789.
Para el banquete se pagaron 28 pesos por las dos arrobas de dulces que hizo Francisca Velasquez (sic). Las cuentas también demuestran el papel preponderante del dulce, o de lo dulce, en la celebración; el dulce, lo azucarado, por estas épocas, y hasta el siglo XIX, se considerará como un lujo.
Los recibos arrojan información sobre prácticas culturales, muchas relacionadas con el consumo alimenticio, como sucede con el pan, el marquesote, que ahora conocemos como pan dulce. En otro recibo se lee “Entregado el dinero a la Juana Solorzano por los cachinflines y marquezotes (sic) que le mandamos hacer. Consta de recibo”. Juana Solórzano, panadera y cohetera, recibe 53 pesos por esta entrega.
El marquesote fue consumido en las corridas de toros de la víspera y se consumió acompañando al vino. Actualmente, esta práctica puede sorprendemos, pues consumimos el marquesote con café o chocolate, con bebidas calientes, donde la mayoría de veces lo chuponeamos –hundimos, mojamos, o sopeamos–.
Un estudio realizado en México por el historiador Sergio Antonio Corona Páez que localizó la receta del marquesote del siglo XVIII y la contrastó con la del actual puede ilustrarnos sobre el uso del marquesote de Juana Solorzano. El marquesote del siglo XVII, dice Corona Páez, “es algo reseco y bastante insípido (…) Esta clase de pan iba siempre acompañada del chocolate caliente. El uso masivo de tenedores y cucharas no era usual, así que en un acto público con muchos invitados los comensales sopeaban (…) Se trata de un tipo de repostería “de apoyo” para otros alimentos de sabor predominante, chocolate o vino”.
La parte estética de la celebración llega a nosotros con el recibo extendido a Josepha o Josephina María –a quien llamaremos Josepha por lo extendido del nombre pero que firma Jhp–: el 8 de diciembre de 1789, la mujer entregó esta constancia: “Recibi (sic) del señor mayordomo de esta ciudad don Juan Presilla diez (sic) y seis pesos y cuatro reales importe de sesenta y seis varas de Bramante, abrigo que vendi (sic) para parte del forro del frontispicio que se puso en la Azotea del Cabildo en la Jura del Rey, y para que conste lo firmo ut supra”, y rubricará como “Jhp (Josephina o Josepha) María”.
Muchos de estos recibos fueron escritos con la misma letra que se firmaba, como el de Juana Solórzano, pero en algunos casos, como el de Josepha María y el de María Basconcelos, la mano que redactaba el recibo no era la mano que firmaba.
La fiesta barroca como es esta fiesta de jura es vivencia alegre y desbocada: la comida, la bebida, la arquitectura efímera –enormes esculturas de papel, altares barrocos cargados de frutas y flores–, la pompa y el fuego de artificio son definitorios. Sin la obra de estas mujeres los días de fiesta no habrían tenido el mismo sentido; todos los elementos aportados por ellas constituyen la celebración, una celebración que, con sus variantes locales, era una tradición de años, de siglos, y se ceñía a los ceremoniales reales traídos a América.
Las mujeres de esta serie no son heroínas, no fueron mártires, tampoco fueron esposas de héroes, próceres, alcaldes, capitanes generales o virreyes. Son mujeres que con su trabajo desde el hogar contribuyeron en la ciudad, en el reino, aunque sus escenarios, por comunes, sean inusitados para las lecturas presentes. Son mujeres comunes.
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Fuente:
Archivo General de Centroamérica:
A1. 2 Legajo 6118 Cuenta que presentaron los regidores Don Nicolás de Obregón y don Pedro de Ayzinena de los gastos otorgados en las tardes de toros en nueva Guatemala, octubre 29 de 1789.
A1. 2 Legajo 1994 Mayordomia de propios de Guatemala rinde cuenta de lo gastado en la jura de Carlos IV, 1789.

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Próxima entrega:
Mujeres comunes del siglo XVIII: Las mayordomas de la cofradía de San Lucas
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  • Elena Salamanca es escritora y periodista, cursa una maestría en Historia Iberoamericana Comparada en la Universidad de Huelva, España.

Escribir historia desde las periferias

Escribir historia desde las periferia
Elena Salamanca
Entre la maza y la cruz, todas las naciones de la región tienen una fuerte raíz de formación normativa en la etapa colonial. ¿Cómo crear un nuevo modelo de ciudadanía, y desde la diversidad de las periferias sociales, sino superamos antiguos modos de ver y contar la historia?

La Zebra | #13 | Enero 1, 2016
Este texto es más militante que académico, dado de que para mí toda construcción de intimidad es un acto político. Para muchas mujeres, para muchas ciudadanías periféricas, lo íntimo no es aún lo propio, lo íntimo continúa siendo intervenido, continúa siendo regulado. Oponerse a esas regulaciones —muchas veces vejatorias, intimidatorias— es un acto de resistencia.
Por lo mismo, quiero empezar esta reflexión con mi trayectoria alrededor de la mirada hacia las mujeres y otras ciudadanías que me gusta llamar periféricas en el archivo y en la escritura de la Historia.
No me alegra, pero la construcción de un corpus de pensamiento, reflexión y escritura desde miradas más androcéntricas de la Historia —más vinculada, en peso simbólico y praxis, al uso del pronombre HIStory que HERstory (la historia del hombre versus la de la mujer)— es lo que finalmente me ha llevado a entender la mirada de la periferia: de las mujeres biológicas y de las mujeres no biológicas, de los hombres biológicos y no biológicos, de los migrantes, los exiliados y los diaspóricos, de los periféricos, esos que no están sujetos al centro porque el centro quiere aplastarlos, esos que desde lo excéntrico, sea la identidad sexual o la condición territorial de patria, construyen la historia. No solo desde abajo, sino desde los lindes, atrincherados, constituidos en los márgenes.
Mi tesis doctoral es un ejercicio de historia intelectual y político que se centra en lo descentrado: en el ejercicio de la ciudadanía en el exilio a través de la investigación de varios centroamericanos asilados políticamente en México entre 1930 y 1950.
Hay ahí testosterona, estudio a hombres que imaginan una nación, ya la historiografía nos ha demostrado que son los hombres lo que imaginan la nación y que la feminidad ha sido usada como contra-nación, contra-masculinidad, cuando los hombres mismos no quieren defender esa nación.
Mi tesis de maestría es sobre el papel: sobre el papel como soporte para la Historia de una escritura de los procesos de la Iglesia a través de una Cofradía de indios en los siglos xvii y el xviii. En ambas investigaciones la reflexión no tenía un cruce de género, pero el género estaba ahí.
Las mujeres estaban ahí, atravesando los siglos, atravesando la Historia, desde sus acciones que por íntimas eran políticas. Lo he pensado por años y lo escribí hace años también: en los márgenes de los documentos está la Historia, en una forma de aplicar lo que sugiere Ranajit Guha como “prosa de la constrainsurgencia” y que por alguna razón contextual y relacionada al proceso histórico centroamericano quiero llamar “periférica”.
Mi experiencia con las mujeres del XVIII y las mujeres del XX, en ambos trabajos, es la siguiente: las mujeres han construido los procesos históricos desde espacios menos recluidos que el gineceo o el hogar, como hemos pensado maniqueamente. Las mujeres se han situado en el espacio político desde esos roles de género tradicionales y desde esos roles asignados tradicionalmente han logrado transgredir.
Para ello quiero tomar dos ejemplos de mis hallazgos en los márgenes: en el siglo XVIII, las mujeres de Nueva Guatemala de la Asunción movieron las celebraciones de la jura del rey Carlos IV, Movieron, digo, porque desde su “espacio tradicional” orquestaron la celebración política: cocinaron, hicieron frescos, hornearon panes, pintaron, incluso, el retrato de la reina María Luisa de Parma que fue exhibido en el cabildo, vendieron los materiales necesarios para la celebración, desde los cohetes hasta los dulces, entregaron recibos y firmaron.
Algunas podían escribir, otras presentaban documentos escritos por otras manos, de hombres, supongo. Ese mismo siglo, en un pueblo de indios del curato de Guaymoco, que después de la independencia sería jurisdicción de la nueva república de El Salvador, 30 mujeres fueron elegidas para cargos en sus cofradías, por primera vez en los más de 130 años de existencia de la institución. Por religiosos, los espacios eran políticos, y las mujeres de ese pueblo de indios comenzaron a aparecer en los documentos, comenzaron a tener nombre, cargo, jerarquías.
Pienso en las mujeres que durante siglos han construido otras narrativas, desde lo íntimo para lo político, que no han podido escribir y con ello no han podido enunciar pero han sabido resistir, permanecer y disentir.
Ahora, mientras escribo mi tesis, encuentro a las mujeres como protagonistas de prácticas disidentes. Están en el exilio en México empleando el lenguaje político: buscan la democracia, luchan contra las dictaduras. Guatemaltecas y hondureñas están asiladas en México según la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, que les sigue el paso en su condición de exiliadas.
Representan esa otra historia del destierro y la persecución política que no se cuenta, que está por escribirse. Son maestras, son viudas, están solas en una ciudad más grande que sus países enteros, más grande que su región entera, pensando también una nación, una nación unionista. Las mujeres de mi tesis están también en las calles de Tegucigalpa y San Pedro Sula, vestidas de negro, performando, como los hermanos Flores Magón, la muerte de la Constitución.
Las hijas y las esposas de los exiliados en México, las viudas de los asesinados por Carías, desfilan en la calle vestidas de negro, llevando arreglos florales a un funeral incierto: el de la democracia (Barahona, 2005, p. 111). En la historia centroamericana esta me parece una acción sin parangón que coloca a las mujeres en espacio público como sujetos, como protagonistas de la Historia, aunque la historia —esa oficial, con minúscula— las considera sujetas de ella.
Las mujeres están en la Historia, están en el espacio de quienes hacen la Historia desde abajo: en las comisuras de las memorias orales, en los márgenes de los documentos. Esas mujeres del siglo XX, entre el exilio y la nación, actúan, piensan se saben ciudadanas, pero no son ciudadanas, no las reconocen las constituciones, no pueden, siquiera, votar.
Toda mirada al siglo XIX o al XX que nos inserta en el sistema republicano que conocemos, complejidades más complejidades menos, nos coloca en el espacio preponderante de una Historia androcéntrica, pero donde la mirada desde la periferia ya está ahí.
Las mujeres estaban y no estaban en los papeles del Estado. Estaban porque representaban, como ahora incluso, la fuerza reproductiva de la nación, fuerza la llamo porque su útero en condición de depositario de la raza o la nacionalidad, como quieran llamarlo, era el motor de la nación. Le daba cuerpo. La nación necesita ciudadanos; ellas parían. Las mujeres creaban a la nación desde el parto, entregaban esos ciudadanos para el origen y para la nomenclatura, para mitología y para la ley, y aun entregando ciudadanos no eran, no podían ser, ciudadanas. No estaban dentro del lenguaje de la representación: no podían elegir ni ser elegidas, no en la esfera política, sino del cuerpo propia.

Como esas mujeres de otros siglos nosotras no estamos aún. A pesar de la representatividad, que no es representación, y debido a que precisamente toda representación es mediación y artificio. Y aunque sigamos votando, pagando impuestos, pariendo, educando, construyendo, no estamos en el lenguaje de la ley, que nos sigue enunciando hacia la estructura mayor, hacia el Estado.

La escritura es una posición de extremos y quien escribe está situado en el lugar menos amable: en los espacios rotos.

¿Por qué la autonomía de las mujeres es un espacio de contienda para el Estado que vuelve, como en el Antiguo régimen, a una operación de conquista y sometimiento? Tengo muchas más preguntas, pero tengo un punto de partida para formular una respuesta a esta, que me parece fundamental.
La respuesta es la ciudadanía. La comprensión de la ciudadanía. La elección no es solo partidaria, la democracia no es manchar un papel, con una equis, para elegir instituciones y símbolos. La ciudadanía no consiste en la mera mención en el lenguaje del Estado, la ciudadanía consiste en el ejercicio de la política desde los escenarios más diversos, lejanos todos de las urnas: desde la elección de concebir y desde la elección de no concebir, desde el placer y el goce, desde la lucha contra las represiones que la ley ha interpretado a través de lo moral, de contornos católicos o pentecostales.
Como apunto insistentemente, nacionalidad y ciudadanía no son lo mismo y desde el lenguaje de la nación la nacionalidad se interpreta como sometimiento, someterse a una ley, a una estructura, muchas veces de andamios podridos, el sometimiento no es bajo ninguna circunstancia, libertad.
Las mujeres tenemos aún pendiente la ciudadanía plena porque el Estado está, de nuevo, atravesado por la iglesia y la legislación se convierte en un ejercicio religioso. Por eso que hay que insistir en mirar lo anómalo, esas historias disidentes que por ser disidentes son —oh, sorpréndete, Iglesia— menos perversas.
Pienso en las mujeres que durante siglos han construido otras narrativas, desde lo íntimo para lo político, que no han podido escribir y con ello no han podido enunciar pero han sabido resistir, permanecer y disentir. Pienso en mis queridas exiliadas, con sus nombres y apellidos, con sus casos de asilo en un archivo gubernamental, y en su resistencia: en nombrarse como parte de una nación que no las nombra, que, al contrario, las expulsa.
Pienso en la caravana de madres de centroamericanos desaparecidos en México que el mes pasado atravesó este país y buscó en lo innombrable, en los NN, en las fosas comunes, y preguntó por su ciudadanía a los Estados que no les responden, que las empujan hacia las fronteras que, en estos casos, son precipicios. El barranco es el Estado.
Pienso que la escritura de la Historia desde los márgenes se resiste al barranco, es como un nuevo andamio construido por otras voces que por el encierro que han tenido en los campos interpretativos son más fuertes. La narrativa del centro-periferia se repite también en una escritura binomial de la Historia como si del triste binomio sexual se tratara.
La escritura es una posición de extremos y quien escribe está situado en el lugar menos amable: en los espacios rotos. La Historia, en tanto narración, también está ahí. No busco una historia de mujeres donde no hay hombres, no busco esa repetida historia de hombres donde no hay mujeres —excepto sus madrecitas queridas; sus esposas, sus amantes—. Busco la mirada que comprenda que entre los héroes y las narrativas oficiales hay también espacios de disidencia, y que la disidencia es también una narración de autonomías, un andamiaje de la Historia.
ELENA SALAMANCA (San Salvador, 1982). Poeta, narradora y ensayista. Ha publicado, en cuento: Último viernes (San Salvador, 2008); en poesía: Peces en la boca (San Salvador, 2011, reeditado en México en 2013), y Landsmoder(San Salvador, 2012).
Este texto es parte de una conferencia leída en Guatemala, en el pasado foro Arte y cultura para la paz (2016), dedicado a la prevención de la violencia hacia las mujeres.

Feminismo y Marxismo: más de 30 años de controversias

Feminismo y Marxismo: más de 30 años de controversias
Andrea D´Atri www.sinpermiso.info

“Marxismo y feminismo son una sola cosa: marxismo”. Heidi Hartmann y Amy Bridges
“Una revolución no es digna de llamarse tal si con todo el poder y todos los medios de que dispone no es capaz de ayudar a la mujer –doble o triplemente esclavizada, como lo fue en el pasado– a salir a flote y avanzar por el camino del progreso social e individual”. León Trotsky.

Desde lo que se ha dado en llamar “la segunda ola” del feminismo, las controversias entre esta corriente y el marxismo estuvieron a la orden del día. Creemos que no hubiera podido ser de otra manera: si el feminismo de la primera ola tuvo como interlocutor privilegiado al movimiento revolucionario de la burguesía –discutiendo sus parámetros de ciudadanía y derechos del Hombre que no incluían a las mujeres de la clase en ascenso–, el de los años ‘70 dialogó –y no siempre en buenos términos– con el marxismo, abordando cuestiones que van desde la relación entre opresión y explotación hasta la reproducción de los valores patriarcales al interior de las organizaciones de izquierda y el fracaso de los llamados “socialismos reales”.
En este período se advierten los esfuerzos teóricos de parte del feminismo de unificar clase y género en el intento de subsumir los análisis sobre las mujeres a las categorías marxistas ortodoxas. “Algunas feministas mantenían que el género era una forma de clase, mientras que otras afirmaban que se podía hablar de las mujeres como clase en virtud de su posición dentro de la red de relaciones de producción ‘afectivo-sexuales’”(1).

Este intento se basaba en que la mayoría de las teóricas feministas radicales provenían de las filas de la izquierda (2) “y más específicamente de la izquierda marxista. El feminismo radical se desarrolla como un enfrentamiento con la izquierda ortodoxa. […]. Así apuntan a una serie de problemas en las concepciones marxistas sobre la opresión de la mujer, sustituyéndolas por la tesis central de que la mujer constituye una clase social.
En respuesta a esta tesis se desarrolla el feminismo socialista que intenta combinar el análisis marxista de clases con el análisis sobre la opresión de la mujer. En sentido más general, lo que se ha dado en llamar la relación entre la sociedad patriarcal y la sociedad de clases” (3).
Otras autoras señalan que fue el mismo “desencanto ante el socialismo surgido de la revolución [lo que] ha dado un impulso a la aparición de la teoría feminista” (4). Incluso, postulando que el análisis de Kate Millet, en su reconocido libro Sexual Politics, fue lo que permitió al feminismo radical llegar a la conclusión de que “era necesaria una revolución para cambiar el sistema económico, pero no suficiente para liberar a la mujer”(5).
Si estas interlocuciones eran ineludibles es porque el feminismo, como movimiento que aspira a la emancipación de las mujeres de toda opresión, debe necesariamente dialogar con las corrientes teóricas y políticas que expresan las tendencias revolucionarias de la época.

Y en este sentido, que el feminismo haya tenido que ubicar al marxismo como un interlocutor necesario –aún en el enfrentamiento agudo de posiciones divergentes–, es un reconocimiento implícito a que la clase obrera, la lucha de clases y el socialismo son categorías que dan cuenta del modo de producción en el que vivimos, basado en la explotación de millones de seres humanos por parte de un puñado de capitalistas.

Horizonte de la discusión y de las controversias suscitadas entre feminismo y marxismo, mientras no desaparezca la propiedad privada de los medios de producción.
Además, históricamente, feminismo y marxismo nacieron en el modo de producción capitalista, aún cuando la opresión de las mujeres y de las clases fueran anteriores a la explotación del trabajo asalariado. El desarrollo del proletariado y la destrucción de la economía familiar precapitalista se encuentran en el origen de ambas corrientes de pensamiento.
Por eso, quien aspire a acabar con la opresión, y no sólo a lograr sesudas elaboraciones teóricas abstractas de dudosa capacidad emancipatoria, debe dar cuenta de esto. Y así lo hicieron el feminismo radical, el feminismo socialista, el feminismo materialista, el feminismo de la igualdad, el de la diferencia e incluso el postfeminismo, en un diálogo controversial pero también, en algunos aspectos, fructífero, durante los últimos treinta años.
¿Cuáles son los nudos centrales de esa controversia?
Las feministas liberales prestaron poca atención sobre los orígenes de la desigualdad sexual y más bien sostuvieron que la sociedad “moderna” (es decir, capitalista), con sus avances tecnológicos, sus riquezas y abundancia y con el desarrollo de la democracia como régimen político, es condición de posibilidad para la lucha por la equidad de género, la que alcanzará sus resultados progresiva y gradualmente (6).
Las feministas radicales, por el contrario, enfatizaron la existencia de la dominación masculina (patriarcado) en todas las sociedades existentes. Desde este punto de vista, aunque parecieran compartir con el socialismo la premisa de que en el sistema capitalista es imposible plantearse la liberación humana; lo cierto es que se muestran escépticas sobre la capacidad del socialismo para crear una verdadera democracia basada en la abolición de la esclavitud asalariada y sobre la cual pueda asentarse la emancipación definitiva de las y los oprimidos.

Para el feminismo radical no habrá cambio social sin una revolución cultural que lo preceda.
Por ello, cada uno debe empezar por cambiarse a sí mismo para cambiar la sociedad.
De allí el énfasis en constituir organizaciones no jerarquizadas y espontáneas de mujeres, donde el objetivo central es la “autoconcienciación” que develaría el significado político de los sentimientos, las percepciones y las prácticas naturalizadas en la vida cotidiana. Este ejercicio de autoconciencia daría paso a la liberación sexual y la creatividad que permitirían entonces transformar las relaciones opresivas. Como señala MacKinnon: “… la concienciación es a la vez expresión de sentido común y definición crítica de los conceptos. […] A través de la concienciación, las mujeres comprenden la realidad colectiva de su condición desde dentro de la perspectiva de esa experiencia, no desde fuera” (7).
Pero, tanto desde el punto de vista teórico como del político, hay diferentes sectores dentro del feminismo radical. Desde quienes se ven como parte y en alianza con otros sectores del movimiento socialista, hasta quienes absolutizan la recuperación de una cultura femenina, con valores propios y, por lo tanto, incluso llegan a plantearse políticas separatistas, intentando crear comunidades en donde se recree otra cultura opuesta a la cultura dominante, a la que consideran masculina (patriarcal).

Hay quienes sostienen posiciones teóricas acerca del ser mujer que rozan con el esencialismo biologicista, hasta quienes adhieren a posiciones materialistas economicistas que recaen en nuevos idealismos. Con estas diversas corrientes feministas, que numerosas autoras –y en este caso, haremos lo mismo– engloban bajo la denominación de feminismo radical, es que intentaremos debatir, señalando algunos de esos ejes controversiales que se mantuvieron en el diálogo con el marxismo durante los últimos treinta años.

I. Capitalismo y patriarcado, un matrimonio bien avenido (O el por qué de la necesidad de la revolución socialista)
“Tanto las feministas radicales como las feministas socialistas están de acuerdo en que el patriarcado precede al capitalismo, mientras que los marxistas creen que el patriarcado nació con el capitalismo” (8).
En sencillas palabras, Z. Eisenstein señala una de los malos entendidos más reiterados en relación al marxismo, por parte de las feministas. A pesar de que en este artículo, la feminista socialista norteamericana hace un análisis pormenorizado de los textos de Marx y Engels, culmina con este grueso error de apreciación.
Si la citamos no es por el valor que tenga en sí mismo este pequeño párrafo, sino porque es uno de los sentidos comunes más divulgados: el de que, para el marxismo, sólo existiría opresión patriarcal en el sistema capitalista. Por el contrario, Marx y Engels –pero sobre todo este último– insistieron en la existencia de la opresión de las mujeres en todas las sociedades con Estado –y no sólo en el capitalismo–, vinculando el patriarcado a la existencia de las clases sociales.
Más aún, Engels señala –en su conocida obra sobre el origen de la familia y con un tono que podría considerarse más radical que el de las feministas radicales, teniendo en cuenta el momento de su escritura– que “la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como un acuerdo entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria.
En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: ‘la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos.’

Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico (9), pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con las riquezas privadas, la época que dura hasta nuestros días y en la cual cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo y el bienestar y el desarrollo de unos se verifican a expensas del dolor y de la represión de otros. La monogamia es la forma celular de la sociedad civilizada, en la cual podemos estudiar ya la naturaleza de las contradicciones y de los antagonismos que alcanzan su pleno desarrollo en esta sociedad” (10) [las negritas son nuestras].
Ahora bien, si el malentendido subsistió – y por largo tiempo– hay que buscar la razón que lo sustenta. Lo que sí es cierto es que, para el marxismo, patriarcado y capitalismo establecen una relación diferente y superior a la establecida en los anteriores modos de producción. Como señala Celia Amorós: “Lo que sí es muy cierto, restringiéndonos ahora al modo de producción capitalista, es que, como ya señaló Rosa Luxemburgo, el capitalismo es un sistema de discriminación en la explotación –al mismo tiempo que de explotación sistemática de toda forma de discriminación, podríamos añadir” (11).
Como diría la feminista española, para las mujeres obreras, la opresión introduce un incremento diferencial en su explotación. Pero, por el contrario, hay opresiones que, no sólo no implican, sino que descartan la combinación con la explotación e incluso, convierten a la mujer en integrante de la clase explotadora (por ejemplo, en el caso de una mujer casada con un varón burgués).
Como ya hemos señalado en otras oportunidades, el capitalismo arrancó a la mujer del ámbito privado. Acabó con los designios oscurantistas de la Iglesia que naturalizaban el rol de las mujeres como garantes del “fuego” del hogar.

Consiguió el desarrollo médico y científico que permitió que, por primera vez, la separación entre la reproducción y el placer pudiera ser efectiva. Permitió el más amplio conocimiento sobre el aparato reproductor femenino. Con el desarrollo de la técnica y la maquinaria, desmitificó el supuesto de tareas, trabajos y profesiones masculinos o femeninos, basados en las diferencias anatómicas. Y también ha convertido en un hecho al alcance de la mano la socialización de las tareas domésticas (12).
Pero, como ha señalado Trotsky –en discusión sobre otros términos–, “el capitalismo ha sido incapaz de desarrollar una sola de sus tendencias hasta el fin” (13). Eso significa que mientras empuja a las mujeres al ámbito de la producción, lo hace con salarios menores a los de los varones por la misma tarea, para de ese modo también presionar a la baja el salario del conjunto de la clase. Significa que, mientras impulsa la feminización de la fuerza de trabajo, lo hace sin quitarle a las mujeres la responsabilidad histórica por el trabajo doméstico no remunerado, recargándolas con una doble jornada laboral.
Que mientras tira por la borda, con los hechos mismos del desarrollo científico y técnico, los prejuicios más oscurantistas sostenidos por el clero y los fundamentalismos religiosos, se apoya en la ideología reaccionaria de la Iglesia para mantener el sometimiento y el dominio terrenal en aras de una futura libertad infinita en el más allá. Que mientras desarrolla los lavaderos automáticos, la industrialización de la elaboración de alimentos, etc., mantiene la privatización de las tareas domésticas para que, de ese modo, el capitalista se vea exento de pagar gran parte del esfuerzo con el cual se garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo.
Muchas veces se habla del progreso de las mujeres en las últimas décadas. Inversamente, también en el capitalismo, bajo el cual se han desarrollado las mayores riquezas sociales que ha dado la humanidad en toda su historia, existen actualmente 1300 millones de pobres, de los cuales el 70% son mujeres y niñas.

Las mujeres son las que más sufren las consecuencias de los planes de hambre que imponen los organismos multilaterales y el imperialismo a través, incluso, de sus mejores especialistas en “género y desarrollo”. El capitalismo encierra éstas y otras paradojas. Mientras recrea permanentemente su propio sepulturero, también crea, para las mujeres, las condiciones de posibilidad de una igualdad de género nunca antes alcanzada, pero a la que luego no le permite acceder a millones de mujeres explotadas en el planeta.
De aquí se concluye en otra de las controversias que han recorrido este diálogo entre marxismo y feminismo desde los años ’70: la situación en la que vivimos bajo el capitalismo pareciera indicar que es necesaria la revolución social para acabar con tanta injusticia, pero ¿la revolución proletaria es suficiente para la emancipación de las mujeres?
El conocido diálogo entre Bárbara Ehrenreich y Susan Brownmiller de 1976 se refería a este mismo dilema (14). En el diálogo entre las feministas norteamericanas, donde una festejaba la revolución celebrando las diferencias existentes entre una sociedad en la que el sexismo se expresa en forma de infanticidio femenino y una sociedad en la que el sexismo toma la forma de una representación desigual en el Comité Central, agregando que esa diferencia es una por la cual vale la pena morir; la otra respondía con que “un país que ha hecho desaparecer la mosca tse-tsé puede introducir un número paritario de mujeres en el Comité Central por decreto” (15).
Consideramos que ninguna de las dos responde a la complejidad del problema planteado. En primer lugar, porque si bien, en apariencia, el infanticidio femenino resulta de una gravedad diferente a la falta de representación femenina en un gobierno, la solución a uno de los problemas no es razón suficiente para dejar de ver el segundo. Pero, suponer que siglos de opresión que pesan sobre el género femenino podrían eliminarse drástica y mágicamente con decretos revolucionarios es absurdo.
Las feministas que abogan por los cambios culturales en aras de una nueva contracultura no patriarcal, desdeñan la necesidad de esos cambios

cuando adhieren sin cuestionamientos a los regímenes burocráticos que han expropiado la revolución a las masas, o bien, son impacientes frente a la experiencia del poder obrero que transforma radicalmente la estructura económica y social y, por primera vez en la historia, permite a las masas lanzarse audazmente a la creación de nuevos valores y una nueva cultura.
La idea de que un cambio profundo de los valores y de la cultura son necesarios no es un invento de las feministas radicales de los ’70. Ya Lenin planteaba, en 1920, que “la igualdad ante la ley todavía no es igualdad frente a la vida. Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley, sino frente a la vida, frente al obrero. Para ello es necesario que las obreras tomen una participación mayor en la gestión de las empresas públicas y en la administración del Estado. […] El proletariado no podrá llegar a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad completa para las mujeres” (16).

Y Trotsky escribía, en 1923, su célebre Problemas de la vida cotidiana, donde incluso discute hasta el uso del lenguaje procaz, el bajo nivel cultural de las masas en la Unión Soviética y su relación con la situación de opresión de las mujeres. No son meros resabios de “sensibilidad” individual lo que los ha llevado a pronunciarse sobre tales cuestiones. La teoría de la revolución permanente, cuya autoría le pertenece a León Trotsky, esboza entre otras cuestiones el carácter permanente de la revolución socialista como tal; es decir, como un proceso de “duración indefinida y de una lucha interna constante, [en el que] van transformándose todas las relaciones sociales. […]
Las revoluciones de la economía, de la técnica, de la ciencia, de la familia, de las costumbres, se desenvuelven en una compleja acción recíproca que no permite a la sociedad alcanzar el equilibrio” (17).
No concluimos que la emancipación de las mujeres está garantizada automáticamente con la revolución socialista o con algunas leyes y decretos progresivos que pueda promulgar la clase obrera en el poder. Pero afirmamos

que lo contrario sí es cierto. Por eso, contraponer la necesidad de un cambio cultural a la necesidad de trastocar el sistema capitalista desde su raíz, sólo puede servir a los fines de desestimar la idea de la revolución social. Es en los estrechos marcos del sistema capitalista donde la emancipación de los oprimidos adquiere el carácter de una verdadera utopía.
Creemos que todos los derechos formales que las mujeres hemos arrancado al capitalismo con nuestra lucha se convierten en papel mojado si no se apunta a transformar el corazón de este sistema, basado en la más abyecta de las jerarquías que es la de que un puñado de personas viva a expensas de la explotación descarnada de millones de seres humanos. Pero a pesar de esto, no consideramos que haya etapas “obligadas” en la lucha por nuestra emancipación.
Creemos que, mientras luchamos por un sistema donde no existan la explotación ni la opresión, es nuestro deber irrenunciable impulsar y ser parte de las luchas de las mujeres por las mejores condiciones de vida posibles aún en este mismo sistema, por los derechos democráticos más elementales, incluso en alianza con todos y todas las que luchen por esos derechos –aún cuando no compartan la idea de que otro sistema de verdadera igualdad y libertad es posible.
Pero hoy, cuando tantas mujeres se incorporan a los parlamentos y los organismos multilaterales de “desarrollo”, mientras tantas otras mueren por hambre, por abortos clandestinos y por bombas de uranio empobrecido, la reflexión se hace urgente y más necesaria que nunca.
Porque no se trata de violencia simbólica e, incluso, porque la revolución cultural que reclama la mayoría de las feministas no puede limitarse a una simple conversión de las conciencias y de las voluntades, ya que el fundamento de esa opresión no reside en las conciencias engañadas a las que bastaría iluminar, sino en lo que Pierre Bourdieu llamaría “una inclinación modelada por las estructuras de dominación que las producen” (18).

Algo que nos obliga a poner en cuestión la necesidad de una transformación radical de las condiciones sociales de producción de esas inclinaciones. Por eso creemos que no plantearse la relación estrecha entre capitalismo y patriarcado, a esta altura de la historia, además de miopía teórica, es ceguera política.
II. Una discusión sobre el sujeto de la emancipación (O el por qué de la necesidad de unir las filas obreras en la lucha contra toda explotación y opresión)
Una de las controversias más importantes es la que refiere al sujeto de la emancipación. ¿Son las mujeres mismas o es la clase obrera? En esta dicotomía se sustentan largos debates. En ninguna de estas objeciones se señala el hecho categórico de la tendencia a la feminización de la fuerza de trabajo, que constituye a las mujeres en uno de los sectores más explotados de la clase obrera, no sólo porque pesan sobre ellas los apremios de una doble jornada laboral –remunerada en la fábrica y no remunerada en el trabajo doméstico–, sino porque sus condiciones laborales son las de mayor precarización y flexibilización.
Este hecho, sólo para demostrar que el antagonismo entre los términos parte de una omisión: las mujeres constituyen un grupo interclasista y la clase es una categoría que remite a un agrupamiento intergénerico; es decir, no son términos que se contraponen porque no son categorías del mismo nivel explicativo.
Dicho esto, entonces, la formulación más precisa debería ser: ¿quién es el sujeto de la emancipación de las mujeres? ¿Las mujeres de las distintas clases sociales asociadas en base a su interés de género? ¿O bien las mujeres de la clase obrera, asociadas con los varones de su misma clase, y conduciendo una alianza con las mujeres oprimidas de otras clases subalternas que deseen acabar verdaderamente con esta situación de opresión?

Para las marxistas, si la emancipación de las mujeres no puede realizarse sin la destrucción del sistema capitalista, por tanto, el sujeto revolucionario será el proletariado (lo que incluye mujeres y varones). Pero en esta lucha específica, las mujeres obreras encabezarán el combate por su propia emancipación y por conseguir que los varones de su propia clase incorporen la lucha contra la opresión en el programa revolucionario de las filas proletarias, como uno de los aspectos integrados a la lucha de clases más amplia. Todos los ejemplos históricos muestran la relación existente entre el desarrollo de la conciencia emancipatoria y el logro de conquistas relativas en los derechos de género, con situaciones más generales de la lucha de clases. Y también, ejemplos contrarios: cómo las situaciones más reaccionarias, de retroceso de la lucha de clases, anticiparon y fueron el marco de un retroceso también agudo en los derechos conquistados por las mujeres.
Muchas veces las feministas han discutido que en la izquierda prima la idea de que cualquier objeción sobre la opresión de las mujeres, rompería la unidad necesaria de las filas obreras para enfrentar al enemigo de clase.

Es cierto, lamentablemente se trata de un prejuicio populista muy extendido entre las filas de la izquierda. Sin embargo, parafraseando a Marx, sostenemos que no puede liberarse quien oprime a otros. Porque no hay posibilidad de que la clase, que es en sí revolucionaria por el lugar que ocupa en la producción, pueda erigirse en la dirección revolucionaria del conjunto del pueblo oprimido, sin considerar también que existe la opresión en sus filas; que millones de mujeres trabajadoras y del pueblo pobre sufren la humillación, el sometimiento y el desprecio de la mano de los miembros masculinos de su clase.

Porque los revolucionarios consideramos que cada vez que una mujer es abusada, golpeada, humillada, considerada un objeto, discriminada, sometida, la clase dominante se ha perpetuado un poco más en el poder. Y la clase obrera, en cambio, se ha debilitado. Porque esa mujer perderá la confianza en sí misma y por lo tanto en sus propias fuerzas. Atemorizada, creerá que la realidad no puede cambiarse y que es mejor someterse a la opresión que enfrentarla y poner en riesgo su vida. Y la clase obrera se debilita, también, porque ese hombre que golpeó a su compañera, que la humilló, que la consideró su propiedad, está más lejos que antes de transformarse en un obrero consciente de sus cadenas, está un poco más lejos de reconocer que, en la lucha por romper sus cadenas, debe proponerse liberar a toda la humanidad de las cadenas y contar a todos los oprimidos como sus aliados.

Por esa razón, el programa del trotskismo plantea lo opuesto a lo que sostienen los populistas: si la unidad de las filas obreras es necesaria, entonces es imperioso erradicar los prejuicios contra los inmigrantes, las barreras que se alzan entre efectivos y contratados, combatir contra la ideología que impone la represión del adulto sobre el joven y, en este mismo sentido, luchar denodadamente contra la opresión de las mujeres. Ellas deberán dejar de ser “las proletarias del proletario” (19), las personas sumisas y consideradas objetos de la propiedad del varón.
Por eso el programa del marxismo revolucionario señala: “Las organizaciones oportunistas, por su naturaleza misma, centran principalmente su atención en las capas superiores de la clase obrera, y por consiguiente, ignoran tanto a la juventud como a la mujer trabajadora. Ahora bien, la declinación del capitalismo asesta sus golpes más fuertes a la mujer, como asalariada y como ama de casa” (20). Y culmina con la consigna “¡Paso a la mujer trabajadora!”.
Conclusiones: Revisionismo antifemenino vs. Marxismo revolucionario y emancipatorio
Las controversias serían menos si, en todo caso, las diversas corrientes del feminismo radical reconocieran que, bajo la denominación de marxismo, no se halla una corriente homogénea y monolítica. Por empezar, habría que diferenciar entre reformistas y revolucionarios; algo que no es de menor importancia cuando tratamos la cuestión de la opresión de las mujeres.

Porque no creemos casual que, entre los movimientos de los trabajadores que han adoptado posiciones reformistas, los problemas específicos de la superexplotación de las mujeres hayan sido resueltos desde una tónica anti- femenina. Sin ir más lejos, es sabida la historia de la dirigencia tradeunionista británica, los proudhonianos de la 1ra. Internacional o el mismo Lassalle del Partido Obrero Alemán (pre-marxista) que cuestionaban la incorporación de las mujeres a la producción y, por lo tanto, se manifestaban contrarios a su organización como trabajadoras.
En la II Internacional, el mismo revisionista Bernstein (21) del Partido Socialdemócrata Alemán, defendió la igualdad legal para la mujer, pero se opuso con ataques satíricos a la organización militante de las mujeres trabajadoras que encabezaba Clara Zetkin, la que sin embargo, en ocasión de dividirse el partido por la traición de sus más altos dirigentes a los principios de clase, se mantuvo en el ala revolucionaria (22).
Por otra parte, nada menos que Augusto Bebel, autor de La mujer y el socialismo, fue quien atacó con los más duros epítetos misóginos a Rosa Luxemburgo, una de las más grandes dirigentes mujeres –sino la más grande– del proletariado revolucionario que se negó, pícaramente, a dedicarse a las tareas de organizar la sección femenina –donde el ala derecha quería confinarla para que no interfiriera en el rumbo revisionista– y sin embargo, participó en los Congresos Internacionales de Mujeres Socialistas intentando convencer a las mujeres socialdemócratas de su punto de vista sobre la guerra mundial y sus críticas al curso que tomaba la dirección del partido frente a estos acontecimientos. Fueron sus batallas inclaudicables por los principios revolucionarios las que le valieron que Bebel se refiriera a ella
con estas palabras: “Hay algo raro en las mujeres. Si sus parcialidades o pasiones o vanidades entran en escena y no se les da consideración o, ya no digamos, son desdeñadas, entonces hasta la más inteligente de ellas se sale del rebaño y se vuelve hostil hasta el punto del absurdo. Amor y odio están uno al lado del otro y no hay una razón reguladora” (23).

Para el ala reformista que luego claudicó ante el imperialismo en la 1ra. Guerra Mundial, Rosa Luxemburgo merecía ser tratada de este modo: “La perra rabiosa aún causará mucho daño, tanto más teniendo en cuenta que es lista como un mono” (24).
Por eso, no es extraño que Bebel respondiera: “Con todos los chorros de veneno de esa condenada mujer, yo no quisiera que no estuviese en el partido”(25).
Como señala Thonnessen: “Hay una conexión íntima entre el antifeminismo proletario y el revisionismo, así como la hay entre el movimiento radical por la emancipación de la mujer y la teoría ortodoxa socialista. El feminismo marxista ha llevado a cabo, característicamente, una lucha en contra del reformismo y el obrerismo por una parte, y contra el carácter limitado y elitista del feminismo burgués por otra parte” (26).
Esa “conexión íntima” entre antifeminismo y revisionismo volvemos a encontrarla en el período de la burocratización del estado obrero surgido de la revolución de 1917.Bajo el régimen thermidoriano de la burocracia stalinista, mientras se fusilaba en los juicios de Moscú a todos los bolcheviques de la generación de Octubre y se perseguía a los opositores de izquierda acusándolos de “trotskistas”, enviándolos a los campos de concentración o al exilio, se volvió a prohibir el aborto en la Unión Soviética, se condenó la prostitución y se criminalizó la homosexualidad.
Todo esto, acompañado con la reproducción de los estereotipos tradicionales de las mujeres como madres dedicadas al hogar y el entronizamiento de la familia, a través de la propaganda del Estado.
Fue el trotskismo quien combatió la idea stalinista de que con la conquista del poder, la sociedad socialista se consumaba en “sus nueve décimas partes”, advirtiendo sobre decenas de problemas económicos, políticos, sociales y culturales que no se podían resolver mecánicamente y que incluían, entre otros, las relaciones entre varones y mujeres.

Particularmente Trotsky fue quien, mucho antes de que las feministas radicales de la segunda ola concluyeran que “el socialismo real era antifeminista”, denunció la situación de las mujeres en la Unión Soviética en su reconocido trabajo titulado La Revolución Traicionada: “La condición de la madre de familia, comunista respetada que tiene una sirvienta, un teléfono para hacer sus pedidos a los almacenes, un auto para transportarse, etc., es poco similar a las de la obrera que recorre las tiendas, hace las comidas, lleva a sus hijos al jardín de infancia. Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este contraste social, no menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dama burguesa de la mujer proletaria” (27).
Mientras Stalin declara en 1936: “El aborto que destruye la vida es inadmisible en nuestro país. La mujer soviética tiene los mismos derechos que el hombre, pero eso no la exime del grande y noble deber que la naturaleza le ha asignado: es madre, da la vida”, , uno de sus derechos cívicos, Trotsky responde: “el poder revolucionario ha dado a la mujer el derecho al aborto políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y la opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y las solteronas de uno y otro sexo” (28). Y criticando los argumentos reaccionarios que esgrime la burocracia para reinstalar la prohibición del aborto agrega: “Filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme” (29).
Ya en 1926, bajo el régimen de Stalin, se había vuelto a instituir el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se suprimió la sección femenina del Comité Central del PCUS y sus equivalentes en los diversos niveles de la organización partidaria. Para 1934 no respetar a la familia se convierte en una conducta “burguesa” o “izquierdista” a los ojos de la burocracia. En 1944 se aumentan las asignaciones familiares, se crea la orden de la “Gloria Maternal” para la mujer que tuviera entre siete y nueve hijos y el título de “Madre Heroica” para la que tuviera más de diez. Los hijos ilegítimos vuelven a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio se convierte en un trámite costoso y pleno de dificultades.

En 1953 nos encontramos con legislación sobre derechos de la madre y el niño en la Unión Soviética que señala: “Huelga demostrar en detalle que los intereses de la mujer como madre – bien sea con hijos o futura madre- están tanto mejor asegurados cuanto más sólidas y constantes sean las relaciones entre los esposos. Garantiza, ante todo, tal solidez en las relaciones la existencia de la familia. Precisamente la familia asegura las condiciones normales para el nacimiento y la educación de los hijos, crea las premisas más favorables para que la mujer cumpla con su noble y alto deber social de madre” (30).
Nada más lejos del pensamiento de los revolucionarios que, desde los tiempos de Marx y Engels, propagandizaron los verdaderos orígenes y funciones de la familia, denunciando la opresión que se ejerce sobre las mujeres.
Esa es la tradición en la que nos inscribimos. Pueden debatirse cada uno de nuestros postulados, pero para hacerlo se debe partir del reconocimiento de que no aceptamos ser arrojados junto al agua sucia del stalinismo, la misma corriente que masacró, encarceló y persiguió a miles de trotskistas, entre ellos a valerosas mujeres como Eugenia Bosch, Nadejda Joffe, Tatiana Miagkova, etc.
Hoy, quien decida enfrentar este sistema de dominación debe, necesariamente, plantearse la pregunta acerca de cuál es el sujeto capaz de emprender tamaña empresa. Ese sujeto, que para los marxistas es el proletariado, fue fragmentado y se encontró a la defensiva durante los últimos treinta años en que este debate entre marxismo y feminismo ha tenido lugar. Pero esas condiciones empiezan a cambiar relativamente.
Como decía Trotsky, la burguesía no ha hecho más que transformar al mundo en una sucia prisión. Las luchas de las clases subalternas, los pueblos y grupos oprimidos han arrancado conquistas, aún en medio de un sistema putrefacto que hunde cada vez más a millones de personas en la miseria. Pero la tendencia, en última instancia, de este sistema de explotación, es a la

degradación infinita de los oprimidos y explotados del mundo, mientras un puñado de apenas unas pocas familias concentran en sus manos las riquezas que producen los expoliados. Frente a ese cuadro terrible, que es el fin último del capitalismo, “las reformas parciales y los remiendos para nada servirán” (31).
Entre quienes consideramos que estas aseveraciones encierran algo de verdad y aspiramos a la emancipación de las mujeres y de la humanidad toda, un renovado debate, eximido de malos entendidos pero abierto a honestas controversias, está nuevamente a la orden del día.
En este debate, las marxistas revolucionarias pretendemos exponer nuestras ideas no como si se tratara de un académico ejercicio meramente retórico, sino con el objetivo de que las mismas entusiasmen a una nueva generación de jóvenes con avidez por las ideas revolucionarias y que penetren a la clase obrera: a esos millones de mujeres y varones que sufren las cadenas de la explotación capitalista y las otras cadenas, las menos visibles, de los prejuicios con los que la ideología dominante inficiona sus conciencias.
Notas:
(1) S.Benhabib y D.Cornell, “Más allá! de la política de género”, en Teoría feminista y teoría crítica (comp.), Barcelona, Alfons el Magna!nim, 1990.
(2) “Si bien el feminismo radical tiene un origen de clase media, no se le puede asimilar con el feminismo burgués del siglo XIX. En realidad, hay muchas variantes del feminismo radical. Pero la mayoría de ellas emerge de mujeres que han militado en los movimientos progresistas e izquierdistas, encontrando en ellos una absoluta subordinación y una falta de respuesta a sus reivindicaciones.” Judith Astelarra: ¿Libres e iguales? Sociedad y política desde el feminismo, Santiago de Chile, CEM, 2003.
(3) Judith Astelarra, “El feminismo como perspectiva teórica y como práctica política”, en Teoría Feminista (selección de textos), Santo Domingo, CIPAF, 1984.
(4) Batya Weinbaum, El curioso noviazgo entre feminismo y socialismo, Madrid, Siglo XXI, 1984. Se refiere al desencanto producido por la burocratización de los estados obreros, bajo el régimen stalinista.
(5) Idem. En el citado libro de Kate Millet se postula, tomando como ejemplo a la Unión Soviética bajo el régimen stalinista, que una revolución socialista puede dar lugar a una contrarrevolución feminista. Conclusión superficial que parte de premisas erróneas, pero no difícil de entender teniendo en cuenta que bajo el régimen de Stalin se prohibió! el derecho al aborto, se persiguió! a los homosexuales y se erigió! a la familia en célula básica del Estado, otorgando premios y medallas a las mujeres que tuvieran gran cantidad de hijos.
(6) Paradójicamente, los llamados postmarxistas se inclinan a pensar más en estos términos.
(7) Catharine MacKinnon, Hacia una teoría feminista del Estado, Madrid, Cátedra, 1989.
(8) Zillah Eisenstein, “Hacia el desarrollo de una teoría del patriarcado capitalista y el feminismo socialista”, en Teoría Feminista (selección de textos), Santo Domingo, CIPAF, 1984.
(9) Como progreso se refiere a que esta forma de relación entre los sexos para la reproducción estuvo asociada al desarrollo de las fuerzas productivas y nuevas relaciones sociales de producción en la historia de la humanidad. No hay aquí! una valoración “ideológica” de la monogamia, como puede advertirse por los párrafos que suceden y por los numerosos textos en que tanto Marx como Engels criticaron el matrimonio y la familia, como instituciones burguesas (ver Manifiesto Comunista, etc.).
(10) Federico Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, México, Premia Ed., 1989.
(11) Celia Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona, Anthropos, 1991.
(12) Presentación del libro de Andrea D Atri, Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clases en el capitalismo, Santiago de Chile, Universidad ARCIS, octubre 2004.
(13) Leon Trotsky, “El marxismo y nuestra época”, en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999
(14) Remite a un diálogo en particular pero que es muy representativo de las discusiones entre feministas y marxistas y aun entre las mismas feministas en relación a la revolución socialista y la emancipación de las mujeres. El eje central de este debate consiste en pensar si es necesario pronunciarse y defender la revolución socialista incondicionalmente, inclusive cuando no de muestras de solucionar íntegramente la cuestión de la opresión de género, o bien, si es menester desestimarla íntegramente por demostrar que no cumple con este requisito.
(15) Susan Brownmiller, Notes of an exChina fan, en Village Voice, 1976.
(16) V. Lenin, A las obreras, discurso de 1920.
(17) Leon Trotsky, “La revolución permanente” en La teoría de la revolución permanente (comp.), Bs. As., CEIP, 2000.
(18) Pierre Bourdieu, La dominación masculina, Barcelona, Anagrama, 2000.
(19) Es una expresión de Flora Tristán, escritora y ardiente defensora de los derechos de la mujer y de la clase obrera. Vivió en Francia a principios del siglo XIX.
(20) Documento La agonía del capitalismo y las tareas de la Cuarta Internacional, más conocido como Programa de Transición. Fue escrito definitivamente en 1938, dos años antes del asesinato de Leon Trotsky en manos de un agente stalinista.
(21) Bernstein, actualmente reivindicado por Laclau y otros intelectuales que se autodenominan postmarxistas, fue el primero en propagandizar la idea de que era posible llegar al socialismo por la vía de introducir reformas en el capitalismo.
(22) Nos referimos a la votación de los créditos de guerra en el Parlamento, lo que aceleró! la crisis al interior del Partido Socialdemócrata Alemán que se dividió entre un ala derechista revisionista y un ala izquierda que mantuvo los principios del internacionalismo proletario y más tarde formó parte del reagrupamiento internacional que dio origen a la III Internacional encabezada por Lenin.
(23) Carta de Bebel a Kautsky, 1910.
(24) Carta de Adler a Bebel, 1910.
(25) Carta de Bebel a Adler, 1910.
(26) Werner Thonnessen, The Emancipation of Women: the Rise and Decline of the Women’s Movement in German Social Democracy 1863-1933, Londres, Pluto Press, 1969.
(27) Leon Trotsky, La Revolución Traicionada, Buenos Aires, Claridad, 1938.
(28) Idem.
(29) Ibidem.
(30) Citado en Andrea D’Atri, Pan y Rosas. Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismo, Buenos Aires, Armas de la Crítica, 2004.
(31) Leon Trotsky, “El marxismo y nuestra época” en Naturaleza y dinámica del capitalismo y la economía de transición, Bs. As., CEIP, 1999.
Andrea D’Atri es colaboradora de las revistas Estrategia Internacional y Lucha de Clases. Ha dictado numerosos cursos y seminarios sobre Género y Clase en universidades argentinas y es autora de Pan y Rosas: Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismo, Ed. Armas de la Critica, Buenos Aires, 2004.

Mujerismo y feminismo

Mujerismo y feminismo

El feminismo no es algo biológico, sino una ideología transformadora abierta a cualquier ser humano

Una de las consecuencias de las últimas elecciones ha sido que el número de mujeres elegidas en las listas del PP en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos supera al de las del PSOE. Este fenómeno, que apenas ha sido comentado, se explica con orgullo por el partido conservador por su actuación de promoción de las mujeres más dotadas sin tener que recurrir a la artificiosidad de las cuotas.
Es sabido que los partidos de derechas pueden situar algunas mujeres en las cúpulas de su dirección, así como llevarlas hasta la presidencia de un Gobierno, como fue el caso de Margaret Thatcher, siempre que sean absolutamente fieles a los planteamientos del partido.
Lo que no pueden explicar desde las filas de las mujeres socialistas es cómo después de años de implantación de cuotas femeninas en el partido, de haber hecho de sus señas de identidad la aprobación de las leyes de igualdad y de paridad, de la creación durante un tiempo de un Ministerio de Igualdad y el mantenimiento ahora de una Secretaría de Igualdad aparte de la campaña continua de sus afiliadas presumiendo de la promoción de mujeres en puestos de dirección política, en la actualidad la proporción femenina de presidentas de comunidad, de diputadas y de concejalas sea inferior a la de un partido de derechas.
La explicación se encuentra en la forma en que pretendiendo la igualdad se ha rehuido el feminismo. La estrategia socialista, desde hace más de una década, se ha centrado en llevar más mujeres a la política independientemente de su adscripción ideológica, considerando que con aumentar el número estaba resuelta la evidente diferencia de participación femenina en todos los estratos de la política.
Mientras, los partidos feministas planteábamos que es imprescindible exigir a quienes nos representen en las instituciones la conciencia de lucha y el compromiso con las reivindicaciones fundamentales del feminismo, ya que de lo contrario lo único que se consigue es duplicar el voto de derechas. Al negarse que la ideología es el eje de toda actividad política y social, se despolitizó la lucha por el aumento de representación femenina en todos los estamentos sociales, que se convirtió, en consecuencia, en un argumento para que también las conservadoras lo hicieran suyo.

Recuerdo que en 1999, cuando una coalición feminista formada por el Partido Feminista de España, el de Catalunya y el de Euskadi nos presentamos al Parlamento Europeo y participamos en un acto electoral en Barcelona, las socialistas y las populares hicieron un frente único femenino que se centraba casi únicamente en exigir a los hombres la corresponsabilidad en el trabajo doméstico.

Y siendo este un problema que pesa sobre las mujeres desde tiempos inmemoriales, no es posible reducir el feminismo a la limpieza y el cuidado de niños. El feminismo no es una cuestión biológica, no se es feminista por el azar de haber nacido con ovarios y matriz. Esta condición anatómica será en todo caso el argumento de la sociedad patriarcal para destinar las mujeres solo a la reproducción, pero el pensamiento y la acción para cambiar tal reparto sexual del trabajo y de la sociedad es producto de una reflexión profunda, de una teoría que se ha elaborado en el curso de más de 200 años, de un compromiso sincero y valiente con las luchas transformadoras, que comporta múltiples peligros y marginaciones. Compromiso que, como sabemos, pocas mujeres, y hombres, contraen, mientras una mayoría sigue las normas establecidas, se somete a su papel secundario e incluso lo defiende.

El feminismo es una ideología transformadora de la sociedad para acabar con todas las injusticias las de clase, las de sexo, las de raza y a la que, por supuesto, pueden adscribirse todos los seres humanos y sin la que resulta inocuo, cuando no perjudicial, plantear únicamente el frente hombre o mujer.
Recuerdo el rechazo de Dolors Renau y de Anna Balletbó, con otras de sus compañeras, cuando dije que prefiero un hombre socialista a una mujer del Opus, precisamente cuando en la mesa, y después en Bruselas, se sentaba una dirigente de Unió de pública adscripción a la Obra a la que, al parecer, deseaban sumar a su estrategia, a la que me referí como mujerismo en contraposición al feminismo.
Plantearse que solo por el hecho de ser mujer se poseen y defienden los valores feministas no solo es equivocado, sino, lo que es peor, enemigo del feminismo, ya que las mujeres que se han colocado en las instancias públicas por las formaciones de derechas están defendiendo la involución en todos los derechos que habíamos logrado implantar, con tanto esfuerzo, desde el movimiento.
La defensa del mujerismo ha servido para que en los parlamentos autonómicos y los ayuntamientos aumente el número de derechistas y opusdeístas que se oponen a la ley de aborto, a la del matrimonio homosexual ambas recurridas por el PP en el Tribunal Constitucional y a la inversión económica en los servicios sociales que son fundamentales para que las mujeres puedan entrar en el mercado de trabajo, solución bastante más eficaz y socialista que el reparto privado de las tareas domésticas.

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales

Notas para contribuir a una discusión sobre los nuevos actores sociales Publicado En Revista Pasos Nro.: 36-Segunda Época 1991: Julio – Agosto Por: Helio Gallardo
Observaciones preliminares
a) Estas Notas… no intentan constituir un argumento acabado acerca de los nuevos actores y movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, sino sólo contribuir a situar una consideración sobre su realidad compleja, su eventual desarrollo político y su papel en un necesario proceso de liberación; b) la expresión “político” en estas Notas… no remite únicamente a la escena tradicional, abierta de la política, sino, en sentido amplio, a la capacidad de los actores sociales para realizar acciones que alcancen efectos significativos para el conjunto de la reproducción social (es decir, cuyas acciones tienen efecto o pueden llegar a tenerlo, bajo ciertas condiciones, sobre sus instancias axiales) y, en un sentido más restringido, a las acciones que se ejecutan en el espacio social específico de la reproducción de la producción de relaciones de producción (sanción política), en cualesquiera sentidos (básicamente: mantenerlas, fortalecerlas, debilitarlas o romperlas); c) las Notas… designan al pueblo al interior de un sistema específico de dominación (el sistema imperial de dominación); “pueblo” indica, por consiguiente, o al pueblo social (los diversos sectores que padecen asimetrías sociales y, también, su conjunto) o al pueblo político (los sectores que se movilizan para cancelar sus asimetrías específicas y que logran ponerse en relación con un eje de liberación popular: movimiento popular); “pueblo” no incluye, por tanto, a los diversos sectores que configuran a las oligarquías latinoamericanas; d) la redacción de estas Notas…, su forma, es provisoria. Se trata de cuestiones ofrecidas a la discusión. No se intenta mediante ellas dar cuenta de ninguna realidad nacional o regional específica.
I. Consideraciones económico-sociales básicas
La década del fin del siglo nos muestra un mundo polarizado en un Mundo Rico y fuerte y un Mundo Pobre y débil (“débiles” y “fuertes” al interior del sistema dominante mundial). Esta polarización no es nueva. Lo son, en cambio, la velocidad y el carácter del desplazamiento que separa a estos mundos.
Sobre las bases de las nuevas tecnologías de punta (biotecnología, informática, nuevos conductores, robotización) el Mundo Rico se aleja velozmente del Mundo Pobre y, en el mismo movimiento, se integra (producción, circulación, consumo) tanto en términos globales como en los términos de la constitución de macrounidades regionales (EUA-Canadá-México; CEE, más los que fueron los países de la Europa del Este y eventualmente la URSS; Japón-Corea-Taiwán-Singapur y la costa de China).
El Mundo Pobre, en cambio, permanece fragmentado y dividido y su peso relativo y absoluto en la economía mundial (si se exceptúa a los países exportadores de petróleo) tiende a debilitarse en el mismo movimiento en que cambia de carácter. Considerada globalmente, América Latina está dentro de este Mundo Pobre. El fenómeno de desplazamiento-integración-diferenciación del Mundo Rico respecto del Mundo Pobre se realiza sin abandono de la relación asimétrica Mundo-Rico-Mundo Pobre.
El signo más evidente de este no-abandono es el vínculo de la deuda externa. Mediante este vínculo —- entendido como la obligación de pagar- , las instituciones financieras del Mundo Rico administran a los países del Mundo Pobre —- transnacionalización de las decisiones políticas- y esta administración adquiere hoy día las características de un chantaje: si no se efectúan las sugerencias y recomendaciones del FMI o del Banco Mundial e incluso de la AID, se suspenden los créditos y el acceso a ellos.
De este modo, se conforma un mecanismo de transnacionalización de las decisiones políticas cuyo eje de sentido es la acumulación derivada de la lógica del mercado mundial (determinado enteramente por las relaciones entre las sociedades ricas) y no las necesidades materiales (ni mucho menos las espirituales) de los pueblos pobres. El chantaje transnacional es posible, en parte, por la creciente subordinación del Mundo Pobre respecto del Mundo Rico. Dicho sueltamente: no podemos ni sabemos producir sin ellos (sin sus tecnologías en particular) y ellos (Mundo Rico) tienden hacia la auto- suficiencia, es decir nos necesitan cada vez menos.
El chantaje incluye una voluntad política de impedir el desarrollo (en el sentido económico más elemental) de las sociedades pobres entendidas como región global. Se está forzando a estas sociedades a producir bienes que la evolución de la economía mundial tomará obsoletos en el mediano y largo plazo y a emplear procedimientos que refuerzan la fragilidad y distorsión (teratologización, fragmentación) de las economías pobres y que incluyen tecnologías (y metas económicas) destructivas del medio.
El chantaje incluye la presión para abrir enteramente las economías de los países de modo de transformar a estas sociedades en eventuales espacios de inversión privilegiada. Otro aspecto del chantaje incluye mantener a los territorios ocupados por sociedades pobres como proveedores, actuales o de reserva, de materias primas estratégicas.
En general, mediante el nexo de la deuda se amplía una política en la que somos o resultamos espacios naturales interesantes, pero social e históricamente prescindibles (la guerra en el Golfo Pérsico ilustra, en el límite, este punto. “En el límite” porque uno de sus objetivos fue resguardar las fuentes de petróleo, pero resultó dejando decenas de pozos encendidos e inutilizados.
Desde la producción de ideología, el punto fue avisado en el ensayo de Fukuyama: The End of History?). Con lo grave que es el nexo de la deuda, éste no constituye, sin embargo, el vínculo más poderoso que une al Mundo Rico con el Mundo Pobre.
Desde el punto de vista ideológico, las sociedades pobres (y la población en general) han internalizado —- como horizonte de realización posible o como frustración permanente y sentimiento de culpa, etc.-, los valores y, básicamente, el estilo de vida (o de producción de muerte), la manera de hacerse humano, del Mundo Rico.
Los pueblos pobres, al menos en América Latina, llevan al Mundo Rico en su corazón, lo han internalizado. Perciben y valoran el desarrollo y la felicidad bajo la forma de ser como Miami o Roma o Bonn. El desplazamiento o alejamiento sin abandono entre los Mundos Rico y Pobre puede leerse, entonces, o desde el Mundo Rico, perspectiva desde la cual aparece ligada a procedimientos coactivos y selectivos de corto y mediano plazo, cuyos efectos fragmentarizadores y destructivos pueden incluir el genocidio de las poblaciones del Mundo Pobre o desde el Mundo Pobre, desde el cual la articulación puede valorarse como materializando el horizonte de existencia posible y deseable.
Coyunturalmente, la crisis de las sociedades del socialismo histórico incide en las prácticas ligadas a estas dos perspectivas y a sus articulaciones. No resulta, por consiguiente, difícil de entender que la nueva política regional de la dominación (los ajustes estructurales, el anti-estatismo, el neoliberalismo, el neoconservantismo, las democracias de Seguridad Nacional, el nuevo giro exportador, etc.), situaciones todas ligadas al proyecto de privatización transnacional de las economías de las sociedades pobres, sea introducida con relativa comodidad sociopolítica por los gobiernos nativos como la única salida posible para evitar mayores sufrimientos.
Básicamente, estamos diciendo que sometido a esta ‘espiritualidad’ cada individuo o cada familia tiende a pensarse y a asumirse como saliendo singularmente, contra otros, y no colectivamente, con otros, de los problemas sociales que percibe-valora como situaciones de disfuncionalidad . Así, Chile será desarrollado, no importa lo que ocurra en América del Sur, o Costa Rica será desarrollada, no importa lo que ocurra en el resto de América Central y del Caribe.
Esta misma competitividad no solidaria puede ser reproducida y expresada por las distintas regiones, provincias o ciudades en un mismo país y por los individuos (bajo la forma del “éxito” personal), de modo de hacer posible su derivación hacia un fenómeno de corrupción social generalizada (como en el caso popular extremo de los sicarios, en Colombia) y de anomia (en el sentido de desmoralización) .
La dominación se expresa así, matricialmente, como la práctica global y específica de una constante y agresiva (destructiva) insolidaridad social e histórica (que es enteramente compatible con fenómenos de solidaridad corporativa e intraeclesial, excluyentes, como mencionaremos más adelante).
La sensibilidad de dominación pone el énfasis en la eficacia y eficiencia de cada punto humano, instrumental o natural de inversión. “Eficacia” y “eficiencia” son medidas por su capacidad para dinamizar al sistema en su conjunto. En este proceso de comodidad relativa con que se “acopla” el “camino inevitable” hacia el Nuevo Orden Económico Mundial (privatización transnacional bajo hegemonía del gran capital), influyen, además: a) la acentuación de la subordinación de las oligarquías nativas respecto de los países y de las oligarquías centrales y de sus mecanismos financieros (mercado mundial); estas oligarquías han traducido la crisis del sistema capitalista y su reconfiguración y los efectos de ambas sobre las sociedades pobres —- que ellos, por delegación, administran -. como el “agotamiento” de un modelo (de substitución de importaciones) y la aparición de un “nuevo modelo” (economías abiertas de exportación).
El paso de uno a otro modelo supone el cambio del desarrollo por el crecimiento (o lo que es lo mismo, el desplazamiento político de la atención por la calidad integral de la vida humana para concentrarla en la maximización del empleo de los factores económicos de una sociedad). La pugna interoligárquica en cada país se produce en relación con la función de dirección o administración nativa de este nuevo modelo, puesto en relación, también, con el control nacional de los flujos financieros ;
b) la complicidad y frivolidad —- ausencia de perspectiva nacional y popular- de los medios masivos (comerciales) de comunicación y su saturación por el discurso (contenidos y procedimientos) que proviene del Mundo Rico. Hoy existe una relación directa entre comunicación masiva y sensibilidad social;
c) los caracteres de los procesos de crisis de las sociedades del socialismo histórico (su derrumbe y fragilidad sociales, políticos e ideológicos y, en particular, la impotencia soviética), crisis que es publicitada y propagandizada como “muerte de la revolución” en tanto que alternativa y utopía y proyecto político y como “triunfo-para-siempre-del- capitalismo” (metamorfoseado como la “idea liberal”);
d) la agudizada corrupción antievangélica (idolátrica) de las jerarquías eclesiales cristianas, con sus efectos en la espiritualidad popular y en la legitimación de los nuevos órdenes social e internacional, y
e) el debilitamiento efectivo del Estado como instrumento facilitador de organización y participación populares con efectos de reestructuración y equilibrio sociales. A este debilitamiento efectivo del carácter social del Estado lo ha acompañado-sucedido la promoción de los gobiernos democráticos de Seguridad Nacional (es decir, las democracias nativas que deben subordinarse al Imperio de la Ley, del ‘Nuevo Orden” en un Mundo Cruel).
La sensibilidad generada inmediatamente por la nueva matriz económica se ve así facilitada o favorecida como mecanismo de dominación, produciendo en muchos sectores sociales populares un efecto de “muerte de la esperanza” y culpabilidad (y con ello una marcada disposición al autosacrificio). Estos efectos globales se ven reforzados debido a la corrupción histórica generalizada de la escena política tradicional actual de las sociedades latinoamericanas y logran prolongarse, como resultado de todos estos procesos, al campo de la mentalidad popular. Puntualizaremos algunas de estas situaciones más adelante.
II. Efectos sociales específicos del modelo abierto de ex-portación (privatización transnacional)
Las características de la reconfiguración de la inserción de las economías pobres en el mercado mundial durante esta etapa produce económica y socialmente (políticamente) lo que CEPAL ha llamado la “década perdida” y un período de “doloroso aprendizaje”. La primera calificación corresponde centralmente a los efectos económico-sociales básicos.
La segunda, a cuestiones sociales, políticas e ideológicas (no puede existir un desarrollo alternativo ni un proyecto de acumulación nacional; si él se levanta, el pueblo o sociedad o gobierno que lo encame será castigado con el bloqueo e incluso con la guerra).
Se ha producido un desplazamiento ideológico global hacia la derecha: antes el tabú era una economía alternativa socialista o con lógica popular; ahora lo es explícitamente una economía capitalista nacional (el desarrollo, en el antiguo lenguaje). La economía con lógica popular es declarada simplemente imposible. Resuelta así, mediante una imposición, coactivamente, la cuestión del tipo de economía, la sociedad pobre determinada por ella reproduce internamente, en principio, la polarización Mundo Rico-Mundo Pobre que hemos caracterizado con anterioridad.
Desde un punto de vista social, podríamos hablar de la conformación de dos series paralelas de existencia: la serie de los internacionalmente integrados al circuito del mercado mundial, aunque lo hagan desde diversas posiciones, y la serie de los nacionalmente excluidos (excluidos de los mercados internos: pobres de la ciudad y del campo).
Se trata de series paralelas en cuanto, en general, los modos de existencia de estos sectores no se tocan en relación con las necesidades de la producción sociales. Los sectores nacionalmente excluidos resultan así enteramente desechables por el sistema (en algunos países se organizan ya cacerías de pobres y de niños deambulantes, a quienes simplemente se asesina. No se trata de asesinatos políticos en el sentido tradicional, sino de asesinatos sociales que forman parte de una política.
Se constituyen así grupos de la población de los que se puede (y se debe) prescindir. Al interior del mundo de los internacionalmente integrados, y si prescindimos de los agentes directos del capital transnacional, podemos ubicar socialmente a dos grandes sectores: las élites nativas, que administran la producción y reproducción locales del sistema —- políticos, tecnócratas, militares, religiosos, empresas periodísticas- y la base social productiva, permanentemente amenazada por la cesación de servicios derivada de la velocidad del cambio y del desplazamiento tecnológicos inducidos desde el exterior y por la facilidad relativa con que algunos de sus sectores pueden ser reemplazados debido al constante y creciente excedente de fuerza de trabajo.
Pese a sus diferencias, se trata de sectores sociales productiva o reproductivamente insertos en el sistema, aun cuando su inserción pueda contener diversos grados y caracteres de fragilidad. Articulados de mejor o peor manera con estos sectores se encuentran los grupos medios de la población configurados por el modelo anterior y agotado de la economía, permanentemente inducidos, por consiguiente, o al colapso total o a su transformación en función del nuevo modelo (estos grupos medios incluyen sectores empresariales, campesinos, profesionales, técnicos, estudiantiles, obreros).
La base social productiva de la serie internacionalmente integrada puede albergar sectores significativos de “trabajadores informales” (trabajo a destajo, superexplotación, ausencia de garantías sociales, fragmentación, básicamente). En todo caso, se trata de un polo productivo inserto en el sistema mundial, aunque esta inserción puede enseñar distintas temporalidades y niveles de provisoriedad, niveles que bordean, en su punto más bajo, con la precariedad que caracteriza al otro polo.
En el polo integrado encontramos, por consiguiente desde el consumo conspicuo e insolente hasta la pobreza social, coexistiendo al interior de un sistema frágil y explosivo, estructuralmente rígido aunque situacionalmente volátil y que sólo admite cambios fragmentarios o “soluciones” individuales. El otro polo social está caracterizado por la precariedad de las condiciones de existencia, decir por la amenaza permanente de muerte.
Los excluidos son pobres de la ciudad y del campo, mujeres, niños, jóvenes y ancianos pobres, adultos sin mayor calificación, grupos sociales que pueden configurar otro sector de la economía informal o los simplemente excluidos. En general, se trata de población marcada por el signo de la precariedad de sus condiciones de vida, por la amenaza constante a su existencia biológica.
Salir de esta precariedad es o imposible o el resultado de una situación singular (que puede ser valorada ideológicamente como “suerte” o “fortuna”). Desde luego, la amenaza social directa contra la continuidad de la existencia biológica genera una resistencia vital, básicamente reactiva (de supervivencia) y, por las condiciones descritas (expulsión del mercado), ‘naturalmente’ ensimismada. Es, sin embargo, en esta resistencia vital, más que social, de estos sectores, en la que encontramos los valores básicos de una reivindicación popular: el derecho a la vida traducido como integración económica y social —- para que este derecho devenga político, es decir legitimo, en las condiciones actuales, hace falta, desde el punto de vista social, que el excluido se solidarice consigo mismo (se asuma como sujeto social) y con otros como él y que reciba solidaridad y legitimidad desde otras instancias como el Estado, las iglesias, los medios de comunicación de masas y también desde el otro polo de la existencia social, tanto interno como fuera de la nación -.
Su tarea sociopolítica es que se le reconozca como sujeto humano. Además de estos elementos socioideológicos, fundados en su capacidad de resistencia, se toma necesario un proyecto político (de producción-reproducción sociales) en el que estas solidaridades complejas puedan instrumentalizarse. La polarizada configuración social descrita es altamente frágil y explosiva por el peso determinante de los factores externos (el pago de la deuda, por ejemplo) y por su agudizada diferenciación negativa interna.
Ella es la matriz de las explosiones sociales puntuales (Dominicana, Panamá, Venezuela, Argentina, etc.), pero también del temor y la pasividad y la frustración popular generalizados y reforzados en algunas sociedades por un pasado reciente o una actualidad de brutal represión. La pasividad-desencanto histórico generalizada deriva tanto del temor a la muerte (que ahora aparece como una delimitación no biológica sino social) como del mensaje saturante positivo acerca de la necesidad del esfuerzo individual (objetivamente contra otros) para salir de la pobreza, como de la ausencia o pérdida de un horizonte de esperanza, y de situaciones más coyunturales como la amenaza de un eventual retorno militar para remediar los “excesos” democráticos.
La expresión “pasividad” popular no indica aquí un mero no-hacer, un dejarse hacer, sino un negarse a hacer fuera del sistema de la dominación en cuanto se ha socialmente frustrado o perdido la idea misma de que existe o es posible un ‘afuera’ del sistema. Esta “pasividad” tiende a bloquear, por consiguiente, el trabajo político partidista tradicional de las organizaciones de izquierda e incluso algunas de las formas del trabajo pastoral religioso desde la base, pero no niega ni el oportunismo ni la explosividad sociales.
Todas estas situaciones obtienen su eficacia de una matriz básica que muestra que la sociedad obedece a fuerzas que están fuera de su control (mercado mundial, tecnología, etc.: el “mundo cruel” en el lenguaje de Rosenthal). La sensibilidad de desesperanza y muerte es una ideología que prescinde del sujeto. Algunas sectas cristianas y el mismo catolicismo sacan ventajas ideológicas de esta nueva sensibilidad de muerte que en su discurso “esperanzador” (pseudocomunitario, en realidad ‘corporativo’) anuncia la proximidad del Reino más allá de la historia.
III. Observaciones sobre el espacio político latino-americano tradicional
Articulada con las situaciones antes descritas. encontramos un acusado deterioro del espacio político tradicional de las sociedades latinoamericanas, deterioro cuyos signos más obvios son la crisis estatal (en realidad, varias crisis), las crisis recurrentes de liderazgo, las crisis de los partidos (en general, de las organizaciones) y de los regímenes de gobierno y la tendencia a desvirtuar y desplazar a las ideologías políticas que prevalecieron tras la Segunda Guerra: democraciacristiana, socialdemocracia, marxismo, etc. por ideologías tecnocráticas (neoliberalismo, Seguridad Nacional, gerencialismo y sus combinaciones) o sencillamente por nuevos discursos publicitarios.
El deterioro se advierte, entonces, tanto en la fragilidad de las instituciones y escenarios políticos como en el empobrecimiento ideológico. La devaluación generalizada —- ya no resulta posible percibir y valorar el espacio político como un ámbito en el que se busca realizar el bien común- posee determinaciones tanto histórico-estructurales, propias de las sociedades del capitalismo dependiente —- básicamente la transformación de la escena política en mercados de transacción de intereses que se negocian como privilegios, combinado con la tendencia al estrechamiento del espacio en el que deben moverse las élites políticas nativas -, como determinaciones situacionales e incluso coyunturales, como las ideologías antiestatistas ligadas a la promoción neoliberal-conservadora del mercado como sociedad perfecta, la crisis ideológica y política de las sociedades del socialismo histórico y del socialismo, etc.
El deterioro del espacio político (de lo político y de la política, por lo tanto) condensa en su nivel, como indicamos antes, matrices económicas y sociales y retoma sobre ellas para sancionar su reproducción. En Costa Rica, por ejemplo, junto al cinismo con que se valora la acción de los políticos oficiales —- con la ambigüedad que implica despreciarlos por corruptos y envidiarlos porque tienen “éxito”-, sectores de ciudadanos asumen independientemente el papel de la policía y de los tribunales de justicia (apresando delincuentes y castigándolos e incluso organizándose para darles muerte), o sea realizando tareas que advierten el gobierno o el Estado ya no cumplen o no están en condiciones de asegurar.
Se trata aquí, obviamente, de un efecto no necesariamente deseado, aunque puede serlo, del fenómeno global de privatización de la sociedad que publicita el conservantismo neoliberal como único mecanismo de crecimiento económico y de normalidad social.
La ilustración costarricense condensa la reducción del rango (cobertura) socio-nacional del Estado en los campos de la seguridad policial (o de la salud, como mencionábamos en el ejemplo chileno) y la tendencia a que la nación sea constituida, articulada, mediante el mercado, los aparatos militares (la iglesia católica permanece también como instancia nacional, pero amenazada por la estimulación de las sectas) y la administración de la justicia mercantil.

Esta degradación del ámbito político se articula parcialmente en forma conflictiva con los procesos inducidos de democratización sostenidos durante la década del ochenta en América Latina. La degradación generalizada de la política, por definición, constituye un elemento inhibidor y destructivo para un clima político democrático, aun cuando se considere a éste en su versión más limitada. Sin embargo, al producirse esta articulación entre fenómenos de distinto rango social (la degradación es estructural, la democratización situacional), la conflictividad se ‘resuelve’ mediante la adaptación de los signos y elementos democráticos a la degradación generalizada.

Por medio de esta adaptación, son gobiernos democráticos, aunque sin respaldo social efectivo, los que conducen a sus países a su plena inserción en el Nuevo Orden Mundial. Desde luego, este “rostro democrático” implica costos políticos, tanto internos como internacionales, para quienes intentan presentar resistencia social a estos mecanismos de inserción y que denuncian las situaciones de transnacionalización, del chantaje de la deuda, de la insuficiencia democrática, del costo social de los programas de ajuste, de la destrucción ambiental, etc.

En este clima, el reclamo por justicia social —- incluyendo las denuncias contra las violaciones de los derechos humanos y los reclamos por justicia para los asesinados y desaparecidos- puede ser ideológicamente anatematizado como “antidemocrático” . En estas condiciones, el espacio político tradicional tiende a dejar de ser el referente o la meta obligatoria inmediata de las reivindicaciones sociales (esta cuestión admite un antecedente histórico en la liquidación o neutralización del espacio político tradicional por los regímenes de Seguridad Nacional y el consiguiente traspaso de las actividades políticas reivindicativas o de oposición —- muchas veces de denuncia- a instancias de la sociedad civil o consideradas hasta entonces privadas).

Existe en la población un sentimiento generalizado, aunque difuso, acerca de que las mediaciones del espacio político (instituciones administrativas, partidos, etc.) y él mismo como globalidad son disfuncionales respecto de muchos requerimientos sociales y que los intereses de los grupos emergentes —- o de antiguos grupos sin resonancia oficial o sin legitimación nacional, como los indígenas, por ejemplo- sólo pueden ser satisfechos mediante una presión social (político-comunitaria) directa e independiente de los canales tradicionales de la política .

El fenómeno de la corrupción-desgaste (lo que no implica que deje de funcionar, en cierto sentido) de la esfera política y de sus actores, instrumentos e instancias en el contexto de una democratización genera, en lo que nos interesa aquí, una doble dinámica: a) de una parte, los actores tradicionales de la política, de derecha y centro-derecha, en coyunturas de democratización, buscan resonancia mediante mecanismos de reinserción en sus espacios socio-ideológicos históricos (populismo, clientelismo, civilismo, tradición, eclesialidad, retórica acerca de los derechos humanos, etc.), pero el estrecho marco de maniobra que les permite la configuración actual del sistema imperial de dominación, con el consiguiente enangostamiento y sobrecorrupcción del espacio nativo de la política, los orienta hacia el “recurso Menem”, es decir a engañar masivamente durante las campañas electorales y a gobernar después siguiendo los dictados del FMI y neoligarquizando el país (lo que supone consumar su ‘modernización’ perversa).

El “recurso Menem”, ya aplicado en Argentina, Perú, Brasil, América Central., es un mecanismo que se agota en el corto plazo y que contribuye a reforzar y a acelerar los caracteres de corrupción y desgaste del ámbito político. La búsqueda de resonancia tropieza aquí, pues, con una apatía derivada de las condiciones que exigen esa misma búsqueda de resonancia (la democratización implica una capacidad de convocatoria y de movilización sociales con las que se supone los gobernantes civiles muestran su poder frente a las FF.AA.) y conduce, también, al cinismo.
Los procesos de democratización tienden a reducirse así a técnicas de procedimientos electorales, más manipulación de masas. El régimen democrático deja de valorarse como una forma de participación efectiva e integradora y se reduce a un juego electoral técnico y publicitario sin mayor significado vital para la existencia social. Coyunturalmente, sin embargo, este sistema o forma de gobierno es valorado como “mejor” que las dictaduras militares directas.

Pese a la corrupción, generalizada y radical de su espacio político, y la subsecuente frustración de sus aspiraciones sociales, el subcontinente respira, sin paradoja, este tiempo, de la “democratización”. Las organizaciones de izquierda, con su crisis particular (en especial el colapso ideológico de las sociedades del socialismo histórico) al interior de la crisis global, tienden a movilizarse todavía como si el deterioro estructural del espacio político —- y la reconfiguración de la economía y de la sociedad- no se hubiera producido o no se estuviera produciendo, es decir aspiran a obtener o ganar un espacio de poder (de privilegio) en el ámbito tradicional de la política. De aquí se siguen sus variados comportamientos, muchas veces mezclados y erráticos: reformismo desarrollista (ligado o a un “recurso Menem” desde la izquierda o a un “socialdemocratismo” neoligarquizante), democratismo, revolucionarismo (organizaciones político-militares, especialmente), principismo, conformismo, etc.
El común denominador suele ser la confusión y su efecto político inevitable: la ineficacia. En la mayor parte de los casos se tiende a reproducir la fórmula vanguardia +<->masas (base social), propia de la antigua forma de hacer política popular (que correspondía a una sociedad escindida en clases, pero a la vez susceptible de ser nacionalmente movilizada).
Esta manera tradicional de hacer política ‘popular’, desde arriba, unilateralmente, está condenada al fracaso por la configuración hoy de una sociedad escindida-fragmentarizada sin un “espontáneo” contenido social global ni nacional, lo que no implica que haya desaparecido de ella la escisión de clases (en esta sociedad de hoy los grupos tienden ‘naturalmente’ a refugiarse en sí mismos).
La innovación o renovación a la que estas organizaciones aspiran, en su trabajo político, suele reducirse al reclamo por una mayor democracia al interior de la pareja vanguardia +<->masas. Esta aspiración es, al menos en este período, autodestructiva ;
b) los grupos sociales emergentes o renovados que carecen de posibilidades de presión —- es decir que no ocupan posiciones de poder que les permitan intercambiar privilegios —- en el espacio político tradicional (ciertos grupos ecologistas, por la libertad de escogencia sexual, campesinos, jóvenes, indígenas, pobladores, negros, cristianos no idólatras, grupos que reivindican derechos humanos, desocupados, trabajadores urbanos, etc.) o cuyas reivindicaciones son mediatizadas y desvirtuadas por los actores que sí las poseen (por ejemplo, una ley de igualdad real parlamentaria mediante la cual se frena y bloquea el carácter estratégico de la lucha por la liberación (liberaciones) de las mujeres), se agitan, explotan, se encuentran, se organizan y se movilizan con relativa independencia en los espacios sociales que les permiten ganar identidad y calidad de actores sociales y políticos (mediante el encuentro práctico con su identidad histórica van configurando una nueva manera de hacer política).
Desde luego, como indicamos antes, su acción puede estar orientada sólo a ganar un espacio de legitimación en el sistema (grupo reivindicativo o corporativo) o a romper con el sistema al que se experimenta como la traba estructural que impide el logro tras el cual se movilizan (movimiento social, grupo histórico, actor político; grupo histórico-político). Este último ámbito se configura, entonces, tanto por la acción de grupos emergentes (ecologistas, por ejemplo), como de sectores tradicionales y marginados (indígenas o pobladores, por ejemplo), pero que en esta etapa deben ser considerados como grupos renovados.
De aquí la calificación de nuevos y renovados grupos o sectores sociales. A esta caracterización, a partir del contenido de sus demandas y su historicidad, deben agregarse las determinaciones ligadas al tipo de metas perseguidas (reivindicativo- corporativas, reivindicativo-políticas, de denuncia, rupturistas, etc.), las características derivadas de su procedimientos de activación, agrupación, resistencia y lucha y las que se relacionan con sus adscripciones diferenciadas en los polos Internacionalmente Integrado y Nacionalmente Excluido y a las posiciones que ocupan en ellos y a sus dinámicas correspondientes .
Se trata, obviamente, de una situación social altamente heterogénea que no puede ser conceptualizada mediante simplificaciones y reducciones —- como las que a veces están contenidas en expresiones como “Nuevo Sujeto Histórico”-. Llamamos a este conglomerado, cuando lo consideramos como receptor de asimetrías, pueblo social.
El variado descontento y resistencia, reacciones, organización y movilización —- esta emergente o renovada vida popular, inevitable dada la nueva configuración social objetiva y la ausencia de horizonte de esperanza que la caracteriza- se enfrenta con la estrechez, rigidez, pobreza y con la ideologización decadente del espacio que conforman y se autoatribuyen los actores tradicionales de la política latinoamericana.
Las dinámicas descritas se articulan, entonces, a través de los esfuerzos que por cooptar y administrar a estos nuevos o renovados sectores sociales llevan a cabo los actores políticos tradicionales (partidos, parlamentarios, instituciones gubernamentales) y los esfuerzos que por defender y conservar su independencia realizan los nuevos o renovados actores sociales.
Aunque esta dinámica conflictiva no tiene por qué ser antagónica, ha dominado en ella hasta ahora el encuentro destructivo: los actores políticos intentando hegemonizar el movimiento social, considerándolo sin más y en el mejor de los casos como su base social natural, y los movimientos y actores sociales resistiendo o rechazando de plano (sin paradoja, esta dureza puede tornarlos, bajo ciertas condiciones, muy susceptibles de cooptación) su instrumentalización o utilización por los actores tradicionales a los que perciben y valoran como insuficientes y fracasados o corruptos e inviables.
La conflictividad destructiva, excluyente —- tengo aquí presentes en particular las experiencias colombiana y dominicana- impide a los nuevos y renovados actores sociales aprender o asimilar críticamente de la experiencia histórica (incluyendo las tensiones y aberraciones ideológicas) de los actores políticos tradicionales, especialmente de los que intentaron levantar banderas populares (sociales, nacionales, integradoras) y a éstos el revitalizarse y configurarse (renacer), incluso ideológicamente, desde la efectiva y diferenciada fuerza vital de sus pueblos. Desde luego, el efecto global de este desencuentro es que los ámbitos social y político prolongan y refuerzan su separación y mutua exclusión artificiales (ideologizados), propios de la dominación.
La conflictividad destructiva (el opuesto seria una tensión constructiva) acentúa así, al mismo tiempo, las condiciones que favorecen la explosividad puntual, inorgánica y la pasividad política, histórica, la desconfianza y la tendencia al ensimismamiento de los grupos (y también de los individuos que se encuentran aislados entre las diversas conflictividades), como ocurre con los nacionalismos étnicos, por ejemplo, o con la pérdida del horizonte colectivo mayor de algunos grupos que se activan en torno a la liberación femenina.
Todos estos juegos de fuerzas, de autoidentificación, de resistencia y de defensa y de activación, organización y movilización, se expresan al interior del marco dominante —- económico-social, político, ideológico- de la fragmentación social y pueden o reforzarla o expresarse históricamente en contra de él y de sus tendencias a la fragmentación y por procesos de integración social y de solidaridad nacional.
Sólo en este último caso encontramos que los actores sociales, nuevos, o renovados, devienen actores políticos (grupos histórico-políticos), pero político les viene de la riqueza de su horizonte (estratégico), no del espacio social en el que se manifiestan directamente, en particular en sus orígenes. De aquí que también, ahora, lo político- popular puede manifestarse mediante muchos rostros y en muy diversos ámbitos, constituyendo ésta la manera en que se manifiesta su fuerza política.
Debe destacarse, en todo caso, dentro de esta situación fundamental, la tendencia al desplazamiento de lo político desde la escena política tradicional (ámbito ideológico- político burgués, en realidad) hacia la sociedad civil y hacia la esfera considerada privada (esto es obvio en el caso de la ideología práctica conservadora neoliberal que hace del mercado su instrumento político central y del totalitarismo que exuda, su ideología).
Por decirlo con una imagen: los problemas “clásicos” del Estado y del gobierno, traducidos como problemas del ciudadano, empieza a llenarse con los problemas de la gente efectiva, de carne y hueso: pobladores, explotados, mujeres, negros, campesinos, cristianos no-idólatras, luchadores-denunciadores de la violación de derechos de gente específica, defensores de la vida, jóvenes, indígenas, etc.
Esta realidad social —- que la misma dinámica del sistema torna posible- que puede madurar como realidad histórica, señala hacia una reconfiguración de lo político, de su práctica y, con ello, hacia la necesidad de su reconceptualización .
IV. Actores sociales, movimiento popular: el pueblo como actor político y sujeto histórico.
Esquemáticamente propuesto, nos encontramos con dos sistemas enfrentados: (A) (B) Sistema de dominación sistema alternativo (liberador) Fragemen- exclusión muerte integración vida tación nación participación (privatización (construcción de la nació- transnacional) nalidad popular: soberanía desarrollo) Estado— Sociedad totalitarismo
Hemos indicado que el sistema A acentúa los conflictos y la explosividad sociales inherentes al capitalismo dependiente y los combina con otras conflictividades expresadas originalmente en los centros de sistema global (ecologismo. feminismo, etc.).
Al agravamiento de las tensiones no resueltas en A o por A (desnutrición, desempleo, exclusión, alcoholismo, alienación, machismo, idolatría, destrucción del hábitat, etc.), corresponden reacciones sociales que o pueden ser semicooptadas por A (es posible institucionalizar a los grupos ecologistas, por ejemplo, mediante una legislación que recoge mejor o peor sus planteamientos y los oficializa o semioficializa pero siempre al interior del sentido de la dominación —- y este el caso de la política de “naturaleza por deuda”, por ejemplo -, e igualmente se puede practicar esta política con el movimiento de pobladores, etc. o rechazadas por el sistema A (reivindicaciones étnicas, por ejemplo, o lucha por el pleno empleo), generando en los actores sociales, emergentes o renovados, una acentuación de la resistencia y defensa hacia adentro (resistencia corporativa).
En ambos casos, sin duda disímiles, el actor social que sufre la asimetría sólo reacciona ante el sistema no se pone en relación con él como totalidad, (esto implica una autoidentificación insuficiente, ineficaz), y, por ello, no se sitúa en condiciones de actuar históricamente. En el caso de nuestro esquema, no puede transitar a B y jugar un papel en él. Activarse socialmente desde el punto de vista del pueblo quiere decir, entonces, historiarse. La historización de un actor social popular (indígenas, mujeres, cristianos, jóvenes, etc.) se manifiesta por su capacidad para relacionarse horizontalmente y para crecer en profundidad. Relacionarse horizontalmente significa poner en relación su asimetría con las sufridas por otros sectores sociales populares.
Pasar desde una resistencia y denuncia contra el machismo, por ejemplo, a la comprensión de su especificidad en relación con la campesina indígena y de la vinculación de la precaria situación de esta última con la situación de explotación-exclusión más general del campesinado y de las etnias excluidas y en peligro permanente de liquidación.
“Pasar de…” no implica, desde luego, un abandono del punto de partida —- la denuncia y la lucha contra el machismo- sino sólo su más rica concreción histórica. El referente popular fundamental es siempre la amenaza contra la vida y la necesidad de la integración y configuración de la nación (compuesta por sectores diferenciados pero que no se excluyen entre sí), como respuesta societal fundamental para poder mantener y producir y reproducir la vida.
La expresión “amenaza contra la vida” comprende desde la precariedad de la continuidad biológica de todos los individuos hasta la más alta calidad histórica de la existencia humana (liquidación de la alienación, tendencia al equilibrio: personal, social, productivo). Crecer en profundidad significa para los grupos asumirse históricamente, es decir ponerse en relación con las condiciones que los producen socio-históricamente como grupo o sector (con sus carencias y posibilidades: con su identidad) y con los procedimientos que pueden llevarlos a fortalecerse, tanto para resistir la destructividad del sistema A como para reconocer y asumir su papel en la construcción de una alternativa (sistema B).
El crecimiento en profundidad, por tanto, se expresa como una tensión (proceso) entre la identidad y las condiciones histórico-sociales de producción de esa identidad. Toda autoidentificación histórica liberadora supone una utopía (o sea un horizonte de esperanza: políticamente, una alternativa).
En los procesos simultáneos de crecimiento horizontal y en profundidad, el actor social deviene movimiento social (pueblo político), específicamente movimiento popular, o sea actor político popular y sujeto histórico. Aquí, la expresión “sujeto histórico” designa, al mismo tiempo, a un actor político determinante y a su utopía, en cuanto concepto trascendente, es decir a su capacidad para imprimirle a la producción y reproducción sociales un sentido de vida.
Crecer horizontalmente y en profundidad no es algo que pueda realizarse sin una expansión y maduración constantes de la conciencia y del espíritu. De esto se sigue, por ejemplo, tanto la importancia fundamental del intercambio de información (diálogo) que es capaz de producir conceptos al interior de cada grupo y sector popular y en el movimiento en su conjunto, como, en una ilustración más singular, la significación estratégica de la denuncia y lucha antiidolátrica y contra sus instituciones eclesiales y no eclesiales al interior de los diversos sectores populares, del movimiento social y del movimiento popular y, por supuesto, al interior de las iglesias.
De aquí también el valor estratégico de los cristianos antiidolátricos y de la producción de pensamiento (conceptualización-espiritualidad) popular efectiva . Resumiendo y avanzando, en términos escuetos: la expresión “movimiento popular” se entendió tradicionalmente en América Latina bajo la forma de una relación entre una conducción o vanguardia elitaria que representaba a la mayoría de los que sufrían explotación —- pensada en términos básica o decisivamente económicos- y marginación.
El movimiento popular se configuraba, por lo tanto, mediante la dinámica “vanguardia” +->masas’” en la que el pueblo social era o abstracto o proletarizado. Así, el indígena campesino encontraría su liberación en el socialismo (entendido como la proletarización del conjunto de la sociedad o la existencia de un área decisiva de propiedad estatal); con otra imagen: liberarse, para el negro, la mujer o el cristiano no idólatra, consistía en devenir proletario. Por razones históricas, que no deben leerse como sólo el pasador formulación anterior (y las prácticas que le correspondían) se ha tornada obsoleta, políticamente ineficaz.
Por un lado, el movimiento popular tiene que configurarse ahora mediante la articulación de muchos sectores que resienten de diversas maneras el sistema de dominación (como exclusión y muerte, alteración, explotación y rebajamiento permanentes) y que asumen que las asimetrías que padecen no pueden ser resueltas por el conjunto o totalidad productiva que las genera. Estos sectores poseen rostros específicos: son mujeres campesinas, pobladores, jóvenes de zonas urbanas, cesantes, obreros, centros de promoción de la mujer, etc.
Por sí mismos, cada uno por separado, no son movimiento popular. Articulados positivamente, constructivamente —- consigo mismos, con sus condiciones históricas de producción social, con otros- de modo de poder reconocer y enfrentar a sus adversarios situacionales y estructurales, constituyen el movimiento popular. Pero ahora este movimiento no es una abstracción: por decirlo así, se compone sólo de aliados con inspiración económica, social, ideológica y cultural estratégicos diferenciados y cuyos intereses específicos deben ser conocidos, discutidos, respetados y asumidos por los otros sectores sociales populares.
El movimiento popular no resulta entonces una abstracción economista o una relación unilateral entre una élite y sus bases sociales, sino una articulación práctica e histórica de grupos diversos que coinciden en un punto de partida: el rechazo a la exclusión y a la destrucción y mutilación de la vida de todos y de cada uno y, también, en la necesidad, posibilidad y voluntad de llevar a cabo rupturas y transformaciones que sólo pueden realizarse con éxito mediante su articulación social.
Esta articulación exige el crecimiento horizontal y en profundidad de cada actor social popular. De no poseer estos caracteres, fracasará en su intento de proponer y de construir una sociedad alternativa del capitalismo dependiente. Desde otra perspectiva, la dinámica del sistema de dominación no promueve hoy particularmente una eventual solidaridad de clase.
El sistema prospera sobre la base de la fragmentación social excluyente y competitiva (que traduce como eficiencia y modernización) y esto implica que su lógica interna lo conduce tanto a la expulsión sistemática de sectores sociales como a la exaltación de falsas identidades de grupo y sector, ya para conducirlas a su “éxito” o para frustrarlas o rechazarlas.
De este modo, la cuestión de la exaltación de las falsas identidades sociales (piénsese sólo en el auge de las sectas), derivadas o del éxito particular e individual o del ensimismamiento provocado por la frustración y el permanente rechazo excluyente, cuestiona directamente las antiguas bases de la solidaridad de clase y nacional que servían como referente unitario para las prácticas de movilización popular tradicionales.
En este punto juega también un papel la actual imagen ideológica de EUA como Estado triunfante. Dicho en términos más conceptuales: el sistema ha extendido o está extendiendo su capacidad para ocultar el sentido de su reproducción política también a la periferia o a las sociedades pobres del capitalismo dependiente de modo que sus víctimas objetivas tienden a sentirse responsables de la agresión de que son objeto (culpables subjetivos).
En esta situación, la solidaridad sólo puede ser exigida desde la fuerza interior de los grupos, sectores e individuos que luchan. En las condiciones de existencia actuales no existe un (único) referente estructural exterior, inmediato, o si existe, no resulta ni visible ni conceptualmente expresable. El referente es, en cambio, una asumida y particular-variada defensa de la vida y el rechazo a la exclusión (la no integración, la no participación, la no integración plena) social de cada uno y del género humano.
La solidaridad es una oferta asumida y efectiva de lucha histórica desde la identidad que cada grupo debe construirse con y desde las víctimas o los sectores populares. Todavía en otro ángulo: la crisis del socialismo histórico debía tener como efecto, al menos en el mediano plazo, el debilitamiento del sectarismo y del dogmatismo al interior de las organizaciones políticas populares y, con ello, en el conjunto de organizaciones que se dicen liberadoras. Desde este arranque fundamental puede seguirse un estímulo al diálogo y a la confrontación constructiva y, sobre todo, a la humildad como condición necesaria para aprender constantemente de la historia, actitud que constituye el fundamento de una política de articulación popular.
V. Sobre la creación de tejido social
Dada la extensión que han adquirido estas Notas…, realizaremos sólo algunas indicaciones puntuales: a) la actual organización económico-social del capitalismo dependiente y el carácter efectivamente mundial del capitalismo multiplican los espacios de encuentro para los grupos y sectores sociales que sufren las asimetrías sociales: desamparo material y espiritual e insuficiencia radical en la realización de la oferta de calidad de la existencia que se estimula y ofrece (engañosamente), contrastados con la ostentación de la opulencia y el derroche de medios de vida, son las condiciones para esa multiplicación; b) estos espacios de encuentro son, sin embargo, heterogéneos; responden a motivaciones muy diversas (puntuales, situacionales, estratégicas) y pueden ubicarse en dinámicas sociales muy dispares y manifestarse mediante procedimientos de resistencia y lucha muy diferentes; c) su punto común —- no necesariamente asumido en el origen de su práctica por los actores sociales- es el de estar constituidos por víctimas de la exclusión y el estar sometidos a una ley respecto de la cual no pueden actuar como sujetos (patriarcado, capital-mercado, racismo, Dios-ídolo-fetiche, cultura urbana, etc.).
Los valores estratégicos de estos grupos son, por consiguiente: solidaridad (inclusión-participación desde identidades sociales efectivas: integración constructiva: diferenciada), rechazo a la producción de muerte, libertad; d) estos valores no pueden materializarse en los meros espacios de encuentro (aun cuando ellos puedan ser anunciados allí); la dinámica interna de estos espacios debe llevarlos hacia su autoelevación (conceptual, pasional) en espacios de organización (crecimiento de profundidad respecto de la identidad social del grupo, crecimiento histórico desde el que es posible articularse tanto horizontalmente como con el sí mismo social en un sentido popular); e) a este trabajo de facilitar espacios de encuentro que devengan espacios de organización, lo llamamos crear (contribuir a crear) tejido social), son sus mismos actores los que deben configurar los caracteres específicos de este tejido; f) el tejido social no puede desplazar ni reemplazar por decreto la antigua existencia política popular (sindicatos tradicionales, partidos, organizaciones político-militares, etc.).
Los actores del tejido social gestan sus propias formas de organización y expresión políticas (en un nuevo sentido que no excluye al antiguo). El encuentro de estas formas con las organizaciones políticas populares tradicionales debe ser de encuentro constructivo (conocimiento: humildad para crecer juntos). La articulación de las diversas expresiones del tejido social con el aparato estatal debe permitirle evitar o resistir la represión y el aislamiento, conseguir reconocimiento (legitimidad, no necesariamente legalidad) y prevenir y rechazar la cooptación.
El tejido social constituye la trama de la fuerza efectiva del movimiento popular. Su historización real. Es, por consiguiente, el referente central de toda práctica alternativa, liberadora.
Bibliografía
Calderón, Fernando (compilador): Los movimientos sociales ante la crisis. UNU- CLACSO-DSUNAM, Buenos Aires. Argentina. 1986. CEPAL: Transformación productiva con equidad. Santiago de Chile, 1990. CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente, Santiago de Chile. 1991. Gallardo, Helio: “El pueblo como actor político y como sujeto histórico”, en Pasos, No. 16, marzo-abril 1988, San José. Costa Rica. Gallardo, Helio: “Tres formas de lectura de los fenómenos políticos latinoamericanos”, en Pasos. No. 124, julio-agosto 1989 San José, Costa Rica. Hinkelammert, Franz: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la autoregulación del mercado”, en Pasos. No. 33, enero-febrero 1991, San José, Costa Rica. Touraine, Alain: América Latina. Política y sociedad. Espasa-Calpe, España 1989.
Notas: No podemos producir sin ellos porque necesitamos producir en los términos de una competencia mundial (mercado mundial) para la que histórica y socialmente el mismo sistema mundial y regional (oligárquico) de dominación nos ha inhabilitado. La ‘inversión privilegiada’ se refiere a puntos específicos dentro de los territorios de los países pobres, definidos por sus ventajas circunstanciales comparativas.
No se trata, por consiguiente, de inversión para el desarrollo nacional ni de una política estratégica. En la historia reciente, la elección de un gobernante popular en Haití es un contraejemplo de esta situación generalizada. La lávalas (“avalancha”, en creol) condensa un movimiento de solidaridad social entre los más pobres y oprimidos de la población haitiana.
Políticamente más complejo, a la distancia, es discernir si ellos no perciben su situación de miseria o como disfunción o como efecto político exclusivo del régimen dictatorial. Este aspecto incide en el refuerzo de la corrupción en los niveles empresarial y gubernamental. Se trata de obtener la máxima ganancia en el corto plazo. En economía, se privilegian las actividades especulativas. La política deviene enteramente un mercado de influencias. El Secretario Ejecutivo de la CEPAL, G. Rosenthal, ha sintetizado en su código esta situación al señalar que los gobiernos y los pueblos latinoamericanos deben resignarse a vivir en un mundo inequitativo (“Este es un mundo cruel…” enfatiza varias veces) en el que se debe funcionar sin poder alterar sustantivamente las relaciones entre países y sectores sociales fuertes y débiles (Gen Rosenthal: “La necesidad de actuar colectivamente” (entrevista), en El Día Latinoamericano, año l. No.43, 18-3-1991).
La misma CEPAL ha consignado esta constatación, producida durante los años ochenta, como la “década del doloroso aprendizaje”. Pero. claro, el “dolor” no se distribuye por igual entre los sectores sociales fuertes y los débiles. Esta última comprobación forma parte importante, sino decisiva, del aprendizaje político. No hemos considerado en este apartado ni, en general, en las Notas…, las conflictividades posibles entre los grandes actores del sistema mundial, por no ser centrales, en este momento, para este tipo de exposición.
Señalemos únicamente que la imagen de que ha cesado la conflictividad Este-Oeste debido al derrumbe del socialismo es enteramente ideológica. La conflictividad Este-Oeste se mantendrá, bajo formas diversas, mientras persistan las grandes potencias con sus respectivos proyectos hegemónicos.
El conflicto Este-Oeste es fundamentalmente un conflicto geopolítico, no ideológico. Que se trata de una explícita política social criminal lo demuestra, por ejemplo, el desmantelamiento del sistema de Salud Social en Chile, realizado entre 1973 y 1986. Durante ese período se liquida al Servicio Nacional de Salud y se lo reemplaza por otras instancias que sólo persiguen fines de lucro. Los consultorios y postas rurales son trasladadas a las Municipalidades y, por su intermedio, a la empresa privada en las llamadas Corporaciones de Desarrollo Comunal.
Una sola muestra del costo social de este mecanismo de privatización-exclusión: el porcentaje de desnutridos entre los excluidos por el mercado en Chile se eleva al 30%. La articulación ‘mejor’ tiene que ver con situaciones; la peor, con la dinámica fundamental del sistema.
Llamo de izquierda política (una imagen) en América Latina a aquellas organizaciones que programáticamente se han movilizado por una reforma agraria y por la integración y soberanía nacionales efectivas (estos son conceptos). Su trabajo se inscribe, normalmente, al interior de un modelo social de desarrollo (declarado actualmente muerto por la dominación) lo que supone su permanente referencia a un horizonte de esperanza aquí en la tierra. A partir de la escisión cuerpo/alma y del rechazo a la historia que puede atribuirse a imágenes recortadas del discurso evangélico, como “mi Reino no es de este mundo”. Pero su alcance es, obviamente, global. Es en el contexto de este deterioro que J. Petras, por ejemplo, analiza la “insignificancia política actual” de muchos de los intelectuales latinoamericanos (transformados en la década del ochenta en “trabajadores intelectuales”, es decir en un tipo de agentes de la conservación del statu quo).
Los grupos y sectores que reclaman justicia son descalificados principalmente mediante dos etiquetas: “populistas” (Alan García) y “revanchistas” (Madres de la Plaza de Mayo). Tanto los populistas como los revanchistas son agentes de la desestabilización y el caos. Desde luego, mediante o en este proceso y procedimiento puede difuminarse también el adversario fundamental contra el que se dirige la protesta o la reivindicación.
La acción de los grupos, tanto emergentes como históricos, puede, así, orientarse hacia la obtención de identidad y cohesión internas (ensimismamiento, corporativización) y perder o no ganar nunca un referente de totalidad (pérdida o no encuentro del sentido histórico, político, de la acción). Sometida a la altísima agresividad y destructividad del Orden Mundial, con sus actores internacionales y nativos, la pareja vanguardia +<->masas, “democrática” o centralizada, legal o armada, no logra acumular la fuerza política necesaria no ya para encabezar una política de desarrollo nacional, sino que para resistir la exclusión y la agresión y crecer.
El eje del movimiento popular debe derivar su fuerza hoy de la solidaridad y organicidad de múltiples y diferenciadas organizaciones populares (sociales y políticas, para usar el lenguaje tradicional), cada una de las cuales obtiene su vigor de su raíz social y de su representatividad siempre puestas al día. Una ilustración esquemática: algunos grupos feministas obtuvieron su impulso inicial desde el exterior (Europa, EUA).
Desde este inicio, vinculado al polo Internacionalmente Integrado pueden o estancarse en una lucha estéril (“el enemigo son los hombres”) o historizarse (lucha por la reivindicación social y personal de la mujer, con el hombre, contra el capitalismo salvaje y el patriarcalismo).
Claro que todo esto último se dice mucho más fácil de lo que se hace. “Movimiento social” es una categoría de análisis más específica que “actor social”. Designa una acción colectiva que enfrenta a formas sociales opuestas de utilización de los recursos y de los valores culturales. La lucha campesina contra la propiedad latifundista y por una Reforma Agraria con dimensiones económico-sociales, políticas y culturales, ilustra adecuadamente la noción de “movimiento social”.
Participación de base, conflictividad, discernimiento de lo que se debe atacar y cambiar para lograr los objetivos propios son componente sustanciales de la noción de ‘movimiento social’. Por “actor social” entendemos aquí, en cambio, latamente, un agente social identificable cuyas acciones provocan efectos sociales. Los movimientos sociales y los actores sociales no se relacionan en términos de mutua exclusión. La articulación negativa refuerza lo que se considera hoy una crisis del Estado.
Pero debe recordarse que éste no lo está por su exceso de ocupaciones o su gasto desmedido sino porque no posibilita ni promueve la vida de su sociedad civil. La exigencia del pleno empleo sintetiza bien los alcances de una política de integración económico-social y de solidaridad nacional. Antes, el pueblo efectivo tenía un solo rostro: militante y de clase, y esto orientaba su lucha directamente contra el Gobierno y el Estado.
Múltiples rostros implican múltiples identidades y múltiples luchas y enemigos, luchas en las que el gobierno y el Estado pueden resultar aliados eventuales. Pero, claro, esto resulta imposible sin una capacidad para ejercer presión social sobre los gobiernos y Estados. Cf. Hinkelammert: “Nuestro proyecto de nueva sociedad en América Latina. El papel regulador del Estado y los problemas de la auto-regulación del mercado”, en: Pasos, No. 33.
En el trabajo se apunta hacia una nueva conceptualización del Estado que descansa en la categoría de totalidad tensional (Marx) y no en la imagen de infra y superestructura y supone una teoría general de la resistencia social bajo la organización capitalista de la vida, todavía no desarrollada. Después de la explosión social contra el presidente C.A. Pérez (Venezuela, 1989), los organismos financiero internacionales se han mostrado dispuesto a otorgar algunas migajas para paliar el costo social de sus programas de ajuste.
Parte de estas migajas son empleadas por las oligarquías nativas para corromper abierta o encubiertamente a los dirigentes sociales populares (comprándolos o becándolos, por ejemplo) o para conceder selectivamente privilegios a los frentes sociales mejor activados y, por ello, potencialmente más peligrosos. En cuanto a la conversión de naturaleza por deuda, ésta se ha transformado en un gran negocio especulativo financiado por el Estado (Cf., por ejemplo: CEPAL: El desarrollo sustentable: transformación productiva, equidad y medio ambiente).
Ninguna de estas demandas puede ser satisfecha por las actuales formas y tendencias de la acumulación mundial. De hecho, el sentido de esta acumulación ni siquiera las considera legítimas. Tanto si lo consideramos como oligarquía nativa o como burguesía central o como capital, el antiguo sujeto histórico llena los requerimientos de constituirse como un actor político determinante y de ser capaz de entregarle a la existencia social, sino un sentido de vida, una realidad de destrucción y muerte, puesto que así es como materializa su utopía y su dominación.
Por esto, el Nuevo Sujeto Histórico se quiere así mismo revolucionario. Ambos ejemplos están orientados: autoproducción de conocimiento popular y adhesión cristiana a la lucha popular son elementos decisivos para una resistencia latinoamericana real. La propaganda desea identificar “Estado triunfante” con “sociedad triunfante”. Así, por ejemplo, el presidente Bush insiste en que en la guerra en el Golfo Pérsico venció “todo lo que es correcto”. En realidad, una sociedad (y un mundo) que es capaz de apoyar un crimen de esa magnitud es profundamente obscena y puede considerarse dramáticamente enferma. En la guerra contra el pueblo de Irak venció, en realidad, un Estado apoyado en su superioridad geopolítica y técnica. Estado al que desearíamos la sociedad norteamericana, en algún momento, no apoyarse.

July 4, 2017

July 4

July 4, 2017

1. I’ve heard it said that it was the act of fighting and dying in the Civil War that earned slaves and freed Black people their citizenship rights.

There is obviously truth in that notion.

But leaving it there misses an important point. Citizenship rights shouldn’t have to be “earned.” They should be inalienable, natural, and universal, that is, derivative from our humanity. Clearly neither whiteness (nor gender nor property rights) should be a condition for obtaining and exercising these rights. Nor should they depend on combat credentials.

But, obviously, we don’t live in a just world in which full citizenship is the unqualified birthright of every person. In the case of the African American people, their unrelenting struggle for full citizenship rights continues to this day. And, as at the time of the Civil War, it carries great moral and political force not only because they spilled blood in the Civil War and wars that followed (despite the fact that Black troops were segregated and discriminated against until after World War II). But, more broadly, because they can righteously claim long seniority in this land, a singular and outsized contribution to the nation’s economic take off and subsequent development (obtained by violently coerced unpaid and then underpaid labor) and, not least, their front row position in every phase and dimension of the country’s democratic and progressive advance.

And that history also is the social and material basis for full restorative justice and remuneration on the stockpile of promissory notes earned by and owed to the African American community.

2. Below is an excerpt from Frederick’s Douglass on July 4, 1952 in Rochester, NY. It retains its power today, especially against the background of the rise of right four decades ago and Trump’s election last year.

“Fellow-citizens, I will not enlarge further on your national inconsistencies. The existence of slavery in this country brands your republicanism as a sham, your humanity as a base pretense, and your Christianity as a lie. It destroys your moral power abroad: it corrupts your politicians at home. It saps the foundation of religion; it makes your name a hissing and a bye-word to a mocking earth. It is the antagonistic force in your government, the only thing that seriously disturbs and endangers your Union. it fetters your progress; it is the enemy of improvement; the deadly foe of education; it fosters pride; it breeds insolence; it promotes vice; it shelters crime; it is a curse to the earth that supports it; and yet you cling to it as if it were the sheet anchor of all your hopes. Oh! be warned! be warned! a horrible reptile is coiled up in your nation’s bosom; the venomous creature is nursing at the tender breast of your youthful republic; for the love of God, tear away, and fling from you the hideous monster, and let the weight of twenty millions crush and destroy it forever!”

3. Here is a song, Independence Day, written and sung by Bruce Springsteen. Actually, it has nothing to do with July 4, except perhaps in a very roundabout way, But I thought I would include it in this post. It resonates deeply with me. It’s about Springsteen’s conflict and eventual break with his father.

I had a similar Independence Day. Like Springsteen, I had conflicted feelings toward my father in my younger years. He could be kind and gentle. He was never absent in a physical sense, and he provided for our family. I also knew his life hadn’t been easy. He lost his father and moved from Canada to Maine at a young age, dropped out of high school early on, and did sweated labor his whole working life. He also suddenly lost his first wife (my mother) in his early fifties and surely felt ill equipped to raise three young boys, which as it turned out he didn’t have to do, thanks to my elderly grandmother and my step mother whom he married a couple of years after my mother’s death.

But my father also struggled with the terrible illnesses of alcoholism and depression. And when drunk, which was too many weekends, he got mean and verbally abusive. Needless to say, that took its toll on me and the rest of the family. So much so that when my father reached the ugly side of drunk on Christmas Day 1968, as we were sitting down for dinner, I snapped and left the table, and took a bus to Portland where I spent a couple of nights in the YMCA before making my way back to Connecticut, where I was then living and going to school. I forget exactly what I said as I walked out the door on that cold, wintry day other than he would never see my face on a holiday again — a promise that I unfailingly kept to his final day.

At the time it seemed like the right thing to do, and even a half century later I still think I did what I had to do. If I have any regrets it is that we never found a way to talk about our troubled relationship, even when he was at death’s door. I told him how much I loved him as I sat by his hospital bed, but we left it at that. Neither one said a word about the earlier pain between us.

But since then I have had many imaginary conversations with him. In fact, as strange as it may seem, I sometimes wish that we could sit down for a good drinking session in a neighborhood bar. I figure that some of the walls of loneliness, heartache, and anger that surrounded and divided us might melt away as we drained a glass or two of beer. Maybe it’s wishful thinking, but who knows? Sometimes drink can open a person’s heart and give voice to deep heartache, as the juke box plays and someone yells, “drinks all around.”

4. A left that doesn’t contest with the right over the meaning of national traditions, symbols, and historical events isn’t doing itself any favors. If we are looking for an example of someone who did this, we can probably do no better than to turn to the life and legacy of Martin Luther King. He was in my opinion the outstanding revolutionary democrat of the 20th century insofar as he sunk his program, oratory, and vision of radical democracy into the best of our nation’s traditions and broadly appealed to the American people.

5. Any strategic policy worth its salt should not only point out the main obstacle to social progress, but also the larger class and social forces that have to be assembled if there is any hope of slaying the immediate dragon and moving on to confront other dragons that block the doorway to freedom. Once this is done then a whole range of other questions — issues of struggle, forms of action, approach to unity, main sites of mass engagement as well as popular demands, slogans, and messaging become easier to resolve on grounds that move beyond individual political preferences and rest on larger objective realities.

Aproximación a la obra de Rosa Mena Valenzuela (2013)

Aproximación a la obra de Rosa Mena Velenzuela (2013)

A propósito de la trayectoria y el trabajo de esta artista plástica salvadoreña.
Por Mario Castrillo
El 12 de septiembre se desarrolló en el Museo de Arte de El Salvador un conversatorio sobre la vida y obra de Rosa Mena Valenzuela en el cual participaron Luís Lazo, Jaime Balseiro, Marta Eugenia Valle, Mario Castrillo y Roberto Galicia, quien coordinó el evento.
Antecedentes inmediatos
Haré un intento de situar a Rosa Mena Valenzuela coma artista plástica en su contexto histórico en El Salvador.
En nuestro país, la mujer se desarrolló primeramente en el ámbito literario y político. Es hasta en la década de los años 50 del siglo pasado cuando incursiona en las artes plásticas, siendo Rosa Mena Valenzuela es una de las más destacas artistas.
Dentro de la literatura, Ana Guerra de Jesús incursiona en la literatura en el siglo XVII, es la primera mujer en desarrollar actividades que no fueran las del trabajo domestico de la cual tenemos registro.

Elena Salamanca ha desarrollado una investigación sobre el papel de las mujeres salvadoreñas dentro de las estructuras de las cofradías de San Lucas Cuisnaguat. Registra el nombramiento de Francisca de Rosario como “tenance” de la Cofradía de san Lucas Evangelista, cargo que compartió con Alexandro Martín. Salamanca afirma que el pueblo de Cuisnauat guardó durante más de 350 años una serie de libros de la Cofradía en la que figuran 28 nombres de mujeres indígenas que fueron elegidas a cargos públicos en 1795. Una década después se registra la actividad de Juana Ygnocente, como tenance mayor, y María Tomasa y Dominga de la Cabrada sus compañeras, en 1797; y “1º Capitana María del Socorro, su compañera María de la Asunción, Juana Eligilca, María Ramos, Micaela Gerónima, en 1799. Salamanca, Elena. Mujeres comunes del siglo XVII. Segunda entrega. El Faro, El Ágora, 20 de junio de 2012.

Por su parte Carlos Cañas Dinarte hace referencia a las sublevaciones ocurridas en Santa Ana, el 17 y el 24 de noviembre de 1811, de igual manera registra levantamiento en Metapán, entre el 24 y el 26 de noviembre y el 29 de diciembre de 1811 se alzó Sensuntepeque, participando en estos levantamientos decenas de mujeres.

En San Miguel, Santa Ana y San Vicente durante el segundo intento emancipador de San Salvador y en San Salvador mismo, realizado el 24 de enero de 1814, participan igualmente mujeres.

En la fundación de la Sociedad Confraternidad de Señoras de la República de El Salvador juega un papel destacado María Solano Álvarez de Guillén, esto sucede el 19 de abril de 1922.

En el siglo XIX destaca Ana Dolores Arias y Aurelia Lara. Dentro del modernismo que impulsara en nuestro país Francisco Gavidia destacan en las letras las escritoras María Álvarez de Guillén Rivas, María Mendoza de Bratta, María Loucel y Soledad Mariona Alas. A ellas debemos agregar a Antonia Galindo, Luz Arrué de Miranda, María Teresa de Arrué, Florinda B. González, Jesús López, Mercedes Quinteros, Antonia Navarro, primera mujer graduada en la Universidad de El Salvador. Hay que mencionar de igual manera en la órbita literaria, a Alice Lardé de Venturino. Mención especial merece Lilian Serpas, Amparo Casamalhuapa, Tula Van Severén, Blanca Lidia Trejo, Bertha Fúnez Peraza.

Dentro del Grupo Cactus (1933) junto a Alberto Guerra Trigueros, Salarrué, José Mejía Vides destacan Emma Posada y Mercedes Viau Rochac. Seis años después (1940) se conforma el Grupo Seis a los cuales pertenece Antonio Gamero, Manuel Alonso Rodríguez, Oswaldo Escobar Velado, Alfonso Morales, Cristóbal Humberto Ibarra y las mujeres Matilde Elena López, Margot O´connor y Pilar Bolaños. A finales de los años 40 y principios del 50 del siglo pasado publican obra poética Dora Guerra, Juanita Soriano de Ayala y Claribel Alegría de Flakol. (Luis Gallegos Valdés. Panorama de la Literatura Salvadoreña, Juan Felipe Toruño, Desarrollo Literario de El Salvador).
Durante el siglo XX, en 1944 durante el derrocamiento del régimen martinista” una serie de mujeres se dedican al periodismo e inician el cultivo de las artes, entre ellas: Lydia Valiente, María Loucel, Ana Rosa Ochoa, Claudia Lars, Lilian Serpas, Lavinia de Flores, Margarita de Nieva, Rosa América Herrera, Laura de Paz, Mercedes Maití de Luarca, Rosa Amelia Guzmán, Clara Luz Montalvo, Tránsito Huezo Córdova de Ramírez y Mercedes de Altamirano. Cañas Dinarte, Carlos. El poder del voto femenino. El largo camino hacia el voto femenino. http://www.elsalvador.com/vertice/2004/210304/deportada.html
En el derrocamiento de Martínez jugaron un papel importante María Loucel, Lydia Valiente, Pilar Bolaños y Matilde Elena López. Es imprescindible mencionar a Altagracia Kalil y a Adelina Suncín a quienes el poeta Oswaldo Escobar Velado dedicara uno de sus más ardorosos poemas: Romance de las dos mujeres, en su libro inigualable: Árbol de Lucha y Esperanza editado por la imprenta Arias en 1951.
Durante el gobierno del coronel Oscar Osorio, quien dirigió el destino del país durante los años de 1950-1956, se emprendieron unas series de reformas sociales y de modernización del país. Contradictoriamente a su programa populista se adhirió la corrupción y una férrea represión al movimiento popular.
En ese ámbito surge la Generación Comprometida que marcó un hito en la literatura nacional; dentro de esta Generación podemos mencionar a Mercedes Durand e Irma Lanzas. Dentro del área de lo identitario, María de Baratta juega un papel fundamental con su investigación Cuzcatlán típico editado en dos tomos por el Ministerio de Cultura en 1952.
Mujeres en las artes plásticas
Como precursor de la plástica salvadoreña es identificado Wenceslao Cisneros (1823-1878) pero la mayor parte de su trabajo artístico lo realizó en el exterior. Cisneros se fue muy joven del país hacia Europa primero y luego hacia Cuba, país en donde murió.
Es más tarde que surgen personalidades que tendrán mayor impacto en el desarrollo de las artes plásticas en el país, entre ellos figuran Alberto Imery.
En este ámbito cultural y político hacen incursión las mujeres en las Artes Plásticas, siendo ellas Zélie Lardé y Ana Julia Álvarez. Zélie Lardé se desarrolló dentro del arte ingenuo o naif. Sin formación académica alguna en lo que a la plástica se refiere, esta mujer desarrolló un mundo donde reina la imaginación y lo espontáneo, lo ingenuo y lo intuitivo. Ana Julia Álvarez recibió formación plástica con Miguel Ortiz Villacorta, con Salarrué y con el guatemalteco Carlos Mérida. Ana Julia Álvarez se desarrolló dentro del Art Decó y el Fauvismo.
En esa época le fue concedida una beca a Julia Díaz en 1948 junto a Noé Canjura y Raúl Elas Reyes para estudiar pintura en Europa. Julia Díaz, alumna de Valero Lecha, es la primera mujer becada por el Estado salvadoreño y la primera en abrir una galería de Arte en El Salvador, la Galería Forma en 1958, después convertida en Museo.
En ese período se erige el Monumento a la Revolución de 1948, que diera origen a la Constitución de 1950, la más democrática que haya existido en El Salvador hasta estos días. En la elaboración de este monumento laboró Violeta Bonilla, quien cursó estudios en la Academia Valero Lecha, posteriormente, en México, fue asistente del muralista Diego Rivera, así mismo, estudió en la Academia de San Carlos y en la Esmeralda.
Olga Salarrué, hija mayor del matrimonio de Salvador Salazar Arrué (Salarrué) y Zélie Lardé, al igual que su madre y su hermana Maya, se dedica a las artes plásticas. Su producción es parca.
En este ámbito destaca en la plástica salvadoreña Rosa Mena Valenzuela (1924-2004), quien cursara sus primeros estudios en la Academia de Valero Lecha, Academia que mantuvo abierta sus puertas desde 1935 a 1968, siendo sus compañeros de generación Pedro Acosta García , Miguel Ángel Orellana , Ernesto San Avilés , Víctor Manuel Rodríguez Preza, María Teresa Ticas, Miguel Ángel Polanco, Bernardo Crespín. Rosa Mena Valenzuela continuó sus estudios en Europa gracias a una beca gestionada por Salarrué en 1960 ante el gobierno de Italia.

Influencias predominantes en la obra de Rosa Mena Valenzuela.
Para aproximarnos a su obra, es necesario remitirnos al surrealismo, al expresionismo, a las técnicas del grafismo, el papel y los objetos encolados y el collage. A nivel filosófico podemos ubicar a Rosa Mena Valenzuela dentro de la filosofía de Bergson, sobre todo en lo referente al concepto del Tiempo, tan importante en su obra.
La concepción del tiempo bergsoniano parte de que la vida es tiempo. No tiempo abstracto, sino tiempo real, concreto. Es una evolución, algo que se está haciendo a cada instante, el despliegue temporal de una fuerza libre y creadora, de un impulso vital. En Bergson, el tiempo está cualificado por la duración, que se presenta como una corriente de nuestros estados de conciencia, sin establecer separación entre el estado presente y los anteriores. La duración no es homogeneidad, sino heterogeneidad. En la duración no predomina la cantidad, sino la cualidad. El tiempo es la duración, el movimiento, el flujo de la conciencia, el prolongar el pasado en el presente.
En arte, la filosofía de Bergson se manifestó por excelencia en el cine, donde el límite del espacio y el tiempo son fluctuantes. El espacio pierde su estado estático y se torna dinámico, móvil, fluyente.
Su obra
Las obras de madurez de Rosa Mena Valenzuela producen la impresión de emplear el tiempo bergsoniano, donde los límites espaciales y temporales son flotantes, en ciertas formas difusas, donde acontecimientos concurrentes y simultáneos pueden ser mostrados sucesiva y simultáneamente en múltiples exposiciones y montajes. No solamente son simultáneos y concurrentes los acontecimientos sino también, y sobre todo, los estados del Alma.
En las obras de Mena Valenzuela tiene preponderancia lo gráfico, cobrando vital importancia la línea y sus valores, las manchas, las zonas raspadas sobre el lienzo, produciendo efectos de formas fantasmales, siendo consecuente con el expresionismo que se niega a reproducir lo burdo de la realidad e intenta alejarse de la lógica y del racionalismo.
En su obra, el dibujo espontáneo tiene prominente importancia. Interpreta gráficamente y de una manera personal lo que el tema le inspira. Sus obras están impregnadas de grafía, de signos, de símbolos. Todos ellos entremezclados con las figuras que insinúan y materializan a sus personajes y sus temas.
La iluminación es artificiosa. Sus personajes son seres retorcidos, la generalidad de las veces apenas insinuados por unas breves temblorosas líneas de pincel. Sus colores son fuertes y puros.
Rosa mena Valenzuela ha desarrollado el retrato, temas religiosos, la realidad nacional, especialmente durante el conflicto bélico del siglo recién pasado, y obras de desbordante y rica imaginación. Dentro de su producción destacan algunas apropiaciones, que ya es signo de posmodernidad, especialmente del artista español Diego da Silva Velázquez, en concreto las obras Las Meninas y las Hilanderas.
Muchos de los elementos que figuran en su obra han perdido sus funciones para desempeñar otras: las ventas, las puertas, las calles… Por ellos se penetra a un mundo desconocido que la artista va develando en sus obras.
En 1973 funda la Academia de Dibujo y Pintura “Rosa Mena Valenzuela” extendiendo desde ese año el cúmulo de sus conocimientos a sus alumnos y de donde han surgido importantes jóvenes valores formados por ella. Dos años después, se edita el libro “Rosa Mena Valenzuela” dedicado exclusivamente a su obra. El mismo año, la Asamblea Legislativa de El Salvador en Sesión Solemne le otorga “Pergamino de Reconocimiento”. Ilustra el Periolibro dedicado al antipoeta chileno Nicanor Parra, tarea que le es encomendada por los responsables del proyecto “Periolibros” de la UNESCO. En 1997, viaja a España en calidad de Invitada Especial para participar en la inauguración de la muestra itinerante IBEROAMERICA PINTA parte del Proyecto Periolibros, la cual se inauguró en la Casa de América, Madrid, España en el mes de octubre. El Consejo Nacional para la Cultura y el Arte (CONCULTURA), en 1998, organizó una Exposición Retrospectiva de la obra de Rosa Mena Valenzuela en la Sala Nacional de Exhibiciones en San Salvador. En los últimos años, la Maestra ha sido homenajeada por importantes instituciones gubernamentales y de la sociedad civil en reconocimiento a su genial labor dentro de la plástica nacional.
Su vida en fechas

1960 Su primera exposición la realizó en las instalaciones del Instituto Salvadoreño de Turismo (Istu) que aún se encuentra en la Calle Rubén Darío.
1963 Realizó un viaje a Nueva York (Estados Unidos) y a diversos países de Europa donde visita varios museos de arte contemporáneo.
1964 Ganó el premio República de El Salvador.
1973 Fundó su Academia de Dibujo.
1990 El Gobierno de Francia le otorgó la Orden de las Artes y las Letras.
2004 Murió el 6 de enero.

Navidad 1922

Navidad 1922
Miércoles, 04 Enero 2012
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Edgardo Quintanilla (*)

LOS ÁNGELES – A finales de diciembre de 2011 me encontré con el muralista, visionario, y artista salvadoreño Héctor Ponce, en la celebración de un cumpleaños para una amiga en común en una casa en las colinas de Hollywood cerca del observatorio Griffith. Ver www.hectorponce.com

Salió a cuento en nuestra plática su observación que El Salvador es un país maldito ya que en toda su historia siempre ha tenido que lidiar con la violencia a todo nivel social. Mi ciudad no es tampoco una excepción ya que terminó el 2011 con una racha de varios incendios de autos, garajes, y casas de parte de un incendiario de origen europeo que afectaron West Hollywood y el Valle de San Fernando. Pero nunca he escuchado a nadie decir que mi metrópolis angelina padece de una maldición sobre todo cuando es la capital del entretenimiento a nivel mundial. Escuchar www.jazzandblues.org.

Al contemplar la llegada del 2012 y recordar el terruño maldecido que Ponce rememora, reparo que pronto llegarán a esa vieja patria los usuales discursos políticos haciendo de la matanza del ’32 una lección para el presente. Asimismo se dejarán caer las huestes rojas que irán a la tumba de Farabundo Martí (1893-1932) en el Cementerio de los Ilustres en San Salvador para corear y vivar al líder comunista fusilado por un pelotón del ejército salvadoreño un primero de febrero.

Farabundo, ó Farrabundo como era también llamado por gustar a lo grande de la bebida alcohólica (uno de los hechos que lo alienó del abstemio líder Augusto César Sandino), nunca supo que en su nombre una revolución iba a ser pretendida ó un partido político salvadoreño iba a ser fundado y que a diferencia de Sandino nadie lo vería como un mesías de la luz y la verdad. Ver Marco Aurelio Navarro-Génie, “Augusto ‘César’ Sandino: Messiah of Light and Truth” (Syracuse University Press 2002).

Lo más seguro es que las reseñas oficiales del actual gobierno efemelenista no hagan ninguna referencia a la masacre de un lunes, 25 de diciembre de 1922, en el entonces glorificado “Paseo de la Independencia” de San Salvador. Ver Héctor Ismael Sermeño, “El Paseo Independencia”, contrACultura (Diario Digital), 5 de octubre de 2011. Debería de existir una mejor remembranza ya que casi han pasado 90 años del acontecimiento en un país donde han habido masacres al escoger, pero lo que distingue a esta masacre es que fue básicamente una masacre de una manifestación política de mujeres en una época en que la mujer salvadoreña no tenía el voto, no tenías los mismos derechos legales que un hombre, y era vista como el sexo débil. Ver Edgardo Quintanilla, “Consuelo Suncín en San Francisco,” ContraPunto, 17 de septiembre de 2010 (republicación).

Los académicos americanos Jeffrey Gould y Aldo Lauria-Santiago hacen una breve referencia a la única matanza política navideña en toda la historia de San Salvador en “To Rise in Darkness: Revolution, Repression, and Memory in El Salvador, 1920-1932” (Duke University Press 2008). Haciendo uso de un escrito hecho por un simpatizante de las marchantes, Miguel Ángel Hernández, dicen que ese día como un millar de mujeres de todas la clases sociales de San Salvador vestidas de azul ó con un botón azul en apoyo a un hombre político de oposición, un tal Tomás Molina, se congregaron a las dos de la tarde con pancartas para manifestarse y marchar por el lujoso Paseo Independencia bajo la mirada de sus compañeros de vida y familiares masculinos que iban a llevarlas a casa al terminar el evento, que empezaron a marchar a las cuatro de la tarde, que luego fueron agredidas por ametralladoras disparadas por elementos de las fuerzas armadas de El Salvador, y por macheteros de una organización paramilitar llamada Liga Roja compuesta de campesinos é indígenas, resultando con varias mujeres muertas y heridas. Ni Gould, Lauria-Santiago, ó Hernández dan por lo menos el nombre de una de estas mujeres que participaron en esa marcha fatídica.

Hay muchas preguntas que se forman sobre el incidente, empezando con los y las organizadores reales de la marcha, los nombres de testigos y testigas del suceso que debieron de haber contado lo que pasó en una narrativa que debió haberse repetido a lo largo de cuatro generaciones, si existen actas de defunción de las muertas, y por qué la ausencia de fotografías, de mujeres muertas tendidas en la tarde de una Navidad sansalvadoreña. No se sabe cuántas murieron.

Luego viene la duda, el escepticismo sobre lo que Gould, Lauria y Hernández pretenden recontar. En 1922 existía una amplia y clara división social de mujeres de alta sociedad y sus sirvientas en San Salvador, y si por ejemplo iban a misa, no iban a la misma iglesia, ni se sentaban en la misma banca. Ver Dana G. Munro, “The Five Republics of Central America” (Oxford University Press 1918). Dudo que haya sido una marcha de mujeres de todas las clases sociales.

Espero que desde el país maldito que me habla Ponce surja una novela, una película, una recreación imaginativa de esta masacre, ya que el arte ayuda a re-entender y cuestionar el pasado. Si era Navidad en el opulento Paseo Independencia, el olor a pólvora de la quema de cuetes de la noche anterior no se había ido, y la tarde bajo un cielo azul intenso bien pudo haber estado fresca en un San Salvador rodeado de cafetales donde las cortas ya habían terminado, mujeres sin nombre con vestidos largos hasta el calcañal con botones azules en el pecho, mirando impaciente hacia el poniente, hacia donde el sol caía sobre el volcán de San Salvador, esperando que la marcha empezara ó que 90 años más tarde se les diera un nombre.

(*) Abogado de ley migratoria en los Estados Unidos y columnista de ContraPunto

El largo camino hacia el voto femenino

El largo camino hacia el voto femenino
Carlos Cañas Dinarte
Durante los siglos de gobierno español, las vidas de las mujeres criollas, mestizas, indígenas y negras esclavas se desarrollaron entre el hogar, la iglesia, el hospital y la labranza.

Privadas de asistencia médica ginecológica y de acceso masivo a la educación elemental, salvo que se educaran mediante el sacrificio de su libertad al ingresar a alguno de los conventos de monjas de la región centroamericana, muchas de esas mujeres dependían de los hombres de su casa —padres, hermanos, esposos, cuñados— para escribir o leer documentos personales y judiciales.

Los hombres eran los únicos que poseían los rudimentos necesarios para leer, escribir y hablar “en Castilla”, el lenguaje importado por las tropas europeas de conquista y colonización.

Pese a ello, las leyes imperiales ibéricas cobraban tributo a las mujeres, por lo que les permitían realizar transacciones de fuertes sumas monetarias por tierras o por hatos de ganado, a la vez que les negaban derechos políticos como participar en las elecciones periódicas de autoridades municipales o de la intendencia.

Por estas y otras razones, no resulta extraño que las mujeres hayan tomado parte en muchos de los más importantes motines y alzamientos populares que hubo en la provincia sansalvadoreña y sonsonateca entre los siglos XVI y XVIII. Abrigaban la esperanza de que los cambios radicales les legaran una nueva sociedad que reconociera sus aspiraciones femeninas y les abrieran, de lleno, las puertas de la política, la educación y de la historia.

Aunque la participación política directa de las mujeres era casi nula en la Intendencia de San Salvador y en la Alcaldía Mayor de Sonsonate, la población femenina no se mantenía indiferente a los afanes por separarse de la corona española. Influidas por un fuerte sentido libertario, algunas “exaltadas mujeres” —como las definieron los informes judiciales de la época— tomaron parte en las acciones independentistas de noviembre y diciembre de 1811, realizadas en San Salvador, Metapán y Sensuntepeque.

Entre aquellas olvidadas mujeres destacan las metapanecas Juana de Dios Arriaga, Úrsula Guzmán, Gertrudis Lemus, Micaela Arbizú, Sebastiana Martínez, Manuela Marroquín, Patricia Recinos, Rosa Ruiz, María Isabel Fajardo, Luciana Vásquez, Juana Vásquez, Juliana Posada, Feliciana Ramírez, Petrona Miranda, Teresa Sánchez, Eusebia Josefa Molina y María Teresa Escobar, al igual que las santanecas Juana Ascencio, Dominga Fabia Juárez de Reina, Juana Evangelista, Inés Anselma Ascencio de Román, Cirila Regalado, Irene Aragón, Romana Abad Carranza, María Nieves Solórzano y Teodora Martín Quezada.

Estos grupos estuvieron encabezados por la viuda María Madrid y la joven Francisca de la Cruz López, quienes, tras ser capturadas y sometidas a largos interrogatorios y acusaciones de alta traición contra el imperio ibérico, fueron liberadas gracias al indulto promulgado el 3 de marzo de 1812.

Pero también hubo bajas en el sector libertario femenino. Así, María Feliciana de los Ángeles Miranda fue procesada y ejecutada, en público, en la plaza central de la ciudad de San Vicente de Austria y Lorenzana, a inicios de 1812. Hasta la fecha, es la única independentista salvadoreña que ha sido reconocida como prócer, mediante un decreto legislativo de noviembre de 1976.

Aparte de estas mujeres a las que la historia tradicional salvadoreña ha alejado del sitial de promotoras de la independencia centroamericana y fundadoras del Estado salvadoreño, a partir de 1814 otras mujeres sirvieron como defensoras judiciales de sus esposos, padres o hermanos, encarcelados en las ciudades de Guatemala y San Salvador, de las que los liberaron con éxito.

Este fue el caso de María Teresa Escobar, María Felipa de Aranzamendi y Aguilar, Ana Andrade Cañas y Manuela Antonia de Arce y Fagoaga.

Mujeres y feminismo

Durante buena parte del Siglo XIX, las salvadoreñas sólo tuvieron presencia en tres terrenos sociales.

El magisterio, la poesía y los campos de batalla fueron esos escenarios. Por esto, no es raro encontrar vagas referencias a mujeres connacionales que, en compañía de los soldados regulares, defendieron al país y a la ciudad de San Salvador en acciones bélicas contra el Imperio Mexicano del Septentrión (1822-1823) o contra las tropas guatemaltecas que invadieron y sitiaron a San Salvador, en 1863, para derrocar al general Gerardo Barrios.

Como el Siglo XIX estuvo marcado por las guerras centroamericanas y las revoluciones nacionales, tampoco resulta extraño que una de las primeras organizaciones de notable presencia femenina fuera la de la Cruz Roja Salvadoreña, fundada en 1885 y una de cuyas primeras acciones fue la de auxiliar a los heridos en la batalla de Chalchuapa de inicios de abril de ese año, librada contra las fuerzas invasoras guatemaltecas.

Después, los intereses organizativos femeninos se volcarán hacia la organización y edición de revistas literarias, como “Ramo de violetas”, publicada en 1890 en San Salvador, bajo la dirección de Rafaela Contreras (1869-1893), escritora que hizo suyo el nuevo lenguaje “azulino” propuesto por Rubén Darío, al grado tal que escribió muchos cuentos modernistas que, por décadas, fueron confundidos con los del escritor nicaragüense. En junio de 1889 se convirtió en la primera esposa del bardo.

Hacia el fin de esa centuria e inicios del Siglo XX, El Salvador contaba ya con algunos de los primeros clubes o asociaciones femeninas que trabajaban por la regeneración social de las mujeres y por obtener el derecho al voto.
Una de estas organizaciones fue el club feminista “Adela de Barrios”, establecido en la ciudad de Ahuachapán en momentos en que comenzaba a estremecerse la sociedad salvadoreña con la llegada de ideas femeninas sufragistas, las faldas cortas y los reducidos cortes de pelo. Eran corrientes que provenían de Europa y Norteamérica que pronto fueron condenadas por los sacerdotes desde sus púlpitos, que no tuvieron mucho éxito con las amenazas de excomunión.

¡A las calles!

En 1890, algunas salvadoreñas de espíritu combativo iniciaron un proceso que estaba llamado a causar una verdadera revolución legal en el país.

Se trataba de alcanzar el que fue denominado por la revista “La juventud salvadoreña”, como “el más importante y elemental de los derechos del ciudadano en la democracia moderna”: el sufragio o derecho al voto para todas las salvadoreñas, hasta entonces excluidas de las decisiones políticas del país.

Influidos por las ideas modernas vigentes en otras latitudes, esas mujeres y algunos intelectuales alabaron los inicios del proceso, que contaba con fuertes apoyos en la recepción de socias en la Academia de Ciencias y Bellas Artes de San Salvador (mayo de 1888) y en la graduación de la primera universitaria centroamericana, con el doctorado obtenido en septiembre de 1889 por la salvadoreña Antonia Navarro Huezo (1870-1891).

Para muchos de sus contemporáneos masculinos, esos esfuerzos fueron atrevidos, pioneros, abanderados o locos, según quien los interpretara.

Incluso, algunos llegaron a tildarlos de descabellados, cuando los diputados de tres países centroamericanos, reunidos en la capital hondureña, promulgaron la última Constitución Federal del Istmo, en septiembre de 1921. Allí, en letra muerta desde el inicio mismo de su redacción, quedó consignado el derecho al voto para las guatemaltecas, salvadoreñas y hondureñas.

Ciudadanía y sufragio
En San Salvador este logro fue celebrado con repique de campanas, misas solemnes de acción de gracias y otros eventos sociales.

Después de eso, el silencio electoral fue evidente.

Estimulada por aquella acción legal, el 19 de abril de 1922, una salvadoreña de ascendencia colombiana, María Solano Álvarez de Guillén Rivas, fundó la Sociedad Confraternidad de Señoras de la República de El Salvador, la que contó con el apoyo de la Liga de Mujeres Neoyorquinas.
En una de sus primeras marchas por el centro capitalino, realizada el día de Navidad para apoyar al candidato presidencial de la oposición, doctor Miguel Tomás Molina, la respuesta gubernamental fue de fuego y sangre: uniformadas de azul, veintidós de las participantes murieron acribilladas a tiros.

Sin embargo, el baño de sangre no detuvo los ímpetus y afanes de las organizaciones de mujeres sufragistas, pues el fin era lograr apoyo político para alcanzar el derecho al voto y el reconocimiento a su ciudadanía. Por entonces toda mujer nacida en suelo salvadoreño estaba privada de nacionalidad propia, por lo que al casarse con un extranjero adoptaba, de inmediato, la nacionalidad de su esposo.
Así lo denunció la escritora Alice Lardé de Venturino en una carta dirigida a su cuñado Salarrué, la cual le remitió desde Buenos Aires, en enero de 1928: “Amo a mi patria hasta el dolor. Amo a esta patria mía que me niega —por sus leyes arbitrarias y crueles—, a esta patria mía que me ha visto crecer, y que ha presenciado los terribles sacudimientos de amor y dolor con que me abrió los ojos a la Verdad, el Destino, y que, a pesar de todo esto, por sus leyes antipatrióticas, me niega el derecho de llamarme suya, de llamarme salvadoreña, que al casarme, por una cláusula que deben abolir cuanto antes, perdí o quieren que pierda y que yo, a pesar de todo esto, grito con más amor que nunca: ¡Soy salvadoreña! ¡Soy salvadoreña! Que mi grito tremendo llegue hasta el corazón de mi patria y al ser conmovido por él, griten los salvadoreños en mi nombre para que reformen la ley, aboliendo esta cláusula que hace perder a la mujer su derecho de nacionalidad patria”.

El sufragismo femenino internacional había cobrado presencia en países anglosajones y europeos, al grado tal que España había ya consignado el voto femenino en su legislación, a partir del primer día de octubre de 1931, gracias a las encendidas intervenciones hechas por la activista y diputada Clara Campoamor (1888-1972).

Cuatro años más tarde, en enero de 1935, las capitalinas Emma Aguilar, Nelly Hernández, Irene Chicas, Amanda Rodríguez, Paula Alvarenga, Juana Araujo, Dominga López y Elvira Vidal se convirtieron en las primeras salvadoreñas en ejercer el voto, aunque, por decisión del Dr. José Casimiro Chica, presidente de la junta electoral de San Salvador, sus papeletas les fueron tomadas en forma honoraria, pero sin que contaran para el escrutinio final, en franca violación al Artículo 180 de la Constitución de 1886 y a las listas de personas electoras del municipio capitalino.

Por la creciente presión social, el 5 de diciembre de 1938 la Asamblea Legislativa emitió una ley en la que reconoció que tenían derecho al voto las casadas mayores de 25 años, que presentaran su cédula de vecindad y su acta matrimonial, mientras que las solteras debían tener más de 21 años de edad y un título profesional o ser mayores de 30 años y poseedoras, al menos, del certificado de sexto grado de escolaridad. Así quedó consignado en la Constitución Política de 1939, aunque tuvo poca aplicación práctica.

Frente a la dictadura

Durante el régimen dictatorial de 1931 a 1944, algunas salvadoreñas se dedicaron al periodismo como profesión. Asimismo cultivaron las letras, las artes y las ciencias; algunas veces a través de medios de moda, como la radiodifusión.

Allí se consolidaron nombres de escritoras y sufragistas, como Lydia Valiente, María Loucel, Ana Rosa Ochoa, Claudia Lars, Lilian Serpas, Lavinia de Flores, Margarita de Nieva, Rosa América Herrera, Laura de Paz, Mercedes Maití de Luarca, Rosa Amelia Guzmán, Clara Luz Montalvo, Tránsito Huezo Córdova de Ramírez y Mercedes de Altamirano.

En sus programas de radio, estas mujeres abarcaban temas propios de su momento: discusiones en torno al sufragio femenino parcial, los derechos ciudadanos de las mujeres, la prostitución, la violencia intrafamiliar, la educación femenina formal e informal, el alcoholismo, la mortalidad infantil, la maternidad y paternidad irresponsables, la delincuencia organizada, el trabajo femenino y otros más.

Estas escritoras y periodistas, en su mayoría jóvenes, contaban con el apoyo del semanario capitalino “Azogue”, editado en febrero de 1938 con la misión de contribuir al mejoramiento social de la mujer salvadoreña, entendida “no sólo como mantenedora del hogar, sino como opinante y como fuerza social”, que se puso de manifiesto en las acciones cívico-militares de abril y mayo de 1944, cuando varios sectores del pueblo salvadoreño se organizaron y derrocaron la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez.

Tras superar muchos prejuicios, las mujeres que luchaban por el voto universal y los demás derechos femeninos contaron con poderosos aliados en los gremios obreros y en el ambiente prodemocrático creado en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Esto condujo a una toma colectiva de conciencia, en especial en organizaciones como la Juventud Democrática Salvadoreña (1941) y el Frente Democrático Femenino, cuyas acciones serían decisivas en la lucha antitotalitaria de abril y mayo de 1944, que condujo al derrocamiento del régimen martinista.

Pese a que, en septiembre de 1944, millares de mujeres marcharon por las calles de San Salvador para solicitar la puesta en marcha del voto irrestricto, el Poder Ejecutivo declaró que ese no era un tema de su competencia, sino de la Asamblea Legislativa. El voto universal aún tendría que esperar mejores momentos políticos.

Tras nuevas discusiones, en enero de 1946, el derecho y deber ciudadano al voto fue universalizado hasta que entró en vigencia la nueva Constitución política, promulgada en septiembre de 1950. Por entonces hacía ya varios meses que funcionaba la Liga Femenina Salvadoreña y estaba en circulación su fuerte órgano informativo titulado, “El heraldo femenino”, que fue fundado el 14 de julio de 1950. Sin embargo, el trabajo publicitario por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en El Salvador fue realizado por la Liga desde 1947, mediante las páginas editoriales de periódicos como “El Diario de Hoy”, “La Tribuna” y “Tribuna Libre”.

Si bien es cierto que medio siglo más tarde ese panorama ha cambiado, aún falta mucho trabajo por hacer y muchos cambios por lograr para que la igualdad de derechos entre hombres y mujeres sea una realidad cotidiana en El Salvador. Y, para eso, el voto es una arma poderosa en manos de hombres y mujeres de cualquier credo, razón social o ideología política, porque es una de las más altas expresiones de su libertad y de su apoyo al ejercicio democrático que el sufragio representa.

Crisis, volver a las fuentes (2008)

Crisis, volver a las fuentes

Jorge Luis Cerletti
herramienta.com.ar

“La estabilidad mundial está en tela de juicio”(del director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn)
Esta verdad de Perogrullo, dicha en medio de la conmoción económica actual, sólo tiene relevancia en función de quien la dijo: el director de la alicaída institución mundial que patrocina los intereses del gran capital y de las naciones hegemónicas.
La ininterrumpida marea de información da cuenta de los desastrosos efectos de la resonante crisis del sistema capitalista mundial y de los esfuerzos por ponerle freno de parte de los gobiernos implicados. Paralelamente, las “críticas” de los responsables del desmadre financiero expresan un cínico mea culpa para capear la tormenta en defensa de los negocios que ellos representan.
Discursos engañosos del poder dominante que enmascara su verdadero rostro sin poder ocultar los conflictos que se agravan y las sordas luchas por ver quiénes y cómo se pagan los costos. Remembranzas del crack del 29/30 que responde al mismo código genético que portan los sucesos actuales. Muestras superlativas de los recurrentes procesos cíclicos que van del auge a la depresión de distintos grados de intensidad y extensión, consustanciales a la economía capitalista que es el alma de la política vigente hoy en el mundo.
Esta crisis económica y sus proyecciones en el campo político y social tiene alcances tan impredecibles como extraordinaria es su magnitud. Los reacomodamientos a que dé lugar y las perspectivas abiertas inquietan a sus gestores que pretenden adivinar el curso de los acontecimientos soslayando la matriz que los nutre. Matriz que motiva nuestras reflexiones y que se expresa en los fantásticos números en danza que exhiben las agudas contradicciones del capitalismo. Y aunque todavía no se avizoran alternativas reales al mismo, la importancia de la crisis actual estimula el desarrollo de los embriones que anidan en las distintas sociedades y que alimentan nuevas políticas opuestas al deletéreo imperio del capital.
Algunas cuestiones teóricas y los números “indigeribles”.
En épocas de crisis, en que el crédito se reduce o desaparece en absoluto, pronto el dinero se enfrenta de pronto de un modo absoluto a las mercancías como medio único de pago y como la verdadera existencia de valor. De aquí la depreciación general de las mercancías, la dificultad, más aún, la imposibilidad de convertirlas en dinero, es decir, en su propia forma puramente fantástica. (El Capital, Carlos Marx, T.III, p.484)
…la crisis capitalista es una crisis de sobreproducción de valores de cambio. Se explica por la insuficiencia, no de la producción o de la capacidad física de consumo, sino de la capacidad de pago del consumidor. Una abundancia relativa de mercancías no encuentra su equivalente en el mercado, no puede realizar su valor de cambio, resulta invendible y arrastra a sus propietarios a la ruina. (Tratado de economía marxista, Ernest Mandel, T.I, p.320)
El formidable despegue del capital financiero especulativo respecto del capital productivo está en la raíz del estallido de la burbuja que comenzó con el derrumbe de los créditos hipotecarios en los EE.UU. que ilustran la avidez por la ganancia fácil, sin sustento real, propio de los mercados derivados (los que operan sin un valor intrínseco).
El capital financiero nace del ahorro de la parte no consumida del producto social transformada en capital dinero por los Bancos y que también incluye el valor excedente del capital fijo no empleado en su renovación hasta que se completen las amortizaciones que habilitan su reposición. Ésta es la base real en que se asienta el crédito, indispensable para impulsar el proceso de acumulación capitalista.
Condición sistémica al margen de los complejos instrumentos financieros que potencian los recursos disponibles. Pero cuando éstos se independizan de dicho soporte y de la producción de mercancías reales generando una masa de valores ficticios, tarde o temprano emergen las crisis que evidencian las contradicciones internas del sistema y cuya magnitud surge a posteriori según sean los factores que intervienen en cada caso.
Ellen Brown en su artículo“¿Por qué el Banco Federal va al rescate de la más grande compañía de Seguros del Planeta?” del 26/9/08, publicado en el blog de Repro, dice:
…el negocio de los papeles derivados ha crecido en forma exponencial, y en este minuto es mayor que la entera economía global. (…) El producto doméstico bruto de todos los países del mundo es solamente cercano a los 60 trillones de dólares. (…) Ellos (los jugadores) pueden apostar el dinero que no tienen y ahí aparece el riesgo. [Un trillón es igual a un millón de billones, o sea, la unidad seguida de 18 ceros.]
Consideremos ahora sucintamente conceptos teóricos que desnudan la esencia del sistema capitalista y que hacen inteligible la marea informativa con las abismales cifras que nos abruman.
La teoría del valor de Marx ha sido ignorada cuando no vilipendiada por la derecha, algo razonable en función de sus intereses, pero también ha sido cuestionada por izquierda con argumentos nada convincentes como los aportados por Toni Negri. Mas, ésta es una discusión de otra índole que cae fuera del objeto de este artículo.
No pretendemos deificar la ley del valor ni negar los trabajos que la puedan enriquecer. Sencillamente consideramos que sus fundamentos constituyen una base sólida para interpretar el funcionamiento del capitalismo. Fundamentos que, por cierto, se deben adecuar a los análisis de las situaciones concretas y a la dinámica de cambios del sistema. Pero justamente por tratarse de un sistema y en la medida en que no cambie su naturaleza, el eje vertebral de sus conceptos siguen teniendo vigencia. Otra cosa es su transplante al campo político que dio lugar a diversas interpretaciones como las que alentaron un determinismo economicista que fue desmentido por los hechos. Lo cual, en cierta y menor medida, también comprende al mismo Marx.
Los momentos de crisis, indisociables de los ciclos capitalistas, permiten apreciar los aciertos de su edificio teórico. Y como es imposible sintetizar en unas pocas líneas semejante construcción, sólo apuntaremos algunos núcleos que ayudan a visualizar las entrañas del despegue que venimos comentando.
El funcionamiento de la reproducción ampliada del capitalismo se asienta en el capital productivo que es el único que genera valor. El capital mercantil y el capital dinero (base del financiero) son momentos del ciclo del capital en su conjunto y no añaden valor sino que participan de la plusvalía en virtud de la ganancia comercial y del interés.
Ese plus valor nace de una mercancía muy particular, la fuerza de trabajo cuyo precio lo expresa el salario con que el capital paga la potencialidad del trabajo del obrero que se pone en acto a través de la producción. Pero lo que compra no es el equivalente de lo que produce aquél sino la parte que repone los medios de subsistencia del trabajador (variable según las características de cada sociedad y los momentos históricos). En realidad, compra la capacidad de realizar trabajo y no lo que éste rinde efectivamente.
De esa diferencia brota la plusvalía apropiada por el capital y que, en buen romance, expresa la explotación propia de este orden social. Explotación invisibilizada por la transmutación del trabajo que esconde la parte gratis que los obreros ceden involuntariamente a sus patrones. Semejante escamoteo, naturalizado en el imaginario social por obra de los capitalistas, le otorga legitimidad al sistema.
Ahora bien, en la composición de valor del capital productivo intervienen: el capital constante (inversión en medios de producción), más el capital variable (destinado al pago de salarios), más la plusvalía (el valor agregado generado en la producción y que se expropia a los trabajadores).
Así, del proceso de producción salen las mercancías preñadas de nuevo valor que, para realizarse, necesitan ser vendidas. Y como consecuencia de la división del trabajo social, se diferencian el capital mercantil y el financiero, otras formas de expresión del capital que integran el ciclo económico en su conjunto.
Esta somera reseña muestra en qué se funda la creación de valor y a la vez da una idea aproximada de la matriz del sistema que abarca a todas las ramas de la producción. Cuando se genera una sobreproducción que por diversas razones no puede ser absorbida por el consumo y/o crece desproporcionadamente el capital financiero especulativo superando ciertos límites, se engendran las crisis que comportan una enorme destrucción de valor traducidas en quiebras, corridas bancarias, semiparalización del crédito y, finalmente, una plétora de mercancías irrealizables.
Del lado del capital, sobreviene un salto en la concentración económica donde los más fuertes hacen pingües negocios con la falencia de los más débiles. Del lado del trabajo, implica caída de salarios, desocupación, extensión de la pobreza y de la marginalidad.
Las condiciones de la explotación directa y las de su realización no son idénticas. No sólo difieren en cuanto al tiempo y al lugar, sino también en cuanto al concepto. Unas se hallan limitadas solamente por la capacidad productiva de la sociedad, otras por la proporcionalidad entre las distintas ramas de producción y por la capacidad de consumo de la sociedad. Pero ésta no se halla determinada ni por la capacidad productiva absoluta ni por la capacidad absoluta de consumo, sino por la capacidad de consumo a base de las condiciones antagónicas de distribución que reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mínimo susceptible sólo de variación dentro de límites muy estrechos. (El Capital, C. Marx; TIII, pág.243)
La fuerte crisis actual, a pesar de sus particularidades, responde a los cánones clásicos que sintéticamente esboza esta cita. Así, el desplazamiento del crack financiero a la “economía real”, el capital industrial productor de mercancías, se manifiesta en que éstas al almacenarse sin poder venderse, se desvalorizan frenando la producción. Pero los afligidos “gurúes” nada hablan de cómo y dónde se crea valor pues, lo que tan bien explica Marx, conduciría a reconocer la explotación inherente al régimen capitalista.
Cuando se precipita la crisis, se produce la estampida de los patrones del sistema que corren presurosamente a refugiarse en valores “reales”, se trate del oro, promesas “fiables” como los bonos del tesoro de los EE.UU., o de activos que suponen amparados por su “solidez” económica, en rigor reblandecida por la crisis. Lo cual se refleja en la caída de las Bolsas de casi todo el mundo que incineran formidables masas de valor con el vertiginoso derrape de las acciones, fenómeno que exhibe el “espanto” que preludia la proliferación de mercancías invendibles inherente a la expansión de la crisis.
Así, en el 2008 la Bolsa de Tokio perdió casi el 40%. Ésta acumulaba en valor de todas sus empresas más de US$ 4 billones y en los últimos tres días de la primer semana y media de octubre perdió US$ 700 mil millones. Mientras que los inversores de Wall Street perdieron 44 billones de dólares por la caída del mercado bursátil entre setiembre de 2007 y el mismo mes de 2008. Estas astronómicas cifras dan idea de la magnitud del despegue financiero así como de la formidable fluidez en curso que los socorros estatales intentan estabilizar.
Es que el valor monetario de los papeles de los activos de las compañías que cotizan en Bolsa, en tiempos de zozobra se “enloquece” al compás del miedo que es su combustible. Fiel testimonio de ese voluble “estado de ánimo” es el notable repunte que registraron las Bolsas al día siguiente en que quince países de la zona del euro concretaran el compromiso de rescate concertado en la reunión de París del 12/10 para caer nuevamente dos días después. Pero los bruscos y enormes saltos que se producen no hacen más que evidenciar la fragilidad que los sostiene, directamente proporcional a los niveles de especulación que crecen desmedidamente en tiempos de bonanza para caer estrepitosamente cuando se desata la crisis.
“La crisis de confianza” (el terror a las pérdidas) es el “mal” que se propaga bajo la amenaza de devastar a todo el sistema bancario. Desde los grandes especuladores hasta los pequeños ahorristas, corren a retirar sus depósitos para salvar lo que puedan desfondando la liquidez del sistema y por tanto arrastrando en la caída a grandes Bancos que a su vez se desconfían mutuamente congelando los préstamos interbancarios.
Lo que tardará en frenarse este proceso, aún con el auxilio de los formidables aportes estatales, no se puede medir a priori pero sin duda la recesión económica en marcha castigará a la mayoría de los países aunque varíe su intensidad según los casos. Ergo, nos hallamos ante la “globalización” de los quebrantos que en lo fundamental se transfieren al conjunto de la sociedad.
Todo esto (y mucho más) es absolutamente coherente de acuerdo a la esencia del sistema y a la racionalidad del mismo. Sólo que mirado desde otro lugar, o sea, con una lógica que considere el bienestar de los seres humanos sin distingo de clases ni de etnias, se transparenta su monstruosa irracionalidad. Porque el capitalismo no se mueve en función de esa lógica sino que responde al móvil de las maximización de las ganancias sin que importen los medios ni el tendal de víctimas que deje a su paso. Su motor es la codicia, no la solidaridad, ni la equidad, ni la justicia.
Los “números” de la economía aplicados a la política y a lo social.
“…es mucho lo que el gobierno federal puede hacer por la economía. Puede otorgar más beneficios a los desocupados. Puede facilitar ayuda de emergencia a los gobiernos locales. Puede recomprar hipotecas y renegociar las condiciones para que las familias puedan quedarse en sus casas. Lo responsable en este momento es darle a la economía la ayuda que necesita. No es momento para preocuparse por el déficit.” (de Paul Krugman, en Clarín del 18/10/08)
Esta opinión de un “gurú” de moda es muy elocuente. La aparente preocupación por las víctimas remite a la reanimación de la economía, o sea, dineros públicos para “ayudar” a los capitalistas mientras que de las personas sólo importa su “propensión a consumir”.
Luego, es menester traducir el imperio de la economía al lenguaje de la política y de lo social. Vale decir, apreciar la cuestión del poder y los efectos depredadores del sistema. Tarea que incluye desnudar a la tecnocracia cuyos “expertos” están al servicio del gran capital pontificando desde la economía como si se tratara de una “ciencia” autónoma, imparcial e inapelable. Desde este ángulo, la cabalgata de los “números” adquiere una dimensión distinta lo mismo que el rol del Estado.
Cinismos aparte, es innegable que los salvatajes del sector financiero son el salvavidas de los conglomerados de capital que hacen agua. Y es tan cierto que se pretende destrabar el funcionamiento del sistema como que el poder político emplea los recursos públicos para rescatar del abismo a las grandes corporaciones financieras en grave riesgo. Para quien quiera verlo, se transparenta la relación entre la política y los intereses económicos, así como que de estos últimos brota el poder que sostiene a la gran mayoría de los gobiernos que vienen a ser sus operadores desde el Estado.
Nunca como ahora se ha internacionalizado el poder de las grandes corporaciones que constituyen una red de intereses mundiales que liga a las más diversas naciones y cuyas jerarquías son directamente proporcionales al peso de aquéllas. También se hace visible que hoy los une más el espanto que la competencia y las disputas hegemónicas. Pero éstas subyacen y también emergen como por ejemplo cuando Alemania, la mayor potencia de Europa, se resistió a integrar fondos comunes en la UE. pues eso la obligaba al pago de una cuota mayor en beneficio de salvatajes ajenos. O al comienzo, cuando se jugó una carrera por ver quien ofrecía mejores garantías a los inversores y al público para frenar la caída de sus propios Bancos absorbiendo las fugas de los otros.
Acudamos nuevamente a la feria “numérica” para ponderar su significación y avanzar un poco más por sobre la superabundante y fluctuante información disponible.
El monto de la quiebra del fondo de inversión Lehman Brothers que ocupaba el 4º lugar en USA, fue de 639 miles de millones de dólares. Algo más que la sumatoria de los PBI. de Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Perú. Al margen de lo inflado o ficticio de semejante capital financiero, ¿cómo subestimar el nivel de influencias y capacidad de presión de tales “cíclopes” sobre los Estados, y en particular sobre los periféricos? ¡El producto íntegro del trabajo humano de todo un año de los países señalados era inferior al equivalente de la masa de capital de aquél gigante caído!

Tomemos ahora los rescates prometidos por EE.UU. e Inglaterra. De los iniciales 700 mil millones de dólares aprobados por el primero dos veces el PBI de Argentina, 500 mil millones están destinados a sólo cuatro grandes corporaciones financieras maestras del “apalancamiento”. El de Gran Bretaña, por su magnitud relativa, es más impactante aún. Se trata de $US 850.000 millones, casi el 35% del PBI. de ese país y cuyos principales auxiliados son sus dos mayores Bancos comerciales.

Y si de “astronomía” se trata, rondarían 1,7 billones de euros comprometidos por los Estados en el auxilio del sistema bancario del conjunto de los países de la UE. En todos los casos los dinerillos provendrán del erario público y de la “capacidad productiva” de fabricar moneda, mientras que las promesas de futuro resarcimiento nos recuerdan la teoría del derrame. Sólo una fracción de tamañas sumas alcanzaría para solucionar el problema del hambre y la salud en el mundo en lugar de salvar a los especuladores.

Prosigamos ahora pero centrándonos en términos cultural-políticos. Para sintetizar la cuestión nos valdremos de dos ejemplos, uno exterior y otro interno. Se estima que en EE.UU. el 75% de la población destinó sus ahorros a la compra de acciones (no importa si en parte o totalmente). El famoso “consumismo”, la contratara de la realización del capital, en el plano del ahorro asumió un carácter especulativo notable que se hizo carne en el ciudadano de a pie.

¿Dónde quedó la cultura del trabajo y el ahorro de otras épocas? ¿Qué tipo de personas está pariendo este capitalismo de las grandes corporaciones? Porque además del desenfreno por el consumo superfluo que paga el resto del mundo y el deterioro del planeta, la avidez por la ganancia fácil o la timba financiera si se prefiere, ha ganado el imaginario y la práctica de importantes masas humanas. Éste es un aspecto sustantivo para cualquier cambio social que se precie. Y aunque se trata de la principal potencia capitalista del orbe y no de un país periférico, ¿acaso nuestros vastos sectores medios no padecen de ese virus?
Antes de referirnos a ello, una muestra sustantiva del exacerbado consumo del “primer mundo” y de la especulación que lo acompaña. Hablamos de la caída del precio del petróleo a bastante menos de la mitad del máximo alcanzado. Dos caras del mismo fenómeno: el enorme despilfarro energético implicado en el desquiciante consumo y la formidable ganancia extraordinaria que vinieron embolsando los oligopolios petroleros.
Vayamos ahora a nuestra experiencia reciente. La resolución 125 sacudió al país que durante un mes y medio vivió pendiente de los enfrentamientos que lo acompañaron hasta la “no positiva” derrota del gobierno. Aquí la especulación pivotó sobre otro plano, la del comercio exterior vinculado a los precios de las comodities y en particular, los de la estrella del momento, la soja.
La caída del precio de la soja a casi la mitad de su valor pico puso en evidencia tanto la burbuja económica como la voracidad de la plana mayor del “campo” que “enlazaron” a la sociedad argentina con su “heroica batalla” en defensa de los grandes intereses agropecuarios, y éste es el punto que nos interesa destacar aquí. Sin contar a los trasnochados grupos “izquierdistas” que los apoyaron, lo preocupante apunta a los vastos segmentos de nuestra clase media que se hizo eco del discurso del “sacrificado trabajo” agrario “saqueado” por el gobierno, como si lo retenido al capital privado no integrara parte del erario público.
Si bien entraron en la volteada pequeños productores, hoy más perjudicados que antes del fin de la resolución cuestionada, nadie se conmovió por los peones rurales, los verdaderos explotados del campo, ni por las numerosas familias campesinas despojadas de sus tierras debido a las expropiaciones sojeras. La fuerte ofensiva de las cúpulas dirigentes del agro amplificada por ”los medios” cómplices y asociados (y favorecida por el torpe manejo del gobierno), logró encolumnar a buena parte de los sectores medios de las ciudades.
Y en el teatro de la “batalla”, el campo, la especulación creció al ritmo de los pools de siembra y de los arrendamientos, los que suplían la “transpiración” por los elevados intereses y los jugosos alquileres de las tierras. Es que la seducción por la ganancia fácil pareciera que se ha hecho carne en los sentimientos y el bolsillo real o deseado de buena parte de “la gente.” Periféricos, subdesarrollados o como se nos quiera llamar, portamos el mismo virus que circula en las entrañas del primer mundo, la cultura mercantil del capitalismo.
Los cantos de sirena de “los mercados” han ido generando una subjetividad política y cultural que no se condice con la que prevaleció en las tres décadas anteriores al triunfo de la dictadura genocida. Mas hoy que rebrotan evocaciones de aquel pasado, las grandes expectativas de vastos sectores populares en torno al Estado omite que, bajo el amparo de esa misma institución, actúa gran parte de la dirigencia política que ayer fue cómplice de la devastación económica y social más formidable de nuestra historia.
Lo cual no significa negar los aspectos positivos que introdujo este gobierno sino que pone en primer plano la importancia que tiene la conformación de los sujetos en la gestación de políticas favorables a la emancipación que promuevan el desarrollo de una nueva subjetividad. Por ello confundir los términos y los protagonistas porta la amenaza de que todo lo rescatable del presente vuelva a desembocar en otro “canto del cisne”.
El Estado versus el mercado.
Ahora esbozaremos algunas conclusiones vinculadas a lo que venimos exponiendo.
El entramado de relaciones capitalistas mundiales constituyen una red que transmite sus impulsos a cualquier punto de la misma y en la que predomina netamente el poder de las grandes corporaciones que trascienden los límites territoriales de las naciones. Cuanto más grande es la masa económica de las corporaciones y de las naciones centrales, mayores son los efectos de sus movimientos a escala internacional y al interior de los países. No obstante, el Estado Nación sigue siendo una organización macro insustituible para el capitalismo que lo originó pues liga los intereses económicos con el orden jurídico político que rige las relaciones sociales.
A su vez, el control del Estado refleja las luchas sectoriales por imponer la hegemonía política en tanto que el peso del gran capital establece límites y condiciona a esas pugnas. Estas conclusiones que reflejan nuestra visión, nos conducen hacia la problemática del Estado y a las polémicas que giran alrededor de los márgenes de autonomía de las naciones. Tema candente que remite a las políticas que plantean la domesticación del “capitalismo salvaje” promoviendo una suerte de neo desarrollismo de “rostro humano”.
Y si bien los efectos que produce el capitalismo pueden variar de acuerdo a las luchas políticas y la presión social, su esencia es inmutable: hay un sólo sistema capitalista por más que existan distintas variantes según los países y las diferentes etapas. Es que la legalidad interna de este orden social admite gran diversidad de manifestaciones mientras no se impulse su ruptura, pero su matriz permanece inalterable.
Lo cual no implica ignorar las situaciones favorables a la satisfacción de las necesidades de amplios sectores de la población, algo más que atendible. Ahora, si pensamos en aportar al cambio de este injusto orden social, no debemos pasar por alto que la radicalidad protagonizada por el socialismo en el mundo no evitó su posterior implosión. Vale decir, aprender de la historia para luchar por un futuro mejor hace insoslayable entender las causas de lo acontecido con “el socialismo real”, cuestión que no termina de saldarse.
Retornando a la coyuntura actual, pensamos que la crisis va a ser superada por el capitalismo con todos los ajustes y cambios que recompongan el sistema financiero, algo que ya está en marcha, estableciendo nuevas reglas como en su momento ocurrió con Bretton Woods después del descalabro de la 2ª guerra mundial. Los enormes daños que acarree y los niveles de hegemonía subsiguientes se verán más tarde. Pero mientras no surjan nuevos protagonismos y políticas emancipatorias que asimilen experiencias y superen a este orden social, el mismo no caerá por sí solo. El tema es quiénes y cómo aprovechan las grandes fisuras que presenta.
En función de lo expuesto y referente a los debates actuales, es importante considerar la consigna Estado versus mercado que ha prendido con fuerza pues creemos que tal oposición confunde conceptos.
El Estado no es sinónimo de gobierno. Es la estructura jurídico-política que organiza el funcionamiento de la sociedad y cuyo control posibilita el ejercicio del poder. Sólo que dicha estructura se adecua y es producto del orden social que la determina. En cambio, los gobiernos son la expresión política de las luchas sectoriales que responden a diversos intereses de clases y/o distintos segmentos de las mismas.
En tanto que mercado es el lugar (físico y/o virtual) donde se realizan los intercambios de mercancías incluidas las distintas formas en que se manifiesta el valor (dinero, acciones, bonos, etc.). Así, el uso del término “los mercados” resulta el eufemismo con que los capitalistas se ocultan cosificando a los sujetos reales. Además, el Estado forma parte del mercado toda vez que incluye empresas bajo su control. Luego, se trata de una falsa oposición que induce a errores políticos cuando se confunde Estado con gobiernos.
Esa confusión incide en la valoración política de los Estados nacionales, cuestión polémica dado el proceso de concentración y centralización del capital y la poderosa influencia político-económica de las Corporaciones que operan en todo el planeta. Las controversias remiten a si las políticas de sesgo popular en los países periféricos pueden recrear su independencia relativa respecto de los centros de poder mundial y regenerar en el presente estadios anteriores.
Lo cierto es que ante la ausencia de alternativas emancipatorias gravitantes, se han abierto expectativas favorables a varios gobiernos que intentan despegarse de la hegemonía actual. Pero dichos gobiernos se desenvuelven en medio de una estructura estatal dependiente del gran capital en un período donde su poder económico está más interrelacionado y también más consolidado que antes.
Por lo tanto, la equívoca oposición Estado versus mercado debe encararse en otros términos que es preciso sincerar. Porque distinto es optar por el desarrollo capitalista de los países periféricos a plantear un cambio de sistema. Esto trasciende lo coyuntural y sus tiempos y plantea la orientación política y la forma de construcción de las opciones que se asumen. A su vez, dicha orientación define los lugares de interpretación de las coyunturas y la praxis correspondiente.
El Estado, esta gran estructura de poder, nunca se extinguió. Ni con el “neoliberalismo” ni con el socialismo. Esa creación histórica albergó procesos liberadores como lo fueron la Revolución Francesa, la Comuna de París y las grandes revoluciones socialistas del siglo XX. Pero a la luz de los hechos, constituyó un dispositivo indócil que terminó amparando la explotación y la dominación.
Así, la experiencia socialista, promesa de cambio sustancial, se ancló en otra versión del capitalismo de Estado que, por otra vía, produjo un atípico proceso de acumulación capitalista.
¿En qué sentido el “socialismo real” resultó un capitalismo de Estado? En lo fundamental, porque el excedente económico generado por los productores directos quedó bajo el control y la administración de quienes conducían el aparato estatal, o sea, los que en definitiva eran quienes asignaban los recursos y la distribución del producto social y manejaban el aparato jurídico ideológico que regulaba las relaciones humanas sin llegar a sustituir el carácter mercantil de su economía.
Luego, bajo el control inicial del aparato del Estado por fuerzas opuestas al capitalismo, crecieron las formas invisibilizadas de la dominación enquistadas al interior de las vanguardias y del Estado, antesala del retorno de la explotación que se plasmó con el correr de los años. O sea, la lucha contra le explotación extendió una garantía ilusoria sobre la política llamada a erradicarla.
En la actualidad, después del nefasto período de supremacía absoluta del capitalismo en el mundo con los EEUU como potencia hegemónica, surgieron en Latinoamérica diversas manifestaciones que expresan las resistencias que se fueron incubando en su seno. Y sin entrar al análisis de los distintos gobiernos producto de la presión y las luchas populares, vamos a rescatar lo que nos parece realmente valioso dentro del variable espectro que componen.
En primer lugar, la potencia de los movimientos sociales de signo político que proliferan en el subcontinente, en particular en Bolivia, Ecuador y Venezuela. Y no es casualidad que en esos países hermanos surgiera la consigna del “Socialismo del siglo XXI”, un modo de convalidar sus grandes objetivos unido al intento de conferirle una nueva identidad. Intento que no consideraremos aquí pero que exhibe un notorio contenido simbólico.
Sólo destacaremos algunos rasgos del fenómeno boliviano que nos parecen originales y dignos de tener en cuenta, más allá de cómo deriven los acontecimientos. A saber: la articulación de los movimientos sociales con la conducción del Estado; las enseñanzas que brinda el nexo y las tensiones entre ambos mediados por la cultura de los pueblos originarios; el efecto simbólico de un presidente indígena; el proceso de nacionalización profunda en contra de las grandes empresas transnacionales y los designios del imperio aliado a las “roscas” oligárquicas; y sobre todo, el grado de participación popular en una democracia en formación que busca salir de las trampas de la democracia representativa que instrumenta el sistema de opresión capitalista.
Tal fenómeno que obviamente no va a modificar el tablero de poder mundial, muestra posibilidades y alternativas que no figuran en la agenda de dicho poder y que se incorpora a otras experiencias alentadoras. La historia continúa y las luchas del campo popular, con sus contradicciones incluidas, instauran oportunidades para el desarrollo de nuevas políticas y nuevos protagonismos que reviertan las nefastas consecuencias de la crisis mundial parida desde el centro del poder capitalista de Occidente. No se trata de transpolar ni de copiar, cada quien construye su propio camino. Y transitando por ellos, deberemos aprender de las enseñanzas del pasado y sumar los aportes del presente para establecer los necesarios lazos entre quienes impulsan la emancipación.
Nadie puede adivinar el futuro pero esta gran crisis, producto de la insaciable voracidad del capital, convoca al desarrollo de nuevos sujetos cuyo horizonte sea la superación de este orden social que la engendró.