Marx y la globalización

MARX Y LA GLOBALIZACION Cuadernos del Ateneo
Ciro Mesa Moreno

El proceso para el que actualmente se utiliza la palabra “globalización” fue un tema central del materialismo histórico. Marx consideraba que la constitución del mercado mundial y la expansión del capitalismo hasta convertirse en un sistema universal era una tendencia inmanente del capital. Su argumento se basaba en la tesis de que lo que denomina “trabajo objetivado” (mercancías, dinero, medios de producción) sólo puede reproducirse como capital si se amplía de forma constante el círculo de la producción y el intercambio capitalista.

La propia subsistencia del capital depende de su expansión constante. El capitalismo, piensa Marx, tiene que tender por su propia dinámica a mundializarse. Y puede conseguirlo. La enorme capacidad que genera para producir mercancías a bajo coste actúa así se formula gráficamente en el Manifiesto como la artillería pesada con que “demuele todas las murallas chinas y los prejuicios locales”.

Adoptar ese modo de producción se convierte en cuestión de supervivencia, y ante su fuerza civilizatoria todas las peculiaridades culturales o nacionales deben hacerse funcionales con el capital o desaparecer. El capitalismo, según Marx, está llamado a constituirse como civilización universal que troquela el mundo a su imagen y semejanza.

En ese marco general, los escritos económicos de madurez de Marx, especialmente los Grundrisse y El Capital, analizan en detalle la mundialización del capitalismo y las contradicciones inherentes a ese proceso con la perspectiva de la teoría de valor, la explotación y la reproducción ampliada.

Para lo que sigue tomaré como base un pasaje de los Grundrisse en que Marx expone de forma concentrada su posición al respecto y cuya lectura me parece muy recomendable. El pasaje en cuestión puede encontrarse en español en la traducción de Scaron para “Siglo XXI”, tomo 1, pp: 359-362, así como en la OME, 2 1, pp: 357-360, y en la Antología de textos de Marx realizada por Jacobo Muñoz para Península, pp: 365-368.

Una peculiaridad fundamental que encuentra Marx en el capitalismo es la imbricación mutua en que sitúa la producción, intercambio y consumo como momentos de un proceso continuo. El capital es pensado como una relación social que se manifiesta bajo diferentes ropajes y máscaras sociales, pero cuya valorización y reproducción domina la totalidad del proceso productivo social. La finalidad de la producción capitalista es la obtención de beneficios, cuya fuente fundamental no sería otra que la plusvalía incorporada a las mercancías en el proceso productivo. Pero ésta sólo puede realizarse efectivamente y acumularse a través del intercambio.

Además, como el incremento del capital inicial que supone la plusvalía realizada debe entre otras cosas, por la ley de la competencia ponerse de nuevo en acción como capital, este movimiento perpetuo obliga a una ampliación constante de la esfera de la circulación. Esa es para Marx “ una condición fundamental de la producción fundada en el capital”, condición que explicaría la tendencia del capital a propagar el modo capitalista de producción y a crear el mercado mundial.

La dinámica del desarrollo capitalista, pues, liquida progresivamente la producción orientada hacia valores de USO directos, crea más plustrabajo y puntos en los que pueda ser intercambiado, acorta el tiempo de la circulación y domina el espacio por el tiempo. Este proceso conduce a una internacionalización del sistema capitalista, pero también a una constante intensificación del sometimiento social a la forma capitalista de producir, intercambiar y consumir. La marcha avasalladora del capital a la conquista del mercado mundial es al mismo tiempo la mercantilización general del mundo.

La tendencia a la universalidad del intercambio no es en Marx sólo una representación geográfica y externa, sino también social y subjetiva; no sólo extensiva, sino también intensiva: la elevación de la ley de valorización del capital a principio regulador de todas las relaciones entre los individuos y de estos con el medio. Este me parece uno de los aspectos más interesante de la contribución de Marx al problema de la globalización.

La contradicción fundamental que encontrará en ese proceso no será tanto la uniformización de las culturas, la así denominada “macdonalización” que tanto parece preocupar hoy, sino la elevación del capital a poder absoluto que domina el vínculo social y la vida de los individuos, la “subsunción real” de estos bajo el capital de la que dicha uniformización cultural sería un aspecto más.

Una aplicación clave de la tesis marxiana de la globalización intensiva del capital lo constituye su análisis del consumo y del sistema de las necesidades, análisis que apunta a fenómenos que se han manifestado en toda su amplitud en el mundo actual como, por ejemplo, la constitución de una burguesía planetaria definida por el consumo de determinados objetos-símbolos diferenciadores e igualadores a la vez. Una consecuencia natural de la marcha hacia el mercado mundial será, según Marx, la extensión del círculo del consumo.

Anoto al margen que ésta es precisamente una fuente esencial de la contradictoriedad que Marx cree intrínseca al capitalismo: su desarrollo requiere una expansión constante del consumo, mientras que las condiciones de la reproducción del capital exigen el abaratamiento del trabajo y la limitación del consumo, lo que produce desajustes constantes entre la escala de la producción y la del consumo.

Haciendo abstracción de esa contradicción, el desarrollo de la producción y el intercambio debe traducirse en una ampliación del consumo, ampliación que según Marx produce el capitalismo por tres vías complementarias. Primero, aumentando cuantitativamente el consumo existente, esto es, que los mismos consuman más de lo mismo.

Segundo, difundiendo ese consumo entre círculos más amplios. Tercero,creando nuevas necesidades y valores de uso, esto es, diferenciando la producción, abriendo nuevos sectores capaces de crear y satisfacer nuevas demandas. Llamo la atención sobre este último paso, que me parece decisivo.

Así como la producción tradicional define cuantitativa y cualitativamente valores de uso y unas necesidades supuestamente naturales, externas al sistema productivo social, que debe amoldarse a ellas, el capital desenmascara la supuesta objetividad natural de esa base, haciendo condición de su autorreproducción la búsqueda constante de nuevos valores de uso y la configuración de las necesidades del consumidor.

Por este camino el capital se ve lanzado a una conquista global tanto de la naturaleza externa como interna. La naturaleza entera es escudriñada con toda la “astucia” la palabra es de Marx técnica de la ciencia para descubrir posibles valores de uso comercializables; el individuo es socialmente producido como demandante diferenciado e insaciable.

Así, concluye Marx, “ la producción basada en el capital crea por una parte la industria universal, por otra un sistema de explotación general de la propiedades naturales y humanas, un sistema de utilidad general… fuera del cual nada se presenta como superior-en-sí o justificado para-sí mismo. El capital crea así la sociedad burguesa y la apropiación universal tanto de la naturaleza como de la relación social misma… Hence the great civiling influence of capital; su producción de un nivel de la sociedad frente al que todos los anteriores aparecen como desarrollos meramente locales de la humanidad”.

Así pues, el plano en que Marx sitúa ahora la cuestión de la globalización no es, como parece sugerir el Manifiesto, el de la conquista del dominio universal en la que el capital actúa como mero instrumento de la burguesía occidental en su poder planetario. Los escritos económicos de madurez verán como agente de ese proceso al capital mismo, que somete el conjunto de las fuerzas naturales y espirituales a la explotación y el intercambio, que produce su propia forma de humanidad.

Marx valorará la globalización de forma ambivalente. Por un lado, ve en ese proceso la depredación universal del medio natural y humano. Por otro, una condición necesaria para la emancipación. Sin olvidar el martirologio de los productores ni las contradicciones que acarrea, interpreta la universalidad que produce con esquemas afirmativos heredados del idealismo alemán, esquemas que dan un sentido finalmente positivo a aquella depredación.

Ese elemento afirmativo puede percibirse, por ejemplo, escuchando la música triunfal que acompaña en el Manifiesto la conquista del mercado mundial por la gran industria, un proceso que, por otro lado, como nos recuerda El Capital, hace coagular las capacidades subjetivas en máquinas cuyo poder como capital blanquea de osamentas humanas las llanuras de la India. El juicio en último término positivo de Marx se basa en que no encuentra motivos, con razón, para preferir las formas de dominio tradicionales arrasadas por el capital.

Pero, sobre todo, en la creencia de que el máximo desarro¬llo de las fuerzas productivas a que conduce hará posible que los individuos se constituyan como sujetos conscientes del proceso social. En ello reside la “esencia positiva” que Marx concede al capital. Creía que la universalidad a la que
tiende llevaría a la humanidad más allá del capitalismo. En una línea argumental que ha retomado recientemente T. Negri, pensaba que la universalización de las capacidades y relaciones individuales produciría una globalización de la comunicación y una apropiación colectiva del saber capaz
de transformar las relaciones sociales.

Esa perspectiva se fundaba en una confianza inconmovi¬ble en la racionalidad humana y en el valor de uso intrínse¬co de la ciencia y el conocimiento. A la luz de las experiencias de este siglo y de la marcha actual del mundo, tenemos motivos para pensar que esa confianza no estaba justifica¬da.

Uno se siente tentado a ver en el momento afirmativo de Marx un resto del optimismo desalmado (desalmado por que termina dando un sentido positivo a una historia mar¬cada por el sufrimiento indecible de sus víctimas) que Scho¬penhauer achacara a Hegel. En el contexto actual, cuando el discurso dominante ha convertido la palabra “globaliza¬ción” en acto perlocucionario y coartada, habría que tomar de Marx en primer lugar, no la confianza de que la mundia¬lización del capital desembocará en el socialismo, sino la constatación crítica de que esa mundialización consiste esencialmente en la expansión del material humano explotado.

Aunque, por otro lado y a pesar de que el momento afir¬mativo y utópico del materialismo histórico no me parece lo mejor de su herencia para este momento, tal vez pueda tener aún sentido recordar el objetivo que contenía. Si no como fin teleológico, sí al menos como negación y contraimagen de una situación en la que el así denominado “mer¬cado”, elevado por el poder teletécnico a razón objetiva, es experimentado impotentemente por los individuos como una fatalidad.

Marx y las atrocidades de John Bull

Marx y las atrocidades de John Bull

Por José Pablo Feinmann

Se equivocan los fundamentalistas de Marx cuando buscan defenderlo de sus escritos sobre la cuestión colonial. No es atrapando algún texto tardío, alguna carta (la ya transitada largamente a Vera Zassoulitch) o algún secreto comentario a Engels (del que todos, desde luego, carecemos) como se lo va redimir de sus líneas despiadadas sobre Bolívar, de La dominación británica en la India o de la aprobación de la conquista de México por parte de Estados Unidos. Marx siempre fue un admirador de la burguesía británica. El Manifiesto es un canto a su poder histórico-revolucionario. Y no porque el Manifiesto sea un texto “temprano” superado por la madurez de El Capital. Falso. En su obra cumbre Marx cita con todo orgullo páginas del Manifiesto, algo que no haría si en verdad hubiera renegado de ese texto brillante. Sucede otra cosa. El hombre del British Museum nunca dejó atrás la dialéctica hegeliana. Darla vuelta –según esa célebre imagen– no es hacer eso. Cabeza arriba o cabeza abajo, Hegel sigue siendo Hegel. Marx, por si fuera poco, no reniega de su gran maestro. Si se lee el “Epílogo” a la segunda edición de El Capital se verá que reitera su entusiasmo por él. Que frente a aquellos que lo declaran un “perro muerto” se declaró –en tanto preparaba el primer tomo de El Capital– “discípulo de aquel gran pensador”. Aquí reside la cuestión. Si el momento negativo, si el momento de destrucción de las antiguas formas históricas, lo encarna (dialécticamente) la burguesía, ¿cómo no aprobar todas sus aventuras expansionistas? Luego vendría el proletariado y –al arreglar cuentas con John Bull– habría de establecer la sociedad socialista. Esto es así y ponerse a discutirlo, a refutarlo con los apuntes tardíos y mínimos sobre la comuna rural rusa es casi patético. Marx, sin embargo, fue un severo crítico de las atrocidades del colonialismo. Aquí es donde está su defensa. Marx no es Rudyard Kipling. No ve en la tarea de John Bull “la pesada carga del hombre blanco”. Ve rapiña, ve violencia e innecesaria, barbárica, crueldad. El “Epílogo” que hemos mencionado es de 1873. Marx habría de morir diez años más tarde.

Vamos a los textos en que el imprescindible cabezón barbado se indigna y denuncia los ultrajes imperiales. (Nota: En uno de ellos –Historia del tráfico del opio– establece una frase-concepto impecable, de excepcional actualidad: “Siempre que observamos de cerca la naturaleza de la libertad de comercio británica, hallamos, casi generalmente, que en la base de su ‘libertad’ está el monopolio”, New York Daily Tribune,

N° 5438, 25/11/1858. El “corpus” de los escritos de Marx sobre el colonialismo son los formidables artículos que escribió para este diario desde inicios de la década del ’50 hasta 1861. Fueron escritos en inglés y expresan la casi totalidad de su pensamiento y también el de Engels. Es uno de los más extraordinarios ejemplos de periodismo reflexivo.) No vamos a citar nada de los conocidos La dominación británica en la India y Futuros resultados de la dominación británica en la India porque los comisarios políticos encargados de defender la infalibilidad de Marx dicen que todo se reduce a esos dos “malos momentos” del filósofo. Además nuestro trabajo –aquí– no es analizar críticamente el apoyo de Marx a las empresas del colonialismo, sino sus denuncias a las atrocidades que han conllevado. Por ejemplo, su artículo de abril de 1857 se titula Las crueldades inglesas en China. Escribe Marx: “Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturas en Irak…” No, en la India. Vamos de nuevo: “Hace pocos años, cuando se denunció en el Parlamento el espantoso sistema de torturas en la India, sir James How, uno de los directores de la Muy Honorable Compañía de las Indias Orientales, aseguró con audacia que las afirmaciones que se habían hecho eran infundadas. Sin embargo, una investigación posterior comprobó que se basaban en hechos que los directores habrían debido conocer muy bien, y a sir James sólo le quedaba confesarse de ‘ignorancia voluntaria’ o ‘conocimiento criminal’ de los horribles cargos hechos contra la compañía”. Más adelante: “¡Cuán silenciosa está la prensa de Inglaterra en lo referente a las injuriosas violaciones al tratado diariamente practicadas por extranjeros que viven en China bajo protección británica! Nada se nos dice del ilícito tráfico de opio que todos los años alimenta al Tesoro británico a expensas de la vida y la moral humanas (…) Nada oímos de los daños infligidos ‘incluso hasta matar’ a emigrantes extraviados y esclavizados”. ¿Por qué nada se dice de esto? Marx ofrece su respuesta: “En primer lugar, porque la mayoría de la gente que está fuera de China se preocupa poco de la situación moral y social de ese país; y segundo porque forma parte de la política y la prudencia no agitar asuntos que no reportan beneficio pecuniario alguno. Por lo tanto, el pueblo inglés que en su patria no mira más allá del almacén donde compra su té está dispuesto a tragarse todas estas falsedades que el ministerio y la prensa eligen para meterle en la boca al público” (New York Daily Tribune, marzo 22 de 1857, destacado nuestro. Esto es lo que ha perdido la filosofía. Esto le han quitado los filósofos desde que eliminaron al sujeto para entrar en la crítica a la modernidad de Heidegger que requiere eliminar al ente antropológico y abrirse al “llamado del ser”. Claro que Marx está de moda. Pero no porque tenga la “solución” para el desastre al que el neoliberalismo condujo al mundo, sino porque expresa el genuino impulso de la denuncia, de la defensa del hombre, de la praxis, del sujeto. Porque hoy ningún filósofo “académico” escribiría estos textos. Para escribirlos que hay animarse a estar fuera de la “academia”. Si se quiere conservar un puesto y un sueldo, la condena es el silencio o el enmascaramiento detrás de cualquier variante de las filosofías del lenguaje o de los ampulosos hermetismos del pastor del ser. No en vano Sartre está proscripto. Fue él quien recuperó –en el siglo XX– la tarea de hacer “más ignominiosa la ignominia” que Marx señaló.)

No se trata aquí –y lo hemos dicho– de condenar al Marx que apoyó dialécticamente la empresa colonial. Ya lo hemos hecho y desde hace muchos años. La “necesariedad dialéctica” lo extravió tanto como para transcribir ese poema de Goethe: “¿Quién lamenta los estragos/ Si los frutos son placeres/ ¿No aplastó a miles de seres?/ Tamerlán en su reinado?” (25 de junio de 1853). Aquí, Marx coincide con Sarmiento y Mitre, no en vano el marxismo argentino –que copia mecánicamente al maestro– ha ofrecido una versión de nuestra historia paralela a la oficial. Alguna vez –aun– escribiremos un trabajo sobre la coincidencias y disidencias entre Facundo y El Capital. Ahí se halla el secreto de la impotencia histórica de nuestra izquierda. Hoy nuestro tema es otro. Marx –pese a justificarlos dialécticamente– nunca aceptó los estragos del orden colonial, nunca sus frutos le entregaron placeres, a ningún pueblo le deseó un Tamerlán. Desde su humanismo crítico (Marx nunca dejó de ser un humanista, un defensor de la dignidad de los pueblos, un enemigo de los ultrajes, de las vejaciones; ignoramos qué suerte hubiera corrido bajo las revoluciones que en el siglo XX se hicieron en su nombre, pero lo imaginamos en Siberia o en el exilio o muerto antes que junto a Stalin), el genial filósofo defiende a los “semibárbaros” de China o India y no a los “civilizados” del Foreign Office: “Mientras los semibárbaros defendían el principio de la moralidad, los civilizados le oponían el principio del lucro (…) que semejante Imperio deba ser al cabo alcanzado por el destino con motivo de un duelo a muerte, en el cual los representantes del mundo antiguo se muestran movidos por razones éticas, mientras que los representantes de la abrumadora sociedad moderna luchan por el privilegio de comprar en los mercados más baratos y vender en los más caros: ello, por cierto, es una especie de copla trágica, más extraña de lo que poeta alguno se haya atrevido jamás a imaginar” (31 de agosto de 1858). Y vamos a concluir con uno de los más cristalinos, lúcidos pasajes de este crítico feroz de las atrocidades del colonialismo. Se refiere, aquí, a John Bull, ese sólido personaje en que Inglaterra se ve a sí misma. Y dice: “Según su oráculo de la Printing-House Square (ingenioso modo de referirse a The Times, cuya oficina principal estaba en esa plaza de Londres, JPF), se apodera (John Bull) de colonias con el solo fin de educarlas en los principios de la libertad pública; pero si nos atenemos a los hechos, las islas Jónicas, como la India e Irlanda, sólo demuestran que, para ser libre en su casa, John Bull debe esclavizar a los pueblos que están fuera de las fronteras de su Estado” (17/12/1858).

Cuidado: ahora los tenemos muy cerca. John Bull (que está hundido hasta los codos en la lógica de la Guerra Global y la Guerra contra el Terror y la Guerra Preventiva de su socio del norte de América) golpea, de mal modo, a nuestras puertas. Trae un destroyer que mete miedo, un submarino nuclear y al patético y desdichadamente bien conocido “principito”. Porque son un Imperio monárquico. Un Imperio Real. Son los mismos de siempre. Nada ha cambiado. Sus amigos internos también. Son los que –con su poderosa ayuda– hicieron (no “mal o bien” según dicen; sino mal, decididamente mal) este país.

La colonización de la subjetividad

La colonización de la subjetividad
Por José Pablo Feinmann

Será preciso (como “precisión” y como “necesariedad”) largar con el ejemplo de los taxistas. Muchos toman taxis en Buenos Aires. Durante algún tiempo creían recibir ahí (como servicio “extra”) cierta información sobre “lo que la gente piensa”. El taxi, caja de resonancias, le daba al taxista la envidiable condición de ser un portador de lo que “se dice”; no “la voz del pueblo”, pero, al menos, la voz de todos aquellos argentimedios capaces de pagarse un viaje en taxi.

Esto era posible porque el taxista decía lo que hablaba con sus pasajeros. Cierto clima de “opinión general” recibía uno y, a veces, lo creía, a veces no. Esto ya no es así. El poder comunicacional colonizó la subjetividad de los taxistas. Ahora, todos o casi todos, comunican al pasajero “sus” opiniones en lugar de comentarle lo que “se dice”.

Esta locuacidad tachera, este embanderamiento casi militante, surgió con una de las tantas maniobras del menemismo: se apoderaron de una radio de enorme potencia y (en este mundo comunicacional) lo que importa es más “oír” que “qué oír”. Así que los taxistas, abrumadoramente, escuchan esa radio que se ha calificado a sí misma con el más alto de los puntajes, diez.

El viaje en taxi, por consiguiente, se ha vuelto terriblemente aburrido. Uno sube, dice buenas tardes o buenas días o lo que sea y el taxista empieza a hablar. No bien dice las dos primeras palabras, uno ya sabe todas las otras que va a decir. No es él el que habla, es Radio Diez. El hombre cree que expresa sus ideas, pero expresa las ideas de otros.

Cree que habla un lenguaje, pero es otro lenguaje (o, digamos, el lenguaje de Otro) el que habla por él. Uno puede tomar esto como un juego y preguntar cosas puntuales, acaso muy precisas. La respuesta será la que uno ya sabe. No habla el taxista, habla el señor Hadad. No habla el señor Hadad, habla el señor Menem. No habla el señor Menem, hablan sus poderosos aliados y financistas. Un triunfo del poder comunicacional.

Han logrado que este servidor público se torne más locuaz que nunca y, además, exprese ahora, militantemente, “sus” propias ideas, ya que el triunfo del poder comunicacional ha consistido en hacerle creer que aquello que dice es lo que él dice, que las ideas que expresa son “sus” ideas, que su subjetividad le pertenece y hasta se encuentra habitada por convicciones fuertes, las más fuertes que tuvo en su vida.

No habla, es hablado. No tiene subjetividad, se la han colonizado, se la expropiaron y le pusieron otra que habla por él. Sin embargo, él se cree más libre que nunca y hasta tiene convicciones que le permiten pedir la muerte o la expulsión social de los “indeseables”: piqueteros, delincuentes, inmigrantes latinoamericanos.

No sería grave si esto les pasara sólo a los taxistas. Le pasa a “todo el mundo”. Es el nuevo proyecto de dominación mundial: colonizar las conciencias, someter la subjetividad. Hay quienes permanecen instalados en gravísimos problemas teóricos, que se expresan luego en problemas políticos y organizativos. Hay quienes dicen que a partir de la caída del Muro de Berlín se inicia una etapa “posrrevolucionaria”, también dicen “posmarxista”. Grave error.

Cierto arcaico “marxismo” no termina de entender eso que dijo Marx de la burguesía: que era una clase revolucionaria. A partir de 1989 lo que se consolida es una “revolución”. Una “revolución capitalista”. Otra más, tan trascendente como la francesa. Es la “revolución comunicacional”. Con ella, el capitalismo enterrará al proletariado (que era, según se sabe, el llamado a enterrarla por la dialéctica de la historia) y enterrará, tal vez, al entero mundo.

“Este, sin embargo, el viejo tema marxiano del Mago destructor burgués, no es (aquí) el nuestro. Nuestro tema se enuncia así: hubo una revolución, la hizo el capitalismo, se expande por el todo el planeta, arrasadoramente, aplana y conquista y manipula y coloniza las subjetividades. Es la revolución comunicacional.

Radica en eliminar de la Tierra la capacidad de negación, de diferenciación. En consolidar el Todo imperial. La globalización del tercer milenio. En encadenar, no ya los cuerpos sino los sujetos. Sujetar los sujetos. Sus principales armas no son tanques, ni misiles, ni neutrones. Es la televisión. Es el cine. Es el periodismo. Los magazines. Las radios. Los canales de cable.

Y, formidablemente, Internet, donde algunos creyeron, muy ingenuamente o con decidida mala fe, que iba a instalarse la “sociedad transparente” que pregonaba Gianni Vattimo a comienzos de los noventa, fines de los ochenta. Internet es, hoy, el reino de la mercancía basura, de la mercancía idiotizante, de la compra-venta compulsiva y del sexo-mercancía, del sexo pornográfico. Cada vez lo es más (la rapidez de estos tiempos es la característica y, también, la degradación de la temporalidad) y cada vez lo será más obscenamente.

El tema del sometimiento de la subjetividad ha tenido venerables y hondísimos tratamientos en la filosofía. En un mail del mes de noviembre del 2003, Eduardo Grüner me preguntaba algo cuya respuesta (como yo) él tiene: “¿Qué hacemos con los pensadores de la derecha?” El más señalado por la pregunta es Heidegger.

Muy simple: son nuestros. Heidegger es uno de los más grandes filósofos que han sido y todo lo genial que haya pensado y nos sirva será nuestro. Como si se tratara de la Tesis 11 de Marx. Y pese a lo que haya dicho en Friburgo en 1933 y en 1935. Así, nos volvemos ahora sobre un tema de Ser y Tiempo que (salvando algunas “contextualizaciones” o “usos” que Heidegger y aun los lectores nacional-socialistas de Ser y Tiempo le hayan dado) dice sobre hoy más de lo que dicen muchos, y sobre todo más de lo que dicen aquellos que se “libran” de Heidegger con la excusa de su nazismo.

El poder del poder comunicacional radica en que todos pensemos “lo mismo”. Lo mismo que el Poder. El Poder impone el “se”. (“Man” en Heidegger; “on dit” en francés y en Sartre). Caer bajo el poder del “se” es caer “bajo el señorío de los otros” (Ser y Tiempo, parágrafo 27). Quien así cae “no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del ‘ser ahí’”. (“Ser ahí” o “Dasein”, así señala Heidegger al hombre en su primera gran obra.) Este punto es esencial: el Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida.

Mis posibilidades –al caer bajo el dominio del “se”– son las del Otro, las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido. Escribe Heidegger: “Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y de arte como se ve y juzga (…) encontramos ‘sublevante’ lo que se encuentra sublevante”. Y luego: “Todo misterio pierde su fuerza”. (¿No define este concepto la explicitez, la obscenidad del poder comunicacional? Todo es directo, todo es banal, todo es brutal, todo es explícito. El “misterio”, es decir, lo que sugiere, lo que lleva a pensar y a revisar, a ir más allá, lo que “no se ve” de entrada, lo que impone una búsqueda, ha muerto.) Este mundo implica “el ‘aplanamiento’ de todas las posibilidades de ser”. Sigue Heidegger: “Distanciación, ‘término medio’, ‘aplanamiento’ constituyen, en cuanto modos de ser del “uno”, lo que designamos como “la publicidad’”.

El Poder comunicacional es publicitario, publicita una y otra vez sus mercancías y sus ideas fetiche. Las vuelve seductoras. Nos entretiene. Mata nuestra conciencia entreteniéndonos. Es un enemigo sagaz, brillante. Ahora, el “uno” “puede responder de todo con suma facilidad”.

El Poder da las respuestas. Es el taxista por cuya boca habla la radio que escucha todo el maldito día. Ese hombre “puede (como dice Heidegger) responder de todo con suma facilidad”. Lo poderoso del Poder es dar las respuestas. Al hacerlo elimina la posibilidad de las preguntas. Y sobre todo de la pregunta fundamental: “¿Es justo que el Poder sea el Poder? ¿Es justa la sociedad del Poder?” Y también: “¿Qué pienso ‘yo’ de todo esto?” Aquí asomaría ya la rebelión. Sofocar el surgimiento de esos estados de conciencia es la tarea de lo comunicacional en tanto colonización y oscurecimiento.

Heidegger fue uno de los más filosos críticos del capitalismo. No elaboró (ni se lo propuso) una teoría de “superación histórica” como lo hizo Marx. Su “compromiso” político, se sabe, fue lamentable. Dramática paradoja la de un anticapitalista… anticomunista. En 1933 identifica al Dasein con el Dasein del “pueblo alemán” y a la libertad, a la palabra auténtica con la voluntad del Führer. ¡Toda Alemania, de la mano de su “Maestro”, arrojada a depositar su “ser auténtico” en el ser del Führer! No pudo existir mayor incitación al “se dice”. “Se dice” y “se debe decir lo que el Führer dice”.

No obstante, en 1927, en Ser y Tiempo, Heidegger nos legaba herramientas notables sobre las miserias del tecnocapitalismo. El parágrafo 35 se ocupa de “Las habladurías”. Y el 36 de la “avidez de novedades”. “Todo” no está ahí, pero hay mucho. “Lo que importa es que se hable. El ser dicho, el ‘dicho’, la frase corriente son ahora la garantía de lo real y verdadero del habla y de su comprensión” (parágrafo 35). Atención: se trata de “trasmitir y repetir lo que se habla (…) La cosa es así porque así se dice”. Y no sólo están las “habladurías”, también las “escribidurías”. Se alimentan de “lo leído en alguna parte”.
El lector medio tiene una comprensión media y la comprensión media no busca la verdad sino que quiere la verdad para todos, “lo que se repite”. La “avidez de novedades” es otra faceta igualmente sometida, igualmente no verdadera, impuesta, exterior. “Sólo busca lo nuevo para saltar de ello nuevamente a algo nuevo” (parágrafo 36). Esta “avidez” no se detiene en la contemplación, en la serenidad y hasta en el ocio; no se demora nunca, es puro desarraigo, “falta de paradero”. El “tiempo” (como dice Heidegger en “Introducción a la metafísica”) es ahora solamente “rapidez”.

Se trata, en suma, de recuperar la subjetividad. De lanzarla hacia otras subjetividades. De conquistar lo intersubjetivo y la potencia constituyente de las conciencias libres. Pero es difícil. La revolución burguesa, la nueva, la más reciente, la de las comunicaciones, coloniza las conciencias, sometiéndolas. Estamos acribillados por imágenes, frases, ideas, polémicas que no son las nuestras. Por un sexismo torpe, mercantilista.

Por lo fashion. Por el mundo lejano, ilusorio, inalcanzable de las modelos perfectas, de los desfiles del despilfarro. Por Hollywood y las explosiones y los efectos especiales. Por la propaganda barata. Por esa televisión “abierta” a no sabemos qué, a las truculencias, a los chistes idiotas, a los comicastros “verdes”, a las heroínas ordinarias y siliconadas del infinito, sofocante Imperio Nacional del Culo.

Es, así, la hora del pensamiento crítico. Se trata de señalar sencillamente que este mundo es abominable y no tiene rescate. Se trata de una lucha civilizatoria. De una reconquista de la conciencia del hombre-mujer. De un rescate de lo femenino, mercancía del capitalismo más canalla. Una mujer no es un culo, señores. Es infinitamente más que eso.

Las modelitos del nuevo milenio, lolitas de tapa, estrellitas que trabajan más los glúteos que la dicción o la expresividad dramática, ofenden a las mujeres, y ofenden a los hombres al suponerlos tan primarios, monos idiotizados apenas capaces de ser atraídos por un traserito de gimnasio y no por las infinitas, complejas, sublimes o melancólicas facetas de ese sexo que no es el nuestro y al que buscamos comprender con pasión, con frecuencia para amarlo, nada menos. “La tarea del filósofo como analista crítico de nuestro mundo es algo cada vez más y más importante (…) Quizás el objetivo más importante de nuestros días es descubrir lo que somos, pero para rechazarlo”.

La frase –formidable– es de Michel Foucault y ahí donde dice “filósofo” pongamos “hombre de nuestro tiempo”. Y Sartre dijo, célebremente, algo muy parecido: “Uno es lo que hace con lo que hicieron de él”. Bien, no se puede entonces demorar más. Porque lo que todo el tiempo hacen con nosotros es basura. De nosotros depende hacernos otra cosa.

“El Rebelde” de las FPL cumple su primer año (octubre de 1973)

“El Rebelde” de las FPL cumple su primer año (octubre de 1973)
Por Roberto Pineda

En octubre de 1973, El Rebelde alcanza el número 12 de publicación y considera que “cumple su primer año de trabajo revolucionario, en cumplimiento de una tarea fundamental de las FPL como es la de elevar la conciencia revolucionaria de las masas avanzadas del pueblo para lograr su incorporación organizada a la lucha revolucionaria político militar.”

Indica que “el primer número de EL REBELDE apareció en octubre de 1972, con un tiraje de algunos centenares de ejemplares. En un año, este periódico de impresión y circulación estrictamente clandestina, se ha convertido en un órgano ya esperado mes a mes por miles de gentes humildes y honestas de nuestro pueblo: obreros, campesinos, maestros, estudiantes, etc., en las diversas zonas del país.”

Señala que “a la par del REBELDE otras publicaciones revolucionarias de las FPL dirigidas a sectores específicos han ido haciendo su aparición: EL CAMPESINO REBELDE Y JUVENTUD REBELDE. Varias publicaciones revolucionarias de otras organizaciones político militares han sido creadas también.”

En este número del primer aniversario a la vez se informa que el 26 de octubre el Comando Armado Campesino ANASTASIO AQUINO de la zona central del país atacó con explosivos la Comandancia Local de San Bartolomé Perulapia. Asimismo aparece una
foto de Mao Tse Tung y saludo de las FPL al 24 aniversario del triunfo de la Gran Revolución Socialista China, así como un saludo de las FPL al 6to. Aniversario de la muerte del Che Guevara.”

Las próximas elecciones y el electorerismo (diciembre de 1973)

En El Rebelde, No.14, (año II) correspondiente a diciembre de 1973 se realiza un análisis sobre la situación nacional así como se critica acremente la estrategia electoral del PCS y de los partidos de la UNO, alianza de socialdemócratas, democristianos y comunistas en oposición al Partido de Conciliación Nacional, PCN, el partido de la dictadura militar. A continuación, realizamos una síntesis sobre el pronunciamiento de las FPL al respecto de este acontecimiento, en el que categóricamente se rechaza la lucha electoral.

Plantea que “después de tímidas “condiciones y sin que éstas hayan sido satisfechas por la tiranía militar, los –partidos de la oposición electorera entraron a participar de lleno en el juego eleccionario montado por el gobierno. Para ello se ha formado nuevamente -la coalición de partidos -dirigida por el sector dominante de la democracia – cristiana, que está al ser vicio de una parte de la burguesía. Así, las masas obreras y campesinas que sean “atraídas a las urnas” por estos partidos, estarán bajo la dirección y hegemonía de los intereses políticos de un sector de la clase capitalista cuyos intereses defiende la dirigencia demócrata cristiana.”

Agrega que “tras la arrebatiña de los cargos locales y diputadiles, algunos sectores electoreros se disponen a cualquier combinación, sin tomar en cuenta la confusión que causan en las masas populares y el daño en la conciencia revolucionaria de las mismas. Para ilustrar lo anterior, baste el ejemplo de Chalatenango, en donde un sector de la democracia cristiana se ha a ~liado con un sector del PCN para que el partido oficial lleve como candidato a alcalde de esa cabecera a un demócrata cristiano.”

Evalúa El Rebelde que “los sectores de la izquierda tradicional tratan de dar el basamento ideológico “aceptable para la participación en las elecciones preparadas por la tiranía en la actual situación de escalada represiva. Tal participación se trata de presentar ante las masas para atraerlas a las urnas como justificada por los siguientes argumentos:
l) Es necesario aceptar el” mal menor’’.
2) Las elecciones permiten elevar la conciencia y la organizaci6n popular.
3) Hay que darle al pueblo ese medio de expresión de su descontento.
4) Es necesario hacer uso de todos los medios legales.
5) Hay que utilizar todas las armas del enemigo.
6) El pueblo ya demostró que puede derrotar al gobierno a través de las elecciones, es necesario seguirlo derrotando electoralmente
7) A través de las elecciones el pueblo puede desengañarse de la clase de gobierno impositivo que tiene.
8) No hay otro medio de lucha asequible al pueblo.”

Considera que “en la práctica, como quedo demostrado irrefutablemente en las elecciones pasadas, la realidad ha dicho otra cosa.
a) No se impuso el “mal menor”, sino lo que se impuso fue el fraude, la represión, la escalada fascistoide, al compás de la brutal imposición electoral apuntalada por las armas del ejército reaccionario; juego al que se prestaron como acompañantes los partidos de oposición.
b) El electorerismo no es capaz de elevar la conciencia revolucionaria de las masas, sino que lo conduce a la confusión y frustraci6n de sus aspiraciones de lucha.
c) Las elecciones, como medios de expresión del descontento popular en las condiciones actuales, han resultado ineficaces para hacer que tal descontento se convierta en el poderoso ariete que derrumbe el sistema de opresión. Y ha sido evidente, además que cuando el descontento de las masas asume características agudas, amenazando con rebasar el cauce electoral, los electoreros se asustan y se convierten en pacificadores de la indignación de las masas. •
ch) El legalismo de los sectores oportunistas le hace el juego a la tiranía: que necesita acompañantes para institucionalizar sus fraudes e imposiciones.
d) No es cierto que obligatoriamente el pueblo tiene que utilizar todas las armas del enemigo: emplea las que le son útiles de acuerdo a su desarrollo y trata de inutilizar aquellas que no le es posible por el momento usar con ventaja. El terreno, las armas y el momento de la lucha no es el enemigo el que debe dictar ni planear sino la propia fuerza combatiente es la que los debe escoger. En lo político sucede lo mismo: las armas políticas del enemigo que al pueblo no sea ventajoso usar no tiene por qué obligatoriamente emplear solo porque el enemigo las usa.
e) Después de cada elección (en las últimas) el pueblo ha quedado profundamente desengañado de la imposición y el fraude ¿Qué más desengañado puede estar de lo que ya está? Pero son los electoreros los que después de cada desengaño y frustración tratan de impedir que el pueblo se encamine hacia otras formas de lucha que le den perspectiva de liberación a sus esfuerzos. Quienes no se desengañan son precisamente los dirigentes electoreros que tienen fijada su esperanza de puestos en cada nueva elección y que cada vez que la tiranía vuelve a levantar el banderín de arranque electoral, tratan de volver a ilusionar al pueblo sobre ese “camino”.

Asegura que “no es cierto ue sólo el voto sea el arma del pueblo, y que no haya más medios eficaces de lucha. La parte más avanzada del pueblo ya ha comenzado a organizarse en secreto para golpear a la tiranía militar de los explotadores, ha comenzado a armarse,y cada día va intensificando la lucha armada contra la oligarquía, el imperialismo y sus instrumentos. Frente a la opresión, el fraude, la imposición, la represión de las clases reaccionarias, la lucha armada del pueblo es el camino más eficaz, unida a la lucha combativa por las reivindicaciones inmediatas. El pueblo se incorpora en forma creciente a la lucha político-militar; ha iniciado ya la GUERRAREVOLUCIONARIA PROLONGADA que liberará al país y que en unión con la lucha de los otros pueblos centroamericanas logrará la definitiva liberaci6n de Centroamérica”

Sostiene que “El pueblo ya está entendiendo en forma creciente que no es con votos como se va a derrotar definitivamente a los criminales gobiernos al servicio de los explotadores; sino con BALAS liberadoras disparadas por el PUEBLO ARMADO, combinando la lucha armada con su movilización combativa por sus reivindicaciones inmediatas”

Asimismo se informa en este Rebelde 14 que “el Comando Armando Mauricio González Domínguez el 8 de diciembre realizo una operación armada con fines logísticos consistente en la requisición de 82 pelucas en el Almacén “Centro de Pelucas.”

Por un 1974 de grandes luchas del pueblo

Y concluye este Rebelde No. 14 haciendo un llamado “POR UN 1974 DE GRANDES LUCHAS DEL PUEBLO” y expresa que “Formulamos un saludo especial a los compañeros de la fraternal organización Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP y de la Resistencia.” A la vez que “al finalizar 1973 recordamos con profunda emoción a los héroes de la lucha revolucionaria: FARABUNDO MARTI y todos sus compañeros.2

“A SAUL SANTIAGO CONTRERAS y OSCAR GILBERTO MARTINEZ y demás mártires de las luchas masivas. Así como a nuestros queridos compañeros ejemplares combatientes de las FPL caídos en combate: MAURICIO GONZALES DOMINGUEZ, VLADIMIR UMAÑA SANTAMARIA, SERGIO ORELLANA ACOSTA, JOSE DIMAS ALAS y JOSE ERNESTO MORALES. También a los combatientes (miembros del ERP) LEONEL LEMUS AREVALO y sus dos compañeros que dieron su vida en las mismas circunstancias.”

De la Gramatología

Ensayo sobre el origen de las lenguas.

Vuelta, desde Tristes tropiques al Ensayo sobre el origen de las lenguas, de la Lección de escritura dada a la lección de escritura rehusada por quien tenía “vergüenza de divertirse” con las “simplezas” de la escritura en un tratado sobre la educación, nuestra
pregunta quizá quede mejor delimitada: ¿dicen ambos la misma cosa? ¿Hacen la misma cosa?

En esos Tristes tropiques que a la vez son Confesiones y una especie de suplemento al Supplément au voyage du Bougainville, la “Leçon d’écriture” marca un episodio de lo que podría llamarse la guerra etnológica, el enfrentamiento esencial que abre la comunicación entre los pueblos y las culturas, aun cuando esa comunicación no se practique bajo el signo de la opresión colonial o misionera.

Toda la “Leçon d’écriture” está recitada en el registro de la violencia contenida o diferida, violencia a veces sorda, pero siempre oprimente y gravosa. Y que pesa en diversos lugares y momentos de la relación: en el relato de Lévi-Strauss como en la relación entre individuos y grupos, entre culturas o en el interior de la misma comunidad. ¿Qué puede significar la relación con la escritura en estas diversas instancias de la violencia?

Penetración entre los Nambikwara. Afecto del etnólogo por aquellos a quienes ha consagrado, se sabe, una de sus tesis, La vie familiale et sociale des Indiens Nambikwara (1948). Penetración, entonces, en el “mundo perdido” de los Nambikwara, “pequeña banda de indígenas nómades que están entre los más primitivos que puedan encontrarse en el mundo” sobre “un territorio grande como Francia”, atravesado por una picada (pista grosera cuyo “trazado” [«tracé»] es casi “indiscernible de la maleza”: sería preciso meditar
en conjunto la posibilidad de la ruta y de la diferencia como escritura, la historia de la escritura y la historia de la ruta, de la ruptura, de la via rupta, de la vía rota, franqueada, fracta, del espacio de reversibilidad y de repetición trazado [tracé] por la apertura, la separación y el espaciamiento violento de la naturaleza, de la selva natural, virgen, salvaje.

La silva es salvaje, la via rupta se escribe, se discierne, se inscribe violentamente como diferencia, como forma impuesta en la hylé, en la foresta, en la madera como materia: es difícil imaginar que el acceso a la posibilidad de los trazados [tracés] camineros no sea al
mismo tiempo acceso a la escritura). El territorio de los Nambikwara está atravesado por la línea de una picada autóctona. Pero también por otra línea, esta vez importada.

Hilo de una línea telefónica abandonada, “vuelta inútil ni bien colocada” y que “se distiende sobre postes que no se reemplazan cuando caen podridos, víctimas de las termitas o de los indios que toman el zumbido característico de una línea telegráfica por el de una colmena de abejas silvestres trabajando”.

Los Nambikwara, cuyo hostigamiento y crueldad presunta o no son muy temidos por el personal de la línea, “retrotraen al observador a lo que de buen grado tomaría –pero erróneamente- por una infancia de la humanidad”. Lévi-Strauss describe el tipo biológico y cultural de esa población cuyas técnicas, economía, instituciones y estructuras de parentesco, por primarias que sean, les conceden por cierto un lugar de derecho dentro del género humano, dentro de la sociedad llamada humana y del “estado de cultura”.

Hablan y prohíben el incesto. “Todos eran parientes entre sí, los Nambikwara desposaban con preferencia una sobrina de la especie llamada cruzada por los etnólogos; hija de la hermana del padre o del hermano de la madre.” Otra razón para no dejarse apresar por la apariencia y para no creer aquí que se asiste a una “infancia de la humanidad”: la estructura de la lengua. Y sobre todo su uso. Los Nambikwara utilizan varios dialectos, varios sistemas según las situaciones.

Y es aquí que interviene un fenómeno que puede llamarse groseramente “lingüístico” y que deberá interesarnos ante todo. Se trata de un hecho que no tendremos los medios de interpretar mas allá de sus condiciones generales de posibilidad,
de su a priori; cuyas causas fácticas y empíricas tal como operan en esta situación determinada nos escaparán, y que por otra parte no constituyen el objeto de ninguna pregunta por parte de Lévi-Strauss, que se contenta aquí con comprobar. Ese hecho interesa a lo que hemos adelantado sobre la esencia o sobre la energía del grafein como borradura originaria del nombre propio.

Existe escritura desde que se tacha el nombre propio dentro de un sistema, existe “sujeto” ni bien se produce esa obliteración, de lo propio, es decir desde la aparición de lo propio y a partir de la alborada del lenguaje. Esta proposición es de esencia universal y se la puede producir a priori- Cómo se pasa después de ese a priori a la determinación de los hechos empíricos, es una pregunta a la cual aquí no se puede responder en general. En primer término porque, por definición, no hay respuesta general a una pregunta de esta forma.
Al encuentro de tal hecho, entonces, vamos aquí. No se trata de la borradura estructural de lo que creemos ser nuestros nombres propios; no se trata de la obliteración que, paradójicamente, constituye la legibilidad originaria de eso mismo que ella tacha, sino
de una prohibición que pesa como sobreimpresión, en ciertas sociedades, sobre el uso del nombre propio: “El empleo del nombre propio está prohibido entre ellos”, anota Lévi-Strauss.

Antes de aproximarnos a ella, señalemos que esta prohibición es necesariamente derivada respecto de la tachadura constituyente del nombre propio en lo que hemos denominado la archi-escritura, vale decir en el juego de la diferencia.

Porque los nombres propios ya no son más nombres propios, porque su producción es su obliteración, porque la tachadura y la imposición de la letra son originarias, porque no sobrevienen en una inscripción propia; porque el nombre propio nunca ha sido, como apelación única reservada a la presencia de un ser único, más que el mito de origen de una legibilidad transparente y presente bajo la obliteración; porque el nombre propio nunca ha sido posible sino por su funcionamiento en una clasificación y por ende dentro de un sistema de diferencias, dentro de una escritura que retiene las huellas [traces] de diferencia, ha sido posible la prohibición, ha podido jugar, y eventualmente ser transgredida, como vamos a verlo. Transgredida, vale decir restituida a la obliteración y a la no-propiedad de origen.

Esto concuerda por otra parte estrictamente con una intención de Lévi-Strauss. En “Universalización y particularización” (El pensamiento salvaje, cap. VI) se demuestra que “no se nombra jamás, se clasifica al otro… o uno se clasifica a sí mismo”.
Demostración anclada en algunos ejemplos de prohibiciones que afectan aquí o allá el uso de los nombres propios. Sería sin duda necesario distinguir cuidadosamente la necesidad esencial de la
desaparición del nombre propio y la prohibición determinada que eventual y ulteriormente puede añadírsele o articularse con ella. La no-prohibición tanto como la prohibición presupone la obliteración fundamental. La no-prohibición, la conciencia o la exhibición del nombre propio, no hace más que restituir o descubrir una impropiedad esencial e irremediable. Cuando dentro de la conciencia el nombre se dice propio, ya se clasifica y se oblitera al llamarse. No es más que un nombre que presuntamente se dice propio.

Si se deja de entender la escritura en su sentido estricto de notación lineal y fonética, debe poder decirse que toda sociedad capaz de producir, vale decir de obliterar sus nombres propios y de valerse de la diferencia clasificatoria practica la escritura en general.

A la expresión de “sociedad sin escritura” no correspondería entonces ninguna realidad ni ningún concepto. Esa expresión pertenece al onirismo etnocéntrico, que abusa del concepto
vulgar, es decir etnocéntrico, de la escritura. El desprecio por la escritura, señalémoslo al pasar, se acomoda muy bien a ese etnocentrismo. Allí no hay sino una paradoja aparente, una de esas contradicciones donde se profiere y se cumple un deseo perfectamente coherente.

Por un solo y mismo gesto se desprecia la escritura (alfabética), instrumento servil de un habla que sueña su plenitud y su presencia consigo, y se rehúsa la dignidad de escritura a los signos no alfabéticos. Hemos advertido este gesto en Rousseau y en de
Saussure.

Los Nambikwara el sujeto de la “Leçon d’écriture” serian entonces uno de esos pueblos sin escritura. Ellos no disponen de lo que nosotros llamamos la escritura en el sentido corriente. En todo caso, es lo que nos dice Lévi-Strauss: “Se duda que los nambikwara sepan escribir”. En seguida, esta incapacidad será pensada, dentro del orden ético-político, como una inocencia y una no-violencia interrumpidas por la efracción occidental y la “Lección de escritura”. Asistiremos a esa escena. Tengamos un poco de
paciencia todavía.

¿Cómo se rehusará a los Nambikwara el acceso a la escritura en general si no determinando a ésta según un modelo? Más tarde nos preguntaremos, confrontando varios textos de Lévi-Strauss, hasta qué punto es legítimo no llamar escritura esos “punteados” y “zigzags” sobre las calabazas, tan brevemente evocadas en Tristes tropiques. Pero sobre todo, ¿cómo rehusar la práctica de la escritura en general a una sociedad capaz de obliterar lo propio, es decir a una sociedad violenta?

Porque la escritura, obliteración de lo propio clasificado en el juego de la diferencia, es la violencia originaria misma: pura imposibilidad del “punto vocativo”, imposible pureza del punto de vocación. No se puede borrar el “equívoco” que Rousseau anhelaba que fuese “suprimido” por el “punto vocativo”. Porque la existencia de semejante punto dentro de algún código de puntuación no cambiaría para nada el problema. La muerte de la apelación absolutamente propia, que reconoce dentro de un lenguaje a lo otro como otro puro, que lo invoca como lo que es, es la muerte del idioma puro reservado a lo único. Anterior a la eventualidad de la violencia en sentido corriente y derivado, aquella de que hablará la “Leçon d’écriture”, ahí está, como el espacio de su posibilidad, la violencia de la archi-escritura, la violencia de la diferencia, de la
clasificación y del sistema de las apelaciones.

Antes de delinear la estructura de esta implicación, leamos la escena de los nombres propios; con otra escena, que de inmediato leeremos, es una preparación indispensable para la “Leçon d’écriture”. De ella está separada por un capítulo y otra escena: “En famille”. Y se la describe en el capítulo XXVI, “Sur la ligne”.
“Par fáciles que fuesen los Nambikwara indiferentes a la presencia del etnógrafo, a su libreta de notas y a su aparato fotográfico el trabajo era complicado por razones lingüísticas. Primeramente, el empleo de los nombres propios está prohibido entre ellos; para identificar a las personas, había que seguir el uso de las gentes de la línea, es decir convenir con los indígenas nombres prestados por medio de los cuales se los designaría. Ya sea nombres portugueses como Julio, José, María, Luiza; o bien sobrenombres: Lebre (liebre), Assucar (azúcar). Inclusive he conocido a uno a quien Rondon, o alguno de sus compañeros, había bautizado Cavaignac a causa de su perilla, rara entre los indios, que son generalmente lampiños.

Un día que yo jugaba con un grupo de niños, una de las chiquilinas fue golpeada por una camarada, vino a refugiarse junto a mí y se puso, con gran misterio, a murmurarme algo al oído, que no comprendí, y que estuve obligado a repetir varias veces, de modo que la adversaria descubrió la artimaña y, manifiestamente furiosa, se acercó a su vez para librar lo que pareció un secreto solemne; después de algunas vacilaciones y preguntas, la interpretación del incidente no dejó lugar a dudas.

La primera chiquilina había venido, por venganza, a darme el nombre de su enemiga, y cuando ésta se percató de ello, comunicó el nombre de la otra, a guisa de represalia. A partir de ese momento fue muy fácil, aunque poco escrupuloso, excitar a los niños unos contra otros y obtener todos sus nombres. Tras lo cual, creada de ese modo una pequeña complicidad, me dieron sin demasiada dificultad los nombres de los adultos. Cuando éstos comprendieron nuestros conciliábulos, los niños fueron reprendidos, y la fuente de mis informaciones se agotó.

No podemos entrar aquí en las dificultades de una deducción empírica de esta prohibición, pero se sabe a priori que los “nombres propios” cuya interdicción y revelación describe aquí Lévi-Strauss no son nombres propios. La expresión “nombre propio” es
impropia, por las mismas razones que recordará El pensamiento salvaje. Lo que sella la prohibición es el acto que profiere lo que funciona como nombre propio. Y esta función es la conciencia misma. El nombre propio en sentido corriente, en el sentido de la conciencia, no es (diríamos “en verdad” si aquí no debiéramos desconfiar de esa palabra) más que designación de pertenencia y clasificación lingüístico-social.

El levantamiento de la prohibición, el gran juego de la denuncia y la gran exhibición de lo “propio” (aquí se trata, señalémoslo, de un acto de guerra, y mucho habría que decir sobre el hecho de que sean
chiquilinas quienes se libran a ese juego y a esas hostilidades) consisten no en revelar nombres propios, sino en rasgar el velo que oculta una clasificación y una pertenencia, la inscripción en un sistema de diferencias lingüístico-sociales.

Lo que ocultaban los nambikwara, lo que exponen las niñitas en la transgresión, no son más idiomas absolutos, ya son especies de nombres comunes investidos, “abstractos”, si es cierto que los “sistemas de apelaciones comportan también sus ‘abstractos’”, como
puede leerse en El pensamiento salvaje (p. 265).

El concepto de nombre propio, tal como Lévi-Strauss lo utiliza sin problematizarlo en Tristes tropiques, está entonces lejos de ser simple y manejable. Pasa lo mismo, por lo tanto, con los conceptos de violencia, de astucia, de perfidia o de opresión que puntuarán un poco más adelante la “Leçon d’écriture”. Ya se ha podido comprobar que la violencia, aquí, no sobreviene de una sola vez, a partir de una inocencia original cuya desnudez sería sorprendida, en el momento en que se viola el secreto de los nombres que presuntamente se dicen propios. La estructura de la violencia es compleja y su posibilidad –la escritura- no lo es menos.

Había en efecto una primera violencia en nombrar. Nombrar, dar los nombres que eventualmente estaría prohibido pronunciar, tal es la violencia originaria del lenguaje que consiste en inscribir en una diferencia, en clasificar, en suspender el vocativo absoluto.

Pensar lo único dentro del sistema, inscribirlo en él, tal es el gesto de la archiescritura: archi-violencia, pérdida de lo propio, de la proximidad absoluta, de la presencia consigo, pérdida en verdad de lo que nunca ha tenido lugar, de una presencia consigo que nunca ha sido dada sino soñada y desde un principio desdoblada, repetida, incapaz de aparecerse de otra manera que en su propia desaparición.

A partir de esta archi-violencia, prohibida y por ende confirmada por una segunda violencia reparadora, protectora, que instituye la “moral”, que prescribe la ocultación de la escritura, la borradura y la obliteración del nombre que presuntamente se dice propio que ya dividía lo propio, una tercera violencia puede eventualmente surgir o no surgir (posibilidad empírica) en lo que corrientemente se llama
el mal, la guerra, la indiscreción, la violación: que consisten en revelar por efracción el nombre que presuntamente se dice propio, vale decir la violencia originaria que ha privado a lo propio de su propiedad y de su limpieza [propreté].

Tercera violencia de reflexión, podríamos decir, que desnuda la no-identidad nativa, la clasificación como desnaturalización de lo propio, y la identidad como momento abstracto del concepto. En
este nivel terciario, el de la conciencia empírica, es que deberían sin duda situarse el concepto común de violencia (el sistema de la ley moral y de la transgresión) cuya posibilidad se mantiene todavía impensada. La escena de los nombres propios está escrita en ese nivel; y más tarde la lección de escritura.

Esta última violencia es tanto más compleja en su estructura cuanto remite a la vez a las dos capas inferiores de la archi-violencia y de la ley. Revela en efecto la primera nominación que era ya una expropiación, pero también desnuda lo que desde entonces
hacía función de propio, lo que presuntamente se dice propio, sustituto de lo propio diferido, percibido por la conciencia social y moral como lo propio, el sello tranquilizador de la identidad consigo, el secreto.

Violencia empírica, guerra en el sentido corriente (astucia y perfidia de las niñitas, astucia y perfidia aparentes de las niñitas, pues el etnólogo las absolverá ofreciéndose como el verdadero y único culpable; astucia y perfidia del jefe indio que representa la
comedia de la escritura, astucia y perfidía aparentes del jefe indio que toma en préstamo todos sus recursos del intruso occidental) que Lévi-Strauss piensa siempre como un accidente. Sobrevendría en un terreno de inocencia, dentro de un, “estado de cultura” cuya
bondad natural todavía no se hubiera degradado.

Esta hipótesis, que verificará la “Leçon d’écriture”, está sostenida por dos indicios de apariencia anecdótica que pertenecen al decorado de la representación por venir. Anuncian la gran puesta en escena de la Lección y hacen que el arte de la composición brille en ese relato de viaje. Según la tradición del siglo XVIII, la anécdota, la página de confesiones, el fragmento de diario están sabiamente dispuestos, calculados con miras a una demostración filosófica sobre las relaciones entre naturaleza y sociedad, sociedad ideal y sociedad real, vale decir, lo más frecuente, entre la otra sociedad y nuestra sociedad.

¿Cuál es el primer indicio? La guerra de los nombres propios sigue a la llegada del extranjero y uno no se sorprenderá por ello. Nace en presencia y aun de la presencia del etnógrafo que viene a turbar el orden y la paz natural, la complicidad que liga pacíficamente la buena sociedad consigo misma dentro de su juego. No sólo la gente de la línea ha impuesto a los indígenas sobrenombres ridículos, obligándolos a asumirlos desde
adentro (liebre, azúcar, Cavaignac) sino que es la irrupción etnográfica quien rompe el secreto de los nombres propios y la inocente complicidad que regula el juego de las niñitas.

El etnólogo es quien viola un espacio virginal tan seguramente connotado por la escena de un juego y de un juego de niñitas. La simple presencia del extranjero, la sola apertura de su ojo no puede dejar de provocar una violación: el a parte, el secreto murmurado al oído, los desplazamientos sucesivos de la “artimaña”; la aceleración, la precipitación, una cierta algazara creciente en el movimiento antes de la recaída que sigue a la falta consumada, cuando la “fuente” se “agota”, todo eso hace pensar en una danza, en una fiesta así como en una guerra.

Por tanto, la simple presencia del mirón es una violación. En primer término violación pura: un extranjero silencioso asiste, inmóvil, a un juego de niñitas. Que una de ellas haya “golpeado” a una “camarada”, no constituye todavía una auténtica violencia. Ninguna integridad ha sido lastimada. La violencia no aparece sino en el momento en que se puede abrir a la efracción la intimidad de los nombres propios. Y es posible sólo en el momento en que el espacio está trabajado, reorientado por la mirada del extranjero.

El ojo del otro llama los nombres propios, los deletrea, hace caer la interdicción que los vestía. El etnógrafo se contenta en principio con ver. Mirada apoyada y presencia muda. Después las cosas se complican, se vuelven más tortuosas, más laberínticas, cuando se
presta al juego de la ruptura del juego, cuando presta oídos y entabla una primera complicidad con la víctima que también es la tramposa.

Finalmente, porque lo que cuenta son los nombres de los adultos (es decir quizá los epónimos, y entonces sólo se violaría el
secreto del lugar donde los nombres son atribuidos), la denuncia última no puede privarse de la intervención activa del extranjero. Quien por otra parte la reivindica y se acusa de ella.

El ha visto, luego oído, pero pasivo ante lo que sin embargo ya sabía provocar esperaba todavía los nombres maestros. La violación no estaba consumada, el fondo desnudo de lo propio se reservaba todavía. Como no se puede, o más bien no se debe incriminar a las
niñitas inocentes, la violación se llevará a cabo por medio de la intrusión desde entonces activa, pérfida, astuta, del extranjero que luego de haber visto y oído va ahora a “excitar” a las niñitas, a desatar las lenguas y a hacerse entregar los nombres preciosos: los de los adultos (la tesis nos dice que sólo “los adultos poseen un nombre que les es propio”, p. 39).

Con mala conciencia, seguramente, y esa piedad que Rousseau decía nos une al más extranjero de los extranjeros. Releamos ahora el mea culpa, la confesión del etnólogo que carga sobre sí toda la responsabilidad de una violación que lo ha satisfecho. Luego de
haberse entregado unas a otras las chiquilinas han entregado a los adultos.

“La primera chiquiIina había venido, por venganza, a darme el nombre de su enemiga, y cuando ésta se percató de ello, comunicó el nombre de la otra, a guisa de represalia. A partir de ese momento fue muy fácil, aunque poco escrupuloso, excitar a las niñas unas contra otras y obtener todos sus nombres. Tras lo cual, creada de ese modo una pequeña complicidad, me dieron sin demasiada dificultad los nombres de los adultos.”

El verdadero culpable no será castigado, cosa que impone a su falta el sello de lo irremediable: “Cuando éstos comprendieron nuestros conciliábulos, las niñas fueron reprendidas, y la fuente de mis informaciones se agotó”.
Se sospechó ya -y todos los textos de Lévi-Strauss lo confirmarían- que la crítica al etnocentrismo, tema tan caro al autor de Tristes tropiques tiene frecuentemente por función constituir al otro en modelo de la bondad original y natural, acusarse y humillarse, exhibir su ser-inaceptable en un espejo contra-etnocéntrico. Esa humildad de quien se sabe “inaceptable”, ese remordimiento que produce la etnografía, los habría enseñado Rousseau al etnólogo moderno. Al menos es lo que se nos dice en la conferencia de Ginebra:
En verdad, yo no soy ‘yo’, sino el más débil, el más humilde de los ‘otros’.

Tal es el descubrimiento de las Confesiones. ¿El etnólogo escribe otra cosa que confesiones? Primero en su nombre, como lo he mostrado, ya que es el móvil de su vocación y de su obra; y dentro de esa obra misma, en nombre de su sociedad, que por medio del etnólogo, su emisario, se elige otras sociedades, otras civilizaciones, y precisamente las más débiles y las más humildes; pero para verificar hasta qué punto ella misma es ‘inaceptable’…” (p. 245).

Sin hablar del punto de ventaja ganado así por quien conduce esa operación en su terreno, aquí se vuelve a encontrar un gesto heredado del siglo XVIII, de un cierto siglo XVIII en todo caso, puesto que ya se comenzaba a desconfiar de ese ejercicio, aquí o allá.

Los pueblos no-europeos no sólo son estudiados como el índice de una buena naturaleza enterrada, de un suelo nativo recubierto, de un “grado cero” con relación al cual se podría delinear la estructura, el devenir y, sobre todo la degradación de nuestra sociedad y de
nuestra cultura. Como siempre, esa arqueología es también una teleología y una escatología; sueño de una presencia plena e inmediata que cierra la historia, transparencia e indivisión de una parusía, supresión de la contradicción y de la diferencia.
La misión del etnólogo, tal como Rousseau se la habría asignado, consiste en trabajar para ese advenimiento. Eventualmente contra la filosofía que “sólo” habría buscado “excitar” los “antagonismos” entre el “yo y el otro”. Que no se nos acuse aquí de forzar las palabras y las cosas. Más bien leamos. Siempre en la conferencia de Ginebra, aunque se encontrarían otros cien textos similares:

“La revolución rusoniana, preformando e iniciando la revolución etnológica, consiste en rehusar identificaciones obligadas, ya sea la de una cultura a esta cultura, o la de un individuo, miembro de una cultura, con un personaje o con una función social, que esta misma cultura busca imponerle. En ambos casos la cultura, o el individuo, reivindican el derecho a una identificación libre, que no puede
realizarse sino más allá del hombre: con todo lo que vive y por tanto sufre; y también más acá de la función o del personaje; con un ser, ya no elaborado, sino dado. Entonces, el yo y el otro, liberados de un antagonismo que la filosofía sólo buscaba, excitar, recuperan su unidad. Una alianza original, finalmente renovada, les permite fundar conjuntamente el nosotros contra el él, vale decir contra una
sociedad enemiga del hombre, y que el hombre se siente tanto mejor dispuesto a recusar cuanto que Rousseau, con su ejemplo, le enseña cómo eludir las insoportables contradicciones de la vida civilizada.

Puesto que si es verdad que la naturaleza ha expulsado al hombre, y que la sociedad persiste en oprimirlo, el hombre al menos puede invertir para ventaja suya los polos del dilema, e indagar la sociedad de la naturaleza para meditar en ella sobre la naturaleza de la sociedad. He aquí, me parece, el indisoluble mensaje del Contrato social, de las Cartas sobre botánica y de las Rêveries.”

En “Un vasito de ron”, una severa crítica a Diderot y una glorificación de Rousseau (“el más etnógrafo de los filósofos … nuestro maestro … nuestro hermano, hacia quien hemos demostrado tanta ingratitud, pero a quien podría haberse dedicado cada página de este libro si el homenaje no hubiera sido indigno de su gran memoria”), concluyen así:
“…La única cuestión es saber si esos males son en sí mismos inherentes al estado [de sociedad]. Detrás de los abusos y los crímenes, se indagará entonces la base inconmovible de la sociedad humana”.

Se empobrecería el pensamiento tan diverso de Lévi-Strauss si no se recordase aquí con insistencia lo que no agotan ese designio y esa motivación. No obstante, ambas hacen más que connotar el trabajo científico, lo marcan con profundidad en su mismo contenido.

Habíamos anunciado un segundo indicio. Los Nambikwara, entre quienes la “Leçon d’écriture” va a desplegar su escena, entre quienes el mal va a insinuarse con la intrusión de la escritura llegada de afuera (ezvyen, decía ya el Fedro, recordamos), los Nambikwara, que no saben escribir, se nos dice, son buenos.

Quienes, jesuitas, misioneros, protestantes, etnólogos norteamericanos, técnicos de la línea, han creído percibir violencia u odio entre los nambikwara no sólo se han engañado sino que probablemente han proyectado sobre ellos su propia maldad. E incluso provocado el mal que luego han creído o querido percibir.

Leamos aún el final del capítulo XVII titulado, siempre con igual arte, “En famille”. Ese pasaje precede inmediatamente a la “Leçon d’écriture” y, en cierto modo, le es indispensable. Confirmemos ante todo lo que es obvio: si no suscribimos las declaraciones de Lévi-Strauss en cuanto a la inocencia y la bondad de los nambikwara, en cuanto a su “inmensa gentileza”, “la más verídica expresión de la ternura humana”, etc., más que asignándoles una situación de legitimidad muy empírica, derivada y relativa, teniéndolas por las descripciones de las afecciones empíricas del sujeto de ese capítulo –los nambikwara tanto como el autor-, si no suscribimos entonces esas declaraciones más que a título de la relación empírica, no se desprende que demos fe a las descripciones moralizantes del etnógrafo norteamericano que, a la inversa, deplora el odio, la hurañía y la incivilidad de los indígenas. En realidad ambas relaciones se oponen simétricamente, tienen la misma medida, y se ordenan en torno a un solo y mismo eje.

Luego de citar la publicación de un colega extranjero, muy severo con los Nambikwara, con su complacencia ante la enfermedad, la suciedad, la miseria, con su descortesía, su carácter rencoroso y
desconfiado, Lévi-Strauss prosigue:
“En cuanto a mí, que los he conocido en una época en que las enfermedades introducidas por el hombre blanco ya los habían diezmado, pero en la que –desde las tentativas siempre muy humanas de Rondon- nadie se había empeñado en someterlos, quisiera olvidar esa descripción acongojante y conservar en la memoria nada más que este cuadro recuperado de mis anotadores donde una noche he garabateado al resplandor de mi linterna: En la sábana oscura brillan los fuegos del campamento. En torno la hoguera, única protección contra el frío que desciende, detrás de la frágil mampara de palmas y ramajes apresuradamente plantada en el
suelo del lado de donde se teme el viento o la lluvia; junto a las banastas colmadas con los pobres objetos que constituyen toda una riqueza terrestre; acostados sobre la tierra que se extiende en los alrededores, frecuentada por otras bandas igualmente hostiles y espantadizas, los esposos, estrechamente enlazados, se perciben uno para el otro como el sostén, el consuelo, el único auxilio contra las
dificultades cotidianas y la melancolía soñadora que, de tiempo en tiempo, invade el alma nambikwara. El visitante que por vez primera acampa en el monte con los indios, se siente arrebatado de angustia y piedad ante el espectáculo de esa humanidad tan totalmente desvalida; aplastada, parece, contra el suelo de una tierra hostil por algún implacable cataclismo; desnuda, tiritando junto a fuegos
vacilantes. Circula tanteando entre los matorrales, evitando tropezar con una mano, un brazo, un torso, cuyos cálidos reflejos se adivinan al resplandor de los fuegos.
Pero esa miseria está animada por cuchicheos y risas. Las parejas se estrechan como en la nostalgia de una unidad perdida: las caricias no se interrumpen al paso del extranjero. En todos se adivina una inmensa gentileza, una profunda despreocupación, una ingenua y encantadora satisfacción animal y, reuniendo esos sentimientos diversos, algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana.”

La “Legon d’écriture” sigue a esta descripción que ciertamente se puede leer por lo que dice ser desde un comienzo: página de “anotador” garabateada una noche al resplandor de la linterna. Sería de otro modo si esa conmovedora pintura debiese pertenecer a un
discurso etnológico. Instala sin embargo indiscutiblemente una premisa -la bondad o – inocencia de los Nambikwara- indispensable para la demostración que seguirá, de la intrusión conjunta de la violencia y de la escritura.

Allí es donde entre la confesión etnográfica y el discurso teórico del etnólogo debe observarse una rigurosa frontera. La diferencia entre lo empírico y lo esencial debe continuar haciendo valer sus derechos. Es sabido que Lévi-Strauss tiene palabras muy duras para las filosofías que han abierto el pensamiento a esta diferencia y que son, con frecuencia, filosofía de la conciencia, del cogito en el sentido cartesiano o husserliano. Palabras muy duras también para el Essaí sur les données inmédiates de la conscience que Lévi-Strauss reprocha a sus antiguos maestros meditar en demasía, en lugar de estudiar el Curso de lingüística general de Saussure. Ahora bien, sea lo que fuere que se pensase en el fondo de las filosofías así
incriminadas o ridiculizadas (y de las que aquí no hablaremos salvo para subrayar que sólo están evocadas en sus espectros, como los que frecuentan a veces los manuales, los trozos escogidos o los rumores), debe reconocerse que la diferencia entre el afecto empírico y la estructura de esencia servía allí de regla principal.

Ni Descartes ni Husserl hubieran jamás dejado entender que tenían por verdad científica a una modificación empírica de su relación
con el mundo o con el prójimo, ni por premisa de un silogismo a la calidad de una emoción.

Jamás en las Regulæ se pasa de la verdad fenomenológicamente irrecusable del “veo amarillo” al juicio “el mundo es amarillo”. No prosigamos en esta dirección. Nunca, en todo caso, un filósofo riguroso de la conciencia hubiera concluido con tanta rapidez la
bondad radical y la inocencia virginal de los nambikwara sobre la fe de un relato empírico.

Desde el punto de vista de la ciencia etnológica, ese relato es tan sorprendente como podía ser “acongojante”, la palabra es de Lévi-Strauss, la del malvado etnólogo norteamericano.

Sorprendente, esa afirmación incondicionada de la bondad radical de los Nambikwara, en la pluma de un etnólogo que opone a los fantasmas exangües de los filósofos de la conciencia y de la ‘intuición los que han sido sus únicos auténticos maestros: Marx y Freud, si debe creerse al comienzo de Tristes tropiques.

Todos los pensadores clasificados de prisa, al comienzo de este libro, bajo el título de la metafísica, de la fenomenología y del existencialismo, no se reconocerían con los rasgos que se les han prestado. Esto es obvio. Pero uno se equivocaría concluyendo que, en compensación, los discursos escritos bajo su signo y en particular los capítulos que nos ocupan hubieran satisfecho a Marx y a Freud. Que en general pedían comprender cuando se les hablaba de “inmensa gentileza”, de “profunda despreocupación”, de “-ingenua y encantadora satisfacción animal” y de “algo así como la expresión más conmovedora y más verídica de la ternura humana”.

Que pedían comprender y sin duda no hubieran entendido a qué se podía hacer alusión precisamente bajo el nombre de la “alianza original, finalmente renovada”, que permite “fundar conjuntamente el nosotros contra el él” (ya citado) o bajo el nombre de “esa estructura regular y- como cristalina, de la cual las sociedades primitivas mejor conservadas nos enseñan que no es contradictoria con la humanidad” (Leçon inaugurale au Collége de France [trad. esp. Elogio de la antropología, Pasado y Presente, 1968. N. del T.]).

En todo ese sistema de parentesco filosófico y de reivindicación genealógica, el menos sorprendido de todos no hubiera sido Rousseau, sin duda. ¿No habría pedido que se lo dejara vivir en paz con los filósofos de la conciencia y del sentimiento interior, en paz con ese cogito sensible, con esa voz interior que como es sabido él creía que no mentía nunca?

Poner de acuerdo en sí a Rousseau, Marx y Freud es una tarea difícil. Ponerlos de acuerdo entre sí, en el rigor sistemático del concepto, ¿acaso es posible?

Trump: el otro fin de ciclo

Trump: el otro fin de ciclo

10 Nov 2016 Atilio Boron

En el último año hablar del “fin del ciclo progresista” se había convertido en una moda en América Latina…Pero no, es otro ciclo el que se acabó : el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial.

Uno de los supuestos de tan temeraria como infundada tesis, cuyos contenidos hemos discutido en otra parte, era la continuidad de las políticas de libre cambio y de globalización comercial impulsadas por Washington desde los tiempos de Bill Clinton y que sus cultores pensaban serían continuadas por su esposa Hillary para otorgar sustento a las tentativas de recomposición neoliberal en curso en Argentina y Brasil.1

Pero enfrentados al tsunami Donald Trump se miran desconcertados y muy pocos, tanto aquí como en Estados Unidos, logran comprender lo sucedido. Cayeron en las trampas de las encuestas que fracasaron en Inglaterra con el Brexit, en Colombia con el No, en España con Podemos y ahora en Estados Unidos al pronosticar unánimemente el triunfo de la candidata del partido Demócrata.

También fueron víctimas del microclima que suele acompañar a ciertos políticos, y confundieron las opiniones prevalecientes entre los asesores y consejeros de campaña con el sentimiento y la opinión pública del conjunto de la población estadounidense, esa sin educación universitaria, con altas tasas de desempleo, económicamente arruinada y frustrada por el lento pero inexorable desvanecimiento del sueño americano, convertido en una interminable pesadilla.

Por eso hablan de la “sorpresa” de ayer a la madrugada, pero como observara con astucia Omar Torrijos, en política no hay sorpresas sino sorprendidos. Veamos algunas de las razones por las que Trump se impuso en las elecciones.

Primero, porque Hillary Clinton hizo su campaña proclamando el orgullo que henchía su espíritu por haber colaborado con la Administración Barack Obama, sin detenerse un minuto a pensar que la gestión de su mentor fue un verdadero fiasco. Sus promesas del “Sí, nosotros podemos” fueron inclementemente sepultadas por las intrigas y presiones de lo que los más agudos observadores de la vida política estadounidense esos que nunca llegan a los grandes medios de aquel país denominan “el gobierno invisible” o el “estado profundo”.

Las módicas tentativas reformistas de Obama en el plano doméstico naufragaron sistemáticamente, y no siempre por culpa de la mayoría republicana en el Congreso. Su intención de cerrar la cárcel de Guantánamo se diluyó sin dejar mayores rastros y Obama, galardonado con un inmerecido Premio Nobel, careció de las agallas necesarias para defender su proyecto y se entregó sin luchar ante los halcones.

Otro tanto ocurrió con el “Obamacare”, la malograda reforma del absurdo, por lo carísimo e ineficiente, sistema de salud de Estados Unidos, fuente de encendidas críticas sobre todo entre los votantes de la tercera edad pero no sólo entre ellos. No mejor suerte corrió la reforma financiera, luego del estallido de la crisis del 2008 que sumió a a la economía mundial en una onda recesiva que no da señales de menguar y que, pese a la hojarasca producida por la Casa Blanca y distintas comisiones del Congreso, mantuvo incólume la impunidad del capital financiero para hacer y deshacer a su antojo, con las consabidas consecuencias.

Mientras, los ingresos de la mayoría de la población económicamente activa registraban no en términos nominales sino reales un estancamiento casi medio siglo, las ganancias del uno por ciento más rico de la sociedad norteamericana crecieron astronómicamente.2 Tan es así que un autor como Zbigniew Brzezinski, tan poco afecto al empleo de las categorías del análisis marxista, venía hace un tiempo expresando su preocupación porque los fracasos de la política económica de Obama encendiese la hoguera de la lucha de clases en Estados Unidos.

En realidad esta venía desplegándose con creciente fuerza desde comienzos de los noventas sin que él, y la gran mayoría de los “expertos”, se dieran cuenta de lo que estaba ocurriendo bajo sus narices. Sólo que la lucha de clases en el corazón del sistema imperialista no puede tener las mismas formas que ese enfrentamiento asume en la periferia. Es menos visible y ruidoso, pero no por ello inexistente. De ahí la tardía preocupación del aristócrata polaco-americano. En materia de reforma migratoria Obama tiene el dudoso honor de haber sido el presidente que más migrantes indocumentados deportó, incluyendo un exorbitante número de niños que querían reunirse con sus familias. En resumen, Clinton se ufanaba de ser la heredera del legado de Obama, y aquél había sido un desastre.

Pero, segundo, la herencia de Obama no pudo ser peor en materia de política internacional. Se pasó ocho años guerreando en los cinco continentes, y sin cosechar ninguna victoria. Al contrario, la posición relativa de Estados Unidos en el tablero geopolítico mundial se debilitó significativamente a lo largo de estos años. Por eso fue un acierto propagandístico de Trump cuando utilizó para su campaña el slogan de “¡Hagamos que Estados Unidos sea grande otra vez!” Obama y la Clinton propiciaron golpes de estado en América Latina (en Honduras, Ecuador, Paraguay) y envió al Brasil a Liliana Ayalde, la embajadora que había urdido la conspiración que derribó a Fernando Lugo para hacer lo mismo contra Dilma.

Atacó a Venezuela con una estúpida orden presidencial declarando que el gobierno bolivariano constituía una “amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos.” Reanudó las relaciones diplomáticas con Cuba pero hizo poco y nada para acabar con el bloqueo. Orquestó el golpe contra Gadaffi inventando unos “combatientes por la libertad” que resultaron ser mercenarios del imperio.

Y Hillary merece la humillación de haber sido derrotada por Trump aunque nomás sea por su repugnante risotada cuando le susurraron al oído, mientras estaba en una audiencia, que Gadaffi había sido capturado y linchado. Toda su degradación moral quedó reflejada para la historia en esa carcajada. Luego de eso, Obama y su Secretaria de Estado repitieron la operación contra Basher al Assad y destruyeron Siria al paso que, como confesó la Clinton, “nos equivocamos al elegir a los amigos” –a quienes dieron cobertura diplomática y mediática, armas y grandes cantidades de dinero- y del huevo de la serpiente nació, finalmente, el tenebroso y criminal Estado Islámico.

Obama declaró una guerra económica no sólo contra Venezuela sino también contra Rusia e Irán, aprovechándose del derrumbe del precio del petróleo originado en el robo de ese hidrocarburo por los jijadistas que ocupaban Siria e Irak. Envió a Victoria Nuland, Secretaria de Estado Adjunta para Asuntos Euroasiáticos , a ofrecer apoyo logístico y militar a las bandas neonazis que querían acabar con el gobierno legítimo de Ucrania, y lo consiguieron al precio de colocar al mundo, como lo recuerda Francisco, al borde de una Tercera Guerra Mundial.

Y para contener a China desplazó gran parte de su flota de mar al Asia Pacífico, obligó al gobierno de Japón a cambiar su constitución para permitir que sus tropas salieran del territorio nipón (con la evidente intención de amenazar a China) e instaló dos bases militares en Australia para, desde el Sur, cerrar el círculo sobre China. En resumen, una cadena interminable de tropelías y fracasos internacionales que provocaron indecibles sufrimientos a millones de personas.

Dicho lo anterior, no podía sorprender a nadie que Trump derrotara a la candidata de la continuidad oficial. Con la llegada de este a la Casa Blanca la globalización neoliberal y el libre comercio pierden su promotor mundial. El magnate neoyorquino se manifestó en contra del TTP, habló de poner fin al NAFTA (el acuerdo comercial entre Estados Unidos, México y Canadá) y se declaró a favor de una política proteccionista que recupere para su país los empleos perdidos a manos de sus competidores asiáticos.

Por otra parte, y en contraposición a la suicida beligerancia de Obama contra Rusia, propone hacer un acuerdo con este país para estabilizar la situación en Siria y el Medio Oriente porque es evidente que tanto Estados Unidos como la Unión Europea han sido incapaces de hacerlo. Hay, por lo tanto, un muy significativo cambio en el clima de opinión que campea en las alturas del imperio. Los gobiernos de Argentina y Brasil, que se ilusionaban pensando que el futuro de estos países pasaría por “insertarse en el mundo” vía libre comercio (TTP, Alianza del Pacífico, Acuerdo Unión Europea-Mercosur) más les vale vayan aggiornando su discurso y comenzar a leer a Alexander Hamilton, primer Secretario del Tesoro de Estados Unidos, y padre fundador del proteccionismo económico.

Sí, se acabó un ciclo: el del neoliberalismo, cuya malignidad convirtió a la Unión Europea en una potencia de segundo orden e hizo que Estados Unidos se internara por el sendero de una lenta pero irreversible decadencia imperial. Paradojalmente, la elección de un xenófobo y misógino millonario norteamericano podría abrir, para América Latina, insospechadas oportunidades para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo y ensayar otras políticas económicas una vez que las que hasta ahora prohijara Washington cayeron en desgracia.

Como diría Eric Hobsbawm, se vienen “tiempos interesantes” porque, para salvar al imperio, Trump abandonará el credo económico-político que tanto daño hizo al mundo desde finales de los años setentas del siglo pasado. Habrá que saber aprovechar esta inédita oportunidad.

Notas:

1 Ver Atilio A. Boron y Paula Klachko, “Sobre el “post-progresismo” en América Latina: aportes para un debate”, 24 Septiembre 2016, (disponible en varios diarios digitales)

2 Cf. Drew Desilver, “For most workers, real wages have barely budged for decades” donde demuestra que los salarios reales tenían en el año 2014 ¡el mismo poder de compra que en 1974! Ver http://www.pewresearch.org/fact-tank/2014/10/09/for-most-workers-real-wages-have-barely-budged-for-decades/

Fuente: Investig’Action – See more at: http://www.investigaction.net/es/trump-el-otro-fin-de-ciclo/#sthash.Ln5S1oc7.dpuf

Posmodernismo y contrarrevolución

Posmodernismo y contrarrevolución
Creado en 15 Mayo 2012
Oscar A. Fernández O. (*)
La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. Karl Marx
SAN SALVADOR – Karl Marx (1818-1867) amplió el campo de aplicaciones en el debate sobre que define la llamada “modernidad” y con ello también el horizonte de su transcendencia; así, en un primer estadio de su análisis crítico que incide ante todo sobre el ámbito socioeconómico, lo “moderno” equivale a una categoría más bien negativa que viene a identificarse con la abstracción, la metafísica y el dualismo que alienan al hombre y que deben superarse para alcanzar la realización del hombre; posteriormente, al hacer extensivo su análisis al ámbito político y tocado él mismo por la visión optimista de la época ante el progreso, atribuye a la modernidad una noción más positiva: la transición de una sociedad menos desarrollada a otra más desarrollada en la que se hacen presentes los nuevos elementos progresivos –si bien, el progreso no ha de entenderse aquí necesariamente en su vertiente moral de mejoramiento, sino en el sentido histórico de incremento y acumulación, con el que se da paso a la liberación del hombre en el nuevo tipo de sociedad (socialista) que surge- (Ruíz Esparza: 1992)
Lo que se ha dado en llamar “posmodernidad” no es un fenómeno puramente ideológico, es decir, que no se trata de un juego conceptual elaborado por intelectuales deprimidos y nihilistas del “primer mundo”, sino, ante todo, de un discurso civilizatorio, un cambio de sensibilidad sobre el ser humano. Hoy la posmodernidad, es vista como antítesis de la modernidad, se entiende como “negación” de la modernidad; crisis y acabamiento –muerte- de la razón; pesimismo, desconfianza en la razón; tiempo de pragmatismo y prejuicio, deconstrucción de la historia. (Castro Gómez:1997)
La posmodernidad es pues, la agudización de la modernidad y por tanto, la expresión de un capitalismo jadeante pero voraz. Por lo tanto podemos concluir que las características que suelen atribuirse al postmodernismo no son más que las que constituyen a la Modernidad (Giddens 1994)
Adolfo Sánchez Vázquez opina que la posmodernidad es una ideología propia de la “tercera fase de expansión del capitalismo” que se inicia después de terminada la segunda guerra mundial. A diferencia de las dos anteriores, esta tercera fase ya no conoce fronteras de ninguna clase, llegando a penetrar incluso en ámbitos como la naturaleza, el arte y el inconsciente colectivo. Para lograr sus objetivos, el “capitalismo tardío” engendra una ideología capaz de inmovilizar por completo cualquier intento de cambiar la sociedad.
En opinión de Sánchez Vázquez, el pensamiento posmoderno arroja por la borda la idea misma de “ razón” y “derecho”, con lo cual se arruina todo intento de legitimar un proyecto de transformación social. Al negar el potencial emancipador de la modernidad, la postmodernidad descalifica la acción política y desplaza la atención hacia el ámbito contemplativo de lo estético. Así mismo, la reivindicación de lo fragmentario y lo justo elimina cualquier tipo de resistencia y sume al hombre en una espera resignada del fin. (Castro Gómez: 2001)
El economista y filósofo Franz Hinkelammert ve en la posmodernidad un peligroso regreso a las fuentes del nazismo. La influencia de Nietzsche en los filósofos posmodernos no es gratuita, pues de lo que se trata es de corroer los cimientos mismos de la racionalidad. Vivimos en una Sociedad postmoderna, es decir, en un “no lugar”, en donde se deja que el capitalismo limite y reglamente el poder de la sociedad de disponer de éste. No existe base social ni constitución política, el contrato social se ha rescindido y solo se enuncia el derecho del capital globalizado.

En esta visión de las cosas el discurso emancipador queda abolido, la emancipación también; la filosofía que se forma como conjunción de teoría y praxis y como pensamiento que proviene de la historia y va hacia ella, pierde todo sentido porque la historia también la ha perdido. El pueblo como sujeto no representa ninguna legitimidad porque los sujetos como tales están deslegitimados; la idea del futuro pende de un horizonte sin historia, como pieza de arqueología en los museos de la modernidad. Todo lo moderno es ya arcaico, fósil.

La estética que engloba la vida cotidiana es un proceso del modelaje de la llamada modernidad tardía, caracterizada por la creciente individualidad, expresión personal y autoconciencia estilística de los sujetos. Autores como Bourdieu y Featherstone proponen pensar al sujeto del capitalismo tardío como un ser preocupado por el estilo y la estética de su vida, y que en función de ello mantiene un profundo deseo por aprender y enriquecerse continuamente, por buscar nuevos valores y vocabularios. Se trata de un sujeto que autoconstruye su propia cotidianeidad a partir del consumo de bienes y servicios simbólicos, y que cree además que la vida estética es la vida éticamente buena.
La postmodernidad no es solamente la deslegitimación y desconstrucción de los modelos, arquetipos y relatos que dejarían a la ideología, entre otras cosas, archivada en los museos del tiempo irremediablemente pasado, sino que es la construcción de nuevos modelos a partir de una realidad globalizante.
Aparentemente hay una gran diferencia entre posmodernismo que se autodefine como un pensamiento débil y escéptico y el neoliberalismo presentado como una doctrina fuerte y dogmática del mundo. Sin embargo, ambos están ligados por un carácter robustamente doctrinario en su rechazo tajante a la modernidad. Para los posmodernos el socialismo no es más que un mito, una leyenda fantasiosa y por ello el fin de la modernidad sería asimismo el fin del socialismo y sus argumentos.
El neoliberalismo, como corriente de pensamiento, comienza a configurarse en los años 40 con la obra de Friedrich Hayek, “El Camino de la Servidumbre”. Después de tres décadas de deambular por los ámbitos académicos, los sectores dominantes del poder político lo comienzan a asumir y lo pondrán en práctica en las principales naciones del capitalismo industrializado. Estos sectores vieron en esta nueva doctrina la posibilidad de poner en práctica los programas de ajuste y reestructuración necesarios para salir de la crisis de acumulación del régimen fordista y por ende del salvataje del sistema en su conjunto.
Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania fueron los países que asumieron con mayor dinamismo el proceso de reestructuración política y económica que llevó progresivamente a la derechización de gran parte del mundo en la década de los 80 y 90. Nos descubrimos ante un verdadero proyecto hegemónico de escala planetaria. (Javier García: 1997)
“La respuesta neoliberal es simplista y engañosa: promete más mercado cuando, en realidad, es en el propio mercado donde se encuentran las raíces de la exclusión y la desigualdad. Es en el mercado donde la exclusión y la desigualdad se reproducen y se amplían. El neoliberalismo nada nos dice acerca de cómo actuar contra las causas estructurales de la pobreza; por el contrario, él actúa intensificándolas (R. Aruj, 2000)
La revolución conservadora de Reagan y Tatcher se alimentó de estas ideas reaccionarias y pesimistas para desarrollar una salvaje política de hostilidad contra el Estado del bienestar. Contradictoriamente, bajo la apariencia de una política estrictamente neoliberal, se reforzaron políticas keynesianas para la producción de armamentos que contribuyeron decisivamente al auge en los ’80. (J. Garcia: 1997)
Tras la quiebra del llamado socialismo real dirigido por la ex Unión Soviética, el postmodernismo se transformó en pensamiento único, afianzándose como la nueva filosofía política contemporánea, encumbrando las delicias del mercado y convirtiéndose así en el principal soporte ideológico del neoliberalismo.
El discurso de la globalización construye un imaginario que introyecta la ilusión de un mundo mejor en el cual hay una dudosa libertad, consumismo, hedonismo y búsqueda constante y posible de una mejor calidad de vida por un camino individual, sin importar la ética: ¡sálvense quién pueda! El proyecto neoliberal de la globalización, tiene como premisa lograr el desarrollo de la humanidad sin tener en cuenta los costos que ello implique, apuntando a que un sector (aquellos que detentan el poder y algunos de sus seguidores) subsista hasta el final del camino. Para ello ha desplegado una serie de instrumentos que junto con el desarrollo de la tecnología, le han permitido un mayor poder para lograr y mantener ese control.
El pensamiento único puede y debe presentarse como sucesor umbilical del postmodernismo político. La diferencia sustancial es que el pensamiento único es una ideología cerrada y totalizadora, que se autoafirma presentándose con la autoridad de lo indiscutible. Caído el muro, no hay otra alternativa que el capitalismo realmente existente.
Pero, la realidad es bien distinta. El nuevo orden prometido no tardó en convertirse en un colosal desorden. La globalización económica, es decir, la internacionalización de los mercados financieros y la producción manufacturera combinada con la incesante revolución tecnológica del fin de siglo, devora todo lo social, empequeñece el papel del estado, robando paulatinamente la soberanía nacional de cada burguesía e instaurando la gran dictadura mundial de los mercados. La democracia burguesa, es decir, la dictadura con rostro humano del gran capital de cada estado nacional, se ha convertido en la plutocracia “prestigiosa” de mercados que fluctúan sin control arrasando a su paso, cual plaga de langostas, las bolsas, monedas y reservas de divisas de los más débiles, obligándolos a hipotecarse hasta el cuello, convirtiendo así las deudas en impagables, lo que los vuelve dueños de naciones enteras.
Este nuevo darwinismo macroeconómico impone la selección natural de las economías más fuertes y estables excluyendo grandes áreas geopolíticas como África, que no han sido ni siquiera invitadas al gran juego de la globalización.
La desvergüenza y la palabra vacía con la que se manejan los representantes de los intereses del neoliberalismo, pretende paralizar cualquier tipo de acción alternativa, es una condición movilizadora y a la vez paralizante, es un mensaje que indica el hacer, el quehacer y el pensar. La masa debe obedecer las palabras y sus consignas, y luego las repite. “Quien domine la jerga no necesita decir lo que piensa, ni siquiera pensarlo honestamente; de esto le exonera la jerga, que al mismo tiempo desvaloriza el pensamiento”. (Aruj: cit.)
La dictadura de los mercados concentra el capital cada vez en menos manos, como pronosticó Marx con gran acierto hace ahora siglo y medio. Pero el fenómeno de la concentración oligárquica de la riqueza conlleva necesariamente la depauperación económica de amplias capas de la sociedad. Esto ha provocado como relación causa-efecto, situaciones insostenibles de inestabilidad política que más temprano que tarde, traerán consigo grandes conmociones sociales que ponen encima de la mesa la cuestión del poder.
Como en todo proceso de revolución y contrarrevolución, la humanidad se enfrentará a una crisis de civilización a escala planetaria que, con diferentes ritmos dependiendo de cada país, planteará dos únicas alternativas globales: o la clase trabajadora rompe el dominio del capital en un país clave abriendo de nuevo la posibilidad de la construcción revolucionaria del socialismo a nivel mundial, o la burguesía desesperada pondrá su futuro en manos de nuevas dictaduras fascistas, incluso en los civilizados países de Europa y Estados Unidos, desatando una voracidad imperialista sin precedentes.
El marxismo leninismo no tiene nada que ver con la melancolía. Reivindicamos nuestro derecho al optimismo revolucionario. Pero, si no somos capaces de aprovechar los próximos años en educar cuadros revolucionarios y extender las ideas del marxismo, nos enfrentaremos a esos procesos con una debilidad innecesaria que puede facilitar la derrota del proletariado e incluso la vuelta al fascismo. Si bien en la izquierda no hemos logrado aún sacudirnos del todo la polvareda levantada por la caída del muro de Berlín, nuestro propio desarrollo nos impone repensar la teoría y ponerla a tono con el mundo de hoy.
Este ejercicio teórico y de rediseño de la práctica, requiere también de la investigación seria y concienzuda del ayer; precisa del reencuentro con el marxismo clásico, la lucha de clases y del estudio de todo el pensamiento social, sobre todo de aquel que desde una postura revolucionaria se mostró original y creativo, a fin de que el análisis contribuya a la necesaria recomposición de la teoría en este extravagante tiempo de globalización, desprecio de la razón y culto a la apariencia.

Una radiografía marxista de la globalización

Una radiografía marxista de la globalización.
(Olmedo Beluche)
En este siglo XXI, siete mil millones de seres humanos vivimos bajo el signo de lo que se ha llamado “globalización”. Este concepto procura captar una realidad compleja pero concreta, que determina, cual si de Dios se tratase, nuestras vidas: empleo, pobreza, migraciones, democracia, identidad, gustos, formas de pensar, etc. ¿Dónde está la esencia de este fenómeno multidimensional? ¿Qué es lo determinante: el proceso económico, el político – institucional, sus resultados sociales o sus consecuencias culturales?
“Marxismo y globalización capitalista”, de Roberto Ayala Saavedra, profesor de sociología de la Universidad de Costa Rica, aborda de manera brillante este complejo problema y lo hace, como indica desde su título, con el método del materialismo histórico, “una teoría de la totalidad social,…, que busca fundar racionalmente la acción y que se construye en esa acción,…, una praxis transformadora que quiere ser consciente y racional”.
De la generación de cientistas sociales centroamericanos de este inicio del siglo XXI, Roberto Ayala es uno de los más capacitados para acometer la titánica tarea de arriesgar una radiografía de la globalización bajo la lupa del método marxista. Ayala es una persona que ha combinado la lucidez de un pensamiento crítico, basado en una sólida formación teórica, con una vida de compromiso militante desde hace 40 años.
“Praxis transformadora” que Roberto ha sostenido inquebrantable desde que lo conocimos como brillante estudiante de secundaria y dirigente estudiantil, a mitad de los años 70; pasando por sus años de formación académica y política en Brasil; que lo llevó a ser uno de los fundadores del Partido Socialista de los Trabajadores de Panamá; y que ha sostenido por 20 años en Costa Rica, donde emigró y ha continuado combinando su labor académica con el compromiso militante hasta el día de hoy.
Globalización, un proceso abierto y en disputa
“Marxismo y globalización capitalista” es una obra extraordinaria, que disecciona al “capitalismo del siglo XXI” o “capitalismo tardío” (concepto tomado de Ernest Mandel), en una reflexión crítica que polemiza con enfoques teórico metodológicos de diversas corrientes de la Ciencia Social. Cada momento del análisis concreto va acompañado de una explicación metodológica, uno de sus mejores aportes, en que Ayala demuestra un dominio sobre el método hegeliano-marxista. El libro está compuesto por cinco capítulos y su conclusión: capitalismo global; América Latina: reconsideración del problema de la dependencia; globalización y cambio cultural; cuestión social y capitalismo; neoliberalismo y ética.
Desde la Introducción, Ayala se aleja de interpretaciones mecanicistas y metafísicas, para señalar que la globalización: “…es un proceso abierto y en disputa, cuya ulterior conformación depende de la relación de fuerzas entre diversas clases…” (Pág. 5). Siendo que una característica del capitalismo es su expansión sin fronteras y que desde el siglo XVI existe lo que I. Wallerstein llama “sistema mundo”, Ayala se focaliza en las características específicas del capitalismo bajo la globalización actual.
De manera que define a la globalización como una realidad “compleja, multidimensional y móvil”, estructurada y jerarquizada, no una “amalgama”, que tiene “su base y condición general de posibilidad… su anatomía, en la economía política…” (Págs. 26 y 27). La globalización tiene cuatro dimensiones: económica, política, tecnológica y cultural, según Ayala.
Las cuatro dimensiones de la globalización
Respecto de la dimensión económica, llama a repudiar lo métodos que se focalizan sobre aspectos incidentales, abusando de la fenomenología y el método individualista, deshistorizando lo real. Por ende, a partir de la cita de Marx (“el problema de la historia es la historia del problema”), invita a comprender la globalización a partir de la historia del capitalismo como un sistema de explotación de clases.
Al abordar la dimensión tecnológica, propone repudiar la “fetichización tecnológica” que se niega a ver que todos los desarrollos en esta dimensión tienen como objetivo el aumento de la productividad del trabajo, es decir, la explotación de clase.
Sobre la dimensión político-institucional, Roberto Ayala recuerda que el objetivo de la ideología liberal, y neoliberal por extensión, no es otro que la “naturalización” del mercado (“reificación”, diría Lukacs). La globalización ha implicado una “ofensiva capitalista en la lucha de clases” (J. Hirsh), bajo los criterios neoliberales. Pero esta ofensiva es velada a través de una institucionalidad internacional (ONU, OMC, UE, OEA, etc.) que opera como legitimadora de las decisiones, impulsando métodos políticos que han reducido la democracia a una práctica restringida y una ciudadanía con derechos humanos reducidos.
En el plano de la cultura, “las industrias culturales (audiovisuales), organizan la canalización del placer hacia formas y ámbitos compatibles con la reproducción económica y social del orden vigente” (Pág. 52). A la vez que promueven un hiperindividualismo, la indiferencia social, el consumismo cosificante con derrapes escapistas.
La globalización desplaza a las burguesías ‘nacionales’ de su propio mercado interno.
El capítulo 2, donde se aborda el problema de la dependencia en América Latina, es uno de los más brillantes y donde se hacen aportes novedosos. Luego de polemizar con la teorías desarrollistas y de la dependencia, defendiendo la marxista teoría del imperialismo, Roberto Ayala sostiene que la fase de la globalización implica una nueva situación, un salto adelante de la internacionalización del sistema capitalista y dependencia de nuestros países.
La globalización implicaría un desplazamiento de los capitales nacionales en favor de los multinacionales imperialistas, una “tendencia general que desplaza a una posición subordinada, en su propio mercado ‘nacional’… su participación en el excedente internamente producido se reduce a una porción bastante menor… Desplazamiento en su propio mercado por el capital metropolitano…” que implica la derrota del proyecto capitalista autónomo en la periferia (Pág. 104 y 105).
Esta nueva realidad marca los límites y determina lo que pueden hacer los gobiernos “neodesarrollistas”, que algunos llaman “populistas” o “progresistas”.
Al respecto señala: “Cualesquiera que sean los avances puntuales, justamente apropiados y defendidos por los trabajadores y sectores populares como conquistas, en absoluto modifican la estructura socioeconómica interna ni las relaciones con la economía mundial, los mecanismos de la dominación permanecen inalterados… el neodesarrollismo no rompe con la lógica del sistema, se limita a buscar estrategias y políticas económicas heterodoxas que impulsen el crecimiento, mitiguen la desigualdad… No va más allá, aún en su versión de retórica más radical, de una variante de gestión del capitalismo periférico” (Pág. 119).
Las subjetividades moldeadas por la industria cultural

En lo que atañe a la globalización y el cambio cultural, Ayala empieza por señalar que tratar el tema de la cultura como una entidad separada de “las condiciones generales de existencia” es metodológicamente incorrecto porque rompe la unidad compleja de los social y lleva a caer en la metafísica idealista.

Las relaciones individuo / sociedad “se dan mediadas por objetos simbólicos, climas culturales,…, que refuerzan tendencias estructurales… las subjetividades adaptadas, integradas…” (Pág. 142). De ahí que proponga que una teoría de la acción social no puede despreciar los contextos históricos, que dan sentido a la acción, en esa perspectiva Ayala rescata el interaccionismo simbólico de G. H. Mead, y la fenomenología de Berger y Luckmann.

En una sociedad de clases como la globalizada capitalista, la industria cultural fabrica el clima cultural en que se forman las subjetividades individuales. “La modernidad burguesa se funda en el impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas, pero se apoya en la colonización de la subjetividad. La interiorización naturalizada y mayormente inconsciente de las relaciones sociales imperantes” (Pág. 150).
Pero también se producen resistencias culturales, acciones subversivas y lucha de los oprimidos que no se reduce a la acción política o económica, sino que también es cultural. Estas respuestas son producidas por las evidentes contradicciones del sistema, en el que el gran desarrollo de fuerzas productivas no hace más feliz al ser humano, sino que la mayoría padecen sumidos en una vida frustrada por la miseria y el trabajo alienante (cuando lo consiguen).
Resistencias reaccionarias y resistencias revolucionarias
Ahora bien, el lado positivo del proceso en la visión de Ayala, es que “la globalización no es solo hamburguesas y coca cola, comporta todo un amplio espectro de normas y valores, ideologías y representaciones… (la) transculturización de los valores…” (Págs. 196 y 197). Esos valores no solo reproducen las relaciones sociales capitalistas, sino también conquistas democráticas que pertenecen a la humanidad y que confrontan valores y costumbres tradicionalistas, conservadoras y fundamentalistas arcaicas, pero que aún perviven.
De ahí que Ayala rescata el concepto de “sociedad abierta”, pese a provenir de uno de los más grandes voceros del liberalismo, Karl Popper. Y lo hace en el sentido siguiente: “El capitalismo da lugar a una forma social incomparablemente abierta respecto de todas las formas que le antecedieron, impulsando de esta manera un proceso de individuación y secularización…” (Pág. 203).
Por eso no hay que confundirse, no todas las resistencias son progresivas. Nos propone Ayala que diferenciemos de las diversas resistencias que genera la globalización aquellas que son de tipo reaccionario (“conservatismo atávico, exaltación teológico-trascendentalista, escapismo neorromántico, nihilismo epistemológico posmoderno o ingenuidad primitivista”) de las resistencias que, basadas en el pensamiento crítico, defiendan las conquistas democráticas de la modernidad, “sin el oscuro costado del capitalismo”.
De la caridad cristiana al enfoque neoliberal de las políticas sociales
En el capítulo IV se traza la historia de las doctrinas sociales, desde los siglo XIV al XVI, cuando se emitieron las primeras “leyes de pobres”, época en que se interpretaba la pobreza como castigo divino, y asignaba a las parroquias el deber de auxiliarla, mientras que el objetivo de esa legislación consistía en obligar a la fuerza de trabajo desplazada del campo a disciplinarse de manera forzosa en las nacientes manufacturas y la vida urbana, so pena de cárcel y virtual esclavitud.
El análisis histórico pasa por la consolidación del capitalismo en el siglo XIX, en que el problema social adquiere dos perspectivas coetáneas: la liberal ascética, que percibe la riqueza como premio al trabajo (Mandeville), pero que promueve un individualismo insolidario que llega al paroxismo con el darwinismo social de Spencer; por otro lado, como subproducto de la Revolución Francesa se visualiza el problema desde la “dignidad humana” que no debe permitir la degradación social extrema, de la cual surgirá perspectiva de Bismarck, que busca atenuar el conflicto social con políticas de mitigamiento en las que la atención a la pobreza se desplaza de las parroquias a un deber del Estado.
La crisis posterior a la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa (primer intento concreto de construir una sociedad sin explotación de clases), la quiebra de 1929 y los dramáticos acontecimientos políticos de ese período, parieron el Estado Benefactor (J. M. Keynnes) como una forma de salvar al capitalismo de sí mismo, regulando la economía y las relaciones sociales desde el estado, dando origen así a la verdadera “política social”. Pero el Estado Benefactor seguía siendo un estado capitalista que no podía superar sus contradicciones, dando paso el “boom” de la post guerra al estancamiento económico.
De esa crisis abierta en los años 70, se impone en la lógica del capital la doctrina neoliberal y su particular manera de enfocar el problema social, la cual arrecia a partir de la desaparición de la URSS, una de las amenazas a las que el estado de beneficio intentaba responder.
En “…la nueva fase de despliegue del capitalismo… la cuestión social sufre un replanteamiento correlativo…: retirada del estado, limitación fiscal, focalización, centralidad de la gestión de la pobreza (…), protagonismo del llamado tercer sector (ONG’s), alejamiento de los sectores medios de los servicios públicos y reorientación hacia el mercado, desplazamiento semántico de ‘igualdad’ a ‘equidad’”, con el consiguiente aumento de la pobreza y la desigualdad (Pág. 321).
En fin, que la política social no ha escapado al objetivo de reproducir las condiciones de existencia del capitalismo administrando la cuestión social.
Frente a la ética individualista del capitalismo la ética de la solidaridad, única garantía de la libertad individual
El capítulo dedicado al neoliberalismo y la ética inicia analizando la filosofía del grupo de Mont Pelerine, y su ideólogo, Fiedrich von Hayek, para quienes el “igualitarismo” del Estado Benefactor mataba la libertad individual porque la desigualdad era un valor positivo, ya que alentaba la competencia, de la que depende el progreso social, en la perspectiva neoliberal.
Bajo la lógica liberal el individuo lo es todo, la sociedad o colectividad o no existe, o es una coerción contra el primero. Cita a Mario Vargas Llosa: “La libre elección está en la base del pensamiento liberal. Y lo está como manifestación de su individualismo, de su cerrado rechazo del colectivismo, de la defensa que hace, frente a la pretensión ideológica de convertir lo social en una instancia moral o política superior a los hombres y mujeres particulares”. En palabras de Margaret Tatcher: “’la sociedad no existe’, sería un invento de los comunistas” (Pág. 354).
Ayala señala que en vez de libre elección, esta nefasta ideología liberal es egoísmo social, que pretende elevar a la ética las reglas convenientes al orden social capitalista. Esa ética liberal pretende naturalizar la desigualdad social y pone como su norte la competencia, y la división del mundo entre ganadores y perdedores, como algo “normal”.
Esa perspectiva egoísta del capitalismo es introducida por el clima cultural en la mente de los oprimidos “mediante una sutil operación de fragmentación (demolición) de la estructura de la personalidad del individuo… y el consecuente desarrollo de los rasgos de carácter típicos, timidez, vida interior pobre, reverencia ante el poder, subordinación servil, baja autoestima y pobre autoconfianza, formas estereotipadas de pensamiento, inclinación al pensamiento mágico y a la superstición, resentimiento, canalizado con violencia en la relaciones personales, o en la situaciones de anonimato del individuo-masa,…, desprecio hacia los de su propio entorno…” (Págs. 368 y 369).
De manera que la lucha por una sociedad superior al capitalismo sólo puede construirse desde una ética en que “la libertad personal está en función de sí misma, mediada por la aspiración y la lucha por la emancipación humana y el enriquecimiento de la vida. Lo cual quiere decir que solo se torna realizable, alcanzable, sobre la base de una sociedad emancipada (de la explotación y las desigualdades estructurales) y emancipadora” (Pág. 375).
“El liberalismo es una falsa defensa de la libertad y la defensa de una falsa libertad”, dictamina Ayala. Para él, “el yo humano solo puede actualizarse y ser entendido en el contexto condicionante y posibilitador del nosotros (la solidaridad es indispensable para el desarrollo de la individualidad); la consciencia/autoconsciencia solo puede surgir en la interacción; fuera de la interacción no hay sujeto humano…” (Pág. 382).
Crisis de la civilización es el fracaso de encontrar una salida al capitalismo
En sus conclusiones finales Roberto Ayala reflexiona sobre los grandes desgarramientos sociales, miserias y desigualdades que son producidos por este capitalismo del siglo XXI, llamado globalización o “capitalismo tardío”. Reiterando, con Rosa Luxemburgo, que la disyuntiva humana actual está entre conquistar el socialismo o retroceder a la barbarie. La incapacidad hasta ahora demostrada para conseguir el primer objetivo es lo que explica los síntomas de la llamada “crisis civilizatoria”.
“… sólo la acción consciente y decidida de los trabajadores, de todos los explotados y oprimidos, junto a la intelectualidad crítica y comprometida, siempre crucial, de todos aquellos, en fin que aspiran a un futuro de libertad, igualdad y solidaridad, puede abrir el horizonte a posibles vías de superación progresiva de la crisis civilizatoria a la que ha conducido el orden capitalista”, concluye.
Panamá, 11 de septiembre de 2016.

(tomado de Redacción Popular, Argentina)

Romero Losacco: Colonialismo se consolidó sobre el supuesto de la superioridad cultural

Romero Losacco: Colonialismo se consolidó sobre el supuesto de la superioridad cultural
21 octubre, 2016 • 0 Comentarios
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José Romero Losacco (der.). Foto: AVN (Rosalia Barreto)

La Cátedra de Historia Insurgente Federico Brito Figueroa contó este jueves 20 de octubre con la participación del antropólogo José Romero Losacco, quien habló sobre Divergencia y brecha colonial, en la sala Federico Brito Figueroa, ubicada en el Archivo General de la Nación. Romero Losacco es investigador del Centro de Estudios Sociales y Culturales de la Universidad Central de Venezuela y miembro fundador del Centro Internacional de Investigaciones Descoloniales. Su investigación ha girado en torno a la problemática del colonialismo a partir de una crítica radical de la modernidad y a la hegemonía cultural de occidente.
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Texto: Prensa MPPC / Fotos: AVN (Rosalia Barreto)

Tal como expresó, esta hegemonía se consolidó a partir de la difusión de la supuesta superioridad del occidental frente a las demás manifestaciones culturales. La narrativa de occidente se articuló desde el progreso y se estableció una línea ascendente en la cual esta cultura ocupa la vanguardia.

“La idea de occidente está articulada fundamentalmente desde la idea de progreso, pero a esto hay que sumarle la lectura crítica de hechos como la influencia decisiva del racismo y la esclavitud y la cristianidad como legitimadora”, agregó.
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José Romero Losacco (der.). Foto: AVN (Rosalia Barreto)

Esto trajo como consecuencia una historiografía y una periodización que permitiera justificar esa aparente preeminencia, mantenida por la tradición e incluso por intelectuales que abordan el tema pero que no analizan de manera crítica su propia historia. Por ello, los pensadores que se encarguen de desentrañar este tipo de temas deben hacerlo de una manera crítica, profundizando en el análisis de la historiografía más allá de su propio relato.

“Esa periodización se traslada luego al interior de nuestras regiones y empezamos a periodizar introduciendo en nuestras propias realidades conceptos y categorías que van en contra de la identidad de nuestros pueblos y hablamos de conquista, colonia, república y eso que ahora se llama historia contemporánea sin que nada de eso hable de lo que somos”, enfatizó Romero.

El antropólogo señaló que la aparente preeminencia occidental sólo ha sido posible a partir de lo que llamó, citando a Boaventura de Sousa, cuatro genocidios-epistemicidios, es decir, la eliminación no sólo de pueblos enteros, sino de sus creaciones culturales y el conocimiento en ellas contenido.
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José Romero Losacco (der.). Foto: AVN (Rosalia Barreto)

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Romero resaltó que a pesar de los años esta actitud occidental no ceja. Aun en pleno siglo XXI, la emergencia de la economía china deja ver los prejuicios bajo los cuales occidente construyó su hegemonía y a partir de los cuales pretende sostenerla.

El caso chino fue clave para Romero, quien demostró, a partir de un análisis profundo de las fuentes historiográficas, que el recelo que existe contra su cultura no es más que otra operación de extrañamiento, cuyo propósito es mostrar el peligro que corre el sistema-mundo si China se vuelve el centro del orden mundial.
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José Romero Losacco (der.). Foto: AVN (Rosalia Barreto)

Sin embargo, más de 50 años de debate y crítica contra el eurocentrismo y el occidentalismo han dado frutos, y los recelos dan paso a un nuevo examen sobre la exclusión cultural que lleva como bandera occidente allá donde va.

De hecho, para Romero Lossaco, los mitos bajo los cuales la hegemonía cultural occidental se extendió a la economía dejan ver que China no está haciendo nada que no haya hecho antes y que la grandilocuencia con la que se ha construido el relato del proceso a través del cual occidente accedió a la “cúspide” de lo humano es sólo parte de una forma bastante interesada de narrar la historia.

Romero mencionó dos puntos clave: la supuesta renuencia de China a participar en el comercio internacional y la “poderosa” revolución industrial que, a juicio del antropólogo, “ni fue tan revolución ni tampoco tan industrial”.

La crítica contra la actitud de China con respecto al comercio cumple una doble función negativa, pues desconoce los procesos internos del país y le da preeminencia a la actitud y al papel que tuvieron los comerciantes occidentes en la constitución de las relaciones de poder del mundo.
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José Romero Losacco. Foto: AVN (Rosalia Barreto)

Sin embargo, recordó que para 1830, cuando occidente se supone estaba en uno de sus momentos de mayor auge, era China la que representaba cerca de 30 % del Producto Interno Bruto mundial, lo que desdice la supuesta renuencia china al comercio.

Además, frente a la supuesta industrialización de Francia, Inglaterra y el resto de Europa y Occidente, el antropólogo recordó que en plena ebullición industrial Inglaterra, paradigma industrial según la tradición historiográfica, producía un poco menos hierro del que producía China en el siglo X.

Se trata de desmontar una operación de encubrimiento que occidente ha llevado a cabo una y otra vez, estableciendo un límite abismal aparentemente insalvable entre una cultura y otra.

Por ello, el investigador instó a los presentes a analizar de manera crítica la hegemonía occidental, pues sólo así es posible encarnar la divergencia y llevar a cabo un proceso de verdadera descolonización cultural, única forma de alcanzar la soberanía como parte de los pueblos del mundo.

Enrique Dussel: “Sin una descolonización del pensamiento no hay revolución.»

Enrique Dussel: “Sin una descolonización del pensamiento no hay revolución”
12 octubre, 2016 • 0 Comentarios
Foto: AVN

Foto: AVN

Fundador de la tendencia de la Filosofía de la Liberación, figura emblemática del pensamiento crítico latinoamericano, Enrique Dussel concedió una entrevista a Clodovaldo Hernández, de LaIguana.TV, durante su reciente visita a Caracas. En la conversación habló acerca de la coyuntura política latinoamericana, caracterizada por un reflujo de las fuerzas conservadoras y de la importancia que tiene la filosofía en la lucha de los pueblos por su definitiva emancipación.
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Fuente: LaIguana.tv (Clodovaldo Hernández)

Enrique Dussel es un filósofo y un trotamundos. Muchos son licenciados o doctores en Filosofía, o son profesores de la especialidad. Pero Dussel (Mendoza, Argentina, 1934) es un pensador en el sentido estricto de la palabra, más allá de los títulos, que también los tiene en cantidad (licenciatura de la Universidad de Cuyo, Argentina, doctorados de la Complutense de Madrid, Sorbona de París y Münster de Alemania, en Filosofía, Historia y Teología), y de las credenciales docentes que abarcan casas de estudio en todo el planeta, incluyendo el rectorado interino de la Universidad Nacional Autónoma de México, su patria adoptiva.

¿Y lo de trotamundos? Pues, para Dussel la filosofía no es un ejercicio de meditación en una torre de marfil, sino un contacto permanente con la realidad que se interpreta. Por eso ha recorrido Latinoamérica de cabo a rabo, y ha sido un intelectual trashumante, desde mediados del siglo pasado, en Europa, el Medio Oriente, África y Asia.
Entrevista Exclusiva Cara a Cara: Enrique Dussel

Mire este video en Youtube.

Fundador de la tendencia de la Filosofía de la Liberación, figura emblemática del pensamiento crítico latinoamericano, Dussel concedió una entrevista al equipo de LaIguana.TV durante su reciente visita a Caracas. En la conversación habló acerca de la coyuntura política latinoamericana, caracterizada por un reflujo de las fuerzas conservadoras y de la importancia que tiene la filosofía en la lucha de los pueblos por su definitiva emancipación.

Al respecto, expresó ideas como las siguientes:

Hoy, cuando se siente la carencia de Hugo Chávez, se aprecia más su importancia, pues él es considerado por la izquierda y por la derecha como un parteaguas, es un hombre que dejó muchas cosas y cuya falta se hace sentir.
Por distintos factores internos y externos, estamos en una situación que podría describirse como que habíamos dado dos pasos hacia adelante y ahora hemos dado uno hacia atrás, pero de ninguna manera puede hablarse de triunfo de la reacción. La historia es como un forcejeo, una dialéctica compleja a largo plazo, aun los triunfos también son cortos y hay que saber acumular fuerzas para los próximos dos pasos adelante.
Ahora, cuando les dan de pronto el frenazo, muchos de los que votaron (por Macri en Argentina, por la oposición en Venezuela, por el NO en Colombia) se van a dar de nariz contra la pared y se van a preguntar qué hicimos. A veces el pueblo, engañado por la prensa y por ilusiones, tiene que confrontar la realidad y hay un sufrimiento inevitable.
Hay que tener mucho cuidado para que en los próximos dos pasos adelante no volvamos a cometer los errores que hemos cometido. La etapa anterior debemos entenderla como una escuela.
Ahora ha cobrado una fuerza y el pensamiento crítico debe dar un horizonte de largo plazo, pues una revolución que no llega a una descolonización del pensamiento, sigue siendo colonial.
Estamos en una situación colonial agobiante, pero mucho más sutil que antes y mucho más extractiva de nuestras riquezas. Los españoles nos robaron pequeñas cosas. Ahora nos roban hasta el alma.
A medida que voy creciendo, ganando años, pero no perdiendo juventud, voy viendo más la importancia de la filosofía
La filosofía permite saber que lo que nos proponen son fantasías e ir a la esencia de las cosas. Y ese es el origen de cualquier revolución. No quiero ponerme a citar clásicos, pero alguien dijo que una revolución sin teoría no es revolución.
La filosofía hay que pensarla por su contenido político, económico, psicológico porque el asunto no es hablar, sino de qué hablo.
Cuando le preguntan a un shamán, en una comunidad indígena quiché o guahibo, el sentido de la muerte, él cuenta un mito y le da un sentido. El filósofo puede comparar el distinto sentido que ha dado a la muerte cada civilización.
En Venezuela, la crisis se plantea en términos filosóficos entre gente que quiere dar de comer al hambriento y gente que, en nombre de principios modernos, están en contra de ese aspecto fundamental del cristianismo. Lo que les interesa es alimentar al capital.
La situación va a cambiar, pero no mañana ni pasado, ni en diez años, se va a llevar todo el siglo XXI. El que quiera hacer la revolución a fondo en vida, es un iluso, las revoluciones se hacen por siglos. Hay que echarse una mochila al hombro, de mucha alegría, y entrar a la historia, porque si no tienes alegría no vas a aguantar. Dimos un pasito atrás, ya veremos más adelante cuándo damos los próximos dos hacia adelante.

A continuación, una versión del diálogo completo de Dussel con el periodista Clodovaldo Hernández:

-En América Latina veníamos avanzando hacia una etapa de desarrollo de las fuerzas progresistas, y con ello de la discusión de temas como la descolonización y una nueva ética política, pero en los últimos años ha habido retrocesos por vía electoral o por otras vías. Usted, como el trotamundos que ha sido, ¿diría que va a triunfar la reacción, que va a imponerse la doctrina que nos estaba arropando en los años 90, el neoliberalismo, el fin de la historia, la postmodernidad?

-Bueno, el imperio, Estados Unidos, ha ido siempre modificando sus prácticas para detener la emergencia de los pueblos latinoamericanos. En algún momento fueron las dictaduras militares, después fue el atractivo de la expansión de las trasnacionales y el neoliberalismo. Pero, efectivamente, desde el fin del siglo XX, desde 1999, y debe decirse que por influencia de la experiencia muy particular de Venezuela, hemos presenciado el avance de las fuerzas progresistas. Hoy, cuando se siente la carencia de Hugo Chávez, se aprecia más su importancia, pues él es considerado por la izquierda y por la derecha como un parteaguas, es un hombre que dejó muchas cosas y cuya falta se hace sentir.

Pero no se trata de individuos, sino de estructuras más generales, y de ahí en adelante (desde la Revolución Bolivariana) vivimos lo que llamamos la primavera política de América Latina, con Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Brasil. Eso amplió la fisonomía de América Latina. Así lo reflejé en un libro de 2006, titulado Veinte tesis políticas, en el que planteaba que hay que repensar la política desde esta primavera. Por distintos factores internos y externos, estamos en una situación que podría describirse como que habíamos dado dos pasos hacia adelante y ahora hemos dado uno hacia atrás, pero de ninguna manera puede hablarse de triunfo de la reacción. La historia es como un forcejeo, una dialéctica compleja a largo plazo, aun los triunfos también son cortos y hay que saber acumular fuerzas para los próximos dos pasos adelante. Y esos pasos tendrán que darse porque estos gobiernos que están surgiendo, y hasta el NO de Colombia, están demostrando que sí, el pueblo ha sido desorientado. En el caso de Argentina, la gente que votó por Macri, en gran parte, ya está arrepentida y sufriendo los efectos.

Con el pueblo brasileño va a pasar exactamente igual. Estaban montados sobre la alegría de los logros y lo que querían era disfrutarlos. Perdieron de vista que esos logros se habían alcanzado gracias a una conducción severa, objetiva, que había defendido los intereses del pueblo. Ahora, cuando les dan de pronto el frenazo, muchos de los que votaron se van a dar de nariz contra la pared y se van a preguntar qué hicimos. A veces el pueblo, engañado por la prensa y por ilusiones, tiene que confrontar la realidad y hay un sufrimiento inevitable. Claro que sufren más los que vieron el peligro, los que estuvieron en contra, pero también los que se dejaron atraer por espejitos. Hay que preparar los dos pasos adelante. Entender que no hay triunfo de los que están gobernando y tampoco la izquierda progresista debe creer que los logros que había alcanzado eran definitivos, toda vez que son muy perecederos, y aceptar que se han cometido errores, ha habido corrupción. El militante, a veces, es austero, disciplinado y luchador mientras está en la base, pero al llegar a posiciones de poder tiene un salario alto, se compra un auto, cambia de casa, y resulta que se corrompió. Hay que tener mucho cuidado para que en los próximos dos pasos adelante no volvamos a cometer los errores que hemos cometido. La etapa anterior debemos entenderla como una escuela.

-Esos próximos dos pasos adelante tienen mucho que ver, según numerosos análisis, con que haya una revolución cultural, que en la mente y en el alma de las personas se produzca de verdad un cambio revolucionario. ¿Que faltó en esta primavera para instaurar esa revolución en el terreno cultural?

-Bueno, uno ha estado entregado a este mundo de la filosofía desde los quince años de edad y ve la complejidad de este lenguaje de lenguajes, este metalenguaje muy complejo, que es una cierta visión orgánica, argumentada, histórica de la realidad. Es lo que va detrás de siglos, del pensamiento de Platón en Grecia, de Confucio en China o del Upanishad en la India. Y lo que estamos descubriendo es un pensamiento crítico que en América Latina comenzó hace cuarenta años. Cuando planteamos una filosofía latinoamericana de liberación se le quiso dar un sentido anecdótico. Lo profesores en Estados Unidos y Europa lo veían como el producto de una incultura, no de una cultura latinoamericana. Teníamos que golpear las puertas de las universidades, y nos rechazaban, no nos permitían ser profesores. Ahora (esta doctrina) ha cobrado una fuerza y el pensamiento crítico debe dar un horizonte de largo plazo, pues una revolución que no llega a una descolonización del pensamiento, sigue siendo colonial. Ni la izquierda esta vacunada de seguir siendo colonial. Hasta los sectores más vanguardistas, entre comillas, porque son dogmáticos.

La tarea es difícil, pero ya la empezamos. Lo que debemos es tomar conciencia de cosas que estamos elaborando, que no dependen de EEUU o Europa, es algo nuestro porque partimos de una realidad distinta, hemos aprendido a pensar y ahora tenemos que ser responsables y hacer cambios mucho más profundos. Debemos tomar conciencia de que tenemos en la cabeza, en el fondo, una interpretación eurocéntrica de todo, tan profunda que cuando uno da ciertos ejemplos, la gente se espanta porque cómo es posible que yo viera las cosas de un modo tan unilateral, a la europea, negándome a mí mismo y justificando la dominación que sufría. Debemos entender que el último nivel de la dominación, y al mismo tiempo de la transformación histórica, es una cierta visión del mundo.

Y a eso hoy le hemos llamado descolonización epistemológica. Epistéme significa ciencia, por lo que sería una descolonización filosófica, científica y tecnológica. Tenemos que ver que nuestro mundo latinoamericano, el que tenemos por delante, es colonial. No debemos seguir creyendo que ya en 1810 o 1820 nos liberamos de España y pasamos a ser independientes, pues caímos en manos de Inglaterra y EEUU, y por eso, como lo habían dicho Mariátegui y Martí, nos toca la segunda emancipación. Estamos en una situación colonial agobiante, pero mucho más sutil que antes y mucho más extractiva de nuestras riquezas. Los españoles nos robaron pequeñas cosas. Ahora nos roban hasta el alma. La dominación no es que haya un soldado en un destacamento español a cientos de kilómetros, sino que se metan en nuestras camas con la televisión y la propaganda. Por ejemplo, la oposición a esta Revolución Bolivariana es no solo de un conservadurismo económico, político, burgués, liberal: es histórica, cultural, y hasta espiritualmente y cristianamente colonial, no saben pensar lo nuestro, desprecian lo nuestro. Y el mismo pueblo a veces, tal es la influencia de la educación, los medios de comunicación, la televisión, llega a despreciarse a sí mismo y anhela salir. No podrá hacerlo, tendrá que aprender a revalorizar lo propio y a partir de allí construir un proyecto de felicidad.

-Venezuela vive una crisis bastante grave desde los puntos de vista económico y social. Y eso lleva a una vieja pregunta que mucha gente se ha hecho: ¿para qué sirve la filosofía?, y en casos como el nuestro, ¿para qué sirve cuando la persona está pasando necesidades o tiene hambre?

-Debo decir que esto es una convicción que he ido acumulando con los años, desde que era un joven licenciado de 23 años, hace casi 60. A medida que voy creciendo, ganado años, pero no perdiendo juventud, voy viendo más la importancia de la filosofía. No es un asunto de comer hoy, es comer mañana. Es, como decía un líder asiático, no es cuestión de darle a alguien, como limosna, un pescado, sino de enseñarle a pescar (bueno, si hay pescado, si el capitalismo no los ha matado a todos).

Considero que es tanta la importancia de la filosofía que hasta me extraña que me pregunten para qué sirve. Sirve para cambiar el cerebro, la interpretación, para poder ver lo que nos están haciendo. Porque aparte de eso solo hay apariencias, la Coca Cola, la riqueza, el modelo americano… y los mismos ciudadanos americanos están completamente desilusionados de lo que son. Basta ver los dos candidatos que tienen. El pueblo no cree en ellos. Y ese pueblo, que parece ser la imagen de la democracia es un pueblo barbarizado, voy a atreverme a decirlo. Se le dan las noticias que convienen, casi todas norteamericanas. Van a Siria y la destruyen sin siquiera saber lo que es Siria.

Destruyeron Alepo sin saber nada de ese lugar, destruyeron Bagdad, que es el centro de una cultura mundial, el origen de las matemáticas modernas, de la astronomía, un lugar donde vivieron grandes filósofos aristotélicos, que luego pasaron a Fez, a Córdoba y apenas llegaron a París en el siglo XIII. Bagdad es la Mesopotamia, el origen la cultura humana, allí estuvo Hamurabi, allí estuvo el pueblo de Israel en el exilio, allí empezaron a escribir la Biblia, en estilo cuneiforme. Y el señor Bush, que se dice cristiano fundamentalista de derecha, es un ignorante que no ve ni lo que tiene delante de la nariz, destruyó Bagdad sin saber que destruía la cuna de la Biblia. Bueno, la filosofía permite saber que lo que nos proponen son fantasías e ir a la esencia de las cosas. Y ese es el origen de cualquier revolución.

No quiero ponerme a citar clásicos, pero alguien dijo que una revolución sin teoría no es revolución. En ese sentido, Hugo Chávez era un estadista excepcional en todo el mundo, que leía y estudiaba, que cuando hablaba mostraba los libros que había leído en la semana. ¿Qué presidente hace eso? Por cierto, los adversarios siempre se opusieron por atavismos eurocéntricos. Me gustaría ponerlos a discutir con mis colegas de la universidad y poderles probar que tienen una suma ignorancia, pues se dedican, cuando mucho, a comentar a los europeos. Les preguntan, ¿usted qué es?, y responden kantiano; ¿y usted?, hegeliano; ¿y usted?, comentador de Habermas… Señor, son repetidores, ¿dónde está la filosofía nuestra?, ustedes no son filósofos. Les llamo sucursaleros y lo son, de vergüenza. No se dan cuenta de que ni sus líderes los quieren. ¿Usted cree que Habermas va a querer a alguien porque está propagando su pensamiento? No, no lo va a respetar porque no ha hecho nada. El punto sería que criticara a Habermas y fuera más denso que él, desde Venezuela. Allí sí, hasta el propio Habermas diría “este me está serruchando el piso desde una situación distinta”. Pero no se animan porque son cobardes políticamente e ignorantes teóricamente.

-Usted ha postulado la necesidad de impulsar una filosofía de los pueblos originarios latinoamericanos. ¿Cómo puede instrumentarse esa filosofía, tomando en cuenta que en su mayoría fueron pueblos sin una lengua escrita?

-Mire, dice Aristóteles, y luego lo reiteraron Platón y los demás griegos, que el filósofo es mitopoyético (creador de mitos). Porque el mito es método para hacer filosofía, contra lo que piensan algunos analíticos, formalistas del lenguaje anglosajones que hoy tienen el poder político y filosófico en casi todos los departamentos de Filosofía en la Tierra y a los que solo les interesa el habla. La filosofía hay que pensarla por su contenido político, económico, psicológico porque el asunto no es hablar sino de qué hablo. El mito, decía mi profesor en la Sorbona, muy famoso, Paul Ricoeur, que el mito es un relato racional basado en signos. Si es racional das justificación, argumentas simbólicamente, no unívocamente. Hay que tener hermenéutica para saber interpretar los mitos para ver el contenido racional, no la parte estúpida, para chiquillos o inventada. El sabio crea mitos en el sentido de que pone relatos que son muy difíciles de interpretar. Por ejemplo, el relato de Adán y Eva es un mito en el sentido de Ricoeur, es una cosa muy seria, muy racional, no es para chicos, es para grandes, está cifrado simbólicamente. El tema no es el pecado original, sino la estructura de la falta moral hoy y siempre.

Es un relato que corrige otro mito, el de Gilgamesh en la Mesopotamia, en el siglo V antes de la era común o cristiana, hace 25 siglos. Si yo leo solo al mito adánico, no entiendo nada porque no sé a quién corrige. Es un mito absolutamente actual, que me enseña cosas que en cada época puedo leer. El mito es un gran instrumento de la filosofía. Dirán que el mito no es filosófico, pero la filosofía tampoco es ciencia, sino que piensa el principio de la ciencia. El geómetra es un científico, pero el filósofo se pregunta qué es el espacio. El matemático es un científico, pero el filósofo indaga qué es un número, qué es la cantidad, va al fundamento de la ciencia. Cuando a un shamán, en una comunidad indígena quiché o guahibo, le preguntan el sentido de la muerte, él cuenta un mito y le da un sentido y el filósofo puede comparar el distinto sentido que ha dado a la muerte cada civilización. Eso ha sido clave porque unos, como los griegos, los hindúes y los indoeuropeos, decían que muere el cuerpo, pero el alma es inmortal. En cambio, los semitas, los de Babilonia, los palestinos, los egipcios, decían que muere todo el ser humano, pero luego resucita. Otro mito. Ninguno de los dos se puede probar científicamente, pero cada uno le da un sentido diferente a la vida. Si yo creo que el alma es lo bueno, lo divino, lo ingenerado y eterno, el cuerpo es el origen del mal, tener deseos sexuales es pecados, como creyó el pobre San Agustín.

Osiris, tres siglos antes del fundador del cristianismo y 19 siglos antes de Engels y Marx, le preguntó al muerto: “¿Qué has hecho de bueno en la Tierra?”, y el muerto le respondió: “Le di de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo y una barca al peregrino en el Nilo”. Todos eran principios vitales, relacionados con la carne. Para los semitas y para el fundador del cristianismo, dar de comer era la primera obligación, eso es una política, una economía, una concepción del mundo. En Venezuela, la crisis se plantea en términos filosóficos entre gente que quiere dar de comer al hambriento y gente que, en nombre de principios modernos, están en contra de ese aspecto fundamental del cristianismo. Lo que les interesa es alimentar al capital. El filósofo les muestra su contradicción. Así ocurre en otros países. Vengo de Colombia, allá hay un tal Uribe, un gánster.

Es un país católico y ahora hay un papa que dice que la paz es importante, pero el señor Uribe dice que el papa es castro-cheguevarista. Y no vaya a ser que tenga razón, pero para el bien, porque él es un adorador de Satán. Satán come seres humanos, igual que el capitalismo. Pero Uribe jura que es cristiano. Lo que hablo no es una crítica de doce o quince años, sino de toda una historia mundial de 5 mil años, que ahora está en ebullición porque se acaba el eurocentrismo, la China y la India comienzan a crecer y habrá un mundo multipolar. La situación va a cambiar, pero no mañana ni pasado, ni en diez años, se va a llevar todo el siglo XXI. El que quiera hacer la revolución a fondo en vida, es un iluso, las revoluciones se hacen por siglos. Hay que echarse una mochila al hombro, de mucha alegría, y entrar a la historia, porque si no tienes alegría no vas a aguantar. Dimos un pasito atrás, ya veremos más adelante cuándo damos los próximos dos hacia adelante.