El pensamiento decolonial: desprendimiento y apertura

EL PENSAMIENTO DECOLONIAL: DESPRENDIMIENTO Y APERTURA
Un manifiesto
Walter D. Mignolo

LA PEQUEÑA HISTORIA

En mayo del 2003, Arturo Escobar y yo reunimos en la ciudad de Chapel Hill
al colectivo del proyecto modernidad/colonialidad. El tema de esta reunión
fue “Teoría crítica y decolonización”. Los participantes fueron invitados con
antelación a reflexionar sobre el asunto siguiente:

¿Cómo luce hoy día el proyecto de Horkheimer de una “teoría crítica”, cuando están teniendo lugar una serie de revoluciones globales y pluriversales ancladas en historias locales que durante los últimos 500 años no pudieron evitar el contacto, conflicto y complicidad con Occidente? ¿Cuál debiera ser el papel de la “teoría crítica” en un momento en que los damnés de la terre (Fanon) y la multitud (Hardt y Negri) ocupan el lugar del proletariado al que hacía referencia Horkheimer en los años 20? ¿Qué tipo de transformaciones necesita el proyecto de la “teoría crítica” para posicionar temas como el género, la raza y la naturaleza en un escenario conceptual y político?

Finalmente, ¿cómo puede ser asimilada la “teoría crítica” en el proyecto latinoamericano de modernidad/colonialidad? ¿Tal asimilación sugiere acaso la necesidad de abandonar el proyecto original de la teoría crítica formulado por Horkheimer a comienzos del siglo XX?1

1 Insistamos en la geopolítica del saber o del conocimiento: Horkheimer y la Escuela de Frankfurt se pueden leer de distintas maneras, no en el sentido de la pluralidad hermenéutica de cada lectura sino en la distribución geopolítica de la labor intelectual a través de la diferencia colonial (y también de la diferencia imperial). Geopolíticamente, un tipo de interpretación correspondería al lugar que la Escuela de Frankfurt ocupa en la genealogía del pensamiento europeo. Otras lecturas estarían orientadas por y a través de la diferencia epistémica colonial en la genealogía pluriversal del pensamiento decolonial (tal como lo presento en este artículo). Claro está, también puede ocurrir otra cosa: que la Escuela de Frankfurt (o corrientes de pensamiento equivalentes) sea empleada por la inteligentzia local en las ex-colonias como un signo de distinción (eurocentrada) sobre otros sectores intelectuales presuntamente atrasados con respecto a las últimas ideas-mercancía provenientes de las fábricas epistemológicas de Europa o de Estados Unidos.

Los temas y las preguntas propuestos no eran nuevos sino que, por el
contrario, continuaban reflexiones, conversaciones y artículos publicados
con anterioridad. Enrique Dussel y Santiago Castro-Gómez (2000) habían
introducido ya en el proyecto la reflexión sobre la teoría crítica de Frankfurt2 y Nelson Maldonado-Torres la reflexión sobre la agencia de los damnés de la terre, una categoría que re-coloca y regionaliza categorías forjadas en otras experiencias históricas.3

2 Presupongo que el pensamiento decolonial es crítico de por sí, pero crítico en un sentido distinto del que le dio Immanuel Kant a la palabra y del que, en esa tradición, retomó Max Horkheimer a través del legado marxista. “Decolonial” es el concepto que toma el lugar, en otra genealogía de pensamiento (que es uno de los objetivos de este artículo), del concepto “crítico” en el pensamiento moderno de disenso en Europa. Esta distinción —que motivó precisamente el encuentro en Duke al que aludiré enseguida— se verá más claramente en el resto del argumento. El proyecto decolonial difiere también del proyecto poscolonial, aunque, como con el primero, mantiene buenas relaciones de vecindario. La teoría poscolonial o los estudios poscoloniales van a caballo entre la teoría crítica europea proveniente del postestructuralismo (Foucault, Lacan y Derrida) y las experiencias de la elite intelectual en las ex-colonias inglesas en Asia y África del Norte.
3 Por un lado, los subalternos y la subalternidad moderna de Antonio Gramsci y los subalternos y la subalternidad colonial de Ranajit Guha y el proyecto surasiático; por el otro, la categoría de “multitud” reintroducida a partir de Spinoza por Paolo Virno, Michael Hardt y Antonio Negri.

A partir de esa reunión, el proyecto colectivo fue incorporando más y más la categoría “decolonialidad” como suplemento de la de “modernidad/colonialidad”. Una secuela tuvo lugar en Berkeley, en abril del 2005, bajo el título de “El mapeo del giro decolonial” (Mapping the decolonial turn), en un encuentro organizado por Nelson Maldonado-Torres, en el cual miembros del proyecto modernidad/colonialidad dialogaron con miembros de un proyecto de la Asociación Caribeña de Filosofía llamado “Shifting the Geographies of Reason” y también con un grupo de filósofas y
críticos culturales latino/as. A través de estas dos reuniones quedó claro que
mientras modernidad/colonialidad es una categoría analítica de la matriz
colonial de poder, la categoría decolonialidad amplía el marco y los objetivos del proyecto. No obstante, la conceptualización misma de la colonialidad como constitutiva de la modernidad es ya el pensamiento decolonial en marcha.

El argumento básico (casi un silogismo) es el siguiente: si la colonialidad
es constitutiva de la modernidad, puesto que la retórica salvacionista de la
modernidad presupone ya la lógica opresiva y condenatoria de la colonialidad
(de ahí los damnés de Fanon), esa lógica opresiva produce una energía de
descontento, de desconfianza, de desprendimiento entre quienes reaccionan
ante la violencia imperial. Esa energía se traduce en proyectos decoloniales
que, en última instancia, también son constitutivos de la modernidad. La modernidad es una hidra de tres cabezas, aunque sólo muestra una: la retórica de salvación y progreso. La colonialidad, una de cuyas facetas es la pobreza y la propagación del SIDA en África, no aparece en la retórica de la modernidad como su necesaria contraparte, sino como algo desprendido de ella. Por ejemplo, el Plan del Milenio de las Naciones Unidas, liderado por Kofi Anan, y el Earth Institute en Columbia University, liderado por Jeffrey Sachs, trabajan en colaboración para terminar con la pobreza (como lo anuncia el título del libro de Sachs).4
4 Jeffrey D. Sachs, The End of Poverty. Economic Possibilities for our Time (2005) y Kofi Anan (s.f.). El proyecto imperial/colonial, articulado en la modernidad/colonialidad, cubre todos los flancos. El Plan del Milenio invita a que nos quedemos sentados y veamos cómo los grandes pensadores de los proyectos imperiales son conscientes de las injusticias imperiales. Como Las Casas ayer, los Waman Puma de hoy son invitados a supeditarse a las buenas maneras de la razón imperial crítica.

Pero en ningún momento se cuestionan la ideología de la modernidad ni los pozos negros que oculta su retórica (las consecuencias de la economía capitalista —en la cual tal ideología se apoya— en sus variadas facetas, desde el mercantilismo del siglo XVI, el libre comercio de los siglos
siguientes, la revolución industrial del siglo XIX, la revolución tecnológica del
XX), sino sus desafortunadas consecuencias.

Por otra parte, todo el debate en los media sobre la guerra contra el terrorismo, por un lado, y todo tipo de levantamientos de protestas y movimientos sociales, por el otro, en ningún momento insinúan que la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad, genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados y marginados.

La decolonialidad es, entonces, la energía que no se deja manejar por la lógica de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la modernidad. Si la decolonialidad tiene una variada gama de manifestaciones —algunas no deseables, como las que hoy Washington describe como “terroristas”—, el pensamiento decolonial es, entonces, el pensamiento que se desprende y se abre (de ahí “desprendimiento y apertura” en el título de este trabajo), encubierto por la racionalidad moderna, montado y encerrado en las categorías del griego y del latín y de las seis lenguas imperiales europeas modernas.
EL GIRO EPISTÉMICO Y LA EMERGENCIA DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

Mi tesis es la siguiente: el pensamiento decolonial emergió en la fundación
misma de la modernidad/colonialidad como su contrapartida. Y eso ocurrió en las Américas, en el pensamiento indígena y en el pensamiento afro-caribeño; continuó luego en Asia y África, no relacionados con el pensamiento decolonial en las Américas, pero sí como contrapartida de la reorganización de la modernidad/colonialidad del imperio británico y el colonialismo francés.

Un tercer momento ocurrió en la intersección de los movimientos de descolonización en Asia y África, concurrentes con la guerra fría y el liderazgo ascendente de Estados Unidos. Desde el fin de la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el pensamiento decolonial comienza a trazar su propia genealogía. El propósito de este artículo es contribuir con ella. En este sentido, el pensamiento decolonial se diferencia de la teoría poscolonial o de los estudios poscoloniales en que la genealogía de estos se localiza en el postestructuralismo francés más que en la densa historia del pensamiento planetario decolonial.

El giro epistémico decolonial es una consecuencia de la formación e instauración de la matriz colonial de poder, que Aníbal Quijano, en un artículo pionero en el cual se resume la plataforma del proyecto modernidad/colonialidad, describe de la siguiente forma:
La crítica del paradigma europeo de la racionalidad/modernidad es indispensable. Más aún, urgente. Pero es dudoso que el camino consista en la negación simple de todas sus categorías; en la disolución de la realidad en el discurso; en la pura negación de la idea y de la perspectiva de totalidad en el conocimiento. Lejos de esto, es necesario desprenderse de las vinculaciones de la racionalidad-modernidad con la colonialidad, en primer término, y en definitiva con todo poder no constituido en la decisión libre de gentes libres. Es la instrumentalización de la razón por el poder colonial, en primer
lugar, lo que produjo paradigmas distorsionados de conocimiento y malogró las promesas liberadoras de la modernidad. La alternativa, en consecuencia, es clara: la destrucción de la colonialidad del poder mundial. (Quijano, 1992, p. 437)

Aunque la reflexión sobre el giro epistémico decolonial es de factura reciente,
la práctica epistémica decolonial surgió “naturalmente” como consecuencia
de la formación e implantación de la matriz colonial de poder que Aníbal
Quijano describió hacia finales de los 80’s. Por lo tanto, no sorprende que la
genealogía del pensamiento decolonial (esto es, el pensamiento que surge del giro descolonial) la encontremos en “la Colonia” o el “periodo colonial” (en la jerga canónica de la historiografía de las Américas).

Ese periodo de formación, en el siglo XVI, no incluye todavía las colonias inglesas ni en el norte ni en el Caribe, ni tampoco las francesas. Sin embargo, el giro decolonial reaparece en Asia y en África como consecuencia de los cambios, adaptaciones y nuevas modalidades de la modernidad/colonialidad generados por la expansión imperial británica y francesa a partir de finales del XVIII y principios del XIX.

De modo que las primeras manifestaciones del giro decolonial las encontramos en los virreinatos hispánicos, en los Anáhuac y Tawantinsuyu
en el siglo XVI y comienzos del XVII, pero las encontramos también entre
las colonias inglesas y en la metrópoli durante el siglo XVIII.

El primer caso lo ilustra Waman Poma de Ayala, en el virreynato del Perú, quien envió su obra Nueva Corónica y Buen Gobierno al Rey Felipe III, en 1616; el segundo caso lo vemos en Otabbah Cugoano, un esclavo liberto que pudo publicar en Londres, en 1787 (diez años después de la publicación de The Wealth of Nations, de Adam Smith), su tratado Thoughts and Sentiments on the Evil of Slavery. Ambos son tratados políticos decoloniales que, gracias a la colonialidad del saber, no llegaron a compartir la mesa de discusiones con la teoría política hegemónica de Maquiavelo, Hobbes o Locke.

Reinscribirlos hoy en la genealogía del pensamiento político decolonial es una tarea urgente. Sin esta genealogía, el pensamiento decolonial sería nada más que un gesto cuya lógica dependería de algunas de las varias genealogías fundadas en Grecia y Roma, reinscrita en la modernidad imperial europea en algunas de las seis lenguas imperiales ya mencionadas: italiano, castellano y portugués, para el Renacimiento; francés, inglés y alemán, para la Ilustración.

Waman Poma y Cugoano pensaron y abrieron la ranura de lo impensable
en la genealogía imperial de la modernidad, tanto en sus facetas de derecha
como en sus facetas de izquierda. Ellos abrieron las puertas al pensamiento
otro a partir de la experiencia y memoria del Tawantinsuyu, el uno, y de la
experiencia y memoria de la brutal esclavitud negra del Atlántico, el otro.

Ninguno de quienes defendieron a los indígenas en el siglo XVI, ni de quienes
se manifestaron en contra de la esclavitud en el siglo XVIII llegaron a pensar
desde el espacio y las experiencias de la herida colonial infligida a indios y
negros, tal como la epistemología imperial clasificó la diversidad del Nuevo
Mundo (ver Quijano en este mismo volumen). La teoría política en Europa
(desde Maquiavelo a Carl Schmitt, pasando por Thomas Hobbes y John Locke) se construyó sobre las experiencias y la memoria de los reinados y principados europeos, la formación de los Estados y la crisis del Estado liberal.

¿Cómo interpretar la metáfora del párrafo anterior: abrieron las puertas
al pensamiento otro? Como desprendimiento y apertura.5

5 Me refiero a la noción de “desprendimiento epistémico” en la cita anterior de Quijano. Este desprendimiento epistémico difiere, en el sentido de la diferencia colonial, del uso que Samir Amin le dio al término “la déconnection” (traducido al inglés como “de-linking”). Amin se mantuvo en la burbuja de la episteme moderna, y su de-linking sugirió un cambio de contenido, no de los términos de la conversación. El “desprendimiento epistémico”, en cambio, señala el momento de quiebre y de fractura, momento de apertura. Este sentido, “apertura”, difiere también del sentido que un concepto similar tiene en Agamben: L’aperto: L’uomo e l’animale, traducido al inglés como “the open”. En el pensamiento decolonial la apertura es el desprendimiento, precisamente, de dicotomías naturalizadas como “el hombre y el animal”. Tal distinción no sería pensable como punto de partida ni para Waman Poma ni para Ottobah Cugoano.

Quizás con otra metáfora que ayude a la inteligibilidad del tipo de puertas del que hablo en este caso. Ya no se trata de las puertas que conducen a la “verdad” (aletheia), sino a otros lugares: a los lugares de la memoria colonial; a las huellas de la herida colonial desde donde se teje el pensamiento decolonial.6

6 El concepto de herida colonial proviene de Gloria Anzaldúa (1987), en una de sus frases ya célebres: “The U.S.-Mexican border es una herida abierta where the Third World grates against the first and bleeds”. Obviamente, la expresión tiene valor de cambio en todas aquellas situaciones en las cuales Europa y Estados Unidos infligieron y continúan infligiendo la fricción de la misión civilizadora, desarrollista y modernizadora.

Puertas que conducen a otro tipo de verdades cuyo fundamento no es el Ser sino la colonialidad del Ser, la herida colonial. El pensamiento decolonial presupone siempre la diferencia colonial (y en ciertos casos, que no voy a analizar aquí, la diferencia imperial). Esto es, la exterioridad en el preciso sentido del afuera (bárbaro, colonial) construido por el adentro (civilizado, imperial); un adentro asentado sobre lo que Santiago Castro-Gómez (2005) denominó la “hybris del punto cero”, en la presunta totalidad (totalización) de la gnosis de Occidente, fundada, recordemos una vez más, en el griego y el latín y en las seis lenguas modernas imperiales europeas.

El giro decolonial es la apertura y la libertad del pensamiento y de formas de vida-otras (economías-otras, teorías políticas-otras); la limpieza de la colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la retórica de la modernidad y de su imaginario imperial articulado en la retórica de la democracia. El pensamiento decolonial tiene como razón de ser y objetivo la decolonialidad del poder (es decir, de la matriz colonial de poder). Este programa fue también diseñado por Quijano en el artículo
citado:
En primer término [es necesaria] la decolonización epistemológica, para dar paso luego a una nueva comunicación ínter-cultural, a un intercambio de experiencias y de significaciones, como la base de otra racionalidad que pueda pretender, con legitimidad, a alguna universalidad. Pues nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que la específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque tal etnia se llama Europa occidental. Porque eso, en verdad, es pretender para un provincianismo el título de universalidad. (Quijano, 1992, p. 447
[las itálicas son mías])

¿En dónde, en la vida cotidiana, emergen los síntomas de la irresoluble
tensión entre retórica de la modernidad y lógica de la colonialidad, su constitutividad de dos cabezas en un solo cuerpo? ¿En dónde emerge la energía decolonial y cómo se manifiesta?

Los levantamientos en Francia, en noviembre de 2005, revelan un punto de articulación entre la ilusión de un mundo que se piensa y se construye a sí mismo como EL único mundo posible (lógica de la modernidad) y las consecuencias debajo de esa retórica (lógica de la colonialidad).

En y desde ese mundo, lo aparente es la barbarie: irracionalidad, juventud, inmigración que hay que controlar por la fuerza policial y militar,
encarcelar y usar para enarbolar la retórica de la modernidad. La tendencia
liberal propondrá educación, la tendencia conservadora, expulsión, y la tendencia de izquierda, inclusión. Cualquiera de estas soluciones deja intacta, sin embargo, la lógica de la colonialidad: en los países industrializados, desarrollados, ex-primer mundo, G-7, la lógica de la colonialidad vuelve como un boomerang a largo plazo, en un movimiento que comenzó en el siglo XVI.

En los países en desarrollo, no industrializados, ex-tercer mundo, la lógica
de la colonialidad continúa su marcha de trepanadora (hoy, literalmente,
en la zona amazónica y en el oeste de Colombia, en donde la presencia de
los bulldozers amarillos constituye, junto con los helicópteros y las bases
militares, la evidencia insoslayable de la marcha de la modernidad a toda
costa). El boomerang retorna desde los territorios fuera de las fronteras de
los G7: el boomerang entra (las torres gemelas de New York, el tren de Madrid, el autobús y el metro de Londres), pero también sale (Moscow, Nalchik, Indonesia, Líbano). El hecho de que condenemos la violencia de estos actos —en los que nunca se sabe en dónde están los límites entre los agentes de la sociedad civil y política, los Estados y el mercado— no significa que debamos cerrar los ojos y sigamos entendiéndolos como nos los presenta la retórica de la modernidad, en los mass media y en ¡los discursos oficiales del Estado!

El pensamiento decolonial no aparece todavía, ni siquiera en las publicaciones
de la más extrema izquierda. Y la razón es que el pensamiento decolonial ya
no es izquierda, sino otra cosa: es desprendimiento de la episteme política
moderna, articulada como derecha, centro e izquierda; es apertura hacia otra cosa, en marcha, buscándose en la diferencia.

Una de las razones por las cuales los movimientos de descolonización “fracasaron” es que, como en el socialismo/comunismo, cambiaron el contenido pero no los términos de la conversación y se mantuvieron en el sistema del pensamiento único (griego y latín y sus derivados moderno/imperiales).

En la apropiación del Estado por elites nativas, en Asia y en África (como antes en las Américas, Haití es un caso particular que no puedo analizar aquí, en lo que respecta a la construcción del Estado colonial por elites criollas, de descendencia ibérica en el sur y británica en el norte), los Estados descoloniza dos siguieron las reglas del juego liberal, como en India; en otros casos intentaron una aproximación al marxismo, como ocurrió con Patrice Lumumba (Primer Ministro de la República Democrática del Congo).

La enorme contribución de la descolonización (o Independencia), tanto en la primera oleada desde 1776 a 1830 en las Américas, como en la segunda en Asia y en África, es haber plantado la bandera de la pluriversalidad decolonial frente a la bandera y los tanques de la universalidad imperial.

El límite de todos estos movimientos fue no haber encontrado la apertura y la libertad de un pensamiento-otro, esto es, de una descolonización que llevara, en términos de los zapatistas, a un mundo en donde cupieran muchos mundos (la pluriversalidad); lo cual, en el Foro Social Mundial se reafirma en el lema “otro mundo es posible”.

Es importante observar que las aperturas hacia lo que Ramón Grosfoguel
describió como “segunda descolonización” ocurren después de la conclusión
de la guerra fría: no sólo en el caso de los zapatistas y el Foro Social Mundial,
sino también en el de Hugo Chávez. La plataforma epistémico-política de
Hugo Chávez (metafóricamente, la revolución bolivariana) ya no es la misma plataforma en la que se afirmó Fidel Castro (metafóricamente, la revolución socialista).

Son otras las reglas del juego que están planteando Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia. Pedagógicamente, podríamos ver a Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez como “momentos de transición”
entre la plataforma epistémico-política de Castro, por un lado, y la de Chávez
y Morales, por otro.

Lo que quiero decir es que ese “otro mundo” que empezamos a imaginar
ya no puede ser sólo liberal, cristiano o marxista, ni una mezcla de los tres
que aseguraría que la burbuja moderno/colonial, capitalista e imperial triunfara; triunfo que marcaría lo que Francis Fukuyama celebró como el fin de la historia. Así, me imagino qué pensaría Fukuyama: toda la población de
China; toda la población islámica desde el oeste medio hasta Asia central y
desde allí hasta Indonesia; todos los indígenas de las Américas desde Chile
a Canadá; Australia y Nueva Zelandia; toda la población africana del sur
del Sahara, más la diáspora en las Américas; todos los latino/as y otras
minorías en Estados Unidos; en fin, todos esos millones de personas, que
cuadruplican o quintuplican la población de la Europa atlántica y la América
del norte, se rendirán a los pies del modo de vida paradisíaco del Occidente
capitalista y el Estado-liberal democrático.

Un modo de vida que, entretenido por una industria televisiva y musical sin parangón, momificado por una tecnología que cada minuto crea un nuevo ‘trick’ de embelesamiento y jubileo, se proyecta sobre un éxito sin límites, una excelencia sin fronteras y un crecimiento tecno-industrial-genético que asegura el paraíso para todos los mortales. En ese panorama, el marxismo continuaría como la necesaria oposición para el mantenimiento del sistema.

El “fin de la historia” sería, así, el triunfo del liberalismo, secundado por la cristiandad conservadora frente a la constante protesta de la izquierda marxista y de la filosofía de la liberación.

Así sería, hasta el fin de los tiempos. Pero, nos guste o no, después del “fin de
la historia” llegaron Afganistán, Irak, Katrina y Francia 2005. Literalmente, empezó otra historia, la historia en la que el pensamiento colonial, gestado desde el momento fundacional de la modernidad/colonialidad, comienza a tomar el liderazgo.

Repensemos, desde el punto al que acabamos de llegar en la argumentación,
la interpretación a la que fueron reducidas las Independencias descolonizadoras.

Se interpretaron como procesos de liberación imperial: en el siglo XIX, Inglaterra y Francia apoyaron la descolonización de las colonias de
España y Portugal; en el siglo XX, Estados Unidos apoyó la descolonización de las colonias de Francia e Inglaterra. En realidad fueron liberadas de un imperio para caer en manos de otro en nombre de la libertad.

La posibilidad del pensamiento decolonial fue silenciada por las interpretaciones oficiales. Las denuncias de Amílcar Cabral, de Aimé Césaire y de Frantz Fanon fueron admiradas para ser descalificadas, como se celebraron los logros de Patrice Lumumba después de cortarle el cuerpo en pedazos. Repensar los movimientos de Independencias descolonizadoras (en sus dos momentos históricos, en América y en Asia-África) significa pensarlos como momentos de desprendimiento y apertura en el proceso de decolonizar el saber y el ser; momentos que fueron velados por la maquinaria interpretativa de la retórica de la modernidad, el ocultamiento de la colonialidad y, en consecuencia, la invisibilización del pensamiento decolonial en germen.

En otras palabras, las Independencias descolonizadoras se interpretaron en la misma lógica “revolucionaria” de la modernidad, según el modelo de la revolución gloriosa en Inglaterra, la revolución Francesa y la revolución bolchevique en Rusia.

Repensar quiere decir desprender la lógica de las Independencias descolonizadoras de las revoluciones burguesas y socialista.

TAWANTINSUYU, ANÁHUAC Y EL CARIBE NEGRO: LAS “GRECIAS” Y “ROMAS” DEL PENSAMIENTO DECOLONIAL

El pensamiento decolonial surgió y continúa gestándose en diálogo conflictivo con la teoría política de Europa, para Europa y desde ahí para el mundo. De ese diálogo conflictivo surge el pensamiento fronterizo, que sería redundante llamar crítico (aunque a veces es necesario para evitar confusiones), después de leer a Waman Poma y Cugoano. En todo caso, si lo llamamos “crítico” sería para diferenciar la teoría crítica moderna/posmoderna (Escuela de Frankfurt y sus secuelas postestructuralistas) de la teoría crítica decolonial, que muestra su gestación en los autores mencionados. El pensamiento decolonial, al desprenderse de la tiranía del tiempo como marco categorial de la modernidad, escapa también a las trampas de la poscolonialidad.

La poscolonialidad (teoría o crítica poscolonial) nació entrampada con la posmodernidad.

De ahí que Michel Foucault, Jacques Lacan y Jacques Derrida hayan sido los puntos de apoyo para la crítica poscolonial de Said, Bhaba y Spivak. El pensamiento decolonial, por el contrario, se rasca en otros palenques.

En el caso de Waman Poma, en las lenguas, en las memorias indígenas
confrontadas con la modernidad naciente; en el caso de Cugoano, en las
memorias y experiencias de la esclavitud, confrontadas con el asentamiento
de la modernidad, tanto en la economía como en la teoría política. El pensamiento decolonial, al asentarse sobre experiencias y discursos como los de Waman Poma y Cugoano en las colonias de las Américas, se desprende (amigablemente) de la crítica poscolonial.
Veremos, primero, en qué consisten estos dos pilares del pensamiento
decolonial en la colonización de las Américas y en la trata de esclavos, y luego especularemos sobre las consecuencias de estos silencios en la teoría política y la filosofía, en Europa. Insisto en la localización, si es todavía necesario recordarlo, puesto que sabemos ya desde hace tiempo que todo pensamiento está localizado, pero, a pesar de saber esto, hay una tendencia general a entender el pensamiento construido a partir de la historia y la experiencia europeas como si estuviera des-localizado.

Estos sutiles deslices pueden ser de graves consecuencias: en el siglo XVIII muchos intelectuales de la Ilustración condenaron la esclavitud, pero ninguno de ellos dejó de pensar que el negro africano era un ser humano inferior. Estos prejuicios y cegueras perpetúan la geopolítica del conocimiento.

El pensamiento decolonial da vuelta a la tortilla, pero no como su opuesto y contrario (como el comunismo en la Unión Soviética opuesto al liberalismo en la Europa occidental y Estados Unidos), sino mediante una oposición desplazada: el pensamiento decolonial es el de las variadas oposiciones planetarias al pensamiento único (tanto el que justifica la colonialidad, desde Sepúlveda a Huntington, como el que condena la colonialidad (Las Casas) o la explotación del obrero en Europa (Marx). Esto es: todo el planeta, a excepción de Europa occidental y Estados Unidos, tiene un factor en común: lidiar con la invasión, diplomática o guerrera, beneficiosa o desastrosa, de Europa occidental y Estados Unidos.

A la vez, Europa occidental y Estados Unidos tienen algo en común: una historia de quinientos años de invasión, diplomática o armada, en el resto del mundo.

Waman Poma y Ottobah Cugoano abrieron un espacio-otro, el espacio del
pensamiento decolonial, en la diversidad de las experiencias a las que seres humanos fueron forzados por las invasiones europeas en estos dos casos.

Me detendré en ellos como los fundamentos (semejantes a los fundamentos
griegos para el pensamiento occidental) del pensamiento decolonial. Estos
fundamentos históricos (históricos, no esenciales) crean las condiciones para una narrativa epistémica que remite la genealogía global del pensamiento decolonial (realmente otra en relación con la genealogía de la teoría poscolonial) hasta Mahatma Gandhi, W. E. B. Dubois, Juan Carlos Mariátegui, Amílcar Cabral, Aimé Césaire, Frantz Fanon, Fausto Reinaga, Vine Deloria Jr., Rigoberta Menchú, Gloria Anzaldúa, el movimiento Sin Tierras en Brasil, los zapatistas en Chiapas, los movimientos indígenas y afros en Bolivia, Ecuador y Colombia, el Foro Social Mundial y el Foro Social de las Américas.

La genealogía del pensamiento decolonial es planetaria y no se limita a individuos, sino que se incorpora en movimientos sociales (lo cual nos remite a movimientos sociales indígenas y afros: Taki Onkoy para los primeros, cimarronaje para los segundos) y en la creación de instituciones, como los foros que se acaban de mencionar.

Veamos cómo puede lucir esta genealogía. Waman Poma estructuró la
tesis general del manuscrito que le envió a Felipe III en el título del mismo:
Nueva Corónica y buen gobierno. La tesis es, básicamente, la siguiente: 1) una nueva corónica es necesaria porque todas las crónicas castellanas tienen sus límites. Los límites que tienen, sin embargo, no son límites en cuanto al paradigma teológico cristiano desde el cual se narran; por ejemplo, la diferencia que puede haber entre un jesuita, un dominico o un soldado; ni tampoco es cuestión de si el cronista castellano fue o no fue testigo presencial (¿testigo presencial de qué? ¿De siglos de historia Aymara o Nahuatl?).

Algunas disputas internas ocurrían entre quienes sustentaban el privilegio del “yo lo vi” y aquellos que reflexionaban sobre las Indias desde Castilla (lugar físico) y desde un lugar epistémico greco-latino-cristiano, como López de Gómara frente a Bernal Díaz del Castillo. Esos límites no fueron reconocidos (quizás tampoco percibidos) por los castellanos. Quien podía verlos era Waman Poma.

No sólo los castellanos no percibieron lo que percibió Waman Poma, sino que
tampoco estaban en condiciones de comprender lo que Waman Poma percibía.
En consecuencia, Waman Poma fue “naturalmente” silenciado durante
cuatrocientos años. Y cuando se lo “descubrió”, dio lugar a tres líneas interpretativas:
la de los conservadores, que insistieron en la falta de inteligencia de un indio; la posición académica progresista (con Franklin Peace en Perú, Rolena Adorno y Raquel Chang-Rodríguez en Estados Unidos, Birgit Scharlau
en Alemania, y Mercedes López Baralt en Puerto Rico), que comprendió
tanto la contribución de Waman Poma como su silenciamiento por parte de
los hispanos peninsulares y los criollos de América del sur; y, por último, la
incorporación de Waman Poma en el pensamiento indígena como uno de sus fundamentos epistémicos (a la manera como han sido interpretados Platón y Aristóteles para el pensamiento europeo). Así, en los debates actuales de la Asamblea Constituyente en Bolivia, la posición indígena privilegia la presencia y re-inscripción del Tawantinsuyu y los legados del pensamiento decolonial en la organización social y económica de Bolivia, mientras que el Estado liberal privilegia la continuación del modelo europeo de Estado.

La universidad intercultural de los pueblos y naciones indígenas del Ecuador
(Amawtay Wasi) forjó su currículo y objetivos de enseñanza superior en el
Tawantinsuyu y en el Kichua, aunque también se “use” el castellano,7 mientras que la universidad estatal continúa la reproducción de la universidad napoleónica, encerrada en los legados del griego, el latín y las seis lenguas imperiales europeas modernas. En este caso, el castellano es la lengua hegemónica, con total desmedro y olvido del Kichua.

7 Véase el artículo de Catherine Walsh en este volumen. Las motivaciones políticas, filosofía educativa, conceptualización del curriculum y estructura de los ciclos de aprendizaje (y de desaprendizaje de lo aprendido, en el proceso de colonialidad del saber para descolonizar el saber y el ser) están explicadas en detalle en Sumak Yachaypi, Alli Kawsaypipash Hachakuna (Aprender en la sabiduría y el buen vivir) (2004). Parte del proceso de gestación puede verse en el Boletin Icci-Rimai (2001).

El potencial epistémico y descolonizador ya está presente en la Nueva
Corónica. Waman Poma miraba y comprendía desde la perspectiva del sujeto colonial (el sujeto formado y forjado en el Tawantinsuyu y en el Keswaymara, confrontado con la presencia repentina del castellano y del mapamundi de Ortelius) y no del sujeto moderno que en Europa comenzó a pensarse a sí mismo como sujeto a partir del Renacimiento. También tenía acceso a informaciones a las que no tenían acceso los castellanos: pocos de ellos dominaban el Aymara y el Quechua, y quienes llegaron a comprenderlo en sus andanzas por los Andes, quedaron todavía lejos de igualar su comprensión de la lengua con sus años de escolaridad en latín y griego.

Imaginen ustedes a Waman Poma en Castilla, contando las historias de los castellanos y sus antigüedades greco-latinas. Pues en buena y justa hora los castellanos se hubieran sentido humillados y le hubieran dicho que en realidad no entendía muy bien de qué hablaba; que el latín, el griego y la Cristiandad no son cosas que se comprenden en un par de años. De modo que, si bien el nativo, andino o castellano, no tiene privilegios en cuanto a la verdad de la historia, sí tiene una subjetividad y una localización geo-histórica (lenguas, tradiciones,mitos, leyendas, memorias) en las cuales se basa su manera de comprenderse a sí mismo, a los otros y al mundo. Y esta singularidad de experiencia y de vivencias no les puede ser negada ni a los unos ni a los otros (eran todos “hombres” en este contexto), aunque los castellanos asumían una universalidad que les era propia y que no pertenecía a ningún otro habitante del planeta que no fuera cristiano.

Además, como sujeto colonial, Waman Poma fue una subjetividad de frontera (doble conciencia, conciencia mestiza en la terminología de hoy), subjetividad que no pudo forjar ninguno de los castellanos, incluido Juan de Betanzos, quien se casó con una princesa Inca. El pensamiento fronterizo surge de la diferencia imperial/colonial del poder en la formación de las subjetividades.

De ahí que el pensamiento fronterizo no sea connatural a un sujeto que habita la casa del imperio, pero sí lo sea en la formación de sujetos que habitan la casa de la herida colonial. La Nueva Corónica es precisamente eso: un relato en donde la cosmología andina (Keswaymara) comienza a rehacerse
en diálogo conflictivo con la cosmología cristiana, en toda su diversidad
misionera castellana (dominicos, jesuitas, franciscanos), y con la mentalidad
burocrática de los organizadores del Estado imperial bajo las órdenes de
Felipe II.

Waman Poma y los cronistas castellanos están separados por la diferencia colonial epistémica, invisible para los castellanos, visible como una
gran muralla para Waman Poma. Es en la confrontación con esa muralla que Waman Poma escribe. El hecho de que para los castellanos, y para quienes ven las cosas desde la diversidad de la cosmología europea, esa muralla (la diferencia epistémica colonial) fuera invisible, llevó a la no-comprensión de la propuesta de Waman y a su silenciamiento.

¿Qué proponía Waman Poma? Un “buen gobierno” basado en una “nueva
corónica”. Era natural que así fuera. El historiador catalán Joseph Fontaná
dijo en algún momento, no hace mucho tiempo, que hay tantas historias como proyectos políticos. La diversidad de proyectos políticos de los castellanos se montaban sobre un concepto de historia cuyas fuentes estaban en Grecia y Roma (Heródoto, Tito Livio, Tasso). En cambio, las fuentes epistémicas del proyecto político que ejemplifican Waman Poma y Taki Onkoy no se apoyaban en la memoria de Grecia y Roma.

¿Cómo proponía Waman Poma este nuevo proyecto político (“buen gobierno”)?

En primer lugar, estructuró el relato histórico con una constante y
coherente crítica ético-política. Criticó por igual a los castellanos, a los indios, a los negros, a los moros y a los judíos. La zona del Cuzco, en la segunda mitad del siglo XVI, era sin duda una sociedad “multicultural” (diríamos hoy).

Pero no una sociedad “multicultural” en el imperio, sino en las colonias. ¿Hay alguna diferencia? Multiculturalismo es multiculturalismo, no importa dónde, se argumentaría desde una epistemología des-corporalizada y des-localizada. Se puede pensar, como simple correlación, en la sociedad “multicultural” de la península ibérica durante la misma época: cristianos, moros, judíos conversos que ponían en movimiento las tres categorías religiosas.

En las colonias, en cambio, los pilares eran indios, castellanos y africanos, sobre todo desde finales del siglo XVI. Además, en las colonias aparece la categoría de mestizaje y los tres mestizajes “básicos” a partir de los tres pilares del triángulo etno-racial: mestizo/a, mulato/a y zambo/a. La teoría política de Waman se articula en dos principios: primero, la crítica a todos los grupos humanos identificables en la Colonia, según las categorías clasificatorias del momento. Pero, ¿cuál es el criterio que emplea Waman para su crítica? El cristianismo. ¿Cómo?, preguntó un estudiante en una de mis clases sobre Waman Poma: ¿cómo puede ser este un pensamiento decolonial si abrazó el cristianismo?8
8 Durante las sesiones del programa de doctorado en Estudios Culturales, en la Universidad Andina Simón Bolívar, en Quito (julio 2005), discutimos en una de las clases de Catherine Walsh la crítica de Waman Poma a los africanos. Edison León puso en cuestión la posibilidad de considerar decolonial a Waman Poma, precisamente por esas críticas. En ese
momento mi lectura de Waman Poma estaba un poco olvidada, pero pensaba retomarla
precisamente para un seminario que dictaría en el otoño de 2005, en Duke University.
Efectivamente, la relectura de Waman Poma reveló aspectos (como siempre en la lectura
de este complejo y rico texto) a los cuales no había prestado atención anteriormente. Lo
que aquí afirmo es producto de las conversaciones sostenidas con Catherine y Edison, y
de mi relectura posterior sobre el asunto.

Sin embargo, así es. Reflexionemos. A finales del siglo XVI y principios del XVII no había Diderot, ni Rousseau, ni Kant, ni Spinoza, ni Marx, ni Freud. Es decir, la crítica secular ilustrada no existía todavía. Waman Poma asume la cristiandad histórica y éticamente, en la medida en que argumenta la cristiandad de los andinos antes de la llegada de los castellanos.

Históricamente Waman Poma sería un mentiroso, puesto que no hay cristianismo antes de la llegada de los castellanos. Pero en un nivel
lógico-epistémico, el cristianismo en Europa no sería sino la versión regional
de ciertos principios que afectan a la conducta humana y que establecen
criterios para la convivencia, para el “buen vivir”. El argumento de Waman
Poma debe leerse en este segundo nivel y no en el primero. La lectura del
primer nivel es eurocéntrica y le otorga a la cristiandad occidental europea (la que se expande hacia América) la posesión de principios universales bajo el nombre de cristianismo.

“Cristianismo”, en el argumento de Waman Poma, es equivalente a “democracia” en la pluma y la palabra de los zapatistas: la democracia no es propiedad privada del pensamiento y la teoría política de Occidente, sino un principio de convivencia, de buen vivir, que no tiene dueño. Waman Poma se apoderó de los principios cristianos a pesar de y en contra de los malos cristianos españoles, así como los zapatistas se apoderan de los principios democráticos a pesar de y en contra del gobierno mexicano en contubernio con la comercialización de la democracia en el mercado de Washington.

Esta analogía tiene una doble función: pedagógica, para familiarizar
al lector con la situación de Waman Poma hace cuatro siglos y medio;
política y epistémica, para recordar la continuidad del pensamiento decolonial
a través de los siglos, en sus diversas manifestaciones.

Una vez realizada la crítica a todos los grupos humanos presentes en la
Colonia y después de haber identificado también las virtudes de todos ellos,
Waman Poma propone un “buen gobierno” de los virtuosos, sin importar si estos son indios/as, castellanos/as, moros/as o negros/as. El “buen gobierno”, en otras palabras, se propone como el lugar de la convivencia y
la superación de la diferencia colonial. Los dos grupos fuertes —política y
demográficamente— en el Perú eran, sin duda, los castellanos y los indios; y
Waman Poma no oculta su identificación con los indios, aunque podría haber optado por identificarse con los castellanos, asumiendo que nunca sería un castellano en subjetividad aunque lo fuera por legalidad. En la medida en
que el pensamiento decolonial surge de un giro geo- y corpo-político frente a la teo-política (des-incorporada y des-localizada o, mejor, localizada en el no-lugar de espacio que media entre Dios y sus representantes en la tierra), “la hybris del punto cero” es incongruente con el pensamiento decolonial: epistemología del punto cero funda y sostiene la razón imperial (teo- y ego-políticamente). 9

9 La ego-política desplazó pero nunca eliminó la teo-política. Ambas se reúnen, entre otros
muchos lugares, en el pensamiento político de Carl Schmitt; ejemplarmente, en su Politische Theologie (1922).

Waman Poma construyó la idea de “buen gobierno” en el Tawantinsuyu.
Contrario a las utopías occidentales modernas iniciadas por Tomas Moro,
un siglo antes, la utopía de Waman Poma no se ubica en un no-lugar del
tiempo (las utopías occidentales modernas se afincan en el no-espacio de
un futuro secular), sino en la reinscripción de un espacio desplazado por
los castellanos. En verdad, lo que propone Waman Poma es una “topía” de
la razón fronteriza y de pensamiento decolonial. Razón fronteriza porque
su “topía” se estructuró en el Tawantinsuyu. Como se sabe, Tawantinsuyu
significa aproximadamente “los cuatro lados o rincones del mundo”. Para
quien no esté familiarizado/a con el diagrama del Tawantinsuyu, imagine
las diagonales de un cuadrado (sin los cuatro lados, sólo las diagonales).

Los cuatro espacios formados por las diagonales son los cuatro suyus, o espacios significativos en la estructura y jerarquías sociales de los Incas. El centro, en el incanato, lo ocupaba Cuzco; y en las zonas o pueblos del incanato, todos ellos organizados en Tawantinsuyu, se ubicaba el pueblo en cuestión. En este esquema, Waman Poma situó al rey Felipe III en el centro del Tawantinsuyu, puesto que ocupaba el trono, tanto en Castilla como en el Tawantinsuyu.

Luego, Waman Poma distribuyó los suyus a cada uno de los grupos mencionados. En un suyu situó a los indios, en otro a los castellanos, en otro a los moros y en el cuarto a los africanos. En la medida en que el Tawantinsuyu es una estructura jerárquica, Waman Poma mantuvo esa jerarquía en la distribución de los suyus (detalles que no vienen al caso aquí, puesto que nuestro objetivo es localizar la emergencia del pensamiento decolonial y no entrar en el análisis de su estructuración).

No obstante, el “buen gobierno” se propuso como un espacio de coexistencia con Castilla, por un lado, y de coexistencia entre varias comunidades (o naciones) en el Tawantinsuyu. Es decir, coexistencia trans-nacional y coexistencia ínter-cultural. Ínter-cultural y no multi-cultural, porque en la propuesta de Waman Poma Felipe III no es el soberano de una estructura política hispánica en el Tawantinsuyu, sino que es el soberano del Tawantinsuyu. Felipe III queda así des-colocado de su memoria, tradición, lengua, formación y pensamiento político hispánicos.

Semejante teoría política es producto del pensamiento fronterizo crítico
y, por eso, de un pensamiento decolonial. La última sección de la Nueva
Corónica, extensa, está dedicada a la descripción de “los trabajos y los días”
en el Tawantinsuyu. El ritmo de las estaciones, la convivencia en y con el
mundo natural: sol, luna, tierra, fertilidad, agua, runas (seres vivientes que
en Occidente se describen como “seres humanos”) conviven en la armonía
del “buen vivir”. Esta armonía es significativa, a principios del siglo XVII,
cuando la formación del capitalismo ya mostraba un desprecio por vidas humanas desechables (indios y negros, fundamentalmente), sometidas a la
explotación del trabajo, expropiadas de su morada (la tierra en donde eran),
y su morada transformada en tierra como propiedad individual. Momento
en que los europeos, en sus proyectos económicos, no contemplaban la armonía del vivir ni el movimiento de las estaciones, sino que concentraban
todos sus esfuerzos en el aumento de la producción (oro, plata, café, azúcar,
etc.), muriera quien muriera.

La teoría política de Waman Poma se contrapone a la teoría política europea; es una alternativa al régimen monárquico y capitalista-mercantil del sistema-mundo. El “triunfo” (hasta hoy) del modelo imperial relegó el modelo del Tawantinsuyu al mundo de las fantasías de un indio desorientado e inculto: caso ejemplar de la colonización del ser mediante la colonización del saber, a la cual responde Waman Poma con un fundamental proyecto de pensamiento decolonial.

Pero si Waman Poma es una puerta de entrada al lado más oscuro del Renacimiento, Ottobah Cugoano es una puerta de entrada al lado más oscuro de la Ilustración.

Cugoano es el menos conocido de los cuatro ex-esclavos (Egnatius Sancho, John Marrant y Loudah Equiano son los otros tres) que, en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo XVIII, lograron convertirse en escritores. Se estima que Cugoano llegó a Inglaterra hacia 1770. Habría sido esclavo en las plantaciones inglesas del Caribe, de un tal Alexander Campbel. Nacido en lo que hoy es Ghana, alrededor de 1757, fue capturado por los propios africanos cuando tenía alrededor de trece años, y vendido como esclavo a mercaderes europeos. Cugoano llegó a Inglaterra poco después de
que se proclamara la “decisión Mansfield”, en junio de 1772, en favor de un
esclavo cimarrón (run away slave), en las colonias. Esta decisión, conocida,
por cierto, con gran euforia por unos veinte mil africanos en Inglaterra, fue de
gran importancia en el proceso de la declaración de la ilegalidad de la esclavitud.

Dos siglos de comercialización de esclavos y explotación del trabajo en las
plantaciones isleñas preceden el momento en que Cugoano publicó en Londres, en 1787, su tratado político decolonial. El título es el siguiente: Thoughts and Sentiments of the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species, Humbly Submitted to the Inhabitants of Great Britain, by Ottobah Cugoano, a Native of Africa.

El dominio que tiene Cugoano de la lengua inglesa es comparable al dominio que tiene el Inca Garcilaso de la Vega de la lengua castellana. Waman Poma, en cambio, no tuvo contacto con el espacio del imperio, pero su castellano, gramaticalmente deficiente, no fue obstáculo para exponer sus ideas y argumentos, acompañado por diseños de mapas, personajes y situaciones. La fuerza política de ambos tratados no tienen paralelo, que yo conozca, ni en las Américas ni en otros lugares del planeta donde la colonización inglesa y francesa no había comenzado todavía.

Como Waman Poma, Cugoano no tiene otro criterio de juicio que la cristiandad. El pensamiento de la Ilustración, del cual es parte Cugoano, recién empezaba a configurarse. La teo-política del conocimiento era todavía el marco de referencia frente al cual la ego-política del pensamiento iluminista reclamaba su derecho de existencia. Como Waman Poma, Cugoano tomó los principios morales de la cristiandad al pie de la letra, y a partir de ahí proyectó su crítica a los excesos de los cristianos ingleses en la brutal explotación de los esclavos. Veamos un ejemplo:

The history of those dreadfully perfidious methods of forming settlements, and acquiring riches and territory, would make humanity tremble, and even recoil, at the enjoyment of such acquisitions and become reverted into rage and indignation at such horrible injustice and barbarous cruelty, “It is said by the Peruvians, that their Incas, or Monarchs, had uniformly extended their power with attention to the good of their subjects, that they might diffuse the blessings of civilizations, and the knowledge of the arts which they possessed among the people that embraced their protection; and during a succession of twelve monarchs, not one had deviated from this beneficent character”. Their sensibility of such nobleness of character would give them the most poignant dislike to their new terrible invaders that had desolated and laid waste their
country. (Cugoano, 1999, p. 65)10
10 La sección entre comillas del parágrafo proviene de History of America (1777) de William Robertson.

En el párrafo me interesa subrayar varias cosas: el manejo de la lengua; el
conocimiento y la solidaridad con la población indígena bajo la colonización
castellana, que Cugoano asemeja a la deshumanización de ambos, del indio
y del negro; la crítica directa, brutal, de un negro esclavo a los comerciantes
y explotadores blancos (tan directa y brutal como la de Waman Poma).

Estas críticas (la de Cugoano y la de Waman Poma) no se sitúan ya en el mismo nivel (paradigma) que la crítica de Las Casas a sus propios compatriotas. La crítica de Cugoano y Waman Poma se ubica en otra parte, en el espacio del giro decolonial. En este sentido, el párrafo citado es uno de tantos otros semejantes en los que la crítica va dirigida a las formas de gobierno y a la comunidad imperial formada por España, Portugal, Francia e Inglaterra.

Para Cugoano, la distinción entre naciones imperiales no tiene sentido. La
diferencia colonial no se detiene en las fronteras ínter-imperiales. Para la
diferencia imperial, en cambio, la formación nacional está en juego, y es
así que, desde 1558, Isabel I de Inglaterra (1533-1603) tejió en su imperio
británico la leyenda negra contra los abusos de los castellanos en América, gracias a la información y las críticas suministradas por Bartolomé de Las Casas. De ello hace eco Cugoano, pero castigando a su vez a los ingleses por sus brutalidades contra los esclavos negros, semejantes o peores a las de los castellanos contra los indios. Sin embargo, Isabel I no criticó la brutalidad de los ingleses que ella había condenado en los castellanos. La crítica de Cugoano se ubica y se piensa en y desde la diferencia colonial. La leyenda negra se ubica y se piensa en y desde la diferencia imperial. Cugoano no se engaña ni se distrae con las polémicas imperiales. Para un ex-esclavo, todos los gatos son pardos:
That base traffic of kidnapping and stealing men was begun by the Portuguese on the coast of Africa […] The Spaniards followed their infamous example, and the African slave-trade was thought most advantageous for them, to enable themselves to live in ease and affluence by the cruel subjetion and slavery of others. The French and English, and some other nations in Europe, as they founded settlements and colonies in the West Indies, or in America, went on in the same manner, and joined hand in
hand with the Portuguese and Spaniards, to rob and pillage Africa a well as to waste and desolate inhabitants of the Western continents. (Cugoano, 1999, p. 72)

La transformación de vidas humanas en materia desechable es algo más
que la “nuda vida” que Giorgio Agamben descubrió en el holocausto. Cugoano contribuyó a iniciar una crítica que hoy en día se reproduce, por ejemplo, en la “necropolítica” de Achille Mbembe, quien, partiendo de la “biopolítica” de Michel Foucault, la desplaza al espacio epistemológico de deslinde y apertura del pensamiento decolonial. Las divisiones imperiales/nacionales quedan al desnudo cuando se las mira desde las consecuencias de la lógica de la colonialidad: peleas imperiales por la mercadería humana.

Las reflexiones de Agamben son importantes, pero tardías, regionales y limitadas. Partir de los refugiados de la segunda guerra mundial y del holocausto significa ignorar los cuatrocientos años de historia moderno/colonial en la que los refugiados y el holocausto nazi son tan sólo un momento más en la larga cadena de desechabilidad de la vida humana.

Este fue precisamente uno de los argumentos más fuertes de Cugoano, como veremos enseguida. La genealogía del pensamiento decolonial es desconocida en la genealogía del pensamiento europeo. Así, Agamben vuelve a Hanna Arendt y a Heidegger, pero ignora, desconoce o simplemente no le afecta el pensamiento de Aimé Césaire, canónico en la genealogía del pensamiento imperial. En 1955, Césaire podía ver lo que quizás pocos (si es que algunos) pensadores europeos podían “ver”, tan desposeídos como estaban y están del archivo construido por la herida colonial. Observaba Césaire en su Discurso sobre el colonialismo:
Yes, it would be worthwile to study clinically, in detail, the steps taken by Hitler and Hitlerism and to reveal to the very distinguished, very humanistic, very Christian bourgeous of the twentieth century that without his being aware of it, he has a Hitler inside him, that Hitler inhabits him, that Hitler is his demon, that if he rails against him, he is being inconsistent and that, at bottom, what he cannot forgive Hitler for is not the crime in itself, the crime against man, it is not the humiliation of man as such, it is the crime against the white man, the humiliation of the white man, and the fact that he applied to Europe colonialist procedures which until then had been reserved exclusively for the Arabs or Algeria, the “coolies” of India, and the “niggers” of Africa. (Césaire, 2000, p. 5)11
11 Cito aquí la traducción inglesa. La primera traducción castellana está a punto de salir
(Madrid: Ediciones Akal).

Así, la “nuda vida” que “descubrió” Agamben, y que tanto entusiasmó a
la mentalidad blanca de la Europa occidental y de los Estados Unidos, es
tardíamente lo que indios y negros ya sabían desde el siglo XVI. Que las vidas de la gente blanca pudieran ser desechables fue una novedad para Europa y Anglo-América. Esa novedad es también parte de la ceguera del “hombre blanco”; una ceguera en la que el descubrimiento de la desechabilidad de la vida humana permite ahora construir argumentos “críticos” basados en la humillación del hombre blanco. El pensamiento decolonial, que también atiende a los horrores del holocausto, lo hace desde su gestación histórica en el siglo XVI, en historias paralelas, en Europa, en las Américas y en las poblaciones de Asia.

Llegados a este punto nos conviene volver a la ubicación, no sólo geo-histórica sino también epistémica (y el correlato entre ambos), del pensamiento.

En la historia de las ideas, de la filosofía, de la ciencia en Europa y de Europa
este asunto se dio por sentado, porque se asumió que lo importante es aquello que y sobre lo que se piensa y no desde dónde y a partir de dónde se piensa.

Veamos un botón de muestra. Con gloriosa prosa que recuerda la música
de Wagner, Jean-Jacques Rousseau anuncia de esta forma su ubicación
epistémica, ética y política en el Discours sur l’origine et les fondements de
l’inégalité parmi les hommes (1755):
Refiriéndose mi tema al hombre en general, procuraré buscar un lenguaje que convenga a todas las naciones; mejor aún, olvidando los tiempos y lugares para pensar tan sólo en los hombres a quienes hablo, supondré que estoy en el Liceo de Atenas repitiendo las lecciones de mis maestros, teniendo por jueces a los Platón, y los Jenófanes y al género humano por oyente. (Rousseau, 1977, p. 152)

Pero Waman Poma y Ottobah Cugoano difícilmente imaginarían el Liceo
de Atenas como escenario de su palabra, ni se “olvidarían del tiempo y del
espacio”. Dirían —me puedo imaginar— que su tema es de interés para la
humanidad en general, puesto que hablan de una civilización que ha llegado
a desechar vidas humanas. Pero puntualizarían la diferencia colonial que, a
partir del siglo XVI, “re-organizó el género humano” como posible “audiencia” y ocultó que en ese género humano hay vidas que no tienen valor.

Rousseau escribió un párrafo que revela el encandilamiento del deseo y voluntad de hablar por la humanidad, en un momento en que la transformación masiva de la vida en materia desechable (que por primera vez comenzó a ocurrir en la historia del “género humano” en el siglo XVI), llevaba ya más de dos siglos de historia. Como Cugoano unos veinte años después, y como Waman Poma unos dos siglos antes, Rousseau estaba preocupado por la desigualdad entre los hombres. Observando la escena europea, en su presente y en su historia, pero desatento a las desigualdades y a la herida infligida por la diferencia colonial, Rousseau observó:
Concibo en la especie humana dos clases de desigualdad: una que llamo natural o física porque ha sido establecida por la naturaleza y que consiste en la diferencia de edades, de salud, de las fuerzas del cuerpo y las cualidades del espíritu o del alma; otra, que puede denominarse desigualdad moral o política, pues depende de una especie de convención y está establecida, o cuando menos autorizada, por el consentimiento de los hombres. Esta última consiste en los diferentes privilegios de los que gozan unos en detrimento de los otros, como el ser más ricos, más honrados, más poderosos que
ellos o, incluso, hacerse obedecer. (Rousseau, 1977, p. 150)

Para Rousseau, preguntarse por el origen de la desigualdad natural no
tenía sentido puesto que esa pregunta, según él, estaba ya respondida de
antemano por la simple definición de la palabra: la desigualdad es natural, y
no hay nada más que preguntar. Es aún más absurdo preguntarse —continúa
Rousseau— si hay alguna conexión esencial entre las dos desigualdades,
puesto que hacer esta pregunta significaría preguntar si quienes están en el
poder y en posición de mandar son necesariamente mejores que aquellos que
están en posición de obedecer. Este tipo de preguntas, concluye Rousseau,
sería adecuado en una discusión de los esclavos en una audiencia con su
amo, pero totalmente inconducente e incorrecta si tales preguntas fueran
dirigidas a “hombres razonables y libres en búsqueda de la verdad” (Rousseau,
1977, p. 150).

Como tantos otros ilustrados del siglo XVIII (Kant entre ellos), Rousseau condenó la esclavitud, pero tal condena no se derivaba de que se aceptara sin más la igualdad de los europeos y los esclavos africanos. La “desigualdad natural” es un principio racional suficiente para distinguir en el mismo plumazo lo injusto de la esclavitud, pero también la inferioridad
de los negros africanos.

Ottobah Cugoano dio un giro de ciento ochenta grados a los debates sobre
el derecho y la ley natural que ocupó a los ilustrados blancos del siglo
XVIII. Mientras que Waman Poma respondía al debate imperial de toda una
pléyade de misioneros y hombres de letras (Las Casas, Acosta, Murúa, a
quienes menciona al final de la Nueva Corónica), Cugoano respondía a ideas
en boga durante la Ilustración y en un momento de ascendencia intelectual
en Inglaterra, Alemania y Francia. Entre los nombres que dominaban el terreno intelectual, filosófico y político de la época, cuentan: George Berkeley, Principles of Human Knowledge (1710), Alexander Pope, Essay on Man (1734), David Hume, Inquiry Concerning Human Understanding (1748) y Ephraim Lessing, Educación de la raza humana (1780).

Los análisis económicos de las relaciones entre la esclavitud y el mercado que ofrece Cugoano también dan un giro de ciento ochenta grados al tratado de Adam Smith, The Wealth of Nations, publicado unos diez años antes que el de Cugoano. Más aún, al haber titulado su discurso Thoughts and Sentiments, Cugoano alude directamente al tratado de Smith, La teoría de los sentimientos morales (1759). En resumen, el tratado de Cugoano es una brutal crítica ética a los depredadores imperiales y robadores de hombres (expresiones que aparecen repetidas veces en su discurso), en nombre de la ética cristiana; un análisis de la economía y la esclavitud, insistiendo constantemente en la desechabilidad de la vida de los negros (“our lives are accounted of no value”). Cugoano concluye su discurso con propuestas concretas para terminar con la esclavitud, compensar las naciones africanas por los daños infligidos y legalizar el trabajo.

Independiente de que estas cuestiones que plantea Cugoano estén abiertas
todavía hoy, lo importante para mi argumento es identificar en qué consiste
el giro decolonial. Anthony Bogues marca sin dudar el desenganche y la
apertura de Cugoano en el ámbito de la teoría política. En relación con los
debates y temas en discusión entre filósofos y tratadistas políticos europeos de
Inglaterra, Alemania y Francia en el siglo XVIII, Bogues afirma lo siguiente:
Cugoano’s political discourse suggests the existence of a different stream that articulates notions about natural liberty and natural rights. For Cugoano, the fundamental natural right was the right of the individual to be free and equal, no in relationship to government but in relationship to other human beings. (Bogues, 2005, p. 45)12
12 Las citas de Anthony Bogues son tomadas de “The Political Thought of Quobna Cugoano: Radicalized Natural Liberty” (2005).

Bogues agrega que el argumento de Cugoano, que reclama la igualdad de
los negros en un mundo en donde la teoría política y el concepto de humanidad estaba en manos de los blancos (la “desigualdad natural”), complementa el giro decolonial al plantear que los seres humanos son iguales y libres frente a otros seres humanos y no frente al Estado.

Recordemos que el argumento de Rousseau, en cambio, es la igualdad formal de los hombres frente al Estado y su desigualdad en el “estado de naturaleza”. Este giro es el que separa a Cugoano del resto de los abolicionistas blancos, quienes argumentan contra la esclavitud pero mantienen la inferioridad del negro:
When we add these things together, we cannot escape the conclusion that there existed in Cugoano’s slave narrative a political counternarrative that moved in a different direction than the political horizons of the Enlightenment. (Bogues, 2005, p. 45)

La “dirección diferente” que toma Cugoano en el horizonte político de la
Ilustración es precisamente lo que aquí intento describir como el giro decolonial y la gestación del pensamiento decolonial en la fundación misma del sistema-mundo moderno/colonial. La fuerza y la energía del pensamiento decolonial estuvo siempre “ahí”, en la exterioridad, en lo negado por el pensamiento imperial/colonial.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Podríamos continuar la genealogía del pensamiento decolonial, deteniéndonos, por ejemplo, en Mahatma Gandhi. Mencionarlo aquí es importante por lo siguiente: Cugoano y Gandhi se encuentran unidos, en distintos puntos del planeta, por el Imperio Británico, del mismo modo en que Waman Poma y Cugoano están unidos por la continuidad de los imperialismos de Europa occidental en América. Podríamos continuar con Frantz Fanon y conectarlo con Cugoano por la herida colonial en los africanos y también por la complicidad imperial entre España, Inglaterra y Francia (a pesar de sus conflictos imperiales). Con ello quiero señalar lo siguiente: la genealogía del pensamiento decolonial se estructura en el espacio planetario de la expansión colonial/imperial, contrario a la genealogía de la modernidad europea, que se estructura en la línea temporal de un espacio reducido, de Grecia a Roma, a Europa occidental y a Estados Unidos.

El elemento genealógico en común entre Waman Poma, Cugoano, Gandhi y Fanon es la herida infligida por la diferencia colonial. El giro decolonial (la decolonización epistémica) operado por Waman Poma y Cugoano tuvo lugar en el horizonte de las monarquías, antes de la emergencia del Estado moderno (burgués) y de la emergencia de las tres ideologías seculares imperiales del sistema-mundo moderno: el conservatismo, el
liberalismo y el marxismo (Wallerstein, 1995).

Por eso, en el horizonte epistémico de ambos, la teología es reina. Con todo, la genealogía del pensamiento decolonial es pluriversal (no universal). Así, cada nudo de la red de esta genealogía es un punto de despegue y apertura que reintroduce lenguas, memorias, economías, organizaciones sociales, subjetividades, esplendores y miserias de los legados imperiales. La actualidad pide, reclama, un pensamiento decolonial que articule genealogías desperdigadas por el planeta y ofrezca modalidades económicas, políticas, sociales y subjetivas “otras”. El proceso está en marcha y lo vemos cada día, a pesar de las malas noticias que nos llegan del Oriente medio, de Indonesia, de New Orleans y de la guerra interior en Washington.

BIBLIOGRAFÍA

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El absurdo de enseñar Francés

El absurdo de enseñar Francés
¿Por qué insistir en exigir el aprendizaje del Francés en lugar de aplicar los recursos invertidos en ese idioma a la enseñanza de otros más demandados en el mercado como un mejor Inglés, Portugués, Alemán o Mandarín?
Lunes 13 de Junio de 2016
EDITORIAL

Se supone que el diseño de la currícula escolar y colegial se basa fundamentalmente en los objetivos del proyecto político social impulsado desde el gobierno, dentro de los cuales la preparación de los educandos para su incorporación a la economía nacional debiera ser el más importante, con el complemento de elementos culturales que deben abarcar a TODA la población de un país.

Si aceptamos lo anterior, debe sorprendernos la noticia que reseña Nacion.com, sobre la presentación por parte del Ministerio de Educación Pública (MEP) de Costa Rica, de los nuevos programas de Francés, con los cuales promete elevar la calidad de la enseñanza de ese idioma en los centros educativos del país.

En momentos en que se discute la rigidez de los altos índices de desempleo (10%) e informalidad laboral (47%) que padece Costa Rica, y se menciona como causa principal de esa rigidez la falta de preparación de esos desempleados para incorporarse a las actuales formas de producción de bienes y servicios, las autoridades gubernamentales debieran explicar la razones por las que impulsan la dedicación de recursos del Estado y de tiempo de los educandos, a la enseñanza y aprendizaje del Francés. Es esencial que expliquen por qué no se dedican esos recursos a aprender mejor el Inglés, y en todo caso, otros idiomas mucho más demandados en Costa Rica, como el Portugués, el Alemán, o el Mandarín.

En el Siglo XXI la influencia de Francia en el ámbito de la diplomacia es desmesurado en relación a la relevancia de ese país en la economía mundial. La utilización del Francés como lengua oficial en los organismos internacionales globales persiste, sin ninguna razón práctica demostrable que apunte al beneficio de los habitantes de los países que integran esas instituciones. La única explicación de la persistencia de esa situación es la costumbre, a lo que se agrega esa desproporcionada presencia de Francia en los ámbitos diplomáticos, y especialmente el fuertísimo lobby que ejercen las embajadas francesas en todo el mundo. Y esto no lo decimos en menoscabo de la importancia histórica de Francia en el desarrollo de la civilización occidental, sino que es la simple descripción de la realidad actual.

La corporación diplomática internacional imbricada en los miles de organismos internacionales, como corporación que es, tiene intereses que muchas veces difieren de los nacionales a los que debieran servir exclusivamente. El fortísimo lobby francés en pro de la enseñanza de su idioma se apoya muchas veces en la necesidad de los funcionarios gubernamentales locales de cultivar relaciones interpersonales que les ayuden a continuar sus carreras en organismos internacionales.

Esto que decimos nos alegraría que fuera refutado con la explicitación de las razones por las que los jóvenes costarricenses deben dedicar tiempo y esfuerzos a estudiar el francés, en detrimento de un mejor inglés, del portugués, el alemán, o el Mandarín, que son los idiomas que actualmente más demanda el mercado.

SI ya en los 60’s el declive de Francia como potencia política y económica hacía absurdo el estudio obligatorio del Francés, 50 años más tarde es un grave despropósito que demuestra lo alejados que están algunos gobiernos centroamericanos de la realidad, y de las necesidades de sus ciudadanos y de las economías que deben gestionar.

Prefacio de IMPERIO

Prefacio

El Imperio se está materializando ante nuestros ojos. Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y luego, precipitadamente, tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, hemos sido testigos de una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales.

Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nueva lógica y estructura de mando –en suma, una nueva forma de soberanía. El Imperio es el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.

Muchos sostienen que la globalización de la producción capitalista y el
intercambio significa que las relaciones económicas se han vuelto más
autónomas de los controles políticos, y que, consecuentemente, ha declinado
la soberanía política. Algunos celebran esta nueva era como la liberación de
la economía capitalista de las restricciones y distorsiones que las fuerzas
políticas le habían impuesto, otros se lamentan por el cierre de los canales
institucionales a través de los cuales los trabajadores y ciudadanos podían
influir o responder a la fría lógica de la ganancia capitalista. Ciertamente es
verdad que, frente al proceso de globalización, la soberanía de los Estadosnaciones, aunque aún es efectiva, ha declinado progresivamente.

Los factores primarios de la producción y el intercambio –dinero, tecnología,
gente y bienes– se mueven con creciente facilidad a través de los límites
nacionales; por lo que el Estado-nación posee cada vez menos poder para
regular estos flujos e imponer su autoridad sobre la economía. Incluso los
Estado-nación más poderosas ya no pueden ser consideradas como
autoridades supremas y soberanas, tanto fuera como dentro de sus propias
fronteras. La declinación de la soberanía de los estados-naciones, sin
embargo, no significa que la soberanía como tal haya declinado.1
De un extremo a otro de las transformaciones contemporáneas, los controles
políticos, las funciones del Estado y los mecanismos regulatorios han
continuado dirigiendo el reino de la producción económica y social y del
intercambio. Nuestra hipótesis básica es que la soberanía ha tomado una
nueva forma, compuesta por una serie de organismos nacionales y
supranacionales unidos bajo una única lógica de mando.

Esta nueva forma global de soberanía es lo que llamamos Imperio.

La soberanía declinante de las naciones-estado y su progresiva incapacidad
para regular los intercambios económicos y culturales es, de hecho, uno de
los síntomas principales de la llegada del Imperio. La soberanía del Estadonación fue la piedra basal de los imperialismos que las potencias Europeas construyeron durante la Era Moderna.

Por “Imperio”, sin embargo, entendemos algo diferente de “imperialismo”. Los límites definidos por el moderno sistema de Estados-naciones fueron fundamentales para el colonialismo europeo y la expansión económica: los límites territoriales de la nación delimitaron el centro de poder desde el cual se ejerció el mando sobre territorios externos y ajenos, por medio de un sistema de canales y barreras que, alternativamente, facilitaron u obstruyeron los flujos de producción y circulación.

El imperialismo fue realmente una extensión de la soberanía de los Estados-nación europeos más allá de sus fronteras. Eventualmente casi todos los territorios del mundo podían ser parcelados, y todo el mapa mundial
podía ser codificado en colores europeos: rojo para los territorios británicos, azul para los franceses, verde para los portugueses, etc.

Adonde se afianzara la moderna soberanía, construía un moderno Leviatán que reproducía su dominio social e imponía fronteras territoriales jerárquicas, tanto para vigilar la pureza de su propia identidad como para excluir cualquier otra distinta.

El pasaje al Imperio emerge del ocaso de la moderna soberanía. En contraste con el imperialismo, el Imperio no establece centro territorial de poder, y no se basa en fronteras fijas o barreras. Es un aparato de mando descentrado y desterritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas.

El Imperio maneja identidades híbridas, jerarquías flexibles e intercambios plurales por medio de redes moduladoras de comando. Los diferentes colores del mapa imperialista del mundo se han unido y fundido en el arco iris imperial global.

La transformación de la geografía moderna imperialista del mundo y la
realización del mercado mundial señalan un pasaje dentro del modo
capitalista de producción. Más aún: la división espacial de los tres Mundos
(Primero, Segundo y Tercer Mundo) se ha entremezclado de modo tal que
hallamos continuamente al Primer Mundo en el Tercero, al Tercero en el
Primero, y al Segundo, en verdad, en ningún lado.

El capital parece enfrentar a un mundo suavizado – o, realmente, un mundo definido por nuevos y complejos regímenes de diferenciación y homogeneización, deterritorialización y reterritorialización. La construcción de los pasajes y límites de estos nuevos flujos globales ha estado acompañada por una transformación de los propios procesos productivos dominantes, con el resultado que el rol del trabajo fabril industrial ha sido reducido y la prioridad otorgada al trabajo cooperativo, comunicacional y afectivo. En la
posmodernización de la economía global, la creación de riqueza tiende cada
vez más hacia lo que denominamos producción biopolítica, la producción de
la misma vida social, en la cual lo económico, lo político y lo cultural se
superponen e infiltran crecientemente entre sí.

Muchos ubican a la autoridad última que gobierna el proceso de globalización y del nuevo orden mundial en los Estados Unidos. Los que sostienen esto ven a los Estados Unidos como el líder mundial y única superpotencia, y sus detractores lo denuncian como un opresor imperialista. Ambos puntos de vista se basan en la suposición de que los Estados Unidos se hayan vestido con el manto de poder mundial que las naciones europeas dejaron caer. Si el siglo diecinueve fue un siglo británico, entonces el siglo veinte ha sido un siglo americano; o, realmente, si la modernidad fue europea, entonces la posmodernidad es americana.

La crítica más condenatoria que pueden efectuar es que los Estados Unidos están repitiendo las prácticas de los viejos imperialismos europeos, mientras que los proponentes celebran a los Estados Unidos como un líder mundial más eficiente y benevolente, haciendo bien lo que los europeos hicieron mal.

Nuestra hipótesis básica, sin embargo, que una nueva forma imperial de soberanía está emergiendo, contradice ambos puntos de vista. Los Estados Unidos no pueden, e, incluso, ningún Estado-nación puede hoy, constituir el centro de un proyecto imperialista. El imperialismo ha concluido. Ninguna nación será líder mundial, del modo que lo fueron las naciones modernas europeas.

Sin embargo, los Estados Unidos ocupan un lugar privilegiado en el Imperio, pero este privilegio deriva no de sus similitudes con las viejas potencias imperialistas europeas, sino de sus diferencias. Estas diferencias pueden reconocerse claramente en las bases propiamente imperiales (no imperialistas) de la constitución de los Estados Unidos, y por “constitución” queremos decir tanto la constitución formal, el documento escrito junto con sus variadas enmiendas y aparatos legales, y la constitución material, es decir, la continua formación y re-formación de la composición de sus fuerzas sociales. Thomas Jefferson, los autores de El Federalista, y los otros miembros fundadores de los Estados Unidos fueron todos inspirados por el antiguo modelo imperial; todos ellos creían que estaban creando al otro lado del Atlántico un nuevo Imperio, de fronteras abiertas y expansivas, donde el poder estaría efectivamente distribuido en redes. Esta idea imperial ha
sobrevivido y madurado a través de la historia de la constitución de los
Estados Unidos, y ha emergido ahora en una escala global, en su forma
plenamente realizada.

Debemos enfatizar que aquí utilizamos la palabra “Imperio” no como una
metáfora, que requeriría demostrar las semejanzas entre el mundo actual y
los Imperios de Roma. China, las Américas y demás, sino como un concepto,
que pide primariamente un acercamiento teórico. 2

El concepto de Imperio se caracteriza fundamentalmente por una falta de fronteras: el mando del Imperio no tiene límites. Primero y principal, entonces, el concepto de Imperio incluye a un régimen que, efectivamente, abarca a la totalidad espacial, o que, realmente, gobierna sobre todo el mundo “civilizado”. Ninguna frontera territorial limita su reinado.

Segundo, el concepto de Imperio no se presenta a sí mismo como un régimen histórico originado en la conquista, sino como un orden que, efectivamente, suspende la historia, y así fija el estado existente para la eternidad. Desde la perspectiva del Imperio este es el modo en que serán siempre las cosas, y el modo en que siempre debió ser.
El Imperio presenta su mando no como un momento transitorio en el movimiento de la historia, sino como un régimen sin límites temporales, y, en este sentido, fuera de la historia, o en el fin de la historia.

Tercero, el mando del Imperio opera sobre todos los registros del orden social, extendiéndose hacia abajo, a las profundidades del mundo social. El Imperio no sólo maneja un territorio y una población, sino que también crea al mundo que habita. No sólo regula las interacciones humanas, sino que también busca, directamente, regir sobre la naturaleza humana. El objeto de su mando es la vida social en su totalidad, y por esto el Imperio presenta la forma paradigmática del biopoder.

Finalmente, aunque la práctica del Imperio está continuamente bañada en sangre, el concepto de Imperio está siempre dedicado a la paz- una paz perpetua y universal, fuera de la historia.

El Imperio que enfrentamos ejerce enormes poderes de opresión y
destrucción, pero este hecho no debe hacernos sentir nostalgia por las viejas
formas de dominación. El pasaje hacia el Imperio y su proceso de
globalización ofrece nuevas posibilidades a las fuerzas de liberación. La
globalización, por supuesto, no es una única cosa, y los múltiples procesos
que reconocemos como globalización no están unificados ni son unívocos.

Nuestra tarea política, argumentaremos, no es, simplemente, resistir a estos
procesos, sino reorganizarlos y redirigirlos hacia nuevos fines. Las fuerzas
creativas de la multitud que sostienen al Imperio son también capaces de
construir un contra-Imperio, una organización política alternativa de los flujos e intercambios globales. Las luchas para contestar y subvertir al Imperio, como asimismo aquellas para construir una alternativa real, tendrán lugar en el mismo terreno imperial – y desde luego esas luchas ya han comenzado a emerger.

Por medio de esas luchas y muchas más como ellas, la multitud
deberá inventar nuevas formas democráticas y un nuevo poder constituyente que habrá de llevarnos algún día a través y más allá del Imperio.
La genealogía que seguiremos en nuestro análisis del pasaje desde el
imperialismo hacia el Imperio será primero europea y luego euro-americana, no porque creamos que estas regiones son la fuente privilegiada y exclusiva de ideas nuevas e innovaciones históricas, sino simplemente porque este es el principal camino geográfico que siguieron los conceptos y prácticas que animan al Imperio desarrollado actualmente – paralelamente, como
sostendremos, al desarrollo del modo capitalista de producción. 3

Aunque la genealogía del Imperio sea en este sentido eurocéntrica, sin embargo, sus poderes actuales no están limitados a ninguna región. Lógicas de mando que, en algún sentido, se originaron en Europa y los Estados Unidos, ahora invisten prácticas de dominación por todo el mundo. Más importante aún: las fuerzas contestatarias del Imperio, que efectivamente prefiguran una sociedad global alternativa, no están ellas mismas limitadas a ninguna región geográfica. La geografía de estos poderes alternativos, la nueva cartografía, está aún aguardando a ser escrita – o, realmente, está siendo escrita hoy con las luchas, resistencias y deseos de la multitud.

Al escribir este libro hemos intentado con nuestra mayor habilidad emplear un
enfoque interdisciplinario amplio. [4] Nuestros argumentos pretenden ser
igualmente filosóficos e históricos, culturales y económicos, políticos y
antropológicos. En parte nuestro objeto de estudio demanda esta
interdisciplinariedad, puesto que en el Imperio las fronteras que pudieron
justificar previamente enfoques disciplinarios estrechos están quebrándose
progresivamente. En el mundo imperial, el economista, por ejemplo, necesita
de un conocimiento básico de producción cultural para entender la economía,
y del mismo modo el crítico cultural requiere un conocimiento básico de los
procesos económicos para entender la cultura. Ese es un requerimiento que
nuestro proyecto demanda. Deseamos haber contribuido con este libro a un
marco teórico general y una herramienta conceptual para teorizar y actuar
contra el Imperio.5

Como la mayoría de los libros extensos, este puede ser leído de muchos
modos: de adelante hacia atrás, por partes, salteadamente, o por
correspondencias. Las secciones de la Parte 1 introducen la problemática
general del Imperio. En la parte central del libro, Partes 2 y 3, narraremos el
pasaje de la modernidad a la posmodernidad, o, en verdad, del imperialismo al Imperio. La Parte 2 cuenta el pasaje básicamente desde el punto de vista de la historia de las ideas y la cultura, desde el período moderno temprano a la actualidad. El hilo rojo que recorre esta parte es la genealogía del concepto de soberanía. La Parte 3 narra el mismo pasaje desde el punto de vista de la producción, donde la producción es entendida en sentido amplio, desde la producción económica a la producción de subjetividad. Esta narración ocupa un período más breve, y enfoca principalmente las transformaciones de la producción capitalista desde fines del siglo diecinueve hasta el presente. Las estructuras internas de las Partes 2 y 3, pues, corresponden a: las primeras secciones de cada una se ocupan de la fase moderna, imperialista; las secciones medias tratan de los mecanismos del pasaje; y las secciones finales analizan nuestro mundo posmoderno, imperial.

Hemos estructurado el libro de este modo para enfatizar la importancia del
desvío desde el reino de las ideas al de la producción. El Intermezzo entre las
Partes 2 y 3 funciona como una bisagra que articula el movimiento desde un punto de vista hacia el otro. Pretendemos que este cambio de un punto de
vista al otro funcione como el momento en que Marx, en El Capital, nos invita
a abandonar la ruidosa esfera del intercambio y descender a la escondida
morada de la producción. Es en el reino de la producción donde se revelan
claramente las desigualdades sociales, y, más aún, donde aparecen las más
efectivas resistencias y alternativas al poder del Imperio. En la parte 4
intentaremos identificar estas alternativas que hoy están trazando las líneas
de un movimiento más allá del Imperio.

Este libro fue iniciado al finalizar la Guerra del Golfo Pérsico y terminado
antes del inicio de la guerra en Kosovo. Por ello el lector deberá situar el
argumento en el punto medio entre estos dos eventos significativos en la
construcción del Imperio.

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

Las mutaciones de la teoría crítica: Un mapa del pensamiento radical hoy

7 Jun 2016

| Por:

Razmig Keucheyan*

No es sencillo construir un mapa de las denominadas “teorías críticas”; no obstante, es posible analizar algunas tendencias, como su “norteamericanización”, la profesionalización de sus impulsores, el giro hacia la abstracción y el fin de la hegemonía marxista. Paralelamente, las referencias a la religión son un síntoma de las dificultades y falta de certezas, que lleva a preguntarse por la fe y las creencias. Con la actual crisis del capitalismo, parecen más necesarios compromisos intelectuales más conectados con organizaciones políticas y sociales, basados en diagnósticos más precisos de las fuerzas en disputa.

Hoy en día, trazar mapas políticos es una actividad crucial, aunque muy difícil. Como señaló Fredric Jameson, un aspecto de la crisis de la izquierda, o más en general de la crisis de la “historicidad”, radica en nuestra dificultad para “representar” o “totalizar” el presente, para comprender el periodo histórico en que nos encontramos, las escalas cambiantes de la política y las fuerzas sociales existentes. Como es bien sabido entre los estrategas militares, el mapeo es una condición de la estrategia, ya que no es posible un pensamiento estratégico sin buenos mapas. El estancamiento estratégico de la izquierda –por ejemplo en Francia, desde donde escribo– es en parte consecuencia de la dificultad para trazar mapas precisos del campo de batalla y para entender la interacción de las fuerzas que operan en él: las fuerzas de la izquierda y las de la derecha.

El mapeo de ideas críticas es parte de este intento más general de esbozar mapas políticos. Se podría sostener que las ideas siempre han sido más importantes para la izquierda que para la derecha. El objetivo de la izquierda es quebrar el consenso existente, concebir ideas nuevas que sean el cimiento de nuevos mundos posibles. Es por eso que desde las primeras revoluciones modernas la izquierda se ha mantenido en un estado de permanente innovación intelectual. Por supuesto, esto no quiere decir que la derecha carezca de ideas. Obviamente, ha producido ideologías muy poderosas a lo largo de la historia contemporánea, de las cuales la última es el neoliberalismo. Pero cuando la derecha se encuentra en una situación de estancamiento intelectual, la mayoría de las veces puede recurrir al consenso existente y esperar tiempos mejores. La izquierda no puede hacer lo mismo, porque el consenso existente es casi siempre esencialmente conservador.

Entonces la pregunta es: ¿en qué estado se encuentra hoy la izquierda desde el punto de vista intelectual? ¿Cuáles son sus principales ideas y en qué condiciones políticas y sociales se producen? Esa es la cuestión que trataré de abordar. Me ocuparé del contenido de las ideas críticas contemporáneas, así como de las condiciones sociales y políticas de su producción. De hecho, lo que necesitamos entender es la interacción entre ambas.

Tres puntos breves antes de comenzar. Primero, voy a usar las expresiones “teorías críticas” o “radicales” para referirme en general a las ideas de la izquierda. Por supuesto, se requiere una definición más precisa de estos términos, por lo que retornaremos a este problema durante la discusión. El punto principal es que la definición de lo que se considera como teorías críticas es histórica, no una categoría transhistórica o trascendental. Lo que en el presente constituye una teoría crítica no lo era necesariamente en el pasado. Por ejemplo, el liberalismo –o algunas formas de liberalismo– era una teoría crítica en el siglo XVIII, cuando gobernaban regímenes absolutistas. En la actualidad ha dejado de serlo.

En segundo lugar, a lo que me estoy refiriendo aquí es a teorías críticas en plural, y no a la Teoría Crítica en singular y con mayúsculas. La Teoría Crítica en singular hace referencia habitualmente a la Escuela de Fráncfort, a la famosa distinción de Max Horkheimer entre teoría “tradicional” y teoría “crítica”. Teorías críticas en plural es una categoría mucho más amplia, que incluye no solo a miembros actuales y pasados de la Escuela de Fráncfort, sino también muchas otras escuelas críticas de pensamiento.

En tercer lugar, hasta no hace mucho se hubiera hablado de marxismo y no de teorías críticas, porque el marxismo fue muy dominante como teoría crítica durante todo un siglo. Pero ya no lo es, por lo que debemos ampliar las categorías que utilizamos y hacer espacio para teorías críticas no marxistas. Estaremos trabados en esta noción insatisfactoria de “teoría crítica” hasta que nuevos acontecimientos políticos nos permitan clarificar nuestros conceptos.

Globalización

Entonces, ¿cuáles son las principales características de las teorías críticas en el presente? Una primera característica es que están cada vez más globalizadas. La globalización afecta el comercio, las finanzas, la comunicación, la literatura, como lo han demostrado los académicos de la Weltliteratur. También afecta a las teorías críticas. Entonces, la primera pregunta es: ¿de qué naturaleza es esta globalización de las ideas críticas?

Las ideas siempre se han desplazado por el mundo. La globalización del pensamiento en general, y del pensamiento crítico en particular, no es en verdad un fenómeno nuevo. Entre muchos otros, el historiador francés Serge Gruzinski estudió, en su gran libro “El pensamiento mestizo”(1), lo que llama “las dinámicas intelectuales de la colonización y la globalización”, que comenzaron en América Latina en el siglo XV. Estas dinámicas también afectan a las doctrinas críticas.

José Carlos Mariátegui, uno de los fundadores del marxismo latinoamericano, es un caso interesante. En 1928, Mariátegui publicó su clásico titulado “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. En este libro, adapta una teoría crítica, concretamente el marxismo, nacida en Europa a mediados del siglo XIX, al contexto de América Latina y, en particular, a la realidad social andina. Esta adaptación lo lleva a introducir una innovación teórica en el marxismo, porque en el Perú de esa época la clase trabajadora era débil en términos numéricos y existía un amplio campesinado indígena. Mariátegui es uno de los primeros en unir el marxismo y el indigenismo, una teoría híbrida central para la política latinoamericana progresista contemporánea en lugares como, por ejemplo, la región mexicana de Chiapas, Ecuador o Bolivia. Este es entonces un claro ejemplo de teoría crítica itinerante, y hay otros. Podríamos pensar en Cyril Lionel Robert, Tran Duc Thao, Frantz Fanon, etc.

Sin embargo, a partir del último tercio del siglo XX, digamos desde el final de los años 70, ha habido una clara aceleración de la globalización de las teorías críticas. Desde el siglo XIX hasta ese momento, eran principalmente elaboradas en Europa occidental y oriental. En el presente, por el contrario, se encuentran diseminadas por todo el planeta. Así, entre los pensadores más leídos y debatidos del presente encontramos al peruano Aníbal Quijano, el esloveno Slavoj Žižek, el chino Wang Hui, la india Gayatri Spivak, el japonés Koijin Karatani, el argentino-mexicano Néstor García Canclini, el argentino residente en Gran Bretaña Ernesto Laclau (fallecido en 2014), el camerunés Achille Mbembe, entre otros. Esta diversidad geográfica es sin duda una novedad en la historia de las teorías críticas. Europa sigue siendo un importante centro para su producción. Se puede pensar en autores como Alain Badiou, Antonio Negri, Jacques Rancière, Giorgio Agamben o Axel Honneth. Pero en los últimos casi 30 años, comenzó un movimiento profundo que ha llevado a la deslocalización o descentralización de las teorías críticas hacia nuevos países.

Por supuesto que no estoy diciendo que estos países no hayan producido pensamiento crítico hasta el momento. Lo que sostengo es que, de acuerdo con el modelo de la República de las Letras de Pascale Casanova, en la actualidad se encuentra en proceso de formación una República de las Teorías Críticas, y que las teorías elaboradas en los países que estaban ausentes en la república de Casanova se vuelven cada vez más visibles.

Norteamericanización

Esta globalización de las teorías críticas está íntimamente conectada con su norteamericanización. La globalización y la norteamericanización, en otras palabras, son dos características interconectadas de las teorías críticas. En esta República de las Teorías Críticas de la que hablé, como en la globalización en general, hay poderes hegemónicos y hay uno en particular: Estados Unidos. Históricamente, el centro hegemónico de gravedad de las teorías críticas se ha movido hacia el oeste: primero, Europa central para el marxismo clásico, luego Europa occidental para el llamado marxismo “occidental”, y ahora, la América anglosajona. Si este movimiento hacia el oeste continúa, Asia podría convertirse en el futuro en un nuevo centro de gravedad para las teorías críticas.

Todos los pensadores que acabo de citar, incluyendo los europeos, enseñan de forma habitual en universidades estadounidenses. Algunos han hecho toda su carrera académica allí, otros llegaron más recientemente. Algunos enseñan en forma simultánea en universidades de otros países, por ejemplo en universidades de sus países de origen. Otros solo enseñan en EEUU. Sin embargo, en todos los casos, el mundo académico ha sido un gran atractivo para ellos. Esto, por supuesto, tiene consecuencias importantes en términos del contenido de las teorías críticas que elaboran, y también desde el punto de vista de su relación con la política. Retomaré este punto más adelante.

Dos razones principales explican la atracción de los pensadores críticos contemporáneos por las universidades estadounidenses. La primera es que el mundo académico estadounidense tiene una larga historia de integración de intelectuales exiliados o “académicos refugiados”, según la célebre fórmula de Lewis Coser. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchos científicos –de las ciencias naturales o sociales– se establecieron allí. Ese fue el caso de los miembros de la Escuela de Fráncfort o de los positivistas lógicos, por ejemplo. Desde entonces, el mundo académico estadounidense se convirtió en un “nodo” intelectual global. De modo que la globalización de las teorías críticas tiene en realidad dos componentes: primero, una diversificación del origen nacional de los pensadores críticos; en segundo lugar, la norteamericanización de sus carreras.

La norteamericanización de las teorías críticas no significa que estos pensadores hayan perdido la especificidad intelectual o política relacionada con sus países de origen. En esta República de las Teorías Críticas, los orígenes nacionales todavía importan. Dos ejemplos: primero, el caso de Ernesto Laclau. El intelectual argentino se mudó a Gran Bretaña en la década de 1960 y desde entonces participó en debates angloestadounidenses sobre posmarxismo, hegemonía, el “significante vacío”, etc. Sin embargo, sus teorías siempre tuvieron la influencia de sus orígenes nacionales y, en particular, de un fenómeno típicamente argentino: el peronismo, ya sea en su forma clásica, el impulsado por el propio Juan Domingo Perón, o en su forma contemporánea: el kirchnerismo. No se puede entender la teoría de Laclau sobre la “razón populista” sin tener esto en cuenta(2). De hecho, siendo un joven filósofo en Buenos Aires, fue miembro de la “izquierda nacional”, un movimiento conducido por Jorge Abelardo Ramos(3). Y en los años previos a su muerte, se convirtió en un ferviente defensor de las políticas de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.

Segundo ejemplo: Gayatri Spivak. También llegó a EEUU en la década de 1960. Es la traductora de De la gramatología [1967](4), de Jacques Derrida, y ha sido una importante protagonista en debates sobre la teoría poscolonial, principalmente enunciada en el lenguaje teórico del posestructuralismo. Sin embargo, también en su caso los orígenes nacionales importan. Por ejemplo, en su famoso texto “¿Puede hablar el subalterno?”(5), discute la dinámica racial y de género involucrada en la práctica del sati, el ritual religioso indio por el cual las viudas se inmolaban con sus esposos y que fue prohibido por los británicos en el siglo XIX. Así que también en este caso el origen importa.

En resumen, la norteamericanización implica una cierta homogeneidad intelectual, pero esa homogeneidad no es total. Las trayectorias personales de los pensadores críticos todavía importan. Y lo que también importa es el relativo poder de su país de origen en la República de las Teorías Críticas. Es evidente que provenir de un país pequeño sin tradición crítica, con instituciones de educación superior o empresas editoriales débiles y un idioma que no es internacional, no es lo mismo que provenir de EEUU o Europa.

Profesionalización

Una tercera característica de las teorías críticas es la profesionalización, es decir, el hecho de que en la actualidad los pensadores críticos son casi exclusivamente académicos. Los periodistas, los líderes sindicales o partidarios o los guerrilleros como el Subcomandante Marcos también producen teorías críticas. Pero en la mayoría de los casos, estas teorías son elaboradas por profesores, y para ser más precisos, por profesores de humanidades. En el pasado, se podían encontrar pensadores críticos con antecedentes en ciencias naturales como Piotr Kropotkin, Anton Pannekoek o Amadeo Bordiga. Pero esto ya no sucede hoy, por causas que tienen que ver con la evolución de las ciencias naturales. La académica y ensayista Donna Haraway se graduó como bióloga, pero su caso es claramente una excepción.

Esta profesionalización de las teorías críticas tiene varias consecuencias. Primero, en parte explica la norteamericanización de estas teorías –y esta es la segunda causa de la norteamericanización de la que he estado hablando–. El hecho de que los pensadores críticos sean en su mayoría académicos implica que están sujetos a las leyes que gobiernan el campo académico global. Este campo está dominado por las universidades estadounidenses, en términos de medios financieros y de influencia intelectual. Por eso la norteamericanización y la profesionalización están interconectadas, en el sentido de que la profesionalización refuerza la norteamericanización. El hecho de que el idioma inglés sea la lingua franca de nuestro tiempo también contribuye a este predominio de las universidades estadounidenses.

En segundo lugar, la profesionalización no se refiere solo a las teorías críticas. Es un proceso mucho más amplio, que en el presente afecta la producción del conocimiento en las ciencias naturales y sociales en general. Esta profesionalización es una consecuencia de la mayor división del trabajo. De acuerdo con la visión de Karl Marx, la profundización constante de esta división del trabajo es una condición de la acumulación del capital, en el proceso del trabajo en general y en el trabajo intelectual en particular. Las teorías críticas, como cualquier otro tipo de teoría, están atrapadas en este proceso.

Una tercera consecuencia de esta profesionalización es que representa una ruptura mayor con periodos anteriores de la historia de las teorías críticas, y en particular con el marxismo clásico. Marx, Vladimir Lenin, León Trotski, Rosa Luxemburgo o Antonio Gramsci no eran académicos, eran líderes políticos y periodistas. Cuando enseñaban o escribían, lo cual ocurría con frecuencia, lo hacían en escuelas partidarias y periódicos, y no en universidades y publicaciones académicas convencionales. En aquel momento, las universidades eran de hecho instituciones elitistas, que poco tenían que ver con las instituciones masivas en que se han convertido desde entonces. Por supuesto, el hecho de que los pensadores críticos de la actualidad sean en su mayoría académicos tiene consecuencias importantes respecto a la forma en que se moldean sus ideas, al lenguaje conceptual que utilizan y, también, a su relación con la política.

Política

Una cuarta característica de las teorías críticas es su creciente distancia con la política. Este rasgo se conecta con el anterior, dado que la lógica de la profesionalización ha desviado a estos pensadores del campo político. De hecho, este último y el campo intelectual se han separado cada vez más o se han vuelto cada vez más autónomos durante la segunda mitad del siglo XX.

En este punto, es útil retomar el concepto de Perry Anderson acerca de la transición del marxismo clásico al marxismo occidental. De acuerdo con Anderson, el fracaso de la revolución alemana de 1923 produjo una ruptura en la historia del marxismo que dio origen a la distinción entre marxismo clásico y marxismo occidental. Los marxistas clásicos (Karl Kautsky, Lenin, Trotski, Luxemburgo, etc.) tenían dos características distintivas. Primero, eran historiadores, economistas y sociólogos, es decir que sus escritos eran en su mayoría empíricos. Casi todos estos escritos se vinculaban, de hecho, con la coyuntura política inmediata.

Segundo, los marxistas clásicos eran líderes de organizaciones, eran estrategas políticos que enfrentaban problemas políticos reales. Estas dos características distintivas del marxismo clásico estaban interconectadas. Dado que eran líderes políticos, necesitaban conocimiento empírico del ambiente social en que operaban. Por otro lado, sus posiciones de liderazgo en el movimiento obrero les brindaban conocimiento de primera mano sobre el mundo social.

El marxismo occidental surge cuando estas dos características del marxismo clásico se diluyen. A mediados de la década de 1920, las organizaciones de la clase obrera son vencidas en la mayoría de los países europeos. Esta derrota histórica dio origen a una nueva relación entre los intelectuales marxistas y las organizaciones obreras. Aunque diferentes en muchos aspectos, los marxistas destacados del siguiente periodo histórico (de 1923 a 1968, digamos) –es decir, Theodor Adorno, Jean-Paul Sartre, Louis Althusser, Galvano Della Volpe, Herbert Marcuse, etc.– tienen características que son exactamente opuestas a las de los marxistas tradicionales. En primer lugar, ya no tienen vínculos orgánicos con las organizaciones obreras y, en particular, con los partidos comunistas, y por cierto, ya no ocupan posiciones de liderazgo. En los casos en que son miembros de partidos comunistas –como Althusser, Georg Lukács o Della Volpe–, mantienen relaciones conflictivas con los líderes de esos partidos.

Más aún, las ideas que elaboran los marxistas occidentales son abstractas. La abstracción es una característica central del marxismo occidental. Mientras que los marxistas tradicionales hacían una aproximación al mundo social de tipo empírico, los marxistas occidentales son en su mayor parte filósofos, con frecuencia especializados en epistemología y estética. Y como en el caso del marxismo clásico, las dos características de los marxistas occidentales están conectadas: el lenguaje abstracto con que escriben tiene su origen en el hecho de que cada vez están más alejados de las organizaciones de la clase obrera. Así, es típica del marxismo occidental una especie de “fuga hacia la abstracción”. Si se compara El capital financiero de Rudolf Hilferding (1910)(6) con Minima moralia. Reflexiones desde la vida dañada de Adorno(7), o El Estado y la revolución de Lenin(8) con La revolución teórica de Marx de Althusser(9), se puede tener una idea de esta distinción entre marxismo clásico y occidental.

Por supuesto, no estoy diciendo que la abstracción sea necesariamente mala o sinónimo de derrota política. Existe lo que se podría llamar una “política (revolucionaria) de la abstracción”. Pero la abstracción es a veces un síntoma de la derrota. En resumen, una creciente separación entre la teoría y la práctica es algo característico del marxismo occidental.

La transición del marxismo clásico al occidental puede explicarse por diferentes causas. Con el ascenso del estalinismo en la segunda mitad de la década de 1920, surge un marxismo dogmático ortodoxo, que se convierte en la doctrina oficial de la Unión Soviética y de sus partidos satélites en Occidente. Esto pone a los intelectuales marxistas en una posición difícil: o se resignan a abrazar esta nueva ortodoxia, o bien deben distanciarse de las organizaciones de la clase obrera. Permanecer intelectualmente creativos la mayor parte del tiempo lleva a los marxistas a distanciarse de esas organizaciones. Entonces, ¿cómo podemos situar las teorías críticas contemporáneas en relación con la distinción entre el marxismo clásico y el occidental? Es claro que esta separación entre teoría y práctica, que se inició con el marxismo occidental, se ha ampliado hoy en las teorías críticas. En la actualidad, es altamente improbable que los pensadores críticos integren organizaciones de la clase obrera, y más improbable aún que ocupen posiciones de liderazgo. Žižek, por ejemplo, fue disidente en Eslovenia en las décadas de 1970 y 1980. Incluso fue candidato en la elección presidencial de 1990. Pero hoy no tiene lazos orgánicos con organizaciones, y se puede decir lo mismo de la mayoría de los pensadores críticos. Hay unas pocas excepciones: el filósofo francés Daniel Bensaïd, que fue líder de la Liga Comunista Revolucionaria y luego del Nuevo Partido Anticapitalista en Francia, es uno de ellos. Pero esta organización (pos)trotskista es muy pequeña si la comparamos, por ejemplo, con la socialdemocracia alemana de los comienzos del siglo XX o con el Partido Comunista italiano de la década de 1960, ambas organizaciones integradas por millones de miembros.

Hay una excepción interesante a esta regla: Álvaro García Linera, el vicepresidente de Bolivia. García Linera es autor de textos influyentes sobre la cuestión indígena o los movimientos sociales en Bolivia y de escritos más teóricos sobre Lenin, Nicos Poulantzas o Pierre Bourdieu. Y, al mismo tiempo, está muy comprometido con la política de masas, a punto tal de haberse convertido en vicepresidente de su país. Entonces se podría decir que García Linera es una especie de marxista clásico (aunque ideológicamente ecléctico), en un periodo histórico en el que ya quedan muy pocos.

¿Y qué pasa con la abstracción típica del marxismo occidental? Las teorías críticas contemporáneas ¿son abstractas en el mismo sentido? Por cierto que sí. Se podría sostener que hay un retorno a los temas “metafísicos” –incluso a los temas religiosos, como veremos luego– en las teorías críticas actuales, como en la obra de Alain Badiou, por ejemplo. La crítica del “sujeto” que se puede encontrar en la teoría feminista o poscolonial, o en la Escuela de Liubliana (Žižek, Mladen Dolar, Alenka Zupancic), es otro ejemplo de las cuestiones “metafísicas” que se debaten hoy en muchos ámbitos. Por otro lado, un objeto tan central para el marxismo clásico como el Estado capitalista no ha recibido ningún tratamiento original desde el debate clásico entre Poulantzas y Ralph Miliband de los años 70, con excepción del gran libro La construcción del capitalismo global. La economía política del imperio estadounidense, escrito por Leo Panitch y Sam Gindin(10), que es un importante aporte a la comprensión del funcionamiento de EEUU como un Estado global.

Al mismo tiempo, ha habido en algunos casos un retorno al análisis empírico que se inició en las décadas de 1960 y 1970. El análisis de clase de Erik Olin Wright, el estudio de las oleadas de desarrollo capitalista realizado por Giovanni Arrighi o el de la crisis capitalista por Robert Brenner son ejemplos de esta tendencia. Es decir que la “fuga hacia la abstracción” continúa dentro de las teorías críticas contemporáneas, aunque con algunas contratendencias. Se podría sostener –o más bien esperar– que la gran crisis del capitalismo que comenzó en 2008 cambiará el paisaje intelectual y reforzará estas contratendencias.

Religión

Una característica interesante de las teorías críticas es que contienen muchas referencias a la religión, principalmente al cristianismo y al judaísmo, y en mucha menor medida al islam. He aquí algunos ejemplos. Badiou dedicó un libro importante a San Pablo, titulado “San Pablo. La fundación del universalismo”(11). Allí, sostiene que San Pablo es un típico ejemplo de un “sujeto” que se constituye en “fidelidad” a un “acontecimiento”, un acontecimiento religioso, en este caso, pero un acontecimiento que puede ser político, científico o artístico. Esta relación entre sujeto y acontecimiento se desarrolla con mayor profundidad en sus libros “El ser y el acontecimiento”(12) y “Lógicas de los mundos”(13), donde también hay referencias a doctrinas religiosas, como por ejemplo a Blaise Pascal.

Giorgio Agamben también escribió un libro sobre San Pablo titulado “El tiempo que resta: comentario a la carta de los romanos”(14), que es un comentario a la “Epístola a los Romanos”. En la obra de Agamben son frecuentes las referencias a la ley sagrada romana (por ejemplo, en “Homo sacer”), a la escatología cristiana o a la tradición hebrea. En su libro “Imperio”, Michael Hardt y Antonio Negri(15) se refieren a San Francisco de Asís, el llamado “Poverello”. Negri también ha escrito un libro sobre Job, titulado “Job: la fuerza del esclavo”(16). Muchos de los libros de Žižek hacen referencia a cuestiones religiosas, como por ejemplo “El frágil absoluto”, cuyo subtítulo es “¿Por qué merece la pena luchar por el legado cristiano?”(17)

Además de Badiou, hay otra veta pascaliana en las teorías críticas contemporáneas, la que ejemplifica Bensaïd. Este antiguo militante trotskista es el autor del libro “Le pari mélancolique” [La apuesta melancólica](18), en el que se establece una analogía entre el compromiso revolucionario y la famosa apuesta de Pascal. Bensaïd es también autor de un libro sobre Juana de Arco(19) y de otro sobre los marranos –los judíos que fueron obligados a convertirse en España y Portugal a partir del siglo XV, pero que continuaron practicando su religión en secreto–(20). En estos tiempos oscuros, de acuerdo con Bensaïd, los revolucionarios son un poco como los marranos: tienen que seguir creyendo en secreto.

¿Cómo podemos explicar esta presencia de referencias religiosas en las teorías críticas? Me detendré en dos puntos breves antes de responder esta pregunta: en primer lugar, esta relación entre las teorías críticas y las doctrinas religiosas es de una importancia estratégica crucial. La manera en que las teorías críticas conciben la religión tendrá un impacto en la forma en que los movimientos progresistas y revolucionarios interactúen con los movimientos religiosos en el futuro, tanto en el mundo occidental como en otros lugares (y me estoy refiriendo a la mayor revolución de nuestros tiempos, la “primavera árabe”). Por lo tanto, no se trata de una cuestión menor.

En segundo lugar, las teorías críticas pasadas ya han hecho referencia a doctrinas religiosas. Roland Boer escribió un gran libro sobre este tema llamado “Criticism of Heaven. On Marxism and Theology” [Crítica del cielo. Sobre marxismo y teología](21). Se puede pensar en el estudio de Ernst Bloch sobre Thomas Münzer, publicado en 1921, “Münzer, teólogo de la revolución”(22), o en el de Lucien Goldmann “El hombre y lo absoluto. El dios oculto”(23), un estudio de la “visión trágica” en Jean Racine y Pascal. De hecho, Goldmann comparó la creencia en el socialismo con una forma de fe religiosa. Mariátegui escribió sobre Juana de Arco(24). Asimismo, es bien conocido el proyecto de Walter Benjamin que conectaba el materialismo histórico y algunos aspectos del mesianismo judío.

Sin embargo, estas referencias al pensamiento religioso eran relativamente marginales en las teorías críticas pasadas. En el “canon” marxista, es decir, en los principales pensadores marxistas hasta la década de 1970, la religión era sin duda un objeto de análisis. Pero una cosa es estudiar la función de la religión en una sociedad capitalista, como lo hicieron Marx o Lenin, y otra totalmente diferente inspirarse en doctrinas religiosas como lo hicieron Goldmann y Benjamin, o como lo hacen en la actualidad Badiou, Negri, Žižek y hasta hace poco Bensaïd. Entonces, ¿cómo podemos explicar esta presencia de la religión en las teorías críticas contemporáneas? La respuesta tiene tres componentes. En primer lugar, es el resultado lógico de la “fuga hacia la abstracción” típica del marxismo occidental. En otras palabras, después de la epistemología y la estética, viene la teología. En segundo lugar, estas referencias religiosas no se refieren a la religión en general, sino a un problema teológico en particular: el problema de la creencia o la fe. De eso se trata en el caso de Pascal, San Pablo, los marranos y Job. La pregunta que plantean estas figuras es la siguiente: ¿cómo es posible seguir creyendo, cómo mantener la fe en Dios, cuando las circunstancias son hostiles a la creencia? ¿Por qué se debería creer en Dios cuando el mundo parece tan injusto o irracional?

Los pensadores críticos contemporáneos han sentido la necesidad de responder una pregunta similar, porque en el siglo XX todos los intentos de construir una sociedad socialista fracasaron o terminaron en desastre. A fines del siglo pasado, el registro histórico no resultaba, obviamente, muy bueno para la creencia en el socialismo. Esa es la razón por la cual esta creencia, como la creencia en Dios, necesita justificación, contra toda evidencia. Y entonces es cuando entran en escena Pascal o San Pablo. La justificación de la creencia contra toda evidencia es lo que mejor hace la teología, y por esa razón los pensadores críticos están hoy tan interesados en tales argumentos. Así, puede observarse en las teorías críticas de la actualidad una suerte de fideísmo, un fideísmo político (una teoría de la fe no racional).

Un segundo aspecto de esta cuestión es más sociológico. El así llamado “retorno de la religión” de fines del siglo XX no es solo observable en las teorías críticas. Es un fenómeno mucho más general. Si hoy persiste el “desencanto del mundo” o se está produciendo un retorno de la religión, es de hecho una cuestión que se puede debatir. Pero lo que parece cierto es que la religión ha hecho un estruendoso reingreso en el campo político, con corrientes como el islamismo o el fundamentalismo evangélico. Esta nueva alianza entre religión y política es una característica importante de la política contemporánea.

Por ese motivo, algunos pensadores políticos –como por ejemplo Terry Eagleton o Michael Löwy– han aceptado el desafío y tratan de mostrar que hay un aspecto progresista o hasta revolucionario en las religiones. Básicamente, esto es lo que Eagleton ha dicho en sus controversias con Christopher Hitchens y Richard Dawkins(25), o en la introducción a una nueva edición de “Jesucristo. Los evangelios”(26). Esto es también lo que Löwy trata de mostrar en sus varios escritos sobre la Teología de la Liberación en América Latina.

El fin de la hegemonía marxista

La última característica de las teorías críticas contemporáneas que mencionaré es quizás la más importante. Es un hecho que el marxismo ya no es hegemónico entre las teorías críticas. Como teoría, hoy el marxismo goza de buena salud. Se podría incluso sostener que nunca en su historia ha sido tan rico e interesante desde un punto de vista analítico, en particular en el mundo anglosajón, aunque no solo allí. Autores como Robert Brenner, Giovanni Arrighi, Immanuel Wallerstein, David Harvey, Mike Davis, Leo Panitch, entre otros, han desarrollado perspectivas marxistas innovadoras en sus campos respectivos. En los últimos tiempos, el marxismo también pudo adoptar nuevos objetos, como la ecología. Así, el marxismo ecológico, con autores como John Bellamy Foster, Daniel Tanuro, Paul Burkett, Ted Benton o James O’Connor, es una de las áreas más creativas del marxismo. Esta capacidad de adaptarse a los desafíos intelectuales de una nueva época es quizás el principal criterio por el que se puede juzgar la vitalidad de una tradición intelectual, y creo que es evidente que el marxismo ha pasado el examen.

Sin embargo, aun si el marxismo está en su punto más interesante desde el punto de vista analítico, perdió su hegemonía sobre las teorías críticas, la clase obrera y los movimientos sociales más en general. Desde fines del siglo XIX la década de 1980, el marxismo fue el idioma principal en que se formuló la experiencia de la injusticia, no solo en Occidente, sino en muchas otras áreas del mundo. El marxismo no era solo una teoría elaborada por y para intelectuales, era una ideología transmitida por organizaciones y regímenes que incluían a millones de personas. Casi todas estas organizaciones han desaparecido. Hoy, por primera vez en su historia, los marxistas se han convertido en una minoría dentro de un conjunto amplio de teorías críticas en el que dominan las teorías críticas no marxistas. El idioma teórico dominante en este conjunto amplio es el posestructuralismo, que se puede encontrar, por ejemplo, en los estudios poscoloniales y culturales.

Entonces, una hipótesis que se puede formular es que la actual crisis económica, que es una crisis orgánica del sistema en su totalidad, va a cambiar las relaciones intelectuales de fuerza dentro del campo de las teorías críticas. El marxismo es una teoría de la crisis par excellence, mientras que las teorías críticas no marxistas, como el posestructuralismo, la filosofía de Jacques Rancière o la teoría del reconocimiento de Axel Honneth, tuvieron poco que decir sobre la crisis. Por lo tanto, luego de un paréntesis posmarxista, es posible –y deseable, en mi opinión– que regrese el marxismo en formas más clásicas.

Conclusión

Para concluir, me gustaría comparar dos formas de compromiso intelectual que están separadas por más de 40 años. Durante la ocupación del Zucotti Park en Nueva York en el otoño de 2011, intelectuales críticos aclamados –entre los que se encontraban Žižek, Judith Butler y Cornel West– se acercaron para dar su apoyo a los ocupantes y hablar frente a ellos. Sus discursos eran transmitidos a través de los llamados “micrófonos humanos”. Una extraña ley neoyorquina prohíbe el uso de micrófonos eléctricos en espacios públicos, por lo que la única forma de que las voces de los oradores se trasmitieran era que los que estaban en las primeras filas le repitieran a la multitud en voz alta cada una de sus afirmaciones. Estos discursos fueron rápidamente publicados en YouTube.

Por supuesto que esta no fue la primera vez que intelectuales políticamente comprometidos hablaron en apoyo de un movimiento de protesta. La escena del Zucotti Park evoca un célebre discurso que dio el filósofo francés Jean-Paul Sartre en la planta automotriz de Renault en Boulogne-Billancourt, cerca de París, en 1970. Una famosa fotografía muestra a Sartre parado sobre un barril, dirigiéndose a los huelguistas y diciéndoles que la alianza entre los intelectuales y la clase obrera que existió alguna vez debía ser reconstruida. Eran tiempos de agitación revolucionaria, tanto en Francia como en otros lugares, y los intelectuales eran forzados a tomar partido. Se puede encontrar la fotografía en internet.

A pesar de las similitudes visuales, estas dos escenas, separadas por más de 40 años, son de hecho muy diferentes. En primer lugar, Sartre hablaba frente a trabajadores de la industria automotriz, mientras que Žižek, Butler y West se dirigieron a una audiencia mucho más indefinida. La sociología exacta del movimiento Occupy y de las recientes movilizaciones globales aún está en debate. Pero parece indiscutible que sus miembros se han reclutado más entre las clases medias que en el movimiento obrero al estilo del de los siglos XIX y XX, grupos con un “capital cultural” más alto, aunque también se involucren importantes sectores de las clases trabajadoras.

En segundo lugar, Žižek, Butler y West no hablaron frente a una fábrica ocupada, como lo hizo Sartre, sino en un espacio público. La ocupación de espacios públicos es el sello de estos nuevos movimientos, no solo del movimiento Occupy sino también de la “primavera árabe”, por ejemplo. La diferencia con los movimientos pasados es importante. La ocupación de los espacios públicos es, de hecho, una cuestión de “reclamar la calle” o de demandar el “derecho a la ciudad”, como diría Harvey. Pero también es un síntoma de que estos movimientos no saben qué más ocupar. Se ocupan fábricas cuando se desea hablar y organizar a la clase obrera, cuando se piensa que la clase trabajadora es una clase revolucionaria. Pero ¿a quién desean organizar los movimientos actuales cuando ocupan lugares públicos? Al “99%”, pero sin dudas esta es una categoría muy vaga…

Hay una tercera diferencia crucial entre las dos escenas. Sartre nunca fue en realidad un miembro de una organización de la clase obrera. Pero su universo político e intelectual estaba construido alrededor de la existencia de estas organizaciones, y ellas estructuraron el campo político en que Sartre habló cuando se dirigió a los trabajadores. Sartre fue compañero de ruta, primero del Partido Comunista francés (PCF), y luego de las organizaciones maoístas. Y ¿qué se puede decir sobre Žižek, Butler y West? Como ya mencioné, los intelectuales críticos de la actualidad, sin importar cuán políticamente comprometidos y radicales puedan ser, “flotan libremente” y no están orgánicamente conectados a ningún tipo de organización.

Creo que cuando tratamos de entender qué son las teorías críticas contemporáneas, necesitamos entender las diferencias entre estas dos escenas: Sartre en 1970, por un lado, y Žižek, Butler y West en 2011, por el otro. Es evidente que no se puede volver al tiempo de Sartre, no es posible ni deseable. Pero es indudable que con la actual crisis del capitalismo se necesitan compromisos intelectuales que estén más conectados con organizaciones políticas y sociales existentes y que, a la vez, estén basados en mapas más precisos de las fuerzas sociales efectivas

(1) Paidós, Barcelona, 2000.

(2) E. Laclau: La razón populista, FCE, Buenos Aires, 2005.

(3) Abelardo Ramos (1921-1994) animó la llamada «izquierda nacional» –con un fuerte contenido antiimperialista y latinoamericanista– y una interpretación revisionista de la historia argentina. Estas visiones lo acercarían al peronismo. Es autor, entre otros libros, de Revolución y contrarrevolución en la Argentina (cinco tomos) e Historia de la nación latinoamericana (dos tomos) [N. del E.].

(4) Hay edición en español: Siglo XXI, México, DF, 2000.

(5) Cuenco de Plata, Buenos Aires, apostilla de Marcelo Topuzian.

(6) Tecnos, Madrid, 1985.

(7) Taurus, Madrid, 1998.

(8) Alianza, Madrid, 2006.

(9) Siglo XXI, México, DF, 1967.

(10) Akal, Madrid, 2015.

(11) Anthropos, Barcelona, 1999.

(12) Manantial, Buenos Aires, 1999.

(13) Manantial, Buenos Aires, 2008.

(14) Trotta, Madrid, 2006.

(15) Paidós, Madrid, 2002.

(16) Paidós, Buenos Aires, 2004.

(17) Pre-Textos, Valencia, 2002.

(18) Fayard, París, 1997.

(19) Jeanne de guerre lasse, Gallimard, París, 1991.

(20) D. Bensaïd: Une lente impatience, Stock, París, 2004.

(21) Brill, Leiden-Boston, 2007.

(22) Antonio Machado, Madrid, 2002.

(23) Península, Barcelona, 1995.

(24) «La santificación de Juana de Arco y la mujer francesa» en El Tiempo, 23/8/1920, disponible en www.marxists.org.
(25) T. Eagleton: Razón, fe y revolución, Paidós, Barcelona, 2012.

(26) Akal, Madrid, 2012

Tomado por acuerdo con la Revista Nueva Sociedad (http://nuso.org/) del número 261, Enero-Febrero 2016, y publicado con autorización de su autor.

  • Profesor titular de Sociología en la Universidad de París-Sorbonne (París IV). Es autor de Hemisferio izquierda. Un mapa de los nuevos pensamientos críticos (Siglo XXI, Madrid, 2013) y de La nature est un champ de bataille. Essai d’écologie politique (La Découverte, París, 2014).

Entrevista con Raewyn Connell:Masculinidades, colonialidad y neoliberalismo

Entrevista con Raewyn Connell:Masculinidades, colonialidad y neoliberalismo

Mélanie Gourarier, Gianfranco Rebucini, Florian Voros

Viernes 20 de septiembre de 2013
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Raewyn Connell, profesora de sociología en la Universidad de Sydney, estuvo en París el pasado junio en el marco de las jornadas de estudios “Les masculinités au prisme de l´hégémonie” en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Ocasión para hablarde su trayectoria de investigadora así como sobre la historia y la actualidad de los planteamientos críticos de las masculinidades.

Tras haber consagrado sus investigaciones a las dinámicas de clase (Ruling Class, Ruling Culture 1977) y a las relaciones entre relaciones de clase y de género en el medio escolar (Making the Difference, 1982), Raewyn Connell desarrolla una teoría del género como estructura social (Gender and Power, 1987). Publica en 1995 la obra Masculinities, rápidamente traducida a varias lenguas europeas, así como al japonés, chino y hebreo entre otras. Esta obra constituye una referencia mayor para las ciencias sociales y para el desarrollo de los estudios sobre las masculinidades [masculinity studies].

Los masculinity studies se han constituido en particular alrededor del concepto de “masculinidad hegemónica”, que aparece en Australia en trabajos de sociología de la educación al comienzo de los años 1980, antes de conocer su primera formalización teórica en un artículo de 1985 (Carrigan, Connell, Lee “Towards a new sociology of masculinity”). Raewyn Connell plantea luego una conceptualización renovada de este concepto (Masculinities, 1995/2005; “Hegemonic Masculinity : Rethinking the concept”, 2005) que despliega sobre nuevos terrenos: la salud, la sexualidad, la colonialidad (Southern Theory, 2007) y la globalización (Gender: in world perspective, 2009). Este concepto intenta analizar los procesos de jerarquización, de normalización y de marginación de las masculinidades, mediante las cuales ciertas categorías de hombres imponen, a través de un trabajo sobre ellos mismos y los demás, su dominación a las mujeres, pero también a otras categorías de hombres.

Para empezar, nos gustaría que nos hablaras sobre el contexto de emergencia del concepto de masculinidad hegemónica. ¿Como explicas que el proyecto de los masculinity studies haya sido formulado por primera vez en la Australia de los años 1980?

¡Lo primero que tenéis que saber es que en Australia no solo hay cocodrilos y canguros! Más en serio, es importante recordar que Australia es un país mayoritariamente urbano, dependiente económicamente de la exportación de minerales y productos agrícolas. En la primera mitad de los años 1980, el país conocía una profunda transformación cultural y se disponía a atravesar una importante transición económica. Un rodeo histórico se impone para comprender ese singular contexto.

La Australia moderna es el resultado de la invasión europea de un territorio ocupado desde hace al menos cuarenta mil años por pueblos indígenas que habían construido en él una cultura y una relación con la tierra complejas. Los colonos aplastaron a las sociedades aborígenes en la casi totalidad del continente (solo un tercio de la población aborigen ha sobrevivido), para establecer en él un puesto de vanguardia masculinizado del capitalismo europeo, especializado en el comercio de materias primas (lana, minerales, trigo, carne) con la metrópoli.

Las olas migratorias europeas, asociadas a políticas estatales de desarrollo, han generado ciudades e infraestructuras orientadas hacia la industria de la exportación. La población colonial blanca ha desarrollado una ideología racista (cuya prolongación contemporánea es la política de “Australia blanca”), una identidad nacional masculinizada y una cultura dependiente, bastante leal hacia el Imperio británico. El siglo XX ha visto la emergencia de una economía industrial y de un estado providencia asociados a un sindicalismo poderoso, aunque una vez más dominado por los hombres, así como la aparición de una burguesía industrial. Estas transformaciones han tenido por efecto acelerar el desarrollo y la modernización del sistema educativo.

Los años 1960 y 1970 vieron la emergencia de protestas contra este orden social. Primero con el renacimiento político y cultural aborigen, que desembocó en el movimiento por el derecho a la tierra [Lands Rights movement]. Un movimiento estudiantil iconoclasta fue luego el laboratorio de una contracultura, de la que surgió en particular un movimiento ecologista. Un movimiento por la paz se oponía entonces a la implicación de Australia en las guerras imperialistas. Lo que nos interesa más directamente en esta historia, es la emergencia de una impugnación feminista del patriarcado australiano que se formuló en ese momento, rápidamente seguida por los combates gay y lesbiano contra la represión y la discriminación sexual.

El movimiento de liberación de las mujeres fue particularmente influyente durante los años 1970. Algunas feministas se acercaron a los grupos modernizadores en el interior del Partido Laborista, desplegando así su influencia en el corazón del estado. Otros crearon programas de women´s studies en la universidad, trasformando las formas de estudiar la historia, la literatura y la sociología. Más en general, el impacto cultural del feminismo permitió la emergencia de cuestionamientos sobre el sexismo y la subordinación de las mujeres en los terrenos de la educación, los medios, la sexualidad, la vida familiar, el trabajo y el sindicalismo.

Varios factores han convergido así en el alba de los años 1980 y permitido una puesta en cuestión de los hombres y de la masculinidad. El militarismo y el heroísmo guerrero habían sido vivamente criticados por el movimiento por la paz. La masculinidad heterosexual era cuestionada por el movimiento de liberación gay; y, a medida que se desarrollaba la epidemia de VIH/sida, era también la masculinidad gay la que se veía cuestionada. Las ciencias sociales feministas ponían en cuestión al “naturalidad” de las formas dominantes de masculinidad. Habiendo sido obtenidos un cierto número de avances feministas a través de las alianzas con hombres en el seno del Partido Laborista y de las burocracias del estado, la cuestión de la participación de los hombres en cambios positivos en las relaciones de género ganaba también en visibilidad.

Por otra parte, los dos mayores novelistas australianos de la era moderna son una mujer, Christina Sead, y un hombre homosexual, Patrick White; no se puede por tanto hablar de un establishment cultural patriarcal poderoso en Australia. La New Left y la contra cultura han dado a los y las jóvenes intelectuales de mi generación el sentimiento de que toda institución podía y debía ser puesta en cuestión. La expansión del sistema universitario (en el marco de la política modernizadora del estado australiano de los años 1940 a 1970) dio a muchos y muchas de nosotras una base institucional y recursos para la investigación.

Esos años constituyen por tanto un momento histórico en el que los muros que protegían la masculinidad convencional se agrietaban repentinamente, mientras nuevas coaliciones emergían y desarrollaban nuevas perspectivas.

¿Porqué has utilizado el concepto de hegemonía, en lugar de otra conceptualización de la dominación, para estudiar las masculinidades?

El concepto de hegemonía circulaba ya en el seno de la izquierda australiana en los años 1970 para pensar las relaciones de clase. Utilizábamos este concepto para analizar el poder de los hombres de negocios y de los hombres políticos conservadores en un país que tenía un movimiento sindical muy poderoso y un Partido Laborista capaz de ganar elecciones. Este concepto es por otra parte un elemento central del marco teórico de Ruling Class, Ruling Culture /1.

El término venía de Antonio Gramsci. Una parte de su trabajo estaba entonces disponible, en traducción inglesa o bajo al forma de comentarios. Su nombre era conocido. Había una emigración italiana hacia Australia, y la izquierda australiana seguía de cerca la actualidad del Partido Comunista italiano (que tenía culto por Gramsci), de la “vía italiana” y del eurocomunismo. Había estudiado también ese concepto en un contexto muy diferente, en el marco de enseñanzas de licenciatura en la Universidad de Melbourne. Estudiaba entonces la política griega de los siglos cuarto y quinto antes de JC, de donde viene la idea del eghemon en una alianza de fuerzas políticas /2.

El empleo del término de hegemonía se ha aceptado luego como evidente cuando se trata de analizar una configuración particular de las relaciones de género, una situación en la que la centralidad, el leadership y el poder de una minoría se habían estabilizado; y donde esta predominancia era menos impuesta por la fuerza que orgánicamente integrada en la cultura y las rutinas de la vida cotidiana.

Siempre he sido muy reticente respecto a las teorías funcionalistas y las teorías de la reproducción social, tanto si emanan de la derecha como si lo hacen de la izquierda, refiriéndose a la clase o el género. Cuando esas teorías son producto de intelectuales conservadores (como Parsons o Easton), se convierten en parte del orden hegemónico. E incluso cuando emanan de pensadores más progresistas (como Althusser, Bourdieu o Poulantzas), esas teorías tienden a inhibir, más que a aumentar, la capacidad del actuar militante. Mi reticencia hacia esas teorías se desarrolló en particular cuando realicé mi trabajo sobre enseñantes en la escuela pública, a quienes no es de ninguna ayuda explicar que están destinados y destinadas a la reproducción de las jerarquías sociales. De lo que tienen necesidad, es de teorías que trabajen prácticas pedagógicas de transformación social.

En el artículo “Rethinking the concept” /3, vuelves sobre los usos, las críticas y las traducciones culturales de que ha sido objeto el concepto de masculinidad hegemónica. ¿Cuál ha sido, como consecuencia, el efecto de esta circulación globalizada del concepto sobre tu propio trabajo?

Es paradójico. La proliferación globalizada de las investigaciones sobre las masculinidades es tal que no soy capaz de seguirlas todas. Me esfuerzo por leer lo más posible y muchas personas tienen el detalle de hacerme llegar sus trabajos –a veces en lenguas que no puedo leer, ¡pero me siguen interesando!

Este giro global de los estudios sobre la masculinidad debe alertarnos sobre la dimensión colectiva de la producción de conocimientos, así como sobre el carácter internacional de la fuerza de trabajo implicada en este proceso. Las ciencias sociales anglofonas mainstream son muy autorreferenciales y no se confrontan suficientemente con los demás contextos geográficos y culturales. Por contraste con algunos de mis colegas anglófonos, creo que mi visión más sombría y más compleja de los temas ligados a la masculinidad, proviene de mi localización en las orillas del Pacífico Sur y de mi colaboración con investigadores e investigadoras más allá de la metrópoli.

Esta circulación globalizada de las ideas me ha obligado también, con el tiempo, a cuestionar algunos de los presupuestos constitutivos de la primera versión de mi modelo de la hegemonía en las relaciones de género. La ironía está en que me doy cuenta ahora de que ¡ese modelo inicial en realidad tiene mucho en común con los sistemas teóricos cerrados que, por otra parte, me esforzaba por superar! Un mejor conocimiento de la historia del colonialismo, de las sociedades postcoloniales, así como de sus dinámicas de género, me ha obligado a reconocer que no se puede tomar como presupuesto de partida la existencia de un orden de género estable. Primero porque los órdenes de género precoloniales no son ellos mismos estáticos. Pero sobre todo porque la colonización destruye las estructuras sociales locales y las dinámicas que les son propias. Luego, el colonialismo reconstruye –o se esfuerza por reconstruir– un orden del género que se basa en nuevas bases; pero lo que resulta de ello es una sociedad de tensiones exacerbadas y violencia endémica. Las relaciones de poder postcoloniales globalizadas repiten estas dinámicas y esos conflictos en nuevos términos. En relación al modelo inicial, hoy concibo la hegemonía como una tentativa de realización del poder [achievement of power] más repleta de contradicciones, históricamente transitoria y más directamente ligada a la violencia.

¿Como pueden los estudios sobre las masculinidades contribuir a la lucha contra el masculinismo y a la resistencia frente al backlash antifeminista?

Hay dos aspectos en esta cuestión. Los masculinity studies son ante todo un proyecto de producción de conocimientos: investigar, teorizar, publicar, difundir. Creo (¡pero se trata de una creencia ciega por la herencia de la Ilustración y por las tradiciones protestante y socialista de las que he salido!) que la producción del saber y la enseñanza pública son capaces de hacer retroceder los prejuicios y el obscurantismo. Un corpus de conocimientos sólidos y accesibles sobre los temas relativos a las masculinidades es en sí un recurso social.

La otra vertiente de esta cuestión, más política, se refiere a las formas en que las ideas producto de este corpus de conocimientos pueden ser desplegadas en combates por la igualdad de género. Una contribución importante de los masculinity studies puede aquí sencillamente consistir en el aporte de la prueba –ya muy bien documentada– de que las masculinidades son diversas e históricamente cambiantes. El dogma de la fijeza de los caracteres masculinos (o femeninos) es en efecto una pieza esencial de la caja de herramientas de los reaccionarios de género, ya sea su lenguaje pseudo científico o pseudo religioso. Podemos demostrar ya, con pruebas, lo absurdo de ese dogma.

Puede también ser importante mostrar que los hombres no se benefician en bloque /4 de los dividendos masculinos generados por un orden de género patriarcal. Hay niveles de beneficio muy diferentes y ciertos grupos de hombres pagan en realidad un precio muy caro (en pobreza, en violencia, en depresión) por el mantenimiento del orden de género en vigor. Lo que quiere decir que ciertos hombres (y su número no hace más que aumentar) sacarán beneficios de la transformación progresista del orden de género y que pueden por tanto constituir aliados en el combate por el cambio. Tales coaliciones han emergido en el seno de la generación precedente /5 y continuarán emergiendo. Actualmente en marcha –un ejemplo entre otros es la implicación de hombres en investigaciones y programas de acción contra la violencia de género con los que colaboro en Asia del Sudeste.

En Francia eres conocida esencialmente como una socióloga especialista de las masculinidades. Sin embargo, tus primeros trabajos versan sobre las relaciones de clase y tus trabajos más recientes sobre la globalización y la colonialidad del poder. ¿Cómo se articulan estas tres dimensiones?

Mis publicaciones iniciales trataban de hecho sobre la concienciación social y política de los niños (retomaba algunas ideas de Piaget) y sobre las políticas electorales de derechas en Australia. Desde hace más de cuarenta años estoy en el mundo de la investigación y he trabajado en un amplio abanico de cuestiones que van desde la educación escolar a la teoría social crítica, pasando por el análisis de género, la sexualidad y la prevención del VIH, el trabajo de los y las intelectuales, o la reforma estatal –y muchas otras cosas, disponibles en mi página web www.raewynconnell.net.

Estos diferentes proyectos no están necesariamente unidos por una coherencia. Me he dedicado a responder a los problemas públicos, a las crisis y a los nuevos marcos de pensamiento según se planteaban. He trabajado en el seno de una decena de equipos de investigación, que utilizaban cada uno estilos y métodos de investigación diferentes. Sería falso decir que cada uno de esos proyectos formaba parte de un gran proyecto crítico coherente.

Pero pienso que existen conexiones entre esos proyectos. Es en cualquier caso la tesis convincente de Demetris Z. Demetriou, que ha estudiado atentamente las relaciones entre mis investigaciones sobre las relaciones de clase y las realizadas sobre las relaciones de género /6… ¡y debo confesar que es un poco aterrador ver tu propio trabajo sometido a una lectura tan rigurosa!

Creo que mis investigaciones sobre las masculinidades, las relaciones de clase y la colonialidad del saber comparten un mismo compromiso crítico hacia el poder, las desigualdades sociales, la institucionalización de los privilegios y la justicia social en su sentido más amplio.

Comparten también una conciencia histórica (una de mis obras más conocidas en Australia se titula por otra parte Class Structure in Australian History /7) y, así, una atención a los cambios estructurales y a las luchas sociales. Es un método que me parece esencial para toda investigación –incluso muy localizada– movida por una preocupación por la justicia social.

Esas agendas de investigación tienen además en común el dedicarse a dar cuenta de la textura de lo real, de la materia rugosa de los procesos sociales y de la irreductibilidad de las gentes, de la experiencia y de las instituciones. Durante estos años, la entrevista biográfica y el análisis por estudio de casos son las herramientas que he utilizado más. Se trata de un método lento, laborioso, reacio a la automatización. No tiene igual para dar cuenta de la complejidad de las situaciones locales a la vez que toma el pulso de las dinámicas globales. Este método fuerza igualmente a los y las investigadoras a interactuar con personas de carne y hueso, que las rutinas científicas tienden a abstraer a través de su léxico: “sujeto”, “actor”, “agente”. Ellos y ellas están entonces obligados a tratarles con respeto, incluso cuando sus prácticas sociales les resultan detestables. Me he encontrado por ejemplo en esa situación durante mis entrevistas con hombres de negocios.

En Southern Theory, propones un relato alternativo de la producción del saber en ciencias sociales. ¿Cuáles son las implicaciones de este planteamiento crítico para los estudios de género y, más en particular, para el estudio de las masculinidades?

La tesis de Southern Theory tiene numerosas implicaciones para los estudios de género. Consagro justamente una parte importante de mi trabajo más reciente al estudio de estas implicaciones.

En una palabra, lo que entendemos por gender theory es de hecho una teorización de las relaciones de género salida de la metrópoli global, es decir de Europa y de América del Norte. Entonces no es sorprendente que esta teorización tenga sentido en relación a las experiencias sociales propias de esas regiones. Por evidente como pueda parecer desde el punto de vista de la sociología del conocimiento, esto es raramente tomado en cuenta en los estudios de género tal como son practicados.

Sin embargo esos países no se han desarrollado de forma aislada: hablamos de metrópolis coloniales de antaño y de los centros del capitalismo globalizado de hoy. Esos países han construido una economía global del saber en la que la metrópoli es el lugar de la teoría y la periferia (donde vive la gran mayoría de la población mundial) es el lugar de la recogida de datos. La producción del saber en la periferia está entonces fuertemente subordinada a los conceptos, teorías, metodologías y paradigmas de la metrópoli. Se trata de un modelo general, que se aplica a los estudios de género.

Sin embargo, las sociedades colonizadas se han dedicado a pensar la colonización independientemente de los colonos. Las sociedades de la periferia continúan produciendo un trabajo intelectual a contracorriente de esta economía dominante del saber. Es lo que llamo “la teoría del Sur” [southern theory], que no es un “saber indígena” estático, sino una respuesta intelectual a la experiencia social de la colonización y a las sociedades postcoloniales de hoy. Southern Theory cuenta la historia de un amplio conjunto de proyectos intelectuales llevados a cabo en diferentes continentes. La obra se inscribe en un movimiento teórico más amplio y en pleno auge que muestra la riqueza del pensamiento social salido de las diferentes regiones del sur, entre ellos Alternative Discourses in Asian Social Science /8 de Farid Alatas, Provincializing Europe /9 de Dipesh Chakrabarty, o también Theory from the South /10 de Jean and John Comaroff.

Re-Orienting Western Feminisms /11 de Chilla Bulbeck es un libro que muestra la proliferación del pensamiento feminista por las diferentes regiones del Sur. Hay igualmente excelentes revistas feministas como Cadernos PAGU y Estudos Feministas en Brasil, Feminist Africa en Africa del Sur, l’Indian Journal of Gender Studies en India, Debate Feminista en México, al-Raida en Líbano o también Australian Feminist Studies en Australia, de las que los y las investigadoras de la metrópoli pueden aprender mucho. Investigadoras feministas importantes como Bina Agarwal, Fatima Mernissi, Amina Mama, Heleith Saffioti o Teresa Valdés, deberían formar parte de todas las listas de lectura propuestas a los y las estudiantes de las universidades del Norte.

Los universitarios del norte que trabajan en el terreno de los estudios sobre las masculinidades tienen a veces conocimiento de las investigaciones empíricas sobre los países del Sur. Pocos se confrontan en cambio con los saberes sobre los hombres y las masculinidades producidos en los mundos postcoloniales. Esto se debe en parte a que estos últimos no son siempre etiquetados como “investigaciones sobre las masculinidades”. Hay sin embargo mucho que aprender de los escritos de Ashis Nandy /12 sobre las dinámicas interactivas en marcha en la formación de las masculinidades; de los de Octavio Paz /13 sobre los movimientos políticos y culturales conservadores en términos de género; así como de las novelas de Chinua Achebe /14 sobre el impacto del poder exterior sobre el mantenimiento de la autoridad masculina. Y no me refiero aquí más que a antiguas generaciones de intelectuales. Este trabajo de descentramiento es, creo, el desafío más importante a asumir por los estudios sobre las masculinidades de mañana.

Has insistido recientemente sobre la importancia de contemplar a los trabajadores/trabajadoras intelectuales como trabajadores/trabajadoras /15. ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de ello?

Las enseñanzas que saco de las investigaciones que he consagrado al trabajo intelectual –ya se trate de historias de vida, de estudios cuantitativos o de teorizaciones, o que esos trabajos traten sobre Australia u otras regiones /16– nos conducen a lo que decía antes sobre la economía global del conocimiento. La producción del saber es un proceso social –un proceso social globalizado. Esta producción moviliza una fuerza de trabajo diferenciada que, contemplada a escala global, representa una formación social importante. Esta producción requiere recursos sociales, tiene consecuencias complejas y es históricamente cambiante.

Esto tiene implicaciones prácticas importantes. Es fundamental primero reconocer las posiciones diferenciadas de los diversos grupos implicados en lo que es aparentemente un campo académico unificado, en este caso los masculinity studies. ¿Qué tipo de trabajo obtiene los recursos? ¿Qué tipo de trabajo carece de recursos?

Contemplar a los y las investigadoras como trabajadores y trabajadoras equivale a colocar el foco sobre las relaciones concretas que ellos y ellas mantienen los unos con los otros, por ejemplo sobre las formas de trabajo cooperativo y prácticas comunicacionales que están implicadas en un campo científico dado. Esto coloca igualmente el foco sobre las formas de gubernamentalidad y de control que acaban rigiendo este campo científico –siguiendo el giro gerencial en la gestión de las universidades, de la parte creciente de los fondos privados en la financiación de la investigación, o de la predominancia de las ONGs y de los programas de ayuda en la financiación de la investigación social en los países pobres.

¿Cuál puede ser la contribución de los estudios sobre las masculinidades a la crítica del neoliberalismo globalizado?

La cultura neoliberal está –y es un punto importante– masculinizada desde el comienzo. El modelo del “actor racional”, alrededor del cual la teoría económica neoliberal se ha construido, es una figura masculina. Las políticas neoliberales, en su rechazo a toda forma de democracia participativa, no dejan de recurrir a la figura política del “hombre fuerte” y dedican un culto a la toma de decisión autoritaria, racional, eficaz y sin piedad. La mercantilización de los deportes de competición masculinos, de la Fórmula 1 a la Copa del Mundo de fútbol, constituye un laboratorio fascinante para el estudio del neoliberalismo y de las dinámicas de masculinidad.

Pero existen conexiones más concretas entre masculinidad y neoliberalismo, en particular vía el sistema de gestión empresarial. La globalización neoliberal produce nuevas instituciones y nuevos espacios sociales que se extienden a escala global –en particular a través de la World Wide Web, el estado de seguridad transnacional, los mercados mundiales y las firmas multinacionales. Cada una de esas instituciones está organizada por un régimen de género complejo y geográficamente extenso.

Son terrenos de formación de la masculinidad –y están hoy entre los terrenos más importantes a estudiar. Tenemos necesidad de más investigaciones en este dominio. Sería preciso que los estudios localizados sobre las masculinidades estén más atentos a las conexiones entre los contextos locales y esos terrenos globales.

En el corazón de las firmas multinacionales –así como más allá de esas firmas, en otros terrenos globales– se despliega la masculinidad de las nuevas élites de directivos y patronales. Siendo esas élites de difícil acceso, incluso para los investigadores del Norte, han sido puestas en pie diferentes estrategias de acercamiento : el estudio de las representaciones mediáticas de los directivos de las empresas, el estudio de sus huellas documentales, o también la entrada por la joven generación (este ha sido mi planteamiento). Algunos investigadores han logrado tener un acceso más directo y estoy segura de que se aprenderá pronto mucho de los resultados de estas investigaciones.

La investigación sobre las masculinidades no es por supuesto la única llave de comprensión del orden neoliberal mundial. Pero ésta ayudará a la comprensión del funcionamiento de las instituciones neoliberales, así como de los contextos en los que las decisiones son tomadas y las estrategias decididas.¿Cómo, por ejemplo, son pensados y puestos en marcha los proyectos de las firmas multinacionales que saquean las tierras, desplazan poblaciones, destruyen ecosistemas, generan violencia social o vierten polución para los próximos miles de años? El análisis de la dimensión de género de la cultura de los directivos empresariales, así como de los proyectos de vida de los hombres que dirigen esas firmas nos permitirá comprender mejor y así luchar mejor contra esos modos de gestión y de explotación.

10/09/2013

http://www.contretemps.eu/print/interviews/masculinit%C3%A9s-colonialit%C3%A9-n%C3%A9olib%C3%A9ralisme-entretien-raewyn-connell

Traducción: Faustino Eguberri para VIENTO SUR

Notas

1/ R.W. Connell, Ruling Class, Ruling Culture. Studies in conflict, power and hegemony in Australian Life, Cambridge University Press, Cambridge, 1977.

2/ NdT : Sobre este tema, George Hoare et Nathan Sperber escriben : “En griego antiguo, el término [hegemonía] deriva de eghestai que significa “dirigir”, “conducir”. Esta palabra dará más tarde lugar a la palabra eghemon que durante la guerra del Peloponeso, designaba la ciudad más poderosa, en posición dirigente en la alianza de las diferentes ciudades griegas entre si”. Introduction à Antonio Gramsci, La Découverte, Paris, 2013, p. 94.

3/ R.W. Connell, James Messerschmidt, “Hegemonic Masculinity : Rethninking the Concept”, in Gender & Society, vol. 19, n°6, 2005, p. 829-859.

4/ NdT : En francés en el texto.

5/ NdT : Sobre este punto, ver : Pauline Debenest, Vincent Gay et Gabriel Girard, “Les masculinités et les hommes dans les mouvements féministes, entretien avec Raewyn Connell” in Féminisme au pluriel, Syllepse, Paris, 2010, p.59-76.

6/ Demetris Z. Demetriou, “Towards a genealogy of R.W. Connell’s notion of ‘‘structure’’, 1971-1977”, in Nathan Hollier (dir.) , Ruling Australia, Australian Scholarly Publishing, Melbourne, 2004, p. 24-44.

7/ R.W. Connell, Terry Irving, Class Structure in Australian History : Documents, Narrative and Arguments, Longman, Melbourne, 1980.

8/ Syed Farid Alatas, Alternative Discourses in Asian Social Science : Responses to Eurocentrism, Sage Publishers, New Dehli, Thousand Oaks et Londres, 2006.

9/ Dipesh Chakrabarty, Provincialiser l’Europe. La pensée postcoloniale et la difference historique, trad. Nicolas Vieillescazes et Olivier Ruchet, Editions Amsterdam, Paris, 2009 [edición original: 2007].

10/ Jean Comaroff, John L. Comaroff, Theory from the South : Or How Euro-America Is Evolving Towards Africa, Paradigm Publishers, Boulder, Colorado, 2011.

11/ Chilla Bulbeck, Re-Orienting Western Feminisms : Women’s Diversity in a Postcolonial World, Cambridge University, Press, Cambridge, 1998.

12/ Ashis Nandy, The intimate ennemy. Loss and recovery of self under colonialism, Oxford University Press, New Dehli, 1983. NdT: Marc Saint-Upéry ha realizado un retrato intelectual y político Ashis Nandy, “L’expérience impériale et l’esprit indien”, in La Revue des Livres, n°5, mai-juin 2012.

13/ Octavio Paz, Le labyrinthe de la solitude, nouvelle édition augmentée, trad. Jean-Clarence Lambert, Gallimard, Paris, 1990 [edición original: El laberinto de la soledad, 1950]

14/ Chinua Achebe, Le monde s’effondre, trad. Michel Ligny, Editions Présence Africaine, Paris, 1966 [edición original: Things Fall Apart, 1958]

15/ Raewyn Connell, « La vocation de la sociologie : un travail collectif à l’échelle mondiale » in Dialogue global, vol. 3, n°3, mai 2013, p. 4-6.

16/ Una lista de los trabajos de Raewyn Connel sobre el trabajo intelectual es consultable en su página web .

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

Una vida de Michel Foucault, el filósofo que se atrevió a todo

25 noviembre 2013 § 21 comentarios

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Cuando murió, el 25 de junio de 1984, Michel Foucault era el pensador más famoso del mundo. Aunque quizá fuese algo menos popular de lo que había logrado serlo Jean-Paul Sartre después de la Segunda Guerra Mundial, desde fines de los 60 su obra ocupó el lugar central.

Michel Foucault murió a los 57 años: tenía sida en una época en la que la enfermedad era rápidamente mortal. El virus que la causa había sido descubierto, apenas un par de años antes de que el filósofo muriese, por Luc Montagnier, un investigador que fue discípulo del doctor Paul Foucault, padre de Michel.

Hijo, nieto y bisnieto de médicos, a Michel no le resultó fácil decirle a su padre que no iba a continuar la tradición familiar. A los once años sorprendió a sus mayores que daban por descontado que sería cirujano cuando les anunció que deseaba ser profesor de Historia. A pesar de tal atrevimiento infantil, Foucault mantuvo toda su vida una relación privilegiada con la medicina, aunque fue una relación signada por una desconfianza esencial.

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Desde muy niño el filósofo conoció el sufrimiento. Se sabía diferente y su entorno le demostraba de mil maneras que eso no estaba bien. Criado en un hogar en el que la fuerte tradición católica de la rama paterna regía hasta los mínimos detalles de la vida cotidiana, miembro de la puritana clase media provincial de las décadas del 30 y del 40, el muchachito había descubierto que, a diferencia de lo que decían la mayoría de sus compañeros, él se sentía atraído por los varones. Ese descubrimiento se volvió una tortura: no sabía qué hacer, a quién recurrir, cómo vivir.

En su hogar las presiones para que el niño se “encauzara” debían de ser intolerables. El filósofo contó, poco antes de morir, que siendo pequeño su padre lo llevó a una de las salas de operaciones del Hospital de Poitiers para que fuese testigo de la amputación de la pierna que se le estaba realizando a un enfermo. El objetivo era inducir al niño a que “se hiciese hombre”. La vida para él se convirtió en una tortura: hasta mediados de sus 20 años, Foucault intentó varias veces suicidarse, su afición al alcohol nació en esa época.

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Sin embargo, el haber sobrevivido al escándalo de ser un adolescente homosexual en un mundo que consideraba que esa orientación sexual era una enfermedad o una forma de degeneración moral, el haber sido capaz de superar semejante condena lo acostumbró al riesgo, lo fortaleció y lo capacitó para intervenir en los combates intelectuales que lo esperaban, no menos feroces que las crueles burlas y los brutales sarcasmos que tuvo que soportar en sus años de estudiante.

En principio, Foucault aprendió desde muy joven a enfrentar las cuestiones desde un lugar absolutamente original. En las disputas que la izquierda y la derecha mantenían durante los calientes años de la Guerra Fría, aunque se había alineado con la izquierda (incluso, ingresó al Partido Comunista, siguiendo a su amigo Louis Althusser), su posición estaba tan lejos de ser ortodoxa que no le resultó extraño a nadie que dejara el comunismo tan rápidamente como había ingresado. Nunca fue un izquierdista típico; sus posiciones políticas escandalizaban tanto a los conservadores como a los progresistas.

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Brillante en una generación de hombres brillantes (entre sus muchos compañeros de estudios se destacaban Pierre Bourdieu y Paul Veyne, entre sus amigos figuran Pierre Boulez, Roland Barthes y Gilles Deleuze), Foucault sobresalió desde el comienzo de su carrera universitaria. Sus maestros (Maurice Merleau-Ponty, Georges Dumézil, Louis Althusser, Jean Hyppolite, Georges Canguilhem) creyeron, desde que lo conocieron, que era “la promesa de su generación”.

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Aún siendo niño estaba obsesionado por ocupar los primeros puestos en el estudio. En Poitiers sólo era superado por un compañero cuyo nombre parece una broma del destino: Pierre Riviere (el mismo que el del asesino que escribió las famosas memorias que Foucault analizó en Yo, Pierre Riviere maté a mi padre…). Uno de los recuerdos más amargos de su adolescencia está relacionado con la lucha por la primacía en la escuela. El jovencito Michel vio llegar de golpe, en plena invasión alemana, a muchachos judíos que escapaban de París, ocupada por los nazis. Los jóvenes parisinos tenían, obviamente, mejor formación que los de Poitiers y enseguida superaron a Michel. El detestó tanto esta situación que se encerró en una fantasía que no lo abandonó: en ella los de París “desaparecían”, eran secuestrados y deportados de Poitiers. Esa fantasía se hizo realidad muy pronto: los chicos judíos fueron enviados a los campos de concentración. El adulto e iconoclasta Michel Foucault aún sentía culpa por la forma en la que la historia realizó su deseo.

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La Beatriz de Foucault fue Nietzsche. Como Beatriz guía a Dante en la Divina Comedia, la obra de Friedrich Nietzsche (especialmente los textos que escribió casi al borde de la locura) fueron para Foucault una iluminación. Casi como ningún otro de los expertos en Nietzsche (ni siquiera pensadores tan sutiles como Giorgio Colli), Foucault supo ver en el autor del Origen de la tragedia al poeta tanto como al filósofo, al artista tanto como al pensador. Para Foucault (como para Nietzsche) la forma, el tono poético que recorre su escritura y la apelación al aforismo nunca fueron cuestiones secundarias.

Nietzsche también le permitió sentirse más seguro para elaborar su punto de vista singular. Como suele suceder con muchos jóvenes que se sienten incómodos a causa de su posición de extraño a las normas y a los estilos que definen al grupo de “pertenencia”, también a Foucault la obra de Nietzsche le reveló el poder y el goce de ser diferente. Esta obra fue su guía y su sostén; le ayudó a comprender que tener un punto de vista original no era un pecado por el que debía pagar caro. Hay un par de aforismos nietzscheanos que lo acompañaron toda la vida, casi como mantras para una meditación personal. Uno de esos aforismos (el que, según el filósofo francés, marcó cada momento de su vida), él lo parafraseaba así: “Se trata de llegar a ser lo que uno verdaderamente es”. El otro reza: “El amor a la verdad es terrible y poderoso”.

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Entre las influencias que el propio Foucault consideró esenciales para su formación se destacan Martin Heidegger y Jean-Paul Sartre (con quien se enfrentó más de una vez y de manera tan dura que le llevó mucho tiempo reconocer la deuda que tenía con su obra). No es casual que Sartre sea dramaturgo y novelista, además de filósofo. Como Roland Barthes, Foucault apreciaba sin discusión la obra literaria de Sartre. Tampoco es casual que Heidegger sea uno de los pocos filósofos que fundó gran parte de su reflexión sobre la poesía, a la que consideraba una potencia reveladora.

El punto de vista original que caracteriza la indagación foucaultiana, su mirada poco habitual en el mundo del pensamiento es, sin embargo, frecuente en el universo de la literatura. Se podría decir que Foucault es el más literario de los filósofos o el más filosófico de los escritores. Muchas de sus referencias “teóricas” son literarias. No es accidental, por ejemplo, que, al comienzo de Las palabras y las cosas, diga que la investigación de ese libro que lo catapultó a la fama (incluso, a la popularidad) nació de un fragmento de uno de los ensayos de Jorge Luis Borges que se encuentra en Otras inquisiciones: “El idioma analítico de John Wilkins”. Borges (al igual que su admirado Oscar Wilde) era un maestro en el difícil arte de expresar ideas extremadamente complejas y peligrosas mediante paradojas brillantes y sutilezas estilísticas.

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El estilo de Foucault (pero el estilo no es secundario, “el estilo es el hombre”) es literario: desde la inclusión de micronarraciones que son esenciales para el desarrollo del argumento hasta el trabajo con la escritura (una escritura que abunda en metáforas, una escritura que apela a transformar muchas de sus frases en epigramas, casi en versos, y a sus párrafos en aforismos) hacen de Foucault un escritor, antes que un pensador. El niño que decidió ser profesor de Historia se convirtió en uno de los escritores que más profundamente han reflexionado sobre la Historia, en un poeta del pensamiento y en un narrador teórico.

Su tesis principal (presentó dos; la segunda, titulada Kant, Anthropologie introducción, traducción y notas no se editó) fue presentada, en 1961, por G. Canguilhem y D. Lagache: era Historia de la locura en la época clásica. Apenas aparecido, el libro fue saludado como una contribución esencial a la historia de las mentalidades por historiadores de la talla de Fernand Braudel. A raíz de este texto comienza una serie de programas de radio dedicados a “historia de la locura y literatura” que se mantienen en el aire casi un año.

La Historia de la locura lo convierte en el pensador de moda en el medio intelectual francés. El diario Le Monde lo califica como un “intelectual absoluto, fuera del tiempo”. En ese libro fundacional, Foucault insiste en pensar la locura en su especificidad, no como una esencia inmutable que se mantendría a través del tiempo y las culturas (sólo cambiarían las formas de designarla), sino que es propia de cada momento histórico, de cada contexto cultural, social, económico. Mientras más precisamente es definida desde el punto de vista de la ciencia, la locura se convierte en cada vez más inaprensible. Sin embargo, su costado políticamente explosivo recién se pondrá de manifiesto tras el Mayo Francés, cuando Foucault se relacione con los antipsiquiatras, Ronald Laing y David Cooper, y con los que critican el encierro en el manicomio, como Basaglia.

A fines de ese año, Foucault termina de escribir El nacimiento de la clínica (libro al que presenta como “las sobras de la Historia de la locura“), que aparecerá dos años más tarde. La medicina vista desde la crítica más virulenta contra el saber médico sigue ocupando un lugar central en su pensamiento. A diferencia de los que critican la medicina moderna por sus errores (por los efectos secundarios que tienen los medicamentos o por los diagnósticos errados), Foucault critica la medicina en su “esencia”: el saber médico es negativo por sí mismo, sobre todo cuando “acierta”, porque por su mecánica destructiva ver a la enfermedad como algo a combatir crea las condiciones de nuevas enfermedades, que serán más difíciles de controlar.

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En 1966 aparece su libro más difundido, Las palabras y las cosas. La conclusión del ensayo contribuyó a que la prensa lanzara una polémica (para Foucault como para muchos otros intelectuales es una discusión fundamentalmente “mediática”) que ocupó durante meses las páginas de los principales periódicos franceses: la muy mal entendida cuestión de lo que se llamó “la muerte del hombre”. Foucault, que estaba interesado en desmontar el mecanismo de naturalización del pensamiento (un mecanismo que hace que se crea que los conceptos, así como también los problemas y las soluciones científicas, son eternos o casi porque el pensamiento es visto como si estuviera fuera de la historia), escribió, como conclusión de su investigación: “En todo caso, una cosa es cierta: el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planeado el saber humano (…) El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin. Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, si, por cualquier acontecimiento cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del siglo XVIII, el suelo del pensamiento clásico, entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena”.

En los apasionados días del Mayo Francés, el pensador se encontraba entre dos continentes (Europa y Africa) y, además, nadando entre dos aguas: pocas horas antes de la sublevación estudiantil Foucault es un académico de prestigio, un profesor querido, pero “elitista”, un hombre que está discutiendo con el gobierno el futuro de la educación secundaria y universitaria de Francia. Es un hombre que ha “renegado” de Marx. La mayoría de la izquierda lo califica de “violentamente anticomunista”.

Dicta cursos en Túnez a la vez que es nombrado profesor de la Universidad de Nanterre, que será una de las trincheras más ardientes durante la revuelta estudiantil. Casi todo mayo, Foucault permanece bloqueado en Túnez; recién puede abordar un vuelo a París el 27. Llega justo para sumarse al mitin de los líderes de la izquierda que se realizó en el estadio Charléty. Con idas y vueltas a Túnez, Foucault participa de las últimas manifestaciones francesas, antes de que el partido de De Gaulle gane ampliamente las elecciones convocadas por Pompidou. Foucault declara que las revueltas hiperideologizadas de los estudiantes franceses no le interesan demasiado. Agrega que, por el contrario, “la militancia violenta, corporal y necesaria” de los tunecinos le hizo redescubrir el amor a la militancia.

Michel-Foucault

Pocos días después de acabada la revuelta, Hélene Cixous lo invita a participar en la creación de la universidad de Vincennes. Aunque se lo convocó con el fin de dirigir el proyecto, Foucault sólo acepta ayudar a conformar los departamentos de psicoanálisis (en conjunto con el lacaniano Serge Leclaire) y de filosofía (junto a Alain Badiou). Mientras los intelectuales soviéticos en la revista Literatournaa Gazeta atacan duramente el “antimarxismo y antihumanismo” de Foucault, el nuevo ministro de Educación de Francia, Olivier Guichard, no le concedió validez nacional a la licenciatura en filosofía otorgada por Vincennes (donde el pensador enseñaba) porque “tiene demasiados cursos dedicados a la política y al marxismo”.

A comienzos de 1970 realiza su primer viaje a Estados Unidos. Desde allí conquistará al mundo intelectual. Al mismo tiempo que llega a Berkeley, a las experiencias con las drogas de manera muy tímida y a las prácticas sexuales sadomasoquistas no tan tímidamente, Foucault empieza a enfocar su trabajo sobre el problema del poder y de la relación entre saber y poder. En respuesta a un largo artículo que Althusser había publicado en La Pensée, en el cual los aparatos de Estado se diferencian según funcionen por la violencia o por la ideología, Foucault escribe un artículo que critica esa distinción. Es el origen de otro de sus libros más difundidos: Vigilar y castigar, que verá la luz un lustro más tarde. A la vez, funda el Grupo de Información sobre las Prisiones (GIP), como una forma de intervención específica sobre la realidad.

Es en esa época que Foucault escribe sobre las cárceles. Se interroga por qué las prisiones, a pesar de contener una población minoritaria, ejercen tal fascinación social. El cree que las prisiones fascinan porque permiten a los “buenos, a los ciudadanos irreprochables”, a los que se consideran socialmente “inocentes” ejercer el mal sin límites: “Todas las violencias y arbitrariedades son posibles en la prisión, aunque la ley diga lo contrario, porque la sociedad no sólo tolera, sino que exige, que al delincuente se lo haga sufrir”.

En su lección inaugural del Collge de France, el 2 de diciembre de 1970, Foucault expone sobre la cuestión del poder. Durante 13 años, cada miércoles a las 17.45 expondrá sus investigaciones. El tema del primer curso, titulado “La voluntad de saber”, es la contraposición de los modelos teóricos de Aristóteles y Nietzsche. La concurrencia fue tan masiva que no sabían dónde ubicar tanta gente.

Foucault comienza un período de apertura a todos los temas, a todas las formas de abordaje: los 70 serán años de intenso aprendizaje y de elaboración apasionada. Al regresar de su viaje a Irán (aún gobernado por el sha) en 1977, dirá una de sus frases más difundidas y, quizá, menos entendidas: “Hay más ideas en el mundo que las que se imaginan los intelectuales”.

La experiencia californiana que vivió durante sus últimos diez años fue esencial. En Berkeley enseñó (e investigó). En los saunas gay de Los Angeles accedió a prácticas sadomasoquistas que, además de subyugarlo, le permitieron desarrollar una reflexión original sobre el goce a través del dolor (es el Foucault más intenso y el menos difundido en las universidades).

A pesar de que su interés por la sexualidad pueda parecer obvio (interés reflejado en su última obra, los tres tomos de la Historia de la sexualidad), el enfoque que Foucault le da a la cuestión no lo es. Para el propio filósofo fue un problema acceder a pensar lo sexual. Cuando en sus años universitarios le dieron como tema de investigación filosófica “la sexualidad”, Foucault se enojó con Canguilhem por proponer “algo así como objeto de la filosofía”. Por el contrario, después de recorrer un largo camino, en sus investigaciones de los 70, él pregunta, en primer lugar, por qué la sexualidad es objeto de una preocupación moral (y ya la pregunta desarma la “naturalidad” de la cuestión, ya deja de ser obvio que el sexo es un problema moral: está claro que alguien, alguna institución, un poder necesita que el sexo sea supervisado por la moral).

Su obra se fue acercando a su ideal de vida: llegar a ser lo que verdaderamente se es. A la vez que el circunspecto Foucault el que había negado la importancia de la vida para la obra fue capaz de ir dejando de lado sus propios temores y se atrevió a manifestarse, comenzó a importarle no sólo quién habla, sino cómo se vive una experiencia. Esto iluminó su obra. Su filosofía se transformó en aquello que Sartre deseó producir pero no logró articular: una ética. La ética de Foucault nació cuando, en su reflexión, se encontró con sus maestros: los antiguos griegos. Esa intensidad final, nacida del riesgo, otorga a su obra una consistencia clásica. Quizá por eso sus ideas no parecieran correr el riesgo de desvanecerse como un rostro de arena en el borde del mar.

A paso lento en la dirección de siempre

A paso lento en la dirección de siempre
Editorial UCA
06/05/2016

Han pasado ya tres meses desde la captura de cuatro de los 17 exmilitares acusados de la autoría de la masacre en la UCA. Desde entonces, el asunto entró en una etapa de aparente aletargamiento. Otros temas llenaron los espacios de los medios y el acontecer diario ha pasado de largo ante algo tan importante para combatir la impunidad. Sin embargo, el proceso nunca ha dejado de moverse. El grupo de defensores de los acusados (tanto de los ya capturados como de los que están prófugos) no deja de tramar estrategias y presentar recursos para la no extradición de los exmilitares. En los más de 26 años transcurridos desde los asesinatos, el caso ha estado plagado de arbitrariedades y de flagrantes ilegalidades, ha padecido el desinterés de los Gobiernos de turno y ha provocado, cada vez que se pide justicia, el resurgir de amenazas de nuevos derramamientos de sangre.

Lo que ha sucedido en estos primeros meses del año no se distancia de la historia del caso a lo largo de cinco lustros. Primero, inexplicablemente, la Policía tardó un mes en proceder a las capturas. Y cuando las realizó, solo capturó a cuatro de los exmilitares, justo a los que ya fueron procesados en el simulacro de juicio de 1991. Los otros trece, los de más alto rango, los que nunca se han sentado en el banquillo de los acusados, siguen libres. O la Policía adolece de un grado alarmante de incapacidad, o este proceder evidencia, una vez más, la vergonzosa complicidad de los gobernantes de turno. Además, aunque del diente al labio se dice respetar la independencia de poderes, todo el que puede vierte su opinión para intentar influenciar la decisión del pleno de la Corte Suprema de Justicia, que debe decidir si la extradición aplica.

Por su parte, poco después de las capturas, el Presidente de la República convocó a los líderes de los partidos políticos para conversar con ellos sobre el cumplimiento de la notificación roja. Nunca trascendió el contenido de la reunión, solo se constató la complacencia de los dirigentes con la conducta gubernamental. El Vicepresidente de la República fue aún más lejos y se manifestó en los mismos términos que los defensores de los exmilitares. La asombrosa coincidencia de posiciones con los líderes de la derecha más conservadora del país también tiene su correlato en actuaciones que riñen con la ética, la honestidad y la transparencia.

Del lado de la Corte, hay magistrados que se han excusado de participar en el caso y otros que habiendo tomado postura pública antes en contra de la extradición, defienden con terquedad su derecho a conocerlo. También ha trascendido la noticia de la renuncia de algunos magistrados suplentes que, aunque no lo admitan, parece motivada por el deseo de no participar en esta deliberación. Los grandes medios de comunicación siguen jugando el mismo papel desde que se cometió la masacre, aunque ya no mienten con descaro como antes; hoy buscan disimular su parcialidad. La interposición del recurso del amicus curie por parte de cuatro instancias, entre ellas la UCA, no ha merecido ningún titular en los grandes medios, mientras que la opinión de abogados “notables” a favor de los exmilitares se publica con asombrosa extensión.

En realidad, aunque se viertan y repitan argumentos jurídicos, lo que hay en la mayoría de declaraciones son posiciones políticas. Se siguen lanzando razonamientos que han sido triturados por la racionalidad de un Estado democrático de derecho. Los abogados defensores, los juristas que dicen solo dar su opinión legal y, en general, los que defienden a los exmilitares vierten argumentos para oponerse a la extradición, pero ninguno se atreve a decir que los encausados son inocentes. Tácitamente, todos asumen la culpabilidad, porque si afirmaran que sus defendidos no han sido vencidos en juicio, estarían admitiendo que nunca han sido juzgados, como realmente sucedió. Ahora los que dan seguimiento al proceso temen que lo que se decida en torno a los cuatro capturados se extienda a los prófugos, para que puedan salir del escondite donde están protegidos institucionalmente. Ello representaría un ladrillo más en el edificio de la impunidad en el que se ha buscado confinar al caso.

Todo parece indicar que el asunto se está moviendo a paso lento, sin aspavientos, pero en la dirección de siempre: dejar en la impunidad las atrocidades cometidas durante el conflicto armado. Ojalá nos equivoquemos.

La segunda Constitución salvadoreña (1841)

La segunda Constitución salvadoreña (1841)

Uno de los primeros gobernantes que auspició a su favor reelecciones inconstitucionales fue don Doroteo Vasconcelos, sentando, a pesar de su buen gobierno, ese funesto precedente que más tarde habría de repetirse.

Viernes 30, octubre 2015 |

Luego de la desintegración de la Federación centroamericana según decreto del 30 de mayo de 1838 y supuestamente liquidado lo que podría llamarse el estilo unionista de Morazán, se instaló una nueva Asamblea Constituyente en El Salvador, que promulgó la segunda Constitución nacional el 18 de febrero de 1841, teniendo como antecedente el Decreto Ley del 24 de julio de 1840 que fijó las bases de la nueva Constitución. Su mayor importancia radica en ser la primera Constitución unitaria de El Salvador independiente y soberano. Gobernaba don Juan Nepomuceno Lindo, de nacionalidad hondureña, después de aceptarse las renuncias de las jefaturas del Estado de don Antonio José Cañas y don Norberto Ramírez.

En la Constitución de 1841 el gobierno es republicano, popular y representativo (artículo 2º.); la religión católica, apostólica y romana se adopta como única y verdadera a la que el gobierno protegerá con leyes sabias, justas y benéficas (artículo 3º.). El sistema legislativo es bicameral; el Poder Ejecutivo es ejercido por un presidente nombrado directamente por el pueblo salvadoreño (artículo 42) y su duración es de dos años (artículo 44) sin que pueda fungir un día más. El título décimo-sexto establece una pormenorizada “declaración de derechos, deberes y garantías del pueblo y de los salvadoreños en particular”.

Presidió la Asamblea Constituyente que promulgó la segunda Constitución don Juan J. Guzmán; actuó como vicepresidente don Victoriano Nuila, diputado por Suchitoto, siendo ministro de Relaciones Exteriores y Gobernación don Tomás Muñoz.

El 17 de marzo de 1843 se decretaron enmiendas constitucionales relativas especialmente a la materia de empréstitos. En esos años el general Francisco Malespín proyectaba su fuerte personalidad en la política no sólo del país sino de toda Centroamérica, y el erario necesitaba hacerle frente a las aventuras guerreras que se sucedían. Claramente se perfilaba una autoridad bifronte entre la jefatura del ejército y la presidencia de la República, significativo anticipo de la pugna entre el poder efectivo de la fuerza y el de la investidura institucional, frágil ésta, cuando no dócil, según puede apreciarse de los vivos ejemplos en que es pródiga la crónica política de hechos posteriores.

Uno de los primeros gobernantes que auspició a su favor reelecciones inconstitucionales fue don Doroteo Vasconcelos, sentando, a pesar de su buen gobierno, ese funesto precedente que más tarde habría de repetirse. Pero no deben verse tales actos como una consecuencia directa del ordenamiento constitucional. Recordemos que fue también bajo la vigencia de la Constitución de 1841 que se realizó la administración preclara de don Rafael Campo, impregnada de grandes realizaciones que con toda justicia se valoran en la historia.

Fue también bajo la vigencia de la Constitución de 1841 que irrumpió en el panorama nacional la preclara figura del general Gerardo Barrios, progresista en todos los órdenes y, como ferviente partidario de Morazán, abanderado de las ideas unionistas y liberales, que en el nuevo Estado tuvieron también su época de “iluminismo”. No faltaron en su articulado los resortes protectores de la institucionalidad. Así, dice el artículo 69: “Sólo por los medios constitucionales se asciende al supremo poder: si alguno lo usurpare por medio de la fuerza o de la sedición popular, es reo del crimen de usurpación: todo lo que obrare será nulo, y las cosas volverán al estado que antes tenían, luego que se restablezca el orden constitucional”.

Poco valían, sin embargo, esas disposiciones contra la fuerza que para esos días cobraba el conservadurismo. Apoyado internacionalmente desde Guatemala, éste encontró su mejor representante en don Francisco Dueñas, quien había de servir fielmente sus propósitos. Dígalo si no el fusilamiento del general Barrios un 29 de agosto de 1865, del que fue muda testigo la legendaria Ceiba del Cementerio de los Ilustres en San Salvador.

Las Bases Constitucionales y la Constitución Federal de 1824

Las Bases Constitucionales y la Constitución Federal de 1824

La Constitución Federal rigió 15 años la Patria Grande, desde noviembre de 1824 hasta enero de 1839, al concluir la presidencia de Morazán.

Viernes 9, octubre 2015

Superado el problema de la anexión a México, el nuevo Estado, las “Provincias Unidas del Centro de América”, debió organizar su vida constitucional. Los actos legislativos y de otra índole, ocurridos durante la agregación centroamericana al Imperio mexicano, fueron declarados nulos por decreto federal de la Asamblea Nacional Constituyente el 21 de agosto de 1823, presidida por el prócer José Matías Delgado.

Posteriormente, el 17 de diciembre de 1823, dicha Asamblea decretó las “Bases de la Constitución Federal”, que “debía guiar a los pueblos hacia el sistema de gobierno a regularse conforme a los principios constitucionales que habían precedido la creación del nuevo orden social”. En las Bases se estableció que el gobierno sería republicano, representativo y federal, se acordó el nombre de “Estados Federados de Centroamérica” y se declaró a la religión católica, apostólica y romana, con exclusión del ejercicio público de cualquier otra.

Siguiendo esas “Bases Constitucionales”, la Asamblea federal decretó el 22 de noviembre de 1824 la Constitución de la nueva República, denominándola “Federación de Centro-América”, integrada por los Estados de Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. La provincia de Chiapas se tendría por Estado federado cuando libremente se uniera. Según el artículo 7º de esa Constitución “la demarcación de territorio de los estados se hará por una ley constitucional con presencia de los datos necesarios”. El gobierno centroamericano sería popular, representativo y federal; se pactó que cada uno de los cinco Estados sería libre e independiente en su gobierno y administración interior; y que “les corresponderá todo poder que por la constitución no estuviere conferido a las autoridades federales”.

En la Constitución federal de 1824, se incorporó el contenido de decretos anteriores de la misma Asamblea, primicias en el campo constitucional: el derecho de asilo, del 30 de diciembre de 1823; la igualdad civil entre nacionales y extranjeros, del 31 de diciembre de 1823; y otros decretos con normas muy adelantadas para su tiempo, en campos tan diversos como la cultura, la economía y los derechos ciudadanos.

El 17 de abril de 1824, se decretó la liberación de los esclavos, por moción del diputado José Simeón Cañas, formulada antes que el presidente de la Unión Americana, Abraham Lincoln, iniciara su lucha por la misma causa, que desembocó en el país del norte en la Guerra de Secesión (1861-1865). Ocurrió así: “Cuéntase que el 31 de diciembre de 1823, Cañas, el virtuoso anciano, que se hallaba postrado en cama, se hizo conducir al salón de sesiones y, tomando la palabra, dijo con solemne entonación: vengo arrastrándome, y si estuviera agonizando, agonizando viniera, para hacer una proposición benéfica a la humanidad desvalida”… “Con toda la energía con que debe un diputado promover en los asuntos interesantes a la Patria, pido que ante todo y en la sesión del día, se declaren ciudadanos libres nuestros hermanos esclavos, dejando a salvo el derecho de propiedad que legalmente prueben los poseedores que los hayan comprado, y quedando para la inmediata discusión la creación del fondo de la indemnización de los propietarios”… “todos saben que nuestros hermanos han sido violentamente despojados del inestimable don de su libertad, que gimen en la servidumbre suspirando por una mano benéfica que rompa la argolla de su esclavitud”… “La nación toda se ha declarado libre y lo deben ser también los individuos que la componen”.

Por defectos ostensibles, requirióse reformas constitucionales, aprobadas en 1835, para el sistema electoral, pero no se evitó el colapso de la federación, destrozada por guerras civiles. En 1838, el Congreso federal reconoció la libertad de los Estados de separarse y se retiraron Nicaragua, Costa Rica y Honduras. En 1839, los siguió Guatemala y con ello se extinguió la Unión. La Constitución Federal rigió 15 años la Patria Grande, desde noviembre de 1824 hasta enero de 1839, al concluir la presidencia de Morazán. Fue hasta 1841 que se promulgó la primera Constitución salvadoreña como Estado soberano e independiente. La Constitución interna salvadoreña del 12 de junio de 1824, se elaboró de acuerdo a las Bases Constitucionales y se extinguió con la disolución del Estado federal. El ideal unionista sigue en pie.

Liberalismo político de El Salvador, de la República Federal de Centro América y España

Liberalismo político de El Salvador, de la República Federal de Centro América y España
Plinio Ramírez, 8 de marzo de 2013

Las llamadas “reformas liberales” del siglo XIX impulsadas por los gobiernos de Santiago González (1871-1876), Rafael Zaldívar (1876-1885) y Francisco Menéndez (1885-1890) se proponían políticamente la construcción de un Estado laico en El Salvador, es decir, buscaban la separación del poder civil del eclesiástico; o en términos aún más específicos, buscaban la sustitución de principios fundamentales del liberalismo católico español (Estado confesional, tierras ejidales y comunales, cementerios católicos, total prohibición a la libertad de cultos, educación católica, matrimonio religioso, imposibilidad de divorcio, no libre testamentifacción, etc.) con los que fueron moldeadas originalmente las Provincias del antiguo Reino de Guatemala, luego de independizarse de España.

Ahora se proponía reconfigurar el Estado salvadoreño con los principios de un liberalismo radical (“rojo”, “jacobino”) de influencia francesa que demandaba una total separación entre Iglesia y Estado, pero también la adopción de otras políticas estatales que transformaran profundamente las instituciones arriba mencionadas.

En ese sentido, constituye un grave error reducir la transformación del Estado salvadoreño durante el último cuarto del siglo XIX a la privatización de las tierras comunales y ejidales, o que las llamadas “reformas liberales” buscaban transformar únicamente la estructura de la tenencia de la tierra. En realidad, debe entenderse que tanto liberales radicales como masones buscaban una sola cosa: un cambio estructural del país, de inventar, modelar o crear –si se quiere– un nuevo país de acuerdo con los importantes cambios ideológicos y políticos que se estaban realizando en Europa y en América, y parte de esa transformación o secularización pasaba indiscutiblemente por la privatización de las tierras comunales y ejidales, a las que se les consideraba una reliquia viviente del modo colonial, retrógrado y reaccionario, de concebir el mundo.

Es claro que un proceso de transformación política tan radical en la institucionalidad del país demandaba para su implementación y salvaguarda la aprobación de leyes y de Constituciones políticas en las que quedaran férreamente establecidas las bases del Estado laico. Por ello, desde la llegada del presidente Santiago González en abril de 1871, se inició un proceso de elaboración de leyes y de Constituciones políticas que progresivamente fueron introduciendo cambios esenciales en la estructura del Estado.

Si este proceso de transformación formal tomó 14 años (1871-1886) y necesitó de la elaboración de 6 Constituciones (1871, 1872, 1880, 1883, 1885, 1886), nos indica que se trataban de cambios difíciles de implementar; es decir, que liberales radicales y masones encontraron importantes resistencias, tanto de parte del clero como de los sectores conservadores y de buena parte del pueblo que miraba con desconfianza las políticas estatales promovidas por los nuevos liberales.

En efecto, las resistencias populares a la secularización del Estado podían ser producto tanto de una ideologización deliberada e interesada por parte del clero –como alegaban los liberales anticlericales–, pero también de la clara conciencia que los sectores populares fueron adquiriendo de que tales cambios implicaban la pérdida de importantes privilegios que disfrutaban desde tiempos de la Colonia, como eran precisamente las tierras ejidales y comunales, o los comerciantes seguir vendiendo sus productos en las calles y no en “modernos” mercados como los construidos en San Miguel en 1875; y, por supuesto, también estaba en juego la pérdida de una visión de mundo que le daba sentido y seguridad a la existencia humana (el tradicional rol social de la mujer, religión única, cementerios, matrimonio y educación católica).

Es innegable, pues, que algunas de las políticas estatales implementadas por liberales secularizantes y masones afectaban la vida diaria de los habitantes del país; y es claro que esos cambios afectaron y dañaban a uno de los sectores más poderosos del país: la Iglesia católica.

Se suele sostener que la Iglesia católica salvadoreña tenía muy poco que perder con las reformas políticas del último cuarto del siglo XIX, porque siempre fue una Iglesia pobre, sin grandes posesiones territoriales o riquezas económicas; pero ¿acaso no era suficiente poder el monopolio de la verdad y la falsedad, de lo que se debe leer o no, de lo que se debe enseñar o no, o si una persona merece ser enterrada en un cementerio o no, etc.?
En ese sentido, implicaba un gran cambio el que a las nuevas generaciones de ciudadanos ya no se les iba a enseñar que la religión católica era la única verdadera, que de ahora en adelante se tolerarían en el país la práctica pública de todos los cultos religiosos. Y por supuesto, la Iglesia católica luchó denodadamente por no perder el control de los nacimientos y las defunciones, o de los matrimonios. En fin, como parte de este movimiento de oposición a los procesos de secularización debe entenderse los graves disturbios de San Miguel en Junio de 1875.

Por otro lado, también se suele sostener que la llegada de Santiago González al poder no implicó grandes cambios en la estructura económica, o que su Presidencia no representó ningún cambio fundamental para la historia política e institucional del país. De nuevo, se trata de una afirmación demasiado tajante para ser verdadera. Porque, ¿acaso lo económico es lo único fundamental o necesario para entender el devenir histórico de los pueblos?

Más bien, es obligatorio preguntarnos a estas alturas cómo es posible que la mayoría de los investigadores de los procesos históricos que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX en Centroamericana le hayan dado tan poca importancia al proceso de secularización que arrancó tan tempranamente –aunque sin éxito- durante los mandatos en Guatemala de Mariano Gálvez (1831-1838) y de Francisco Morazán, para terminar absolutizando los procesos económicos como los únicos decisivos a la hora de escribir la historia de los pueblos centroamericanos. Y resulta mucho más sorprendente constatar el esfuerzo que han hecho algunos de estos historiadores por nulificar o desvirtuar la trascendencia y lo traumático que resultaron estos tempranos procesos de secularización.

Frente a esta interpretación, historiadores como Ralph Woodward han logrado probar que fueron precisamente los “curas fanáticos” de Guatemala los que iniciaron el incontenible movimiento popular- católico de protestas que llevó al poder al conservador Rafael Carrera y a ejercer la Presidencia durante 30 años. Especialmente cacofónicos resultan aquellos historiadores que solo ven en el ascenso del café y las oligarquías cafetaleras las únicas causas para explicar lo acontecido en Centroamérica a partir de 1871; luego terminan concluyendo que tanto conservadores como liberales impulsaron el café, por lo que al final se quedan sin el necesario y estricto contrincante dialéctico que ayuda a entender los movimientos históricos.

Y sin embargo, al igual que ocurrió en tiempos de Mariano Gálvez en Guatemala, durante los años de las llamadas “reformas liberales” las fuentes católicas refieren categóricamente a que entre 1871 y 1886 en El Salvador se libró una intensa batalla entre “liberales ateos” y “buenos católicos”; y por su parte, las fuentes liberales confirman también la percepción de que con la llegada de la Administración de Santiago González había iniciado un significativo cambio en las políticas de Estado que fueron arrinconando progresivamente a los “fanáticos católicos”, quienes eran concebidos como los verdaderos enemigos del progreso, de la Libertad, de la Igualdad y la Fraternidad.

Además, ambas fuentes confirman que estas medidas “diabólicas” o “progresistas” fueron continuadas y profundizadas durante la larga presidencia de Rafael Zaldívar, con el claro apoyo de liberales radicales y masones, a pesar de que Zaldívar había sido un cercano colaborador del conservador Francisco Dueñas (1863-1871).

Tanto era la convicción de que había habido una ruptura entre la manera de entender y hacer política desde los tiempos de Dueñas, que las ambigüedades mostradas por el General Francisco Menéndez al inicio de su mandato no dejaron de alarmar a los radicalizados defensores del liberalismo secularizante que contemplaban con horror cómo Menéndez había reservado a Manuel Gallardo el decisivo cargo de Ministro de Hacienda, “á pesar del general desagrado que provocaba su presencia en el Gabinete” dadas sus posturas políticas conservadoras.

Seguramente no menos vergüenzas generaba para los liberales radicales comprobar cómo Menéndez era elogiado por conservadores y católicos, y cómo, en fin, Menéndez había abierto las puertas para que el clero “fanático y reaccionario” participara en la Constituyente de 1885, o cómo había permitido la reintroducción de la cátedra de derecho canónico en la Universidad.

Aunque siempre es difícil tener certeza sobre las convicciones religiosas de las personas, podríamos conceder que muy probablemente los planteamientos ideológicos de Dueñas eran muy similares a los de González, que quizás ambos eran fervientes creyentes en un liberalismo moderado, sinceros y temerosos católicos; pero, ¿qué decir de los Ministros de Estado de Dueñas y de los de González? O, ¿qué decir de los Representantes que redactaron la Constitución de 1864 y los que redactaron las Constituciones de 1871-72 en adelante? Un análisis detallado mostraría que la clase política y los burócratas en el poder a partir de 1871 fueron modelando e introduciendo poco a poco políticas que efectivamente fueron secularizando el Estado salvadoreño, medidas que fueron generando importantes resistencias de parte de estos sectores católicos y conservadores.

Es en este sentido que debe entenderse la expulsión de jesuitas, capuchinos y hasta de obispos a partir de 1872, la ruptura del Concordato con el Vaticano, la supresión de periódicos católicos en los que se atacaba a la nueva generación de liberales radicales centroamericanos. En este sentido, la férrea insistencia de parte de los sectores católicos y conservadores de que con la llegada de Santiago González al poder y la fundación de la Logia masónica “Progreso Nº 5” había iniciado una era de terribles y lamentables cambios en la conducción política del Estado.

A la luz de todas estas consideraciones, sería un error, a mi juicio, considerar que las únicas motivaciones que tenían los Presidentes salvadoreños para convocar a una nueva Constituyente durante los años 1871-1886 era que se aprobara su reelección o se ampliara el período presidencial. Aunque los deseos de eternizarse en el poder tanto ayer como ahora han sido una poderosa motivación para convocar a una Constituyente, para la clase política de liberales secularizantes y masones, cada Constituyente era una nueva oportunidad para ir profundizando en el proceso de transformación del Estado desde los ya vetustos, anacrónicos y ahora reaccionarios principios del liberalismo católico hispánico a los principios más avanzados del moderno liberalismo laicizante; pero también cada Constituyente era una oportunidad más para que conservadores y católicos hicieran importantes críticas a este proceso de transformación y pedir su reversión al estado de cosas en que había dejado al país la conservadora Constitución de 1864, cuyo Congreso Constituyente había hecho un esfuerzo por no romper con el paradigma del liberalismo católico español.

Y las mismas resistencias se producían cada vez que liberales radicales y masones intentaban introducir leyes que transformaran el carácter católico de la educación o promovieran la educación intelectual de la mujer, etc.

A mi parecer, pues, hubo significativas rupturas ideológicas y de políticas de Estado entre las Constituciones de 1864 y la de 1871, y estas diferencias se fueron haciendo cada vez más amplias a lo largo de las restantes que fueron siendo aprobadas hasta llegar a la de 1886; es decir, cada nueva Constituyente iba reafirmando las conquistas del liberalismo laicizante ya logradas, e introduciendo nuevas –quizás las que se atrevían a introducir o las que tuvieron éxito en imponer del amplio catálogo de reformas que incluía el proyecto Liberal de secularización del Estado. Y sobre todo no puede obviarse que muchas de estas políticas secularizantes se estaban tratando de implementar en países tan distantes como Francia o Bélgica o
Alemania.

Recuérdese, por ejemplo, que Bismark expulsó a los Jesuitas de Alemania en 1872, es decir el mismo año que lo hizo Guatemala y El Salvador.
Por ello sostengo que las reformas políticas liberales salvadoreñas deben ser definidas más precisamente como “secularizantes”.

Es claro que liberales radicales y masones estaban convencidos de que los tiempos habían cambiado, que ahora sí les había llegado su turno para implementar las políticas que las generaciones anteriores de liberales radicales soñaron con hacer realidad, pero con resultados catastróficos. Me refiero a las generaciones de Mariano Gálvez, de Francisco Morazán, pero también a la de Gerardo Barrios, Manuel Suárez y Manuel Irungaray. Ciertamente la tarea seguía siendo harto difícil, las resistencias del clero y de los católicos seguían siendo poderosas.

Pero la historia demostró al final –al menos en el caso de El Salvador- que liberales secularizantes y masones estaban en lo correcto: el tiempo les favorecía. La permanencia desde entonces del espíritu laico de las Constituciones de 1885 y 1886 es una buena prueba de esta afirmación.